Ninfómana y obediente (Parte número 25).
Parte veinticinco de esta larga historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés. Para bien o para mal, espero vuestros comentarios.
Después de escuchar a Saúl comencé a beber, mezclando combinados, por lo que me agarré una buena “cogorza” y como lo debía de estar esperando, el varón aprovechó para poder darme un buen “morreo” y para frotarse conmigo antes de despojarme del sujetador y de hacerme bailar con los “melones” al aire sobre una mesa. Recuerdo que, sudorosa, acabé tumbándome boca arriba en el suelo y que quitándome la braga, me abrí de piernas e incité a Saúl a que me metiera su espléndida chorra. Eva, influenciada por Erlinda, accedió a ello a regañadientes por lo que su pareja se despojó del calzoncillo, se arrodilló entre mis piernas y manteniéndome abiertos los labios vaginales con sus manos, me “clavó” su descomunal cipote hasta los huevos antes de echarse sobre mí mientras me daba los primeros envites. Hacía tanto tiempo que no sentía mi chumino tan lleno que sentí una inmensa satisfacción y no pude evitar mearme en cuanto comencé a notar que sus movimientos de “mete y saca” eran cada vez más rápidos. Saúl, que no cesaba de insultarme al oído, decidió excitarse más haciendo que Erlinda se quedara en bolas y se colocara en cuclillas junto a él para masturbarla al mismo tiempo que me jodía mientras que Eva esperó a que cambiáramos de posición y me colocara a cuatro patas para magrearme las tetas antes de tumbarse delante de mí con las piernas dobladas con el propósito de que la comiera el coño y la lamiera el ojete mientras, manteniendo su cabeza ligeramente elevada, intentaba no perderse el menor detalle de como Saúl masturbaba a Erlinda y me daba un buen “repaso”.
El varón dio debida cuenta de su virilidad puesto que, sin dejar de moverse y eyaculando con suma rapidez la primera vez, mantuvo su minga en mi interior hasta que consiguió echarme, de nuevo, su “salsa” con lo que hizo vibrar de gusto a todo mi cuerpo mientras me llamaba cerda, golfa, puta y zorra para culminar meándose dentro de mi potorro casi al mismo tiempo que me volvía a orinar. Saúl, aunque no me dio más leche, permaneció con su “nabo” en mi interior sin apenas moverlo mientras Erlinda y Eva decidían intercambiar su posición con intención de que ambas pudieran disfrutar de la masturbación del varón y de una exhaustiva comida de “seta” por mi parte y sin privarse de darme su lluvia dorada que, al estar tan salida, me resultó sumamente agradable ingerir.
Aquel día concluyó después de cenar juntos y de que Erlinda consiguiera que, a pesar de lo muy “entonada” que estaba, pudiera cumplir mi anhelo de cabalgar a Saúl en el cuarto del baño del restaurante en donde cenamos. Me tuve que emplear a fondo pero logré que me diera otras dos espléndidas lechadas y una nueva meada. Aunque me acosté bastante tarde el alcohol que había bebido durante las últimas horas me mantenía tan “burra” que no conseguía conciliar el sueño por lo que, harta de manosearme, decidí darme satisfacción introduciéndome al mismo tiempo un vibrador a pilas por la raja vaginal y un consolador de rosca por el ojete. No tardé en sentirme predispuesta para la defecación y al salírseme un buen chorro de orina me dejé de estimular, me levanté y me dirigí al cuarto de baño en donde meé y evacué.
Pero mi “calentón”, en vez de disminuir, aumentaba por momentos. Pensé que, seguramente, me tranquilizaría si podía disfrutar de un buen pene pero el problema era encontrar alguno, de dimensiones aceptables, disponible a aquellas horas. De repente me acordé de los “cajoneros” unos varones que, abriéndose el pantalón y colocándose la goma del calzoncillo detrás de los huevos para intentar evitar las descargas rápidas, mantenían sus atributos sexuales ocultos en unas cajas, generalmente de cartón, con aberturas laterales con las que se cubrían desde la parte baja del estómago a la parte superior de las piernas y que se colocaban en las esquinas de las calles más comerciales en donde, además de dejarse manosear y pajear por las originarias del país y por las colegialas que acudían en tromba a ellos al salir de sus centros escolares, incitaban a las turistas a meter sus manos por los lados de la caja para llevarse una agradable sorpresa. La lógica curiosidad femenina ocasionaba que todas lo hicieran y se encontraran con sus huevos y con su picha que, después de su sorpresa inicial y entre carcajadas y sonrisas, casi ninguna se privaba de menearle hasta que conseguía sacarle la leche mientras el varón levantaba, de vez en cuándo, la tapa de la caja para que pudieran observar como se le estaba poniendo la pilila, le vieran expulsar la “salsa” ó se fotografiaran mientras le “daban a la zambomba” ó le veían eyacular. Aquellos hombres llevaban años convertidos en un reclamo turístico hasta el punto de sacarles más fotografías que a los principales monumentos de la ciudad y de que su actividad se había extendido rápidamente a otros países asiáticos en los que, “rizando el rizo”, habían puesto en marcha una nueva variedad logrando que estos exhibicionistas encubiertos se encontraran acompañados por otros varones, generalmente jóvenes y aceptablemente dotados, para que, mientras las hembras se dedicaban a “darle al manubrio”, se encargaran de darlas satisfacción y muchas veces atendiendo a dos al mismo tiempo, a base de magrearlas y de masturbarlas.
Apenas me crucé con gente por la calle pero tuve suerte y al llegar a mi destino comprobé con agrado que, a pesar de la hora que era, en aquella calle tenía a mi completa disposición a tres “cajoneros”. Comencé por el más joven, que se encontraba situado al final e introduciendo mis manos por los laterales de la caja le agarré con la izquierda los huevos y con la derecha la pirula que, como no, era pequeña y estaba fofa y lánguida. Le sobé los atributos sexuales durante varios minutos para ver si, con esos estímulos, su “lámpara mágica” mejoraba pero, al ver que no era así, procedí a “cascársela” lentamente a pesar de lo cual el joven no me llegó a durar ni dos minutos y cuándo me parecía que, por fin, se le empezaba a poner buena, abrió la parte superior de la caja y le vi eyacular, eso sí, echando una buena cantidad de chorros de leche.
Mejor dotado y más aguante demostró tener el segundo. Mientras le pajeaba se colocó detrás de mí un varón de mediana edad y poco pelo que no tardó en subirme la parte trasera de la falda del vestido para, en principio, sobarme con su mano extendida los “jamones” a través de la braga que no tardó en bajarme para poder “meterme mano” y entrar en contacto con mi culo y con mi “almeja” que me sobó hasta que se me puso muy caldosa y procedió a “hacerme unos dedos”. Al estar muy cachonda “rompí” y con ganas, mientras veía descargar al segundo “cajonero” que, aunque se encontraba mejor “armado” que el primero, soltó menos cantidad de “salsa”.
Con el hombre que permanecía colocado detrás de mí pegado a mi culo, con la braga bajada y sin permitirle que me extrajera los dedos de la “chirla”, me fui desplazando lentamente hasta el lugar que ocupaba el tercero que ocultaba su rostro con una máscara y que, al igual que el primero, disponía de una “pistola” pequeña, fofa y lánguida pero que aguantó mis estímulos lo suficiente como para que el otro varón lograra hacerme disfrutar de dos nuevos orgasmos antes de que viera explotar y en poca cantidad, al “cajonero” con lo que mis contracciones vaginales me avisaron de que, de nuevo, estaba llegando al clímax. Cuándo comenzaba a volver a disfrutar del clímax me entraron unas enormes ganas de orinar y como no fui capaz de retener la salida de mi micción, me oriné de pie copiosamente.
El varón que me había estado masturbando me sacó los dedos de la cueva vaginal y se separó un poco para verme echar la lluvia dorada que, tras empaparme la braga, se depositó en el suelo. Aún no había acabado de vaciar mi vejiga cuándo, cogiéndome con fuerza del cabello, me hizo arrodillarme delante de él y mientras se bajaba el pantalón y el calzoncillo me dijo que una mujer tan golfa no podía irse de allí sin “bajarse al pilón” y sin un buen “biberón”. Casi no me dio tiempo ni a verle los atributos sexuales puesto que me metió bruscamente su “pito”, de dimensiones más que aceptables, en la boca y me hizo chupárselo con esmero mientras, manteniendo mis manos colocadas en sus glúteos, le obligaba a mantenerse apretado a mí y me iba adaptando a sus deseos mientras el tercer “cajonero” me acariciaba con una de sus manos el cabello y el rostro y con la otra me sobaba las tetas a través del vestido. Aquel cabrón aguantó tanto que, a pesar de la exhaustiva mamada que le hice, tuve que echar el resto para conseguir que me diera “biberón”.
Al terminar de descargar me sacó el “plátano” de la boca y doblándose, tiró con fuerza de mi braga y me la rompió. Aunque estaba empapada en mi lluvia dorada se limpió con ella antes de depositarla en el gran charco que había formado con mi orina y se volvió a vestir para, obligándome a permanecer de rodillas, dejarme a merced del último “cajonero” que me desgarró la blusa y me rompió el sujetador con intención de dejarme las tetas al descubierto para “darse un buen lote” mamándomelas y pasándome su miembro viril totalmente flácido por ellas y por los pezones hasta que empezó a amanecer.
C o n t i n u a r á