Ninfómana y obediente (Parte número 24).

Parte veinticuatro de esta larga historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés. Para bien o para mal, espero vuestros comentarios.

Una mañana unos compañeros estuvieron a punto de sorprendernos en bolas y en plena acción en el almacén por lo que decidí mantener los encuentros sexuales en mi domicilio. Aunque no fuera muy discreto por mi parte no me importaba que aquellas cerdas conocieran mi residencia puesto que ellas eran las más interesadas en aclimatarse a mis deseos para que no se llegara a saber que estaban manteniendo relaciones conmigo por lo que no me quitaba el sueño el que alguna de ellas hablara al dejarla y el que llegara, incluso, a denunciarme puesto que, antes de hacerlo, tendría que reconocer públicamente que había estado retozando conmigo y al obtener a través del sexo una parte fundamental de sus ingresos, en aquel país se consentía abiertamente toda actividad sexual siempre que fuera consentida y en mi caso lo era puesto que las jóvenes acudían libremente a mi domicilio e incluso, en los casos más claros de violación la mayoría de las veces se castigaba, aunque fuera de una manera simbólica, a las agredidas, que por ello habían dejado de denunciar tales agresiones, al considerarlas incitadoras.

Me llegaba a resultar tan sumamente placentera la actividad sexual que mantenía con aquellas colegialas uniformadas que decidí mantenerme ocupado todas las mañanas lectivas con dos de ellas por lo que cada día me trajinaba y muy a gusto, al mismo tiempo a dos jóvenes asiáticas a las que no volvía a ver hasta la semana siguiente lo que me hizo pensar que, si estaba obteniendo tan magnifico rendimiento de aquellas guarras, también lo podría conseguir de sus progenitoras por lo que empecé a informarme, a través de las hijas, de su situación familiar sorprendiéndome el comprobar que muchas eran madres solteras. Decidí centrarme inicialmente en estas y a pesar de que tardé más de un mes en poder llegar a compaginar mi actividad sexual con las hijas por la mañana y con las progenitoras por la tarde sin que las unas llegaran a saber que también me estaba zumbando a las otras, en cuanto logré “despegar” en mi nueva faceta sexual dispuse de la debida variación y en muy poco tiempo, pude elegir entre féminas solteras, casadas, separadas e incluso, algunas viudas aún jóvenes. Las más exigentes, aunque también eran las que mejor sabían valorar las excepcionales dimensiones de mis atributos sexuales y cada uno de mis polvos y las que más veces me llamaban asqueroso y sinvergüenza y se acordaban de mi madre, fueron las casadas y las viudas pero logré que varias de ellas me llegaron a gratificar económicamente por cada lechada que las echaba a cambio de ajustarme a sus gustos a la hora de joderlas.

A cuenta de la intensa y casi continua actividad sexual que desarrollaba con las hijas y con las madres me encontraba sumamente complacido pero, una tarde y después de haber estado dando un buen “repaso” a una de las progenitoras, vi a Eva, a punto de parir a su tercer hijo, que le estaba “cascando” la “banana” a un maduro varón asiático en las estrecheces de una cabina telefónica mientras lucía su “bombo” y sus “peras”. La muchacha me agradó tanto que me quedé observándola y al verla “dándole a la zambomba”, me comencé a sentir un poco hastiado de cepillarme a hembras asiáticas y como siempre me había sentido atraído por follarme a mujeres que estuvieran engendrando y más si eran europeas y guapas y Eva me pareció una belleza, esperé pacientemente a que le sacara la leche a su acompañante. En cuanto lo logró y con las manos impregnadas en “salsa”, abandonó la cabina. La abordé mientras se limpiaba en una pared, aún con el “bombo” y las tetas al descubierto y la propuse que, como había hecho con aquel oriental, me la meneara en esa cabina. La joven se mostró de acuerdo y en cuanto el hombre terminó de ponerse bien la ropa y salió de ella, nos metimos en su interior y me bajé el pantalón y el calzoncillo para mostrarla mis atributos sexuales. Eva, acostumbrada a los de los asiáticos, se asombró de sus dimensiones y me indicó que hacía bastante tiempo que no veía una “flauta” tan dura, larga y tiesa y unos huevos tan gruesos que me magreó a conciencia antes de comenzar a “cascarme” lentamente la “herramienta” mientras me acariciaba los cojones y me permitía que la tocara el “bombo” y las “peras”. Me agradaba tanto aquella chica que exploté enseguida y echando con mucha fuerza un montón de espesos chorros de leche. La “salsa” del varón asiático se había depositado en el suelo pero la mía, ante el asombro de Eva, fue cayendo en el cristal delantero de la cabina para, desde allí, irse deslizando despacio hacía abajo.

La joven, complacida, me la siguió “cascando” lentamente mientras me decía que mis gruesos huevos estarían acostumbrados a dar más de una lechada. Cuándo observó que me faltaba muy poco para volver a descargar dejó de estimularme y me pidió dinero. Una vez que la di el equivalente, en moneda europea, a unos cinco Euros continuó con su cometido para, con movimientos bastante rápidos, sacarme enseguida la segunda lechada. De nuevo, los chorros se depositaron en el cristal y mientras me la seguía meneando, me oriné delante de ella. Creo que el verme echar mi copiosa lluvia dorada junto al haberme sacado dos polvos seguidos, cosa que con la mayoría de los orientales era prácticamente imposible, fue lo que la animó a aceptar, cuándo se lo propuse, el que nos volviéramos a ver en aquel lugar y a la misma hora los martes y los viernes de cada semana, que eran los dos días en que tenía que pasar obligatoriamente por allí después de retozar con las madres, para que pudiera “darle a la zambomba” y sacarme otro par de lechadas y una nueva meada.

El martes de la semana siguiente Eva cumplió con su cometido a pesar de que la vi un tanto desganada y bastante pesada. Me dijo que, de un momento a otro, iba a parir y con el propósito de volver a vernos tras el parto, me hizo darla la dirección de una de las progenitoras a la que me tiraba regularmente los viernes por la tarde para que, en cuanto se encontrara en condiciones, pudiera ponerse en contacto conmigo, a través de ella, para quedar y poder volver a sacarme más leche. Al faltar el viernes a su cita me supuse que habría parido.

De la misma forma que hacía con las hijas, no me gustaba trajinarme a ninguna de las madres durante mucho tiempo pero con aquella y con su hermana tuve que continuar durante meses hasta que, una tarde, me dieron una carta con un mensaje de Eva en el que me citaba delante de la cabina telefónica el viernes siguiente. Acudí puntualmente a nuestra cita y casi me emocioné al verla. Me abracé con fuerza a ella y nos dimos un largo “morreo” antes de entrar en la cabina en donde, ya sin “bombo”, no tardó en “darle a la zambomba” diciéndome que estaba deseando sacarme la leche y que teníamos que recuperar el tiempo perdido por lo que, desde aquel día y sin importarla el tiempo que tuviera que emplear para conseguirlo, me extrajo tres polvazos y una soberbia meada tras el segundo. No tardé en lograr que me la meneara sin ánimo de lucro y tras ello, conseguí que se “bajara al pilón” para efectuarme unas intensas felaciones y me empecé a dar unos buenos “revolcones” con ella que evidenciaba ser tan adicta al sexo como yo. Unas semanas después de comenzar a mantener relaciones sexuales completas la hablé de que me zumbaba regularmente a jóvenes colegialas y a sus madres y a sus familiares femeninos más cercanos sin que las unas supieran que me cepillaba también a las otras y Eva me dijo que, si me comprometía a sacarla de la calle y a mantenerla, ella sola me proporcionaría tanto placer como todas las meonas a las que me estaba follando juntas pero que, para ello, me tendría que olvidar de todas esas cerdas e irme vivir con ella. Eva había conseguido encandilarme por lo que decidí que no perdía nada por probar y como nuestra convivencia en común resultó ser muy satisfactoria, seguimos juntos y dándonos tralla.

Saúl concluyó diciéndome que el resto de la historia ya la conocía y que, aunque había logrado “pasarse por la piedra” a un nutrido grupo de colegialas uniformadas, a sus madres y a algunas de sus familiares, no había llegado a pervertir a tan elevado número de chicas ni había hecho tantísimos “bombos” como me había hecho creer Erlinda puesto que las féminas siempre tendemos a desvirtuar los hechos y a exagerar y más cuándo se trata de temas sexuales y que, en su caso, era muy adecuado aplicar ese dicho popular que dice que “para una vez que maté a un perro ahora me llaman mataperros” . Cuándo terminó estaba convencida de que Erlinda me había dicho la verdad y que Saúl había disfrazado los hechos para restar importancia a lo acontecido y evitar que supiera que, durante años, se había dedicado a pervertir a ingenuas colegialas uniformadas, de las que se cansaba enseguida y que, además, había logrado tirarse a un número bastante elevado de progenitoras y de familiares femeninos de las crías haciendo a más de una un “bombo”.

C o n t i n u a r á