Ninfómana y obediente (Parte número 22).

Parte veintidos de esta historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.

Un día festivo Saúl y Eva decidieron desplazarse para poder pasar el día con Erlinda y conmigo. Después de dejar a sus hijos y a París al cuidado de Nicole decidimos irnos a comer al campo. Saúl se empeñó en llevarnos a una amplia arboleda que era bastante frecuentada por parejas deseosas de darse satisfacción sexual. Cuándo lo recorrimos pudimos ver a varias en plena faena además de comprobar que cada vez existía más adicción entre las jóvenes asiáticas a, después de que su pareja hubiera descargado dentro de su boca, de su coño ó de su culo, introducirles por el ojete un consolador ó un vibrador, previamente ensalivado, para darles satisfacción anal al mismo tiempo que les chupaban la “flauta” bien impregnada en su “baba” vaginal hasta que, sin importarlas el tiempo que tuvieran que emplear en ello, volvía a lucir bien tiesa y en las condiciones más idóneas para que se las zumbaran de nuevo aunque más de uno lo hiciera tras mearse y cagarse delante de ellas.

Después de comer Saúl nos propuso llevar a cabo al aire libre la que, hasta hacía pocos meses, había sido nuestra actividad sexual cotidiana en tal día de la semana. Como Erlinda siempre llevaba en su bolso una braga-pene las tres hembras pudimos recrearnos durante más de dos horas poseyéndole repetidamente por el culo al mismo tiempo que le meneábamos la “pistola” logrando que, además de defecar en dos ocasiones, echara cuatro soberbios polvazos y un par de impresionantes meadas.

Cuándo regresamos a la civilización Saúl nos propuso ir a un club de alterne en el que nos vimos obligados a permanecer en ropa interior. Bailamos, hablamos y bebimos y en cuanto me pude quedar a solas con él, le mencioné lo que me había contando Erlinda sobre las relaciones sexuales que, durante bastante tiempo, mantuvo con muchachas, digamos, demasiado jóvenes. A pesar de que pareció molestarle que me hubiera enterado de ello, no se atrevió a negarlo aunque me dijo que era una parte de su vida que quería olvidar pero me mostré tan interesada que conseguí tirarle de la lengua para que me explicara como se había despertado su interés por disfrutar de los encantos de las jóvenes colegialas y Saúl me dijo:

Hacía algo más de un mes que había comenzado a trabajar como reponedor nocturno en un centro comercial que permanecía abierto todo el día. La mañana de un viernes, al terminar mi jornada laboral, me dispuse a regresar a mi domicilio. Por el camino pensé que llevaba bastante tiempo sin mojar en condiciones puesto que las últimas semanas no había tenido demasiada suerte a la hora de mantener relaciones sexuales ya que había estado con tres preciosas jóvenes asiáticas pero, a pesar de la fama de golfas, guarras, morbosas y viciosas que rodea a las orientales y de lo mucho que dicen que las excita el poder copular con varones europeos, a lo más que había llegado era a “morrearme” con una de ellas y con la única con la que, últimamente, había tenido algo más de fortuna era con una compañera de trabajo que me estimuló mientras, permaneciendo doblada, iba colocando unos artículos en unas baldas bajas. Sin pensármelo me puse detrás de ella y procedí a restregar mi “pito”, sumamente tieso, en su culo a través de nuestra ropa. La joven se dejó hacer hasta que, al incorporarse, me hizo enseñárselo puesto que lo sintió demasiado gordo y largo y pensó que la estaba engañando con el famoso truco, usado con mucha frecuencia por los orientales para lograr motivar a las mujeres, de frotarme con ella manteniendo una botella de una conocida marca de refrescos de cola introducida en mi bragueta. En cuanto comprobó que lo que tenía ante sus ojos era de carne y hueso, me sobó los atributos sexuales y me meneó la “herramienta” con intención de observar como se me llegaba a poner antes de eyacular y como echaba la leche.

Bastante contrariado por mi escasa actividad sexual llegué a la zona de habla hispana y al pasar por delante de un portal vi a una muchacha que, vestida con su uniforme colegial, permanecía sentada en las escaleras. Seguí andando pero, al darme cuenta de que había algo en ella que me había llamado la atención, me di la vuelta y me coloqué delante del portal. A pesar de la penumbra observé que permanecía tan abierta de piernas que la falda se la había subido lo suficiente como para que pudiera verla su blanca braga con lo que la “lámpara mágica” se me empinó lo que era bastante peligroso puesto que, cuándo sucedía de golpe, no solía parar hasta lograr gozar del sexo. Me encontraba absorto intentando comprobar si la raja vaginal se la marcaba en la prenda íntima cuándo me vio y suponiendo que quería entrar, se levantó y me abrió la puerta. La sonreí y la dije:

-       “ Hola, guapa, ¿qué haces aquí tan temprano?.

La joven, mirándome con ojos somnolientos, me devolvió la sonrisa y me contestó:

-       “ Estoy esperando a que baje Yolanda, la chica del tercero, para ir juntas a estudiar.

No me suponía que fuera tan tarde por lo que, instintivamente, miré mi reloj mientras la joven volvía a sentarse en las escaleras pero, esta vez, manteniendo sus piernas cerradas a la altura de sus rodillas pero dejándolas abiertas por debajo y asegurándose de que su falda la cubría lo suficiente como para no enseñar más pierna de lo debida. Aún me encontraba a suficiente distancia de ella como para, a través de la abertura inferior de sus piernas, seguir viéndola la braga y recrearme con su “muslamen”. Aunque debió de darse cuenta de en donde se mantenían fijos mis ojos, no cerró las piernas ni cambió de posición. Me acerqué a ella, la dije que era preciosa y la acaricié la cara con mi mano derecha. Ella me cogió la mano, me hizo continuar acariciándola puesto que, según me dijo, a esas horas la resultaba muy agradable y me pidió que me sentara a su lado para que la acompañara hasta que apareciera Yolanda. En un par de minutos me enteré de que se llamaba Miriam, que su madre la acompañaba todos los días hasta aquel portal en donde siempre tenía que esperar a la “pelmaza” de su amiga y de los estudios que cursaba y del centro escolar en el que estaba matriculada. Al intentar acariciarla uno de sus hombros me encontré con el incordio de su mochila que la ayudé a quitarse de la espalda antes de pasarla mi brazo por la cintura con lo que logré que se apretara más a mí. La besé en el cuello y la lamí el lóbulo de la oreja, lo que la encantó y la puso la carne de gallina por lo que la chavala giró su cabeza, me sonrió y me miró con ojos llenos de deseo. Decidí lanzarme y juntando mis labios a los suyos, nos dimos un “morreo” intenso y pasional que aproveché para introducir mi mano por debajo de su falda que, tras hacerla abrirse más de piernas, la metí a través de su braga con lo que entré en contacto con su potorro que encontré abierto y húmedo. Se lo estimulé pasándola repetidamente dos dedos desde el clítoris al ojete y viceversa mientras su cada vez más agitada respiración evidenciaba que la estaba gustando y al ver que estaba muy salida, la introduje mi mano izquierda en la braga y la abrí más los labios vaginales con intención de “hacerla unos dedos” pero, a través de sus contracciones vaginales, noté que mis estímulos preliminares habían sido suficientes ya que estaba llegando al clímax. Unos segundos más tarde echó tanta “baba” vaginal que empapó con ella su braga. No me quise privar del gustazo de empapar mis dedos en su abundante jugo por lo que se los metí y los meneé hacía adentro y hacía afuera durante algo más de un minuto que fue el tiempo que la chica precisó para, de nuevo, con una celeridad increíble y gozando plenamente desde que sintió que la venía, disfrutar de otro intenso orgasmo.

C o n t i n u a r á