Ninfómana y obediente (Parte número 19).

Parte diecinueve de esta historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.

Erlinda, que residía en una casa situada en los extrarradios, decidió comprar a Saúl y a Eva el que había sido su domicilio con intención de alojarse en un lugar más céntrico y más próximo a su trabajo con lo que, a pesar de sus continuos viajes, la pude conocer mejor puesto que, hasta entonces y aunque la hubiera visto muchas veces en acción con Saúl, habíamos hablado muy poco y sólo sabía que no sentía demasiadas simpatías por el sexo masculino. Un domingo por la tarde y mientras tomábamos un café con leche y dábamos cuenta de unas pastas que había adquirido en su último viaje, me contó su historia que, poco más ó menos, era la siguiente:

Aunque nací aquí, aun no había cumplido los cuatro años cuándo, por motivos laborales, me tuve que trasladar con mis padres a territorio francés en donde fui creciendo. Allí cursé mis estudios y con quince años me enamoré perdidamente de Jacques, uno de mis profesores, un apuesto varón que casi me triplicaba en edad y que se había separado recientemente. Aunque era de carácter muy altivo y un creído me sentía muy atraída por él. El profesor, por su parte, también demostraba mucho más interés por mí que por el resto de su alumnado. Intenté seducirle usando un vestuario de lo más provocativo y sugerente pero nada sucedió hasta que un día, al finalizar las clases, me hizo permanecer en el aula y en cuanto nos quedamos solos y sin decirme una sola palabra, se bajó el pantalón y el calzoncillo para enseñarme sus atributos sexuales. Me sentí cautivada por ellos puesto que nunca había visto unos cojones tan gruesos ni un “mástil” tan duro, largo y tieso por lo que me comencé a entregar a él sin condiciones. Al principio se lo chupaba lentamente hasta que, cuándo estaba a punto de explotar, el profesor me la sacaba de la boca y moviéndosela con su propia mano, descargaba en mi cara. En aquel entonces solía usar gafas y le gustaba llenarme los cristales de leche. Semanas más tarde me obligó a ingerir diariamente su “salsa” y comenzó a prodigarse en “hacerme unos dedos” y todo tipo de cochinadas.

El día en que cumplí dieciséis años me desvirgó vaginalmente y un par de días más tarde hizo lo propio con mi culo. No me resultó demasiado agradable ninguna de las dos experiencias y el que me “taladrara” el orificio anal con su “flauta” y me poseyera por detrás, fue sumamente doloroso y vejatorio. Sufrí bastante hasta que, un poco después de explotar dentro de mi trasero, me la sacó y al ser la primera vez, terminé bajo los efectos de un proceso diarreico de consideración que me duró varios días. Conseguí que Jacques se comprometiera a no “clavármela” más veces por el ojete antes de comenzar a mantener relaciones sexuales completas prácticamente a diario lo que me permitió comprobar que, a pesar de que siempre tardaba mucho en eyacular, era sumamente viril por lo que me echaba varias lechadas en cada uno de los contactos que llevábamos a cabo y que, entre polvo y polvo, le gustaba recrearse haciéndome topo tipo de marranadas con intención de mantenerme sumamente excitada para obtener un mejor rendimiento sexual de mí.

A pesar de que Jacques me suministraba de anticonceptivos orales, no era demasiado regular tomándolos y como me relajaba mucho cada vez que me penetraba, en un par de meses me preñó. Al confirmarse mi embarazo y a pesar de la oposición de mis padres, decidí seguir adelante e irme a vivir con él aún sabiendo que, además de conmigo, retozaba con otras alumnas. Al profesor no le hizo mucha gracia saber que me había fecundado por no tomar los anticonceptivos pero aceptó las consecuencias a las que le habían llevado sus más bajos instintos. Nuestra convivencia, centrada en el sexo, se desarrolló de una manera casi perfecta sobre todo porque en cuanto estábamos juntos Jacques, convertido en un autentico semental, me cubría, me trajinaba, me daba su leche y una y otra vez, me hacía un montón de cochinadas. El que, prácticamente, no hiciéramos otra cosa a lo largo del día nos obligó a comer productos preparados y a encomendar a una lavandería el cuidado de nuestra ropa y a una empresa de limpieza la atención de nuestro domicilio y el que comenzara a lucir “bombo” sirvió para estimularle aún más por lo que nuestra actividad sexual era constante e intensa puesto que, aunque seguía tardando en explotar, parecía no tener límite a la hora de darme sus abundantes y largas lechadas.

Aún no había cumplido los diecisiete años y me quedaba algo menos de tres meses para parir cuándo mi padre, que siempre había sido muy reacio a recibir asistencia médica, falleció a cuenta de un problema cardiaco que no se trató y que se complicó con su mala circulación sanguínea. Jacques me obligó a ponerme para la ocasión ropa interior muy fina, que solía usar los días más calurosos y un vestido de color negro que con el “bombo” me quedaba tan corto que, además de obligarme a lucir las ligas que me sujetaban las medias, me dejaba una y otra vez la parte inferior de la braga al descubierto. Durante el velatorio mi pareja me rompió a tirones la prenda íntima con lo que mi raja vaginal y mi culo quedaron constantemente al descubierto y me hizo sentirme una autentica furcia cada vez que me “metía mano” sin importarle que nuestros familiares y amigos nos vieran además de tenerlo sumamente fácil cuándo me hacía acompañarle al cuarto de baño para poder darme un buen “repaso”. Una de las veces que me tuve que sentar la falda se me subió tanto que, además del “arco del triunfo”, me dejó al descubierto el liguero lo que pareció estimular a Jacques que, a lo largo de la noche y ante el féretro que contenía los restos mortales de mi progenitor, me obligó a efectuarle varias felaciones lentas hasta que, haciendo todo lo posible por demorar al máximo la salida de su leche, culminaba dándome “biberón” y al comenzar a amanecer me hizo cabalgarle vaginalmente en el cuarto de baño.

Pero como sólo pensaba en su deleite personal y no le importaba mi dolor, después de enterrar a mi padre y ante su sepultura me obligó a doblarme, me subió hasta el cuello el vestido, me quitó el sujetador para dejarme las “peras” al aire y me “clavó su herramienta” para joderme en presencia de mi madre y de las que, hasta entonces, habían sido mis dos mejores amigas y que, al ser bastante puritanas, debieron de pensar que me había convertido en una golfa por lo que, escandalizadas, se apresuraron a separarse de mí. Desde aquel día no he vuelto a saber nada de ninguna de ellas.

A cuenta de su comportamiento me enfadé y mucho con Jacques y decidí dejarle para volver a vivir con mi madre que, aunque todavía era joven, siempre había estado bastante delicada de salud y últimamente, su diabetes la estaba ocasionando algunos problemas de visión por lo que siempre tenía que estar acompañada. Pero, aunque no quisiera, me tenía que ver a diario con Jacques en el instituto por lo que el cabreo me duró poco más de un mes y en cuanto se me pasó, volvimos a retozar pero, como tenía que estar muy pendiente de mi madre, nuestra actividad sexual no era tan frecuente ni intensa como antes por lo que el profesor me propuso solucionar aquel problema yéndose a vivir con nosotras puesto que era preferible el tener que alojarse en el domicilio de su “suegra” y convivir con ella a verse obligado a reducir el deleite que le suponía retozar con la cerda de su hija.

A pesar de que a mi progenitora la caía realmente mal Jacques, la molestaba que me penetrara con tanta frecuencia en mi avanzado estado de gestación y no se cansaba de decirme que era un asqueroso cabrón, un indeseable y un sinvergüenza, no la quedó más remedio que hacerse a su presencia por lo que nuestra convivencia resultó ser bastante aceptable. No sucedió nada que se saliera de lo normal hasta que, nueve días después de lo que inicialmente previsto por los médicos y mientras mi pareja me estaba zumbando, “rompí aguas” y cuatro horas más tarde, alumbré a una hermosa niña a la que habíamos decidido llamar Nicole.

Desde que la niña nació Jacques, influenciado por el alcohol y por las malas compañías, cambió radicalmente. No me respetó durante el periodo post-parto y cuándo Nicole cumplió sus primeros cuatro meses de vida me dijo que le estimulaba mucho más el darme tralla y joderme luciendo “bombo” por lo que me hizo poner todo lo necesario por mi parte para que me volviera a fecundar. Un año después y sin haber conseguido “dar en la diana”, dejó de demostrar tanto interés por penetrarme vaginalmente para, rompiendo la promesa que me había hecho en su día y echándome la culpa de que no me hubiera podido volver a fecundar, “clavármela” con asiduidad por el culo que, según me decía, era por donde había que metérsela a las meonas que no fueran capaces de engendrar hijos. Me la solía introducir de una manera tan bárbara y me entraba tan justa por el orificio anal que nunca me llegué a sentir cómoda con su “lámpara mágica” dentro de mi ojete y menos desde que comenzó a obligarme a apretar con ganas mientras me poseía analmente para que me “jiñara” y le impregnara el cipote en mi caca. A cuenta de los muchos estragos que ocasionaba su punta en mi intestino no le resultaba difícil conseguir que liberara mi esfínter y que defecara pero, a cuenta del tamaño de su “instrumento”, la evacuación no encontraba por donde salir y tenía que retenerla en mi interior lo que llegaba a convertirse en un autentico suplicio ya que sentía que mis excrementos iban a terminar por reventarme el culo hasta que, tardando lo suyo, lograba explotar y al terminar de echarme su leche, me sacaba el miembro viril. No contento con aquello me obligaba a ingerir laxantes a todas horas, con los que sufría un proceso diarreico tras otro, con el propósito de que defecara en cuanto me la metía por detrás ya que, según me decía, no había nada más estimulante y satisfactorio que “clavársela” por el culo a una mujer muy cagona.

Entre polvo y polvo experimentaba conmigo todas las marranadas que se le iban ocurriendo al mismo tiempo que se mostraba sumamente sádico hasta llegar a martirizarme entre continuos insultos para, luego y mientras me veía exhausta y rota, pajearse y sacarse una y otra vez la leche que prefería depositar en mi cabello, en mi espalda ó incluso, en el suelo antes que echármela en la boca, en la “almeja” ó en el culo.

C o n t i n u a r á