Ninfómana y obediente (Parte número 18).
Parte dieciocho de esta historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
Nuestra actividad sexual no sufría variación alguna de un día para otro, excepto los domingos en que disponíamos de más tiempo y solíamos contar con la colaboración de Erlinda, una exuberante y joven prima de Eva que desempeñaba un cargo ejecutivo en la empresa que mi padre se había encargado de encauzar durante su estancia y que usaba una ropa interior, llena de transparencias, sumamente provocativa y sugerente. Como el resto de la semana estaba muy ocupada y la mayoría de los días de viaje, nos decía que el poder unirse a nosotras los días festivos la venía de maravilla para desconectar. La encantaba sacarnos fotografías y grabarnos mientras Eva y yo nos encontrábamos en plena acción mostrando un gran interés por captar las imágenes de lo sumamente tiesa que se le llegaba a poner la “lámpara mágica” a Saúl, de sus espectaculares descargas y de su masiva evacuación. Cuándo nosotras terminábamos Erlinda pellizcaba y propinaba unos cuantos cachetes en los glúteos a la pareja de su prima mientras Eva ocupaba mi posición permaneciendo acostada boca arriba entre las abiertas piernas del varón y yo me encargaba de las fotografías y de las grabaciones sin olvidarme de estimular a Erlinda a base de sobarla las tetas y de acariciarla y de darla cachetes en la masa glútea mientras ella “motivaba” a Saúl metiéndole por el ojete el largo palo de una escoba ó de una fregona con el que le efectuaba unos rápidos movimientos de “mete y saca” apretando cada vez más para que le entrara bien profundo con lo que conseguía que el varón llegara a sentirse empalado y que defecara por segunda vez con bastante celeridad, aunque en menor cantidad y de una manera más líquida.
Una vez que lograba vaciarle el intestino y al igual que su prima, le metía analmente el puño con el que le forzaba durante bastante más tiempo que Eva antes de ponerse una braga-pene y proceder a darle por el culo puesto que, según decía, a todos los cabrones había que someterles a través del ojete. Aunque desconocía los motivos de ello, aquel tipo de comentarios me hizo suponer que Erlinda estaba resentida con los hombres y que no sentía ninguna simpatía por las personas del sexo opuesto.
A cuenta de las exhaustivas penetraciones anales que Erlinda le realizaba, Eva ponía a prueba la potencia sexual de Saúl y después de haberle cortado una y otra vez la eyaculación, aprovechaba que, después de su primera explosión y con unos mínimos estímulos, enseguida se le volvía a poner tiesa para proceder a meneársela vigorosamente con intención de que le brotara otro soberbio polvazo mientras Erlinda le seguía enculando. Aunque, para conseguirlo, mi vecina se tenía que emplear a fondo durante bastante tiempo puesto que Saúl llegaba a sentir mucho gusto pero le costaba echarlo, sobre todo por la forma tan bárbara en que Erlinda le poseía por detrás, para nosotras y especialmente para Eva, que era a la que la caía la “salsa” encima, representaba un gran aliciente el que siempre fueran largos y masivos al igual que el verle mear un poco después de que soltara su segunda lechada lo que, ante la mirada atónita y sorprendida de Erlinda y Eva que al verme hacerlo me solían decir que era mucho más golfa y guarra de lo que pensaban, me hizo prodigarme en chuparle la “tranca” con el propósito de que me echara su lluvia dorada en la boca para poder “degustarla” e ingerirla.
Cuándo la sesión sexual finalizaba las dos primas se centraban en escoger las fotografías y los vídeos más estimulantes para que, esa misma noche, Erlinda se encargara de ocultar nuestro rostro y las subiera a ciertas páginas guarras de Internet con intención de que sus visitantes pudieran disfrutar viéndolas.
Los martes, los jueves y los sábados mantenía mis encuentros sexuales lesbicos con mi vecina. Aunque en su día permanecía en bolas casi a diario y durante horas delante de Helena y no hacía demasiado tiempo que había hecho lo propio varias veces al día y en plan sumiso en la intensa relación que mantuve con Inge, de inicio no me motivaba el hacerlo ante Eva y hubiera preferido que fuera Saúl el que me “clavara” su excepcional verga y me jodiera a su antojo mientras iba vaciando sus gruesos huevos conmigo pero estaba segura de que mi vecina no se encontraba dispuesta a permitir que su hombre llegara a penetrar a ninguna otra hembra que no fuera ella. Eva me supo calentar con sus apasionados besos y con sus sobamientos a través de mi ropa por lo que, poco a poco y al igual que me había sucedido con Helena y con Inge, me fui acostumbrando a abrirme de piernas para ella y a ofrecerla mi abierto y húmedo “arco del triunfo”. A la joven, al principio, la gustaba mamarme las tetas mientras con sus dedos me efectuaba una exhaustiva masturbación hasta que conseguía hacerme “romper” dos ó tres veces y me orinaba al más puro estilo fuente. En cuanto notaba que iba a soltar mi lluvia dorada me colocaba su boca en la raja vaginal y me la iba succionando para que, aunque pretendiera evitarlo, no me pudiera aguantar y se la diera. Una vez que la terminaba de ingerir me solía decir que mi micción la ponía mucho puesto que era la más concentrada y sabrosa que había tenido ocasión de “catar” y de beber. Después me perforaba el orificio anal con sus dedos y me lo forzaba moviéndolos hacía adentro y hacía afuera como si me estuviera dando por el culo al mismo tiempo que me obligaba a apretar y a mantener presionadas mis paredes réctales a sus apéndices mientras me realizaba una soberbia comida de chocho y me estimulaba con su dedo gordo el clítoris. Con frecuencia me sacaba su lengua y separaba sus labios de mi raja vaginal para introducirme sus dedos con los que conseguía forzarme de tal manera la vejiga urinaria que, hasta que me la vaciaba, me obligaba a ir dándola, a chorros y poco a poco, la orina que mantenía en mi interior.
Más adelante y al ver que, a pesar de que no me satisfacía plenamente, me seguía entregando a ella, decidió comenzar lamiéndome el orificio anal mientras me hacía permanecer a cuatro patas y me animaba a que me pedorreara en su cara al mismo tiempo que me daba satisfacción a través del ojete. Después me abría el orificio anal con sus manos y me introducía la lengua en su interior lo más profunda que podía para, sin dejar de moverla en todas las direcciones, intentar limpiarme las paredes réctales. Luego me hacía permanecer tumbada boca arriba y con las piernas dobladas para arrodillarse delante de mí y utilizando unos vibradores a pilas, penetrarme al mismo tiempo por delante y por detrás con lo que, entre continuos insultos, me lograba sacar un montón de “baba” vaginal, me hacía disfrutar de varios orgasmos para poder volver a ingerir mi orina y me dejaba bastante predispuesta para la defecación.
Un día me ofreció su chumino para que entrara en contacto con su micción. Como había ingerido en su momento y en varias ocasiones la de Helena y la de Inge y me había acostumbrada a beber la masculina, no me resultó desagradable ni penoso el complacerla por lo que la “caté” e ingerí entre evidentes muestras de agrado y de satisfacción. Al acabar tuve que reconocer que la lluvia dorada femenina me atraía tanto como la masculina. Desde entonces y además de ofrecerme su raja vaginal para que bebiera con regularidad su orina, solíamos permanecer bastante tiempo echadas la una sobre la otra restregando nuestras “peras” y nuestro coño mientras, manteniendo nuestras manos en la masa glútea de la otra, permanecíamos fuertemente apretadas hasta que nos meábamos y nos empapábamos la parte externa de la raja vaginal y la parte alta de las piernas.
Pasados unos meses empezó a usar las bolas chinas que me metía tanto vaginal como analmente consiguiendo darme mucha satisfacción y a penetrarme por el potorro y por el culo con una braga-pene provista de un grueso “instrumento” de una considerable largura que me obligaba a chupar durante unos minutos antes de que, debidamente ensalivado, me lo “clavara”. Aquel chupeteo se repetía cada vez que decidía cambiar de agujero por el que penetrarme. La agradaba que tuviera mi vejiga urinaria llena para que me meara en cuanto me lo introducía por vía vaginal y pronto descubrió que aquel descomunal miembro viril causaba estragos en el interior de mi trasero puesto que, al sentir que la punta se enjeretaba a mi intestino, liberara el esfínter y me “jiñaba”. Eva, en cuanto se daba cuenta, me sacaba el “instrumento” y colocaba su boca bien abierta en mi orificio anal para que depositara en ella mi evacuación que “degustaba” e ingería a medida que la iba recibiendo. Aunque la experiencia me resultaba más agradable de lo que imaginaba, me continuaba revolviendo el estómago y me resultaba sumamente repugnante verla dándose aquellos atracones con mi mierda aunque Eva decía que todo lo que salía de mi cuerpo era exquisito y que mi lluvia dorada, mi caca y mis ventosidades, que tanto la agradaba “saborear” olfativamente, eran unos auténticos manjares que no se debían de desperdiciar.
Acabé por acostumbrarme a darla mi mierda y mi orina y una noche quise saber los motivos por los que demostraba tanto interés por ingerir mi evacuación y no la de su pareja a lo que me contestó que ambas tenían un olor fuerte y un sabor amargo pero que la caca femenina, al ser algo más líquida, resultaba bastante más exquisita y sustanciosa por lo que prefería ingerir un grueso “chorizo” de una mujer antes que el de un varón. Más adelante me enteré de que no me había dicho la verdad puesto que, a través de Erlinda, estaba comercializando con los excrementos de Saúl por los que ciertas damas orientales llegaban a pagar una cantidad considerable de dinero siendo Eva una de las féminas que se encargaba de introducirlas un grueso “chorizo” en la “seta” y otro en la boca antes de inyectarlas a través del ojete y de extenderlas por todo el cuerpo la mierda menos sólida.
Con el transcurso de los meses Saúl se cansó de la estimulación sexual que le dábamos, adquirió una descomunal braga-pene provista de un “instrumento” sumamente grueso y largo y consiguió convencernos para que, todos los días, Eva y yo nos turnáramos en usarlo para que una de nosotras le poseyera por el culo a su antojo durante todo el tiempo que quisiera mientras la otra, colocada boca arriba entre sus piernas, se ocupaba de “darle a la zambomba” para que, sin cortarle la eyaculación, le sacara el mayor número posible de lechadas y de meadas. Le solíamos encular cada una en dos ocasiones cada noche y de veinte a treinta minutos cada vez, mientras la otra le pajeaba comenzando con movimientos manuales lentos que, poco a poco, iban siendo más rápidos. Saúl, con aquello, acababa echando de cuatro a cinco portentosas lechadas, aunque las dos últimas le salían un tanto aguadas y un par de soberbias meadas. Eva me decía que le debía de estimular muchísimo mi presencia puesto que, con ella, no había pasado y en los momentos de máxima excitación, de tres polvos. Pero mi vecina seguía demostrando más interés por conseguir que, a base de forzarle analmente, le volviéramos a provocar otra defecación que, cuándo se producía, solía ser mayormente líquida lo que, precisamente, no entusiasmaba a Eva.
Semanas más tarde Saúl decidió que la que le enculara se ocupara al mismo tiempo de menearle la “banana” por lo que la otra se limitaba a mirar y a recibir, cuándo se producían, sus masivas descargas de leche y de orina sobre su cuerpo lo que ocasionaba que pasara unos ratos muy agradables poseyéndole analmente mientras en otros me llegaba a aburrir viéndole lucir la chorra inmensa hasta que le brotaba la leche y en su caso, se meaba y me empapaba todo el cuerpo. A cuenta de ello tuvimos que reducir la frecuencia de los contactos lesbicos que Eva y yo manteníamos y que sólo llevábamos a cabo los domingos, día en el que nos podíamos dar tralla después de dejar a Saúl en manos de Erlinda que, mostrándose cada día más dominante y severa, se ocupaba de dar debida cuenta de su virilidad y de dejarle de lo más ansioso para que, a la mañana siguiente, se tirara a conciencia a su prima.
Pero, unos meses después, a Saúl le ofrecieron un ascenso en su trabajo pero con la condición de que tenía que residir, desde el mes siguiente, en otra ciudad distante algo más de trescientos kilómetros de la actual. Como la diferencia económica en su salario era considerable, le pagaban el alquiler de la vivienda que eligiera y Eva sólo se dedicaba a las labores domésticas y a cuidar de sus hijos, además de a dar satisfacción a hembras extremadamente cerdas con las heces de Saúl y a ejercer de golfa en cuanto se terciaba, decidieron aceptar con lo que, quince días más tarde, finalizó nuestra actividad sexual para, una vez más, volverme a abrir de piernas para que asiáticos mal dotados me dieran una mínima satisfacción sexual después de conseguir que sus colgajos lucieran minimamente tiesos para, como siempre, explotar con celeridad en mi interior y echándome poca cantidad de leche.
C o n t i n u a r á