Ninfómana y obediente (Parte número 17).
Parte diecisiete de esta historia que, en primicia, estoy brindando a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
Me imaginaba que el encontrar ropa interior que se ajustara a las indicaciones de Eva iba a ser bastante complicado en un país en el que las féminas no podíamos usar pantalón ni cuándo se daban las más adversas condiciones metereologicas y en el que las prendas íntimas caladas y el tanga aún no habían tenido tanta aceptación ni su uso se había generalizado puesto que aún no había alcanzado el mismo auge que en las naciones occidentales, lo que ocasionaba que tuviera que utilizar con bastante asiduidad braga baja, pero tuve suerte y al día siguiente por la tarde encontré, en el cuarto comercio de lencería en el que entré, tres conjuntos de ropa íntima en color blanco acordes con la tela, el calado y las transparencias que buscaba además de los ligueros y de las medias a juego. Por la noche, después de acostar a París y de comprobar que se había dormido, me dispuse a estrenar uno de ellos por lo que me quité el sujetador y la braga que había llevado ese día, me puse el cautivador conjunto y cubriéndome con una corta y fina bata el cuerpo, descendí por las escaleras hasta el domicilio de mi vecina que me estaba esperando en la puerta, enfundada en una bata similar a la mía, por lo que no tuve necesidad de llamar.
Una vez más, pero en esta ocasión agarrándome de la cabeza, me besó en la boca con lengua en cuanto crucé el umbral de la puerta. Después me cogió la mano derecha y me hizo pasársela repetidamente por su desnuda raja vaginal, que enseguida se la puso caldosa, antes de dirigirnos a la habitación en donde Saúl nos estaba esperando colocado a cuatro patas sobre la cama, sumamente abierto de piernas y atado de pies y de manos. No me suponía que fuera mestizo pero no me importó en cuanto observé que le colgaban unos gruesos huevos y un precioso “mástil”, de buenas dimensiones, totalmente tieso hacía adelante. Al llevar varios meses teniendo que satisfacerme con pililas orientales fofas, lánguidas y la inmensa mayoría pequeñas, la “flauta” de Saúl me pareció más propia de un buey ó de un caballo por lo que me puse tan cachonda que, sin poder evitarlo, se me salieron unas gotas de orina con las que mojé el tanga.
Mi vecina se quitó la bata y quedándose en bolas, se arrodilló detrás del varón al que le realizó una buena lamida anal mientras le magreaba y le pellizcaba los glúteos con tanta energía que su respiración se volvió muy agitada. Después le pasó repetidamente los pezones de sus tetas por el ojete. Cuándo dejó de estimularle me indicó que debía de ponerme delante de su pareja y quitarme la bata para quedarme en ropa interior lo que hice de inmediato con intención de que Saúl se fuera recreando con mis sugerentes prendas íntimas y mis curvas mientras me daba cuenta de que, con ello, se estaba empalmando aún más y que lucía una pirula realmente impresionante.
Decidí abrirme de piernas y darme lentamente un par de vueltas delante de él con lo que se percató de la mancha de humedad en mi tanga y con sus ojos fijos en ella, me indicó que era una cautivadora diosa nórdica y que estaba muy buena y maciza. Eva, al ver que se estaba poniendo muy cachondo, me pidió que me sobara, a través de mis prendas íntimas, las “peras” y la entrepierna lo que hice mientras observaba que Saúl se ponía tan “burro” que, como siguiera, iba a explotar sin necesidad de más estímulos. Me llegué a sentir tan golfa, tan guarra y tan salida que, dándome la vuelta, le puse mis “jamones” en la cara y mientras el varón me los besaba y me los lamía, me pedorreé.
Eva, muy satisfecha de mi comportamiento inicial, procedió a volverle a lamer el ojete mientras me iba introduciendo entre sus piernas hasta quedar acostada boca arriba en la cama y con su descomunal “pistola”, que lucia inmensa, a la altura de mi estómago. Se la comencé a sobar, al igual que hice con los huevos, mientras mi vecina le perforaba el agujero anal con dos de sus dedos y procedía a efectuarle unos muy enérgicos hurgamientos. Eva me indicó que no le estimulara todavía el “pito” por lo que me dediqué a acariciarle la parte alta de las piernas y a sobarle sus gruesos huevos con lo que el “plátano” fue adquiriendo unas dimensiones excepcionales hasta llegar a convertirse en el más duro, gordo, largo y tieso que jamás había visto y eso que mi padre, Daniel, Michael, varios de mis antiguos compañeros de estudios y mis profesores se encontraban muy buen “armados”.
Procedió a introducirle un tercer dedo por el culo antes de que me indicara que podía comenzar a estimularle la polla muy despacio lo que, ansiosa, hice de inmediato. Me hubiera encantado poder sacarle la leche con rapidez ya que tenía que ser todo un espectáculo verle explotar y estoy segura de que, según estaba, lo hubiera logrado en pocos segundos y continuar meneándosela para comprobar hasta donde podía llegar su potencia sexual pero Eva me recordó que mi misión era la de cortarle la descarga una y otra vez para que aquello durara antes de permitirle culminar echando una única pero impresionante lechada. Al no tener experiencia en cortar la eyaculación a los varones me tuvo que dar algunas instrucciones para que aprendiera a hacer presión con mis dedos en forma de tijera en la base del “rabo” al mismo tiempo que le propinaba unos manotazos en el capullo ó para que, en los casos desesperados, le golpeara con fuerza los huevos hasta que se le bajara. Una vez que conseguía abortar su explosión tenía que permanecer entre sus piernas y dejar transcurrir unos minutos antes de volver a “darle a la zambomba” y así sucesivamente mientras ella, usando un guante de látex, le introdujo el puño por su dilatado ojete con intención de forzarle mientras le repetía una y otra vez que era un cabronazo, un cerdo y un hijo de puta.
A Saúl le estimulaban los constantes insultos y los más que exhaustivos hurgamientos anales que le realizaba Eva que, durante las primeras semanas y hasta que fui cogiendo práctica, no dejaba de recordarme que si veía que hacían acto de presencia las gotas previas de lubricación por la abertura de su “salchicha” le cortara la eyaculación dándole golpes secos en los huevos. Cuándo Eva, después de haberle forzando analmente con su puño durante casi medía hora, lograba que su pareja liberara su esfínter y la impregnara el guante en su caca, me decía que se la podía menear más rápido y dejarle descargar. En cuanto le “cascaba la herramienta” con más vitalidad la explosión no tardaba en producirse y mientras ella continuaba forzándole analmente entre un buen repertorio de insultos, Saúl eyaculaba y echaba un montón de concentrados y espesos chorros de leche con los que me empapaba el sujetador, me mojaba el cuello, la cara y el cabello e incluso, al salirle con tanta fuerza, sobrepasaban mi posición y se llegaban a depositar en la almohada y en la encimera de la cama. Mientras el hombre expulsaba su copiosa lefa Eva le iba sacando lentamente el puño y le ponía un caldero debajo del orificio anal con intención de que depositara en él su siempre masiva evacuación. Nunca me había atraído la mierda, que me resultaba de lo más repugnante y menos desde que Inge me había obligado a ingerirla según salía por su ojete y a recogerla con mi lengua del suelo después de haberla visto evacuar, pero, observando el interés que Eva demostraba para no que se desperdiciara ni un gramo de la deposición de su pareja, me decidí a preguntarla que si alguna vez había llegado a ingerir la caca de Saúl a lo que me respondió que la gustaba más verle defecar como a un cerdo y que, aunque en varias ocasiones la había “degustado”, nunca la había comido. Cuándo terminaba de “jiñar” y mientras me encargaba de efectuarle unas breves “chupaditas” a su aún abierto capullo, Eva, con su lengua, le limpiaba meticulosamente el ojete antes de que le liberara de sus ataduras y de irme quitando toda la leche que tenía depositada sobre mi cuerpo mientras Saúl se cubría los atributos sexuales con el calzoncillo.
Por si no se me había revuelto el estómago lo suficiente mientras le veía defecar, al finalizar la sesión tenía que presenciar otro espectáculo todavía más asqueroso puesto que Eva cogía con sus dedos los gordos y largos folletes de mierda de su pareja aún calientes y con sumo cuidado para que no se rompieran, los introducía, uno a uno, en largos frascos de cristal que cerraba herméticamente antes de depositar en otro la deposición menos sólida.
C o n t i n u a r á