Ninfómana y obediente (Parte número 16).

Parte dieciséis de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.

Desde que me quedé sola, cuando lo necesitaba, dejaba a mi hija al cuidado de Eva, una vecina que tenía una edad similar a la mía, era madre de cuatro hijos que la habían engendrado tres hombres diferentes y había parido a las dos mayores siendo menor de edad. Aunque reconocía abiertamente que era una puta sumamente cerda, cuidaba muy bien a París y estaba de acuerdo con ella cuándo decía que había que usar y dar satisfacción a todos los órganos de nuestro cuerpo puesto que los que no se utilizaban habitualmente terminaban atrofiándose y ninguna de las dos queríamos que ocurriera algo así con nuestro coño, con nuestro culo ó con nuestra boca.

Una tarde mi seductora vecina me invitó a merendar en su casa y mientras sus hijos jugaban con París en el salón, me fue enseñando las últimas adquisiciones que había incorporado a su vestuario, lleno de ropa tan juvenil y sugerente como la mía, mientras me decía:

Saúl, mi pareja actual, siente debilidad por despertarme al amanecer para poder cubrirme, joderme y echarme su leche unas veces por vía vaginal y otras anal al igual que le gusta que, cuándo llega a casa, me abra de piernas para que me pueda masturbar y comerme el potorro hasta que culmino meándome en su boca y que, por la noche, le satisfaga sexualmente. Al principio se contentaba con que le pajeara lentamente. Más adelante, le comencé a meter “culebrillas”, un “juguete” sexual muy usado por los asiáticos para estimular analmente y provocar la evacuación a las hembras tras un periodo más ó menos largo de estreñimiento, por el ojete mientras le “daba a la zambomba” para que sintiera una gran satisfacción anal al mismo tiempo que le “cascaba” lentamente el pene con lo que conseguí que explotara con mucha más intensidad, que echara más “salsa” y que quedara de lo más predispuesto para defecar. Después opté por sustituir las “culebrillas” por un grueso y largo vibrador a pilas con el que logré que tuviera unas descargas muy “electrizantes”. Durante los últimos meses y hasta hace pocas semanas, le he chupado la “flauta” mientras le forzaba el ojete con mis dedos realizándole unos enérgicos masajes prostáticos con los que me aseguraba una abundante y larga descarga que me solía echar en la boca ó me depositaba por todo el cuerpo, prestando siempre una atención especial a mis tetas, cuándo se la meneaba con mi mano. Pero se ha cansando de ello y ahora pretende que, alternándolo con mis felaciones, colocado a cuatro patas y abierto de piernas, le ate a la cama de pies y de manos para que le fuerce el orificio anal con mi puño mientras le pajeo.

El problema es que le gusta que le retrase lo más posible la eyaculación y aunque he intentado complacerle, me he dado cuenta de que cuándo estoy pendiente de su “herramienta” no puedo estarlo de su culo y viceversa por lo me gustaría que colaboraras conmigo. No te penetrará y te limitarías a lucir ante él unas prendas íntimas provocativas y sexys antes de colocarte boca abajo en medio de sus abiertas piernas con el propósito de sobarle los huevos y de “cascarle” lentamente la “lámpara mágica”, cortándole una y otra vez la descarga, hasta que le dejemos culminar soltándote una de sus espléndidas lechadas sobre el cuerpo con lo que pretendo que se llegue a excitar de tal forma que, a la mañana siguiente, me joda sin sacármela durante más tiempo recreándose en ello y que el par de polvos que me suele echar tarden un poco más en brotarle para darme una mayor satisfacción.

Se lo haríamos a días alternos en mi domicilio por la noche, después de acostar a nuestros hijos y para recompensarte, los demás días subiría a tu vivienda con intención de estimularte y de darte la debida satisfacción mediante la masturbación y comiéndote la “seta” hasta que te mees de gusto delante de mí.

No me sentí especialmente motivada con la idea de “darle al manubrio” a su pareja, al que no conocía aunque sabía que era mayor que ella, tumbada entre sus piernas puesto que me imaginaba que su miembro viril sería de pequeñas dimensiones y menos el verme envuelta en una nueva relación sexual lesbica ya que, después de las que había mantenido con Helena, durante mi pubertad y con Inge, durante mi etapa universitaria, me llegaba a fastidiar y mucho, que mis amigas y mis compañeras se empeñaran en acompañarme al cuarto de baño cuándo me dirigía a él con intención de hacer mis necesidades pero la debía tantos favores que no me pude negar. Al darla mi conformidad Eva me abrazó y me besó en la boca lo que, aunque tuve que aguantarlo, no me agradó y menos cuándo, aprovechando el “morreo”, introdujo su mano por debajo de mi falda y a través de la braga, me sobó la “almeja”. Me revolví tanto que, aunque logró meter su mano en mi prenda íntima y que la “chirla” se me pusiera caldosa, no llegué a “romper” pero mi vecina, a la que la encantó que se me pusiera tan jugosa, consiguió estimularme la vejiga urinaria para que, colocada en cuclillas sobre el inodoro, orinara ante ella y al acabar, poder secarme con su mano extendida.

Eva, evidentemente complacida, me explicó que daríamos satisfacción a su pareja los lunes, los miércoles, los viernes y los domingos y que los martes, los jueves y los sábados, después de chuparle la picha a Saúl, se encargaría de estimularme y de darme tralla y mucho gusto. Me habló de que a su pareja le ponían y mucho, las mujeres altas, esbeltas y de cabello rubio como yo y que para aquellos contactos sexuales me aconsejaba que usara sujetadores calados y tanguitas con transparencias lo más menguados posible de tela que se ofreció a comprarme aunque decliné su ofrecimiento puesto que prefería adquirirlos yo para escogerlos a mi gusto.

C o n t i n u a r á