Ninfómana y obediente (Parte número 14).
Parte catorce de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
Como nuestro país de destino tenía en el turismo sexual una de sus más importantes fuentes de ingresos me entusiasmé pensando que allí iba a tener la oportunidad de encontrarme con chicas de mi edad en la misma situación. Un mes más tarde realizamos el desplazamiento con los gastos del viaje y de la estancia pagados. Al llegar a nuestro nuevo destino descubrimos que sólo una minoría de la población hablaba español por lo que no nos iban a servir de mucho nuestros conocimientos del idioma cuándo casi todo el mundo se entendía en inglés pero mis padres decidieron integrarse con esa minoría y alquilar una amplia y confortable vivienda en la llamada “zona latina”. Me llamó la atención que la minifalda se encontrara en pleno apogeo; que existiera una gran actividad sexual en las que las hembras permitían que los varones, además de ponerlas muy cachondas usando unos pequeños estimuladores a pilas con las que las excitaban el clítoris y la raja vaginal, se recrearan haciéndolas todo tipo de cochinadas antes y después de joderlas y de echarlas su leche y de que se considerara al pantalón como una prenda exclusivamente masculina y sólo a las turistas y por aquello de que dejaban dinero, las estaba permitido usarlo mientras las demás mujeres nos veíamos obligadas a vestirnos con falda, sin importar que fuera demasiado ceñida y/o corta, puesto que se consideraba que con el pantalón y más cuándo era ajustado, se fomentaba el que salieran a relucir las más bajas pasiones masculinas y que se incrementara aún más el número de actos sexuales no consentidos. Aunque tuve que acatarlo, no estaba de acuerdo con aquello puesto que consideraba que muchas jóvenes que había visto durante mis primeros días de estancia en el país incitaban mucho más al sexo a cualquier varón con sus ceñidas y menguadas faldas que si vistieran con pantalones ajustados.
Mientras Jean Pierre comenzaba a desarrollar la misión que le habían encomendado, Jacqueline decidió reducir su jornada laboral para dedicarnos más tiempo a Judith y a mí. Unos meses más tarde mi padre se había convertido en una persona influyente y respetada entre la colonia de habla hispana por lo que pudo conseguir que me dieran trabajo en la oficina de una industria que fabricaba piezas para la empresa de automoción en la que él trabajaba. Al comenzar a desarrollar mi actividad laboral me planteé el independizarme, idea que mi padre no consiguió asimilar, para lo que conté con la inestimable ayuda de Jacqueline que me ayudó a encontrar un pequeño pero muy acogedor y cómodo apartamento próximo a su domicilio y a amueblarlo con lo más básico para que pudiera vivir en él con mi hija.
Pero, al dejar mi país de nacimiento, volvió a renacer mi desazón sexual después de comprobar que allí las féminas eran, desde temprana edad, muy golfas y guarras y los varones ardientes y viciosos por lo que, en todos los lados, me encontraba con actividad sexual y mientras los hombres europeos se desplazaban a ese país para poder disfrutar sexualmente de sus ardientes y hermosas hembras y mi padre no tardó en lograr “aliviar” su desasosiego sexual con dos ó tres jovencísimas asiáticas dispuestas a satisfacerle en todo y con la frecuencia que fuera precisa, a los orientales les gustaba mantener relaciones con mujeres europeas por lo que no tardé en contar con un grupo de fervientes “admiradores” deseosos por disfrutar de mis encantos y de mis favores sexuales pero que, a pesar de sentirme atraída por los asiáticos, me defraudaron ya que, excepto alguna muy honrosa excepción, se encontraban dotados de un miembro viril fofo y lánguido que me costaba horrores que se les pusiera tieso para, luego, sufrir “gatillazos” ó explotar con una celeridad impresionante en cuanto me lo “clavaban” y expulsando una mínima cantidad de “salsa”. A cuenta de las dimensiones de su “rabo” no me llegaba a sentir nunca llena puesto que, al ser delgados y de poca longitud, no conseguían estimularme ni acrecentar mi placer al dilatarme el útero, que era algo que me encantaba, ni favorecían que echara masivamente mi “baba” vaginal y que llegara a mearme de gusto al más puro estilo fuente mientras que con sus rápidas descargas no me daba tiempo a alcanzar el clímax por lo que siempre me quedaba con ganas de más y como me parecía imposible que alguna de aquellas “salchichas” volviera a ponerse en condiciones para darme más leche después de haber eyaculado una vez, tenía que “aliviarme” sobándome y “haciéndome unos dedos” al acabar de joderme. Decidí solventar aquel problema manteniendo relaciones con dos varones a la vez con intención de que el segundo me “clavara su tranca” en cuanto el primero terminaba de mojarme con su “salsa” con lo que, durante unos meses, logré obtener una relativa satisfacción sexual.
Aunque había de todo, la mayor parte de los hombres asiáticos en condiciones de eyacular me la sacaban cuándo estaban a punto de descargar para depositar su leche en la zona externa de mi potorro, en mi “felpudo” pélvico y en la parte alta de mis piernas, para que se la “cascara” manualmente con intención de mojarme las “peras” ó para que se la chupara con el propósito de explotar en mi boca y poder darme “biberón” puesto que lo que más les agradaba era que, sin tener que obligarme a ello, “degustara” y me tragara su leche. Había otros que, temiendo que pudiera trasmitirles algún tipo de enfermedad sexual, se colocaban un condón antes de introducirme la verga por vía vaginal mientras que a los demás les pirriaba “clavármela a pelo” y explotar con total libertad en el interior de mi “seta” y más cuándo sabían que estaba tomando pastillas “anti baby”. Como no podía disfrutar de una “banana” a mi gusto y de unas aceptables descargas de leche, me motivaba incitándoles a que se mearan después de eyacular para lo que les hacia mantener su chorra dentro de mí ó que me la volvieran a “clavar” para que me echaran su lluvia dorada mientras me daban unos nuevos envites con sus movimientos de “mete y saca”. Su micción solía ser bastante abundante por lo que me permitía llegar al clímax mientras la iba recibiendo aunque me topé con algunos asiáticos que, aunque todos se comportaran como unos cerdos a los que les encantaban este tipo de marranadas, no estaban dispuestos a complacerme al excitarles mucho más el echármela en la boca para que les tuviera que chupar el cipote mientras me daban su orina.
Al principio y como me había sucedido en Europa, sentía bastante asco y mucha repugnancia al recibir y tragarme su lluvia dorada, probablemente influida por el recuerdo de las micciones masculinas que ingerí y obligada, durante la nefasta velada nocturna en el hotel en el que me alojé cuándo realicé el viaje de fin de curso, pero terminé haciéndome a su olor y a su sabor y como me sucedió con Helena y con Inge, me resultaba de lo más delicioso y excitante el que me dieran su orina por lo que me estimulaba el poder ingerir el mayor número posible de meadas masculinas para que no se desperdiciaran.
C o n t i n u a r á