Ninfómana y obediente (Parte número 09).
Novena parte de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
Ioana, para darles tiempo a recuperarse y para que los estimulantes fueran haciendo efecto, me enseñó, una vez más, su abierta, depilada y húmeda “almeja” manteniendo su falda levantada antes de colocarse en cuclillas sobre mi boca y obligarme a comérsela mientras ejercía tal presión en mi nariz que casi me ahoga. Al llegar al clímax me mojó con su “baba” vaginal la nariz, los ojos y los pezones y después de volverme a magrear las tetas, se echó sobre mí con intención de frotar su “chirla” con la mía hasta que se meó encima de mí. Acto seguido se levantó, buscó dentro del armario una descomunal braga-pene dotada de un espectacular “instrumento”, de unas dimensiones similares a las de la “tranca” de Daniel y se la puso. Para entonces estaba escocida, exhausta y rota por lo que, siendo incapaz de oponer la menor resistencia y después de hacerme chupar aquella descomunal verga artificial durante unos minutos hasta que la dejé bien empapada en mi saliva, me liberó de las ataduras y me obligó a ponerme a cuatro patas para que me mostrara bien ofrecida con intención de volver a castigarme la masa glútea con sus cachetes antes de penetrarme analmente con aquel “juguete” de una manera tan brutal que los dos hombres me tuvieron que agarrar con fuerza para que no me moviera. Como pude escondí mi cabeza debajo de la almohada y me mordí los labios para intentar soportar el intenso dolor que llegué a sentir al notar los estragos que el “mástil” estaba provocando dentro de mi trasero y me daba cuenta de que, si Daniel me había desvirgado vaginalmente, esa zorra estaba haciendo lo propio con mi culo y de una manera bastante bárbara y desagradable.
Me poseyó, dándome unos envites impresionantes entre sus constantes insultos y haciéndome mantener bien apretadas mis paredes réctales al “instrumento”, hasta que los dos varones volvieron a lucir tiesa su “banana” y la dijeron que estaban en condiciones de volverme a penetrar lo que hicieron de inmediato demostrando mucho más interés por “clavármela” por el trasero, haciéndome sufrir lo indecible, que por el chocho en lo que se prodigó bastante más Ioana con la braga-pene durante los periodos de descanso de sus amigos que me encularon durante tanto tiempo que, a pesar de que la joven me había dejado el orificio anal sumamente dilatado, llegué a sentir perfectamente el momento en que Daniel me lo desgarró con su gran chorra.
Hasta ese día había pensando que mi agujero anal no podía dar cabida a tiesos cipotes de aquel tamaño y con su exhaustiva penetración anal descubrí que era una chica de fácil defecación puesto que, en cuanto me conseguían enjeretar el miembro viril y la punta se acoplaba a mi intestino, me entraban unas ganas enormes de “jiñar” por lo que ambos tuvieron que extraerme su “flauta” para que, sin ser capaz de variar mi posición y delante de ellos, evacuara, de forma más ó menos masiva, antes de seguir poseyéndome por el culo. Según me indicaron no era la primera hembra ni sería la última que se “jiñaba” mientras era penetrada analmente pero esa noche lograron que, después de varias descargas líquidas, mi intestino terminara completamente vacío.
No estoy segura de las veces que los dos varones me metieron su minga por el chumino y por el ojete a lo largo de aquella velada nocturna que parecía no tener fin ni del número de lechadas que me consiguieron echar pero de lo que, si que me acuerdo, es de que comencé a sufrir pérdidas urinarias a cuenta del elevado grado de excitación sexual que había llegado a alcanzar y del tremendo desgaste que estaba sufriendo, que Ioana no parecía cansarse de penetrarme vaginalmente con la ayuda de la braga-pene y que los dos varones me hicieron el “bocadillo” mientras la joven, permaneciendo en una posición casi acrobática, me obligaba a realizarla otra larga comida de coño que aprovechó para echarme su lluvia dorada en la boca que tuve que ingerir íntegra antes de que sintiera culminar, con escasos segundos de diferencia, a sus dos amigos en mi interior. Cuando me sacaron el “nabo” y dejaron de darme tralla con intención de que Nicolae me sacara varias fotografías mientras Ioana me mantenía los labios vaginales abiertos y Daniel me forzaba con uno de sus puños, debí de perder el conocimiento. Aunque, desde ese momento, me sentí ajena a lo que estaba sucediendo a mi alrededor, Ioana se ocupó de recuperarme y de “estimularme” a base de suministrarme cortas descargas eléctricas con el raro artilugio que había usado en el salón en las tetas, en el clítoris y en la raja vaginal. Recuerdo vagamente que Daniel y Nicolae me volvieron a “machacar” el culo echados sobre mí mientras permanecía acostada boca abajo, que sentí depositarse su leche a chorros en mi interior y que, después de mearse en mi espalda, Ioana me puso los glúteos como un tomate con sus cachetes antes de volver a perder la conciencia.
Cuándo le recuperé estaba sola. El colchón, empapado en leche y en lluvia dorada y mostrando mis evacuaciones, junto a los escozores, las molestias y las pérdidas urinarias que sufría me hicieron ver que no se trataba de un mal sueño, que en una misma noche había perdido mi virginidad vaginal y anal y que me había jodido reiteradamente por los dos agujeros. Me levanté, dolorida y escocida, recorrí la suite sin hallar a nadie y como me sentía sumamente sucia, me dirigí al cuarto de baño en donde me di una minuciosa ducha con intención de quitarme la gran cantidad de leche seca que tenía pegada por todo el cuerpo mientras notaba un intenso dolor anal que me confirmaba que Daniel me había desgarrado el ojete y que intenté aliviar con agua fría. Después me cubrí con una toalla y tras comprobar que con la ducha casi habían desaparecido los efectos de mi aturdimiento y de mis mareos, llamé a Kirsten. Al coger el teléfono escuché una voz masculina que, enseguida, reconocí puesto que era la de Erik, un cabronazo que durante ese curso se había “pasado por la piedra” a la mitad de mis compañeras y que, me supuse, se habría puesto de acuerdo con ella para pasar juntos la última velada nocturna de aquel viaje trajinándosela para, como solía decir, “pasar una noche buena con una golfa cerda” y al día siguiente jactarse de ello con sus amigos. La pedí que me llevara ropa a la habitación en la que me encontraba lo que hizo varios minutos después una vez que, de acuerdo con lo que me confesó, Erik, que se había pasado la noche con el pene introducido en su boca, en su potorro y en su culo, la echara un nuevo polvo.
Aquello me sirvió para chantajearla puesto que ni a ella la interesaba que se supiera que había pasado la noche con aquel salido ni a mí que los supuestos médicos me hubieran hecho de todo menos cuidarme por lo que nos pusimos de acuerdo para decir a todo el mundo que, una vez que me provocaron el vómito, me comencé a sentir mucho mejor por lo que me llevaron a mi habitación y que habíamos pasado la noche juntas.
Pero sentía la necesidad de saber quienes habían sido los hijos de puta que me habían retenido y me habían dado tanta “mandanga” a lo largo de la noche por lo que, antes de desayunar, me dirigí a la recepción del hotel en donde me dijeron que no sabían nada de que se estuviera celebrando ningún congreso médico, que los nombres de Daniel, Ioana y Nicolae eran bastante normales y sin su apellido no les decían nada y que la suite en la que, supuestamente, me habían jodido había permanecido desocupada esa noche demostrándome que la tarjeta de acceso a la misma llevaba más de cuarenta y ocho horas desactivada. No me lo podía creer y mientras desayunaba pensé que los dos varones y la mujer podían formar parte del personal del hotel lo que les permitía disponer de una llave maestra para acceder a todas las habitaciones por lo que volví a la recepción en donde, esta vez, me atendió una joven que no me prestó atención hasta que me puse muy borde con ella y me dijo que, si era verdad que había pasado la noche en esa suite en compañía de otras tres personas, la explicara como habían podido abrir la puerta lo que desconocía puesto que, cuándo entré en ella acompañada por los dos varones, estaba abierta. Al final y cansada de escucharme, me advirtió de que era muy grave que, sin pruebas en las que basarme, formulara cualquier tipo de acusación contra el personal del hotel.
Me hubiera gustado indagar más pero tuve que dejarlo puesto que, antes de emprender el viaje de regreso y en vista de que el dolor iba a más y que la gran cantidad de crema hidratante que Kirsten me había dado en un cuarto de baño situado en la planta baja del hotel no me había aliviado nada, quería acudir a un centro médico en el que, como me suponía, me confirmaron que sufría un desgarro anal por lo que tuvieron que darme unos puntos de sutura. Me alegré de haber sido atendida allí para que, a pesar de las muchas molestias que me ocasionó, mis padres no se enteraran. Durante los días posteriores me encontré inmersa en un buen repertorio de escozores y de molestias y para colmo, padecí los efectos de un proceso diarreico que parecía que no iba a acabar nunca y una persistente incontinencia urinaria pero, a pesar de lo molesto que me resultaba, consideraba que era un mal menor puesto que, al menos, mis compañeras no se habían podido reír de mí al comprobar que su desquite las había salido mucho mejor de lo que habían planeado.
C o n t i n u a r á