Ninfómana y obediente (Parte número 07).
Séptima parte de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
Me encontraba un poco mejor cuándo pasaron por nuestro lado dos jóvenes, uno de ellos alto y de cabello rubio y el otro moreno, en compañía de una minifaldera chica de cabello rizado y gesto serio. Aunque nos miraron y nos saludaron, siguieron su camino hacía el ascensor pero, al llegar a él, se dieron la vuelta y hablándonos en inglés, los varones se arrodillaron junto a mí y se interesaron por saber lo que me pasaba mientras la muchacha intentaba explicar a mis compañeros que eran médicos y que estaban asistiendo a un congreso. La chica, abierta de piernas, permaneció de pie mientras los varones me hacían un supuesto primer examen durante el cual uno de ellos no dudó en acariciarme el “bosque” pélvico antes de introducir su mano por mi mojada braga para, descaradamente, sobarme la raja vaginal mientras el otro esperaba pacientemente y en silencio a que terminara de magrearme para ayudarme a sentarme con la espalda apoyada en la pared y explicarme que, al parecer, estaba sufriendo los efectos de una intoxicación etílica por lo que era conveniente que pasara la noche con ellos para poder estar pendientes de mi evolución. Aunque sólo había bebido agua y refrescos a lo largo del día, supieron aprovechar que me encontrara tan confusa para que mis compañeros y yo nos “tragáramos” su diagnostico.
Los dos hombres se hicieron cargo de mí y tras despedirse de mis compañeros, me llevaron a la “silla de la reina” hasta su amplia habitación. La muchacha mantuvo la puerta abierta y aunque mi mareo empeoraba por momentos, al entrar pude observar que era una suite. Me llevaron hasta un cuarto de baño en donde me dejaron a solas con la atractiva y sugerente chica que, con cara de pocos amigos y gesto dominante y serio, me indicó que se llamaba Ioana y de malas maneras, me hizo colocarme de rodillas ante el inodoro. Unos segundos después y con muy poca delicadeza, me hizo abrir la boca, me taponó la nariz y me metió sus dedos en el gaznate con lo que, mientras me decía que estaba ansiosa por comprobar lo cerda que era, me provocó el vómito. Mientras “potaba” y la cabeza me daba vueltas, la joven se colocó en cuclillas detrás de mí y me sobó repetidamente el chocho pasándome su mano extendida desde el “felpudo” pélvico al ojete y viceversa con lo que, a pesar de las circunstancias, logró ponérmelo muy jugoso. En cuanto terminé de devolver me metió por segunda vez los dedos y entre insultos, me obligó a echar hasta la primera papilla que, en su día, me había dado mi madre. A pesar de que me encontraba fatal después de haber “potado” dos veces, la chica me magreó el chumino y las tetas e incluso, me “taladró” el ojete con sus dedos para realizarme un montón de hurgamientos hasta que logró que me meara y que la impregnara los dedos en mi caca. Notó perfectamente que me estaba “jiñando” pero me continuó forzando con energía y cuándo me sacó de golpe sus apéndices del orificio anal, me llamó un montón de veces cerda, furcia, golfa, puta y ramera mientras disfrutaba viéndome expulsar una larga y masiva defecación líquida que, al igual que había sucedido con mi micción, dejó que se depositara en el suelo.
Ioana, obligándome a permanecer a cuatro patas, me propinó un montón de cachetes en la masa glútea que me debió de poner como un tomate antes de que me secara el coño con su mano extendida y me limpiara el orificio anal con su lengua. Después y agarrándome del cabello, me hizo incorporarme y me ayudó a llegar al salón en donde nos sentamos juntas en un amplio y cómodo sofá. Ioana miró e hizo varias señales con sus manos a sus dos amigos que me ofrecieran un vaso de tubo conteniendo un líquido de color anaranjado que me dijeron que tenía que beberme de un trago para que pudiera encontrarme mejor. Como tenía mucha sed y mal sabor de boca después de haber “potado” en dos ocasiones no pensé que pudiera tratarse de una bebida alcohólica e hice lo que habían dicho. Aquello fue una mezcla de lo más explosiva que Ioana aprovechó para despojarme del pantalón y de la braga, que colgaban de mi tobillo derecho y obligándome a abrirme todo lo que pude de piernas, me hizo mostrar a los varones mi “arco del triunfo” mientras con sus dedos me mantenía sumamente abiertos los labios vaginales para que me lo pudieran ver mejor antes de pasarme su mano extendida por mi abierta raja vaginal y de mostrarse interesados en conocer las experiencias sexuales que había mantenido en los últimos meses.
No llegué a explicarles nada puesto que Ioana me introdujo vaginalmente un artilugio parecido a una pila de petaca con lo que, aparte de hacerme saltar como un muelle del sofá, comencé a sentir que mi cabeza daba más vueltas que antes, que se estaba incrementando mi mareo y el escozor vaginal y que sentía mucho calor en mis entrañas a cuenta del extraño aparato que la joven mantenía en mi interior y que, de repente, comenzó a darme unas pequeñas descargas eléctricas en los ovarios con las que Ioana parecía pretender estimularlos y despertarlos de su letargo. La chica, sin dejar de insultarme, me sobó a conciencia delante de los dos hombres, que no cesaban de reírse de mí y de llamarme ingenua y puta, hasta que consideraron que estaba suficientemente “entonada”. Uno de los varones me sacó bruscamente el artilugio del orificio vaginal, que quedó convertido en una abierta y amplia cueva, mientras Ioana me ayudaba a levantarme para hacerme ir con ella a una de las habitaciones de la suite en donde me obligó a acostarme boca arriba y apoyando la cabeza en la almohada, sobre el desnudo y frío colchón de agua de una gran cama de matrimonio antes de cerrar la puerta y volver a quedarme a solas con ella.
Ante mi impotencia y tras examinar todo mi cuerpo con detenimiento, la joven decidió atarme de pies y de manos a la cama, muy abierta de piernas y colocándose en medio de ellas, me volvió a “taladrar” el ano con sus dedos con los que, una vez más, me hurgó enérgicamente al mismo tiempo que me efectuaba una excepcional comida de potorro. Desde que había roto mi relación con Helena no me sentía demasiado atraída por el sexo lesbico pero aquella guarra consiguió ponerme tan sumamente “burra” que, poco más de diez minutos, llegué al clímax y con ganas, tres veces antes de que me succionara de tal manera la vejiga urinaria que me hizo darla en la boca mi lluvia dorada que “degustó” e ingirió íntegra entre evidentes muestras de satisfacción. Mientras me iba pasando su mano extendida por la “seta” para secarme, me iba sacando despacio sus dedos del ojete y me comentaba que sus amigos Daniel y Nicolae me iban a convertir en una perra ardiente, guarra y salida, se abrió la puerta y los dos hombres, totalmente desnudos, entraron en la habitación.
C o n t i n u a r á