Ninfómana y obediente (Parte número 05).
Quinta parte de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.
A cambio de mi discreción Michael me hacía regalos, me compraba conjuntos de ropa interior calados y con tanga a mi gusto y estaba pendiente para que nunca me faltara algo de dinero en el bolso pero lo que más me gustaba era que, cada vez que me la mostraba, la “tranca” luciera bien tiesa hacía arriba. Llevaba algo más de un mes meneándosela y sacándole la leche casi a diario en el garaje ó en el trastero de su domicilio cuándo una tarde y mientras se la “cascaba” lentamente, me indicó que había llegado a mantener varios contactos sexuales el mismo día pero que nunca había logrado echar dos lechadas en la misma sesión y que, como le excitaba mucho verme “dándole a la zambomba”, quizás pudiera conseguirlo con mi ayuda por lo que me pidió que se la siguiera meneando después de sacarle la primera lechada.
Así lo hice, tras presenciar otra de sus impresionantes descargas y llena de curiosidad puesto que seguía convencida de que los hombres eran de eyaculación única y no me parecía que Michael fuera la excepción al ser capaz de darme la alegría de echar otro polvazo. No obstante, me esmeré en menearle la verga intercalando movimientos sumamente rápidos con otros lentos y aunque llegó a lucir inmensa y me resultaba evidente que estaba disfrutando, me comencé a desilusionar al ver que el tiempo iba pasando y que no era capaz de hacerle explotar por segunda vez y tampoco pretendía dejarle tan sumamente excitado y sin ver cumplido su anhelo.
De repente me acordé de que había leído que la mejor forma de obtener un rendimiento sexual óptimo de los varones, con descargas más copiosas y rápidas, era “taladrándoles” el orificio anal con los dedos para realizarles unos masajes prostáticos con intención de estimularles su “punto g” por lo dejé de meneársela y le hice ponerse a cuatro patas. Como había visto hacer a mis padres, me arrodillé detrás de él, le lamí el ojete, me ensalivé un par de dedos, se los coloqué en el ano y sin demasiada delicadeza, fui apretando hasta que se los conseguí meter muy profundos. Comencé a hurgarle analmente con movimientos circulares al mismo tiempo que le volvía a “cascar” el miembro viril. Enseguida me percaté de que aquello estaba dando resultado y un par de minutos más tarde noté que se le contraían los músculos expulsores con lo que, aunque intentó demorar su salida para poder disfrutar más del gusto previo, no tardó en echar otra ingente cantidad de leche mientras me comentaba que estaba sintiendo un placer mucho más intenso que la primera vez. Un poco después de terminar de salirle la lefa y mientras continuaba hurgándole analmente, se orinó ante mí. El verle expulsar su lluvia dorada me entusiasmó tanto como sus soberbias lechadas por lo que le continué meneando la “banana” y dándole satisfacción anal hasta que, al terminar de mear, se le quedó “a media asta” y un poco después, se la pude ver fofa y lánguida, apuntando hacía abajo, pero manteniendo el capullo abierto. Aquella tarde los dos terminamos la sesión sumamente complacidos.
Desde entonces unos días le sacaba un polvo y otros dos y el segundo manteniéndose colocado a cuatro patas ó acostado boca arriba permaneciendo con sus piernas dobladas para mostrarse bien ofrecido con el propósito de que le pudiera perforar el ojete con mis dedos y efectuarle unos exhaustivos hurgamientos anales al mismo tiempo que le “cascaba” la chorra. Pero, con el paso del tiempo, aquello dejó de estimularle lo suficiente por lo que, al no terminar de habituarse a dar dos lechadas seguidas, comenzó a sufrir algunos “gatillazos” a la hora de echar la segunda y para conseguir que se excitara más, conseguí que, mientras le meneaba el cipote, me contara con todo lujo de detalles como se tiraba a su cónyuge con lo que, además de seguir instruyéndome sexualmente, no volví a tener problemas para que se le volviera a poner a tope, se le humedeciera y culminara echando otra gran cantidad de “salsa”. Cuándo completó su amplio repertorio de coitos y de lechadas opté por quedarme en bolas después de producirse su primera explosión con el propósito de que se estimulara viéndome desnuda y pudiéndome magrear las tetas y mamármelas después de que me las empapara con leche de vaca. Más tarde y manteniéndome doblada, me mostraba ofrecida para que, manteniéndome bien abierto el orificio anal con sus dedos, me lo lamiera a conciencia y me hiciera el “colibrí”, con su lengua introducida lo más profunda que podía en mi conducto para limpiarme las paredes réctales, con lo que me llegaba a dar una gran satisfacción al mismo tiempo que facilitaba que, al terminar, liberara algunas ventosidades que le agradaba que “depositara” en su cara para poder “saborearlas” antes de que se centrara en mi “almeja” que siempre dejaba para al final puesto que, según decía, la tenía tan jugosa que, en cuanto me la sobaba, le entraban tantas ganas de echar más leche que la minga se le volvía a poner en condiciones para soltarla aunque, antes de volver a “darle al manubrio”, me gustaba estimularle un poco más realizándole unas breves “chupaditas” y pasándole repetidamente mi lengua por la abertura del “nabo” con lo que le dejaba de lo más ansioso y dispuesto para que, una vez que le metía un par de dedos en el orificio anal y procedía a menearle el miembro viril, no tardara demasiado en culminar echando la segunda lechada y su posterior micción.
Como el dejar a Michael con el pene descargado me llenaba cada día más, decidí dedicarme en exclusiva a esta relación por lo que fui perdiendo interés por ver los atributos sexuales y por “cascarles” la picha a los demás chicos puesto que ninguno de ellos se encontraba dotado de una “flauta” tan gorda, larga y tiesa como la de Michael que una tarde me obligó a “bajar al pilón” para comenzar a efectuarle felaciones. Durante varios días me avisó cuándo estaba a punto de producirse su eyaculación con intención de que me la sacara de la boca y procediera a meneársela con mi mano para que le extrajera la leche pero una tarde, al sentir que le estaba viniendo, me agarró con fuerza de la cabeza y me obligó a permanecer con su pilila totalmente introducida en mi boca en donde no tardó en descargar con todas sus ganas mientras me insultaba y me decía que, si quería llegar a ser una buena “yegua”, me tenía que acostumbrar a recibir su leche. En esa ocasión sentí un buen repertorio de arcadas y de náuseas mientras me la echaba para, más tarde, “potar” y por dos veces pero en pocos días me habitué a su espesor y a su sabor por lo que, sin que tuviera que volver a forzarme para que los ingiriera, Michael me empezó a dar un “biberón” tras otro. Pocos días después debuté ingiriendo su micción. Aunque me había bebido muchas veces la de Helena, aquella fue la primera vez que ingerí la orina masculina que me agradó tanto como la femenina por lo que, cada día que pasaba, su “gasolina” y su lluvia dorada me resultaban mucho más agradables y sabrosas.
C o n t i n u a r á