Ninfómana y obediente (Parte número 04)

Cuarta parte de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.

Cierto día conocí a Michael, un seductor compañero de trabajo de mi padre, con el que, a pesar de que me doblaba en edad, fui haciendo amistad y cogiendo confianza. Como vivía en la misma zona residencial que nosotros solía ir con él a hacer ejercicio, sobre todo footing y a jugar al tenis y los fines de semana a pasear. Me complacía el observar que, cuándo estaba conmigo, se le marcaba un buen “paquete” en el pantalón y que parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas cada vez que me veía en bikini en alguna piscina ó en ropa interior cuándo no nos quedaba más remedio que compartir el mismo vestuario. Pero nada sucedió hasta que la tarde de un domingo decidimos ir juntos al cine.

La película que elegimos no se ajustó en nada a nuestras expectativas y al resultarme bastante aburrida, en mitad de la proyección sentí un gran sopor por lo que, para quedarme dormida, busqué donde apoyar mi cabeza hasta que encontré el hombro derecho de Michael que aprovechó para pasarme su brazo por la espalda y ponerme su mano en la cintura. Un poco más tarde, me hizo apretarme a él y al mirarle, me dio un largo “morreo” en la boca mientras, a través del vestido, me tocaba las tetas con lo que me dejó bastante transpuesta. Un cuarto de hora después y tras haberme opuesto a ello en sus intentos anteriores, consiguió introducirme su mano por debajo de la falda y haciéndome abrir las piernas, me acarició repetidamente la raja vaginal a través de la braga hasta que me obligó a colocar mi pierna izquierda sobre la derecha suya e introduciendo su mano en mi prenda íntima, entró en contacto con mi chumino que me sobó a conciencia durante varios minutos antes de que se decidiera a “hacerme unos dedos” manteniéndome presionado el clítoris con la palma de la mano. Era la primera vez que un hombre me magreaba y me masturbaba y me agradó tanto que llegué varias veces al clímax con lo que el agradable sonido de mi flujo y la muy excitante “fragancia” que despedía mi raja vaginal fueron más que perceptibles en la zona en la que, prácticamente solos, nos habíamos situado. Con la película bastante avanzada Michael me hizo levantar ligeramente el culo del asiento para poder subirme la falda y bajarme la braga hasta las rodillas con intención de verme el coño y poder escuchar mejor el grato sonido de mi “baba” vaginal al mismo tiempo que seguía dándome placer. Al acabar la proyección había conseguido alcanzar tantos orgasmos que estaba a punto de orinarme de autentico gusto por lo que, en cuanto logré que me sacara los dedos del potorro, me apresuré a ponerme bien la ropa y salí disparada hacía el cuarto de baño. Cuándo entré en él no me pude aguantar más y antes de acomodarme en el “trono”, se me salió la micción y de una manera tan copiosa que terminé de empapar mi prenda íntima por lo que me la tuve que quitar para, envuelta en papel higiénico, depositarla en la papelera.

Al salir del cine tomamos un café. Michael aprovechó para decirme que estaba buenísima pero que tenía que dejar de depilarme la “seta” para, en su lugar, lucir un poblado “bosque” pélvico y que, como buena parte de las danesas, debía de olvidarme del sujetador para que se me marcaran más los “melones” y mis pezones empitonados en la ropa y acostumbrarme a usar tanguitas y a ser posible calados, en vez de braga. No le prometí nada pero me propuse complacerle en su primera y última petición aunque, como no me adaptaba al tanga puesto que me presionaba la raja vaginal y me molestaba el mantener la tela introducida en la raja del culo, decidí intercalar su uso con la braga.

Cuándo llegamos al garaje de su domicilio me hizo permanecer dentro de su coche mientras me comentaba que estaba pasando mucha “hambre” desde que su cónyuge, después de haber dado a luz, había sufrido una depresión post parto que la había ocasionado una apatía sexual absoluta mientras él necesitaba descargar leche con regularidad ya que, el no hacerlo, le afectaba a los nervios, le deprimía y le cambiaba el carácter, volviéndole mucho más irascible. Le dije que se podía “aliviar” haciéndose pajas con la frecuencia que precisara para soltar su “salsa” y para que sus cojones tuvieran que reponer “gasolina” a lo que me contestó que llevaba semanas haciéndolo así pero que no terminaba de encontrarse satisfecho con ello por lo que había pensado en que, para estimularse convenientemente, una preciosidad como yo se ocupara de sacarle la leche de tres a cuatro veces por semana. Pensé que había llegado el momento de, aunque me llenaba, finalizar mi relación lesbica con Helena para centrarme en la “salchicha” de un hombre hecho y derecho como Michael y poder observar como se le iba poniendo bien tiesa, como llegaba a lucir su capullo bien abierto y como explotaba.

Al entender que era la persona más idónea para completar mi instrucción sexual le indiqué que aceptaría su propuesta si me demostraba que su miembro viril merecía la pena. Salimos del coche y apoyándose en la pared, Michael se bajó el pantalón y el calzoncillo para enseñarme sus atributos sexuales. Cuándo se los vi me quedé asombrada y maravillada por sus dimensiones y debí de permanecer con la boca abierta hasta que me indicó que se los podía tocar todo lo que me diera la gana, lo que hice y encantada de inmediato. Me recreé tanto con ello que, cuándo procedí a realizarle la primera paja, se encontraba tan salido que le brotó la “salsa” con una celeridad similar a la de mis compañeros de estudios y echando una cantidad impresionante de chorros de espesa leche.

C o n t i n u a r á