Ninfómana y obediente (Parte número 03).

Tercera parte de esta historia que, en primicia, brindo a mis lectores esperando que sea de su agrado y la sigan con interés.

Desde el momento en que Jacqueline empezó a lucir “bombo” mi padre me obligó a dormir en mi habitación. Semejante imposición causó que perdiera todo mi interés por verles en acción mientras se daban tralla. Unos meses después de nacer Judith nos fuimos a vivir a una moderna zona residencial, situada a pocos kilómetros de Copenhague, en la que mayoritariamente se alojaban familias que no eran originarias del país. Allí conocí e hice amistad con una chica de origen finlandés, llamada Helena, que era cinco años mayor que yo y siempre estaba salida. La joven se encargó de sacar a mi libido de su letargo puesto que, en cuanto teníamos ocasión de quedarnos solas en su domicilio ó en el mío, se desnudaba y se “hacía unos dedos” delante de mí mientras me animaba a imitarla para que sintiera gusto y pudiera alcanzar mis primeros orgasmos mientras el ambiente se impregnaba en la agradable “fragancia” de nuestra raja vaginal. Al tener más edad y más experiencia no tardó en percatarse de que me gustaba la masturbación y de que me encantaba darme satisfacción a solas por la noche en la cama pero que me retraía cada vez que tenía que hacérmelo ante ella a pesar de que me solía “calentar” y mucho, el que me enseñara su amplísima colección de fotografías “picantes” y el que me narrara con todo detalle algunas de las experiencias sexuales en las que había participado activamente ó que había tenido ocasión de ver.

Helena me indicó que si quería sacar rendimiento a mi cuerpo tendría que tener a mi lado a otra persona que me incitara a hacerlo y que, si era necesario, me obligara a gozar del sexo hasta que me convirtiera en una golfa. Sin darme la posibilidad de pensármelo decidió asumir el papel de incitadora con lo que pudo comprobar que obtenía mucho mejor rendimiento de mí a través de la obediencia y la sumisión por lo que comenzó a mostrarse dominante e inflexible conmigo y una vez que consiguió involucrarme en una masturbación cada vez más frecuente, me hizo mantener con ella una actividad sexual lesbica en la que, sobre todo, nos prodigamos en realizar “tijeretas” con intención de realizarnos unas exhaustivas comidas de chocho hasta que, con lo que el ambiente impregnando en nuestra “fragancia” y a base de estimularnos la vejiga urinaria, nos meábamos en la boca de la otra lo que a Helena la encantaba pero que a mí, al principio, me pareció una autentica marranada y me resultaba de lo más asqueroso y repugnante aunque, obligada por ella, pude comprobar que no era tan desagradable como pensaba y una vez que me acostumbré al olor y al sabor de su lluvia dorada, la llegué a considerar sumamente deliciosa y excitante por lo que su micción me terminó gustando tanto como la mía a Helena.

Pero no contenta con aquello me enseñó a hacerla el “beso negro” y el “colibrí” para que la diera satisfacción anal obligándome a mantener mi lengua introducida en su ojete durante bastante tiempo con intención de que, según me decía, la pudiera limpiar mejor las paredes réctales y estimularla para que se pedorreara en mi cara. Más adelante intentó convencerme para que, en contra de lo que hacía mi madre y buen número de danesas, no me volviera a depilar el vello púbico puesto que, a pesar de reconocer que era más higiénico el mantener el “arco del triunfo” despejado de pelos, me decía que a muchos varones les gustaba disponer de un poblado “felpudo” en el que poder limpiar la punta de su miembro viril después de su descarga.

Meses después y con ella delante, me hizo empezar a “morrearme”, con y sin lengua, con varios de los compañeros de estudios que más me gustaban y a que, mientras nos besábamos, me olvidara de mi pudor y de mi recato para que, sin cortarme, les colocara mis manos en la masa glútea para obligarles a permanecer apretados a mí con intención de frotarme vestida con ellos e ir notando como se iban empalmando. Siguiendo las indicaciones que me daba Helena, en cuanto la “pistola” se les ponía bien tiesa me separaba de ellos dejándoles con un soberbio “calentón” que la mayoría se apresuraba a “aliviarse”. Aunque dispuse de múltiples ocasiones para verles mientras se pajeaban y se sacaban la leche, mi amiga no quería que llegara a más con ninguno de ellos por lo que, para evitar tentaciones, no me dejaba permanecer a su lado mientras le “daban a la zambomba”.

Con el paso del tiempo logré convencerla de que no hacía nada malo si les acompañaba al cuarto de baño para verles y sobarles los atributos sexuales antes de quedarme en ropa interior con lo que conseguía que no me mancharan el uniforme escolar con su “salsa” y que se excitaran aún más por lo que estaban tan sumamente cachondos cuándo procedía a menearles el “pito” que se lo descargaba con suma celeridad y más si me acompañaba Helena que les motivaba aún más con su presencia y con sus insultos. Me resultaba de lo más agradable verles echar a chorros su copiosa “gasolina” mientras lucían el “plátano” bien tieso. Además y como Helena había logrado que me sintiera atraída por la orina, conseguí obtener su beneplácito para aprovechar las ocasiones que se me presentaban de sostenerles la polla con mi mano mientras les veía mear para, al terminar, meneársela con el propósito de que expulsaran las últimas gotas y de que se les fuera poniendo tiesa con intención de poder verles brotar la leche.

A cuenta de Helena y mientras se iba incrementando el número de alumnos masculinos a los que veía mear y calentaba y pajeaba asiduamente, empecé a no llevarme demasiado bien con mis compañeras que decían que era una niña cursi, pija y repipi aunque lo que, verdaderamente, las sucedía era que sentían envidia y mucha, al ver que los chicos “babeaban” por mí, atraídos por mis atractivos físicos y por mi manera de actuar, a pesar de que me limitaba a hacerles lo que Helena me indicaba y lo que me interesaba era poder verles y sobarles los atributos sexuales, mantenerles agarrado el “rabo” mientras les veía mear y “cascárselo” para extraerles la leche y observar como la echaban sin llegar a prestar una atención especial a ninguno de ellos.

Algunas de mis compañeras llegaron a decir que si me los “llevaba de calle” era porque les hacía sentirse muy atraídos por mi “delantera” y por mi delgado y terso culo aunque, desde el día en que me hicieron ese comentario, pude comprobar que parte de mis compañeros preferían ir detrás de otras chicas más “pechugonas”, “cachas” y culonas ya que, según decían, cuanto más grandes fueran los “melones” mejor se podrían “agarrar” a ellos y si disponían de un orificio anal amplio y dilatado más fácil les sería enjeretarlas analmente el miembro viril lo que, cuándo no disponían de preservativos y con intención de evitar embarazos no deseados, era bastante habitual en sus relaciones con las féminas hasta el punto de que un buen número de chicas perdía antes su virginidad anal que la vaginal.

C o n t i n u a r á