Ninfomana y obediente (Parte número 01).
Después del periodo vacacional vuelvo a ponerme en contacto con mis lectores ofreciéndoles, en primicia, la primera parte de una nueva historia que espero sea de su agrado.
Aunque toda mi familia era de ascendencia belga y francesa, mis progenitores, Jean Pierre y Jacqueline, decidieron emigrar a los Países Escandinavos al recibir una buena oferta laboral lo que ocasionó que me engendraran en Noruega y que mi alumbramiento se produjera en Dinamarca, donde se habían asentado y llevaban unos cinco meses trabajando. Me convertí en la primera de sus dos hijas y a pesar de que tenían pensando llamarme París, a última hora cambiaron de opinión y me pusieron el nombre de mis dos abuelas por lo que me llamo Catherine Nathalie que siempre me ha parecido más apropiado para la protagonista de algún “culebrón” por lo que prefiero que me llamen, simplemente, Cati.
Desde que, con pocos meses, dejé la cuna a cuenta de mis frecuentes problemas con los gases, que me lo debían de hacer pasar bastante mal y por aquello de que como a la inmensa mayoría de los niños me daba miedo la oscuridad, me acostumbré a compartir su cama y a dormir con mis padres. A medida que me iba haciendo mayor me fui dando cuenta de que mi presencia les impedía mantener ningún contacto sexual por la noche pero me seguí acostando con ellos sin llegar a plantarme el usar mi habitación al saber que, desde hacía tiempo, en cuanto me iba a dormir y muchos días cuándo se levantaban por la mañana, se “aliviaban” convenientemente encerrados en el cuarto de baño ó más ocasionalmente, en la cocina.
Siempre me han gustado las matemáticas y los idiomas por lo que me he ido convirtiendo en una políglota puesto que, además del francés, hablo las cuatro lenguas nórdicas y sus dialectos, alemán, inglés y español, idioma que aprendí animada por mi padre, pero lo que más me cautivaba desde pequeña era todo aquello que tuviera relación con la electrónica y la tecnología con lo que me mantenía muy entretenida durante las gélidas tardes de los largos periodos invernales escandinavos. Llegó un momento en el que sentí curiosidad por saber lo que Jean Pierre y Jacqueline hacían mientras permanecían en el cuarto de baño y en la cocina por lo que me decidí a aprovechar mis conocimientos y sin decirles nada, busqué los lugares más estratégicos para poder ocultar en ellos unas cámaras inalámbricas con lo que, sin pretenderlo y sin saberlo, mis progenitores se convirtieron en mis educadores sexuales.
Comencé descubriendo que mi padre se encontraba dotado de un miembro viril de dimensiones más que aceptables que se le mantenía erecto mientras meaba para bajársele al terminar y que cuándo defecaba lo colocaba entre sus piernas, que abría y cerraba continuamente. Con aquel ejercicio, además de ayudarle a evacuar, lograba que la “flauta”, poco a poco, se le fuera poniendo tiesa y que la abertura se le mojara en su propio “agüilla” pero nunca le vi sacarse la leche que reservaba para Jacqueline a la que la encantaba acariciarse la raja vaginal con su mano extendida al acabar de expulsar su orina con intención de que se la pusiera caldosa antes de limpiarse con papel higiénico. Como la agradaba mantener su “almeja” despejada de pelos, dos veces al mes tenía ocasión de verla depilarse el vello púbico lo que solía aprovechar para sobarse y para “hacerse unos dedos”. A través de las imágenes que, desde distintos ángulos, iban captando las cámaras me pude percatar de que sentía una especial predilección por la ropa íntima de colores oscuros y que, además de su altura, había heredado de ella un abultado clítoris y unos abiertos labios vaginales que, por lo que sabía, me iban a permitir disfrutar de un mayor placer y de unos orgasmos mucho más frecuentes e intensos al mantener relaciones sexuales.
Pero lo que más me excitaba era verles juntos y en acción. Por la noche me solía acostar a una hora bastante prudencial y hacerme la dormida para que se pudieran dar tralla mientras les observaba a través de un ordenador portátil que siempre tenía a mi lado. Me entusiasmaba ver a Jacqueline en tanga y a Jean Pierre en calzoncillo “morreándose” mientras colocaban sus manos en los glúteos del otro con intención de mantenerse bien apretados mientras frotaban sus cuerpos y mi madre restregaba sus tersas tetas con los pezones empitonados en el torso de mi padre hasta que su abierto y fresco capullo se le salía por un lateral del calzoncillo. Cuándo le quitaba la prenda íntima y le dejaba los atributos sexuales al descubierto, me encantaba ver como su larga “banana”, que se le empinaba hacía adelante, “apuntaba” a mi madre. Siempre estaba empalmado por lo que Jacqueline sólo tenía que sobarle un poco los huevos y pasarle el dedo gordo por la abertura para que la chorra se le pusiera a tope y diera señales inequívocas de estar deseando que le sacara la “salsa”.
Mi madre se la meneaba lentamente con su mano y le efectuaba unas breves “chupaditas” para empaparle el capullo en su saliva antes de separarse el tanga de la raja vaginal con el propósito de que Jean Pierre procediera a “clavársela” unas veces permaneciendo sentado en el inodoro para que mi progenitora le realizara una intensa cabalgada mientras le restregaba las tetas por la cara y otras con Jacqueline colocada a cuatro patas en el suelo con intención de que mi padre se arrodillara detrás de ella, la metiera hasta el fondo su “herramienta” y se la cepillara. En múltiples ocasiones Jean Pierre aprovechaba esta última posición para, después de darla unos envites vaginales, sacársela empapada en “baba” vaginal y metérsela por el ojete de su bonito, estrecho y terso culo lo que a Jacqueline no la hacía demasiada gracia aunque lo soportaba con resignación ya que era la mejor forma de acabar con su estreñimiento y a mi padre le excitaba el mantener su cipote introducido en el conducto anal de mi madre y solía tardar algo más en explotar que cuándo se la follaba vaginalmente. Con menos frecuencia la hacía permanecer tumbada boca arriba y con las piernas dobladas para introducirla la minga echado sobre ella. En cualquier caso sus eyaculaciones eran bastante rápidas por lo que, una vez que se producía la descarga, permanecía con su “lámpara mágica” introducida en la cueva vaginal ó en el ojete de mi progenitora y continuaba con sus movimientos de “mete y saca” hasta que se meaba y la echaba su lluvia dorada con lo que, además de comenzar a perder la erección, se solía asegurar de que Jacqueline llegaba al clímax.
Los días en que no la penetraba, mi madre se “bajaba al pilón” y le efectuaba unas exhaustivas felaciones al mismo tiempo que le succionaba la abertura con su garganta lo que ocasionaba que sus explosiones se produjeran con una celeridad similar a cuándo se la metía por la “chirla”. Me gustaba ver a Jacqueline chupándole el “nabo”, adivinar el instante en el que la comenzaba a dar “biberón” y observar como lo iba ingiriendo, manteniendo los ojos abiertos, mientras sus mofletes denotaban que se estaba tragando la leche para seguir mamándoselo hasta que Jean Pierre se orinaba en su boca y ella se bebía su micción con la misma motivación con la que, unos momentos antes, había ingerido su “salsa”.
C o n t i n u a r á