Ninfómana (04: Elección)

Por fin ha llegado el momento decisivo, el momento en que Noel tendrá que elegir entre hacer caso a la voz de su conciencia, o por el contrario, dejarse llevar por la corriente de vicio que generan su hija y Diana. Contiene resumen de las partes anteriores para quien haya perdido el hilo de la historia.

NINFÓMANA

Por Wesker

Cuarta Parte

ELECCIÓN

RESUMEN DE LAS PARTES ANTERIORES:

Desde hace tiempo, Noel, profesor de matemáticas, sabe que su hija, Susana, de 16 años, es conocida como la zorra más zorra del instituto , por motivos más que justificados. Un día descubre a su hija haciéndole una felación a un chico en un parque y decide que tiene que hacer algo.

Lo que hace es castigarla a no salir del piso en todo el fin de semana. Susana, enfurecida, sintiéndose humillada, nota como su habitual apetito de sexo despierta y se hace más intenso. La tarde del domingo, estando ella y su hermano Héctor, dos años menor que ella, solos en el piso, Susana, muy excitada, se hace penetrar por una de las bolas de madera que corona cada pata de su cama; cuando su hermano entra en su cuarto, ella disimula lo mejor que puede su situación, pero la excitación extrema del momento hacen que la idea de poseer a Héctor tome forma y se convierte en un objetivo. De modo que consigue seducir a su hermano pequeño hasta que éste accede voluntariamente a poseerla.

Éste será el detonante de lo que vendrá a continuación. Susana decide vengarse de su padre acabando con todas sus restricciones morales y decide seducir a su progenitor. Una noche, le hace una felación a Noel mientras éste duerme, provocándole un sueño erótico con una alumna suya llamada Diana, nombre que pronuncia en pleno éxtasis. Susana conoce a la tal Diana, que es otra chica promiscua igual que ella, y se pone de acuerdo con ella para seducir a su padre.

Mientras Noel se sentía culpable por el sueño que había tenido, Diana y Susana utilizan sus encantos para provocarle. Noel, que en un momento de despiste por culpa de Diana, admira los encantos de su hija sin saber que se trataba de ella, empieza a obsesionarse con la idea de que la desea, igual que a Diana; mientras Noel nada en sus paranoias y remordimientos, hundiéndose cada vez más, Diana le comenta a Susana que su madre, Lucía, una mujer hermosa y de carácter sumiso, esté muy buena y que no le importaría montárselo con ella.

Este comentario hace que Susana empieza a desea también a su madre. El fin de semana siguiente, mientras Susana se masturba al lado de su madre mientras esta duerme, Noel, que había salido a dar un paseo para tratar de relajarse, se encuentra con una provocadora Diana que consigue que Noel caiga por fin ante sus encantos, y terminan follando como salvajes en el coche del hombre. Cuando llega a su piso, descubre que Susana está hablando por teléfono con Diana, y por lo oído, parece que le esté contando lo sucedido. Noel se siente cada vez más hundido en una oscuridad de la que no es capaz de huir...

1

Susana observaba a su padre, que estaba sentado en el sofá, con expresión ausente, incluso abatida, desde el marco de la puerta de la sala, y pensó: "Así que detrás de ese tipo aburrido y reprimido, hay una bestia que disfruta del sexo como el que más. Quién lo diría."

Cierto que le resultaba sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que ella albergaba dudas sobre la eficacia del plan de seducción de Diana, a pesar de la voluptuosidad que ésta exhalaba por todos sus poros y de su maravilloso cuerpo. Pero lo cierto era que le costaba imaginarse a su padre vencido ante los encantos de una jovencita, dado su marcado carácter estricto plagado de prejuicios. Pero ahí estaba, ese hombre que tanto despotricaba contra la juventud actual y la promiscuidad, se había follado a una chica que podría ser su hija, y no de un modo muy tierno precisamente. A Susana aún le duraba la excitación de cuando Diana le había descrito cómo Noel la había penetrado por el culo y como se había corrido en su boca. "Creo que si cuando empezamos le hubiera dicho que lo dejáramos, me habría violado", le había dicho Diana, excitada, y excitando a su amiga. Así que a su papaíto le iba el sexo duro. Quién lo diría viéndole ahora, decaído y cabizbajo, presa de los remordimientos. Disimuladamente, Susana se pellizcó las nalgas, lo cual sólo aumentó su excitación. Le entraron unas ganas tremendas de entrar en la sala, sacarse las bragas delante de su padre y decirle que podía hacer todo lo que le viniese en gana con su culo y su coño, que no se atormentase más y la follase como había hecho con Diana. Pero claro, no podía hacer eso; primero, porque su madre estaba en la cocina, y segundo, porque su padre aún no estaba preparado para semejante paso. De modo que Susana tendría que tener paciencia y esperar. Mierda, ¿por qué sus padres no eran tan viciosos como ella? Así todo sería más fácil.

Susana decidió darse un baño, momento que aprovechó para masturbarse utilizando un bote de champú de tamaño mediano mientras imaginaba que su hermano y su padre la follaban al mismo tiempo por el coño mientras ella devoraba la vagina de su madre. Oh, qué feliz sería si esta fantasía se cumpliese.

2

Noel no tardó mucho en darse cuenta de que su descenso a los infiernos no había hecho más que empezar. Si en algún momento creyó que sus problemas estarían resueltos sólo por fornicar con Diana, es que era de lo más ingenuo. Para empezar, durante la noche apenas había descansado, asaltado a cada momento por múltiples escenas de sexo desenfrenado donde los gemidos agudos y lascivos de Diana hacían vibrar sus tímpanos; ni que decir tiene que su pene se mantuvo erecto toda la noche. Tras superar una ridícula vergüenza (teniendo en cuenta lo que había hecho con Diana), se masturbó sin molestarse en evitar pensar en su alumna mientras se daba placer; no tardó mucho en alcanzar el orgasmo. De todas formas, aún tuvo que esperar varios minutos antes de que su miembro encogiese. Luego se levantó de la cama, sintiéndose como si hubiese estado una semana sin dormir. Sin preocuparse por la amplia mancha de humedad que había en la entrepierna de su pijama, se dirigió al cuarto de baño, con los ojos entrecerrados, encendió la luz y se encaró al retrete. Los ojos se le abrieron de golpe, al máximo, y su cerebro se despejó por completo.

Allí, sentada en el urinario, con el tanga negro en los tobillos, el vello púbico rubio asomando entre las ingles y los voluptuosos pechos apretados entre los bíceps, se encontraba Susana, con la inocencia plasmada en sus ojos cobrizos y los labios entreabiertos en una leve y fingida expresión de sorpresa. Noel se quedó paralizado y, a pesar suyo, sus ojos se posaron sobre aquellos hermosos senos, exuberantes, rellenos, apetitosos . Cerró los ojos con fuerza y se dio la vuelta, pero sin salir del baño todavía.

–Perdóname, hija –dijo, con voz temblorosa–. No sabía que estabas aquí.

–No te preocupes, papá –respondió Susana, que sabía muy bien que su padre era siempre el primero en levantarse–. Es culpa mía por no haber encendido la luz. Es que me molestaba...

–No pasa nada, no pasa nada –atajó su padre, sin darse cuenta de que todavía seguía dentro del cuarto de baño, tan trastornado le había dejado la escena.

Susana se levantó, se limpió entre las piernas con papel higiénico y se subió el tanga sin dejar de mirar a su padre, que continuaba dándole la espalda. Sonrió con malicia y tiró de la cisterna. Al pasar al lado de su padre para salir, se cuidó de restregar los pechos contra su brazo de un modo nada disimulado. Del sobresalto, Noel casi tocó el techo con la cabeza. Miró a su hija con una expresión cercana al terror, abrazándose a sí mismo como si tuviese frío, con la mente bloqueada por el cansancio y las constantes presiones. A Susana casi le dio pena, pero también –y sobre todo– la excitó.

–Perdona, papá –le dijo, con franca coquetería–. Ya puedes hacer tus cositas. –Tras lo cual, salió del baño contoneando sus atractivas nalgas, suponiendo, con acierto, que su padre les echaría un buen vistazo.

Como un sonámbulo, Noel cerró la puerta del baño con el pestillo. El cuerpo desnudo de su hija parpadeaba en su mente incesante, insistente, reclamando toda su atención: sus pechos, sus muslos, el vello de su pubis, sus nalgas; recordó el cuerpo desnudo de Diana, el placer que sintió al penetrarla por delante y por detrás, y cuando se corrió dentro de su boca.

Tenía el pene erecto. Se lo miró con expresión ausente, y, con movimientos mecánicos, faltos de emoción, se bajó el elástico del calzoncillo como si fuese a mear y comenzó a masturbarse sin siquiera disfrutar del acto, únicamente por inercia, como una reacción a la presión que aplastaba su cerebro. Lágrimas brotaban de sus inexpresivos ojos cuando alcanzó el orgasmo.

3

Susana se encontró con Diana en el vestíbulo del instituto. La primera iba vestida con un pantalón de lycra blanco que se ceñía deliciosamente a su trasero y a sus muslos y una blusa del mismo color que le dejaba los hombros al descubierto y enseñaba el inicio del nacimiento de los senos; y la segunda llevaba unos vaqueros negros ajustados y una camiseta de tirantes roja que amenazaba con dejar escapar alguno de los dos pechos cada vez que caminaba y éstos se bamboleaban provocativamente. Como era de suponer, sus presencias eran un reclamo para las miradas masculinas, pero ellas no prestaban atención a eso. Tenían cosas más importantes de que hablar.

–Mi padre está que ya no puede más –le dijo Susana a su amiga–. Esta mañana me vio desnuda... Bueno, casi desnuda, y se notaba a la legua que me devoraba con los ojos.

–Sí, a mí ya me ha dejado claro que es una bestia. ¡Vaya forma de follarme el culo! Todavía lo tengo algo dolorido, pero no me importaría hacerlo otra vez.

–Eres una zorra –se quejó Susana–. Si sigues dándome tanto detalle me vas a volver loca.

Las dos se echaron a reír.

–Bueno, a lo que vamos –dijo Diana–. No sé si lo sabes, pero este viernes va a haber huelga.

–Algo he oído.

–Bueno, lo importante es que eso significa que no va haber clase. Y lo más importante, este viernes mis abuelos se van por la mañana con unos tíos míos a visitar a no sé qué familiares que viven en Santander. Es decir, que mi piso va a estar libre todo el día.

–Es decir... –A Susana le brillaban los ojos con intensidad. No pudo evitar estrujarse un pezón por encima de la blusa, fingiendo que se rascaba.

–Es decir, que voy a destrozar a tu padre a polvos estos días, y espero conseguir sin dificultad que el viernes se presente en mi piso para follar toda la mañana conmigo. –Diana miraba a Susana a los ojos con expresión ansiosa, parecía que se quisieran devorar... cosa que no estaba tan lejos de la realidad. Diana añadió–: Lo que el pobre padre de familia no sabe es que va a tener dos putas para él en vez de una.

Susana se mordió el labio sensualmente. Un chico que la estaba observando en ese momento sufrió una leve erección al ver el gesto.

–Pobre papá –dijo–. Lo vamos a violar.

Se sonrieron con complicidad, conteniendo a duras penas la excitación.

–Diana.

–¿Qué?

–¿Te gustaría que fuéramos a servicio y así me comes el coño un rato?

–Sólo si tú luego me haces lo mismo.

–Yo, lo que voy a hacer es comerte el culo. Estoy deseando probar el agujerito por donde mi padre te folló.

Diana se pasó la lengua por el labio superior con lascivia.

–Con eso me conformo –dijo.

Ya no había más que hablar, de modo que se dirigieron al servicio de chicas, se encerraron en un cubículo y se entregaron al placer oral. Ni que decir tiene, llegaron tarde a clase.

4

Sonó el timbre que anunciaba el recreo y todos los alumnos se apresuraron a salir de las aulas, nada dispuestos a desperdiciar aquellos preciosos minutos de descanso. Noel continuaba sentado en su silla, con los codos apoyados en la mesa y expresión meditabunda. Apenas era consciente de que los alumnos que salían le miraban extrañados. Era lógico, jamás había estado tan distraído durante una clase. Se había equivocado en los ejercicios que exponía en la pizarra en diversas ocasiones, y ni siquiera sintió vergüenza cuando un alumno más bien mediocre le corrigió dos veces, la segunda mostrando una sonrisa de desesperante suficiencia que Noel no estaba en condiciones de tener en cuenta.

No podía dejar de pensar en Diana. Diana, Diana, Diana... Un hermoso cuerpo con el que puedes hacer todo lo que quieras , le había dicho en el aparcamiento, y esa frase barrió todo rastro de pensamiento racional, reavivando una lujuria sin límite de la que nunca tuvo conocimiento. Ni siquiera las –pocas– veces que había hecho el amor con su mujer le había ocurrido algo semejante. Si esto ya de por sí le parecía grave, el hecho de tener que reprimir con todas sus fuerzas la erección que pugnaba por aparecer cada vez que recordaba a su hija sentada en el retrete, desnuda, con el tanga en los tobillos, le hacía sentir que había cruzado el punto sin retorno. De hecho, ya lo había cruzado desde el momento en que no pudo resistirse a Diana. Además, no podía olvidar que esa misma mañana se había masturbado justo después de ver a su hija desnuda, y su capacidad de autoengaño no lograba disimular ese acto. Se había masturbado pensando en su hija, su propia hija, y nada podría borrar ese recuerdo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Adónde le llevaría toda aquella situación demencial? ¿Realmente le estaba ocurriendo todo aquello a él? No lo sabía. No tenía ni la más remota idea.

La puerta del aula se cerró y Noel, sobresaltado, volvió la cabeza en esa dirección. Diana le observaba con una leve sonrisa maliciosa; en el brillo de sus ojos pudo ver en qué posición estaba con respecto a ella y sintió miedo, pero al mismo tiempo, algo de aquella lujuria que le había poseído el día anterior latió en su interior.

–Hola, cariño –le saludó Diana, avanzando hacia él; uno de los tirantes de la camiseta se había deslizado por su hombro hasta el bíceps, mostrando una mayor porción del seno de ese lado–. ¿Me echaste de menos?

Noel no dijo nada. Su mirada estaba clavada en aquel pecho a medio descubrir y ni siquiera se molestó en intentar resistirse. A esas alturas, ya todo le daba igual.

–Ya veo que sí –dijo ella, inclinándose hacia él para besarle en la boca. Luego se subió la camiseta hasta desnudar los pechos, cuyos pezones estaban erectos–. ¿Quieres comerlas un poquito?

Sin pronunciar palabra, Noel llevó una mano hasta los hermosos pechos y empezó a acariciar la suave y tersa piel. Diana emitió un débil gemido. Noel pasó la lengua por un pezón, luego por el otro, a continuación los chupeteó y succionó, deleitándose con su sabor. Aquello era hermoso, oh, sí, muy hermoso; tal vez valiese la pena perder la cordura por ello.

Mientras Noel devoraba sus senos, ahora estrujándolos con las manos, Diana alargó las manos para abrir la bragueta de su pantalón y sobar el erecto pene por encima del calzoncillo. Noel, a esas alturas dominado por la excitación, se reclinó en la silla, separando más los muslos. Diana sonrió, captando el mensaje a la perfección y satisfecha de confirmar que Noel estaba dominado. Tiró del elástico del calzoncillo hacia abajo, liberando la endurecida polla e inició una concienzuda felación que arrancó gemidos de placer a Noel, que echaba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos, concentrado únicamente en aquellos labios y aquella lengua recorriendo todo su miembro. Por esto, no vio cómo se abría la puerta del aula ni a su hija entrar sigilosamente. Susana cerró la puerta tras de sí, con sumo cuidado, y apoyó el trasero en la pared para contemplar el espectáculo.

Diana, que sabía que Susana aparecería, aunque no la había oído, supo que Noel estaba próximo al orgasmo en cuanto sintió sus manos rodeando su cabeza, sus dedos penetrando en su cabello. Succionó con fuerza y en ese momento, fiel a su costumbre, Noel sujetó la cabeza de su joven amante y manteniendo todo el pene dentro de su boca, se corrió en la garganta de Diana. Cuando por fin la liberó, ella se apartó tosiendo, con el semen colgándole desde el labio inferior. Le gustaba aquel hombre, cómo la usaba como un mero objeto sexual. Era fabuloso. Diana sonrió, mostrando los dientes cubiertos de semen.

–Me encanta cómo lo haces, papá –dijo Susana, con voz sensual.

Si hubiera visto aparecer un cadáver de bajo las baldosas, la expresión de Noel no habría sido muy diferente de la que mostraba en esos momentos. Estaba pálido como el papel, la boca abierta en lo que podría ser el inicio de un grito mudo de horror, los ojos abiertos como platos. Estaba paralizado, con los ojos clavados en su hija.

Susana le miraba sonriente, divertida por la cara de su padre, y sobre todo, excitada por lo que acababa de ver. Con las manos se estrujaba los pechos por encima de la blusa. Diana caminó hasta ella, le cogió el rostro con las manos y, metiéndole dos dedos entre los labios, le indicó que abriera la boca. Susana lo hizo. Noel pudo ver con toda claridad como Diana filtraba el semen – su semen– que guardaba en la boca por entre sus labios para depositarlo en el interior de la boca de su hija; luego fue Susana quien hizo descender el caliente líquido viscoso hasta la lengua de su amiga, y seguidamente se dieron un apasionado beso, entrelazando las lenguas cubiertas de semen y con los senos de una apretujados contra los de la otra. La escena era como un viento estival en pleno Polo Sur, y por supuesto, Noel no fue insensible a lo que estaba viendo, tal como demostraba la nueva erección que ostentaba.

Susana y Diana separaron las bocas, varios hilillos de semen unían sus labios que pronto desaparecieron.

–Eh, mira a tu papi –dijo Diana, sonriendo ampliamente, con restos de semen en los labios–. Parece que le gusta vernos dándonos besitos.

–Pues mostrémosle lo que quiere ver –contestó Susana, con otra sonrisa maliciosa, pasándose la lengua por los labios.

Y así lo hicieron, se dieron un morreo muy largo y húmedo, moviendo labios y lengua despacio, para que el patidifuso espectador no perdiese detalle, mientras apretaban sus pechos y se sobaban las nalgas por encima del pantalón.

Noel era incapaz de apartar la mirada; las devoraba con los ojos, se mordía los labios. Cuando se quiso dar cuenta, ya tenía la diestra masturbando su miembro. Apartó la mano, sobresaltado, y clavó las uñas de ambas manos en el apoyabrazos. No quería sentir lo que estaba sintiendo, ni disfrutar con lo que estaba disfrutando. Pero era inevitable. Allí estaba, sentado en su propia aula, con los pantalones bajados, la polla levantada y observando a su hija montándoselo con su amiga, la misma chica que él había poseído el día anterior. ¿Quién coño podría creérselo? Aquello tenía que ser un delirio fruto de sabe Dios qué enfermedad, o droga, o virus, o lo que fuese. El hecho era que estaba deseando ayudar a Diana a manosear a su hija. De pronto pensó en su mujer, en su benevolente y sumisa esposa, pensó en la cara que pondría si supiese aquello. Desesperadamente, se aferró a este pensamiento, el más decente que había tenido desde hacía tiempo.

–Bueno, cariño –dijo Diana, que ya había separado los labios de los de Susana, aunque seguía pegada a ella–. Nos vamos ya, que casi ha terminado el recreo. Y no queremos que nadie nos vea así, ¿verdad? Mejor será que tapes esa maravillosa polla.

Noel se levantó de un salto y se subió los calzoncillos y el pantalón a toda prisa. Susana y Diana se dirigieron al pasillo. Antes de cerrar la puerta tras de sí, Susana le miró por encima del hombro con una sonrisa cómplice, y le dijo:

–Tu leche es deliciosa –y le envió un beso.

La puerta se cerró.

Noel estaba petrificado, el rostro completamente ruborizado como un adolescente al que la chica más popular de la clase le envía un piropo. La escena se repitió en su mente a cámara lenta: su hija vuelve la cabeza, su cabello rubio y ondulado se agita levemente, sus ojos grandes y cobrizos están semicerrados sensualmente, de entre sus labios carnosos y lujuriosos surgen unas palabras, tu leche es deliciosa , y seguidamente, los bellos labios de su hija le envían un beso que es todo, menos fraternal. Su hija estaba preciosa en esos momentos.

5

Los días siguientes fueron una auténtica sucesión de demenciales secuencias que para Noel poco o nada tenían que ver con la realidad. Él parecía formar parte de un reparto en una obra de teatro lasciva e incoherente.

Para empezar, la misma tarde del lunes, en cuanto llegó a casa, se encontró con que Diana estaba allí, en la sala, con Susana y Lucía, hablando animadamente. También estaba Héctor, sentado en un sillón y observando a las dos macizas adolescentes, pero Noel no se fijó en él para nada. Le saludaron con buen humor, y Susana, además, le dio un abrazo y le besó en la mejilla, restregando los senos contra su pecho. Noel, con una erección en proceso de crecimiento, se fue al baño donde no le quedó otro remedio que masturbarse. Cenaron juntos, Diana sentada al lado de Noel, de modo que a cada poco, éste sentía la mano de la chica sobándole la entrepierna. Aunque no era la única mano traviesa que se movía bajo la mesa: Susana prácticamente estaba masturbando a su hermano y éste tuvo que hacer verdaderos esfuerzos, disimulando con la comida, para que no se notase el momento en que llegó al orgasmo. Aun así, su madre le preguntó si estaba bien, a lo que él respondió que se había atragantado, y fingió un poco de tos. Susana se echó a reír mientras se chupaba los dedos.

El martes, durante el recreo, Diana interceptó a Noel cuando caminaba por el pasillo, lo arrastró a una de las aulas que ninguno de los dos había pisado antes y allí hizo que él le comiese el coño hasta el orgasmo; luego fue ella quien le hizo una felación hasta que Noel se corrió en su boca. De nuevo, Diana se quedó a cenar en el piso de la familia de Noel, y de nuevo Susana le recibió con un abrazo y un beso, aunque esta vez el susodicho beso se acercó peligrosamente a los labios. Además, mientras Lucía y Susana fregaban (Susana frotándose contra su madre a la mínima oportunidad), y Héctor metido en su cuarto, supuestamente haciendo los deberes, pero en realidad mirando un cómic erótico que le había prestado un amigo, Diana acompañaba a Noel en la sala, sentados uno al lado del otro en el sofá, y ella no tardó en buscar los labios de su profesor para darle un ardoroso beso mientras su mano frotaba el ya erecto pene por encima del pantalón; él trataba de controlarse lo máximo posible, pero acabó alargando un brazo para manosear aquel jugoso trasero que cada día deseaba con más ansia penetrar de nuevo. Alcanzó el orgasmo poco antes de que Susana y su madre volviesen de la cocina.

El miércoles Noel ya esperaba a Diana en la aula donde acababa de dar clase, deseando otra sesión de sexo oral, y al mismo tiempo, deseando que alguien les descubriese para que así le metieran en la cárcel y se acabase aquella situación de locos. Diana apareció, con su minifalda, sus hermosas piernas desnudas y su top que permitía ver su ombligo. Esta vez reservaba algo mejor para Noel; en su mano sostenía un preservativo aún sin abrir. Noel no perdió tiempo, se puso el condón, y unos instantes después tenía a Diana contra la pared, con las bragas en un tobillo, la minifalda subida, una pierna rodeando su cintura y la polla penetrándola salvajemente. En casa, Diana no estaba, para variar, pero sí Susana, que iba vestida con unos mínimos pantaloncitos cortos y una camiseta de tirantes. Lucía estaba duchándose y Héctor en su cuarto, así que Susana no pudo resistir la tentación de dar un paso más. Esta vez, al recibirle con un abrazo, pasó lascivamente su lengua por toda la mejilla de su padre, y viendo que éste no reaccionaba, cogió sus manos y las llevó hasta sus nalgas. Noel no las quitó de allí.

–Te amo, papi –le dijo Susana, y comenzó a besar sus labios, a pesar de que Noel no respondía, aunque tampoco se apartaba.

Susana estaba un poco decepcionada, pero al menos su padre no la había rechazado. El pobre estaba bloqueado, parecía en estado de shock. Continuaba con las manos en las nalgas de su hija, como un maniquí. Susana se apartó de él, consciente de aquel no era el momento de seguir adelante, aunque estaba segura de que de continuar con su ataque, su padre la follaría irremediablemente, pero todavía no era el momento ni el lugar. Cuando Susana se fue a su dormitorio, Noel se encaminó al suyo y, moviéndose como un autómata, se tumbó en la cama. Todavía sentía la lengua de su hija recorriendo su mejilla, sus labios besándole, sus manos posadas en aquel hermoso culito. Se dio cuenta de que tenía una erección, pero eso ya no le parecía ninguna novedad. Tampoco suponía una sorpresa significativa el convencimiento de que estaba condenado, de que ya no había salvación para él.

El jueves volvió a follar con Diana, esta vez con él sentado en su pupitre y ella cabalgando sobre su falo. Después del orgasmo, la perversa chica le dijo que al día siguiente, que había huelga, fuese hasta su piso, ya que estaría sola. Le apuntó la dirección en un trozo de papel y le dijo que le esperaba a las diez de la mañana, que entonces tendrían la intimidad necesaria para que él hiciese con ella lo que le viniese en gana. A Noel se le hizo la boca agua.

A la una y media de la madrugada del viernes, Noel continuaba despierto, incapaz de pensar en otra cosa que no fuese el cuerpo desnudo y sudoroso de Diana retorciéndose de placer mientras su polla entra y sale de aquella cueva húmeda y ardiente que abrasaba sus sesos. Se levantó de la cama, sudando, y miró un momento a su mujer. Lucía dormía de lado, dándole la espalda; mechones del largo cabello negro se extendían sobre la almohada. Noel sintió una súbita tristeza. Hacía años que Lucía y él se habían distanciado, y era consciente de que la culpa era únicamente suya. Era una mujer hermosa, y no entendía cómo podía ser tan indiferente ante sus encantos, pero así era, incluso ahora. Ni siquiera sabía si aún la quería, pero sí era capaz de notar una especie de sensación de pérdida al mirarla. O tal vez era el saber lo mal que ella se sentiría si supiera lo que le estaba pasando a su, hasta entonces, firme y estricto marido. Dejó de pensar en ello y salió al pasillo. En el cuarto de baño, orinó, aprovechando que su erección había menguado, y se lavó la cara. Cuando volvía a su cuarto, oyó algo que provenía del dormitorio de Héctor, y al volver la cabeza en esa dirección, observó que la puerta del cuarto de su hijo estaba entreabierta. Volvió a escuchar el sonido. Esta vez, al estar atento, pudo constatar que se trataba de un gemido, o algo parecido. Lo primero que pensó fue que su hijo estaba teniendo una pesadilla o que se estaba masturbando. Pero cuando escuchó también un sonido líquido, como de chapoteo, muy débil, empezó a sospechar algo que no hubiera sospechado hacía unos días. Entonces vio que la puerta del dormitorio de su hija también estaba entreabierta. Movido por la curiosidad y una esperanza apenas existente de que no estuviera ocurriendo lo que temía, asomó la cabeza por la puerta. Escuchó jadeos, el suave crujir del somier, sonido de piel con piel, besos, susurros ininteligibles, algún que otro gemido mal disimulado; sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio lo que sabía que era la forma de su hija moviéndose sobre su hijo. Se echó hacia atrás, con el corazón desbocado. No podía ser, sus dos hijos mantenían relaciones sexuales, y no le cupo duda de que había sido Susana quien había provocado la situación. Pero, ¿cómo pudo engendrar una hija tan falta de escrúpulos, que no tenía el más mínimo inconveniente en hacerlo con cualquier chico del instituto, en incluso con chicas, en insinuarse abiertamente a su propio padre o follar con su hermano? ¿Era posible que una chica de tan sólo dieciséis años pudiese ser tan amoral?

Noel entró en su cuarto, cerrando la puerta. Se tumbó en la cama y pensó en su hija cuando era pequeña, tan dulce, tan inocente... Luego pensó en la Susana de ahora, promiscua, provocadora, perversa. Recordó la noche en que soñó que Diana le hacía una felación y cómo al despertar descubrió que tenía el calzoncillo bajado y restos de semen. En aquel momento pensó que se había masturbado en sueños, pero eso nunca le había pasado, y ahora sabía la verdad. Su propia hija lo había hecho, o quizá algo peor, quizá había utilizado la boca. Y tal vez él había dicho el nombre de Diana mientras soñaba, y Susana... Era una teoría demencial, pero la verdad es que sólo lo era si se tenían en cuenta restricciones morales, restricciones que Susana ya había quebrantado hacía tiempo; eso significaba que todo lo que vino después, el creciente acoso por parte de Diana, había sido, desde el principio, obra de su hija.

Noel se dio cuenta de que volvía a tener una erección, y esta vez no había duda de que había sido a causa de pensar en Susana. Ya no le era posible autoengañarse: su hija quería fornicar con él. Y a él, su propio padre, le excitaba la idea. Sin embargo, aún le quedaban algunos vestigios de moralidad en lo más profundo de su mente, y esos vestigios le decían que todavía tenía elección. Podía elegir entre dejarse llevar por la corriente de lujuria que había abordado su vida, o bien, cortar todo vínculo con su familia, divorciándose de su mujer y yéndose a vivir a cualquier sitio lejos de allí. La decisión era suya, y lo sabía.

6

A las diez y cinco de la mañana, Noel se detuvo frente al portal del edificio donde vivía Diana. Había dejado el coche aparcado cerca del instituto. Suspiró. Allí estaba, dispuesto a condenarse para siempre. Estaba cayendo en picado en el mismo centro del infierno. ¿Era eso lo que quería? No tenía ni idea.

Pulsó el botón del portero correspondiente al piso de Diana. Ésta tardó poco en abrir la puerta, sin decir nada. Noel subió en el ascensor. Diana le esperaba con la puerta abierta con una amplia sonrisa; no parecía haber dudado ni por un instante que Noel iría. Vestía una camiseta sin mangas blanca y naranja por los hombros que permitía ver una porción de su liso abdomen, una minifalda a cuadros escoceses donde predominaba el verde oscuro, y unos calcetines que le llegaban por debajo de las rodillas, a rayas de colores verde oscuro, rojos y negros; no llevaba calzado. Noel admiró aquellos bellos muslos que él ya había manoseada varias veces, y luego observó su cuerpo entero. Era una belleza nacida para el pecado. Tal vez fuese una compensación razonable.

–Adelante, cariño –le invitó Diana.

Se besaron en la boca después de que ella cerrase la puerta.

–Sígueme –dijo ella, precediéndole.

Noel fue tras ella con la mirada fija en el vaivén de la minifalda, que se bamboleaba al ritmo del contoneo de las caderas. Estaba deseando volver a penetrar aquel voluptuoso culito. El trayecto fue corto, ya que la sala de estar estaba frente a la entrada, tras un corto tramo de pasillo. Era una sala grande, que olía a limpio, amueblada con buen gusto. Había un sofá, dos sillones, una amplia alfombra entre estos y una mesita de nogal, con superficie de cristal, otra mesa para comer, rectangular, con un jarrón con flores y seis sillas a su alrededor, una ventanal cubierto por una cortina rosa pálido, un televisor de treinta pulgadas frente al sofá, dentro de un gran mueble que también contenía una minicadena musical, y múltiples fotos y figuritas de animales; un par de cuadros de paisajes colgaban de las paredes. Pero Noel no se fijó en nada de todo esto, porque sentada en el sofá se encontraba Susana, sonriéndole como si su presencia allí fuese lo más natural.

Diana se sentó junto a Susana y la besó en la mejilla.

–Espero que no te importe que haya invitado también a tu hermosa hijita –dijo, con naturalidad–. Después de todo, ella conoce nuestro secreto.

"Y yo el suyo", pensó Noel recordando la noche anterior, cuando descubrió a sus dos hijos fornicando. Tras el sobresalto inicial, consideró lógica la presencia de Susana allí; después de todo, ella era la que había empezado todo aquello.

Susana vestía una camiseta de manga larga negra con un 6 en el pecho –bien moldeado– de color verde, unos ceñidos vaqueros con una cinturón plateado ancho y calcetines negros.

–Hola, papá –le saludó.

Noel no dijo nada.

–Siéntate, cariño –le dijo Diana–. No estés ahí de pie.

Aquel era el momento crucial: si Noel salía en aquel mismo instante del piso, salvaría lo poco que quedase de su alma, en cambio, si se quedaba, ya no habría vuelta atrás.

Dudó.

Unos segundos después, se sentó en uno de los sillones, que quedaba perpendicular al sofá, un poco separado de éste. Ya estaba. Había tomado su elección.

7

–¿Quieres tomar algo? –le preguntó Diana–. Tengo champán, para celebrar la ocasión –añadió, enviándole un guiño pícaro a Noel.

–De acuerdo –contestó él.

Diana salió de la sala. Noel miró a su hija; se dio cuenta de que no la estaba mirando con deseo, sino como siempre, como a su hija. De pronto, su mente le hizo creer que estaban en su casa, que todo había vuelto a la normalidad. La realidad no tardó en hacer acto de presencia, bajo la sensual forma de Diana, que llevaba en una mano una botella de champán y en la otra tres copas alargadas. Dejó las copas sobre la mesita del centro y extendió la botella a Noel.

–Ábrela tú, porfa, que tienes más fuerza.

Noel lo hizo, sin mayor dificultad. Sentía un pronunciado ambiente surreal, como si estuviese en un sueño. Su mente parecía flotar y percibirlo todo ralentizado.

Diana llenó las copas y entregó una a cada uno. Tras beber todos unos cuantos tragos en silencio, la anfitriona volvió a salir sin decir nada, y regresó con dos tazones de desayuno, que apoyó sobre la mesa, junto al champán; también dejó una moneda de cincuenta céntimos. A continuación, conectó la minicadena; empezó a sonar música pop.

–Bueno –dijo Diana, situándose frente a Noel–. Ahora que ya está todo preparado, voy a explicarte las reglas del juego que Susana y yo hemos ideado para la ocasión.

–¿Juego? –repitió Noel, confuso. Los niveles de surrealismo aumentaban y disminuían a cada momento. Se sentía en manos de aquellas dos chicas, y la sensación le gustaba. Era todo un descubrimiento para él, que siempre le había gustado tener el control de todo. Dejarse llevar era mucho más satisfactorio.

–Sí –contestó Diana–. Ya verás que bien lo pasamos. Es muy sencillo. Verás –Diana cogió la moneda de cincuenta céntimos–. Tú cogerás esta moneda, la lanzarás al aire para sacar cara o cruz. Si sale cara, cogerás uno de los papeles que hay en este tazón –señaló el tazón de color blanco–, en el cual habrá una orden escrita, que habrá que cumplir. ¿Lo has entendido?

Noel asintió. Se sintió como un adolescente jugando con las chicas más guapas del instituto –cosa que jamás hizo en su juventud–, y esa sensación también le gustó, incluso le excitó.

–Bien –continuó Diana–. En caso de que salga cruz, significará que una de las dos tendrá que quitarle una prenda de ropa a la otra; en ese caso, tendrás que lanzar de nuevo la moneda para ver quién de las dos lo hará. Hemos decidido que yo seré cara y Susana, cruz. ¿Lo has entendido, cariño?

Por supuesto que lo había entendido, y también le había excitado. Se estaba prestando a un juego erótico en el que participaría su hija y la idea, además de asustarle un poco, le había provocado una erección tremenda. Miró a su hija, que sonreía con entusiasmo y cuyos ojos brillaban de excitación. Le turbó un poco el hecho de seguir viéndola como hija y no como mujer. Eso le hizo preguntarse si sería capaz de cumplir su elección. A pesar suyo, sintió una leve esperanza. Si esto fuese cierto, significaría que no era un degenerado, tal como pensaba; tal vez hubiese salvación para él. Decidió que aquello sería algo más que un juego para él: sería la prueba que determinaría cual era su lugar.

–¿Cariño? –preguntó Diana.

–Sí, lo he entendido –contestó él.

–Entonces, ¿estás preparado para empezar?

–Sí.

–¿Y tú? –Diana se dirigió a Susana.

–Desde luego –contestó la aludida, mirando a su padre con franco deseo.

–Perfecto.

Diana le entregó la moneda a Noel y arrastró la mesita con los tazones y el champán para acercarlo lo más posible al padre de su amiga, avanzando de espaldas de modo que su trasero quedase hacia Noel. Cuando sus pantorrillas dieron contra las piernas del hombre, se sentó sobre su entrepierna y notó la dureza.

–Mmmm –ronroneó, restregando las nalgas contra el endurecido pene–. Dan ganas de saltarse el juego.

–¡Ven aquí, calentorra! –exigió Susana, riendo.

–Voy, voy. –Diana se volvió hacia Noel y le besó los labios–. Disfruta con nosotras, cariño –dijo, y se fue a junto de Susana.

Noel observó la moneda. Aquella moneda determinaría su destino.

8

Noel impulsó la moneda hacia arriba con el pulgar. Lo moneda giró una veintena de veces antes de caer sobre la palma de su mano.

–¿Qué ha salido? –preguntó Diana, con sonrisa alegre.

–Cruz –contestó Noel.

–Eso significa que una de las dos tiene que quitarle una prenda de ropa a la otra –dijo Susana, sonrojada por la excitación.

–Ahora tira otra vez la moneda para saber cuál de las dos tiene que hacerlo –dijo Diana.

Noel lanzó la moneda de nuevo.

–Cara.

Diana miró a Susana con malicia.

–O sea, que tengo que quitarte una prendita –dijo.

Susana asintió, sonriendo.

–Bueno, ¿haces el favor de ponerte en pie, por favor?

Susana lo hizo. Diana, sentada en el sofá, le desabrochó el cinturón, luego, los botones del vaquero.

–¿Ya empiezas por ahí? –preguntó Susana, en absoluto molesta.

–Claro. Vas muy modosita. ¿Qué pensará tu papá?

Susana, que estaba de espaldas a su padre, le miró por encima del hombro mientras su amiga le bajaba el pantalón. Noel no la miraba, es decir, no la miraba a la cara , pero sí de cintura para abajo, siguiendo el descenso del vaquero. Observó aquel hermoso culo, voluptuoso, grande, pero bien proporcionado, perfilado por una bonitas bragas negras, con bordes violetas; luego vio que su hija no llevaba calcetines, sino unas medias negras que le llegaban hasta medio muslo y que la favorecían mucho. Deseó acariciar aquellas piernas y aquellas nalgas. La moneda no había tardado mucho en mostrarle su verdadera naturaleza. Estaba mirando a su hija con deseo, pero una parte de él todavía se resistía.

Diana, tras dejar el pantalón a un lado, en el suelo, y como si leyese los pensamientos de Noel, acarició las piernas de Susana, ascendiendo con sus manos hasta el trasero, que manoseó sin reparo.

–Qué buenorra estás, amor –dijo, como en éxtasis.

–Pero, ¿quieres parar? –se quejó Susana, sin apartarse–. No te adelantes.

–Lo siento, lo siento. Me cuesta resistirme –contestó Diana, apartando las mano de Susana, que volvió a sentarse, con los muslos algo separados.

Noel clavó la mirada entre los muslos de su hija, pero al instante la apartó, hecho que le hizo fijarse en el segundo tazón que había traído Diana, el de color amarillo, y del cual nadie le había dicho nada. También tenía papeles dentro.

–¿Y eso? –preguntó, señalándolo, más que nada para intentar pensar en otra cosa.

–¿Eso? –contestó Diana–. Eso es para cuando estemos desnudas –se pasó la lengua por los labios–. Es para la segunda fase del juego.

Noel tragó saliva.

–Venga, tira de nuevo la moneda –dijo Diana.

Noel obedeció.

–Cara.

–Entonces, coge un papelito y lee lo que pone.

Noel cogió uno de los papeles doblados del tazón blanco. Los desdobló y vio que ponía: Masaje pectoral de 1 minuto (S y D). Imaginándose lo que significaba, lo leyó en voz alta.

–Eso significa que una de las dos le hará un masaje en las tetas a la otra durante un minuto, que tú tendrás que cronometrar –explicó Diana–. Pero antes hay que saber cuál lo hará. Ya sabes, tira de nuevo la moneda.

Noel lanzó la moneda. Salió cruz. Eso quería decir que Susana le haría el masaje a Diana.

Susana hizo tumbarse en el sofá a Diana y se puso a horcajadas sobre ella, para lo cual Diana tuvo que separar las piernas y mostrar las bragas a rayas de diferentes tonalidades de rosa que llevaba. Susana situó una mano en cada pecho de su amiga, por encima de la camiseta.

–Cuenta hasta sesenta, papi –dijo Susana, y comenzó estrujar los senos de su amiga y a manosearlos moviendo las manos en círculo, o hacia arriba y hacia abajo, o pellizcaba los pezones sin mucha delicadeza, con lo cual quedó claro que Diana, bajo la camiseta, no llevaba sujetador. Diana al principio decía cosas como "Qué bien lo haces, cariño", o "Me está subiendo la temperatura cosa mala". Pero a partir del minuto treinta y seis, dejó de hablar para limitarse a gemir por lo bajo, con los ojos cerrados y la boca entreabierta; empezó a mover todo el cuerpo como una serpiente, meneado el torno y las caderas, alzando de vez en cuando la pelvis. Noel estaba más que excitado. Sencillamente, deseaba estar en el lugar de su hija y follar a Diana por todos sus agujeritos. Pero todavía no era el momento, y la presencia de Susana seguía echándole un poco para atrás. De todos modos, ver a su hija sobando los pechos de su amiga de aquel modo era un espectáculo digno de ver, y también el modo en que movía el culo, de aquella manera tan sensual. Noel se imaginó a sí mismo penetrando el culo de su hija, pero apartó ese pensamiento de inmediato.

–Ya está –dijo, con voz ronca, cuando llegó hasta sesenta.

Susana se echó hacia atrás, suspirando y algo sudorosa, sentándose sobre sus tobillos sobre el cojinete del sofá. Diana jadeaba, con los pezones perfectamente moldeados por la camiseta de lo duros que estaban. Cogió aire, como haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, y se incorporó, quedando sentada.

–Eso ha sido... increíble –dijo, suspirando varias veces.

–Sí, ya veo que estás acalorada –rió Susana. Las dos estaban sonrojadas por la excitación, y poseían un brillo febril en sus pupilas.

–Venga, guapo –le dijo Diana a Noel–. No perdamos tiempo y lanza la moneda de una vez.

Noel lo hizo. Salió cara. Eso significaba un papel del tazón. Noel cogió uno y leyó: Noel da un masaje pectoral de un minuto. A Noel casi le da algo, pero el tren del vicio estaba en marcha desde hacía tiempo y ahora ya sólo podía aumentar de velocidad. El siguiente paso era saber a quién se lo daría. Conteniendo la respiración, Noel lanzó otra vez la moneda: cara. Es decir, Diana. Noel se sintió aliviado, aunque una parte de él quedó decepcionada.

–¿Otra vez? –dijo Diana yendo a junto de él–. Me van a estallar las tetas.

–No te quejes, que yo me tengo que quedar mirando –se quejó Susana.

Noel hizo como que no oyó esas palabras. Diana se sentó sobre uno de sus muslos, como si estuviese montando una moto. Noel pudo sentir claramente el calor que emanaba del coño de Diana.

–Vamos allá, campeón –dijo Diana, lívida.

Noel no tardó gran cosa en decidirse. Llevaba ya un rato largo deseando ponerle las manos encima a Diana. De modo que puso sus dos manos sobre los pechos de su joven amante y comenzó a manosearlos con deseo; pensar que hacía un momento había sido su hija quien había hecho aquello le animaba aún más (no quiso profundizar en el significado de esto). Diana, que estaba excitada por el masaje de Susana, no tardó mucho en ponerse a restregar el coño contra el muslo, moviendo la pelvis hacia delante y hacia atrás, concentrándose en darle gusto al clítoris. Tanto ella como Noel tenían que hacer verdaderos esfuerzos para no pasar a mayores, sabedores de que si lo hicieran, el juego perdería su gracia. No obstante, Diana empezó a frotarse con más fuerza contra el muslo de Noel y éste a estrujar los senos con mayor ansia, pellizcando de cuando en cuando los pezones. Susana no podía observar esto impasible, de modo que se acariciaba el clítoris mientras contaba los segundos.

–¡Se acabó! –dijo cuando llegó a sesenta.

–Es... Espera –gimió Diana, y siguió gimiendo y jadeando y suspirando unos segundos más hasta alcanzar el orgasmo que ya era imposible retener.

Se quedó abrazada a Noel, agotada y jadeante.

–Eres una zorra, te has corrido demasiado pronto –se quejó Susana, con buen humor.

Diana se recuperó un poco, besó a Noel en los labios y se levantó, suspirando. Regresó a sofá.

–No te preocupes –le dijo a su amiga–. Nadie se va a quedar con las ganas. Además, dos masajes en las tetas eran demasiado para mí. –Se dejó caer en el sofá y miró a Noel–. Bueno, cariño, toca volver a tirar la moneda.

Noel, que por primera vez en su vida estaba próximo al orgasmo sin necesidad de tocarse ni de que le tocaran el miembro, lanzó la moneda con una mano temblorosa. Esta vez salió cruz: una de las chicas tenía que dejarse quitar una prenda. Lanzó de nuevo la moneda: cara. De nuevo, Diana le quitaría una prenda a Susana.

–Parece que serás la primera en quedar desnuda –dijo Diana mientras le sacaba una media, manoseando la escultural pierna en el proceso.

–Pues en ese caso, espero que no os lancéis a mí antes de tiempo –contestó Susana, incluyendo a Noel, detalle que éste no pasó por alto.

Volvió a salir cruz cuando Noel lanzó la moneda, pero esta vez, por fin, sería Susana quien le sacase una prenda a Diana. Susana le dijo a su amiga que se pusiese en pie, deslizó ambas manos bajo la minifalda y le bajó las bragas.

–¡Guau, están empapadas! –dijo Susana, y pasó un dedo por el coño de Diana, oculto a los ojos de Noel–. Y no es lo único empapado –añadió, mostrando el dedo húmedo de líquidos vaginales.

–Ya me gustaría ver tu coño, a ver cómo está –dijo Diana, sentándose.

–A todo llegaremos. –Susana se lamió el dedo que había deslizado por la vagina de Diana, y luego se lo chupó.

A estas alturas, la mente de Noel era un horno que le derretía las neuronas. Ya no sabía si estaba en el infierno o en el paraíso. Volvió a tirar la moneda y tocó coger papel. En el papel que leyó Noel ponía: Noel pierde una prenda.

–Eso significa que una de las dos te quitará una prenda –explicó Diana–. Tendrás que tirar la moneda para ver quién lo hará.

Noel, a punto de sufrir un infarto, lanzó la moneda, esperando que no sucediese lo que temía. Pero sucedió, salió cruz, y eso quería decir que tenía que ser Susana la que le quitase una prenda.

Susana se puso en pie sin mayor demora y caminó hacia su padre, que se distrajo un momento mirando el contoneo de sus caderas y el relieve de su vagina bajo las bragas.

–Ah, se me olvidaba –dijo Diana, con su sonrisa pícara–. Los zapatos no cuentan, así que ya te los estás quitando.

Noel tardó un momento en reaccionar, pero obedeció sin rechistar. Susana se detuvo ante él, se inclinó hacia delante y llevó las manos al cinturón de su padre. Noel estaba a punto de quejarse, de levantarse, de impedir que aquella perversión siguiese adelante..., pero lo único que hizo fue clavar los dedos en los apoyabrazos del sillón. Susana le desabrochó el pantalón y comenzó a tirar de él. Noel alzó un poco las nalgas para ayudarla.

–¡Vaya con mi papá! –exclamó Susana al ver el bulto bajo los calzoncillos grises de su padre. Y terminó de sacarle el pantalón.

Tras observar un rato más la erección de Noel, regresó al sofá.

Noel lanzó la moneda de nuevo, sin que nadie le dijese nada, sin importarle la tremenda erección que mostraba ante su hija. Su mente era incapaz de procesar tanta confusión. Salió cara: tenía que coger un papel. Lo hizo. Leyó: Noel pierde una prenda.

–Sí –dijo Diana–. Hay tres papeles de esos iguales. Para darle más gracia a la cosa, ya sabes.

Noel no sabía ni le importaba. Decidió que no pensar era lo mejor. Lanzó de nuevo la moneda; le tocó a Diana sacarle una prenda. Ésta estuvo a punto de quitarle el calzoncillo, pero prefirió alargar el erotismo de la situación y lo que le quitó fue la camisa, bajo la cual llevaba una camiseta de tirantes blanca.

Noel sacó cara por tercera vez consecutiva. En el papel que cogió ponía: S y D bailan juntas 1 minuto. No hacía falta ser un genio para entender qué significaba. Susana y Diana se pusieron en pie. En aquellos momentos sonaba en la minicadena Suerte de Shakira y las dos chicas comenzaron a moverse al ritmo de la canción, que era bastante movida. Agitaban sus cabezas, sus pechos, y sobre todo, meneaban las caderas de un modo agresivo y claramente sexual, y mientras hacían todo esto, reían, sacaban sus lenguas y las entrelazaban, Diana serpenteó hasta quedar acuclillada, agarró las nalgas y pegó la cara entre las piernas de Susana, volvió a alzarse, y ahora fue Susana quien se acuclilló, introdujo la cabeza bajo la minifalda, lamió el coño desnudo, Diana lanzó una gemido al techo, siguieron bailando, restregaron sus cuerpos... Era un espectáculo lujurioso y bello a la vez. Noel se enamoró de ellas, de las dos, deseó que se restregaran contra su cuerpo como lo hacían la una contra la otra. La canción terminó.

–Me parece que el minuto pasó hace rato –dijo Diana, jadeando.

–Sí. –Susana miró a su padre–. Has hecho trampa, papi, pero te lo perdonamos porque seguro que te ha encantado mirarnos, ¿a que sí?

Noel no respondió, pero desde luego, la respuesta era sí.

Lanzó la moneda; salió cruz. Tocaba quitar prenda de ropa. Un nuevo lanzamiento de moneda hizo que fuese Susana la que le sacase una prenda a Diana. Le quitó un calcetín, de paso recorrió su pierna con las manos hasta la ingle.

Dos lanzamientos de moneda indicaron que esta vez Diana le sacaría una prenda a Susana; le quitó la otra media. Noel lanzó la moneda otras dos veces y tocó exactamente lo mismo que antes. Esta vez, Diana le sacó la camiseta, con lo cual Susana quedó con sus exuberantes senos al desnudo, ya que no llevaba sujetador.

–Ya tenía yo ganas de verte las tetas –dijo Diana.

–Pronto te tocará a ti.

Noel deseó pasar la lengua por aquellos preciosos senos; tenían un aspecto tan delicioso... Lanzó la moneda; salió cruz. Lanzó de nuevo; cruz otra vez.

–Nos hemos estancado con las cruces –dijo Susana, mientras le quitaba el otro calcetín a Diana.

Debía ser cierto, porque una vez más, salieron dos cruces.

–Te dije que te tocaría pronto –dijo Susana, quitándole la camiseta a Diana.

Ahora a las dos sólo les quedaba una prenda para quedar desnudas. A Susana las bragas, y a Diana, la minifalda. Noel las observó, allí sentadas, tan juntas, tan hermosas, tan dulcemente perversas. Miró a su hija y decidió que era preciosa, y la deseaba tanto como a Diana. Su elección ya estaba tomada; por poseer a aquellas dos diablesas adolescentes valía la pena ser condenado para siempre. Su alma tenía precio, y éste estaba justo ante él.

Por fin salió cara. Noel cogió un papel, en el que ponía que Susana y Diana debían intercambiar champán de boca a boca. Susana se llenó la boca de champán y luego dejó que saliese de entre sus labios para que fuese a parar al interior de la boca de Diana; luego fue Diana quien lo hizo en la boca de Susana, para seguidamente darse un morreo extrahúmedo, en el que el champán se deslizó por sus barbillas para acabar mojando sus respectivos senos. Mientras se besaban, Susana desabotonó la minifalda de su amiga, dejando que cayese a sus tobillos.

–Hey –dijo Diana, separando los labios de Susana–. Aún no tocaba.

–¿No crees que ya está bien? –respondió la rubia–. Estoy con un calentón tremendo, y esto se me está haciendo eterno. Quiero pasar a la segunda fase ya.

–Vale, estoy de acuerdo. ¿Y tú, Noel?

Noel asintió.

–Pues pasemos a la segunda fase, pero antes...

Diana deslizó los dedos bajo el elástico de las bragas de Susana y se las bajó, desnudándola del todo. Noel comprendió a su hijo; era difícil resistirse a un cuerpo como aquel. El coño de su hija era bonito, muy bonito; parecía hecho para chuparlo, para follarlo...

9

–La segunda fase del juego es de lo más simple –explicó Diana–. Una de nosotras sacará un papel, y si la ocasión lo requiere, echaremos a cara o cruz cuál de las dos hará lo que haya que hacer.

–Será muy interesante –comentó Susana.

Noel no lo dudaba.

–Bien, allá vamos.

Diana metió una mano en el tazón amarillo y sacó un papel.

–"69 con Noel" –leyó.

Noel se quedó boquiabierto. Las dos chicas le miraron, sonrientes, con expresiones voraces.

–No sabemos cuál de las dos tendrá el honor... –insinuó Diana.

Noel captó la indirecta y lanzó la moneda. Salió cara. Diana tendría el honor. Refunfuñando, Susana se sentó en el sofá.

–Bueno, cariño –dijo Diana–. Puedes desnudarte del todo y tumbarte en la alfombra. No sabes lo caliente que estoy, y eso que hace poco que me corrí.

Noel apartó la mesita a un lado, totalmente dispuesto a cooperar. Se desnudó, mostrando su pene empalmado.

–¡Joder, papá, pedazo polla! –exclamó Susana, viendo que la tenía más hinchada que cuando le había hecho la felación mientras dormía.

Noel se tumbó en la alfombra, y luego lo hizo Diana sobre él, en posición opuesta. No perdieron tiempo, estaban demasiado excitados; Noel la sujetó con ambas manos por las nalgas y comenzó a hundir la lengua en aquel coño empapado y a chupar y mordisquear el clítoris, y Diana se tragó toda la polla a la primera, empezó a moverse, ascendiendo con los labios hasta el glande para luego bajar de golpe hasta que su nariz chocaba contra sus testículos. Diana tardó poco en sufrir un orgasmo, pero continuaron sin parar un momento hasta que Noel eyaculó gran cantidad de semen en la boca de Diana, que tragó lo que pudo y el resto dejó que se deslizase por la barbilla. Continuó chupando un rato más el miembro, que seguía erecto, y luego se puso en pie. Susana prácticamente se lanzó a ella y lamió el semen de su cara; a continuación, se dieron un apasionado beso. Noel continuaba en la alfombra, jadeante, aunque sin que su pene disminuyese de tamaño. Susana cogió otro papel del tazón amarillo.

–"Noel come coñito" –leyó–. Vaya, papá, te va a dar un empacho.

–Tiraré yo la moneda, que tu papi no parece estar para cosas sutiles –dijo Diana, lanzando la moneda al aire. Salió cara.

–Jooooo, no es justo –se quejó una vez más Susana–. Siempre te toca a ti, qué suerte tienes.

–El azar es el azar, cariño, ¿qué quieres que le haga?

Dicho lo cual, Diana se sentó sobre la cara de Noel, que no tardó en continuar lo que estaba haciendo antes, alzando los brazos para manosear las caderas y las nalgas de la chica que gemía de placer sobre él. Susana, que no estaba dispuesta a seguir mirando sin hacer nada, se puso a besar los labios de Diana con deseo mientras estrujaba sus pechos entre sus dedos. Así estuvieron hasta que Diana alcanzó el orgasmo, acompañado de un agudo quejido.

Los tres jadeaban, tenían los rostros colorados y sus ojos brillaban de pura excitación. Noel ya había perdido el sentido de la realidad; lo único que quería era follar a aquellas deliciosas golfas, y le importaba muy poco que una fuese su hija; lo mismo deseaban ellas dos, pero de todos modos, continuaron con el juego. Diana cogió un papel en el que ponía: S y D le hacen una mamada a Noel. No perdieron tiempo. Hicieron que Noel se sentase de nuevo en el sillón y ellas dos se arrodillaron muy juntas entre sus piernas; Susana se metió el pene en la boca, empezó a succionarlo, a chupetearlo como si de una piruleta se tratase, entretanto, Diana lamía y chupaba los testículos con ansiosa glotonería; luego las dos aplicaron sus cálidos y suaves labios en la polla de Noel, que no cesaba de gemir, en pleno éxtasis, mientras acariciaba las cabelleras de las dos chicas, que de vez en cuando se besaban, compartiendo saliva mezclada con líquido preseminal. Noel alcanzó un segundo orgasmo, lanzando chorros de esperma sobre los rostros de su hija y Diana, que luego se lamieron mutuamente la cara, tragándose el semen que recogían.

Siguiente papel: S y D hacen un 69 . Perfecto. Así ellas disfrutarían mientras Noel se recuperaba. Se tumbaron en la alfombra, una sobre la otra, en posición opuesta, Diana debajo y Susana encima, y comenzaron a devorarse el coño. Cuando llevaban así unos minutos, totalmente concentradas en la tarea de lamer y chupar la vagina de la otra, Noel, con la polla endurecida de nuevo, se arrodilló al lado de la cara de Diana, deslizó una mano entre las nalgas de su hija e introdujo dos dedos bruscamente en su coño, unos segundos después ya la penetraba con cuatro dedos. Susana gemía y movía el culo lascivamente.

–¡Papá... fóllame de una vez! –gimió, entre jadeos y suspiros.

Noel no se hizo de rogar y la penetró con fuerza; la sujetó por la cintura y empezó a embestir a su hija sin misericordia, haciendo que los pechos de Susana se tambaleasen hacia delante y hacia atrás y arrancándole gemidos agudos.

–Y aquí se termina nuestro juego y empieza lo bueno –dijo Diana, pero ni el padre ni la hija la escucharon. Susana se había olvidado del coño de su amiga, tan ocupada estaba en el placer que le estaba proporcionando su padre. A Diana no le importaba, le encantaba la visión que tenía de la penetración; era algo increíble.

Noel, sin variar el ritmo de las embestidas, se lamió dos dedos de la mano derecha y se puso a acariciar el ano de su hija hasta que consiguió introducir un dedo. Cuando ese dedo ya entraba con facilidad, introdujo otro, al tiempo que dejaba caer saliva en el agujerito en proceso de dilatación. Seguidamente, sacó el pene, empapado de fluidos vaginales, y comenzó la penetración del ano de Susana; no fue precisamente delicado, todo lo contrario, se puso a follar el culo de su hija todo lo salvajemente que fue capaz, tan sólo obsesionado en la búsqueda de su placer, aunque desde luego, le estaba procurando un placer exquisito a Susana, que emitía gritos medio sofocados, con los pechos restregándose contra los muslos de Diana a causa de las embestidas y la cara pegada a la alfombra. Jamás había disfrutado tanto del sexo anal, y su mente casi se deshace por completo cuando Diana empezó a chupar, succionar y mordisquear su clítoris. Tuvo un orgasmo, dos, tres... incluso un cuarto mientras Noel eyaculaba dentro de su culo. Cuando se desahogó del todo, se echó hacia atrás, sacando el miembro del dilatado ano, y se tumbó de espaldas, exhausto. Susana también se dejó caer de lado, igualmente agotada, con todo el cuerpo cubierto de sudor y los ojos llorosos. Diana separó las nalgas de su amiga y bañó su lengua en esperma al meterla en el ano, tragando todo lo que pudo sin importarle –ni siquiera lo pensó– lo poco higiénico que resultase. Vio que Noel se había dormido. Susana también parecía estar a punto. Se abrazó a ella, le dio un breve beso en los labios y también se dejó llevar por el cansancio.

10

Noel se despertó una hora después. Todavía se sentía algo cansado y notaba cierto dolor en el miembro, pero nada importante. Se incorporó y miró a las dos adolescentes, abrazadas y dormidas; sobre todo se fijó en su hija, en aquel voluptuoso culo que él había penetrado hacía poco. La deseó de nuevo, la deseó aún más que a Diana. Quería poseerla cada día, a todas horas, escuchar sus gemidos de placer, sentir la humedad de su excitación. Tal vez amase a su hija. Pero en aquel momento, eso carecía de importancia. Había quedado muy claro cuál era su naturaleza. Ni siquiera podía culpar a las circunstancias o a algún acceso de locura. Había sido su elección. Él había elegido, sabiendo lo que le esperaba y cuales eran las consecuencias. E iba a demostrar que podía hacer frente a dichas consecuencias. Al menos, nadie le reprocharía eso.

Con cuidado de no despertarlas, se vistió y salió del piso, no sin antes lanzar una última mirada a Diana y a su hija.

"Valió la pena", pensó.

Lágrimas brotaban de sus ojos cuando salía del edificio.

11

Unos cuarenta minutos después de que Noel se marchase, Diana y Susana se despertaron. Diana fue la primera en darse cuenta de que Noel no estaba.

–Tu padre se ha marchado –dijo.

–Ah, ya –dijo Susana, medio dormida–. Le habrán venido los acostumbrados remordimientos. Ya haré que se le pasen.

–Desde luego, menuda manera de follarte. –Diana acarició el trasero de su amiga–. Fue algo fabuloso.

–Sí, todavía me duele el culo, pero la verdad es que ha sido mi mejor polvo, al menos que recuerde.

–Pues ya sabes, no lo dejes escapar.

–Claro que no, al final acabaré follándome a toda mi familia. Bueno, ya sólo queda mi madre.

Diana ya sabía que Susana lo hacía con su hermano.

–Un día tienes que dejarme probar a tu hermanito –dijo.

–Cuando quieras. Sólo hay que ver cómo te mira para saber que no te costará mucho seducirle.

Diana la besó en los labios y le preguntó:

–¿Nos duchamos juntas?

–Sí. Nadie me lava tan bien como tú.

12

Susana llegó a su piso a las siete de la tarde. Héctor aún no había llegado de jugar con sus amigos y su madre estaba viendo la televisión, sentada en el sofá donde Susana le había esparcido por la cara sus fluidos vaginales. La saludó efusivamente, besándola en la mejilla y apretujando sus senos contra los de su madre de un modo nada disimulado, aunque Lucía no pareció sospechar nada.

–¿Y papá?

–Después de comer se encerró en el cuarto. La verdad es que tenía mala cara, creo que porque no durmió bien anoche. Desde luego, parecía cansado.

"Claro, después de la sesión de hoy, no me extraña", pensó Susana, que se dirigió al cuarto de su padre estamparle un buen morreo y de paso decirle que dejase de comerse el coco, que lo iban a pasar muy, pero que muy bien de ahora en adelante.

Abrió la puerta del dormitorio con cuidado. Suponía que su padre estaría dormido y prefería despertarlo con sus labios. La persiana estaba bajada y el cuarto estaba bañado en la penumbra. Abrió la puerta del todo, de manera que la luz del pasillo entrase en la habitación. Susana notó algo extraño, algo que su mente no acababa de procesar. Alzó un poco la mirada, y gritó. Y siguió gritando, y gritando, se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y quedó sentada en el suelo.

–¿Qué pasa? –preguntó su madre, acercándose a ella con cara preocupada.

Susana señaló al interior del dormitorio de sus padres. Lucía miró, y también gritó.

El cuerpo de Noel colgaba de la lampara del techo, que tenía un fuerte soporte. Había utilizado una corbata azul para ahorcarse. En el pecho, sujeto con un clip al bolsillo de su camisa, había un pedazo de papel con unas palabras escritas en mayúsculas:

ELIJO EL INFIERNO

CONTINUARÁ

WESKER

02-MARZO-2005