Ninfómana (02: Planes)

El morbo del incesto despierta en Susana sentimientos encontrados, y no sólo no está dispuesta a dejarlo, sino que ahora su lasciva mente traza planes que convertirán la moral de su padre en un muro agrietado listo para derrumbar.

NINFÓMANA

Por Wesker

Segunda Parte

PLANES

NOTA DEL AUTOR:

Tal como cualquiera puede comprobar, la primera parte de este relato fue publicada hace dos meses. No hay justificación para este retraso, salvo motivos personales que no pueden ser explicados aquí (vale, podrían, pero sería demasiado aburrido). En todo caso, pido disculpas a aquellos que hayan leído la primera parte y no hayan podido disfrutar (si este es el verbo adecuado) de esta tardía segunda parte en su momento. Por favor, sean indulgentes conmigo por esta vez. Prometo que la tercera y última entrega de esta historia será publicada muy pronto, antes de que acabe el año. Aprovecho para dar las gracias a todos aquellos que me animan con sus comentarios. Muchas gracias a todos.

Wesker.

1

En pocos días, Susana convirtió a su hermano pequeño en su esclavo sexual. La misma noche del sábado, cuando sus padres dormían, Susana entró en el dormitorio de Héctor, cerrando la puerta tras de sí, vestida únicamente con unas bragas violetas, húmedas por la excitación que la invadía de nuevo. Despertó a su hermano con unas suaves caricias en el miembro que no tardó en alzarse, después de bajarle los calzoncillos. Luego se quitó las bragas y se colocó sobre él en posición opuesta, situando su coño, que emanaba calor, sobre la cara de él. Héctor, tras sobreponerse a la impresión que suponía aquel giro radical en su vida, utilizó por segunda vez la lengua en la vagina de su hermana. Ella, por su parte, se inclinó hacia delante y aplicó lengua y labios en la todavía inexperta polla de su hermano. Cuando Héctor llegó al orgasmo, llenando de semen la boca de Susana, ésta apenas se interrumpió y continuó chupando y lamiendo los genitales de él al tiempo que presionaba su vagina empapada contra la cara de su hermano para que éste no parara de darle placer. Héctor se estremecía; su polla, sensibilizada a causa del orgasmo, era más vulnerable a la expeditiva felación de Susana. Le encantaba sentir como su hermana succionaba sus testículos, a veces con tanta fuerza que le dolía un poco, pero ni por un segundo se le ocurrió quejarse. Aquello era el paraíso. A veces le venían momentos de culpabilidad, pero eran cada vez más efímeros y breves. ¿Cómo podía ser malo algo que le proporcionaba semejante placer? Asiendo las nalgas de Susana con ambas manos, continuó pasando la lengua por toda su vagina, para decantarse enseguida por chupetear sin descanso el clítoris, con lo cual ambos tardaron poco en alcanzar el éxtasis, él por segunda vez. Ella se tragó todo el semen que se deslizaba por su cara, utilizando los dedos para arrastrarlo hasta su boca. Luego besó a su hermano en los labios, se puso las bragas de nuevo y salió de allí. Héctor estaba tan agotado que se durmió antes de que Susana llegase al pasillo.

Susana miró hacia la puerta del dormitorio de sus padres antes de entrar en su cuarto. Pudo oír los ronquidos de su padre. Una sonrisa cargada de intenciones, no precisamente buenas, se dibujó en su rostro. Aquel cabrón había querido privarla de libertad para recibir sus necesarias dosis de sexo, y con su tozudez sólo había conseguido unirla de un modo muy especial a su hermano. Lo cierto es que casi podía darle las gracias. De no ser por la estupidez de su padre, ella nunca habría conocido aquel nuevo placer. No era sólo que tenía una polla para satisfacerla en su propia casa, sino que se trataba de su hermano pequeño, y ese hecho le daba una nueva perspectiva al simple hecho de follar; había sentido algo especial cuando tuvo en su poder la polla de su hermano por primera vez. Aunque siempre disfrutaba con el sexo, después de tanto tiempo practicándolo había perdido buena parte de su encanto inicial, pero follar con su hermano había sido casi como hacerlo por primera vez. No era más que un crío de catorce años, y sin embargo, sólo por el hecho de ser su hermano, aquello se había convertido en el mejor polvo que recordase. El morbo, el haber cruzado un umbral prohibido durante generaciones, había supuesto una nueva experiencia. Una experiencia que no pensaba dejar de repetir.

2

Durante los siguientes días, Susana sorprendió a su padre comportándose de un modo bastante ejemplar desde no se sabía cuánto tiempo. Aunque en realidad, lo único que había cambiado eran los horarios de Susana: ahora nunca llegaba a casa más tarde de las ocho, y eso fue así incluso el siguiente fin de semana.

Como cada sábado, los padres de Susana y Héctor salieron por la mañana para visitar a la madre de Noel, y para sorpresa de ambos adultos, cuando regresaron al piso a las seis de la tarde, descubrieron que su hija, que por norma general los sábados salía de casa a las tres de la tarde y volvía a las cuatro de la madrugada, no había salido. Tanto Noel como Lucía quedaron gratamente sorprendidos por la mejora en la conducta de su hija. Por supuesto, ninguno de los dos tenía ni idea de que, mientras ellos estuvieron ausentes, Susana había pasado la mayor parte de ese tiempo follando con su hermano, y si echaran un vistazo al fondo de la papelera que había en el baño, verían, envueltos en papel higiénico, los cuatro preservativos que habían utilizado, y la cara que pondrían si les hubieran sorprendido juntos en la bañera manoseándose mutuamente para acabar practicando el sexo anal no hubiese tenido desperdicio. Por no hablar del sesenta y nueve que hicieron bien entrada la noche, tan sólo una hora después de que Noel le comentase a su esposa lo bien que se estaba comportando su hija últimamente.

3

La madrugada del lunes, cuatro horas antes de que sonase el despertador, Noel estaba teniendo un sueño que solía repetírsele desde hacía tiempo. El sueño no tenía nada de particular, y posiblemente lo tuvieran muchos profesores que, como él, eran considerados estrictos por los alumnos. En el sueño él estaba dando clases, escribiendo fórmulas en el encerado, y mientras lo hacía sentía movimientos de los alumnos detrás de él y le parecía escuchar leves risitas burlonas, entonces se volvía rápidamente y veía a toda la clase en silencio, atenta a lo que él decía, obligado a pensar que se estaba volviendo paranoico, de modo que continuaba con sus explicaciones en el encerado, y de nuevo ocurría lo mismo, sensación de movimiento a su espalda y risitas, y otra vez ocurría lo mismo, se volvía y todo estaba en aparente orden, pero esta vez parecía haber un brillo malicioso en los ojos de sus alumnos, como si estuviesen tramando algo, algo contra él , y les llamaba la atención, y ellos, pequeños zorritos del infierno, ponían cara de no saber nada, alguno incluso le miraba como si estuviese loco, y así continuaba el sueño –o la pesadilla–, hasta que Noel se despertaba con los nervios alterados y los latidos del corazón taladrándole el cerebro. Sin embargo, esta vez fue diferente, esta vez en el sueño ocurrió algo que nunca había ocurrido antes; en esta ocasión, cuando Noel se volvió por tercera vez para encararse hacia los alumnos conspiradores, se encontró con una de sus alumnas a dos centímetros de él. Se trataba de Diana, una alumna suya de dieciséis años, morena con mechones teñidos de rubio, de cabello liso y largo, ojos verdes y curvas sensuales que ella se encargaba de hacer notar con ropas ceñidas y sugerentes. "¿Qué quieres?", le preguntaba él, pero Diana se limitaba a sonreír. Llevaba un top ceñido y escotado que cubría parte de sus senos y poco más y un pantalón igualmente ceñido de lycra. Los labios, carnosos, pintados de fucsia, le resultaron repentinamente tentadores... bueno, lo que se dice repentinamente, no, ya que siempre le habían gustado y había fantaseado con poder besarlos y mordisquearlo en más de una ocasión, pero jamás lo habría admitido, ni siquiera a sí mismo. Entonces Diana se agachó ante él, sin dejar de mirarle con aquellos ojos en los que siempre brillaba la lascivia. De pronto Noel se dio cuenta de que ya no tenía los pantalones puestos, ni tampoco los calzoncillos. Su pene, completamente erecto, se mostraba impúdico y desnudo. Acto seguido, Diana se encargó de que el pene dejase de estar al descubierto metiéndoselo en la boca. Noel miró al resto de la clase, y se quedó patidifuso al ver que no había nadie. Estaban solos, él y Diana. Un millón de dudas derivadas de unos ideales alimentados y fortalecidos durante años se abrían paso en el caos de su cerebro, pero todo se estaba yendo a pique, y ello se debía a la sencilla razón de que el placer que estaba experimentando superaba con creces cualquier experiencia real o imaginaria de su pasado. Aquello era fabuloso, y pronto se dejó llevar por el deleite, olvidándolo todo, concentrándose únicamente en los labios carnosos y calientes de Diana recorriendo su polla por completo, a veces succionando su glande como si fuese un chupachups, otras deslizando al interior de su boca sus testículos, y de nuevo estimulaba su polla, que estaba a punto de reventar. Los labios y la lengua de Diana fundiéndose con su miembro constituían la única razón de vivir de Noel.

–Oh, Diana –gimió entre jadeos al tiempo que posaba ambas manos en la cabellera suave y sedosa de la causa de su placer. Y justo en ese momento, llegó al orgasmo, eyaculando en la boca de su alumna mientras la sujetaba por la cabeza con fuerza, dejándose llevar por la lujuria. Le pareció que el orgasmo duraba horas. Por fin todo su cuerpo se relajó, apartó las manos de la cabeza de Diana y se dejó caer hacia atrás, exhausto...

...abrió los ojos y sólo vio oscuridad. Durante un momento no comprendió. Jadeante y sudoroso, se esforzó por entender dónde estaba. Aquello no era su clase. No, claro que no –recordó–, era su dormitorio. De un modo lejano y difuso pudo escuchar la respiración regular de su esposa, que dormía a su lado, el sonido del viento moviendo la persiana... y también otro sonido que no supo descifrar, pero que le hizo ponerse alerta. Aguzó los oídos durante un rato, pero todo continuó igual. Se relajó de nuevo. Con una mano se palpó los genitales. Estaba destapado y tenía los calzoncillos bajados y el pene y los testículos mojados, de semen, naturalmente. Había sido un sueño, claro. ¿Qué si no? ¿Cómo le iba a ocurrir a él semejante cosa? Sin embargo, no recordaba haber tenido nunca un sueño tan vívido. Había sido fabuloso, impresionante. Nunca había tenido un sueño semejante, pero no le importaría tenerlo cada noche. Todavía era capaz de recordar el tacto de los labios de la Diana de su sueño con total nitidez; de hecho, tenía la sensación de sentirlos todavía recorriendo su miembro. Era increíble.

Estaba cansado y no tardó en volver a dormirse, con la esperanza de que el sueño volviese a repetirse.

4

Susana se acomodó en su cama, con una sonrisa triunfal en la cara. Le encantaba sentir el sabor del semen de su padre en la boca. Y no sólo eso: el riesgo constante de ser descubierta, tanto por su padre como por su madre, mientras se la chupaba, la había hecho sentir de lo más cachonda. Todavía le latía el clítoris, a pesar de que se había masturbado hasta correrse. Comenzó a frotarse el clítoris y los labios vaginales de nuevo mientras pensaba. Sonrió al recordar cómo su padre la había sujetado por la cabeza con fuerza, manteniendo toda la polla dentro de su boca, al tiempo que eyaculaba en su garganta un segundo después de gemir el nombre de Diana. Supo al momento en qué Diana estaba pensando. Una chica de otra clase que, por lo que había oído, era tan amante del sexo como ella. Nunca había hablado con ella, pero alguna vez que habían coincidido, se habían lanzado miradas significativas, reconociendo una especie de rivalidad amistosa entre ella, casi diría que deportiva. De modo que a su decente y estricto papaíto le iban las chicas calentorras. No tenía mal gusto, el cabroncete.

Susana se estaba introduciendo cuatro dedos de una mano, mientras con la otra se frotaba el clítoris, excitada por los planes que su lujurioso cerebro iba trazando. Diana sería el siguiente paso.

–Mmm... Diana... –gimió, imaginando el coño chorreante de Diana restregándose contra su coño. Oh, joder, estaba demasiado caliente para conformarse con usar los dedos. Necesitaba follar.

Se levantó, y desnuda como estaba se dirigió al dormitorio de su hermano, dispuesta a interrumpir su plácido sueño de un modo muy... húmedo.

5

Al día siguiente, no había en la mente de Noel nada más lejos que el sueño erótico que había tenido la noche anterior. Atacado por unos remordimientos agudos ante tal debilidad por su parte, algo que jamás le había ocurrido, había decidido desterrar ese recuerdo de su mente con la esperanza de no volver a experimentar nada parecido nunca más. Él era un hombre con una reputación, recto, decente y de principios inquebrantables: un estúpido sueño con una alumna no debía convertirse en algo trascendental. Había sufrido un breve momento de debilidad, pero no volvería a ocurrir.

En esos momentos salía de la cafetería a la que siempre iba con sus colegas durante el recreo, cuando no tenía trabajo atrasado, cosa que no solía suceder prácticamente nunca. Acababa de salir de dicha cafetería para regresar al instituto, enfrascado en una conversación con don Antonio, profesor de literatura, sobre el futuro de la enseñanza, cuando alguien chocó contra él, impactando de lleno contra su pecho, aunque sin mucha fuerza. Buscó con la mirada al responsable, esperando encontrarse con la sonrisa burlona de algún gamberro, y se quedó petrificado cuando sus ojos localizaron unos ojos verdes seductores y pícaros que le miraban con intensidad; una sonrisa de las mismas características acompañaba a los ojos. Durante dos o tres segundos su mirada se paseó por aquel cabello oscuro, largo y liso, surcado por mechones rubios, el cuello blanco y liso, el generoso escote de una blusa roja, y por fin fue consciente de que la chica que tenía frente a él era ni más ni menos que Diana, la chica que le había hecho una (fabulosa) felación en sueños.

Diana le lanzó una última mirada antes de darse la vuelta y echar a caminar dirección al instituto, es decir, en dirección opuesta a la que iba cuando chocó contra Noel, dejando bien claro que el incidente no había sido casualidad. Noel se encontraba paralizado, como si aquella chica hubiese penetrado en lo más profundo de su cerebro para sacar a la luz todos sus secretos más inconfesables. Inconscientemente su mirada se desvió un instante hacia el voluptuoso y provocativo culo de Diana, apresado en un ceñido vaquero, y en ese momento se dio cuenta de que Diana no iba sola: a su lado caminaba otra chica, y lo primero que vio de ella fue el bamboleo de una minifalda negra que perfilaba unas sensuales caderas, lo segundo, unos muslos carnosos y bien torneados enfundados en medias negras, lo tercero, su cabello... El corazón le dio un vuelco. ¡Era su hija! ¡Oh, Dios, durante un segundo había mirado a su hija con deseo !

Y justo cuando ese pensamiento se formó en su cerebro, Susana le miró sonriendo por encima del hombro, como si adivinara lo que pasaba por su mente con la misma facilidad que si lo llevara escrito encima con luces de neón.

–Noel, ¿estás bien? –le preguntó don Antonio.

Noel le miró como si le viera por primera vez, pestañeó varias veces y forzó una sonrisa.

–Sí, claro que sí –y soltó una carcajada que le resultó inquietante por lo poco natural que sonó.

6

Cuando terminaron las clases, Noel se quedó en la sala de profesores hasta más tarde de lo habitual, corrigiendo exámenes y fumando un cigarro tras otro, a pesar de que había dejado el tabaco hacía más de un año. Lamentaba no tener más trabajo pendiente. Necesitaba mantener la mente ocupada, lejos de pensamientos peligrosos que le hicieran atormentarse. A cada momento recordaba los sensuales encantos de Diana, lo cual ya no le preocupaba como antes, incluso lo disfrutaba. ¿Qué tenía de malo alegrar la vista? Nada, por supuesto. Pero entonces su mente se empeñaba en restregarle por las narices las imágenes del culo de su hija , moviéndose bajo la minifalda, y de los muslos de su hija apretados en una finas medias negras cuyo sonido siseante al rozar imaginaba con tal claridad que le ensordecía, y eso sí era preocupante. El hecho de haberse fijado en aquellos encantos antes de saber que se trataba de su hija no le servía de ningún consuelo. Él tendría que haber sabido, como padre que era, que se trataba de su hija. ¿Cómo había podido caer tan bajo? Y de nuevo intentaba concentrarse en los encantos de Diana, aquel escote, aquellos hermosos y rellenos senos cuyo nacimiento era visible, aquellas nalgas firmes y voluptuosas, aquellos labios carnosos y sensuales; todo esto había sido lo que había despertado cierto deseo en él, y no los hermosos muslos de su hija, ni el contoneo de sus caderas. No, no, no, no, de ninguna manera. Y el caso es que sabía que esta era la verdad, que él no sentía ningún tipo de sentimiento lascivo hacia su hija. La había visto mil veces vestida de modo parecido y nunca había sentido nada. Sabía que aquel deseo, que en realidad era más confusión que otra cosa, lo había provocado Diana, y más exactamente, la Diana de su sueño. Lo sabía, maldita sea, pero su mente se empeñaba en dudar, en dudar, en dudar. Y era esa duda lo que le atormentaba.

Llegó a su piso casi a las diez, agotado mentalmente, sin apetito y con ganas de dormir una eternidad.

–Ah, hola querido –le saludó su esposa cuando pasaba por delante de la puerta de la sala–. Como tardabas tanto ya hemos empezado a cenar sin ti. Como no respondías al móvil...

–No importa...

Los ojos de Noel se abrieron como platos. Sentada entre su mujer y su hija, Diana le miraba con la misma sonrisa maliciosa y seductora de aquella mañana.

–Ésta es Diana –presentó Lucía–. Susana me llamó antes para preguntarme si podía cenar con nosotros, que era una buena amiga suya. Es la primera vez que trae a una amiga a casa desde el colegio y me pareció bien que viniera.

–Buenas noches, profesor –saludó Diana, toda amabilidad.

–Ah, ¿ya os conocéis? –preguntó Lucía.

–Sí, es mi profesor de matemáticas.

–Vaya, ¿cómo no me lo dijiste antes? Supongo que será muy estricto.

–Papá es todo un personaje en el insti –intervino Susana, que llevaba una camiseta de tirantes verde algo vieja, cuyo escote se había aflojado con el tiempo, mostrando una porción mayor de sus senos, libres de sujetador–. Algunos le llaman El Sargento de Hierro. Y no es ninguna exageración.

Todos salvo Noel rieron. Dado que las tres mujeres poseían unos pechos de tamaño, digamos interesante, sus senos se bambolearon de igual manera con la risa, y semejante detalle no pasó desapercibido a los ojos de Noel, aunque su atención se centró en Diana, que llevaba la misma blusa roja. Hacía tiempo que estaba ciego a los evidentes encantos de su mujer (cosas del matrimonio), y por otro lado, desde que había entrado y había visto el atuendo de su hija, se esforzaba conscientemente en no mirarla, o hacerlo lo menos posible, lo cual era lamentable, pero necesario debido a su actual crisis moral. (Su hijo Héctor, mucho menos preocupado por estos temas desde que Susana le había seducido, no tenía inconveniente en nutrir su cerebro de lujuriosas fantasías al tiempo que no perdía detalle de los encantos pectorales de su hermana y su maciza amiga; no obstante, su madre seguía siendo su madre y ni una sola vez había tenido hacia ella un solo pensamiento impuro, por tanto, Lucía era la única cuyas sensuales curvas nada desdeñables, todo lo contrario, no eran apreciadas.)

–Yo... Yo no voy a cenar –balbuceó Noel–. Estoy cansado. Me voy a la cama.

–¿Sin comer nada? –se sorprendió Lucía–. Mira, he hecho filete con patatas fritas, que tanto te gusta.

–Ya comí un bocadillo. Lo siento, tengo sueño.

Dicho esto, Noel se retiró a su dormitorio, con la mente embotada y la vaga esperanza de haber olvidado toda aquella pesadilla al día siguiente.

7

Una hora más tarde, Susana acompañó a su nueva amiga hasta el portal. En cuanto entraron en el ascensor, Susana le dijo:

–¿Has visto qué cara tenía mi padre? Diría que tu presencia le afecta un poco.

–¿Un poco? El pobre hombre parece que vaya a sufrir un infarto de un momento a otro. Casi podía sentir el tacto de sus ojos en mis tetas, y eso que se notaba que intentaba no mirar.

–La verdad es que no pensé que le fuera a afectar tanto, y tan deprisa –Susana se encogió de hombros–. Pero bueno, así será más divertido.

–¿De verdad quieres que le haga esto a tu padre? A mí casi me da pena.

–Claro que quiero. –Susana le sonrió con gesto travieso–. ¿O es que no estás segura de hacer caer a mi padre en tus redes?

–Por supuesto que sí. No hay ningún hombre al que me haya propuesto follar que me rechazase... ni ninguna mujer –añadió Diana, guiñándole el ojo a Susana.

–Ah, ¿no? –Susana la miró con lujuria, sus pezones erectos se perfilaban bajo la camiseta–. Pues espero que un día me enseñes todo lo que has aprendido. Veremos quién se corre antes.

–Por mi no hay problema.

El ascensor se detuvo, pero ninguna de las dos salió. Se miraban fijamente a los ojos, con una mezcla de deseo, respeto y rivalidad. Entonces Diana se acercó a ella, atrajo la cabeza de Susana poniéndole una mano en la nuca y pegó los labios a los de ella. Se besaron con ardor, devorándose los labios y trenzando las húmedas lenguas. Diana restregaba sus pechos contras los de su amiga mientras ésta deslizaba ambas manos bajo el vaquero para manosearle las deliciosas nalgas que su padre había admirado aquella mañana. Notó que Diana llevaba tanga, de modo que pudo sobar la suave piel de su culo sin problema. Sin dejar de besarse, con la saliva deslizándose por sus barbillas, Diana introdujo sus cálidas manos bajo la camiseta de Susana para estrujarle los senos, y ésta se dedicó a sacar la tira del tanga que pasaba por entre las nalgas de su lugar para deslizar sus dedos por aquel estrecho valle, acariciando primero el ano y luego los mojados y calientes labios vaginales, que empezó a frotar como pudo.

Separaron las bocas y varios hilillos de saliva colgaron de sus labios y cayeron al suelo.

–Eres una pedazo de zorra increíble –le dijo Diana.

–Tú no te quedas atrás –le contestó Susana.

Ninguna de las dos había dejado de trabajar con sus manos las respectivas zonas donde se encontraban. El pequeño habitáculo comenzaba a oler a sexo y la temperatura había ascendido perceptiblemente.

–Será mejor que lo dejemos antes de que alguien llame al ascensor, ¿no te parece? –sugirió Diana.

–Supongo que tienes razón.

Pero continuaron sobándose, con sus entrepiernas bien pegadas, y acabaron por morrearse de nuevo, con la misma pasión que antes aunque durante menos tiempo. Luego sacaron las manos del cuerpo de la otra, se colocaron la ropa y salieron al recibidor del edificio. Justo en ese momento alguien llamó al ascensor desde algún piso superior. Las dos se miraron y se echaron a reír.

–Me parece que seremos buenas amigas –dijo Diana–. Formamos un buen equipo.

–Sí, yo también lo creo –coincidió Susana.

Abrieron la puerta del portal y se miraron, sonriendo.

–Bueno –dijo Susana–. Mañana nos veremos.

–¿Sabes qué? Creo que tu padre ya no me da pena –dijo Diana–. Con una hija como tú, debería sentirse afortunado. Si mis padres vivieran...

Los padres de Diana habían muerto en un accidente aéreo hacía ocho años y ahora vivía con sus abuelos.

–Por ejemplo –continuó Diana–, a tu hermano se le nota feliz de tenerte.

–Ah, has notado cómo me miraba.

–Como nos miraba. Me pregunto que secretos inconfesables guardas tú.

–Seguro que los tuyos no tienen ningún desperdicio –respondió Susana.

–Ya hablaremos sobre ello en profundidad un día de estos. Bueno, será mejor que me vaya.

–Hasta mañana.

Un viejo salió del ascensor, obviamente el que lo había llamado, y lanzó un par de miradas libidinosas a las dos chicas. Cuando se alejó lo suficiente, Susana comentó:

–Menos mal que no nos vio ese viejo verde. Le habría dado un infarto.

Rieron nuevamente y volvieron a despedirse. Diana dio unos pasos y de pronto miró a Susana por encima del hombro.

–¿Sabes en qué me he fijado?

Susana meneó la cabeza en sentido negativo.

–En que tienes una madre muy maciza.

–Pues... nunca me había fijado –comentó Susana, un tanto sorprendida.

–¿Ah, no? Pues no me importaría follármela. Ya me gustará estar así de buena a su edad. Buenas noches, cariño.

Susana observó alejarse aquel maravilloso culo que acababa de sobar mientras pensaba en las palabras de Diana. De pronto, una sonrisa que parecía la de un compositor al que le viene una inspiración divina curvó sus labios.

¡Claro! ¿Cómo no lo había pensado antes? Se recriminó por su falta de imaginación. ¿Por qué conformarse en corromper tan sólo dos tercios de su familia, cuando podía convertir su piso en una pequeña Sodoma y Gomorra?

CONTINUARÁ

WESKER

14–DICIEMBRE–2004