NINES. Capítulo 1
Nines, por Angelines, fue mi imposible amor de juventud...¿en verdad tan imposible?
CAPÍRULO 1º
Desde siempre, podría decirse, mis padres, allá en el pueblo, mantenían estrecha amistad con otro matrimonio, Pepe y Ángeles, dándose, además, la circunstancia de que, mi madre y esa señora, Ángeles, eran amigas desde su infancia, habiendo ido juntas a la escuela y, ya de mocitas, juntas paseado, arriba y abajo, la calle Mayor, esperando atraer la atención de los mozos del lugar. Al final, resultó que ninguna de las dos casó con paisanos, sino con sendos forasteros, mi padre y el tal Pepe
Los amigos de mis padres tenían dos hijos, chico y chica, Chema, por José María, por su padre, y Nines, por Ángeles, Angelines, como su madre, ambos mayores que yo, él unos siete años, ella tres casi pasados.. Como digo, el matrimonio ese era muy, pero muy amigo de mis padres, habiendo mucha familiaridad entre las dos parejas, pero no pasaba lo mismo con sus respectivos vástagos; claro está que nos conocíamos, y de toda la vida, pero nunca habíamos coincidido, nunca jugamos juntos ni, después, ya mocitos, salimos, y es que la diferencia de edad impuso sus leyes, haciendo imposible el menor trato entre nosotros; así, por ejemplo, Nines andaba con una pandilla de chicos/chicas que, si ellas me sacaban dos-tres años, ellos, cuatro/cinco, y hasta seis alguno de ellos. En honor a la verdad, debo admitir que alguna que otra vez, a mis dieciséis, incluso con diecisiete y hasta mis dieciocho años intenté algo, acercármele un poco tratando de ligármela que, no os lo creeréis, pero este servidor de Dios y voacés/”voacesas”, por tamaños entonces aún creía en los milagros, si sería idiota
Vamos, que yo allí nada que “rascar”, cachindiela, con lo que a mí me “molaba” la puñetera de la Nines. Vamos, que me traía loquito perdido, pero ella, a mí, ni mirarme; un ente insignificante que no merecía una mirada suya. Y mira que estaba “buena” la condenada: Alta, con su metro setenta y algo, morenaza, de cabello más azabache que negro que le llegaba hasta la cintura, como a mí me gusta el pelo en las mujeres; ojos negros…”ojos apasionados, ardientes, hermosos; cuánto os quiero, cuánto os temo”. Senos, entre grandes y medianos, aunque tirando más a lo primeo, cinturita breve, grácil y, enseguida, unas caderas de ensueño, enmarcando esas nalguitas, ese culito, que era la condenación eterna del más santo de los santos varones, luego a mí, pobre pecador, menudo estropicio que podía hacer, estaba haciendo, en mi pobre alma pecadora aquél “piazo jembra” que no se podía aguantá, de lo riquísima que estaba la muy puñetera de la Nines
Una cosa creo conveniente aclarar, y es que nosotros, mis padres, mi hermana y yo, vivíamos en Madrid, yendo al pueblo sólo en vacaciones de verano, fines Junio al 9/10 de Septiembre; mi padre, por mor de su profesión, Viajante de Comercio, apenas estaba en el pueblo, pues tenía que viajar, trabajar, que los garbanzos no caen del cielo como el bíblico maná, de modo que en el pueblo pasaba, establemente, del 25 de Agosto, día que se traía a la Virgen patrona, desde su santuario al pueblo, hasta el 9/10 de Septiembre que, acabadas las Ferias y Fiestas del lugar, volvíamos todos a Madrid. Por su parte, los amigosde mis padres eran vecinos del pueblo, aunque primero Chema, luego Nines, hicieron el Bachillerato en la capital, Albacete, pues en el pueblo no se podía, no había Instituto de Enseñanza Media.
Y llegó 1955, año que dejaría huella en mi vida, sobre todo aunque también algo en la de Nines. Por mi parte sucedió que, en Octubre a mi papi se le inflaron las narices, y alg más, de pagar y pagar y pagar mensualidades de colegio bien, de curas, cómo no, matrículas, libros y demás naderías estudiantiles para que su rorro suspendiera, en el Cuchillerato, que me le diga, Bachillerato, y año tras año, hasta el recreo, que ya es suspender con ganas, me sacó del colegio metiéndome en el almacén de Ferretería que en viaje representaba, “recomendándome” bien, pero que bien “recomendado”, al jefe de almacén, que así me fue, “eslomaíco der to” en los dos años y pico que bajo su férula estuve, del primero de Octubre de 1955 al 22 de Diciembre de 1957, para empezar a salir de viaje con mi padre el 10/12 de Enero del 58, con 17 años y siete meses bien puedo decir, iniciando así el aprendizaje de la que, finalmente, sería mi profesión de toda la vida, Representante de Comercio o Agente de Ventas. Por su parte, Nines, ese mismo primero de Octubre del 55, iniciaba sus estudios de Medicina, siete años, mínimos, entonces, en la Complutense, única Universidad que, por esos idus, contaba Madrid.
Y como el tiempo nunca se detiene, sin casi uno enterarse llegó 1962 y en su mes de Marzo mi incorporación al Ejército, para hacer la “mili”, el Servicio Militar, obligatorio entonces a los varones españoles; y hete aquí que ese hecho, cumplir con mi deber patrio en la Comandancia Militar de Alcalá de Henares, sería decisivo en mi vida. Fue un sábado, entre mediados y fines de Octubre, que salimos de “marcha”, como ahora se dice, un grupo de amigos, compañeros de cuartel, sin ocurrírsenos nada mejor que darnos un garbe por la “Costa Fleming”, una zona, entonces, de prostitución de medio/alto standing, más que nada de “miranda”, a ver tías buenas, pero eso, “las verás, mas no las catarás”, que irte sólo un ratito con una de tales “prójimas”, te descabala el presupuesto “pa to’l año”. Pasamos por “Darling”, en Alberto Alcocer, “Sunset”, en Dr. Fleming y algún “puti-club” más por tales andurriales hasta, finalmente, tomar la calle Profesor Waksman buscando la Castellana y el/los autobuses que nos devolverían a zonas menos glamurosas, eso sí, pero más prácticas y baratas; tomarnos los últimos vinos con su ración, raciones de callos, papas bravas oreja a la plancha; eso sí, todo bien fuerte, sabiendo a guindilla que se mate y te deje la boca presa de formidable incendio… Las machadas de la época… El caso fue que, a nada de internarnos por Profesor Waksman se nos viene a la cara, los ojos, un enorme luminoso pregonando “Masajes Orientales” y, al momento, Paco, un tío con más cara que espalda, dice
¿Sabéis qué es eso?
La verdad es que a ninguno de los otros tres lo de “Masajes Orientales” poco o nada nos decía, así que mostramos nuestra supina ignorancia al respecto
Pues machos; eso no es sino un “putiferio” disfrazado; pero puede estar bien entrar y perder ahí unos minutos, pues en alguno de estos sitios, por un precio razonable, puedes ver a una tía en pelotas y tocarle, chuparle incluso, las “chiches” durante un rato
¡Jobar, tío! Que empezamos así y al final nos dejamos una pasta gansa, pues menudas son esas “pa” camelarte y acabar con un “completo”; mil /mil quinientas “calas” de nada (“Calas”= Pesetas, en argot)
Dije yo, pues me veía venir el “percal”, pero el Paco insistió y convenció a los otros dos, con lo que acabamos por entrar los cuatro. Dentro, lo que suele decirse, “pies fríos y cabeza caliente” pues resultó que aquello, de “masajes”, nada de nada, pero de lupanar, todo de todo; eso sí, de lo más selecto: Señoritas exquisitas, jóvenes y educadas, casi ninguna “profesional”, sino empleadas, oficinistas, honorables madres de familia alguna que otra y hasta universitarias, todas ellas unidas en común lazo, ganarse una pesetas extra, ya sea por necesidad, ya para disfrutar de caprichitos algo caros. Y sin prisas, con tiempo para charlar, conocerse un poco el caballero y la señorita, más botella de champán incluida en el “servicio” Pero a tres mil “pelas” la broma. En fin, lo dicho, un “putiferio” de lo más selecto.
Estábamos ya casi en la puerta para salir, cuando al mismo Paco se le ocurre volverse atrás, llegarse a esa especie de recepción de hotel, donde nos atendiera una señora muy bien vestida, con elegante soltura, adornada con bisutería fina, de marca. Y ya allí, al cachondo del Paco no se le ocurre nada mejor que pedir fotos de las chicas.
Es que, sabe usted, si de verdad son como usted dice, de entrarnos alguna por el ojo, pues…qué quiere que le diga…
Cómo no señor.
Y en un santiamén, teníamos delante todo un señor álbum con fotos de señoritas, a cual más sugerente, más atractiva, más buenaza. Eran unas catorce “señoritas”, con tres/cuatro fotos cada una, mostrando sus femeninas gracias. Y allí estábamos los cuatro, arremolinados, mirándolas más que nada, embobaditos. Hasta que apareció una foto, una señorita; al instante quedé pálido, sin sangre en las venas, el corazón a galope tendido y la presión sanguínea, ni se sabe. Me volví hacia mis compañeros diciendo
Anda chavales; salgamos, que tenemos que hablar… Tengo que hablaros
Y, sin esperar respuesta, decidido, comencé a andar hacia la salida, seguido por los otros tres bastante más que intrigados con esa reacción mía. Ya en la calle me dirigí a ellos, más bien suplicándoles
Por Dios os lo ruego: Tenemos que reunir esas tres mil “pelas”; las necesito, os juro que las necesito…y ya mismo. Estar tranquilos que, palabra de hombre, mañana, pasado a más tardar, os las devuelvo. Tan pronto pueda ir al banco
Y saltó el Pinna; Luis Pinna Castillo, casi mi “alter ego” en la “mili”
Pues macho me parece a mí que como no las pintes… Porque, a ver chavales ¿Cuánto hace que no veis un billete “verde”?... Conti más tres “lechugas” juntas… ¡Que estamos en la “mili”, macho!
Y metiendo baza, soltó el cabo “Loque” (Le llamábamos así por su forma de expresar el interrogativo: “¿Lo que dices?; ¿lo que hablas?, ¿lo que traes?)
Pero macho ¿Y lo que le has visto a esa tía? Buena sí que está, pero tres mil “del ala”…¡¡SON TRES MIL DEL ALA!! Vamos; que yo tiro al suelo los billetes, los piso, me hago una señora “manola” y al acabar recojo los billetes del suelo, diciéndome: “Mira qué tres mil pesetazas más “molonas” que m’acabo de encontrar
Entonces Paco, poniéndose muy, muy serio, me dice
Pero qué te pasa macho; estás blanco, “desencajao” ¿Qué te pasa tío? ¿Quién es esa chica?
No te lo voy a decir; perdona, Paco, pero no te lo digo; ni a ti ni a nadie. Pero, si de verdad sois amigos míos, tratad de reunir las tres mil “pelas”; de verdad os lo digo: Me hace una falta horrible ese dinero…
Paco sacó la billetera y, sin más, por la cara, me soltó un billete de mil duros, cinco mil “pesetazas” de mi alma
Toma, Antonio; te doy mil duros por los flecos que siempre surgen en estos “saraos”, que si unas flores, bombones… ¡Ah!, y me las devuelves cuando puedas, que tampoco hay prisa. Pero ten cuidado; mucho cuidado con esa “chorba”, que diría sabe más que le han “enseñao” Y, como te encoñes con ella, vas listo, macho
Gracias, Paco; de verdad que muchas gracias No sabes bien el favor que me haces Y no te preocupes, que este es todo el dinero que esa “chorba”, como tú dices, me va a sacar. Que no nací ayer, Paco, y sé bien de qué van las cosas…
Eso espero, Antonio; eso espero.
El tal Paco era, en verdad, un golfo de marca, pero leal, cabal, con los “compis”, que a más de uno y más de dos tenía sacados de algún atolladero económico que otro. No se sabía cómo podía ser, de dónde sacaría las “pelas”, peo la cosa era que, seis u ocho mil pelas nunca faltaban en sus bolsillos. Decían las malas lenguas que si traía a mal traer a un par, puede que hasta tres “cenicientas de saldo y esquina”, cual dice Sabina en su “Quinientas Noches” allá por la calle de la Ballesta. En fin, allá cada cual con su vida, pues por lo que a mí correspondía, sólo agradecerle al Paco su favor. En fin, que sin pensármelo ni un solo segundo más, volví al putiferio de postín lanzándome, casi a tumba abierta, a esa especie de “madam” atrincherada tras ese como mostrador
La señorita…creo que era Elisabeth… ¿Me enseña de nuevo las fotos?
Sí; era la señorita Elisabeth. Dejé las tres mil “pelas” sobre el dichoso mostrador, y al momento, esa, digamos, “madam”, se deshizo en zalemas y demás, tratándome como si fuera el marajá de Kapurtala, con muchísimo “D. Antonio por aquí” y “D. Antonio por allá”, hasta que, al momento puede decirse, apareció una doncella de uniforme negro y delantal y cofia blancas, a la que la “madam” indicó me condujera a la suite de la señorita Elisabeth, y a mí, que siguiera a la muchacha, al tiempo que me sugería
D. Antonio, acompañe a la muchacha; enseguida estará con usted la señorita Elisabeth… Por cierto, ¿no le gustaría hacerle un regalito a la señorita? Seguro que le gustará y sabrá agradecérselo
Lo pensé unos segundos y me dije: “Y porqué no”; en fin, que volví al mostrador de recepción, mirando el surtido de “regalos” que la arpía de “madam”, mas untuosa que nunca, me señalaba. En realidad, toda esa colección de bagatelas estaba expuesta sobre el mostrador, en su cabecera, flores pero no en ramos, sino sueltas, estuchadas al vacío en celofán, adornadas por un lacito. Por lo primero que me decanté fue por una flor…“Al partir, un beso y una flor”, una camelia, y la típica caja de bombones; luego, cuando ya me retiraba de aquél mostrador, recibidor o recepción, mis ojos cayeron, casualmente, en un perrillo de peluche, majísimo; muy, muy, gracioso, con unos ojos la mar de tristes; la verdad es que, en cuanto le vi, se me metió muy adentro y es que, en cierto modo, me veía a mí mismo reflejado en lo triste de esos ojos.
Por fin, siguiendo a la fámula a través de un pasillo alfombrado en rojo a cuyos dos lados se abría toda una serie de puertas me vi en una habitación cuyo acceso mi guía me franqueó tan pronto nos vimos a su entrada diciéndome mientras se marchaba.
En unos minutos estará con usted la señorita.
Quedé solo en la habitación, junto al umbral de la puerta, paseando la vista por toda la habitación, en su conjunto. La verdad es que estaba muy bien montada, una cama de metro cuarenta, metro cincuenta, enorme, con sus mesillas, una banqueta, amplia, a los pies de la cama, como descalzadora, la típica cómoda con su espejo y dos butaquitas más el armario de cuatro cuerpos, todo en madera noble, nogal, diría yo; el suelo también en madera, roble, cómo no, aunque casi por entero cubierto de gruesa alfombra en que se hundían pies y zapatos y las paredes enteladas en rosa pálido. Por cierto que, sobre una mesita de noche, campeaba un cubo enfría-botellas, con la prometida botella de champán, abrigado su cuello con la típica servilleta, y dos copas altas, tipo flauta.
Una vez visto, ojeado todo, crucé la estancia yendo a sentarme en una de esas butaquitas, al fondo de la habitación, quedando así en cierta penumbra, y esperé, no un tanto, sino bastante nervioso. Pero la espera no fue larga, escasos diez, doce minutos; algo más, tal vez. Apenas si la reconocí, salvo por su voz. Vestía una bata en satén negro, en seda, hasta los pies, abierta de arriba abajo y por un cinturón hecho de la misma seda que la bata, seda esta que más liviana, más sutil, imposible fuera, pues con toda franqueza pregonaba que, bajo la bata, sólo una exigua braguita cubría la integral desnudez del femenino cuerpo, dejando entrever con meridiana claridad la absoluta ausencia de sujetador, con lo que los senos campaban por su cuenta en una libertad que más asemejaba libertinaje.
En realidad, apenas si me dedicó atención alguna, yéndose más directa que menos hacia la cama, dispuesta a abrirla, mientras me decía
¿Y tú cómo te llamas, cariño? Eres nuevo por aquí, ¿verdad?...
Y yo, tranquilamente, me incorporé en la butaquilla, andando unos pasos, dos o tres hacia ella, saliendo un tanto de la penumbra, lo suficiente, simplemente, para que pudiera verme, reconocerme, nada más reparara en mí, mientras le respondía con voz fría, tranquila, sin entonación casi
Hola Nines…
Ella, al punto, como recién mordida por un áspid, se volvió hacia mí; quedó parada unos segundos, para después ir avanzando hacia mí, hasta que entré, nítidamente, en su campo de visión. Allí se paró, blanca como el papel, cual si acabaran de desangrarla hasta dejarla exangüe. Pero duro poco ese “impasse”, apenas un par de minutos, tres a todo tirar, reaccionando enseguida con la mayor tranquilidad, la mayor sangre fría, al avanzar hacia mí, con la mano extendida, ofreciéndomela, al tiempo que esgrimía una sonrisa de oreja a oreja, de lo más “profesional”
Hola Antonio, mi buen amigo del pueblo. Bueno, pues vayamos al grano, dejándonos de circunloquios que a nada conducen, ¿no te parece? A ver, ¿qué quieres por tu silencio; qué precio le pones, mi muy estimado amigo?
Y si te dijera, “TÚ MISMA” ¿qué pasaría?
Pues nada; eso es algo con lo que, de antemano, cuento como parte esencial del pago…
Y si mi precio, efectivamente, fueras tú, pero para toda la vida, ¿qué dirías?
Pues que te dejaras de gilipolleces que, finalmente, para ambos, acabarían mal: Tú, sin lograr nada de mí, y yo teniendo que renunciar a mis padres, mi familia, mi círculo de amistades en el pueblo, pues a eso, a ser tu puta hasta que te canses de mí, ni loca me plegaría…
Bueno, pues pongámonos un tanto más en razones, sin querer alcanzar el cielo con las manos, que el CIELO está muy, muy alto; incluso, fuera de nuestra dimensión, de nuestro UNIVERSO…Así que, pongamos, es un poner, que me dedicaras todos los “findes”, sábados, domingos y “fiestas de guardar”, desde ya, vamos, mañana domingo, hasta que acabe este curso… Hacia fines de Junio, ¿no es así?
O sea, que piensas follarme a destajo cada sábado, domingo y tal, de aquí a fin de Junio, ¿no? Pues nada, machote que, lo que es por mí, la cosa no va a quedar
¿Sabes, Nines? A lo mejor, o a lo peor, pues quién sabe ya nada de nada, te equivocas.
Y ahí quedó, de momento, el asunto, aunque Nines, desde el mismísimo día siguiente, domingo, cada sábado, cada domingo, cada festivo, a las doce en punto de la mañana, hasta algún minuto antes que después, donde desde al principio quedáramos, junto al espléndido monumento a Alfonso XII, junto al Estanque del Retiro, como presidiéndolo, al lado del segundo león de piedra, contando desde la izquierda. Sí, allí estaba, sin faltar día señalado, “mi” Nines de mi alma, “mi” Nines de mi corazón, “mi” Nines de mi vida, (Alma, corazón y vida; alma, para conquistarte, corazón, para quererte y vida para vivirla junto a ti)
Sí; Nines estaba allí, donde quedáramos, pero eso solamente, su cuerpo, y porque no se lo podía dejar, “olvidado”, encima “er piano”, que si no… En fin, que pasear con una muerta, un cadáver, seguro que resultaría bastante más entretenido que hacerlo con mi musa de vaya usted a saber qué “Parnaso”, “Parnasillo” o “Parnasete” de mi arma, de mi entretela y todo lo mío, cashindiela…
Así la fui aguantando algún sábado, algún domingo que otro, hasta que harto ya del juego de la nena, me la planté en mis trece: Que eso, lo que venía haciendo, no era lo pactado; yo le pedí, única y exclusivamente, que me tratara, me viera, como una persona, no como un gusano, luego, de seguir ella así, yo me desentendía de lo hablado y allá se las compusiera ella si, no lo quiera Dios, sus andanzas por la “Costa Fleming” y tal, y tal, trascendían hasta el terruño. Lo cierto es que yo, en absoluto le haría semejante guarrada, pero eso ella no lo sabía, luego podría dar excelente resultado la velada amenaza
Y sí, al instante como quien dice, empecé a nota cierto cambio en ella, traducido en algo así como unos incipientes, insólitos, buenos modos para conmigo. No es que, de buenas a primeras se deshiciera en atenciones, interés hacia mi persona, que no, y si me hablaba era casi, casi, lo imprescindible, respondiendo a mis palabras, mis soliloquios más de una, más de dos veces. Pero también era más que cierto que, cuando a mí se dirigía, ya respondiendo preguntas mías, ya “motu proprio”, por total iniciativa de ella para saber cosas mías, su trato era de un afable, un cordial, que a mí me tiraba de espalda, desarmado de todo cuanto negativo pudiera albergar hacia ella
En fin que como no quiere la cosa andábamos ya por el meridiano del mes de Diciembre, enfilando, con toda decisión, la tercera decena de tal mes con una relación entre ambos más que menos placentera, con una Nines que se mostraba cada vez con más frecuencia, no sólo reidora, y de verdad, riendo con ganas las sandeces que, más veces que menos, soltaba por mi boquita de piñón, refrendado todo con un:
¡Pero qué tontorrón que serás, con esas salidas que se te ocurren; pero, la verdad sea dicha: Me lo paso “pipa” contigo. ¡Dios, Dios, Dios!, y lo que me harás reír No cambies, Toño; no cambies. Sigue como eres, tan sencillo, tan reidor, tan simpático… Tan buena persona…
Y así, como quién no quiere la cosa, llegó el día en que me anunció que se iba ya para el pueblo; que en la “Universidad” le habían dado las vacaciones navideñas. Y sí, por fin, se marchó, marcharon juntos, su hermano y ella, el jueves 20 de Diciembre de 1962,
Y ese qué pintaba aquí. Que yo sepa, recuerde, nunca fuimos amigos; nunca nos hemos tratado, y que sus padres y los nuestro sean lo que son no da para tanto… Vamos, digo yo
Es que, ¿sabes?; últimamente, en este último año, hemos congeniado bastante. Nos hicimos amigos; muy amigos, y con bastante frecuencia salimos juntos
Ya… Pero él es algo más joven que tú… Y no le veo yo con la vida muy resuelta, que digamos. A ver, lo que su padre quiera darle, porque él, por sí mismo, su trabajo, ni perra, vamos-
Pues sabes rico; tan como así, ya tampoco es, que algo suyo también tiene… Además, ¿quién ha hablado aquí de relaciones serias? Eso, el tiempo lo dirá, lo determinará. ¿Estamos, hermanito?
Entonces, cuando vi arrancar al tren, renqueante al principio, con más fuste, auge, después, fue cuando, de verdad, por primera vez en mi vida, me vi solo; solo entre la pléyade de amigos, conocidos, compañeros de cuartel, pero en la más avasalladora soledad al faltarme ella Y es que hasta tal momento no era, no fui, consciente del estropicio an enorme que esa mujer estaba haciendo en mí; pues ella era ya el motivo, la razón de ser, de todo en mi vida; con ella a mi lado, una simple sonrisa suya de vez en cuando, en la vida todo lo tenía, nada, nada, me faltaba; pero si no estaba, si conmigo, a mi lado, no la tenía, entonces me faltaba todo, nada tenía y nada era. Sí; sin duda alguna, esas fueron las Navidades más tristes de toda mi vida.
Pero aquellos días navideños también pasaron y ella estuvo de vuelta hacia el 8/10 de Enero del 63, reemprendiendo nuestras citas o salidas de sábado, domingo y festivo desde el mismísimo sábado 12 de Enero y por iniciativa suya además, que, al efecto, me llamó tan pronto estuvo de nuevo en Madrid. Y qué queréis que pasara más que, desde ese momento, cuando supe que, de nuevo, estaba en Madrid y quería verme, de nuevo fui feliz, volví a vivir sosegado y tranquilo el cotidiano día a día. Y el tiempo, días, semanas, meses, siguió en su perezoso, pero ya no aburrido, discurrir, pues aunque el hoy fuera como el ayer y el mañana como el hoy, allí estaba también la pizca de picante que Nines encarnaba, para dar a cada día su adarme de matiz diferenciador con lo que cada instante que transcurría era mijita distinto al anterior, chispita dispar al siguiente.
Y sí, el tiempo, días, semanas, meses, fue transcurriendo impertérrito, odiosamente flemático, irreverente, a mis trajines de amor y desamor. Con ese devenir del tiempo, de manera casi imperceptible, en Nines se fue dando un cambio bastante importante: Por una parte, ese tan marcado interés por mí, ese, dijérase, estudiarme hasta con lupa, desapareció por completo, sin dejar rastro tras de sí, mientras su personal trato iba variando casi que como de la noche al día, con una Nines cada día más y más afable, amable, conmigo, que apenas paraba de reír, y casi sin motivo muchas veces; una Nines que apenas si paraba de hablarme sobre mil cosas; cosa rara, pero de mi ”mili” nada quiso saber, en cambio de mi trabajo ya lo creo que me preguntaba; cuánto tiempo solíamos estar de viaje y cuánto en casa, que cómo vivíamos estando de viaje… Y lo que ya me dejó, vamos, patidifuso, fue cuando me preguntó, toda cándida, si le escribiría alguna vez.
Así iban las cosas entre nosotros, sin ambages, mejor cada día, hasta amanecernos un sábado de fines de Abril ofreciéndonos tiempo mucho más propio de mediados-fines Mayo/inicios Junio, que de ese “Abril, aguas mil” con lo que yo, hartico de pasar las tardes en una cafetería, merendando, o en el cine, por lo desapacible del tiempo, propuse a mi amado tormento pasar el día en cualquiera de los parques y jardines que, de siempre, han poblado, pueblan, la capital de España; y ya que estábamos en uno de lo más señero, el del Buen Retiro y junto a su estanque, pues a qué más. Y pasamos la mañana allí mismo, en uno de sus chiringuitos, tomando el aperitivo, unas cervezas con gambitas y sepia a la plancha más calamares a la romana; luego, a las tres y algo, me la llevé a comer a “Casa Rafa”, en Narváez semi esquina a Ibiza, que por entonces iba cobrando fama de sitio de confianza por su excelente cocina y sus precios, muy razonables, pero que hoy, mejor ni arrimarte, a no ser que vayas bien equipado de “Money, money, money”.
Acabamos de comer, tomamos café, y, para “desengrasar” de lo que en “Casa Rafa” ingiriéramos, pensamos que lo mejor sería meternos en una barca a remar, remar y remar, en el famoso estanque del Retiro. Fue entonces, en la tranquilidad, sosiego, de nosotros dos, solos, en la barca, que comenzó a decirme
Sabes, Antonio. Lo de Profesor Waksman… ¿Me entiendes, verdad? Sabes a lo que me refiero, ¿no?
Sí; perfectamente
Yo, la verdad, de golpe, nada más oírla referirse a lo que se refería, su bis de prostituta de semi lujo, me sentí inquieto; francamente mal, casi temeroso de lo que, indudable, quería decirme. Pero, felizmente, “mi” Nines me dio una gran alegría
Bueno, pues lo he dejado. Ya antes de salir para casa a pasar las Navidades, hacia primeros de Noviembre, más o menos exactamente, dejé de ir por allí; y dese que volví a Madrid, en este Enero, sigo así, sin aparecer, para nada, pero nada de nada, por allí. Ya cuando salí para el pueblo dejé el apartamento que aquí disfrutaba, ocupando ahora una habitación en una residencia universitaria, compartida con otra chica. Lo bueno de mi nuevo domicilio es que está en la mismísima Ciudad Universitaria, a tiro de piedra de la facultad de Medicina.
Yo, de momento, quedé casi obnubilado por la noticia que me daba, de modo que, en principio, me quedé parado, callado, como un pasmarote, cosa que, al parecer, es mi reacción natural en los momentos más álgidos, más comprometidos; ¡cashinla, con mi forma de ser, más “cortao” que las mangas de un chaleco! Pero en esta oportunidad, al menos, salí del embrollo más que pitando, segundos después de “fecho el entuerto”
Pues, Nines, es la mejor noticia que podías darme… De verdad te lo digo: La mejor noticia que de tus labios podía yo escuchar
¿De verdad te ha gustado la noticia de que haya dejado… Pues eso, ya sabes...
De vedad te lo digo, Nines; más que si acabara de tocarme el premio “gordo” de la Lotería
Nines me miró fijamente; muy, muy fijamente, para enseguida abrirme su rostro en una sonrisa más que abierta que le cubría toda su faz, al tiempo que me decía hasta, casi, casi, que con arrobo
¿Sabes Antonio? Lo que acabas de decirme, es la cosa más bonita que chico alguno, hombre alguno, me haya dicho jamás. ¡Hay Dios! Pero, pero, qué solete, qué delicia de hombre eres, Antonio, mi muy, muy, querido amigo
Y de nuevo, para no perder comba, quedé callado, hecho un pasmarote, hasta que pude reaccionar un tanto normalmente.
Anda Nines, no seas tonta y deja el “incensario”, que tampoco hace falta, pues eso, que no sea, del todo, mala persona, y hasta pelín bueno, tampoco es tan importante; que eso suele pasar hasta en las “peores” familias, ja, ja, ja,…
Así quise desviar un tanto el tono de una conversación que me empezaba a poner en exceso nervioso por demasiado agradable por parte de ella, luego mejor, mucho mejor, no alzar castillos en el aire, que luego, el batacazo, puede ser hasta homérico. Pero la triquiñuela me sirvió de poco, pues ella se puso terne que terne en ser más que agradable, hasta cariñosa conmigo, en algo así como lo nunca visto. En fin, que se levantó del sitio que ocupaba, sentada frente a mí, haciendo intención de venirse conmigo, con lo que la barca comenzó moverse, bamboleándose de una borda a la otra que espantaba
¡Pero te quieres estar quieta y sentarte tranquilita, loca, más que loca!
Pues no, que quiero ir allá, contigo; sentarme a tu lado, para demostrarte que, de verdad, te quiero, y mucho. Así que ya sabes: O me ayudas a llegar hasta ti o, los dos, ¡al agua, patos!
Y haber qué iba a hacer yo, más que levantarme y tenderle las manos, ayudándole a, efectivamente, venirse conmigo, sentándose a mi lado
¡Estás loca, Nines; loca de remate! ¡Dios, Dios, Dios, y la que has podido liar!!
Anda, tontorrón; no me seas tan protestón que, finalmente, nada pasó. Solo que, con toda razón confiaba en ti, segura de que no permitirías lo de “al agua, patos”.
Y, echándome sus brazos al cuello, me abrazó, besándome, una y otra vez, en las mejillas. Y yo, pues qué queréis; que un color se me iba y otro seme venía, mientras la cara me ardía, me echaba fuego, vamos.
¿Lo ves, Toñito, cómo te quiero? ¡Más; bastante más que tú a mí!
Yo ni sabía qué hacer, pues la tentación que ella, así, representaba, era demasiado fuerte para no hacer una locura; como poco, sellarle la boca con un beso de los de época. Así que opté por acabar con aquello casi, casi que “manu militari”, pues la tomé, suave pero firmemente, por los antebrazos, junto a los hombros, separándola de mí.
¡Basta ya, Nines! Dejemos ya todo esto. Va siendo tarde, luego lo mejor es lo de cada mochuelo a su olivo; que nos volvamos los dos a nuestro sitio, dejando la cosa por hoy; y mañana será otro día…
FIN DEL CAPÍTULO