Nines. 2
Finalmente, y como de otra manera tampoco podía ser saliendo de mi mente la historia, Nines y yo nos casamos fuimos muy felices y si me descuido, hasta me pongo "morao" de perdices. Que os guste el relato, y si me decís algo, pues mi agradecimiento a vosotros sería inconmensurable
CAPÍTULO 2º
Nines entonces me soltó, quedándose quieta, callada, unos momentos. Luego, habló, rebatiéndome cuantoo le dijera.
No es tan tarde, Antonio; apenas las siete y media. Siempre prolongamos la velada vespertina hasta cenar juntos por el Madrid antiguo, ¿Qué te pasa hoy? ¿Tanto te ha molestado que te bese?
No, no es eso, Nines; ¿cómo van a molestarme tus besos? No; en forma alguna… Realmente, no lo sé; no sé a qué vino esa reacción mía…
La verdad es que ya lo creo que lo sabía, sencillamente, que me estaba gustando demasiado y me entró miedo; mucho, mucho miedo; miedo de mí mismo, de lo que pudiera hacer, hacerle. Y no sólo besándola, pues, efectivamente, la tentación era muy, muy fuerte, con el Diablo campando a sus anchas por toda mi humanidad, mi masculina naturaleza. Entonces, lo que pasó es que ella, Nines, rompió a reír, diciéndome
Bueno Toñito; dime… Pero con la verdad, ¿he?; sin mentiras… ¿Te gustó? ¿Te gustaron mis besos?
¡Dios, Dios, Dios!... Y, de nuevo, la mula de vuelta al trigo, con Nines tentándome por lo fino; fino, fino, filipino.
¿Por qué no lo dejamos, Nines?… No insistamos en esto, estas cosas, que pueden tornarse muy, muy peligrosas
Pero no me has respondido; me evitas, no me quieres dar la cara. ¿No será eso lo que te pasa, lo que te pasó? Que mis besos te gustan; te gustan demasiado, y eso te asusta; le tienes miedo
Nines me miraba sonriente; sí, lo sabía; sabía que era así, que me había descubierto. Que no sólo es que sus besos me gustaran, sino que ardía en deseos de besarla. Yllegar con ella más allá, mucho, muchísimo más allá de los besos, por apasionados, sensuales, que éstos pudieran ser. Y, curiosamente, fue entonces cuando ella calló para, enseguida, decir
Si; creo que tienes razón y mejor será irnos… No tentar más al Diablo que, a saber, hasta dónde podría llevarnos.
Y, sin más, empezamos a bogar rumbo al embarcadero. Nos bajamos dejando allí la barca, pero desistimos de lo de “cada mochuelo a su olivo”, conviniendo ambos en que, para tal cosa, era demasiado pronto, temprano, todavía. Así que subimos por paseo de México a la Plaza de la Independencia/Puerta de Alcalá y de allí, por tal calle, a la Puerta del Sol y su aledaña zona de las añejas tabernas madrileñas: “Casa Labra”, con su bacalao a la romana; “El Abuelo” y sus gambas a la plancha, de incontestable precio; “Casa Alberto”, de 1827 y ambiente muy taurino, con su rabo de toro estofado, su calamar y su sepia a la plancha; y, cómo no, el “Mesón del Segoviano”, en la Cava Baja, y sus sopas de ajo, el queso manchego, inmejorable, los champiñones al ajillo, la tortilla de patatas y esas guitarras colgando de las paredes, a disposición del cliente que quisiera, se atreviera, a rasguearlas, hoy día extinto, reemplazado por el actual “Casa Lucio”, por D. Lucio Blázquez, que empezó trabajando de botones en el Mesón y por los años 70 lo compró, llamándole como es conocido hoy día, “Casa Lucio”.
El tiempo, semanas, meses, siguió con su imperturbable curso, con Nines acudiendo sin faltar un solo día a nuestra semanal cita de sábados, domingos y festivos. De aquello, lo del “me quieres, no me quieres” de aquél casi infausto día, sábado o domingo, ya no recuerdo bien, no se volvió ni a rozar Y así, nos amaneció, ya en Junio, el día que, al fin, Nines me dio la noticia del fin del curso universitario 1962/63.
No fue en fin de semana, sino un pragmático miércoles 26 de Junio que, a primera hora de la tarde, las cuatro, cuatro y pico, me llamó al cuartel, urgiéndome en que necesitaba verme esa tarde, y sin falta. Pero se daba la “pugnetera” casualidad de que yo, ese día, precisamente, estaba de guardia, luego mala cosa eso de vernos, Nines y yo. Pero también se daba la ventura de que, como oficial guardia estaba el teniente D. Rafael López Mandillo, una excelente persona, de antiguo conocido mío, de mi periodo de Instrucción en el cuartel del Regimiento de Infantería Covadonga nº 5, dándose además la coincidencia de haber militado bajo sus órdenes directas, al formar parte de la 1ª Sección, que él mismo mandaba; luego acudí a él y, mire usted por donde, en un pis pas, todo arreglado.
A las siete de la tarde Nines estaba en el patio de Armas y yo con ella algún que otro segundo más tarde. Las premuras que Nines se traía era que ya había terminado el curso con las notas finales, que, dicho sea de paso, habían sido francamente buenas para ella, ya que tenía aprobados todos los créditos, sin quedarle nada “para Septiembre”, con todo el verano libre para descansar y divertirse, que lo cortés tampoco demerita lo valiente. En fin, que la cosa estaba en qué hacíamos, de cara al verano, pues yo todavía me debía a la Patria
Tú todavía tendrás que esperar un poco para poder irte, ¿verdad? ¿Cómo cuanto crees?
Lo cierto es que me había quedado roto, perdido, cuando supe que el curso académico había acabado y, en consecuencia, todo había terminado, que ya no había motivo, justificación alguna, para seguir viéndonos; seguir viéndola cada sábado, cada domingo, cada festivo… cada… Todavía aturullado, empecé a responderle
Pues no sé, pero no creo supere el mes… Aunque, me digo. ¿Y a ti qué puede importarte que me licencie antes o después?; ¿que tarde más, tarde menos en dejar de ser soldado? Por circunstancias que mejor no recordar, tú y yo acordamos algo, algo que hoy, al acabar tú el curso, queda sin efecto ¡Se acabó! ¡Sa finí! Luego, desde hoy, desde ahora mismo, cada cual por su lado. Tú te vuelves al pueblo, con tus padres, tus amigos, tus amigas; a tu vida de siempre. Y estos meses pasados conmigo, sólo son un ligero paréntesis en esa tu vida normal.
Me levanté, dispuesto a despedirme de ella; despedirme para siempre, siempre jamás. Por dentro iba destruido, aniquilado ¡No volvería a verla! Aquellas tardes de sábado y domingo, tan entrañables, tan íntimas, nunca, nunca más volverían. Sí, por dentro iba anonadado del todo pero por fuera tratando de pisar firme, fuerte; que no se note… “Que nadie sepa mi sufrir”…
Le tendí la mano en ademán de adiós definitivo pero ella, levantándose, sí, me tomó la mano, pero para tirar de mí hacia ella impidiéndome irme, marcharme, obligándome a quedarme allí, junto a ella, a su lado, a su vera
No Antonio, no; las cosas no son así, no son tan simple. Vamos a ver, dime: ¿Desde cuándo andas tras de mí que ni vives? ¿Te lo digo yo mejor? Desde hace unos ocho, casi nueve años; desde tus catorce-quince años, mis dieciséis-diecisiete. Por cierto ¿Quieres que te diga la parte de mí que más te gusta? Te lo diré aunque no quieras saberlo: Mi culo; mi culito… Ah; y mis tetas. No me perdías ojo, con esas miraditas que me echabas cuando creías que no me daba cuenta. Incendiarias de vedad, con esos ojos tuyos ladrones, embaucadores…Gitanitos. Por cierto, Toñito, cariño, que es lo mejor de ti, lo más bonito, tus ojos, tan azules… Porque lo demás… Lo siento decírtelo, pero es que de verdad, no vale nada… Lo tuyo, cariño mío, no es el físico, sino el alma, tu alma, esa inagotable capacidad tuya de querer, amar, y hacer feliz al ser amado
Lo cierto es que Nines me tenía anonadado, desquiciado, con todo eso que me decía; porque lo grande era que, lo de quererla yo, mi enamoramiento de ella, era cierto. Vamos, que me tenía más “fichao”, me conocía mejor, que la propia madre que me había parido. Y esa forma de hablarme, tan suave, tan tierna… ¡Si no parecía sino que, de verdad, me quisiera, y no como amiga, precisamente… ¡Señor, Señor, Señor!... ¿Qué era aquello, qué significaba? ¿Se burlaba de mi, poniéndome, además, la cara más angelical que en este mundo pueda darse?...
Por Dios Nines; no me tomes el pelo, no te burles de mí… Te lo ruego, Nines
Ambos seguíamos de pie, uno junto al otro, encarándonos, pero tampoco tan juntos, pues nos separaba un trecho un tanto apreciable; así que se me acercó un tanto, lo suficiente para que sus brazos alcanzaran mi cuello, medio abrazándome. Pero no fue todo eso, en esa tarde de grandes sorpresas, enormes descubrimientos, pues si no fue al unísono de abrazarme, sí sería casi, pero lo que se dice, casi a ese unísono, que sus labios acariciaron mis mejillas con un beso en el que todo era dulzura, ternura, casi, casi, hasta cariño, pero, por otra parte más que vacuo de pasión, deseo, sexualidad alguna que valiera.
No, Toñito, cariño mío, no; no me burlo de ti; cómo podría, si eres… ¡Hay Dios!... Sí, lo más importante de mi vida.
¡Pero qué dices!... Yo…
Ella me acalló, poniéndome un dedo, el índice de su mano derecha, sobre mis labios, sellándome así la boca
Cariño, escúchame atento y no te me encabrites, no me interrumpas, ¿conformes?
Calló; dejó caer sus brazos de mi cuello y, colgándose de uno de los míos, el oportuno para su brazo, tiró de mí, obligándome a andar, pasear por aquél patio, dando vueltas y vueltas alrededor del mismo, de ese como monumento a la Caballería Española que ocupaba su centro, como presidiéndolo todo. Y es que la Comandancia Militar de Alcalá de Henares era también Cuartel General de una Brigada de Caballería, la Iª de la División de Caballería “Jarama” nº 10.
¿Sabes, Antonio? Me dabas asco, me repugnabas. Para mí, esas miradas tuyas sólo eran expresión de tu libidinosidad, tu lujuria, el torpe deseo sexual que yo te inspiraba Hasta hacías que me sintiera incómoda ante ti.
Nines, de vez en cuando, callaba, mirándome con suma atención mientras yo bajaba la cabeza, la mirada, incapaz de sostener la suya, prosiguiendo luego con sus asertos, en tanto yo ni sabía cómo me sentía, aunque deba reconocer que, más que nada, desorientado, aturdido, confuso. Digamos que, en el fondo, estaba bien, pero desconfiaba de esa bondad de estado, me daba miedo, la temía, me asustaba
Luego, me obligaste a salir contigo todos los “findes”, y te odié aún más Pero ocurrió que, en contra de lo que yo esperaba, estaba segura que harías, en absoluto te aprovechaste de la situación; estaba en tus manos, podías hacer de mí lo que quisieras, pero me respetaste con toda delicadeza, y eso, que me respetaras, me gustó; sí, me gustó más que mucho. Enseguida noté que me sentía bien, a gusto, contigo, a tu lado, pero lo grande vino cuando comencé a apercibirme de que, tan a gusto, tan dichosa y feliz como entonces iba sintiéndome, cotigo, a tu lado, jamás, pero lo que se dice jamás, habíame sentido.
Nueva pausa para sacar de su bolso un cigarrillo que yo le encendí.
No sé, exactamente, cuando fue; creo que por Febrero, Marzo tal vez, que empecé a notarlo, darme cuenta; fue el comienzo del descubrimiento de la verdad, cuando comencé a darme cuenta de que me querías, me amabas, y supe que esa era la razón de todo. Que esas miradas tuyas no eran, como creía, deseo concupiscente, sino amor, cariño, y del de verdad, del bueno, ese que persiste hasta el último momento de la vida
Nines volvió a callar; hizo ademán de buscar un nuevo cigarrillo, pero desistió de ello. Me miró por un momento, unos segundos y me sonrió al tiempo que me proponía sentarnos. Lo hicimos y ella prosiguió
Y, ¿sabes? Empecé a sentirme, de verdad, querida, amada, por un hombre: Tú. Y me gustó, me encantó, sentirme así, amada y respetada. Desde entonces, para mí, tú ya no eras el mismo, pues te trocaste en lo único imprescindible, indispensable en este mundo, esta vida, para mí. Y comencé a esperar que llegara el sábado, como “agua en Mayo”, pues es cuando volvía a verte; vamos, que te esperaba con ganas, con ansia. Sí, como se espera al novio, al hombre amado… Y, al fin, lo supe; supe que también yo te amaba, te quería, como tú me amabas, me querías a mí…
Nines no pudo seguir hablando pues yo la interrumpí, tomándola de los antebrazos, ambos a la vez, más que menos fuertemente, hasta sacudirla en cierto modo, mientras antes le gritaba que hablaba
Pero, pero… ¡Qué dices!... Quererme tú, amarme, como yo te amo a ti… Porque sí, es cierto, que ando loco, pero loco, por ti y desde ese mismo tiempo que dices… Pero que tú...
Nines, a mi lado, tomó mis manos entre las suyas diciéndome
Pues sí, Antonio, Toñico mío; te quiero, te quiero, amor. Eso sí, desde hace casi nada, apenas un mes desde que soy consciente, aunque claro, inconscientemente, pues cualquiera sabe, que esto no creo yo que venga de sólo un mes. Pero sí; es vedad: Te quiero, te amo, sí, te amo. Y con todas mis fuerzas, con locura, con toda mi alma
Nos fundimos en un beso tierno, suave, intensamente dulce, tremendamente cariñoso. Todo él, amor, ternura, cariño, sensibilidad, sentimiento, sentimentalidad pura, sin traza alguna de sentido, sensualidad, menos de sexualidad, aunque todo se andaría hasta llegar a los besos a tornillo, con ligero mordisquito en la lengua, a comernos, mutuamente, la boca, a los más tórridos besos que imaginarse pueda, siendo entonces cuando nos apercibimos de la que a nuestro alrededor se había formado, con casi todo “guripa” que entonces estaba en Comandancia disfrutando del espectáculo que les estábamos ofreciendo, lo que impuso morigeración a ambos. Vamos, que desde aquella venturosa tarde éramos novios, y la mar de formales, además, con más que claras intenciones de casarnos tan pronto eso fuera posible.
Desde luego, Nines se quedó en Madrid, conmigo, hasta que, por fin, me dieron “la Verde”, la “Carilla Militar (1) y con ella la “Licencia Indefinida”, léase, “Definitiva”, sobre el 20 de Julio, yéndonos los dos juntos al pueblo. A la llegada del coche de línea, el “correo” que decíamos, a la plaza Mayor, nos esperaban tanto mis padres como los de ella, y menudos abrazos y besos nos dieron a los dos, que de verse fue el abrazo que me arreó la madre de Nines, Dª Ángeles, o el que le atizó mi madre a Nines.
Bueno, una cosa también es cierta, que mi madre no es que apreciara y de verdad a Nines, sino que la quería casi, casi, que si hija suya, fruto de sus entrañas, fuera. Algo bien distinto fue la acogida que nuestros futuros suegros, mi padre y el padre de ella, D. José, nos dispensaron; desde luego, ni rastro de las alharacas que mamá y Dª Ángeles nos ofrecieron, pero tampoco se quedaron tan atrás, que de verse fue el abrazo con que mi padre acogió a Nines, y el que D. José me endilgó a mí y el apretón de manos que le sucedió.
Y es que, la verdad sea dicha, de muchos años, tantos como yo llevaba viviendo, nos conocíamos; me vieron, Dª Ángeles y D. José, como suele decirse, nacer y luego, tanto a Nines como a mí, crecer, hacerse ella mujer, hombre yo, y eso siempre deja huella. En fin, que, a la postre, lo mismo mis padres que los de ella, nos confesaron que, mejor novio ella, mejor novia yo, dónde íbamos a haber encontrado… Y, finalmente, pues “tutti contenti”, como suelen decir los “spaguetinis”
Y el tiempo, semanas, meses, años, fue discurriendo. Nines y yo teníamos una mea, un objetivo común que alcanzar: Casarnos, máxime, a 31 de Diciembre de 1965, a dos años y medio, casi justos, de salir yo de la “mili”, ¿Razones para tal prisa? Que Nines me lleva a mí tres años y varios meses, con lo que en junio del 65, yo tendría veinticinco tacos, pero ella, en esa fecha, estaría más cerca de los veintinueve que de los veintiocho. En ese discurrir del tiempo habían ocurrido varias cosas: Yo me había independizado de mi padre, con lo que viajaba solo y sólo para mí, mi futuro; claro que mi padre me ayudó y más que mucho en ese empeño, financiándome la compra de un Renault 4L, un “Cuatro Latas” que jocosamente se decía, amén de efectivo para ir aguantando en tanto no empezara a cobrar comisiones.
Comencé en Octubre de 63 con el muestrario de confección, camisería, blusas de señora etc., y el de interior de caballero, calzoncillos y demás, pero a fines del 64, con la temporada de verano, agregué otro muestrario más, éste de interior de señora, completísimo, pues tocaba toda la gama, con bañadores en el muestrario de verano. Este muestrario, al final, se reveló como la “Joya de la Corona” pues él solo me dio, en comisiones, casi tanto como entre los otros dos muestrarios juntos. Por cierto que, tras emplearme bien a fondo, con lo de interior de caballero, conseguí que incluyeran bañadores en la temporada de verano, lo que resultó un éxito, ya que sus precios resultaron incontestables, con el corte y la calidad de los tejidos algo más que aceptables
Por su parte Nines logró colocarse nada más volver a Madrid, en Septiembre, y no tan mal, con cuatro horas por la mañana, de diez a catorce, en una clínica de barrio, a pie de casa, podría, incluso, decirse; y otras cuatro horas, de dieciséis a veinte horas, en un consultorio de la Seguridad Social, como contratada a tiempo parcial. Lo de la clínica fue un convenio privado entre ambas partes, ella hacía sus horas, la clínica le pagaba lo convenido y punto; con la Seguridad Social, en cambio, todo fue muy distinto pues la pusieron en el Régimen General de la Seguridad Social para Trabajadores por Cuenta Ajena, con todo sus derechos en regla, Seguro de Enfermedad para ella y los hijo que tuviéramos, (yo tenía mi propia Seguridad Social, por el Régimen Especial de Trabajadores por Cuenta Propia), y claro está, el de desempleo, que mal nos vendría al vencerle los contratos temporales
Cada año llegábamos al pueblo, justo, para el día de la Virgen, 26 de Agosto, pero ese año lo hicimos bastante antes, el jueves 15 de Julio para, nada más apearnos del coche y dejarlo en la plaza Mayor, a eso del mediodía, presentarnos en la casa del cura párroco, D. Hilario, a fin de concretar detalles, entre otros, lo de las amonestaciones; y es que a habíamos fijado fecha para nuestra boda: El 15 de Agosto, la famosa Virgen de Agosto, la Asunción de la Virgen María a los Cielos en su carne mortal; boda que se celebraría en el santuario-básica de nuestra Virgen Patrona, a sus pies, con banquete de bodas tras la ceremonia religiosa, fotos y toda esa pesca que suele darse en tales eventos, convite que tendría lugar en uno de los varios salones con que, al efecto, contaba el complejo urbanístico que, por finales, era el Santuario-Basílica, pues, rodeando el edificio puramente religioso, se yergue toda una serie de edificios de dos plantas formando círculo que cierra, las grandes portadas de acceso al conjunto urbanístico y que se alzan, justo, frente a la entrada a la Basílica.
Y al fin llegó el día soñado, el 15 de Agosto de 1965. ¡¡¡Qué tremendamente larga que se nos hizo la mañana, con la ceremonia religiosa!!! ¡¡¡Qué terriblemente largo que se nos hizo el banquete nupcial, con Nines y yo comiéndonos con los ojos. Fue mi amigo Finito, conductor profesional, a veces empleándose con señorones, como chofer particular, así estuvo bastantes años con el ganadero de bravo de la trajimos, por fin, matrimonio mi Nines adorada y yo, que no sé bien quién de comarca Samuel Flores. Le pedí que nos llevara en mi coche, el 4L, pero él declinó hacerlo, poniendo el suyo propio, un Seat 1500, a nuestra disposición; yo acepté, diciéndole me cobrara lo que fuera oportuno, pero él, riendo, me respondió:
Acéptalo como mi regalo de bodas.
Mi familia, nuestra familia, vamos, mis padres y los de ella, pues ya éramos una sola familia, nos habían enjaretado una Noche Nupcial en coche-cama, uno de aquellos famosos departamentos de la Wagons Lits Cook “e dos grandes espresos europeus”, pero nosotros, ya en Albacete capital, preferimos pasar la noche al amparo del piso fijo, seguro, inamovible, de una confortable habitación de hotel, así que pedimos a mi amigo Finito que nos dejara a la puerta del Gran Hotel; como es natural, antes cambiamos los pasajes del coche-cama por dos primeras en el expreso de la mañana, pero no del día siguiente, sino del otro, pues tampoco era cosa de madrugar en el primer día que amaneceríamos siendo marido y mujer; esposo y esposa. Amén de tener, Albacete ciudad, lugares bellos a la vista, como su parque, o interesantes de ver, por lo pintorescos, como el Pasaje de Lodares, o la Parroquia-Catedral “San Juan Bautista”.
Aquella noche fue, en verdad, la de nuestra “Primera Vez”, pues nuestro noviazgo fue de lo más casto; vamos, que ni nuestros abuelos, no ya nuestros padres Fue una iniciativa de Nines que yo, al instante, hice mía. Todo vino por la noche del 26/27 de Agosto de 1963, primer “Día de la Virgen Patrona” que pasábamos ya de novios. Ese día hicimos lo que, para esa fecha, hace todo el pueblo: Salimos a esperar a la Virgen a su camino, subiendo luego con Ella, la Virgen, hasta arriba del pueblo, la plaza y la iglesia de la Trinidad, donde permanece hasta depositarla en el Altar Mayor, presidiéndolo, de la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, una auténtica joya del gótico del siglo XIII. Cenamos luego, acabados ya los fastos religiosos, por la plaza para acabar bajando y subiendo, Carretera Nueva abajo, Carretera Nueva arriba, “pelando la pava” mano a mano, con lo de cariñito va-cariñito viene. Y a mí, pues eso, que se me fue la mano ni se sabe los pueblos, pugnando a brazo partido con aquél escote, esas cinticas y demás pues, según mi “calentura” subía grados y más grados, los desnudos senos de “mi” Nines ya n me basaban, sin que quería más y más..y mucho, muchísimo, más. Fue entonces cuando ella me contuvo, aunque en forma y manera tan bonita tan especial, que ni siquiera lo pareció, pues comenzó por ofrecérseme en cuerpo y alma, en alma y cuerpo, pero que me detuvo en seco, bajándome, más instantáneamente que al segundo, la “calentura”.
Antonio, mi amor; yo soy tuya, lo sabes, ¿verdad?; tuya por entero, tuya nada más. Toda, toda yo, soy tuya, hasta el ultimo recoveco de mi cuerpo de mi ser, de mi alma, incluso, es tuyo, luego, si me deseas como sé que me deseas, tómame. Toma lo que es tuyo porque yo te lo doy; porque yo me otorgo a ti, mi amor, mi vida, cariñito mío. Pero si pudieras esperar, respetarme, hasta nuestra Noche Nupcial te lo agradecería mucho, mucho, muchísimo…
Claro está que me quedé desarmado, y ¡cómo no atender su súplica, rogándomelo así, como me lo hacía. Y ahí se quedó mi intento, que nunca, nunca más repetí. ¿Razones de aquello, ese tan insólito, digámosle, capricho? Nines, de siempre, había sido muy, muy, cabeza loca, y los “pantalones” le habían ido más que a un tonto un lapicero; vamos que casi, casi, desde su más tierna edad, sus doce añitos más o menos, unos “pantalones bien puestos, con fuste, la volvían loca, la sacaban de quicio.
Según me confesó, entregó su “prenda dorada” hacia sus diecinueve años, a un compañero de Facultad, tres años mayor, que no adelantado pues ella hacía segundo de Carrera en tanto el “jincho” hacía el tercer curso. Y a lo que íbamos, pues según Nines me confesara algo después, aquella su primera “experiencia sexual”, fue un tremendo desastre para ella, con el tío buscando, sólo, su propio disfrute, pasando de de ella olímpicamente, hiriéndola incluso con desgarros en tan delicado punto de la femenina anatomía, lo más femenino, precisamente, de tal anatomía. Pero faltaba la “guinda del pastel”, pues acabar él, quedarse la mar de a gusto y dejarla tirada en medio de aquella desolación de mas que menos descampado suburbano, fue todo uno. Luego vinieron segundas, terceras, hasta cuartas experiencias, que tampoco hicieron sonar campanas, ni mucho menos. Pero bien se dice que no hay mal que cien años dure, y aquello, ese no lograr satisfacción sexual, no fue excepción, pues con el tiempo y el famoso “placer solitario”, aprendió a conocerse sexualmente con lo que supo sacar el máximo partido del tío con quién se abría de piernas.
Pero también otra cosa era cierta: Que nadie nunca habíala respetado y, vamos, que ni tan siquiera ella se respetó nunca. Tuvo que empezar a salir conmigo para conocer la sensación de sentirse respetada. Y eso quería seguir sintiéndolo, experimentándolo, hasta el último momento de su soltería: El respeto con que yo venía tratándola desde que empezáramos a salir juntos, mi respeto hacia ella, en definitiva Y a mí esa ambición, ese deseo, francamente, me encantó, empeño que, desde que conocí todos sus detalles, sin dudarlo, hice mío entera, absolutamente, mío.
Pero volvamos a aquella nuestra Noche Nupcial, nuestra “Primera Vez” que, en muchos, muchísimos aspectos, de verdad lo fue; y es que, por finales, ese respetarnos mutuamente, ese noviazgo tan enteramente casto, tan deliciosamente casto, fue como un velo cubriendo, borrando haciendo desaparecer, todo el pasado de Nines con lo que esa noche vino a mí una Nines pura, inmaculada, limpia de toda mancha en una, en verdad, “Primera Vez” para ella; pero es que también en mí, la feliz transparencia en la castidad de nuestra relación de novios, pareció ejercer un milagro semejante al en ella obrado, pues también yo fui a ella limpio de toda tacha, todo estigma de mi vida anterior a salir con ella.
Y ocurrió que la Nines que ante mí se reveló aquella Noche, en toda su gloriosa, casi inmortal, desnudez, fue la mismísima personificación de Amor; fue Amor trocad en mujer, en hembra humana, y es que Nines se me manifestó como la amante perfecta, la más dulce, tierna, cariñosa, enamorada, amante que me fuera dado encontrar en este perro mundo, pero es que, para que nada faltara, también se me mostró como la amante más eróticamente ardorosa, la más fogosa pues nunca tenía bastante sin que siempre, siempre, me pedía más, un poco más, un poquitín, porriquitín, más, de modo que, finalmente, quien acababa derrotado en toda la línea era yo, pidiendo árnica a gritos y ¡¡¡TIEMPO, TIEMPO, TIEMPO!!! en verdaderos alaridos, acabando por decirme ella, llena de suficiencia.
¡Marido!… Eres un rilao… ¡¡¡Ja, la, ja!!!
Desde entonces han pasado ya algo más de cincuenta años a lo largo de los cuales nuestro amor floreció en cinco hijos que son cinco joyitas, dos chicos y tres chavalinas casi tan guapas como su más que bella madre, amén de un puñado, y no tan chico, de nietos. Yo ya me and más cercano a los setenta y seis que a los setenta y cinco años, en tanto que Nines ya dejó atrás, por casi menos que un mes, los ochenta años y, desde luego no diré que los homenajes que todavía nos tributamos sean de la misma enjundia que años y años y años, ha, pero darse de vez en cuando, aun se dan,aunque “mi” Nines casi siempre termine con la misa sonatina
¡Marido!… Eres un rilao… ¡¡¡Ja, la, ja!!!
FIN DEL RELATO
Querida lectora querido lector. Tanto si, por un casual, he logrado entretenerte un poco, como si no he conseguido tales albricias, te agradecería infinito me lo hicieras saber insertando un comentario a ese relato o historia… Por descontado, que MUCHÍSIMASS GRACIAS POR TUS MOLESTIAS LEYÉNDOME.
NOTAS AL TEXTO
Llamábamos así a la Cartilla Militar, “La Verde”, porque era de ese color, verde oscuro, exactamente, y con ella soñábamos todo el tiempo que duraba la “Mili”, nuestra permanencia en filas como soldados de España, pues al licenciarnos, al marcharnos ya, definitivamente, a casa, nos la daban, con las calificaciones que al mando habíamos merecido.
Seguramente no os lo creáis, pero os digo una cosa: Yo no me fui a la “Mili” sino que me llevaron forzosamente y todo el tiempo que permanecí en filas estuve deseando licenciarme. Serví en Infantería, en el hoy desaparecido Regimiento Infantería “Covadonga” nº 5; la patrona de la Infantería española es la Inmaculada Concepción, cuya fiesta es el 8 de Diciembre. Pues bien, aquél año 1962, el 8 de Diciembre estaba en casa, de permiso. Pero yo era soldado de Ia Infantería española, la GLORIOSA Infantería española, y como tal soldado quise cumplimentar a mi Patrona; así que me vestí el uniforme, de permiso vestíamos siempre de paisano, pues “lucir” el uniforme, la verdad, es que no nos gustaba nada y así me fui a la iglesia, a misa. Me pasé toda la misa en correctísima posición de firmes, que creo que en toda la ”Mili” estuve más pendiente de mantener la más correcta posición militar, con la gorra descansando sobre mi brezo derecho, doblado en justo ángulo recto sin abandonar esa posición de firmes más que al alzar el sacerdote la Sagrada Forma, momento ese en que, reglamentariamente, hinque mi rodilla derecha en tierra. Y ¿sabéis?... Pocas veces me he sentido tan orgulloso de mí mismo como en esos momentos, pues era consciente de estar cumpliendo con mi deber. Es que, esa ha sido casi que desde siempre, una de mis máximas distintivas: Cumplir con mi deber, mi obligación, pr encima de todo.
Enteramente cierto. Las mejores horas para trabajar con los clientes son la primera y la última, lo mismo por la mañana que por la tarde: Nada más abrir el cliente y cuando ya va a cerrar, tanto en la mañana comen la tarde. Cuando se llega a una plaza, pueblo o ciudad, lo primer que se hace es concertar hora con los clientes dejando para los mejores, los que más capacidad de compra tienen, esa horas, digamos, privilegiadas. Así que, si con el último de la mañana terminas cerca de las cuatro de la tarde, casi cuando tienes ya la cita con el primero de la tarde, pues haber qué haces, sin irte despendolado a trabajar con ese cliente que te espera y, si tienes luego, durante la tarde, un momento algo libre, aprovechar para meterte un buen bocadillo entre pecho y espalda.