Niñas inmaculadas
Rebeca ha sido enviada a la oficina del director porque le atraparon fumando, ¿tendrá el director alguna forma de corregir el comportamiento de esta alumna?
Rebeca, con su mentón apoyado sobre su puño, suspiró con fuerza. Sabía que ya era tarde, sabía que todos sus compañeros ya deberían de haber salido del plantel y que posiblemente ella era la única alumna en el lugar. Ahí, sentada en la sala de espera del director, esperando un regaño.
La muchacha, de cabello rubio, largas piernas enfundadas en mallas blancas y un exuberante cuerpo que parecía de modelo metido en un típico uniforme de preparatoria católica, estaba rumiando su situación, ¿y todo por qué? Porque había tenido la mala suerte de que la prefecta la encontrara fumando en el baño durante la hora del receso.
El director podría haberla regañado antes, pero informó que en ese momento estaba ocupado y que ya lidiaría con Rebeca al final del día.
“No sé por qué la hace tanto de emoción”. Pensó Rebeca molesta. “Ya sabemos que voy a salir bien librada de esto”.
Y era verdad. La madre de Rebeca había quedado viuda un par de años antes, pero había tenido la suerte de que un viejo amigo suyo, un acaudalado hombre de negocios, tratara de llevar su vieja amistad a algo más y terminaron casados, lo que mejoró bastante el estatus social de Rebeca comparado con el que tenía con el perdedor de su padre. Entre las tantas ventajas que su nuevo padrastro le daba, es que este regularmente hacía grandes donaciones de dinero a la escuela, el colegio de la santa niña inmaculada. Por ese pequeño detalle, Rebeca era intocable por las autoridades escolares porque ellos no se arriesgarían a perder una entrada de dinero tan buena, y para guardar las apariencias cuando ella hacía algo malo, el director solo le decía que debería portarse mejor y que debería ir a ver a la psicóloga de la escuela… como ya hubiera pasado otras tantas veces.
“Como si eso fuera a funcionar”. Pensó Rebeca hastiada. “Siempre que voy con la psicóloga, hablamos de puras tonterías… de hecho, creo que no recuerdo nada de lo que hablamos ahí”.
Rebeca comenzaba a darle vueltas a sus presuntas lagunas mentales en sus visitas con la psicóloga, cuando una voz la sacó de sus pensamientos.
—Rebeca —dijo la voz del director desde su oficina —pasa por favor.
Rebeca se encogió de hombros, olvidó ese pensamiento que estaba desarrollando y entró a la oficina.
La oficina del director Hipólito no era muy diferente a la de cualquier otro director de escuela: tenía varios cuadros con fotografías de equipos escolares, alumnos, graduaciones y títulos del director, un estante lleno de libros y archivos. En la esquina estaba un pequeño cajón donde se guardaba el lábaro patrio, en el centro de la habitación estaba un enorme escritorio de caoba con varios documentos en él y tras este estaba un hombre de unos 40 años, de cabello castaño con algo de blanco en las patillas, de piel morena y de ojos color marrón. Si no fuera por su actitud antipática, la muchacha habría considerado insinuársele para ver si el hombre caía en sus redes. No porque quisiera tener algún poder sobre él, o porque quisiera meterlo en problemas, desde hace algún tiempo Rebeca tenía esa especie de fantasía sexual de tirarse a un hombre maduro.
El director Hipólito estaba viendo algunas cosas en su laptop, miró a Rebeca de reojo cuando esta entró a la oficina y la invitó a sentarse en una de las dos sillas que estaban frente al escritorio. Rebeca así lo hizo al tiempo que reparó en un pequeño detalle: las cortinas de las ventanas de la oficina estaban cerradas.
“Pero hoy no hay sol”. Pensó Rebeca. “¿Por qué tendría entonces las ventanas cerradas? Hasta podría pensar que va a violarme y no quiere testigos”.
—Bueno Rebeca —dijo el director de pronto mientras cerraba su laptop, entrelazaba sus dedos y recargaba su mentón sobre ellos —tenemos un gran problema aquí contigo.
—Lo sé… —dijo Rebeca sin poder evitar usar un tono sarcástico.
—Te encontraron fumando —dijo el director —y esa es una grave violación a la constitución escolar.
—Lo sé… —repitió Rebeca, desinteresada —deme mi castigo y terminemos con esto.
—¿Te vale, verdad? —preguntó el director ligeramente molesto.
—Algo —contestó Rebeca cínicamente.
—¿Disculpa?
—Los dos sabemos que mi padrastro da un montón de dinero a esta escuela —contestó Rebeca encogiéndose de hombros —y que por eso no se pueden arriesgar a que me saquen de aquí, así que solo me pondrá de castigo ir a ver a la psicóloga de la escuela, como siempre.
Para sorpresa de Rebeca, el director no se molestó ante sus palabras, es más, hasta rió un poco. El hombre se puso de pie y caminó por la oficina hasta llegar a un lado de Rebeca.
—Tu papi tiene dinero y por eso crees tener el mundo a tus pies —dijo el director con un tono tétrico en su voz —pero tienes que aprender a definir quien tiene el verdadero poder.
Y tras decir eso, dio un giro rápido y tomó a Rebeca por el cuello.
—¡Eres una perra estúpida que necesita aprender su lugar, y yo voy a enseñártelo!
Rebeca no comprendió que pasaba con el director, pero la estaba asustando, así que decidió hacer lo único que se le ocurrió.
Gritó, gritó con todas las fuerzas… pero no salió ningún solo sonido.
—Grita cuanto quieras —se burló el director soltándola del cuello —no funcionará. Tu programación te lo prohíbe.
“¡¿Mi programación?!”. Pensó aterrada Rebeca sosteniendo su cuello.
—Vamos —continuó el director —Sé que estás pensando en escapar: adelante, la puerta está abierta.
Rebeca no sabía que estaba planeando el director, pues retrocedió lo suficiente para darle tiempo de ponerse de pie y correr a la puerta. Eso era claramente alguna clase de trampa, pero era la única posibilidad que tenía. Se puso de pie lo más rápido que pudo y corrió a la puerta, tomó el picaporte y lo jaló con todas sus fuerzas.
Nada pasó. La puerta se quedó firme como si fuera parte de la pared.
“¡No!”. Pensó aterrada la muchacha. “¡¿Cómo puede estar cerrada?! ¡Yo la dejé abierta!”.
—Oh tonto de mí —dijo el director con burla mientras se acercaba a Rebeca —olvidé que tu programación también hace imposible que escapes de mi oficina.
Rebeca se giró y pegó su espalda contra la pared.
—¡¿Qué es esto de la programación?! —preguntó aterrada.
El director se le acercó, casi rosando su frente con la de ella, y poniendo una sonrisa demente dijo:
—No tengo ni puta idea. Así es como Vallejo le llama a lo que sea que mete en sus cabezas.
Rebeca reconoció el apellido.
—¿La psicóloga de la escuela?
—¿Hay otra? —se burló el hombre —les hace algo a las alumnas que se dejan caer en su despacho, las convierte en muñecas a nuestro servicio y bueno…
—¿Qué es lo que nos hacen? —preguntó Rebeca.
—¡Ay Rebeca, sí que eres estúpida! —gritó el director —no las convertimos en putas sin cerebro para que laven los platos, ¿sabes cuanto dinero nos pagan empresarios y políticos por tener bellas adolecentes a su completa voluntad? ¡Estoy forrado de dinero gracias a ti y a otras chicas de esta escuela!
—¿Nos prostituyen? —preguntó Rebeca comenzando a llorar —¡No se saldrá con la suya, cuando mi padrastro se entere…!
—¡Tú padrastro! —se burló Hipólito —¿Qué va a hacerme él? ¡Él es uno de nuestros mejores clientes!
—¡¿Ah?!
—¿Crees que es coincidencia que te metiera a esta escuela? ¡Claro que no! Desde que se casó con la zorra de tu madre ha querido meterte mano, y sabía que la única forma era que te programáramos.
Rebeca cayó de rodillas, con la cabeza echa un revoltijo.
—No…
—Creo que saber esto y al mismo tiempo saber que no lo vas a recordar es un muy buen castigo para una perra insolente como tú —dijo el director con crueldad en sus palabras —otro triunfo para el director Hipólito formando jóvenes mentes. Ahora, creo que me merezco una recompensa.
El director bajó la mirada mientras Rebeca subía la suya llena de lágrimas. El director sonrió y dijo:
—Sagrado corazón de la santa niña inmaculada.
En ese momento la mente de Rebeca se comenzó a poner en blanco. Sus pesados pensamientos llenos de angustia desaparecían para ser reemplazados por otros más simples, ligeros y felices.
Rebeca sonrió tontamente mientras su lengua salió de su boca que se curveaba en una sonrisa.
—Pero que travieso es el amo —dijo con una voz tonta abrazando al director por la cadera y acariciando su entrepierna con su enorme busto —¿Ya me puso en posición para que le dé una buena mamada?
—Me descubriste —dijo el director con un tono burlón —¿Te gustaría comenzar?
Rebeca profirió un chillido de emoción y con impaciencia comenzó a bajar el cierre del hombre para sacar de entre sus ropas ese miembro erecto cuyo aroma comenzó a inundar el pequeño despacho.
—¡El pene del amo! —gimió Rebeca con emoción antes de metérselo a la boca sin alguna clase de juego previo.
El hombre mientras tanto estaba ahí, sintiéndose el hombre más afortunado del planeta, teniendo a una adolecente chupando su miembro de forma voluntaria y habilidosa. Realmente había tenido buena estrella cuando decidió aliarse con Vallejo: él solo tenía que proporcionar a las chicas y a los clientes, y ella se encargaría de convertirlas en putas sumisas, y se irían mitad y mitad del dinero, era el plan perfecto. Él no tenía ni idea de cómo lo hacía ella, y la verdad poco le interesaba si podía obtener beneficios como ese.
—A ver vaca estúpida —dijo el hombre —que esas tetas sirvan de algo.
Rebeca sacó el miembro del director de su boca, se lamió los labios y dijo mirando al director con una sexy voz.
—Sí mi amo.
Rebeca entonces comenzó a quitarse la blusa, para luego deshacerse de su bra. Esos melones demasiado grandes para una chica de su edad ahora estaban libres, e Hipólito sabía cómo serían usados.
La rubia tomó sus dos balones entre sus manos y con ellos atrapó el pene del profesor y comenzó a masajearlo con gusto. La sensación era única y no hizo más que mejorar cuando Rebeca comenzó a darle lengüetazos a la punta.
Tras unos minutos recibiendo ese tratamiento, el hombre no pudo soportarlo más, y terminó viniéndose en la cara de la alumna, lanzando sendos chorros de semen que llegaron incluso al cabello de la chica.
—Ay amo —dijo Rebeca juguetona mientras tomaba un poco de semen y se lo metía a la boca, degustándolo como si fuera un dulce —gracias por la golosina.
Hipólito rió al ver como la muchacha disfrutaba de la humillación mientras esta seguía tomando más semen de su cara y lo lamía de sus dedos.
—Creo que ya podemos pasar a la siguiente parte, ¿no crees? —dijo Hipólito con satisfacción.
Momentos más tarde, Rebeca estaba acostaba boca abajo en el escritorio del director, con el culo alzado lo más que podía para permitirle una mejor entrada a sus entrañas. Hipólito miró el blanco calzón que protegía esas partes íntimas: Estaba tan empapado con los fluidos de la joven, que se transparentaba todo dando la impresión de que solo era una servilleta mojada. La programación que la psicóloga les había puesto les indicaba a las muñecas estar siempre mojadas mientras estuvieran en el trance.
Hipólito tomó la prenda y de un tirón la bajó hasta los tobillos de la muchacha, la cual sacudió su trasero en un espasmo orgásmico que arrojó más fluidos por sus labios vaginales, salpicando un poco la cara del director. Esto no molestó al hombre, sino que más bien aumentó su lujuria cuando con su lengua probó un poco de ese líquido que escurría cerca de su labio.
“Saladito”. Pensó.
—Bien esclava, ¿lista? —preguntó mientras acariciaba una de las nalgas de Rebeca.
—¡Por favor amo! —rogó loca de lujuria —¡Por favor ya démela, la necesito!
—Si insistes —dijo el hombre y sin más calentamiento previo, clavó su miembro en la vagina de la muchacha, la cual aulló de placer.
No fue difícil llegar hasta el fondo de la muchacha: Esa cavidad estaba tan humedad, que cualquier cosa se hubiera resbalado ahí.
—Yo no voy a hacer nada —dijo el hombre quedándose quieto y llevando sus manos a sus caderas —si quieres placer, tendrás que moverte tú.
—A la orden mi amo —dijo Rebeca sumisamente mientras comenzaba a mover sus caderas —¡Haré cualquier cosa por usted!
Rebeca movía salvajemente sus caderas de atrás hacia adelante, e incluso parecía que se estaba cogiendo al escritorio en lugar de que ella estuviera siendo cogida. Gritaba como una loca y se pellizcaba sus pezones mientras sus ojos desorbitados miraban al techo y su lengua salía de su boca.
—¡Así mi amo, así, démela, la quiero, la quiero! —balbuceaba y eso era de lo poco que se lograba entender.
Rebeca gemía como una loca, e Hipólito estaba feliz de ser el único en la escuela junto con la muñeca, o de lo contrario alguien les hubiera escuchado. En su frenesí sexual, Hipólito decidió darle más motivos a Rebeca para gritar y comenzó a darle duras cachetadas a sus nalgas.
La elasticidad de la vagina de Rebeca era perfecta (cosa normal considerando que la usaban mucho), así que no apretaba ni dejaba suelto el pedazo, lo que en circunstancias normales debería hacer que el coito durara más, pero ya habiéndose venido por las tetas de la muchacha, Hipólito sintió la presión del orgasmo, así que tomó a la muchacha de la cintura y solo se dejó llevar por la sensación de su semen inundando las entrañas de la muchacha, quien se corría por quien sabe cuántas veces en ese momento con un gruñido ahogado. Cuando Hipólito terminó, se retiró de Rebeca y se dejó caer en la silla, mientras la muchacha caía en una casi inconsciencia causada por el placer.
El hombre jadeaba, como siempre, había sido un buen polvo. Levantó la mirada y sonrió al ver su obra: su semen comenzaba a salir a raudales del interior de Rebeca y comenzaba a bajar por sus muslos hasta sus rodillas, mientras la muchacha lo único que hacía recuperar la respiración.
El director se puso de pie y miró la cara de la muchacha, la cual realmente daba pena: tenía los ojos bien abiertos y varias lágrimas escapaban de ellos, su sonrisa estaba muy ancha y su lengua salía de su boca, provocando que un charco de baba comenzara a formarse donde estaba su cara.
—Preferiría estar muerto que dejar que alguien me viera así —se burló el director, pero luego tomó a Rebeca de su cabellera rubia y levantó su cabeza de un tiron —pero bueno puta, no todo en la vida es diversión. Ahora hay cosas que hacer, tienes que arreglar el cochinero que hiciste aquí, mientras que yo te hago olvidar la última media hora y te doy una pastilla anti conceptiva: no quiero sorpresas no deseadas ni perder a una de mis mejores putas.
Rebeca solo se limitó a reír tontamente y a decir rebosante de felicidad.
—Sí amo…
Rebeca abrió los ojos. Se encontraba fuera de la oficina del director.
—¿Cómo…? —se preguntó, pero entonces la respuesta le llegó sola a la cabeza: el director le había sermoneado por media hora sobre los peligros del cigarro, y le había pedido que no lo volviera a hacer, al menos no en los terrenos de la escuela. Tal y como ella había previsto: la influencia de su padre le había salvado del castigo.
Entonces notó algo raro: sus manos olían a limpiador de piso y aromatizante. ¿Por qué?
Pero no tuvo tiempo para preocuparse por eso. En ese momento una brisa levantó su falda y rápidamente la sostuvo: Bonito día había elegido para no llevar pantis. Tenía que apurarse a llegar a casa y ponerse unas.
El director miró desde su ventana a la alumna comenzar a caminar fuera de la escuela. El hombre sonrió con crueldad y se llevó su mano derecha cerca de la boca y aspiró. En su mano tenía una bola de tela blanca, unas bragas empapadas con fluidos vaginales. Las bragas de Rebeca.
“Un trofeo más para la colección” pensó con una sonrisa de satisfacción.