Niña Lucía (un tigre de peluche)
Soñó con otras cosas. Soñó que no se estaba masturbando con un tigre. Soñó que era ella quien estaba siendo grabada y que era Joan quien se la follaba. Soñó que Joan era su padre y que ella era su madre y en su sueño tenía los grandes pechos que siempre había deseado.
Continuación de: http://www.todorelatos.com/relato/50122/
La tarde pasó entre bromas. Rápida, como corresponde a una hermosa tarde entre amigos. A la hora de despedirse, ninguno de los tres se acordaba ya de esa pregunta que no formularon pero que quedaba en el aire. Ángela ¿Quieres follar con nosotros?.
Lucía y Joan se despidieron (con bastantes agradecimientos y ninguno fingido) de Ángela a la puerta de su casa. Joan se ofreció a acompañar a Lucía pero ésta se negó.
Creo que no me conviene que mis padres te vean demasiado, cariño...- susurró con un beso candente mientras se despedía de Joan que, resignado, aceptó ese ósculo pasional y también enfiló hacia su hogar.
Lucía, ya en su casa, trataba de pensar en la forma de plantear su fantasía a Ángela sin que a su amiga le pareciera una locura ni una depravación.
Ángela, mirando la tele, deseaba que Lucía se hubiera atrevido a proponérselo.
Joan, mientras hojeaba una revista de videojuegos tirado en su cama, pensó vagamente en lo que sería follar con Ángela y Lucía al mismo tiempo.
Sin poder evitarlo, los tres empezaron a excitarse.
I. Una tarde de viernes.
El martes fue un día más, de clases aburridas y mañana eterna. El miércoles, una copia del martes. El jueves, tres cuartos de lo mismo. Sólo el viernes, con su promesa de fin de semana, tuvo un poco más animada a Niña Lucía. Durante toda la semana, Lucía y Joan habían aplacado su sentimiento con sólo algunos besos a escondidas, en el baño del instituto, haciendo cómplices de su pasión a las baldosas mugrientas que lo alicataban, o en el último portal del camino que compartían cada tarde antes de marchar cada uno a su casa. Besos pasionales que proclamaban su amor a los cuatro vientos.
Pero llegó el viernes. Y la tarde, con su séquito de nubes. Los padres de Lucía trabajaban, y la quinceañera se encontraba, como tantas otras veces, sola en casa. Niña Lucía, ante el ordenador, preveía una noche aburrida. Ángela estaba castigada (un examen de Matemáticas tenía la culpa) y no iban a salir esa noche. Escrutó su "messenger" para averiguar si Joan estaba conectado y podía charlar con él. Quizá podría probar lo que llaman "Sexo Virtual"... pero no. El icono que pertenecía a su chico permanecía en rojo, desconectado. Lucía murmuró algo entre dientes y se dejó caer, aburrida, en la silla.
Su vista resbaló por toda la habitación. Espejo, armario, su cama habitada por muñecos de peluche... se fijó en la cama. Allí mismo, no hacía mucho, se había vengado de su tío Rodrigo. Sonrió y se mordió el labio inferior en señal de victoria. Se encontró en el espejo con un clon suyo devolviéndole el gesto y lo examinó. Le gustaba. Era traviesa. Se sentía traviesa. La hacía parecer infantil, pero sabia y poderosa, casi perversa. Infantil... y perversa. Sorprendida por la asociación de ideas que había hecho, a Niña Lucía algo se le pasó por la cabeza.
- Infantil... y perversa.- susurró, ya fuera para que no se le olvidara, o para cerciorarse de que, realmente, la frase sonaba tan bien como ella se la imaginaba.
Botó hacia la cama y apartó de un manotazo todos los peluches. Agarró el más grande de todos. Un tigre blanquinegro de más de medio metro de largo. Un tigre de ancas anchas y lomo suave y blando. Lo acarició con suavidad mientras, nerviosamente, no podía parar de reírse.. Con lentitud, tal que si alguien la estuviera mirando, se fue quitando los vaqueros, a los que hizo acompañar al diminuto tanga que llevaba puesto la quinceañera, quedando desnuda de cintura para abajo.
Cogió a su tigre y, tras apagar su ordenador, con las piernas, sexo y culo desnudos, salió con el peluche bajo el brazo hasta la habitación de sus padres. Atravesó la cama lanzándose a ella y dejando en su "vuelo", el tigre reinando en las sábanas maritales de sus padres. Abrió la puerta derecha del armario y sacó una caja grande que había allí dentro para acceder a otra más pequeña, de zapatos, que quedaba en el suelo del ropero detrás de la primera. Su excelente culito se marcó lascivamente cuando se agachó. Abrió la caja y cogió la primera de las cintas de vídeo, al azar, y la puso en el vídeo incorporado de la pequeña televisión que había en un soporte que coronaba la pared.
Cogió el mando universal de la mesita de noche, pero no encendió la televisión. En lugar de eso, dejó el control remoto al lado del peluche y se tumbó ella misma en la cama. Sintió un escalofrío cuando sus piernas desnudas y su culito tomaron contacto con las frías sábanas. Niña Lucía se acarició leve pero lascivamente. Sus dedos se internaron entre los labios de su sexo, pequeños y carnosos, tras atravesar el pubis pulcramente depilado (tras la huida de su tío, Niña Lucía se había atrevido a aniñarlo aún más). Un escalofrío la recorrió cuando tocó, con la yema de su dedo corazón, el pequeño clítoris que empezaba a dar nuevas señales de vida.
Se obligó a detenerse. Había preparado algo mejor para esa tarde... algo excitantemente mejor.
Niña Lucía agarró a su tigre (cuando era más pequeña recuerda haberlo llamado "Shere Khan"), y se lo puso encima, sobre su torso plano cubierto por la amplia y corta camiseta. Las fauces del animalillo, en eterna sonrisa bobalicona, quedaron a escasos centímetros de la boca de la joven.
- Hola, "Shere Khan".- rió Niña Lucía.- Verás... hacía mucho tiempo que no jugaba contigo... pero claro... el tiempo ha pasado... nos hemos hecho mayores... ¿Sabes? Voy a jugar contigo a un nuevo juego...
II. Un tigre de peluche. PX
Niña Lucía reía como la niña traviesa que se sentía. Aferró la cabeza del peluche y la hizo descender por su cuerpo, por encima de la camiseta, hasta que llegó a la parte desnuda... Niña Lucía cerró los ojos cuando internó el hocico de su juguete entre sus labios... la pequeña dureza que hacía de nariz en su peluche compañero se encontró enseguida con otra pequeña dureza que nacía en el interior del sexo de Lucía.
Se le escapó un suspiro con los ojos cerrados. Envió una de sus manos a sustituir al y notó su propia humedad... se le escapó una risilla... la otra mano, la que aún agarraba a "Shere Khan", lo soltó y, a ciegas, palpó por toda la sábana hasta encontrar el mando de la televisión. Encendió el aparato y el vídeo comenzó a reproducirse...
Con los ojos cerrados, la primera voz que oyó la sobresaltó. Se creyó descubierta. Descubierta, en la cama de sus padres, desnuda de cintura para abajo, viendo una película porno y masturbándose con su tigre de peluche... pero no. La voz venía de la televisión. Sí, era su padre. Y sí. era también su madre...
Niña Lucía tragó saliva. No sabía que entre la colección de pornografía de sus padres ellos guardaban sus propios vídeos amateurs. Miró la pantalla. Su padre acababa de encender la cámara y enfocaba a esa misma cama donde ahora estaban Lucía y "Shere Khan". Se le aceleró el pulso. En aquella cama, su madre estaba desnuda... la observó y vio en su cuerpo materno la ambición y la herencia de su propio cuerpo. Se fijó en el culo que poco se dejaba adivinar, pero que Lucía sabía tan parecido al suyo. Observó los pechos maternales, muy grandes (como a Lucía le gustaría tenerlos) y muy levemente caídos. Por último, miró el coñito de su madre, que se mostraba impúdicamente directo a cámara.. Sobre él, creyó adivinar la cicatriz de su cesárea. El coño de su madre era idéntico al de Lucía. Cerradito, con los labios carnosos escondiendo a sus compañeros, y ése tenue brillo de humedad.
Las manos de Lucía iniciaron casi inconscientemente una masturbación lenta y pausada. Su padre se acercaba a su madre en la televisión y la hacía chuparle la polla. Lucía se relamió los labios... ésa era la polla de su padre, la que la había engendrado. El vídeo no tenía sonido. Daba igual. A Niña Lucía le bastaba con imaginarse lo poco que dirían. Mientras le chupaba la polla, casi sacando la cabeza del plano, la madre de Lucía, con sus piernas abiertas, se masturbaba.
Lucía repitió los movimientos de su madre en sí misma punto por punto... Los pequeños pechos ya se le hinchaban. Su respiración era muy agitada. Lucía se detuvo. No. No podía acabar ya. Necesitaba ver ese vídeo hasta el final. Dejó de masturbarse y se dedicó a intentar aplacar sus ganas acariciando el suave pelaje del animal de peluche que tenía al lado.
Niña Lucía no perdía detalle de la escena. Su padre se acababa de tumbar boca arriba sobre la cama y esperaba a que su mujer se empalara en la verga, gruesa y venosa, que apuntaba al ojo de buey del techo que, no salía en la escena, pero que Niña Lucía sabía que estaba allí porque lo veía.
Lucía colocó al tigre en el centro de la cama, y se montó en él al mismo tiempo que su madre se montaba en su padre. Comenzó a deslizarse sobre el animal. Arriba y abajo... la suavidad de su pelaje le cosquilleaba en el clítoris, su madre arrugaba las sábanas en sus puños, e igual lo hizo Lucía, mientras veía subir y bajar ese culo tan genéticamente parecido al suyo.
La piel aterciopelada de "Shere Khan" era un magnífico potro donde Lucía se masturbaba. notó que sus flujos comenzaban a mojar su peluche... Le daba igual. La quinceañera había llegado a ese punto donde todo le daba igual. Incluso la película de sus padres le daba igual. Ella trotaba sobre un tigre por una pradera de ensueño. Se deslizaba arriba y abajo, convirtiendo sus suspiros en jadeos y estos en gemidos. Su camiseta cubría la visión del tigre, impidiéndole ver el suelo blanquinegro que tan placentero le resultaba a su clítoris.
Niña Lucía notaba su excitación crecer y crecer, pero nunca llegar a un punto de no retorno, como si "Shere Khan" estuviera decidido en causarle el placer más inmenso del mundo, haciéndolo crecer poco a poco, sin llegar nunca a llevarla al orgasmo. Por eso Lucía bajó su mano hasta aquellos carnosos labios que se abrían húmedos y calientes sobre el pelaje humedecido y calentado de su peluche. Se masturbó con la mano mientras se masturbaba con el tigre. En la pantalla, su madre a cuatro patas recibía las embestidas de su padre.
Soñó con otras cosas. Soñó que no se estaba masturbando con un tigre. Soñó que era ella quien estaba siendo grabada y que era Joan quien se la follaba. Soñó que Joan era su padre y que ella era su madre y en su sueño tenía los grandes pechos que siempre había deseado.
Sus gemidos comenzaron a hacerse más sonoros, más roncos, más desesperados mientras seguía montándose a su peluche y acariciando su clítoris con celeridad.
Se follaba a su peluche. Un niña follándose a su peluche y sus padres follando por la tele. Era una niña, una niña mala que hacía travesuras. Éso pensaba Lucía. Éso pensaba Niña Lucía. Éso se imaginaba Lucía a las puertas del orgasmo. Puertas que abrió en un último frotamiento desesperado. Y al abrirlas, saltó y gritó. Cerró las piernas, obligada por el clímax, en pleno salto, y entre ellas atrapó a "Shere Khan", que ni siquiera mudó el gesto.
Se quedó con la misma sonrisa bobalicona. Sonrisa que ahora se asemejaba extrañamente a la sonrisa satisfecha que mostraba Niña Lucía, aún contrayéndose de placer.
III. Un ruido extraño.
Niña Lucía se quedó tumbada en la cama, exhausta, mediodesnuda, satisfecha... observó la tele. Azul. La cinta ya se había acabado. Lucía quiso guardarla, pero se encontraba demasiado cansada. Demasiado cansada para todo lo que no fuera quedarse allí, tumbada, y darle las gracias con la mirada a su tigre y con la mente a su chico, Joan, a quien había soñado que la follaba. Cerró los ojos... y se quedó dormida.
Algo la despertó. Soñaba que estaba en una vieja casa y no podía salir, pero alguien abrió la puerta. Entonces, se despertó. se incorporó a la cama y se horrorizó de haberse quedado dormida. ¿Si llegan a entrar sus padres y la descubren así?...
Se levantó y miró el reloj. Afortunadamente, era pronto para que sus padres volvieran. No habría dormido más que unos cinco minutos. Se dispuso a dejar las cosas en su sitio. Sacó la cinta del vídeo de la televisión y la metió de nuevo en la caja de zapatos. Depositó la caja de zapatos en su sitio y, cuando estaba a punto de devolver la caja grande a su puesto ocultando a la pequeña, escuchó algo. Un ruido sordo, débil, grave... como una pisada. Una pisada en una moqueta. Una moqueta como la que cubría la entrada y el salón de su casa.
Tragó saliva. se le volvió a acelerar el pulso. Pero esta vez no era de excitación.
- qué tontería.- pensó.- ¿Quién va a haber entrado?- trató de tranquilizarse.
De todas formas, agudizó el oído para cerciorarse de que el ruido no se repetía. Allí estuvo, completamente quieta y en silencio durante minutos hasta que le achacó el ruido anterior a su imaginación.
Más tranquila, volvió a reír. Cerró el armario y volvió al lecho de sus padres para rehacer lo que sus movimientos habían deshecho de las sábanas. Tras rehacer la cama, cogió a "Shere Khan" y salió hacia su cuarto para vestirse de nuevo con la ropa que allí se había quitado.
Niña Lucía abrió los ojos al máximo tras salir de la habitación. Ahogó un grito y su peluche le cayó de las manos.
La puerta de la calle... estaba abierta.