Niña Lucia (Un completo desconocido)

La puerta de la calle... estaba abierta. Niña Lucía se quedó petrificada. Allí estaba ella, vestida única y exclusivamente con una camiseta que moría poco antes del final de sus nalgas. Tragó saliva. ¿Cómo podía estar la puerta abierta? La respiración se le aceleró, convirtiendo en un fuerte vaivén su torso de pechos niños, la piel se le puso de gallina y el miedo se mudó a vivir en su corazoncito.

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La puerta de la calle... estaba abierta.

Niña Lucía se quedó petrificada. Allí estaba ella, vestida única y exclusivamente con una camiseta que moría poco antes del final de sus nalgas. Tragó saliva. ¿Cómo podía estar la puerta abierta? La respiración se le aceleró, convirtiendo en un fuerte vaivén su torso de pechos niños, la piel se le puso de gallina y el miedo se mudó a vivir en su corazoncito.

Un segundo. En un segundo pasaron por la cabeza de Lucía mil y una cosas. Un desconocido. Quizás sus padres habían vuelto antes de tiempo y la habían sorprendido. Quizá... el tío Rodrigo... Ahogó un sollozo. No. Que no sea él. Que no haya vuelto a vengarse de su venganza...

I. Un completo desconocido.

El recuerdo de su tío hizo que en la mente de Lucía, cerrar la puerta y con ella intentar dejar fuera los miedos, se convirtiera en su prioridad. A grandes zancadas de pies desnudos sobre el suelo, y dejando a su tigre de peluche tirado en medio del pasillo, mirando a ninguna parte con su sonrisa boba, corrió hacia la puerta.

La cerró. Con las dos manos, de un empujón, a la desesperada. Se apoyó luego de espaldas en ella, como haciendo fuerza para que un ente que estuviera intentando echarla abajo no entrase. Sintió sus nalgas desnudas palpar la fría madera de la puerta.

  • Tranquila, Luci.- se dijo ella misma.- A lo mejor no has cerrado la puerta al entrar y se ha abierto con el viento.

Sus propias palabras no le sirvieron de tranquilizante. Sabía que ella había cerrado la puerta, sabía que no corría ni una pizca de viento en esa casa y, mucho menos, el suficiente como para mover una puerta blindada que, además, rozaba con la moqueta.

Sintió miedo. Mucho miedo. Quiso tener a su lado en ese momento a todos los que amaba. Sus padres, Ángela... Joan... Necesitaba a Joan... sabía que con él estaría segura...

Oyó un ruido en la casa y no pudo apagar un grito. Necesitaba salir de la casa. Sin embargo, cuando ya giraba el picaporte, sus piernas desnudas le impidieron avanzar. ¿Cómo iba a explicar el estar vestida sólo con la camiseta? Así no podía salir a la calle de ninguna manera...

Se calmó. Trató de escuchar. Silencio. Silencio. Silencio mil veces repetido. Quizá no era nada. Y si lo era, sólo tenía que entrar en su habitación, coger sus pantalones del suelo (Tal vez también unas zapatillas) y salir de allí a la carrera. Cinco metros ida y vuelta. No era mucho. Seis, siete segundos todo lo más... y porque tenía que abrir las puertas, la de su habitación y la de la calle.

Se lanzó rápidamente... en el último instante, cuando ya no podía reaccionar y estaba abriendo la puerta de su habitación, recordó que ella la había dejado abierta al salir con "Shere Khan" bajo el brazo.

Todo fue demasiado rápido. Empujar la puerta, mirar al suelo buscando la figura de un tigre de peluche que ya no estaba allí y ver, en el paisaje que la puerta de su habitación la abría, una figura, grande y oscura, mirándola bajo un pasamontañas.

Niña Lucía no pudo ni gritar. El miedo lo impidió.

II. Violación. PX

Niña Lucía se quedó clavada en el suelo. Sin poder moverse. El terror paralizó sus músculos y no pudo hacer nada cuando aquel desconocido se abalanzó hacia ella. Trató de mirarlo a los ojos, pero no pudo centrarlos bajo aquella tela negra que tan rápido se movió hacia ella, aprisionándola contra la pared.

El asaltante la agarró de las manos y se las subió sobre la cabeza mientras Lucía, paralizada del miedo, no podía hacer nada para evitarlo. La camiseta, por la postura, se subió unos centímetros, los suficientes como para que el agresor pudiera ver el inicio de aquél sexo aniñado de la quinceañera.

  • ¿qué estabas haciendo, putita?- El aliento, apestado de ginebra, inundó las fosas nasales de Lucía y le provocó una arcada. Pero estaba aquella voz. Aquella voz ronca y cascada. Nada que ver con el vozarrón regio de su tío Rodrigo. No era él. No era él. No supo bien por qué, se alegró y se aterrorizó a la vez,

El atacante se echó sobre la joven y ella sintió aquella erección a través del pantalón del hombre. Comenzó a sollozar. Aquello, sin embargo, pareció dar alas a su violador que, agarrándola de la cintura, se la llevó hacia la habitación de sus padres, donde hacía nada se había masturbado con Shere Khan.

  • No. Por favor, no... déjame, por favor...

Le temblaba la mandíbula y con ella la voz, el sollozo se hizo lloro y las lágrimas encontraron un sitio por el que caer. Trató de escapar, pero él era fuerte... demasiado fuerte para su cuerpecito frágil, casi de niña.

El cuerpo de Niña Lucía cayó sobre la cama. Viéndose momentáneamente libre, la joven trató de escapar. Pero no había sitio donde huir, él se encontraba entre ella y la puerta y, cuando quiso pasar corriendo por su lado, se encontró un guantazo que la devolvió, de bruces, a la cama. En aquella posición, tan terriblemente obscena, su culo fue un paisaje tremendo para aquel desconocido que, desabrochándose los pantalones, empezó a desnudarse.

Niña Lucía no hizo nada más por intentar escapar. Aún le dolía la manotada que había recibido. Incluso, le pareció notar en la boca el sabor metálico de la sangre de su labio. El desconocido se volvió a echar sobre ella, pero, esta vez, para desgracia de la pobre quinceañera... él estaba desnudo. Completamente desnudo a excepción del pasamontañas que le tapaba la cara.

La verga, leve y proporcionalmente larga, se pegó a las nalgas de Lucía cuyas piernas colgaban de la cama, genuflexionadas hasta que los dedos de los pies tocaban con el suelo. Quitándole la camiseta, desnudándola por completo, su agresor se pegó mas a ella y, de un empujón, la subió completamente a la cama, llevándola con él. Lucía sentía aquella polla húmeda y caliente pegarse a su piel. Volvió a llorar.

  • Por favor, no me hagas nada...

  • ¡Que te calles!- La voz le tembló a su violador, pero la joven vio que levantaba la mano y no supo hacer más que quedarse quieta y cerrar los ojos esperando el próximo golpe. Un golpe que no llegó.

Aquél desconocido enmascarado simplemente la empujó hasta dejarla boca arriba sobre la cama, mirándolo con ojos de corderillo desvalido, anegados de lágrimas. Él, situándose ante ella, abrió sus piernas con determinación, venciendo la única y débil resistencia que, en aquél estado de terror, Niña Lucía ofrecía.

El sexo niño de Niña Lucía se ofreció a la vista del agresor que, bajo su pasamontañas negro, no pudo ocultar una tremenda sonrisa perversa. Los labios aparecían cubiertos de un brillo especial... aún duraban los efectos de la masturbación previa de la adolescente.

  • ¿Estás mojada, Lucía?- ronqueó el encapuchado, y a Lucía le dio un vuelco el corazón... La había llamado Lucía, sabía su nombre... ¿Quién era? ¿Quién era? ¿Quién era?

Aquél hombre, sin dejar de sonreír bajo su pasamontañas negro, fue avanzando por el cuerpecito delgado de Niña Lucía, que se negaba a mirar a su agresor y observaba el pasillo, con regueros de lágrimas precipitándose desde sus ojos...

La verga, larga y torpe, se deslizó sin dificultad en el pre-lubricado coñito de Lucía. No le dolió aquella intrusión. Al menos no físicamente. Sin embargo su alma sufría. La impotencia, la vergüenza, la indefensión. Aquél hombre la violaba y ella no podía hacer nada por impedirlo. El bombeo no se hizo esperar, el violador la penetraba rápidamente mientras Niña Lucía no sabía más que abandonarse, tratar de pensar que no estaba allí, aislarse y ausentarse de su cuerpecito violentado, mientras lloraba.

Pero no podía. Las embestidas de aquella polla que parecía haber encajado tan bien en su sexo la mantenían consciente en todo momento de aquella ignominia. Peor aún, la mantenían consciente de su cuerpo que, sin haber recibido orden alguna de su mente, empezaba a responder a aquella violación con una mínima sensación de placer.

No. No quería. No quería estar excitada, excitarse, mientras la violaban, no quería, no podía, darle esa satisfacción a su violador, que la penetraba con violencia creciente. Él se subió ligeramente el pasamontañas, descubriendo su boca, y obligó a Niña Lucía a besarlo. Los labios de Niña Lucía cedieron ante las amenazas y permitieron dócilmente (como toda ella) que aquella lengua, infestada de alcohol, los avasallara, y se hundiera en las profundidades de su paladar.

La ginebra se mezclaba con las propias saliva y lágrimas de Niña Lucía. Aquél cuerpo sudoroso encima del suyo, aquella violencia, aquél machismo vomitivo que emanaba de todos sus poros... Niña Lucía se vio trasladada cuatro años atrás, cuando su tío la violó salvajemente.

Y ahora, aunque no existía ese dolor físico, las mismas sensaciones la embargaban. Y, por encima de ellas, el odio, el odio al hombre que la violó, al hombre que la violaba, el odio que empezó a dominarla, el odio que liberó sus manos, el odio que liberó su cuerpo y lo hizo moverse. Pero ya no quería huir, ya no era una niña de once años, ahora era una adolescente en ebullición como su mirada. La mirada que se clavó en los ojos del agresor... y fue ella quién lo besó. Y con las manos libres le quitó el pasamontañas, que voló sobre la cama, descubriendo una cara que ella no miraba, sino besaba, y una y otra y otra vez, buscó con sus caderas, con odio y desesperación, la polla que la atravesaba. La violaban. Violaba. Ella se había convertido también en un animal de instintos primarios. Y aquella excitación, que fue creciendo muy, muy rápidamente, acabó en un orgasmo rabioso, corto pero brutal, al que se sumó el desconocido al que besaba corriéndose dentro de ella.

En medio del beso, él no pudo gritar el nombre de quien violaba, de Lucía, al igual que ella tampoco pudo gritar el nombre de quien también violaba... de Joan.

III. Aclaraciones.

Niña Lucía quedó, desnuda y sonriente, igual que Joan, tumbada en la cama.

  • Dime...- logró susurrar.- ¿Qué te ha parecido?

  • Raro. Muy raro. Raro de cojones. No sé, ha sido muy extraño, Lucía...

  • ¿Te ha gustado?- Niña Lucía se semi-incorporó sobre la cama, inclinándose sobre el cuerpo de Joan. Y comenzó a acariciar el torso casi imberbe del adolescente.

  • Claro... pero ha sido muy raro... no sé... Es como si hubiera perdido el control y yo no fuera yo, no sé...- de repente, recordó aquél manotazo que le había dado a su chica.- ¿Te he hecho daño?- murmuró, acariciándole la comisura de los labios con el pulgar

  • No importa. Así que has perdido el control, ¿Eh? Y te ha gustado perderlo, tenías la polla durísima, Joan, cachondo sí que estabas, no puedes negarlo.

  • Sí que me ha gustado. Era muy raro... jamás había follado tan despreocupándome de ti... sólo quería correrme en tu interior y tú no importabas...

Con ternura, Niña Lucía se inclinó sobre Joan y le besó nuevamente. Saboreó un poco más de los restos de ginebra que habían en su lengua.

  • ¿Has bebido?- le escrutó con la mirada Lucía.

  • Si no me hubiera tomado esos  dos cubatas, no habría tenido valor de venir.

  • ¿Te arrepientes ahora de haber venido?

  • No.

  • Entonces, la próxima vez que tenga una idea de estas... ¿Aceptarás sin rechistar? ¿No me tendrás una semana intentando convencerte?- rió Lucía.

  • Está bien, está bien... admito que tenías razón.- sonrió el joven.

  • ¿Sabes? No creí jamás que fueras capaz. Ni aún cuando aceptaste que te diera las llaves de casa para que entraras a "sorprenderme" cuando quisieras- Niña Lucía perdió su mirada por el techo, mientras ahora era Joan el que se inclinaba sobre ella.- Te lo juro, pensé que no te atreverías y sólo estuve segura de que eras tú cuando me besaste.

  • ¿Tan mal beso que mis besos son tan inequívocos?- dijo, con una sonrisa burlona.

  • Idiota...- rió Niña Lucía.- Que sepas que las mujeres somos capaces de captar el sabor de una lengua y diferenciarlo de otra.

  • Mmmm...- siguió con la broma Joan.- Eso tendrás que enseñármelo.

  • Está bien.- y, agarrando a su novio de la nuca, le empezó a dar un beso de tornillo que, cada vez, sabía menos a ginebra y más a pasión.- ¿Lo has notado?- preguntó, una vez separados.

  • Creo que necesito otra clase, señorita...- pidió Joan, con su sonrisa de niño travieso.

  • Concedida.

Allí quedaron los dos, besándose como si el mundo fuera a acabarse tras esa noche.