Niña Lucía (Sexo y Rock & Roll)

Perdió la cuenta de sus orgasmos entre la intensa nube de marihuana que parecía flotar en la sala y el almizclado olor a sexo. Sexo puro y duro. Sexo con los cuatro componentes de un grupo de rock que la follaban de mil maneras.

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Los días pasaban con lentitud. Niña Lucía sólo veía a Joan en el instituto, a causa del castigo de éste. Si salía, lo hacía siempre con la única compañía de Ángela y Nacho, pero no le gustaba estar “sujetándoles la vela” mientras ellos se daban el lote en la disco de turno.

“Tranquila, cielo…”- le dijo Ángela.- “Mañana saldremos tú y yo solas… lo que pasa es que Nacho…”- sonrió pícaramente, mientras su compañero estaba en la barra, pidiendo unas bebidas para los tres.- “Es que… esta noche no podía dejarlo pasar… Niña… no he visto nunca a nadie tan activo en la cama. Se mueve mejor que yo el cabronazo…”- le susurró al oído. Nacho llegaba en ese momento con los tres combinados en la mano.

“¿Mejor que tú? No lo creo…”- dijo Niña Lucía con una amplia sonrisa, mientras cogía la copa que Nacho le tendía.

“¿Mejor que ella?”- se sorprendió Nacho, palmeando el culo de Ángela.- “No sé de qué habláis pero mejor que ella no hay nadie.”- rió jovialmente.

“Bah… eso lo dices porque todavía no me has probado a m텔- respondió Niña Lucía agitando la mano despectivamente, justo antes de estallar en una risa conjunta con Ángela y Nacho.

“Por cierto, Luci… ¿Cuánto tiempo de castigo le queda a Joan? Que se va a hacer viejo sin probar el nuevo combinado que he inventado, leches…”- preguntó el joven entre risas.

Como por arte de ensalmo, el móvil de Lucía comenzó a sonar. Un mensaje. De Joan.

“Ha vnido mi primo a mi ksa. Kstigo lvantado. Mñn t llamo y t lo cuento”

Niña Lucía sonrió.

I. Mi primo Alberto.

“¡Joan!”- Niña Lucía se lanzó a los brazos de su chico en cuanto lo vio aparecer, como si llevara años sin verlo y no los dos días que habían pasado desde el viernes, cuando se despidió de él con un pasional beso a la puerta del instituto.

Joan hubiera intentado responder al saludo de su chica, pero no pudo, Niña Lucía buscó con sus labios los de Joan y las posibles palabras no lograron superar el escollo del beso.

“Bueno… ¿Qué me querías contar de tu primo Alberto?”- inquirió Niña Lucía tras abandonar el lúbrico beso que se daba con su chico.

“¿Eh? ¡Ah, sí! Verás, mi primo Alberto es músico, canta en un grupo y mañana tienen un concierto en esta ciudad. Me ha invitado, y ha hablado con mis padres para que me dejen ir. Y me han dejado. Así que le he dicho a Alberto que me pase un par de entradas para ir juntos.”

“¿Un concierto de rock?”

“Sí. ¿Te gusta?”

“Me encanta, cielo…”- respondió Niña Lucía, volviendo a besar, más románticamente esta vez, a Joan.

“Perfecto.”- sonrió Joan tras el beso.- “Esta tarde van a ensayar y Alberto me permite estar allí, ¿Te vienes?”

“Hummm… había quedado con Ángela para irnos a dar una vuelta, pero…”

“Llámala y que se venga también. Seguro que se lo pasa muy bien. Mi primo es un tío cojonudo.”

“Está bien”.


Eran ya las cinco de la tarde, Joan, Ángela y Niña Lucía llegaron ante la sala donde habían contratado a Alberto y su grupo. Estaba cerrada y Joan tocó a la puerta de servicio que había en un lateral.

“¿Qué coño quieres?”- espetó, con malos modos, un hombre de mediana edad, entreabriendo la puerta y mirando de arriba abajo al jovencísimo trío.

“Ehh… soy el primo de Alberto, el de Golpes Sucios.”- informó Joan.

“¡Alberto! ¿Qué cojones quieres que haga con tu primo?”- exclamó desde la puerta, sin permitir que Joan y su compañía pasaran, el hombre.

“¡Hostia, el Joan y su chica!”- escuchó Niña Lucía desde dentro.- “¡Déjalos pasar, Señor Carmona! ¡Los he invitado yo!”

“Pasad.”- gruñó el hombre con desagrado, abriendo la puerta y cerrándola de un portazo después de que pasara Ángela, la última de los tres en entrar.

Niña Lucía miró a su alrededor. ¡Qué frío y deprimente! La sala, de un aforo reducido, estaba casi completamente a oscuras, mientras el grupo, en el pequeño escenario del fondo, buceaba en un mar desordenado de cables. A la derecha, apartada, había una barra de bar, donde el tal Carmona se puso a lavar algunos vasos mientras miraba de reojo a los recién llegados.

“¡Hostia, primo! ¡No me habías dicho que estaba tan buena!”- saltó del escenario Alberto, chocando la mano de su primo y observando con una sonrisa a la voluptuosa Ángela.

“No, primo… ella es Ángela, una amiga. Lucía es ella.”- dijo, señalándole a Niña Lucía, que no parecía haberse tomado a mal la equivocación de Alberto y observaba el escenario con admiración.

“¡Hostia, primo! ¡No me has dicho que era tan tremendamente preciosa!”- se corrigió Alberto, con una sonrisa, observando ahora sí, a Lucía.- “Sin desmerecer a su amiga, por cierto.”- añadió con picardía girándose hacia Ángela y guiñándole un ojo.

Alberto era un rockero en toda proporción. Pelo largo casi por la cintura, una camiseta de su grupo, vaqueros raídos… Era alto, unos centímetros más que su primo, que ya era de por sí el más alto de su clase, sus facciones dulces, aliñadas con una sonrisa pícara y unos profundos ojos azules que turbaron a Niña Lucía, embellecían su joven apariencia. Como mucho, debería tener unos 20 años, al igual que el resto de su grupo.

“Encantada de conocerte. Joan habla muy bien de ti”.- Dijo Niña Lucía mientras saludaba a Alberto con dos besos que la obligaron a ponerse de puntillas y a él a agacharse un poco por la diferencia de estatura. Luego le tocó el turno de saludar a Ángela, tras lo que las muchachas se dijeron algo al oído y tuvieron que esconder sus sonrisas divertidas.

“¡Damyen! ¡Esto ya está!”- exclamó el batería del grupo, desde detrás de su instrumento, mientras apartaba un rollo de cables.

“De puta madre. ¿Queréis vernos tocar la primera? El concierto no empieza hasta las diez, así que tenéis tiempo para escucharnos.”- preguntó Alberto dando una palmada.

“¡Claro!”- respondió Joan.- “Vais a ver cómo canta mi primo… es un máquina”- dijo a las muchachas mientras el joven se aupaba nuevamente al escenario de un nuevo salto.

“¿Y qué estilo tocáis?”- preguntó Niña Lucía desde abajo.

“Pues rock…”- respondió el guitarrista, que estaba afinando su instrumento.

“¡No me jodas!”- alzó los brazos con sarcasmo Lucía.-“¿Pero qué tipo de rock? No es lo mismo Marea que Mago de Oz que Barón Rojo que Extremoduro que Tequila, por ejemplo…”

“¡Quillo!”- se sorprendió el bajista, con un marcado acento andaluz.- “Esta chiquilla sabe más que los ratones coloraos…”

Todos rieron la intervención del músico, y Alberto se apresuró a contestar.

“Pues verás… Somos un grupo de versiones. Éste cabrón…”- dijo, señalando al bajista.- “dice que está preparando temas propios, pero el cabroncete va a ritmo de tortuga… De momento cantamos canciones de todos… de Marea tenemos un par, de Rata Blanca, Obús, Barón Rojo, Extremoduro…”

“¡Ey! ¡Si es que lo que yo hago lo hago bien, no como tú, que eres un chapucero! “- se defendió el andaluz.

“Bueno, vamos por la primera… y como la chiquilla ha mentado a los Tequila… Vamos con Los Rodríguez”- Comenzó Alberto

“¡Mucho mejor!”- exclamó el batería, atizando con destreza tambores y platillos dando el inicio al resto.

“Hace calor… Hace calor…”

Niña Lucía sonrió. Cerró los ojos y se puso a escuchar. Alberto no era Ariel Roth, tenía un punto más ronco, pero igualmente, la canción sonaba excelente entre sus labios.

Niña Lucía abrió los ojos, justo para encontrarse los de Alberto fijos en ella.

“… Y haremos el amor en el balcón…”- cantaba Alberto, sin dejar de mirar a los ojos a Lucía.

Se estremeció la muchacha, a su lado, Joan movía la cabeza siguiendo el ritmo del rock hispano-argentino de los Rodríguez , sin darse cuenta de nada. A su izquierda, Ángela la miraba de reojo. A ella sí que no le había pasado desapercibido el baile de miradas entre el primo de Joan y su amiga.

Alberto, ya bastante avanzada la canción, se volvió e hizo un gesto para que el grupo dejara de tocar.

“¿Qué pasa, quillo?”

“¿No creéis que a esta canción le vendría bien unos coros femeninos?”- murmuró, mirando de reojo a Lucía y a Ángela.

“Quillo… buena idea…”- respondió el bajista, escrutando las generosas curvas de Ángela acentuadas por su ropa ajustada.

“¿Os hace?”- guiñó un ojo a las jóvenes, Alberto.- “¿La dejas cantar con nosotros, Joan?”

“¿Y a mí qué me preguntas? Que elija ella, primo.”- contestó Joan, Y Niña Lucía se levantó, contenta y sonriente, de la silla, junto con Ángela, a quien también parecía apetecerle la situación.

“¿Cómo cantáis vosotras?”- preguntó Alberto.

“Ella como Janis Joplin. Yo soy más como la de Dover cuando Dover era Dover…”- explicó Niña Lucía.

“Me vale”

II. Concierto.

Los ensayos habían sido un éxito. Lucía y Ángela se habían acompasado rápido y bien a las canciones del grupo, e incluso recibieron la petición de que cantaran con ellos en el concierto. Ellas aceptaron, mientras Joan asentía sonriente.

“En fin… vendremos para entonces… creo que tengo que salir a tomar el aire”.- Dijo Niña Lucía, mirando el reloj. Aún quedaba una hora para que se abrieran las puertas.- “Ahora vengo.”

Una vez fuera, con la noche rodeándola, y el aire fresco refrescándola, Niña Lucía se encendió un pitillo y pensó. Alberto… era tan… no lo sabía bien, sólo sabía que tenía un encanto algo más que misterioso. Y, además, sabía de buena música. Sonrió divertida. Tanto Ángela como Joan se sorprendían de los discos que tenía en su habitación. Toda una torre de CD’s para “el club de los 27”. ¿Cómo sería venderle el alma al Diablo?

“Luci… ¿Estás bien?”- por la puerta apareció Joan, desde dentro aún llegaban retazos de lo que debía ser un diálogo entre Ángela y el grupo de Alberto.

“Sí, claro…”- respondió ella, dándole una última calada al cigarrillo y apagándolo.- “A un par de calles hay un garito que está muy bien. ¿Me invitas a una copa?”


Una hora más tarde, cuando la gente ya empezaba a entrar en la sala, Lucía y Joan volvieron, sonrientes, manos entrelazadas… Se hundieron en el gentío que empezaba a abarrotar la sala, con los consiguientes empujones y roces esperados. Niña Lucía y Joan llegaron hasta un par de metros antes del escenario. Podían haber entrado por la puerta de servicio, pero habían preferido mezclarse con la gente. Lucía logró escuchar a sus espaldas a un grupito murmurar:

“Mira que rubita… ¿Está buena, eh?”- Niña lucía se giró y vio a un joven de no más de 17 años, que le sonreía socarronamente. Bufando sin más, la joven se volvió de nuevo hacia el escenario, donde los encargados ultimaban los últimos retoques de sonido e instalaban el par de micrófonos adicionales para Lucía y Ángela.

De pronto, un roce algo más descarado sacó a Lucía de sus divagaciones. El chaval le había manoseado el culo, y cuando ella se volvió violentamente, Joan hizo lo mismo, enfrentándose a ellos al ver la cara de su chica, que le hizo entender lo que había pasado.

“¿Qué pasa contigo, mamón de mierda?”- rió el chaval, custodiado por sus cuatro o cinco amigotes.

De repente, Lucía se adelantó, mientras Joan sonreía. Puso una mano sobre el hombro del niño y la otra en el hombro contrario, como si fuera a bailar para él. Sin embargo, lo que hizo fue muy distinto.

“¡DIOS!”- aulló de dolor el zagal cuando la rodilla de Niña Lucía impactó sobre sus partes nobles con violencia.

En ese momento, entró el grupo al escenario y Niña Lucía y Joan se adelantaron hacia ellos, dejando al niñato doliéndose.

“Joder, Lucía… creía que te habíamos perdido…”- dijo Alberto, cuando vio a la joven aparecer junto al escenario.- “Sube, anda.”- El vocalista del grupo le tendió la mano y Lucía la aceptó. Con su ayuda, subió al escenario y se colocó junto a Ángela, que parecía más risueña y divertida que de costumbre.


El concierto había ido a la perfección. Las chicas se habían acoplado perfectamente a la música como si estuvieran ensayando años con la banda. Llegado el momento de una última canción, Alberto se giró hacia su grupo y pidió consejo con su sonrisa de siempre.

“¿Qué tocamos?”

“He visto que tenéis por ahí algo de Seguridad Social…”- sonrió con malicia Niña Lucía.- “Vamos, de cuando Seguridad Social aún era Seguridad Social.”

“¿Estás pensando en la que yo creo?”- se extrañó Alberto.

Como única respuesta, la joven sólo sonrió.

“Está bien. Chicos… Lucía quiere que cantemos una de SS…”

“¡Quilla! Si es la que yo pienso, me vas a tener que dar tu teléfono pa cuando dejes al primo del Alberto… eres perfecta pa mí, te lo digo yo…”- rió Juancho, el bajista andaluz del grupo.

“¡Venga, todos a sus puestos!”- clamó Alberto, y Lucía abrió el libro de las letras a Ángela por la canción que había elegido. La muchacha no pudo más que sonreír divertida cuando vio el título de la canción, que un segundo después, gritaba Alberto.- “¡Lucía es una… ZORRA!”- y la música empezó.

“Doce menos cuarto… ¡y en su casa ya no está!... No hace mucho tiempo… que se dónde va”- cantaba Alberto, seguido, verso sí, verso no, por Ángela y Lucía.

“Luci es una zorra y se cree que no lo sé… es mi chica preferida ya no sé qué voy a hacer… Me han contado muchas voces siempre en el mismo café… Luci está equivocada y ella lo sabe muy bien.”- cantaban luego él y Niña Lucía solos.- “¡Luci es una zorraaaaa!”

Alberto y Lucía enfrentaban sus rostros a escasísimos centímetros el uno del otro, sonrientes, compartiendo el micrófono del primero y cantando la canción de memoria. Así pasaba la canción, con Lucía y Alberto mirándose a los ojos y compartiendo algo más que micrófono en sus miradas.

“¡Luci… era… una… zorra…!”- anunciaba el final Alberto.

“¡ZORRA!”- gritó junto todo el grupo, justo al tiempo que las luces se apagaban, quedando el escenario en oscuridad, y dando por finalizado el concierto.


Joan entró en los camerinos, que no eran más que un cubículo de paredes grises con una pequeña nevera y un par de sofás negros, exultante.

“Joder, primo, ha sido un concierto cojonudo. Todo el mundo cantaba y… ¡Joder, Luci, ven aquí!”- exclamó, dirigiéndose a su chica, que sonreía con picardía por encima de su lata mientras se tomaba un refresco. Haciéndola despegarse de la lata, Joan le dio un apasionado beso.

“¡Ey, ey, ey… que nos vas a hacer morirnos de la envidia, cabrón!”- Rió Alberto.

“Venga, tonto, si quieres también te beso a ti…”- respondió Joan, igualmente divertido, mientras se acercaba a su primo, ante la carcajada general.

“Quita, julandrón, ¿con una novia así y te pasas a la acera de enfrente? ¡Te mato!”- todos rieron nuevamente.

“Quillo… toma, por el trabajo bien hecho…”- dijo el bajista, pasándole a Alberto el porro que acababa de recibir de manos del guitarrista, Andreu.

“Trae… ¿Tú fumas, Luci? Ángela ya se ha tomado uno antes con nosotros.”- explicó Alberto, mientras le daba una calada al canuto.

“Psé… trae…”- respondió Niña Lucía con una sonrisa.

“No me gusta que fumes.”- torció el gesto Joan.- “Y menos porros…”

“Y a mí no me gusta que intentes cambiarme, querido…”- respondió la joven, acariciando suavemente la cara de su chico.

Los canutos iban sucediéndose, Joan era el único que no fumaba. El alcohol hizo su aparición y Ángela aceptó una apuesta de Lucía, con chupitos de vodka por en medio, que perdió irremisiblemente.

“Fuma, bebe, canta de puta madre, es guapa, inteligente… ¡Quillooooo! ¡Como también folle bien te la rapto, Juanito!”- exclamó Juancho, mientras veía cómo Niña Lucía agotaba otro vasito de vodka de un trago.

“No se lo digas, Joan… que de momento me gustas más tú…”- Añadió Niña Lucía, arrancando las risas del grupo.

“¿De verdad, Joan?”- indagó, casi con malicia, su primo.

“Tsch… Alberto, me ha dicho que no diga nada…”

“Vaya, vaya”

III. Rock&Roll y sexo.

Ángela ya comenzaba a notar demasiado el cóctel de alcohol y marihuana que llevaba en el cuerpo. Oscilaba entre el sopor y la sonrisa dormida, y Joan, a su lado, la cuidaba con ternura, ante las miradas disimuladas de Lucía, a la que no le hacía gracia verlos tan juntos. Joan, cuando Ángela cayó dormida, insinuó que era la hora de irse.

“Ay, Joan… sabes que yo no tengo hora de llegada, y me lo estoy pasando de puta madre con tu primo. Me quedo.”- Así tienes tiempo de jodértela por el camino. Pensó Lucía, y acto seguido se horrorizó por lo que acababa de pensar. Joan había sido siempre un chico estupendo con ella y no tenía motivos para dudar de él. Bueno, había un motivo. El espectacular cuerpo de Ángela.

“¿Cómo que te quedas? Nos vamos ahora.”- Joan agarró del brazo a Lucía y sus ojos se cruzaron por un momento. La determinación de Joan se encontró con una repentina furia de Lucía, que lo obligó a soltarla.

“Tranqui, Joan…”- musitó Alberto, mientras levantaba la mano de su primo y la alejaba de Lucía, que seguía mirándolo fijamente sin decir ni mú.- “Yo la llevo luego a casa. Total, no vamos a tardar mucho.”

“Está bien, Alberto.”- Joan miró a Lucía y, por primera vez, la miró como si no la hubiera visto antes. Había notado su tensión, su rabia cuando él le había apretado el brazo. Demasiado fuerte sí, es verdad, pero la reacción de Lucía…  esa rabia con la que lo había mirado… Prefirió no seguir pensando en ello.

Joan despertó a Ángela y se fue con ella agarrada de la cintura, para que la pobre muchacha no cayera al suelo por culpa de la melopea que llevaba. No tardaron en encontrar un taxi y perderse por la noche.

“Bueno, princesita”- dijo, medio en broma medio en serio, Alberto.- “¿Qué te ha parecido el concierto?”

“Muy bien… muy bien…”- respondió, algo despistada, Lucía.

“Me he trincado a tu madre en los baños.”

“Sí, sí… Muy bien… Todo ha salido bien…”- Repitió Niña Lucía, y las carcajadas que resonaron en el cuarto lograron despabilarla.- “¿Qué pasa?”

“Luci… ¿En qué estás pensando? Deja a Joan, ha ido a ocuparse de Ángela…”- automáticamente, Alberto se arrepintió de sus palabras. Ahora lo entendía.- “Luci. Confía en mi primo. SI hay alguien leal en este puto mundo, es él.”

“Muchas gracias, quillo…”- interrumpió el bajista con sarcasmo.- “Y a nosotros que nos jodan…”- Todos rieron.

“Alberto… eres un sol…”- dijo Niña Lucía, acariciando las mejillas del rockero.- “Pero está Ángela… y estoy yo…”

“¿Tú? Luci, tú eres perfecta, ¿Qué te pasa?”- poco a poco, se habían ido retirando a un rincón, dejando al resto del grupo hablando y riendo a grandes voces de lo suyo.

“es… estoy borracha… no puede ser… Debe ser que estoy borracha y…”- Sin darse cuenta, a la mente de Lucía volvían las palabras que, como una suerte de profecía maldita, su tío Rodrigo le había dicho meses atrás, cuando le habló de su madre, justo antes de que ella pudiera completar su venganza hacia él.

Tú y ella sóis iguales. Os encanta el sexo. Y no tiene nada de malo. Pero vosotras siempre queréis más, y más. No os conformáis con lo que tenéis y siempre queréis ir más lejos. Siempre más lejos.

“No lo entiendo, Luci. ¿Qué pasa?”- Lucía sacudió la cabeza. En sus ojos titiló una lágrima de desprecio hacia sí misma que nunca llegó a caer.

“Folladme.”- Niña Lucía lo dijo lo suficientemente alto como para que el resto del grupo también la oyera. Los cuatro se volvieron hacia ella, y la miraron con ojos renovados.

“¿¿¿QUÉ???”- Alberto sintió que se le paraba el corazón. Lucía, la novia de su primo. Lucía, la muchacha de pechos niños y mente adulta. Lucía quería que la follaran. Y no sólo él. Sino todos.

“Joder, Alberto… no dejo de pensarlo… una y otra vez… pienso en Joan y en Ángela y de pronto… quiero que me folléis. Todos. Me excita muchísimo la idea, joder…”

“Pero Lucía… esto…”

Sin más, Niña Lucía agarró la mano de Alberto y la hizo colarse bajo sus vaqueros y braguitas, sorprendiendo al líder del grupo. Y sorprendiéndolo aún más cuando éste pudo notar la ostentosa humedad de esa zona.

Tragó saliva Alberto. El resto del grupo se miró entre sí y se levantaron. Lucía, en medio de todos, cerró los ojos y esperó.


No la habían dejado hacer nada. Ya estaba desnuda, sobre el sofá negro. Sus pezones desaparecían en la boca de los músicos. El batería enredaba su lengua con el pezón izquierdo mientras que el bajista andaluz hacía lo propio con el derecho.

Cuatro hombres, cuatro bocas, cuatro pollas.

“Chupa.”- ordenó el guitarrista, y Lucía obedeció. Atrajo hacia sí el palpitante falo que se le ofrecía, en un franco y rápido endurecimiento y lo metió en su boca. Se le escapó un gemido. Un dedo de Alberto se había colado hasta lo más hondo de su sexo. El batería había saltado de su pezón y ahora lamía cada centímetro de su cuerpo que le quedaba a su alcance, esquivando cuanto podía los dedos, bocas y cuerpos de sus compañeros de grupo y ahora, también, de sus compañeros de orgía.

Niña Lucía suspiraba. El dedo de Alberto había sido sustituido por dos de ellos que, en vez de entrar y salir, se debatían en su interior, doblándose como si quisieran alcanzar su vientre. Pero bien sabía Niña Lucía que no buscaban su vientre.

Sacó la polla de Andreu, el guitarrista, de su boca y comenzó a masturbarla lentamente mientras se abandonaba a aquellos dedos que acababan de encontrar su punto G y la masturbaban con una sapiencia exquisita. Niña Lucía comenzó a gemir extasiada. El orgasmo, y sólo acababan de empezar, se avecinaba gracias a la expertísima masturbación del primo de su chico.

“Aaahhhgggnnnnn…”- entre espasmos, Niña Lucía se corrió. Su flujo salpicó la mano de Alberto, que mirándola a los ojos con sus ojos negros y profundos enmarcados bajo su melena negra, lamió su mano con perversión.

Niña Lucía, una vez recuperada, se acuclilló en el suelo. Hizo que el grupo se desnudara y la rodearan. Cuatro pollas, una por punto cardinal. Se amorró a la primera de ellas, y gimió el batería, Jorge.

“La chupa… de puta madre…”- jadeaba el músico, mientras las manos de Niña Lucía se turnaban las pollas de sus compañeros.

“Y todavía no habéis visto nada”.- Lucía se separó de la verga de Jorge y observó hacia arriba, al cielo que formaban las cuatro cabezas del grupo. Los miró con lujuria, con una altanería que era un abalorio perfecto para su carita de niña. Su mirada azul y su corta melena rubia terminaban, junto con su cuerpo desnudo, el perfecto cuadro que era Niña Lucía.

Sus labios se apropiaron de la siguiente verga. Sus manos continuaron acariciando, más que masturbando por lo incómodo de la posición, a Andreu y Juancho.

“Dioss… Lucía… Joan me va a matar…”- Niña Lucía, sin contestar, y aún con la polla de Alberto en la boca, sólo sonrió.

Cuando todas las pollas hubieron pasado por su boca, Alberto hizo levantarse a Lucía y la tumbó sobre el sofá, boca arriba y con las piernas por fuera. Piernas que, sin perder tiempo, Alberto se encargó de juntar y subir, para poder penetrar el palpitante y aniñado sexo de la joven.

“¿Estás segura?”- Dijo Alberto, antes de introducir su verga en el coño de Niña Lucía.

“Ponte un condón y me follas.”- Rápidamente, Alberto cogió el preservativo que le acababa de tender Andreu y se lo colocó. Puso su glande entre los labios de Lucía y empujó.

Siseó Niña Lucía. Cerró los ojos de placer cuando sintió la polla dura del rockero abrirse paso por su sexo estrechado por la postura. Sin embargo, la hicieron, Andreu y Juancho, deslizarse por el sofá, hasta conseguir que Alberto se viera obligado a subirse encima del sofá con Niña Lucía, teniendo que abrirle las piernas para poder seguir follándosela pero colocándola de forma que la boca de la pequeña rubia quedase al alcance de cualquier verga que se ofreciese. Y la primera fue la de Juancho.

Niña Lucía sintió una polla abrirse paso entre sus labios. A su vez, otro hombre le follaba. Sus pezones eran lamidos por una tercera boca y, forzando la posición, una mano agarró la suya y la obligó a posarse sobre una cuarta verga erecta y palpitante.

“Ahhnnn”- gimió Lucía cuando el pulgar de Alberto comenzó a rozarle el clítoris. Un segundo gemido, de haberlo, fue acallado por la polla de Juancho, que parecía tener miedo a coger frío fuera de la boca de Niña Lucía.

Lucía trataba de respirar por la nariz para no atragantarse con el pedazo de carne de Juancho, pero el trabajo de calidad de Alberto en su entrepierna lo hacía difícil. No sólo la follaba, sino que también acariciaba su clítoris con, casi podría decirse, incluso arte.

Por supuesto, Joan no era manco en esas lides, pero Alberto le superaba en experiencia, en fuerza, en autocontrol, en tamaño… quizá, en un par de años o más, Joan se volvería tan experto y habilidoso como Alberto.

“Andreu, ponte tú a darle caña.”- ordenó el jefe del grupo, mientras se salía de Niña Lucía, cuyo sexo latente había estado a punto de llevar al orgasmo a Alberto.

Al guitarrista se le iluminaron los ojos como si le hubieran abierto las puertas del cielo. Quizás algo mejor, le habían abierto las piernas de Lucía, que no daba abasto para abarcar las cuatro pollas que se le ponían delante.

En el tiempo transcurrido entre la salida de Alberto de su cuerpo, y mientras éste ordenaba a Andreu ponerse otro condón antes de que se pusiera a penetrar a Niña Lucía, la muchacha entendió que era el momento de desembarazarse, por lo menos por unos minutos, de una polla, aunque luego otra más ocupara su lugar.

Con rapidez, y abandonando momentáneamente las difíciles  caricias que Jorge recibía de su mano, comenzó a mamar la polla de Juancho como si la vida le fuera en ello. Su boca se convirtió en una aspiradora mientras, sus piernas abiertas, aún aguardaban la intrusión de la polla de Andreu.

“Joder… ¡Quilla!”- trató de retraerse Juancho, cuando la boca de Niña Lucía comenzó con su trabajo a máxima potencia. Pero no pudo. Con la mano, la muchacha empujó las caderas del bajista hacia ella, haciendo que su polla se hundiera hasta lo más hondo de su boca y que Juancho, presa de un orgasmo incontenible, acabara eyaculando en la boca de Niña Lucía.

Resoplando, Juancho se dejó caer a un lado, apoyándose con la pared, asombrado de que una niña, una simple niña de instituto, acabara de hacerle el mejor francés de su vida. Sonriente y satisfecho, se puso a liarse un porro, aún desnudo, dando tiempo a que su pequeño amigo se pudiera recuperar. Algo que, oyendo los primeros gemidos de Niña Lucía atravesada por la tranca de Andreu, no iba a ser demasiado tarde.

Echándola hacia sí, y con la ayuda de Alberto y Jorge, Andreu consiguió colocar a Niña Lucía sobre sí mismo.

“Cabalga, putita…”- mandó el guitarrista, y Niña Lucía, fundiéndose con él en un beso pasional mientras, con las manos, llamaba a Alberto y Jorge a acompañarla sobre el sofá, a que se pusieran al alcance de su mano para que los masturbara o se la chupara cuando acabara su beso plagado de mordiscos suaves y lenguas que se retorcían una contra la otra.

Niña Lucía no se reconocía. Le encantaba. Se sentía como si acabara de liberar a una bestia dentro de su cuerpo y no podía parar. No podía parar de saltar sobre Andreu, no podía parar de masturbar a Jorge, no podía parar de gozar la lengua de Alberto que ahora, mientras ella botaba de espaldas a él, y de frente a Andreu, pasaba por su espalda, dejando un rastro de saliva que a Lucía le asemejaba un rastro de puro fuego.

Se elevaban los gemidos de Niña Lucía. Disfrutaba cabalgando a Andreu, lo dominaba, aunque él se creyera que con sus órdenes, con una voz cada vez más débil por el placer que aumentaba y el orgasmo que se acercaba, era quien mandaba. Al tiempo, la verga de Jorge recibía a intervalos la mano y la boca de la joven. La voz de Niña Lucía era como una diminuta alarma. Afortunadamente, la sala estaba insonorizada para evitar molestar con los posibles ensayos. Pero eso no era un ensayo. Era una orgía.

Orgía.

Alberto había sido previsor y había sacado todos los condones de las carteras, bolsas y posesiones de sus amigos y los había amontonado, diez o doce, sobre la pequeña nevera.

Orgía.

La palabra retumbó en la cabeza de Niña Lucía con más fuerza que cualquier hechizo. Orgía, pensó, y se corrió. Chillando de puro placer, temblando de tal forma que Andreu no pudo hacer más que dejarse ir y seguir a Niña Lucía en su orgasmo, la quinceañera se corrió.

Quedó casi desvaída, tirada en los brazos de un Andreu, casi un perfecto desconocido, que se había corrido como ella. Pero cogió aire, mientras obligaba a Jorge a sentarse y, saliéndose de una polla con un quejidito ahogado, e hincándose en otra que también, previamente, se había colocado condón comenzó a follarse al batería.

Cada choque de sus nalgas con el vientre y las piernas de Jorge sonaba como un baquetazo al tambor más agudo de su batería. Casi podían, ella y él, ponerle música a cualquier rock con su choque, sus gemidos, sus palabras entrecortadas.

Desde atrás, puesto que Niña Lucía, esta vez, le daba la espalda, Jorge acarició los pechos de la joven y regresó a la realidad. Una niña nada más. Nada más que una niña de instituto que le estaba follando, botando sin pausa y sin cansancio sobre su verga. Una niña de sexo pulcramente depilado. Una niña de sexo niño. Un sexo niño que había aprendido a abrazar su verga con contracciones y que hizo dejar de pensar a Jorge en niñas. Era una mujer. Hecha y derecha. Una maestra, y si no tanto, al menos sí una talentosa, del sexo. Del sexo puro y animal.

Gimió Niña Lucía de nuevo. Abrió los ojos. Ante ella, Alberto sonreía, con su larga melena húmeda de sudor. Juancho la miraba con lujuria, tras él, con la polla erecta de nuevo como un asta de bandera y esperando su turno. Andreu daba cuenta, sin mucho afán, del porro que había empezado el bajista. Ella, mientras, seguía arriba y abajo.

Alberto se acercó a ella. La besó mientras botaba. La obligó a pararse en su posición más alta y dejar que fuera Jorge quien se ocupara de penetrarla mientras ella seguía quieta, con la postura forzada.

Alberto sonreía cuando se despegó del beso. Comenzó a bajar por el torso cuasi plano, de no ser por los erectos pezones y el imperceptible promontorio de sus núbiles senos. Lamió ambos pezones casi con dedicación, mientras Niña Lucía ponía los ojos en blanco. Jorge había empezado a taladrarla con toda la velocidad que disponía y su sexo, aunque empezaba a dolerle a causa del intenso trasiego, seguía agradeciéndolo.

Alberto siguió bajando, más y más, su lengua, tras meterse en las honduras de su ombligo, llegó hasta casi lamer la tranca protegida de Jorge.

“Alberto… ¿Qué haces?”- preguntó el músico.

“Tú sigue”- respondió la voz del grupo, mientras agarraba a Lucía, que se sentía indefensa e inmóvil ante el ataque de la tranca de Jorge, para que se estremeciera lo menos posible.

Mientras Jorge la penetraba, Alberto separó suavemente sus labios mayores con los dedos y rozó el inflamadísimo clítoris con la punta de la lengua. Un respingo, a medio camino del dolor y el placer y muchísimo más cercano a este último, recorrió a Niña Lucía, que estaba gozando, y ahora lo sabía, como nunca en su vida.

Pero Jorge, al ritmo que llevaba, no pudo resistir más y acabó por estallar dentro de su condón, hincándose en un último estertor hasta las profundidades del sexo de Lucía.

Gritó Lucía de placer, haciéndose un lado y sacando a Jorge de su coñito enrojecido. Juancho se acercó sin una palabra más, pero Niña Lucía, aún recuperándose, mientras trataba de normalizar su respiración, lo paró dándole la señal de alto.

“Espérate… Alberto… todavía no… no se… se ha corrido…”- jadeaba la muchacha, mirando fijamente a aquél que tan empeñado parecía en hacerla disfrutar. El primo de su novio. El mismo que acababa de conocer esa noche pero, no sabía por qué, parecía haber conocido hace meses, quizá en la persona de Joan, quizá en algo más allá.

Niña Lucía se colocó de rodillas sobre el sofá negro, que ya resbalaba a causa de la humedad del sudor y sus propios flujos salpicados. Dándole la espalda a Alberto, y echándose hacia adelante mostrando su soberbio culazo, Niña Lucía llamó al primo de Joan.

“Dios, Luci… envidio a Joan… no veas cómo lo envidio…”- graznó el líder.

La verga, erecta y cabezona, de Alberto se colocó ante Lucía, dispuesta a hundirse en el coño de la chiquilla, pero ésta, agarrándola del tronco, la subió levemente, lo suficiente como para dejarla a la entrada de su ano.

“Lucía… ¿Estás segura?”

Como única respuesta, Niña Lucía se echó hacia atrás clavándose en la tranca de Alberto, que se abrió paso con lentitud por su estrecho agujero.

“Joder…”

“Toma, fuma…”- Juancho le colocó un porro entre los labios a Lucía, aunque la primera calada fue interrumpida por una embestida con el consiguiente gemido, la siguiente se coló hasta lo más hondo de sus pulmones y pegó fuerte.

Alberto se corrió en su culo, después de que ella lo obligara a quitarse el condón y follarla analmente a pelo. Supo que, tras ello, Juancho y Jorge la penetraron al tiempo, fue la primera vez que sentía dos pollas en su cuerpo al mismo tiempo.  Le encantó la sensación. Tanto, que no pudo evitar correrse por enésima vez.

Poco después descubriría en su propio móvil imágenes de ella follada por sus tres agujeros por Alberto, Jorge y Andreu, mientras que Juancho parecía ser el “resignado” fotógrafo.

Perdió la cuenta de sus orgasmos entre la intensa nube de marihuana que parecía flotar en la sala y el almizclado olor a sexo. Sexo puro y duro. Sexo con los cuatro componentes de un grupo de rock que la follaban de mil maneras.

Tú y ella sóis iguales. Os encanta el sexo. Y no tiene nada de malo. Pero vosotras siempre queréis más, y más. No os conformáis con lo que tenéis y siempre queréis ir más lejos. Siempre más lejos.- repetía Tío Rodrigo en su cabeza, mientras ella recibía polla por todos sus agujeros.

Siempre queréis más, y más.

Más y más.

Más y más.

Penetrada analmente nuevamente por Alberto, Niña Lucía se corrió por última vez. Cayó, exhausta, sobre el sofá, mientras el grupo, aún desnudo, parecía saludarla con sus vergas erectas. Eran jóvenes, cuando uno acababa el otro ya estaba dispuesto para ocupar su lugar. Casi amanecía en ese último orgasmo de Lucía.

Los convenció de que dejaran sus dos maltratados agujeros en paz por esa vez y los obsequió a los cuatro con una última mamada de despedida. Rechazó que la llevaran a casa. La furgoneta del grupo parecía demasiado “cómoda” y ella ya había caído suficientes veces en la tentación por esa noche.

Se vistió, salió a la calle, y caminó durante minutos sin rumbo fijo, aturdida, hasta que encontró un taxi. Se acordó de que no tenía mucho dinero, pero descubrió un par de billetes de cincuenta en su monedero, más una nota en la que, por una parte, llevaba escrito:

“No te tomes esto como que pensamos que eres una puta. Es simplemente para el taxi y para unas braguitas nuevas. Creo que Juancho ha roto las que llevabas. Y se las ha quedado. Alberto.”

Y por la otra cara llevaba escritos el número de móvil de los cuatro componentes del grupo. Al lado del nombre de Juancho había escrito con un color de tinta diferente “Yo soy el que la tenía más grande.”

Niña Lucía rió y subió al taxi.

“Hombre, pequeña… Hoy pareces de mejor humor…”- sonrió el taxista afablemente.

“¡Ey! ¡Es usted! ¡El poeta! No recuerdo si le agradecí que me regalara el libro.”

“Sí, me lo agradeciste, pero da igual. Más agradecido estaría si me dijeras qué tal te pareció.”

“Tiene usted un aire a Benedetti muy interesante… Tal vez con toques de Miguel Hernández…”

“Vaya… Muchas gracias. Eso me dice que te lo has leído. ¿Al mismo sitio de la otra vez?”

“Sí. Donde siempre.”- respondió Niña Lucía con una sonrisa, mientras trataba de sentarse de forma que su cuerpo no se quejara por la nochecita toledana que había pasado.

Continuará.

Kalashnikov

PD:  Lamento la inexcusable tardanza de este capítulo. No sé si me habrá salido tal y como yo quería, pero espero redimirme, con él, por el tiempo perdido. Mil perdones.