Niña Lucía (Luisa)

Cariño, estoy diciendo que si quieres volver a ver eso que has visto, te vestirás de mujer y me acompañarás como una mujer más. Tu carita de niño nos vendrá de perlas para hacerte pasar por chica.

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Niña Lucía esbozó una sonrisa y tuvo que esforzarse en no soltar una carcajada. “Como las abejas a la miel” pensó, cuando vio a Luis por la ventana de su habitación que daba al parque, a las 4 y media, media hora antes de lo acordado. El muchacho acababa de bajar de su moto, que había dejado aparcada a la entrada, y entró en el parque mirando a todos lados, esperando, vanamente, que a Lucía le hubiera reconcomido la misma prisa que él.

Desde el edificio lindante con el parque, en el tercer piso, en una ventana que aparecía vestida con unas cortinas blancas de encaje, flanqueada por dichas cortinas, Niñas Lucía lo observaba.

Mordiéndose el labio inferior con travesura, sonrió y esperó.

A las 4:59 del reloj de Luis, un minuto antes del que mostraba el de Lucía, el móvil del muchacho sonó.

Era ella.

I. Vamos, ven, sube.

“¿Luci?”- exclamó, pletórico, Luis.

“Sí, cariño. Vamos, ven, sube a mi casa…”- respondió Niña Lucía por el móvil.

“¿Cómo? ¿Dónde vives?...”

“Sal por la misma puerta que has entrado, tranquilo, cariño, te veo, pero tú no puedes verme a mí, no te esfuerces.”

Luis, sorprendido por el jueguecito de Lucía, se levantó y siguió las indicaciones de la muchacha.

“Pasa a la acera de enfrente y síguela por tu derecha. Bien, ahora gira a tu izquierda”- seguía ordenando Niña Lucía. Cuando Luis se perdió por la esquina, la muchacha tuvo que imaginarse su andar.- “Ves al primer patio. Empuja la puerta, tranquilo, te abriré desde aquí. Entra en el ascensor y sube hasta el cuarto piso. Luego baja las escaleras hasta el tercero y entra en la casa que hay abierta.”

“¿Cómo? ¿Por qué tengo que subir cuatro pisos para bajar uno a pie?”- se extrañó el joven, empujando la puerta del primer patio que, efectivamente, estaba abierta.

“Tú hazlo. Y ten en cuenta que te estoy vigilando, sabré si lo haces o si no. Si lo haces, tendrás mi puerta abierta. Si no, te la encontrarás cerrada y por mucho que llames, no abriré. Es más, si te pones pesado llamaré a la policía…”- gruñó la muchacha, fingiendo un gemido para que Luis creyera que estaba masturbándose. Fue una idea espontánea, imprevista, pero que hizo que Lucía se felicitara mentalmente por tan buena idea.

“Vale, vale…”- contestó Luis. Mientras, Niña Lucía fue a abrir la puerta de su casa, y agudizó el oído para poder escuchar, aún a tres pisos de distancia, como Luis corría por el patio para llegar al ascensor.

La chiquilla se asomó al rellano y observó cómo el ascensor subía y pasaba del tercero para abrirse la puerta en el cuarto. Niña Lucía colgó el móvil y sonrió; le estaba resultando muy fácil.

Oyó las grandes zancadas de Luis comenzar a bajar las escaleras. Se detuvieron un par de segundos y luego, más decididas aún, siguieron bajando al tercero.

Sudando casi, Luis entró en la casa que tenía la puerta abierta, paseó la vista por el pasillo que se extendía a su izquierda (el que daba al parecer a todas las habitaciones) y el salón que había a su izquierda, por este último se decidió tras ver algo moverse en el sofá, asomando por encima del respaldo. Luis lo reconoció. Casi pudo saborear con la vista la suavidad de la rodilla de Niña Lucía que, acostada en el sofá y sin palabras, lo llamaba.

Luis cerró la puerta y entró al salón.

“¿Hiciste lo que te dije?”- preguntó Lucía sin variar su posición, tumbada cómodamente sobre el sofá.

“Sí.”- Luis, lentamente, fue rodeando el sillón, encontrándose con Lucía vestida con una pantaloncito vaquero muy corto y una camiseta de colores claros que reafirmaba el color de su piel y cabello. A Luis le pareció enormemente bella, tumbada en el comedor, recibiendo los rayos de sol por la ventana, tan ajena a todo.

“Demuéstramelo”- respondió Niña Lucía, sin mirar a la cara a Luis, sólo mirando el techo.

“Toma.”- sonrió él, extendiéndole en la mano las braguitas que había recogido de la escalera.

“perfecto”- Musitó la joven, levantándose y, sin en ningún momento mirar a su compañero, tras coger la prenda de ropa, dirigirse por el pasillo hacia su habitación, camino que Luis tardó milésimas de segundo en seguir.

“Bueno, Luis… hoy voy a pedirte muchos favores… si te niegas a uno solo, jamás volverás a ver esto”- dijo Lucía, sentada en su cama, desabrochándose su pantaloncito y mostrándole su pubis lampiño y el inicio de su sexo a Luis. El joven tragó saliva. Niña Lucía no llevaba braguitas.

“Está bien. Pide lo que quieras.”- sonrió el joven, hipnotizado por lo que acababa de ver (o de no ver).

“La primera es que en menos de media hora tenemos que salir de aquí. Mis padres vienen a las 5 y media y no quiero que me vean contigo. Todavía no les he presentado siquiera a Joan, aunque sí les he hablado de él. Así que no pienso dejar que crean que soy una putilla que está con dos tíos al tiempo.”

“Pero es que eso es lo que eres, Lucía. Eres un puta…”- respondió Luis, de pie bajo el marco de la puerta, sin dejar de mirar a la joven, que ni se inmutó con sus palabras.

“Sí, tal vez sí. Excepto hoy. Hoy no voy a estar con dos tíos al tiempo”

“¿A qué te refieres?”

“Verás, Luisito…”- sonrió maquiavélicamente la bella Niña Lucía.- “Tú y yo nos vamos a ir de compras. Vas a comprarme lo que yo te pida sin rechistar. Tranquilo que no pediré mucho. Tal vez con cien euros tienes bastante por hoy. Eso te lo puedes permitir”

“No hay problema”.- sonrió Luis, que pensó que Lucía bien valía cien euros.- “Pero te vendes muy barata…”

“No, cariño… no lo has oído todo.”- la sonrisa de Lucía se profundizó y Luis creyó ver un primer destello de malicia en sus ojos.- “Verás… no puedo salir de compras con un tío que no es mi novio cuando tanta gente sabe que tengo novio. Eso no sería nada bueno para mi reputación… ¿entiendes?”- sonrió la joven con voz de niña buena.

“No lo entiendo. ¿No quieres que vaya?”

“Por supuesto que quiero que vengas, Luisito… pero con una simple condición. No vendrás como hombre. Nadie me puede reprochar que me vaya de compras con una amiga”

“¿Qué?”

“Cariño… hoy voy a hacer que te sientas mujer. Para que te sientas como nos sentimos nosotras.”

“Luci… ¿Qué estás diciendo?”

“Cariño, estoy diciendo que si quieres volver a ver eso que has visto, te vestirás de mujer y me acompañarás como una mujer más. Tu carita de niño nos vendrá de perlas para hacerte pasar por chica.”

“¿QUÉ? ¡Me niego!”- dijo Luis, volviéndole la espalda a la joven.

Por primera vez desde que entrara en la habitación, Niña Lucía se levantó y fue hacia Luis. Lo abrazó por la espalda y sus pequeñas manos traviesas se introdujeron bajo su camiseta, primero, y bajo su pantalón, después.

“¿De verdad que vas a negarte?”- murmuró Niña Lucía al oído de Luis, inclinándose para poder llegar, mientras sus manos acariciaban la polla del joven y su lengua se enredaba lascivamente con el lóbulo de su oreja.

En pocos segundos, la polla de Luis estaba completamente erecta, manipulada por los hábiles dedos de la chiquilla de pechos niños.

“¿De verdad?”- repitió Niña Lucía, con voz melosa, y Luis suspiró de placer.

“¿Durante cuánto tiempo?”- enhebró, con mucho esfuerzo, las palabras el joven.

“Hasta que volvamos a casa, cuando mis padres se hayan ido otra vez al trabajo.”

La imagen que se formó en la mente de Luis fue nítida. Demasiado nítida. La sangre se le agolpó en la punta de la polla y no pudo decir más que:

“Está bien, lo haré.”

II. De compras

“Perfecto. Te queda perfecto. Joder, pensé que tenías más espalda. Te queda muy bien, Luisita”- bromeó Lucía, observando a Luis vestido con las braguitas que había recogido en las escaleras y una camiseta que, sin ajustarse a su cuerpo, sí que era suficientemente rosa y estrecha como para ser fehacientemente femenina.

“Estoy absurdo. Parezco una maricona…”

Luis no se esperaba el guantazo con el que Lucía le cruzó la cara.

“Pero…”

“A partir de ahora vas a cuidar esa boquita, cariño…”- le ordenó Lucía, observando cómo Luis se tocaba la mejilla golpeada en un gesto que a la joven le pareció casi femenino…- “Joooderrr….”- gruñó Lucía antes de lanzarse a besar a Luis. Estaba cachonda. Muy cachonda con su juego. Y, antes de que acabase el día, conseguiría que Luis estuviera igual de cachonda que ella.

Cuando Niña Lucía retomó el control de su cuero, se alejó de su “obra” y observó sus braguitas rosas, casi de niña, tratando de ocultar vanamente la polla de Luis que, aparentemente, entre los besos y el roce suave de la tela, comenzaba a endurecerse empujando sin piedad la tela rosa.

“Bueno, cariño, esto te va a costar un poco más…”- dijo Lucía mostrándole unos de sus vaqueros ajustados y mirando el culo que tendría que vestir.- “¿Sabes que tienes un culito precioso? Casi de tía, te lo prometo.”

“Dios… Lucía… ¿Tú quieres que yo salga así a la calle?”- preguntó Luis sin dejar de mirar su reflejo en el largo espejo de su casa.

“No hasta que te pongas los vaqueros y te maquille un poco”

“¿maquillarme?”

“Ay, Luisita, nadie se va a creer lo mujer que eres si no te maquillamos un poco.”

“Recuérdame… ¿Por qué coño estoy haciendo esto?”- gruñó Luis. Sinceramente, no sabía el porqué. Parecía que Lucía tenía un halo de control a su alrededor que podía hacer de él lo que quisiera.

“Por esto, cariño”- le susurró suavemente la chiquilla, cogiéndole la mano a Luis y llevándola debajo de sus pantaloncitos. Cuando los dedos de Luis entraron en contacto con la humedad de las braguitas de la muchacha, supo por qué lo hacía. Incluso pensó que si seguía hurgando un par de minutos más, conseguiría también responderse cualquier interrogante que se hubieran hecho los filósofos.

Tras lograr, con esfuerzo, que Luis, la nueva Luisa, se embutiera en los vaqueros, Lucía lo llevó al baño.

“Lo primero… voy a arreglarte esas cejas. Joder, pareces una neanderthal, Luisi.”

“No sé si me gusta que me llames así.”

“Te jodes, Luisi… te voy a llamar como me salga de los ovarios…”- replicó la muchacha. Luego, acercándose al oído de Luisa, enronqueció la voz y gruñó:- “¿Y sabes por qué?”

“Me lo imagino…”- tragó saliva el joven, observando fijamente los ojos de Lucía en el espejo, que le miraban fijamente


“Joder, Luci, es que no hay quien se lo crea.”- Luis trataba de mirar al suelo. Se encontraba ridículo vestido de mujer. El sujetador con relleno que Lucía le había proporcionado, levantaba la camiseta con osadía, y mirando hacia abajo, Luis sólo lograba encontrarse la reafirmación de lo que le estaba pasando.

“Venga, preciosa… no te pongas así… estás muy bonita… ese color de pintalabios te sienta divino.”-reía Niña Lucía, tirándole de la mano y llevándole por las calles hasta el centro comercial.

“Oye, Luci… he cambiado de idea… yo…”

“¡Pero qué culitos!”- exclamó un joven al verlas pasar, fijándose en las tremendas posaderas de Niña Lucía y en el respingón culo de la joven Luisa.

“¿Lo ves?”- palmoteó excitada Niña Lucía.- “te dije que tenías un buen culo. Además, te prometo que así de bien maquillada eres absolutamente femenina. Sólo tienes que mejorar un poco esos andares de pollo escocido que te gastas.”

Siguiendo las directrices de la chiquilla, Luisa siguió a Niña Lucía hasta el centro comercial cercano.

“¿Y encima me llevas al Nuevo Centro?”- renegó Luisa.- “¿Tú sólo quieres exhibirme o qué?”

“Sí, más o menos…”- sonrió la muchacha.

La pareja entró en una tienda de ropa de moda, y allí Niña Lucía se dedicó a rebuscar entre las piezas más ajustadas y femeninas. Eligió un par de camisetas sin prácticamente escote, un pantalón muy ajustado y se metió en uno de los probadores, mientras Luis quedaba fuera, mirando tímidamente al suelo.

“¡Luisi!”- oyó gritar a Niña Lucía desde dentro.- “Entra, tonta…”

Luis (Luisa) tragó saliva. Su polla respondió al momento y tuvo que esforzarse para que no se notara a través de los vaqueros. Temblando de nerviosismo, Luis pasó al probador con Lucía.

“¿Qué tal me queda?”- sonrió divertida la muchacha, mostrándole la ajustada camiseta que cerraba su cintura con lujuria.

“Muy bien, Luci…. Por dios… vámonos ya…”- pidió Luisa, tratando de no moverse mucho en el estrecho probador para no rozarse más de lo necesario con Niña Lucía, cosa que ella dificultaba mucho, moviéndose libremente al quitarse la camiseta que llevaba puesta, mostrando su torno cuasi plano, con pechos mínimos y pezones apuntados en el camino. Luis vio esos pechos pequeños tan apetecibles que tuvo que contenerse para no lanzarse a ellos. En su lugar, repitió el:- “Vámons ya, Luci… por lo que más quieras”.

“Ni lo sueñes…”- gruñó ella, y se lanzó a besarlo con furia. Su lengua, invasiva, se abrió pronto entre los labios de Luis, y aunque el cuerpo de Niña Lucía era más pequeño que el de su “compañera”, Luisa sintió cómo era empujada sobre la pared. Los movimientos de Niña Lucía eran burdos, duros y fuertes, y él sólo se dejaba llevar. El torso desnudo de Niña Lucía, casi plano, se apretaba al suyo. Cuando la muchacha comenzó a acariciar suavemente su paquete sobre el pantalón, Luis lo entendió. Habían cambiado papeles. Niña Lucía era el hombre y ella, Luis, Luisa, los dos al tiempo, era la mujer.

Luis se dejó llevar, y la nueva sensación, la de no ser él quien manejara la situación, la de carecer de ese sentimiento de poder, la de estar justo en la situación opuesta, no supo por qué, comenzó a excitarle.

“Vaya, vaya…”- rió Niña Lucía, bajándole la bragueta y retirando un poco los pantalones, de forma que la polla de Luis, que ya había salido por un lateral de las braguitas, pudiera elevarse en el ambiente pequeño y cargado del probador.

“Pero Luci…”

“tschh…”- le calló la muchacha, colocando un dedo con sus labios, mientras la otra mano rodeaba grácilmente la polla que surgía de los femeninos pantalones de Luis.

“Ah…”- gimió Luis, con la mano de Lucía acariciando su polla, sin masturbarla, sólo sobándola con la mano, de arriba abajo… La nueva sensación, esa caricia suave, delicada, le hacía retorcerse de placer. “Así se masturban ellas” pensó Luis, dejando que Niña Lucía siguiera con su caricia lenta y suave.

Espasmos de placer recorrían el cuerpo de Luis. Una vez escuchó que los hombres se masturbaban más y las mujeres mejor, nunca lo había entendido, un orgasmo le parecía igual en cualquier contexto. Pero ahora lo sabía. No era el orgasmo, sino el placer. Las manos de Niña Lucía no buscaban una carrera desesperada al orgasmo, como lo harían las suyas. Lucía rozaba, extasiaba cada centímetro de su polla y los espasmos de placer, tal que si fueran micro-orgasmos, convulsionaban su polla. La masturbación no era sólo orgasmo… ahora lo entendía Luis, y no le costó extrapolar sus conclusiones. El sexo no es sólo orgasmo. Era posible follar y quedar satisfecho sin llegar a correrse. Pero sólo si lo hacía como hacía Niña Lucía las caricias sobre su polla. Lenta, suavemente, deteniéndose en puntos erógenos y sin jamás, jamás, desesperarse en busca del clímax

Pero Luis no estaba acostumbrado a eso. No sabía aguantar, no soportaba la espera… su polla latía y él no quería sufrir, quería acabar ya, era un suplicio tener que aguantar las caricias de Niña Lucía sin que la muchacha quisiera hacerlo acabar.

“Por favor, Luci… por favor… déjame correrme…”- Niña Lucía sonrió satisfecha, muy satisfecha, aunque Luis no pudiera ver su cara. Lucía estaba jugueteando con su lengua en la oreja de Luis, mientras su mano jugueteaba sobre su polla.

Casi compasivamente, Niña Lucía rodeó la verga de Luis con su mano y comenzó a masturbarlo. En poquísimos segundos, la polla de Joan comenzó a expulsar borbotones de semen que cayeron sobre el vientre, los pantalones y la mano de Lucía.

“delicioso”- murmuró la muchacha, lamiendo de su mano los restos de la materia de Luis.- “Ahora sal ahí y paga esto”- dijo, entregándole con la otra mano la ropa que había depositado en un rincón.

Todavía con el corazón latiéndole encabritado y la respiración descompuesta, Luis asintió, guardó su polla, aún húmeda de sudor y semen bajo sus braguitas, que se humedecieron, cerró con esfuerzo los vaqueros y salió del probador con la camiseta y el pantalón que Lucía le mostraba.

“¡Luisa!”- gritó Niña Lucía cuando Luis salió del cubículo.

“¿Qué?”

“No pagues con tarjeta, cariño…”- sonrió, y Luis tardó un poco en caer en la cuenta del porqué. Niña Lucía tenía razón. No debía mostrar su DNI a nombre de Luis. Ahora era Luisa. Asintiendo, Luis se dirigió a caja con las dos prendas.

Cuando Luis regresó al probador y se encontró a Niña Lucía completamente desnuda a excepción de sus zapatillas, no le importó haber acabado de correrse. La polla le dio un brinco al volver a ver ese sexo casi infantil, sin pelo ninguno.

“Vaya… ¡Cómo te ha cambiado la carita, Luisi!”- rió Lucía, al ver la cara que se le había quedado a Luis al entrar nuevamente en el estrecho probador.- Trae que me vista… me has enguarrado los pantalones…- dijo, señalando sus pequeños pantaloncitos vaqueros, que reposaban en el rincón, manchados de semen sobre el muslo izquierdo.

Tras vestirse y salir de la tienda, Luisa con una dolorosa erección apretada entre sus piernas, caminaron hacia la “última parada antes de volver a casa”, según dijo Niña Lucía.

A Luis casi se le para el corazón cuando vio que se detenían frente a un sex-shop

“¡Luci!”- se horrorizó Luisa.

“Te dije que hoy iba a hacerte sentir una mujer completa, Luisa…”- respondió Lucía, y entró en el local, sin que Luis se atreviera a seguirla.

“Hola, Pequeña Lucía.”- saludó la dependienta, con una sonrisa.- “¿te vino bien la vaselina? ¿La disfrutaste?”

“Muchísimo, Linda. Más de lo que creí posible. Por cierto… ¿me has preparado lo que te pedí por teléfono?”

“Aquí lo tienes, princesita.”- sonrió la mujer.

“Muchas gracias, ¿Cuánto te debo?”

“A ésta te invita la casa…”

“No, mujer… no digas eso… ¿Cuánto cuesta?”

“Nada. Cero. Yo te lo pago.”

“Ok. Pero esto no va a quedar así. Ya volver酔- terminó Niña Lucía con una sonrisa y un guiño pícaro, aunque luego, cuando tragó saliva y los latidos se le aceleraron, añadió:- “y si quieres, cuando venga me enseñas cómo funciona.”

Los ojos de la dependienta se contagiaron de un brillo especial. Musitó un “si te atreves…” y guiñó un ojo a Niña Lucía, que salió alegremente de la tienda.

“Vamos para casa, Luisa… ya sólo te queda la última lección…”

III. Voy a hacer que te sientas mujer. PX

Niña Lucía y Luisa subieron las escaleras a la carrera.

“¡Vamos, Luisi! ¡Corre, que hoy no llevas tacones!”

“¿Pero me vas a decir qué llevas en esa bolsa o no?”

“Ya lo sabrás cuando llegue el momento.”

Lucía y Luis entraron rápidamente en casa de la primera y cerraron rápidamente. Niña Lucía empujó a Luisa a la pared y allí mismo comenzó a besarla con ansia brutal.

“Espera.”- logró murmurar la muchacha, cuando pudo separarse de Luis.- “Vamos a ducharnos…”

Luisa asintió. Ducharse con Niña Lucía le parecía, en ese momento, el cielo más alto que se pudiera tocar. Entraron en el baño y procedieron a desnudarse lentamente. Niña Lucía se recreó al bajarle los pantalones a Luis, descubriendo allí debajo, su polla morcillona, malamente protegida por la leve tela rosa de las braguitas.

Con casi devoción, arrodillada ante él, Niña Lucía bajó las braguitas, húmedas de los restos de semen tras la escena del probador, y la polla de Luisa, de Luis, brincó dos veces antes de ser devorada por la muchacha.

Luis suspiró, al sentir su polla internándose en la cálida angostura de la boca de Niña Lucía. No tardó su verga en recobrar su dureza más absoluta, mecida en la sabia lengua de la muchacha, que seguía vestida con sus pantalones, única y exclusivamente, eso sí.

Mientras pegaba largos lametazos a la verga de Luis, Niña Lucía se desabrochó los vaqueros e introdujo la mano bajo ellos, alcanzando su sexo que, a esas alturas, destilaba flujo sin pausa.

Se acarició y quiso olvidarse de lo demás. Lamía y frotaba a la misma velocidad, tan rápido como podía, y allí de rodillas en el suelo, ante Luis, que no se llamaba Luis, sino Luisa, buscó desesperadamente un orgasmo que no tardó en llegarle de forma poderosa, mientras uno de sus dedos la penetraba con fuerza, tanta fuerza que en su vientrecillo plano llegaban a marcarse, de vez en cuando, los leves músculos de sus abdominales. Abandonando momentáneamente la polla de Luis, Niña Lucía tuvo que apoyarse en el suelo con la mano que le quedaba libre mientras la otra introducía una y otra vez su dedo corazón en el coño. Su grito sonó a alivio y a desesperación, y cuando dejó de sentir las corrientes eléctricas del clímax, con el cansancio aún en su rostro, se quitó los pantalones, que ya mostraban una descarada mancha de humedad en la entrepierna, y llevó a Luis a la ducha. Cerró la puerta de plástico traslúcido y encendió el agua de la ducha.

El frío inicial del líquido elemento no logró bajar la rigidez de la polla de Luis, empero. Tampoco es que Lucía, acariciándola sabiamente, eternizando el contacto, lo hubiera permitido.

Cuando el chorro fue calentándose progresivamente, Niña Lucía desenroscó la alcarchofa de la ducha y dirigió el único torrente que salía ahora de la manguera al pecho imberbe de Luis. Mientras los regueros de agua le recorrían el vientre, la lengua de Lucía le recorrió el falo.

“Date la vuelta…”- gruñó, muy excitada, Niña Lucía.

“¿Pero qué…?”

“Hazlo”- y el tono de la muchacha no dejaba opción a réplica. Mientras con una mano rodeaba la cintura de Luis y continuaba acariciándole la polla, la otra mano, armada hábilmente con la manguera de la ducha, se coló en la quebrada de las nalgas del chico.

“Luci… ¿Qué vas a hacer?”

“Te dije que hoy iba a hacerte sentir mujer… esta limpieza es primordial”- respondió ella, mientras mojaba abundantemente el ano de Luis mientras lo acariciaba con la yema de su dedo índice

“¡Ah!”- se quejó el chaval, cuando sintió el agua colarse en su cuerpo.- “¿Qué haces?”

“Aguanta”- respondió Niña Lucía, adornando sus palabras con suaves caricias a la polla de Luis, que parecía latir cada vez más enorme.

“¡Sácalo ya!”- pidió Luis, cuando sintió su vientre rogar, a pinchazos, que dejaran de llenarlo.

“Sal fuera y échalo…”- ordenó Lucía, y Luis, de cuyo ano escapaba un fino reguero de agua, no lo dudó y obedeció al instante, saltando prácticamente de la ducha y sentándose sobre el inodoro.

Ya “vacío”, cuando regresó a la ducha, y Niña Lucía se encargó de volver a ponerlo en la misma posición que antes, de espaldas a ella, cara a la pared, con su polla en la mano izquierda de la muchacha, Luis simplemente se dejó llevar, como ya había aprendido a hacer ese día.

Lo que no se esperaba era que, por absoluta sorpresa, y tras varios segundos de intensa limpieza, Lucía introdujera su boca entre los cachetes de Luis.

“¡Lucía! ¿Qué haces?”- exclamó, cuando sintió la lengua de la Niña lamer aquél agujero prohibido de su cuerpo.

“Te voy a hacer sentir mujer…”- fue la única respuesta de la muchacha, antes de reanudar su tratamiento sobre el ano de Luis.

La lengua de Niña Lucía parecía saber dónde y qué tocar. Empezó con suaves círculos sobre el cada vez más palpitante ano de Luis, y terminó añadiendo a los círculos la superficial penetración de su lengua.

Luis colocó sus manos sobre la pared. La cabeza se le iba. ¿Quién iba a pensar que aquello que le hacía Niña Lucía pudiera ser causa de tanto placer? El joven se dio cuenta de una cosa. Las manos de Lucía se aferraban a sus caderas, habiendo olvidado su polla, pero ésta se mantenía erguida y orgullosa, profundamente erotizada.

Los gemidos escapaban de la boca del chico. Su ano poco a poco iba abriéndose, pidiendo más y más de esa caricia húmeda y sapiente que Niña Lucía sabía darle. La yema de uno de los dedos de la muchacha se detuvo a la entrada. Presionó levemente y se retiró, dejando de nuevo el campo libre a la lengua. Nuevamente, tras varias caricias más, la lengua se retiró y el dedo repitió su movimiento, entrando esta vez unos pocos milímetros más. Un gemido se escapó de la boca de Luis, que se encontraba mareado de placer, tanto que no le importó que su lengua saliera de entre sus labios para lamer el húmedo alicatado de la ducha, dejando en los azulejos, al posar los labios sobre ellos, la marca del carmín que le había puesto Lucía, eternizando sobre la pared un placenterísmo grito de placer con pintalabios corrido. No le importaba, se sentía sucio. No. No era eso. No se sentía sucio. Se sentía sucia.

Entonces, del mareo, de la excitación del hombre, surgió una palabra, una palabra que hicieron sonar sus labios, casi con un quiebro de voz femenino, y que Luis jamás pensó que diría nunca.

“Fóllame”

“¿Cómo has dicho?”- preguntó Niña Lucía con retintín, obligando a Luis a repetirlo.

“Fóllame, Lucía. Por lo que más quieras, fóllame de una vez…”

Lucía obedeció. Su mano izquierda agarró nuevamente la polla de Luis y el dedo corazón de su mano derecha se hundió entre las prietas nalgas del joven. Con velocidad creciente, Niña Lucía comenzó a masturbar a Luis, al tiempo que su dedo comenzaba una penetración rápida y sin dificultad ninguna en el ano del joven. Tanto, que a Niña Lucía no le costó introducir un segundo dedo en el culo de Luis, para engrosar la penetración engrosando, así también, el placer.

La velocidad de sus dos manos estaba siempre sincronizada. Cuando su mano se colocaba por encima del glande de Luis, sus dedos llegaban al máximo nivel de penetración. Cuando su mano llegaba a la base del pene del muchacho, sólo la yema del dedo corazón quedaba en el interior del joven.

“Dios… joder… dios…”- gemía, retorcido de placer, Luis, mientras su ano era barrenado por los dedos de Lucía.

Finalmente, como no podía ser de otra forma, Luis se corrió abundantemente, embarrando sin piedad la mano de Lucía con su abundante y oloroso semen.

“¡DIOS!”- gritó él, y las piernas le fallaron, cayendo al suelo de la ducha, presa de espasmos de placer.

“Bien, bien, Luisita… veo que te gusta que te follen el culo…”- murmuró Lucía levantándose del suelo donde estaba antes arrodillada dándole placer a Luis.- “En eso te puedo ayudar yo…”

Mojada, desnuda y húmeda (valga la redundancia), Niña Lucía salió de la ducha y agarró la bolsa del sex-shop. Extrajo de ella una cajita revestida con tela morada y de ésta, lo que sacó fue un arnés. Una enorme polla de goma dura decoraba la parte exterior y otra, más pequeñita y curva, la parte interior del arnés, que sin ellas bien parecería un simple tanga negro.

“Dios, Lucía… ¿No pretenderás…?”- exclamó Luis cuando la vio llegar con aquello.

“¿No te ha gustado lo de la ducha?”

“Sí… pero esto me parece exc…”

“Calla y lo disfrutarás. Vamos al cuarto de mis padres.”-indicó Niña Lucía, colocándose el arnés y apagando un ronco gemido cuando la más pequeña de las dos pollas entró en su sexo. Tras ajustarlo a su hermosa cintura, Niña Lucía acompañó a Luis, que no dejaba de observar la enhiesta y aparentemente dura polla de goma con la que la muchacha se había armado.

“Ponte sobre la cama”- masculló, convencida, Lucía.

“Oye, Luci… no estoy seguro de… por favor…”

“Ey, ey, ey…”- se acercó a Luis Niña Lucía.- “Tranquila, cariño, prometo que no te voy a hacer daño…”- continuó, acariciándole tiernamente la mejilla, con una voz cuasi andrógina.

De todas formas, Luis aceptó. Sabía que, si alguien se enterara de eso, no iba a poder salir de casa en mucho, mucho tiempo. Él. Luis, el imponente Luis, el galán, el seductor, el Casanova, convertido en una mujer a la que Niña Lucía, la frágil Lucía, iba a sodomizar en breves instantes… Era de locos. Aún así, Luis se subió al colchón y se colocó a cuatro patas.

“Ten cuidado…”- rogó, tembloroso, Luis.

“Siempre lo tengo…”- respondió Niña Lucía, untándose su falso miembro de vaselina, para después repetir la operación con el sonrosado ano de Luis, que latió, agradecido, cuando los dedos calientes de Lucía se posaron sobre él y lo acariciaron, extendiendo el gel, que se había contagiado del calor de la mano de la muchacha.

“¿Preparada?”- avisó Niña Lucía, arrodillándose tras Luis y apuntando su polla de goma al ano del joven.

“Sí.”- respondió, sin seguridad, Luis. Pero, lenta e imparablemente, la verga plástica de Lucía fue hundiéndose en su cuerpo, abriéndose paso con lentitud.- “¡Dios! ¡Me está llenando!”- gruñó Luis.

“tranqui, preciosa… aún queda la mitad”- anunció Niña Lucía, añadiéndole un lento vaivén a la penetración, de forma que a cada leve arremetida el falo de goma se introdujera un poco más en el cuerpo de Luis y logrando, al tiempo, que el pequeño champiñón que hurgaba las entrañas de Niña Lucía, entras también en movimiento.- “Hostias”- gimió, sorprendida, la chica cuando el postizo se paseó por su punto G.

“Despacio, Lucía, Despacio…”- pedía Luis, aunque Niña Lucía no podía ir más despacio. Finalmente, sus caderas golpearon con las de Luis. “¡Por dios! ¿Pero por qué estoy haciendo esto?”, pensaba el joven, mientras la polla de goma de Lucía iniciaba el retroceso. Peor cuando la femenina mano de la muchacha se colocó sobre su polla que, olvidada de él y de todos, había empezado a decaer, lo supo. Lo hacía porque quería, porque le gustaba, porque, de la mano de Niña Lucía, había descubierto un nuevo placer prohibido que, por prohibido, era más placentero aún.

Lentamente, mientras la mano de Niña Lucía continuaba con su trabajo de mantener enhiesta la polla de Luis, sus caderas comenzaron a ganar velocidad. El ano del joven se había amoldado a la polla de plástico, y ésta comenzó a acelerarse, agravando las sensaciones de ambos.

Incluso, Niña Lucía se atrevió a sacar su postizo del culo de Luis, sólo para contemplar cómo palpitaba, boqueando como un pez sacado del agua. Repitió el movimiento varias veces, sólo para disfrutar cómo el cuerpo de Luis clamaba por más, tratando de buscar con las propias caderas que la polla se hundiera nuevamente en su interior.

En la última de las arremetidas, Luis notó que Lucía tardó más, como si quisiera gozar más tiempo de su cuerpo derrotado. No podía verlo. Había hundido su cara en la almohada para apagar allí sus gemidos, esos gemidos tan poco masculinos que emitía cada vez que le penetraban.

Cuando el falo volvió a abrirse paso en su ano, Luis lo sintió cambiado. Más caliente, más real. Algo le habría hecho Niña Lucía a su polla postiza para que ahora tuviera esa textura.

“¿Te gusta, Luisita?”- le gimió al oído, echándose sobre él, la muchacha de torso plano y culo poderoso.

Luis tardó unos segundos en responder. Ahora el falo parecía más corto, más grueso, más cálido, más real. Sí, sí le gustaba. Así se sentía más… femenino.

“Sí.”- gimió, mientras el bombeo se reanudaba.

“Perfecto…”- susurró, con voz suave, la muchacha, y luego añadió:- “Chúpame la polla”

Acto seguido, Niña Lucía, con el arnés aún colocado, se puso delante del chaval. La polla de plástico le golpeó en la mejilla. Algo iba mal. Si Niña Lucía estaba frente a él… ¿Quién lo sodomizaba? Intentó girarse, pero Lucía no le dejó, le agarró de la cara y hundió su polla de goma, con su agrio aroma, en la boca del joven.

Con la boca llena de polla Luis no podía quejarse. Pero una mano le agarró la polla y comenzó a masturbarlo y la queja se fue diluyendo en una espiral de placer. ¿Qué le importaba quién le follaba? Le follaban, y eso le gustaba, y todo lo demás carecía de importancia.

La polla que se internaba entre sus nalgas ganaba fuerza a cada envite. Cada vez la sentía más dentro, violenta y viril, feminizándolo cada vez más. Porque le gustaba aquél sensual movimiento en su interior y ahora comprendía a las mujeres que le pedían más y más cuando él se las follaba. Pero ahora él era el follado. Y otra polla le avasallaba la boca, y el deseo de lamerla, de chuparla, de honrarla como se merecía, le surgió desde lo más hondo de su mente. Así lo hizo. Se olvidó de que quería saber quién lo follaba y se dedicó sólo a esa polla en su boca, mientras era masturbado y sodomizado por un completo desconocido.

Aunque Niña Lucía no podía sentir los intensos lametazos de Luis a su polla de plástico, los disfrutaba. Disfrutaba viéndolo tan desesperado. Sonrió, guiñó un ojo a quien le ayudaba a follarse a Luis y, sin que éste se diera cuenta, cogió su móvil de la mesita. Clic. Fotografía. Luis chupando una hermosa y gran polla de plástico. Clic, fotografía. El cuerpo moreno de Luis, recibiendo desde atrás la embestida de un hombre a quien, Niña Lucía se aseguró de ello, no se le viera la cara.

Luis no se enteraba ya de nada. Lo masturbaban con fuerza y sapiencia y el mundo dejó de importar. Mientras seguían follándolo, se corrió. Se corrió como nunca pensó que lo haría por tercera vez en el mismo día. Cuarta, si consideramos que, nada más levantarse, teniendo en mente su cita con Lucía, se había hecho una paja a salud de la Niña. Su semen cayó sobre las sábanas de la cama de los padres de Niña lucía y él gimió, con la polla de plástico en la boca, hasta que el orgasmo hubo pasado.

“Vaya, vaya, Luisita… ¿Ya te has corrido?”- se mofó Niña Lucía.- “Pues ahora vas a tener que esperarte que lo hagamos nosotros…”

Y, diciendo esto, sacó su polla de plástico, reluciente de saliva y del escaso carmín que quedaba en los labios de Luis, de la boca del muchacho, y regresó a sus espaldas mientras Luis, exhausto tras la follada, seguía sin preocuparse de quién le había llevado al orgasmo.

La polla que penetraba a Luis se salió y fue sustituida por la de Niña Lucía que, arrodillada tras él, tuvo que inclinarse un poco para permitir al tercero en discordia que dispusiera de ella.

Con una sonrisa, Joan, su novio Joan, el que había recibido un mensaje de Lucía explicándolo todo y pidiendo perdón y un gran favor que acababa de realizar, retiró a un lado el hilo del arnés de plástico de Lucía y buscó, con su propia polla, el ano de la muchacha.

Lenta, muy lentamente, la verga de Joan fue hundiéndose en el ano de Lucía, que gimió de goce completo, con sus dos agujeros ocupados. Uno, su coño, por una pequeña polla de plástico que parecía amoldada a su punto G, y el otro, su ano, penetrado por la verga de su novio.

Niña Lucía casi sollozaba de placer. Antes de que Joan hubiera hundido su polla por completo en el estrecho agujero de Lucía, fue ella misma la que se encargó de echarse hacia atrás, penetrándose con la verga de Joan y extrayendo varios centímetros de su falo de goma del culo de Luis, que, por primera vez, miró hacia atrás para encontrarse a Joan asomando detrás de Lucía.

“¿Joan?”- preguntó, antes de ser apagada su voz por un gemido. Lucía había vuelto a penetrarlo.

“Quietos los dos. No os mováis ni un pelo.”- ordenó, en un gruñido excitado, la chiquilla.

Niña Lucía comenzó a moverse. Atrás, para empalarse con la polla de Joan. Adelante, para penetrar a Luis. Emparedada entre dos hombres, entre dos pollas. Y ella era, prácticamente, también un hombre, con su polla enhiesta y dura penetrando, una y otra y otra vez

“¡Nnnngggggggiiiiaaaaaahhhh!”- exclamó Niña Lucía, corriéndose escandalosamente, convulsionándose entre los dos hombres que le causaban placer, dejando que su propio flujo corriera desde su coño, resbalara en pequeños riachuelos de pocas gotas del arnés y acabara cayendo en la sábana, allí donde, pocos centímetros más adelante, Luis se había corrido.

Sintiendo los movimientos de Niña Lucía, Joan no necesitó más. Había llegado un punto que su propio cuerpo respondía con un orgasmo al orgasmo de su chica. Sin poder evitarlo, gruñó y se corrió dentro de Niña Lucía, que aún disfrutaba de los vestigios de su propio orgasmo.

“f-fabuloso…”- le tembló la voz a Niña Lucía, tratando, con los ojos cerrados, de mantener el placer en su cuerpo, sin que este se diluyera.

“¡Joan! ¡Lucía! ¿Pero qué…?”- Luis se desencajó de la polla falsa de Niña Lucía, y se giró para ver a la pareja que acababa de follarlo.

“Verás cariño… ya te dije que yo estaba saliendo con Joan. Y verás… con él tengo hombres suficientes. Me gustas más como mujer aunque, no te lo vayas a creer mucho. Prefiero mil veces antes a Ángela.”

“¿Qué? Me has utilizado, Lucía, de esta te acuerdas…”- gruñó Luis, cuya vista iba, inconscientemente, al siempre erecto falo de goma de la chica.

“No creo que te beneficie hacerme nada, Luisita…”- sonrió la joven.- “Joan, cariño, enséñale lo fotogénico que es.”

Sonriendo, y mirando con algo de resentimiento a Luis, Joan le mostró la pantalla de su móvil. En ella, se veía, claramente, a Luis mamando la polla de plástico de Lucía mientras, de fondo, al final de su espalda, se veía otra polla introducirse en sus carnes. Lucía había hecho las fotos de tal forma que sólo a Luis se le veía la cara.

“Verás, Luisita… trata de joderme una vez… ¡UNA SOLA VEZ!”-  amenazó Niña Lucía.- “Y todo el instituto podrá ver lo buena que es follando la maricona de Luisa.”

“Eres una puta, Lucía… ¡Una puta!”- gritó el joven, mientras se levantaba y recogía su ropa, que estaba tirada en el pasillo, en la puerta del cuarto de Niña Lucía.

“Gracias Luisa. Una hace lo que puede.”- rió ella, sacando el ya fláccido falo de Joan de su culo. Cuando Luis se marchó de la casa, vestido y airado, Niña Lucía se quitó el arnés con suavidad, pegando un respingo placentero al dejar que la pequeña polla interior brotara de su sexo, completamente empapada, y se dejó caer sobre la cama, tras retirar la sábana ensuciada a un lado.

“Bueno Joan… ¿Me perdonas?”- musitó Lucía con voz de trapo, abriendo las piernas y exponiendo a la vista de su chico su coñito depilado, hambriento de carne.

Joan sólo sonrió y tomó posición entre las piernas de Niña Lucía, besándola con pasión.

CONTINUARÁ

Kalashnikov.