Niña Lucía (El taxista)

Ricardo trataba de poner en práctica todos sus años de experiencia para hacer gozar a la joven y, por los gemidos de ésta, lo estaba consiguiendo.

Continuación de:

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"Creo que ya os lo habéis pasado bien ¿No?... Ahora, Luis… ¿Me llevas a casa?"- preguntó Niña Lucía tratando de poner cara de niña buena.

"joder, Luci… ¿No podías esperarte un poco?"- preguntó Luis, mirando de reojo a Iván con una traviesa sonrisa.

"Luisito… Iván seguramente tendrá que trabajar ¿No es así? Y además, tú tienes clases dentro de… hora y media, y no has comido más que polla. Que por mucho que nos guste, no tiene valor nutritivo suficiente"

"Vale, vale… espérame en la entrada mientras me visto"- se resignó Luis, aún cubierto bajo la sábana que tapaba su desnudez.

"¿Ahora me vas a venir con remilgos, después de lo que hemos pasado juntos?"- Niña Lucía bromeó poniendo los brazos en jarra.

"¡Tira a la entrada, Luci!"- concluyó con una sonrisa Luis.

I. Un nuevo encargo

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"¡Lucía, antes de irte!"- Hacia la pequeña rubia, que ya avanzaba por el pasillo rumbo a la puerta del chalet, corría Gloria con su piercing en el labio que tan sensual le quedaba.- "¿Puedes hacer un encargo mañana por la noche?"

"joder, otra noche más sin catar a Joan…"- pensó la joven, pero la excitante idea de un nuevo trabajo le hizo responder otra cosa.

"Claro, siempre estoy dispuesta y lo sabes…"- contestó con una sonrisa pícara.

"Ya sé por qué le gustas tanto a Natalia… En fin… él es un cliente antiguo y todo un caballero chapado a la antigua… un tipo raro. No quiere una puta, así que tendrás que controlarte. Todavía no se ha acostado con ninguna de las que le acompañamos, sólo quiere invitarte a cenar, hablar, normalmente sobre literatura, así que si estás pez te aconsejo que lo digas para no cagarla y envío a Paula".

Niña Lucía pensó en Paula, una compañera suya y estudiante de filología presumida y pedante, que gustaba de demostrar siempre sus conocimientos aunque no vinieran al caso.

"Yo sé suficiente de literatura. Puedes dejármelo a mí"

"Perfecto, porque al tío le gustan jóvenes. Se le ve más emocionado cuanto más joven parece la acompañante. Por eso no quisiera enviar a Paula, parece una cuarentona recauchutada"

"Entonces yo le encantaré."

"Está bien, mañana, a las diez de la noche, en la boca del metro de Colón. El pelo suelto y llévate un libro para leer, así te reconocerá. Él es un tío bajito, regordete, con bigote y voz de pito que pasa de largo los cincuenta. Y si ves ahora al salir a Natalia en la piscina dile que estoy hasta el coño de hacerle su trabajo, que bastante tengo con atender las llamadas para también repartir los encargos."

"bueno, qué, Lucía… ¿nos vamos?"- preguntó Luis, que ya había bajado, acompañado de Iván.

"Sí, vámonos."

Luis e Iván se despidieron con un pico en los labios, y Lucía agarró el papel con los datos del trabajo que le tendía Gloria.

Cuando bajaron las escaleras, Natalia tomaba el sol en la piscina, completamente desnuda, haciendo que los vecinos más avispados optaran por ese momento precisamente para dedicarse a la contemplación del paisaje a través de la ventana.

"¡Gloria te quiere cortar las tetas, Nati! ¡Dice que curres más y tomes menos el sol, que vas a pillar un cáncer!"

"¡Pues tú dile que se vaya a la mierda y no se preocupe por mi piel! ¡Que sigue igual de suave aunque no la quiera probar desde que tiene novio!"- Rió la veterana, mientras Luis y Lucía bajaban la cuesta rumbo a la calle.


Niña Lucía llegó a casa y ya no había nadie, Los efectos de la orgía con Ángela, Nacho y Joan habían desaparecido, y hasta el cuarto de sus padres olía a fresco. "Buen trabajo", pensó.

Se hizo una comida rápida, escuchando el rugido de sus tripas. Después de la acción que había tenido por la mañana, de los dos viajes en moto y de la espía del encuentro entre Luis e Iván, el estómago de Niña Lucía clamaba por algo de alimento para retomar las muchas energías perdidas.

Después de comer, se recostó en el sofá y se quedó dormida. Sólo cuando su madre entró en casa despertó. Eran las siete y las clases de la tarde hacían dos horas que se habían acabado.

"Lucía, hoy tendrás que hacerte la cena tú sola. Tenemos una cena de empresa en el bar y estamos hasta arriba de trabajo. Yo sólo he venido a por el móvil de tu padre… este hombre… un día no se dejará la cabeza tirada por ahí porque la tiene pegada al cuello…"

Cenar sola. "Para variar", pensó Lucía.

"Oye, mama… ¿Y sobre qué hora cerraréis?"

"No. A las once a la cama. Mañana tienes colegio."

"Que no es por eso... es por si pasa algo saber hasta qué hora puedo llamaros al teléfono del bar."

Luna Cortés, cuarenta y nueve años increíblemente bien llevados, madre de Lucía, miró a los ojos de su hija y enhebró una sonrisa divertida.

"Sí, ya… bueno, no creo que cerremos hasta lo menos las tres. Mañana abrirá el bar la Manoli y nosotros podremos dormir, pero… ¡A las once en la cama!"- advirtió Luna.

"Sí, por supuesto, a las once en la cama. Prometido…"- Niña Lucía sonrió mientras levantaba la mano dando su palabra.

Su madre encontró finalmente el móvil y salió de la casa no antes de recordarle a su hija nuevamente la hora tope.

"A las once en la cama, y antes también…"- dijo, una vez sola, Niña Lucía. Tenía una idea. Cogió el teléfono y marcó un número que conocía de memoria.

No tardaron en responder.

"Joan, cariño, te invito a cenar a mi casa. Con postre, por supuesto."


A las once y media, media hora más tarde de lo que había dicho Joan que llegaría a su casa, el chico salía de casa de Lucía, completamente vacío de electrolitos.

Niña Lucía quedaba en su cama, desnuda, sonriente y satisfecha. Su cuerpo estaba ebrio de sudor, y en su mente sólo quedaba una espina clavada.

A pesar de lo que se había esmerado Joan, del placer que le había causado, Niña Lucía había tenido que volver a fingir su orgasmo cuando el joven se derramaba en su interior.

Comenzó a masturbarse, buscando ella sola el placer que no había podido conseguir con Joan. Una hora después, tras muchos gemidos, jadeos y estremecimientos, se dio por vencida y se quedó dormida sin haberlo conseguido. Demasiadas cosas pasaban por su cabeza para concentrarse en correrse. Estaba hecha un lío y no sabía bien por qué.

"Mierda".- fue su última palabra antes de dormirse.


Al día siguiente, se sentía agotada al despertarse. Se duchó durante varios minutos más de los que acostumbraba. El olor a sudor y sexo se había pegado a su cuerpo después de la noche anterior.

"Señoritas Garrigues y Del Solar y señores Martí y Giménez… ¿Algún justificante de su ausencia a las clases de ayer? Vamos, si no están muy ocupados charlando entre ustedes"- les preguntó el tutor, profesor de matemáticas de los jóvenes, nada más entrar en clase.

Nacho había sido previsor y había escamoteado del despacho de su padre, médico de cabecera en un centro cercano, varios partes, aunque Lucía le había bajado los pies al suelo.

"¿Tú te crees que se va a creer que los cuatro nos pusimos enfermos el mismo día? ‘El Ewok’ no es tonto."- ‘El Ewok’ no era más que el mote que se había ganado su tutor por su barba cardada y su aspecto rechoncho.

"Pero por intentarlo no se pierde nada"- fue la contestación de Nacho, y Ángela y Joan pensaron lo mismo.

Los tres le entregaron los partes falsificados por la diestra mano de Nacho. Niña Lucía se quedó cruzada de brazos en su pupitre.

"Señorita Del Solar ¿Usted no tiene justificante?"

"No

, porque me quedé en casa. Se lo puede preguntar a mis leucocitos, pero no sé si le responderán, aún se están recuperando de la batalla de ayer."- Dijo, con evidente sorna, la frágil adolescente, desatando las risas de sus compañeros de clase.

"Después de clases quiero verla."

"¿Es que ahora no me ve? ¿Está ciego?"- respondió Niña Lucía descaradamente, aumentando las risas entre los estudiantes.

El profesor no continuó la discusión, sabía que tenía las de perder y prefirió no darle alas a la joven. Luego, en solitario, seguro que se acobardaría.

II. Saltándose el castigo

De nada sirvieron los consejos que Niña Lucía recibió de Nacho, Joan y Ángela. Se plantó, una vez acabadas las clases de la mañana, ante su tutor con la misma actitud que había exhibido durante la clase.

Sólo tuvo un instante de debilidad y miedo cuando Don Mariano avisó que había llamado a sus padres. Pero acto seguido recobró su fachada indomable.

El tutor le advertía sobre posibles medidas disciplinarias hasta que Niña Lucía le interrumpió.

"Oiga, que me he saltado un día de clases, no he apuñalado a nadie… No se ponga dramático."

Don Mariano clavó su furibunda mirada en los ojos de Niña Lucía y, posiblemente, ese fuera su mayor error. La determinación marcada en esas dos pupilas verdes consiguió el efecto contrario al que él pretendía al mirarla fijamente. Fue él quien se amilanó.

"Lucía, es la primera vez que haces algo así, así que por esta vez, pase. Pero a la próxima pasaré el caso al Comité Escolar."

"Muy bien. ¿Puedo irme?"

"Puedes irte."

Niña Lucía salió del colegio cuando ya no quedaba nadie. Llegó a casa y, como esperaba, allí estaban sus padres para discutir con ella.

"nosotros nos partimos el espinazo para que puedas ir al colegio y tú a las primeras de cambio ‘pasas’ de las clases…"

"No sé qué te pasa últimamente, Lucía, antes no eras así…"

"No vas a salir de fiesta en un mes, jovencita"- sentenció su padre, y a la joven se le cayó el mundo encima.

"¿Cómo? ¡Esta noche he quedado!"- Niña Lucía recordaba con claridad su encargo para esa noche. Últimamente era lo único que le sacaba de la rutina. Su trabajo en Natural Escorts.

"¡Pues ‘desqueda’!"- bramó su padre, y Niña Lucía, portazo mediante, se encerró en su habitación.

No les dedicó ni una palabra más a sus padres durante la comida. Cuando volvió después de las clases de la tarde, sus progenitores ya habían vuelto al trabajo y la casa estaba de nuevo vacía.

"Una mierda para ellos si se piensan que voy a quedarme aquí amargada."

A las nueve, después de una cena rápida y de jurarle por teléfono a sus padres (con los dedos cruzados) que no saldría de casa, Niña Lucía salió de casa.

Tenía un trabajo y un libro de bolsillo en el bolso para que él le reconociera.


La suave luz de las farolas besaba el cuerpo de Niña Lucía. Una mini vaquera, una camiseta de tirantes y una chaquetita para huir del frío eran su única vestimenta. Sus breves zapatitos de tacón, que dejaban sus pies al aire, no eran suficientes para hacerla parecer más alta que la mayoría de las personas que salían de la boca del metro.

Eran las diez en punto y Niña Lucía levantó la vista. Hacia ella se acercaba un tipo tal y como lo había descrito Gloria. Bajito, regordete y con bigote. Había, sin embargo, algo que le resultaba extrañamente familiar en ese hombre, aunque no recordara el qué.

Sin embargo, sus ojos volvieron al libro, el libro de poesía que le regaló un taxista, y su mente se iluminó. ¡Era el taxista!

"¿Tú... tú eresss?"- El hombre, que hablaba con una discordante voz de pito que, pese a todo, no era desagradable, no parecía encontrar las palabras justas.

"Niña Lucía, de Natural Escorts… Y usted es taxista, ¿Verdad?"- dijo la pequeña rubia, agitando el libro que llevaba en la mano.

"¡Virgen santa!"- exclamó el hombre.- "La pequeña princesita que un día encontré llorando…"- sonrió el taxista, como si, en verdad, estuviera recitando un verso de algún nuevo poema.

"El caballero de blanco corcel que me rescató una noche oscura…"- respondió Niña Lucía con una amplia sonrisa, devolviéndole el verso.

El taxista estalló en una carcajada y dijo:

"¿Me acompañas? Te invito a cenar, pequeña"

Niña Lucía se agarró del brazo que el hombre le tendía y comenzaron a caminar, como una desigual pareja, por las calles de la noche.


"Pero tú pareces muy joven para ese… ‘trabajo’ ¿no?"- preguntó el hombre a Niña Lucía, sentados ambos a una mesa de un lujoso restaurante en que los camareros, de vez en cuando, miraban de reojo a la joven adolescente. Su ropa desentonaba con el ambiente del local.

"Soy la más joven de la empresa… pero en fin… aún así parezco más joven de lo que soy, de veras."- respondió tranquilizadora Niña Lucía con una sonrisa. Sabía que el taxista, que ahora sabía que se llamaba Ricardo, no le preguntaría la edad. Ni aun siendo ella tan joven. Eso jamás lo haría un caballero.

"¿Te gusta el plato?"- preguntó Ricardo mirando el recargado plato de pasta que Niña Lucía esquilmaba muy, muy lentamente.

"Oh, sí… no es eso es sólo que…"- Niña Lucía miró a su alrededor. Todos los comensales estaban vestidos impecablemente, con trajes los hombres y vestidos de noche las mujeres.- "Si hubiera sabido que vendríamos a un restaurante así… hubiera… perdona…"- añadió, con un gesto de tristeza sin dejar de mirar fijamente el plato

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"No te apenes, pequeña. Que les jodan a todos estos bastardos. Ninguno de todos ellos es ni la mitad de elegante que tú."- dijo Ricardo, y Niña Lucía levantó la vista. Se apartó un mechón de pelo rubio de la cara y sonrió sinceramente.

"Me encantó su libro. ¿Sabe?"


La cena se alargó mientras Ricardo y Niña Lucía hablaban sobre literatura. El taxista se sorprendió de lo inteligente que era la joven, que no parecía más que una niña. Posiblemente era la conversación más inteligente que había tenido en mucho tiempo. Niña Lucía no era ninguna experta en nada, pero sabía lo justo como para entablar una conversación fluida sobre cualquier tema que Ricardo expusiera.

Sin embargo, de pronto y sin razón aparente, a Ricardo comenzó a temblarle la mandíbula mientras Niña Lucía hablaba sobre lo que le parecía el poeta José Hierro.

"P-perdón…"- gimió el hombre, volviendo la cara y enjugándose unas lágrimas que comenzaban a aparecer.

A Niña Lucía se le estrujó el corazón.

"¿Q-qué pasa? ¿He hecho algo mal? P-por favor, perdóname si…"- trató de disculparse la adolescente.

"No, no es culpa tuya… es sólo que… te pareces tanto…"- dijo Ricardo, visiblemente consternado.

"¿Me parezco? ¿A quién?"

El taxista extrajo su cartera y enseñó una foto que, por el aspecto que mostraba él, debía de haber sido de, al menos una década antes. Pero Niña Lucía se fijó muy poco en él. A su lado, una niña rubia como el sol y de profundos ojos verdes sonreía con alegría.

La niña de la foto no contaría con más de doce años, y parecía muy feliz junto a un Ricardo algo más joven.

"¿Quién es ella?"

"Se llamaba Marta. Era mi hija."

"¿Era? Oh, lo siento mucho…"- Niña Lucía se compadeció de aquel hombre que por tanto parecía haber pasado.

"Murió hace diez años. Tenía 13 años cuando un conductor borracho la atropelló y se dio a la fuga a plena luz del día. Poco después se estrellaba en un puente de la ciudad."

"Oh, joder…"- maldijo Niña Lucía. Entonces, hizo algo que le nació del mismo alma. Se levantó, se sentó sobre las rodillas del hombre y le dio un reconfortante abrazo mientras lo escuchaba derramarse en lágrimas.

Alguno de los clientes del restaurante se giró a contemplar a aquél hombre regordete que lloraba abrazado por quien parecía ser, al menos, su hija.

"Vámonos de aquí…"- le dijo Niña Lucía a Ricardo cuando se hubo desahogado.

El taxista aceptó y después de pagar la, para Lucía, carísima cena, salieron del local.

Niña Lucía sintió el contraste de temperaturas y se estremeció de frío. Ricardo, caballerosamente, le puso la chaqueta de su traje sobre los hombros.

"Gracias."- dijo Niña Lucía, acurrucándose más junto al cuerpo del hombre mientras ambos caminaban.- "¿Cómo era ella?"

Lucía sabía que, pese a que tal vez fuera doloroso recordarla, Ricardo debía sacar fuera todo ese dolor.

"Era maravillosa. Era lista, le encantaba José Hierro, por eso al hablar tú de él me la has recordado tanto. Y además, era la niña más preciosa de todo el mundo. Se parecía mucho a ti."

Niña Lucía recordó la niña de la foto. Pese a que no se parecían más que en los ojos verdes y el pelo rubio, la hija de Ricardo era muy hermosa. Hubiera sido una mujer extremadamente atractiva.

"Sí, era muy guapa."

"Yo le mentía diciendo que nunca la iba a dejar tener novio porque así su novio sería siempre yo. Y ella sonreía. Y mi mujer sonreía… y cuando Marta murió, no sonreímos más y cada uno e hundió en sus propios demonios. Al final, nos divorciamos entre lágrimas… Puta vida"

"Tranquilo… todo eso ya pasó".


La extraña pareja caminó durante horas por las calles de la ciudad.

"¡Oh, vaya! ¿Viste qué hora es?"

"No es tan tarde… queda tiempo aún para una copa… ¿no?"- dijo la joven.

"A estas horas una muchachita como tú debería estar en casa."

"¿En casa de quién?"- inquirió Niña Lucía con una sonrisa. Ricardo la miró extrañado. Sabía que se proponía algo pero no lograba adivinar cuál sería su próximo paso.

"¿A qué te refieres?"

"Siempre podemos tomar la copa en tu casa…"


Niña Lucía no se despegó de Ricardo en todo el camino. Afortunadamente, habían paseado prácticamente en círculos durante toda la noche y no se habían alejado de la casa de Ricardo.

"Sólo una copa, ¿Verdad?"- avisó el taxista, abriendo la puerta de su casa.

"Sólo una copa."

III. 40 años de diferencia. PX

Dos vasos de cubata vacíos reposaban sobre la mesita auxiliar del salón. Ricardo y Niña Lucía se miraban fijamente a los ojos, cada uno sentado a un lado de la diminuta mesa.

"Oh… ¿Cómo puede ser tan hermosa?"- dijo el hombre, acariciando con la yema de los dedos el rostro aniñado de Lucía.

"Si te acercas, te lo digo…"- suspiró la joven. Aquellas manos eran suaves, ligeras y rápidas, como las poesías que escribían.

Ricardo se inclinó más sobre la mesita de cristal. Sabía lo que iba a hacer, y aunque en su fuero interno, una voz intentaba detenerlo, Niña Lucía emanaba una especie de halo de influencia mucho mayor.

El beso no fue un beso lascivo, pasional, húmedo. Fue suave y romántico, donde los labios fueron más importantes que las lenguas. El bigote del hombre le arrancó unas leves cosquillas a la joven sobre su labio superior.

Niña Lucía saltó la pequeña mesita y se sentó al lado de Ricardo, que la abrazó con ternura

.

"¿Eres muy bueno, sabes? No suelen portarse así conmigo…"

"Tranquila, niña…"- decía el hombre, acariciándole los hombros desnudos.

"Ricardo…"

"¿Sí?"

"Quiero que me hagas el amor."

Ricardo se asombró ante aquella confesión.

"P-pero… no tienes por qué hacerlo, no te he contratado como puta."

"Lo sé. Digamos que ya no eres mi cliente, que mi ‘turno’ ha terminado. Quiero que me hagas el amor como mujer, no como chica de Natural."

Ricardo sintió clavarse en sus ojos esos dos enormes luceros verdes con los que Niña Lucía lo miraba. No podría negarse a un rostro tan angelical aunque quisiera.

"No estaría bien… te saco casi cuarenta años."

"No quiero que me digas lo que estaría bien o lo que no estaría bien… quiero que me digas si quieres hacerme el amor."

Niña Lucía evitaba usar la palabra ‘follar’. No quería follar. Quería hacer el amor, redescubrir la sensación de dos cuerpos que se unen con más romanticismo que lujuria.


Ricardo la desvestía con casi adoración. La camisetita de tirantes desveló una delgada cintura, y un sujetador con relleno para que le joven aparentara tener más pecho que con el que la naturaleza la había obsequiado.

La mini vaquera siguió el mismo camino que la camiseta y Ricardo dejó a Niña Lucía con sólo la ropa interior.

"Dios mío… si pareces una niña."

"Pero no lo soy, Ricardo… Soy una mujer que quiere hacer el amor contigo…"- respondió Niña Lucía, con seguridad, antes de besar suavemente al hombre.

El beso terminó por despertar del onírico letargo en que Ricardo parecía estar sumido. Cogió a Niña Lucía y la tumbó con suavidad sobre la cama. Le quitó las braguitas y abrió sus piernas para meter la cabeza entre ellas.

"No."- pidió la joven.- "Sólo hazme el amor… por favor…"

Ricardo sonrió y se empezó a desvestir. ¿Quién le iba a decir a él, con sus varios kilos de más, su incipiente calvicie, su voz nasal y discordante, que una jovencita hermosísima le iba a pedir que se fundiera con él? Sólo esperaba que su amigo no sufriera uno de los achaques de la edad. No. Afortunadamente, se mostraba erecto y soberbio.

La propia Niña Lucía se quitó su sujetador con relleno, mostrando sus dos pechos mínimos y sus apuntados pezones.

"¿Quieres ponerte tú arriba?"- preguntó Ricardo mientras se subía a la cama.

"Tranquilo, no me harás daño"- respondió ella, adivinando los temores del hombre. Niña Lucía parecía tan tierna, tan frágil, tan niña con sus pechos pequeños que parecían aún sin crecer.

El hombre dirigió su erecta polla al depilado coño de la joven, quien lo aceptó con un suspiro. Ricardo comenzó a bombear, tratando de repartir su peso sobre los brazos para que Niña Lucía no tuviera problemas con su cuerpo, mientras miraba a la joven a los ojos.

Dos pupilas verdes. Ojos verdes, pelo rubio

Niña Lucía gemía y sonreía, mirándolo también a los ojos como si, más que los sexos, la penetración se hiciera mediante la mirada. Ricardo trataba de poner en práctica todos sus años de experiencia para hacer gozar a la joven y, por los gemidos de ésta, lo estaba consiguiendo.

"Cambiemos de postura…"- dijo Ricardo, cuyos brazos ya temblaban a causa del esfuerzo de soportar todo su peso durante varios minutos.

El bigotudo taxista se tumbó sobre las sábanas y Niña Lucía se encaramó a él. Con suavidad, dirigiendo con una mano la erecta y húmeda polla sin condón del hombre, fue descendiendo sobre ella.

Las piernas de Niña Lucía se estremecieron involuntariamente en relámpagos de placer mientras se empalaba con la polla de Ricardo. Puso ambas manos sobre el abultado vientre del hombre y comenzó a cabalgarlo con movimientos lentos, sensuales, de adelante hacia atrás, haciendo que su polla se deslizara por las humedades de su coñito.

Ambos dos no dejaban de mirarse a los ojos. La cara de Ricardo se contraía entre el placer y la emoción, y, después de que sus manos abandonaran los pechos nimios de Niña Lucía y subieran hasta su rostro, la joven tuvo una revelación.

Siguió cabalgando, contrayendo los músculos de su vagina para darle más placer a aquel maduro taxista que tan bien se había portado con ella.

"Dilo."- suspiró la niña-mujer.

"¿el qué?"- respondió él, sin mostrar ni un gesto de extrañeza en el rostro, mirando los ojos verdes de la adolescente mientras su polla seguía yendo y viniendo en ese joven coño.

"Di el nombre…"

"Lucía…"- respondió casi automáticamente el hombre, mientras sus manos resbalaban hasta las suculentas caderas de la joven.

"No..."-Niña Lucía jadeaba, le era imposible controlar la respiración.- "Di el nombre que… que estás pensando… Sí… el nombre que te viene… a la… a la cabeza… mientras me miras y me follas…"

Por primera vez desde que habían empezado a follar, el rostro Ricardo mudó a la sorpresa. Era imposible que le leyera al pensamiento tan fácilmente.

"Dilo…"- repitió, en pleno gemido, la pequeña rubia.

"Marta…"- gimió el hombre, sintiendo como su propio corazón se acompasaba al de la niña que se follaba.

"Dime que me quieres… papá…"- suspiró Niña Lucía, llevando el juego más allá de donde jamás pensó.

"Te quiero, te amo, Marta, te quiero…"

"Repite… mi nombre…"- Niña Lucía había comenzado a moverse más rápido. Sentía la polla de Ricardo latir en su interior. Lo sabía, estaba a punto de correrse.

"Marta"- suspiró Ricardo, y se corrió.

Llegó al orgasmo mientras Niña Lucía se veía obligada a volver a fingir el suyo. No quería hacerlo sentir culpable más de lo que se sentiría… Chorros de semen inundaron el coño de la joven, mientras gritaba de un placer que, sin ser fingido, era mucho menor de lo que hacía aparentar.


"¿Por qué lo he hecho? Soy un monstruo…"- se maldecía Ricardo.

"No lo eres. No has follado. Has hecho el amor. Amabas tanto a tu hija que te hubiera encantado verla disfrutar así, pero no te excitaba eso… sólo amabas…"- trataba de calmarlo Niña Lucía.

"Es extraño… ahora que lo pienso… muchas veces… con algunas mujeres… me acordaba de Marta…"

"La amabas tanto que el dolor que te causó perderla llenó todo tu amor. Sólo eras capaz de amarla a ella y, si alguna vez quisiste amara a una mujer, no amabas más que a las cosas de Marta que veías en ella… pero era una relación puramente de sentimiento. Una relación hermosísima, sin ganas de sexo. Ojalá yo pudiera sentir una relación así…"- dijo Niña Lucía.

"Eres muy especial, pequeña. Lista y guapa como la que más… Deseo de corazón que todo te vaya bien… Toma, para ti…"- Ricardo se inclinó sobre su mesita de noche y extrajo una billetera y, de ella, unos billetes.

"No, los pagos directamente a la agencia… Es más seguro para nosotras."

"Ya lo sé… no es un pago por el trabajo… simplemente es un regalo por ser como eres."

"¿Me cambias el dinero por un paseo en taxi?"- sonrió Niña Lucía.


Niña Lucía sacó las llaves mientras Ricardo se iba en su taxi de nuevo a casa. Pasaban de las cuatro de la madrugada y las calles estaban desiertas. La llave del portal tembló ante el ojo de la cerradura.

Sabía que le esperaba una buena bronca con sus padres. Gritos, frases de siempre, lágrimas, castigos

No. Había una salida más fácil.

Encendió el móvil y vio más de 40 llamadas perdidas entre las de sus padres, las de Ángela (posiblemente contactada por sus progenitores) y las de Joan (contactado por Ángela).

Buscó en la agenda y llamó a un número. No le gustaba tener que despertarla, pero era necesario.

El móvil sonó. Perfecto, estaba encendido, no trabajaba esa noche.

"¿Quién coño llama a estas putas horas?"- la voz era ronca y soñolienta, pero aún así, Niña Lucía adivinó entre ellas el tono de Natalia.

"Natalia, por favor, soy Niña Lucía… ¿Puedes venir a por mí?"

"¿A dónde? ¿Qué coño ha pasado? ¿Te ha pasado algo?"- La voz de Natalia se aclaró repentinamente, fruto de la sorpresa y la preocupación.

"No… no ha pasado nada pero… ¿Puedo pasar una temporada en La Casa? No quiero volver a la mía…"- las lágrimas empezaron a brota de los ojos de la adolescente y Natalia las escuchó.

"Tenemos que hablar seriamente. Voy para allá en la moto. ¿Dónde estás?"

CONTINUARÁ

Kalashnikov.