Niña Lucía (Cuéntame, Ángela)

“Joder… creo que está muy claro… Cuéntame, Ángela. ¿Cómo fue tu mejor polvo?”- Repitió Niña Lucía. “Pero ¿Aquí? ¿Ahora?”- se alarmó Ángela.

Continuación de:

Bajo una sombrilla que les protegía del sol amarillo de la tarde, que calentaba sin quemar, Niña Lucía, Ángela y Joan apuraban unas coca-colas para re-hidratar sus cuerpos agotados, que no cansados, de tanto sexo.

“¿Joan? ¡Ey, Joan!”- gritó un chaval al pasar por al lado de la terraza del bar donde los tres adolescentes charlaban animadamente.

“¡Qué pasa, Luis! ¿Qué “fas” por aquí?”- respondió Joan, levantándose de la silla y saludando a su compañero.

““ná”, pasaba por aquí y te he visto… Hola, Luci, hola, Ángela”- dijo el joven, inclinándose para saludar con un par de besos a cada una de sus compañeras de clase.

“Ya ves, nano… aquí, tomándome algo con dos preciosidades.”- Dijo Joan.

“Naaaa… pues si hacéis un trío me avisáis, ¿Eh? Que vosotras dos sois capaces de dejármelo seco de dos polvos.”- Rió, jocosamente, Luis.

A Ángela y a Niña Lucía se les escapó una risilla cómplice mientras Joan, menos despierto, apenas pudo responder con una sonrisa de circunstancia. Viendo las reacciones, los cuatro estallaron en una carcajada general, sin que Luis supiera de la misa la media.

I. Hoy damos una fiesta

“Oye, por cierto, nano.”- siguió Luis.-“Que esta noche nos vamos todos al “Jhonny’s” a celebrar mis diecisiete.”

“¿Pero no los celebraste en tu casa hace casi un mes?”

“Sí, bueno… Pero es que he estado todo el mes intentando que mi padre hablara con el dueño del “Jhonny’s” para celebrar una fiesta privada.”

“¿Privada?”- se sorprendió Ángela. Una fiesta privada en la discoteca de moda de la ciudad… Se nota dónde está la pasta.

“Sí, nena, privada. Mi padre y el dueño fueron juntos a la mili. Un favor que nos hace. Mi padre lo paga todo. El alquiler, barra libre… va a ser un puto fiestón.”

“Joder… va a ser la primera vez que entre en esa disco…”- murmuró Niña Lucía.

“¿Entonces? ¿Vendréis?”

“¡Claro que sí!”- respondió, casi al instante, Niña Lucía.

“Bueno, a las nueve y media abrimos. Y de ahí hasta las 6, el “Jhonny’s” va a ser nuestro. Bueno, nenas… que yo me piro, que he quedado en pasar la tarde con mi viejo para agradecerle el regalo. Nos vemos a las 9 y media en la puerta del “Jhonny’s”.”

“Hasta luego, Luis.”- respondieron los tres y, tras un par de segundos de miradas entre Ángela y Lucía

“¡SÍIIII! ¡Tía, el “Jhonny’s”! ¡Una fiesta privada en el “Jhonny’s”!”- gritando de alegría, las dos chicas se abrazaron inclinándose sobre la mesa.

“Joder, ni que fuera la primera fiesta a la que vais.”

“No lo entenderías, cariño…”- Sonrió Niña Lucía, inclinándose hacia Joan y dándole un piquito. De pronto, como si sospechara del lugar, la joven miró a ambos lados de reojo y sonrió.- “Vamos dentro.”

“¿Dentro? ¿Con el aire tan bueno que hace hoy? Joder, Luci… cada día te comprendo menos.”- protestó Ángela, aunque sabía que acabarían metiéndose en el interior de la cafetería, siguiendo a Lucía, aunque el local fueran las mismas puertas del infierno. Lucía ejercía ya sobre ellos un raro control mental que Ángela no sabía a qué se debía. Cuando, entrando tras su amiga, no pudo de dejar de mirar el culito de la adolescente perfilado bajo sus vaqueros, y se mordió el labio víctima de una leve excitación, sólo lo intuyó.

“Vamos a esa mesa del rincón.”

La cafetería estaba construida de forma que hacía forma de L, metiéndose hacia el final en un íntimo recodo a salvo de las miradas y donde sólo había una mesa, con un cómodo sofá pegado a la pared y un par de sillas flanqueándolo, y la puerta, cerrada, del almacén.

“Sentémonos…”- susurró la pequeña rubia de pechos nada más que incipientes, sentando a su lado a Joan, que iba de la mano de su chica como si ésta fuera una maestra y él sólo un niño pequeño. A veces, se sentía como tal con Lucía a su lado.

Ángela, viendo que las sillas eran el único asiento que quedaba libre, tomó asiento en la más cercana a la pared, precisamente la que más alejada quedaba de la barra. Nadie los veía allí. Sólo el camarero que, de vez en cuando, iba al final de la barra a coger alguna botella o a meter dinero en la caja.

“Ángela… ¿Puedo hacerte una pregunta?”- murmuró Lucía, recostándose sobre el sofá y sacando de su bolsillo un paquete de tabaco. Ángela y Joan se sorprendieron. No sabían que Lucía fumase.

“Luci. ¿Tú fumas?”

“Bah, uno de vez en cuando. ¿Quieres?”

“No, gracias.”

“¿Joan?”

“No, y no deberías. Luego te sabe la boca a tabaco.”

“No dices nada cuando me sabe a polla.”

Joan, sorprendido y confuso por la respuesta de Niña Lucía, no supo qué decir.  Se calló y le pegó otro sorbo a su coca-cola.

“Bueno, Angie, ¿Te puedo hacer una pregunta, sí o no?- Dijo, entre dientes, Lucía mientras se encendía el pitillo.”

“Claro…”- Ángela miraba a su amiga y ya no veía a la niña que había crecido con ella. Claro. Ahora, las dos, eran mujeres. Y Niña Lucía, parecía empeñada en demostrarlo.

“¿Cuándo y cómo fue tu mejor polvo?”- dijo, en voz baja, mientras sostenía el pitillo encendido entre el índice y el corazón de la mano derecha.

“¿Qué?”- se alarmó la joven morena, tapándose automáticamente la boca como para paliar el volumen del grito anterior.

“Joder… creo que está muy claro… Cuéntame, Ángela. ¿Cómo fue tu mejor polvo?”- Repitió Niña Lucía.

“Pero ¿Aquí? ¿Ahora?”- se alarmó Ángela.

“Claro… ¿Por qué no? Cualquier sitio es bueno. ¿O no?”- respondió Niña Lucía, dándole a sus dos últimas palabras un extraño y perverso soniquete. Ángela, tras un pequeño sobresalto, miró fijamente a los ojos a Lucía, como si quisiera decirle algo y tuviera miedo de usar palabras.

Las dos miradas parecían de hielo. Pero, lentamente, la de Ángela se fue derrumbando poco a poco, hasta derretirse completamente en un mohín resignado.

“Está bien…”- comenzó Ángela, con un tono de voz extrañamente alterado.

II. Cuéntame, Ángela

“Fue… Fue hace dos… tres meses… fue justo una semana antes de mi cumpleaños…”- comenzó Ángela, con un hilillo de voz.

Joan no se lo creía. ¿Qué extraño influjo de Lucía llevaba a Ángela a confesar? ¿Era esto un sueño? Parecía tan irreal… Ángela, sin ningún reparo, les iba a contar cómo folló con alguien. Vale que acababan de salir de follar los tres juntos. Pero… no sabía… Niña Lucía era como una princesa malcriada cuyas órdenes no podían ser siquiera discutidas. Su palabra era ley.

“Sigue… Ángela… sigue…”- incitó la pequeña rubia, con una sonrisa perversa de oreja a oreja mientras alternaba caladas a su cigarrillo, que iba disminuyendo lenta, muy lentamente.

“Él era mayor. Uno 23 ó 25 años… era segurata de una disco.”

“¿Qué disco?”

“La “Silver””

“¿Fue aquél día que dijiste que te encontrabas mal y que te ibas a casa antes?”

“Sí. Ese”- a Ángela le tembló la voz y, como aturdida, se estremeció.- “Durante toda la noche estuve mirándolo. Joder, estaba como un queso. Carita de niño, moreno, cuerpo de hombretón, un dos por dos, nena.”- Ángela cerró los ojos y suspiró antes de continuar la historia. Joan, clavado en el asiento, ni se atrevía a mover una pestaña. La situación, lo extraño de la situación, lo había paralizado y sólo existía en ese momento para escuchar a Ángela.

“Bien… sigue.”- murmuró Lucía.

“Recuerdo que estaba bailando en la pista, ya sabes que tocaron mi canción favorita y la bailo que los tíos se ponen verracos.”

Joan tragó saliva. Había visto a Ángela bailar. Era una máquina de calentar hombres. La sexualidad que desbordaba la morena jovencita en la pista había sido capaz de empalmarlo varias veces.

“Pues, además, bailaba, en el centro de la pista, sobándome como si me estuviera pajeando yo misma, mirándolo directamente a los ojos, como dedicándole el baile y augurándole un polvo. No sé. Creo que si se atrevió a entrarme es porque sabía que iba a follar con él. Sabes que en clase hay mucha calientapollas mojigata que lo más que han hecho han sido pajitas a sus primos bastardos… Pero también sabes que yo soy distinta”

Joan sintió que Ángela tenía algún problema para hablar con comodidad. Además, los colores se le estaban subiendo a la cara, que ya casi parecía un semáforo en posición de prohibido. Verdaderamente tuvo que ser un polvo bestial si sólo recordarlo le estaba llevando a ese nivel de calentura.

“Eres tan distinta como yo, Angie… sigue”- ordenó directamente Niña Lucía. Ella tampoco parecía quieta. Joan no las entendía, peor la excitación empezaba a colgarse de las baldosas y él ya hacía tiempo que se estaba empalmando.

“Me vio sola, tomándome una copa en la barra y, diciéndole a uno de sus compañeros que le cubriera, se fue directo hacia mí.

  • Chica ¿Cuántos años tienes?- la pregunta me golpeó la cara. Había pasado sin problemas pero él me preguntaba la edad. Quizá mi baile le había hecho sospechar y… no supe… Vamos, que me pegó una pillada del quince.

Me tembló la voz al responderle dieciocho, por lo que, sonriendo, el cabrón me pidió el carnet de identidad. Cabizbaja, se lo ofrecí mientras miraba al suelo como la niña cogida en falta como la que me consideraba entonces.

  • ¿Así que dieciocho, eh?- rió el tío. Joder. Aún burlándose de mí estaba para comérselo…”

“Y te lo comiste.”- rió Lucía.

“Y se la comí.”-respondió Ángela.-“me dijo que tendría que echarme de la discoteca cuando vio que sólo tenía quince… dieciséis cumpliría la semana próxima.

  • Por favor… No me eches… ¡Haré lo que quieras!- joder. Y era verdad. Estaba dispuesta a hacerle de todo a ése tío.

  • Quedemos en que tienes dieciocho.- Del brazo, me llevó hasta los baños de hombres, entró y cerró la puerta desde dentro, con llave. Si alguna vez te preguntas para qué les dan a los seguratas las llaves de esos sitios, ya sabes, cobran menos, pero follan más.

Una vez dentro, sin más, se bajó los pantalones.”

A Ángela se le escapó un gemidito que le quebró la voz y Joan, sobresaltado, perdió el control de la pajita a la que daba vueltas nerviosamente en la mano y ésta cayó al suelo. El chaval, automáticamente, se agachó a recogerla bajo el mantel de la mesa. Lo que vio llenaría, durante varios días, sus noches sin Lucía.

El pie derecho de su chica, abandonada su zapatilla en el suelo, se hallaba ahora entre las piernas de Ángela, y buceando bajo su minifalda vaquera, frotándose sobre la leve tela de sus braguitas. Instantáneamente, Joan se incorporó otra vez tragando saliva. Niña Lucía le miraba a los ojos directamente. Pudo ver cómo su pierna seguía en movimiento bajo el mantel.

Sin detenerse, Niña Lucía le sonrió.

Ángela, tratando de controlarse, siguió con la historia.

III. ¿Cuántos años tienes? PX

“- Mámamela.- ordenó, mientras su polla morcillona bailoteaba ante mis ojos. ¡Joder, qué polla! Te lo juro, Luci, 20 centímetros por lo menos. Y gorda como no te puedes hacer una idea. Joder, qué pollón.

Yo no me lo pensé. El tío estaba como un tren, tenía el coño hecho coca-cola y sus palabras sólo hicieron que ponerme más cachonda. Me arrodillé y embutí su polla en mi boca. Allí dentro se hizo todo lo grande que podía. Joder, sólo conseguía metérmela hasta la mitad, y los labios me empezaban a doler por la fuerza que hacía… pero sus palabras, sus actos… me trataba como a una verdadera puta y a mí… me encantaba. Joder, Luci, te juro que eso me lo dice otro y le muerdo la polla hasta que sangre… pero él… Dios, Luci… tenías que haberlo visto… era un dios… Metí mis manos bajo su camiseta mientras se la mamaba y sólo toqué que músculo y más músculo… El tío era una máquina forjada en el gym

Como no podía mamársela hasta el fondo, trataba de compensar lamiendo, besando, jugando con mi lengua en la punta del capullo. El tío gemía como un cerdo hasta que, ordenándome que me lo tragara, se corrió. Dios, Luci… ¡Qué pocas veces me habré tragado yo el semen de los tíos!”- Ángela, mientras contaba la historia, comenzó a mover adelante y atrás sus caderas, como imitando los movimientos de un polvo que el pie de Lucía era, prácticamente, incapaz de darle.- “Pero aquel segurata… te juro que si hubieran salido dos litros me hubiera bebido dos litros. Estaba cachonda como una perra y ni siquiera me había tocado. Por eso, cuando me desabroché el botón de los vaqueros, él supo lo que iba a hacer y me lo impidió.

  • Quítate las bragas.- como si me hubiera presentado las puertas del cielo, Luci. A lmomento me tenías sin zapatos, ni pantalones ni braguitas, el coño al aire y el tío mirándome…- Dámelas.

Se las di sin miramientos. Lo que dijo a continuación me descolocó.

  • Ponte los pantalones.

  • ¿Qué?

  • Mira, niña… voy a abrir la puerta ahora mismo y me voy a ir a mi casa. Si quieres acabar bien la noche, vendrás conmigo. Si no quieres, bien. A mí me la has chupado y lo demás me la sopla. Eso sí. No puedo tener el baño cerrado por culpa de un polvo con una niñata. Ahora te vas a poner los pantalones y vas a salir de la discoteca.

  • ¿Sin bragas?

  • Sin bragas.

Joder… no veas cómo estaba en ese momento. No podía negarme, Luci, el tío ese me dominaba y era algo más que el que estuviera como un tren.”

El gemido de Ángela se le escapó de los labios elevándose sobre la historia. Joan se alarmó y echó una mirada por la esquina al resto de la cafetería. Desierta. El resto de clientes preferían disfrutar de la magnífica tarde en la terracita y los camareros estaban con ellos. Se alegró de ello.

“Ni puedes imaginarte la cara de los tíos que esperaban entrar en el baño cuando me vieron salir de allí. Una situación más que echar al saco de “Angie es una puta”, sólo que, esa vez… me estaba bien empleado y además me sentía como tal… salí de la disco como pude… el roce del pantalón con el coño me estaba volviendo loca. Me temblaban las piernas. Te lo juro, Luci, te lo juro. De haber tardado un poco más el ti ese, habría empezado a pajearme allí mismo, en un rincón de la calle. Pero el tío llegó, en un todoterreno negro que le quedaba que ni pintado. Me hizo un gesto con la cabeza y corrí al asiento del copiloto.

Al tiempo que cerraba la puerta, el tío arrancó y me soltó:

  • Desabróchate el pantalón.

Sin siquiera pensar que no, me desabroché el botón y bajé la bragueta con mucho cuidado. Tengo pocos pelos en el coño, pero no quería pillarme ni uno. Él, con toda la naturalidad del mundo, cambió de marcha y metió la mano bajo el pantalón. En un solo movimiento, metió su dedo corazón en mi coño hasta la mitad y yo… yo me arqueé intentando que llegara más adentro

  • Joder… Si que estás cachonda perdida…- rió el tío, chupándose el dedo. Y tenía razón. Estaba cachonda… estaba…”

Un nuevo gemido atravesó la voz de Ángela cuyas manos se engarfiaron sobre el mantel, arrastrando un poco los vasos de encima de la mesa.

“Sigue, Ángela… ¿No querrás dejarnos así?”- dijo Niña Lucía con retintín. Ángela la miró con expresión de odio. En ese momento la mataría, pero no podía. Estaba demasiado excitada para no querer seguir.

“El tío me llevó a su casa. Era un chalet, en las afueras… No sé cómo un puto segurata tenía un chalet así. Durante todo el viaje se encargó de mantenerme caliente, ardiendo. De vez en cuando metía la mano en mis pantalones y me acariciaba. Sabía lo que hacía, cada roce me volvía loca.

Entramos en el chalet y me dirigió hacia la habitación de matrimonio. No te puedo decir cómo era la casa. No estaba yo entonces como para mirar las cortinas. Estaba cachonda y quería follar. Y el tío lo sabía y se aprovechó de ello.

  • Vuelve a chupármela.- me dijo, cuando, una vez en la habitación, se bajó los pantalones. Dudé durante un momento, y el repitió la frase con mucha más firmeza, casi con violencia. Me arrodillé y volví a meter su miembro, a medio camino de ninguna parte, en la boca. Desde entonces he querido pensar que lo hice por miedo, pero no es verdad. Lo hice porque me sentía puta, sucia, zorra, y quería que me lo dijera.

Cuando volvió a empalmarse, me tumbó en la cama y me desnudo. Me metió un dedo en el coño hasta el fondo de un envión, y se deslizó como si mi chocho fuera el agujero de un Donut. Perdí el sentido de la orientación, me sentía como borracha, y eso que sólo me había tomado aquella copa que no llegué a terminar. Pero no sabía dónde estaba, no sabía dónde ponía las manos, el tío me comía las tetas mientras me dedeaba y yo sólo podía dejarme llevar, desnuda y sudorosa, en aquella enorme cama que parecía un desierto.

Los dedos del tío seguían penetrándome, sin parar, donde antes había uno ahora habían dos y se movían en un arco, tocando puntos interiores que me estaban volviendo loca. Me dejó a las puertas del orgasmo y sacó sus dedos para acariciarme las piernas, el pubis, para juguetear con los pocos pelillos de mi coño. Estaba al borde del delirio y ése parecía no querer dejar que me corriera. Porque, cuando bajé las manos para acabar yo sola el trabajo que él había empezado, me las cogió y me lo impidió.

  • No, pequeña putilla, tú no te vasa correr hasta que yo te diga.

Con decisión, apuntó su pollón a mi coño y lo hundió en mí. Como un punzón en el barro. Entró como si nada, hasta el fondo. Ese pollón me atravesó y mi coño se abrió a él sin ninguna dificultad. Intenté moverme para follármelo y correrme pero no me dejaba, su cuerpo, pesado y musculoso, no me lo permitía. Sacó su polla del todo y la mantuvo fuera unos instantes, dejando mi coño palpitando, clamando por más, lo busqué con las caderas. Estaba cachonda… estaba muy cachonda…”

El movimiento de caderas de Ángela, rememorando aquél polvo, comenzaba a llevarse adelante y atrás la silla, haciéndola arrastrarse por el suelo y, supuso Joan, haciendo que su coño chocara con los dedos del pie de Niña Lucía.

“Volvió a hacerlo. La metió de una estocada, me dejó al borde del orgasmo y se retiró. Hasta que no supo que mi cuerpo iba a aguantar otra embestida sin que me corriera, no volvió a hundirse en mí. Repitió la operación cinco, seis veces, yo temblaba, gemía sin parar, quería correrme de una puta vez, quería correrme de una puta vez… Casi me desmayaba de placer cada vez que él me la volvía a meter, pero no terminaba por correrme. Jugaba conmigo, me tenía vencida.

  • Por favor… Por favor, dámela ya, coño, dámela ya.- supliqué, casi llorando…”

Como en su historia, una lágrima se escapó del ojo de Ángela y se deslizó por su mejilla.

“Él sonrió y volvió a sacar su polla para meterla, instantáneamente, con más fuerza. Una vez dentro, empezó un furioso y violento metisaca que, nada más empezar, me llevó hasta el orgasmo de una forma explosiva,  Lloré, grité, temblé, me convulsioné… todo eso durante casi un minuto. Me quedé ronca esa noche y caí inconsciente a la cama. Te lo juro, me desmayé de placer. Cuando me desperté él ya se había puesto los pantalones y me miraba desde una silla.

  • Vístete y vete. Y recuerda… tienes 18 años.

Mareada, y sin siquiera querer asimilar la información, obedecí, me vestí, sin las bragas, jamás supe dónde las guardó, con los pantalones directamente sobre la piel. Estaba a punto de salir de su casa cuando me llamó.

  • ¡Chiquilla!- me volví ilusionada.- Te he llamado a un taxi. Está pagado. Recuerda, tienes dieciocho.

Asentí, aún aturdida y salí con paso vacilante. Justo entonces llegó el taxi. Me metí en él y le susurré mi dirección. Caí en trance y sólo desperté cuando el taxista me indicó que habíamos llegado. Bajé y me subí a casa. Ya estaba a punto de amanecer y mi madre me esperaba despierta. ME castigó durante un mes pero valió la pena. Aunque lo hubiera hecho durante un año.”

Como impelida por una fuerza mayor, Ángela se levantó y se dirigió corriendo al baño. Lloraba. Joan intentó levantarse para calmarla pero Niña Lucía se lo impidió.

  • Déjala… ahora saldrá… no creo que tarde mucho.

  • Joder, Luci… ¿Qué te pasa? Te has pasado veinte pueblos.

  • Cuando salga, que te diga si no le ha gustado.

Mientras Lucía y Joan se miraban, con reservas, como dos desconocidos, a sus oídos llegó un susurro, un sonido apagado por la distancia y las paredes.

Ángela, en el baño, acababa de correrse.