Niña Lucía (A ojos de Ángela)

Tras la puerta, de cuclillas, y con la mano dentro de las bragas, Ángela se masturbaba mirándolos.

Continuación (y relato paralelo) de: http://www.todorelatos.com/relato/49905/

Ángela encabezaba la triple marcha con una sonrisa. Tras ella, podía oír hablar a la feliz parejita. Quizá luego ella llamara a Nacho. Sabía que jamás tendría la relación que parecía haber explotado entre Lucía y Joan, pero Nacho era el único en toda su vida que le había movido el corazoncito.

En esas estaba elucubrando la muchacha cuando notó la voz de Lucía susurrándole algo, muy bajito en el oído.

"Oye Ángela... ¿Podrías hacerme un favorcito? ¿Podrías...?"- El murmullo se apagó lentamente en un bisbiseo que sólo escucharon Ángela y Lucía.

I. Lucía y Joan

“Oye, Ángela... ¿Podrías hacerme un favorcito? ¿Podrías...?”- comenzó Lucía. Luego, inclinándose aún más sobre su amiga y acercando su boca hasta que estuvo a milímetros de la oreja de Ángela, siguió: “¿Podrías dejarnos solos un ratito en tu casa? Te juro que no ensuciaremos nada.”

Ángela sonrió. A Lucía le gustaba mucho Joan, demasiado. Sólo así se explicaba la exagerada necesidad que parecía tener Niña Lucía de su chico. “Necesidad de hombre”, pensó Ángela, y, no supo bien por qué, sintió un pinchazo de celos.

“Está bien”- respondió Ángela y, por sorpresa, Niña Lucía soltó un gritito de alegría y estampó un beso a su amiga peligrosamente cerca de la comisura de los labios.

Ángela guió a Joan y Lucía por las escaleras que llevaban al piso de sus padres. No pudo evitar, en un par de ocasiones, echar la mirada atrás para contemplar a Joan que, ajeno a lo que se le iba a venir encima, parloteaba animadamente con Lucía sin darse cuenta del brillo travieso e impaciente que mostraban los ojos de Lucía.

Ángela abrió la puerta de su casa y dejó que entraran Lucía y Joan. Cuando los dos hubieron cruzado la puerta, la joven la cerró, dejándolos a ellos dentros y a ella misma fuera. Sólo llegó a escuchar un “¿Qué?” apagado antes de quedarse con el silencio como única compañía.

“Bien. ¿Y ahora qué hago?” pensó Ángela. Encogiéndose de hombros, volvió a las escaleras y se sentó en ellas, en su afán de hacer tiempo para dejar que Lucía hiciera todo lo que tenía que hacer... “Follar con Joan, eso va a hacer”, pensó, y se excitó casi imperceptiblemente. Joan tenía un buen cuerpo, y ella sabía de lo que Niña Lucía era capaz... ¿Dónde lo harían? ¿En su cama? ¿En la cama de sus padres?. Se imaginó a Joan apartando de un manotazo los peluches de su cama y tirando a Niña Lucía ya desnuda (los dos estaban desnudos en su imaginación) sobre ella. Sacudió la cabeza para sacarse de encima esos pensamientos nada recomendables.

“¿Cuánto tardarán?” pensó Ángela. Pese a sus quince (casi dieciséis) años, Ángela ya tenía una buena experiencia a sus espaldas. O mejor dicho, a otra parte de su anatomía más pequeña. Había echado polvetes y polvos. Joan parecía un chico sano, fuerte y cariñoso. Quizá sería capaz de durar media hora sólo para consegir que Niña Lucía se corriera.

Tenía cara de bruto pero aún así, no parecía torpe. A Ángela se le escapó una risilla. Recordó a aquél chaval de hace dos meses. Quería dárselas de “enterado” en sexo y usaba todo lo posible para hacerla correrse, pero era tan sumamente torpe e inexperto que Ángela al final tuvo que decirle que se quedara quieto para que no la hiciera más daño. ¿Se habría pensado que su clítoris era un tambor?

En fin... Ángela se aburría y seguramente no habrían pasado más de tres minutos desde que cerró la puerta. Quizá, si entraba y se ponía a ver la tele con el volumen bajo, Lucía y Joan podrían seguir a lo suyo sin problemas y ella no se aburriría tanto.

Con mucho sigilo, Ángela abrió muy lentamente la puerta de la casa y entró de puntillas. Oyó murmullos llegados desde la cama de sus padres. Sonrió. “Claro. Ahí tienen más espacio que en mi cama” pensó. Observó la puerta de la habitación antes de sentarse. Estaba entornada, de tal manera que había una rendija por la cual podría ver lo que allí dentro acaecía.

“¿Pero en qué estoy pensando?”- se extrañó Ángela.- “¿Espiar a Luci y Joan follando?”

La simple situación la excitó. Ella seguía en el salón, con el mando de la televisión en la mano y presto a obedecer si Ángela se decidía a tocar un botón. Pero, en cambio, al otro lado del pasillo estaba aquella puerta entrecerrada, entreabierta a su excitación, llamándola, incitándola con un canto de sirena que, decididamente, se parecía mucho a los gemidos de Lucía.

II. Una puerta entrecerrada. PX.

Lucía y Joan. Joan y Lucía. Lucía y Joan y Ángela escondida... la mente de la muchacha iba a toda velocidad, imaginando escenas con tal nitidez que incluso pensó en no avanzar por el pasillo e irse al sofá o a su cuarto a masturbarse frenéticamente.

Pero la curiosidad mató al gato y embelesó a la quinceañera. Con paso sigiloso, y la respiración acelerada, Ángela se acercó a la puerta, se agachó ante ella, y aplicó el ojo a la rendija que la puerta, al estar medio abierta, dejaba entre ella y el marco.

La primera imagen de la que tuvo constancia fue un primerísimo plano de la espalda desnuda de Niña Lucía. Enfrente de ella, Joan, arrodillado, parecía un niño hambriento colgado del pezón de su amiga. Lucía siseaba de placer.

Ángela sabía que no estaba bien lo que hacía, que estaba traicionando: “A” la intimidad de la pareja, “B” su amistad con Niña Lucía. Y a pesar de eso, o quizá precisamente por eso, por ser tan prohibido, tan oscuro, tan arriesgado, tan depravado... quizá por todo eso, Ángela se estaba excitando.

Joan levantó a Lucía del suelo y, desde su posición oculta, Ángela desabrochó el botón de sus vaqueros para poder acceder a esa zona de su anatomía que tanto se estaba calentando.

Joan depositó a Lucía sobre la cama, y comenzó a desvestirla. Ángela bordeó su sexo, disfrutando simplemente de tocar con la yema de los dedos esos rincones tan apreciados de su anatomía. Así, mientras el joven acercaba su boca al coñito de Lucía, la pequeña espía apagó un gritito en su puño por que su otra mano acababa de tomar contacto con su clítoris inflamado.

Ángela no escuchó lo que Lucía dijo, aunque de todas formas, todos sus sentidos se habían reducido a su vista y su tacto de tal forma que escuchar era el menor de sus problemas. Ángela, como decimos, no escuchó lo que dijo Lucía, pero no le costó imaginarse lo que era cuando, tras oírlo, Joan varió de rumbo y se fue encaramando por el cuerpo de la jovencita de plano torso hasta acabar dirigiendo su polla al interior de la hambrienta rajita de Niña Lucía.

Gimieron los tres al unísono. Joan y Lucía por la tan esperada unión, Ángela, por que cuando vio dónde se dirigía la polla del chaval, no pudo evitar colar dos dedos en el interior de su ya mojado coño.

Ante ella, y gracias a la posición privileguada de la puerta, Ángela podía ver -entre las piernas de Joan- cómo su polla entraba y salía empujando y estirando la carne del chochito de Niña Lucía. Ángela recordó cuando tuvo que enseñarla a depilarse las piernas, hace ya algunos años. Y cómo luego Lucía le pedía consejo sobre cómo lucir su pubis, sobre todo en verano.

Con sus consejos, Niña Lucía se cuidaba ese coñito que era atravesado una y otra vez por la tranca de Joan sin que ninguno de los dos supiera que, tras la puerta, de cuclillas, y con la mano dentro de las bragas, Ángela se masturbaba mirándolos.

Ángela se sentía extraña. Jamás pensó que ella, que no tenía más que chasquear los dedos para que un compañero cayera a sus pies, pudiera excitarse tanto viendo cómo se lo montaban otros. Pero esa era la verdad. Podía escuchar (lo único claro que escuchaba además de su propia respiración agitada) los gemidos placenteros de Lucía. Ángela pensó (soñó) con que era ella la que estaba bajo el cuerpo de Joan, recibiendo los envites de su cuerpo musculoso mientras se hurgaba con los dedos en las entrañas. Y, cuando Lucía y su chico rodaron sobre sí mismos, favoreciendo un ángulo que le permitía captar algo más de sus caras, aunque les ocultaba sus sexos (ahora Lucía estaba encima de Joan, y tapaba toda la acción de la pareja polla-coño que tan bien parecía entenderse), Ángela fantaseó con ser ella la que estuviera encima de Joan, en el lugar que ahora ocupaba su mejor amiga. Todo esto, sin dejar de masturbarse, frotándose el coño con frenesí.

Ángela se llenaba los oídos con los gemidos de Lucía y en su cerebro, los modificaba para que fueran suyos. Para que fuera ella la que gimiera encima de Joan, o debajo de Lucía, ya no le importaba. Pero sabía que se moría por participar y no podía. Que sólo podía quedarse allí, y masturbarse viéndolo todo, y fantasear mientras cerraba los ojos y repetía mentalmente el dentro-fuera al que se aplicaba la pareja.

Ángela, con los ojos cerrados, quiso concentrar todo su ser en sus propias caricias, pero a sus oídos llegó algo que la descolocó totalmente. Un bisbiseo del que captó la última palabra.

“¿...Ángela?”- la joven se quedó petrificada. Ni se atrevió a abrir los ojos y aguzó el oído esperando que lo que acababa de oír fuera una mala pasada de su subconsciente. ¿La habrían descubierto?.

Sin embargo, Ángela aún podía oír el plas-plas que causaban los dos cuerpos al chocarse. Joan y Lucía seguían follando.

“No”.- contestaba Joan.

“¿Estás seguro? ¿No te gustaría tener esas tetas enormes en tus manos?”- murmuraba, entre gemidos y con la voz viciosa, Lucía.- “¿Meter tu polla entre ellas, poder amasar algo más que costillas? ¿No te gustaría follarte a Ángela?”

A Ángela el corazón le hizo un amago de pararse. ¿Era verdad lo que estaba oyendo?. ¿Lucía incitaba a Joan a que fantaseara con ella? Casi sin tener que recibir orden alguna del cerebro, los dedos de Ángela reanudaron el lascivo trabajo bajo las braguitas de su dueña.

“Sí”.- lo que tuvo que apagar Ángela al oír esa contestación de Joan no se sabía si era un gemido, un grito de éxtasis, un grito de alegría u otro de sorpresa. “Sí”, había respondido Joan. “Sí” y a Ángela se le escapó otro “Sí” (muy bajito, que no la oyeran) arrancado por el buen hacer de su mano.

“¿Sí qué? ¡Dímelo, cabrón, dímelo!”.- a Ángela le excitó esa forma de hablar de Niña Lucía. Ella jamás se habría atrevido a decir algo así en una situación normal. Quizá (comprendió), eso era lo que tanto le ponía de esa situación. Poder contemplar a las personas en actitudes sucias, oscuras, prohibidas, que jamás en su vida aceptarían haber hecho/dicho. Desnudar el instinto de un persona más desnuda incluso que lo que su cuerpo muestra. Embeberse de su instinto animal, primario, tan primario como el suyo propio, el que intentaba aplacar a base de dedos y arte solitario.

“Sí me gustan las tetas de Ángela... Me gustaría comérselas, lamérselas, morderle los pezones... Me gustaría ver cómo le tiemblan”- La gustaría. A Joan le gustaría. Lo dijo con la idea de que Ángela jamás lo oiría, pero ángela estaba tras la puerta, oyéndolo y masturbándose, masturbándose y oyéndolo, enterándose de sus secretos...

“Eres un cabrón. Un cerdo cabrón.”- decía Lucía, y Ángela se masturbaba.

“Y tú eres una putita. Te gustaría que me follara a tu amiga. ¿Verdad?”- Decía Joan, y Ángela se masturbaba.

“No. No es verdad.”- dijo Lucía, y Ángela, casi temblando, intentando no tener que cerrar los ojos al sucumbir al placer, sabía que mentía.

“¿Segura?”- Joan buscaba, abría, escudriñaba en el agujero ya abierto.

“Sí.”- Dijo Niña Lucía, con la respiración arrítmica y “Sí” contestó en un siseo Ángela.

“¿Sí qué?”- Seguía Joan. Buscaba echar abajo todos los muros, toda la fachada de pudor de Lucía, tal y como ella hacía con él.

“Me gustaría. Me gustaría”.- Le gustaría. “Y a mí”, contestó mentalmente Ángela. Las palabras eran ya un tropel en la boca de Lucía. Estaba a las mismísimas puertas del cielo y le estaban abriendo la cerradura. “Y a mí” repitió Ángela.

“Me gustaría que te la follases”.- la voz de Lucía era pura desesperación y vicio. ¡Sí! ¡Cabrón! Eres un cabrón y me gustaría que te la tirases, cabrón, cabrón... ¡Cabronazo!”

“¡Cabronazo!”. La palabra resonó en los oídos y la mente de Ángela en pleno clímax. Se corrió ella, dentro de las braguitas. Se corrió Lucía, sobre Joan. Y se corrió también Joan, bajo del cuerpecito delgado de Lucía.

III. ¡Dilo!

A Ángela aún se le estremecían las piernas, flexionadas y en tensión por la postura forzada, mientras se tapaba la boca para apagar sus últimos estertores de placer. Finalmente, cayó sentada hacia atrás mientras Lucía y Joan se abrazaban dentro del cuarto.

A gatas, sin querer ni incorporarse, Ángela se deslizó hasta su habitación y allí se quitó los vaqueros para poder librarse de sus braguitas mojadas. Aún con problemas para controlar la respiración, se despojó de la pequeña prenda y la arrojó al suelo de la habitación. Se limpió un poco la entrepierna con un pañuelo y cogió otras braguitas de su cajón. Observó su estuche de Cd's abierto.

“Vaya. Lucía me debe un condón”.- pensó, con una sonrisa maquiavélica. Luego, se volvió a poner los vaqueros y salió hacia el salón. Echó una última ojeada a la habitación de sus padres. Lucía, desnuda, en pie e inclinada mostrando su portentosa retaguardia a Joan, parecía la principio de un show que a Ángela le pareció excesivo quedarse a mirar. Así que, volviendo al recibidor abrió y cerró la puerta con suficiente fuerza como para que Lucía y Joan lo escucharan.

Ángela enchufó la tele mientras esperaba que los jóvenes tortolitos se dieran por aludidos. Como suponía, Lucía no tardó en salir del cuarto.

“¿Llevas mucho tiempo aquí?”- preguntó, con la voz intranquila.

“No, acabo de llegar ahora mismo”.- Ángela no podía mirar a Lucía a la cara. Sabía que ese “acabo de llegar” era tan completamente cierto como vergonzoso si se le aplica otro de sus significados más “oscuros” al verbo “llegar”.- “No sabía a dónde ir y pensé que ya habríais acabado.”- Ángela hizo un esfuerzo por tratar de mirar a Lucía de nuevo, pero cuando sólo llevaba unos milímetros girados, devolvió su vista a la televisión.- “Y veo que tenía razón”.

“Ya. Sí, hemos acabado. No veas la que me ha armado.”- “No veas”. Tarde, Lucía. Muy tarde para eso. Ángela rio sus pensamientos.

“Bueno, Luci... ¿Qué vamos a hacer ahora?”- preguntó Ángela, para tratar de sacar de su cabeza toda la secuencia vista a través de la rendija de la puerta

“No sé... ¿Qué te apetece? ¿Un cine?”

“Mejor que no”.- Ángela sabía que no iba a soportar la oscuridad de un cine mientras Lucía y Joan se daban el lote.

Ámgela, aún sin despegar la vista del televisor, conocía la mirada que Lucía le estaba echando. Era la de “quiero decirte una cosa pero no puedo”. “Dilo”. Pensaba para sí misma Ángela. “Por Dios, dilo, lo estoy deseando. Dilo, dilo, dilo ¡Dilo!”

“Oye, Ángela...”- susurro Niña Lucía temerosa...

“¿Sí?”- contestó Ángela, aunque, en vez de los interrogantes, hubiera deseado ponerle dos signos de exclamación a su respuesta.

“No, nada. ¿Qué estás viendo?”- dijo finalmente su amiga. “¡Maldición!” pensó la morena. ¿Qué iba a saber ella lo que estaba viendo, si estaba más pendiente de no mirar a Lucía que de mirar otra cosa?

“Una serie...”-susurró Ángela. Afortunadamente, volvían de la publicidad y Ángela la reconoció.- “SMS”.

“Ah, bien.”

“Hola, chicas”- por detrás de ellas apareció Joan, que se sentó al lado de Lucía.

“Hola, Joan... ¿Has estado entretenido?”- la mirada que Lucía echó a Ángela tras oír esas palabras de su amiga era fulminante.

“Mucho...”- respondió él, azorado.- “¿Qué estáis viendo?”

“¡SMS!”- gritaron las dos.

Allí quedaron los tres, riendo en medio del comedor.