Niña bien, se porta mal (4)
De cómo una niña bien, folla sin mirar a quién...
Lo que hoy les confesaré, fue una de las más maravillosas experiencias vividas, a pesar de ser tan joven, pero con un compendio interesante de polvos, que no se si una mujer de 40 años los llegó a vivir.
A medida que pasaban los días, mi "otro yo", se convertía cada vez en una puta insaciable, era perturbador, aparentar algo y ser todo lo contrario. Mi carita inocente, no reflejaba jamás lo come pollas que era.
La mañana de ese día en especial, me levanté muy excitada, demasiado. Estaba muy feliz con mi promedio en la Universidad, cosa que a papá lo ponía orgulloso, y por la tarde nos encontraríamos para regalarme mi primer auto.
Papá me había dicho que al ser tan excelente hija y buena alumna, merecía los mejores premios, un auto último modelo, ya llegaba el invierno y papá no quería que tomase frío, aparte ya tenía 18 años, era el momento adecuado, para regalarme el auto.
Antes de conectarme a MSN como lo hacía todos los días con mi novio, llamé al supermercado y le pedí a Don Antonio si podía mandarme unas mercaderías.
E l patrón del supermercado, era medio baboso con las mujeres, especialmente con las niñas como yo. Era esa clase de hombres, que desnudaban con la mirada a cualquier mujer que entrase a su comercio, se notaba que tenía debilidad por las muy jóvenes. Su cara mofletuda y arrugada se transformaba en la de un depravado, cuando una jovencita pasaba por delante, más de una vez lo había visto darse vuelta a seguir mirando el andar de las colegialas que pasaban por su puerta, sin ningún tipo de disimulo, ni siquiera respetaba la presencia de su desaliñada esposa a pocos metros.
Por supuesto yo no iba a ser la excepción. Siempre que tuvo una oportunidad, cuando me daba el vuelto de las mercancías que compraba, al pagarle, me rozaba las manos, mirándome a los ojos de una manera perversa, y si se daba la oportunidad también con total descaro rozaba alguna parte de mi cuerpo, lo cual a mi me excitaba mucho, pues me gustaba avivar sus instintos. En síntesis, era un viejo pervertido y mirón que a mi no me era indiferente.
Volviendo a la llamada, le pedí si podía pasar después de las 9 de la mañana, ya que quería chatear con Cristian sin interrupciones, me dijo que no tenía inconvenientes. De paso le pregunté si me podía recomendar a alguna persona de su confianza porque tenía una gotera en la canilla, y necesitaba que alguien la arreglara.
Me contestó que si era sólo una gotera, él podía hacerlo, que llevaría las herramientas correspondientes y me solucionaba el problema en cinco minutos, como forma de pago, me dijo que le hiciese un café.
Agradecida corté la comunicación y me conecté a MSN.
Mi novio ya estaba esperándome, y al verme entrar me saludó y encendió la cam.
Como siempre, estaba desnudo con su falo erguido entre las manos.
-Buenos días amor, muéstrame esas tetas deliciosas.
Guié la cámara hacia mis senos desnudos, me toqué los pezones, para que viera como se ponían en punta.
-Amor, ¡cómo los extraño! -Mientras tanto, con su mano se autosatisfacía.
Comencé a meterme los dedos en mi coño hirviendo. Yo hacía esto para alegrarle el día. Una buena paja mañanera, lo calmaría, efecto contrario al mío, ya que a mi no me llamaba la atención en lo más mínimo el sexo virtual. A mi me gustaba el cuerpo a cuerpo. Sólo me servía esto, para tenerme caliente, hasta que me decidía a que alguien me follara rico.
En pocos minutos, Cristián eyaculó. Veía como su abundante y viscoso semen caía entre sus dedos.
Yo sólo me calenté, quedé bien húmeda, esto me cambiaba el humor, porque quedaba insatisfecha y muy deseosa.
Nos contamos algunas cosas de la vida en la Universidad, y nos despedimos hasta el día siguiente, que ya sabía como seguía, una nueva paja para él, y yo caliente. Todo esto ya me estaba aburriendo.
Cerré el MSN, justo cuando sonaba el timbre, seguro era el viejo del super, trayendo el pedido.
Sobre mi cuerpo desnudo, me puse una bata corta de gasa blanca, até un nudo, sobre mi estrecha cintura, mi vulva estaba mojada y mi clítoris hinchado, ¡Cristian cabrón y tu maldito sexo virtual! pensaba, mientras le abría la puerta a Don Antonio.
Don Antonio, cuando vió mi corta bata, descalza con el cabello suelto, sus ojos me desnudaron. Caminando delante de él, lo llevé hasta la cocina, dejó su canasta con las mercaderías y las herramientas sobre la mesa, me preguntó qué pasaba.
-No se qué pasa, pero la canilla gotea.
Se dispuso a arreglar la canilla, ajustó unas tuercas y me dijo:
-Listo, todo solucionado, tenía algo flojo. Para qué explicar si no va a entender nada, ¿verdad?
-Así es, muchas gracias. ¿Cuánto le debo?
-Un café con usted, casi desnuda, en bata, yo debería pagar, guapa.
-Muchas gracias. Ya le sirvo el café. Tome asiento por favor.
Se sentó, mientras le servía el café.
-¿Usted no toma?
-No, yo me voy a comer un heladito que tengo en el freezer.
-Niña golosa.
-Así es muy golosa. -Le contesté provocadora-
Estaba tan caliente, que yo misma le hubiese pedido que me follara. Era un hombre con pene, para mi, era suficiente. No me importaba su edad, estado civil, estrato social, o físico. Sólo quería que me cogiera rico alguien, y seguramente este caballero, no me iba a contradecir.
Fui a la nevera, saqué un helado, esos con forma de cono, con palito. Lentamente saqué el papel, me senté sobre la mesada al lado de la cocina.
Mis piernas desnudas quedaron colgando, saqué el papel del helado y me puse a chuparlo, sacando la lengua, bordeando la punta, mirándolo incitadora.
Medio nervioso y dudoso, me preguntó:
-Me imagino que una chica tan bella y joven debe tener un novio.
-Si, está en Londres, perfeccionando el idioma.
-¿Y te dejó sola?
-Se fue por un año...
-Si yo tuviese una novia como tú, no la dejo sola ni medio minuto.
-Parece que yo a él no le importo mucho. Usted habla como un verdadero hombre.
-Y tú te comportas como una verdadera calienta pollas. -Me respondió-
El helado entraba y salía de mi boca como un pene, pasaba mi lengua, humedeciendo mis labios, sin dejar de mirar a Don Antonio.
-¡Me gustaría ser ese helado! que me chuparas así.
Mientras hablaba se levantó de la silla, y se paró frente a mi.
Estiró sus brazos, soltó el lazo de mi bata, la bata se abrió y vió parte de mi cuerpo desnudo. No hice movimiento alguno, quería que me follara ya.
Don Antonio, me tomó fuerte de los cabellos a la altura de la nuca, tiró mi cabeza hacia atrás.
-¿Buscas verga perra? No paras de provocarme, desde que llegué meneas tu trasero, como una zorra, me muestras tus piernas desnudas, en vez de un helado, perece que estás chupando un buen rabo, me incitas a cada segundo, tendrás tu merecido, ya verás.
Don Antonio, era corpulento, muy alto, alrededor de los 58 años, el cabello graso, largo por la nuca, totalmente blanco como su gran bigote, desprolijo y despeinado, tenía las carnes un poco flojas, y el típico vientre cervecero.
Con cierta virulencia me tomó la cabeza, y la acercó a su boca, comenzó a besarme, con fuerza metió su lengua en mi boca, buscando la mía. Mi lengua se encontró con la suya y se refregaron juntas.
Sus manos torpes y callosas del trabajo rudo, me acariciaron los senos, me fue quitando la bata, hasta dejarme desnuda.
-¡Vaya, vaya! menuda traga pollas ha puesto la virgencita en mi camino, una perra en celo, que no la dejaré escapar.
Su lengua era fofa y blanda, pero muy húmeda, me fue lamiendo toda, brazos, cada dedo de mi mano, mis piernas, los pies, estaba empapada de su babaza espesa. Mi respiración era acompasada.
Abrió mis piernas, acercó una silla, se sentó y comenzó a besarme el coño que a esa altura estaba chorreante y en llamas.
Posó todo el largo de su lengua en la punta de mi clítoris, fue directo y sin vueltas, comenzó a moverla despacio hacia los costados, mi clítoris estaba inflamado y crecía al compás de sus dinámicos lengüetazos. Retiraba su cara y soplaba mi raja, el aire tibio de su soplido, sobre mi clítoris, hizo que me pusiese cada vez más cachonda.
Le sensación era de lo más agradable, tomé fuerte su cabeza, y lo obligué a que siguiera chupando.
-¡Qué rico lo que me hace Don Antonio, continúa así y me corro en tu boca! ¡Vamos, continúa así!
Mientras me seguía lamiendo, sus manos fueron a mis senos, sus dedos rudos retorcían mis pezones duros.
Sentí una oleada de calor, mis gemidos denotaban que me estaba corriendo en su boca. Tragó todos mis jugos, sopló nuevamente mi coño, comenzó a lamerme de nuevo, lo que ocasionó que me volviera a correr.
Fue subiendo con su lengua, hasta mis tetas, mordisqueando con sus labios babosos, mis pezones.
Me tomó de la cintura, y me fue bajando, sin dejar de chuparme, hasta que quedé arrodillada entre sus fornidas piernas. Abrió su pantalón manchado de grasa, mientras me decía:
-Aquí tengo un heladito bien duro para tí, ¡vamos zorra, chupa el heladito!
Mientras hablaba sacudía su pene, para ponerlo más rígido de lo que estaba.
Lo tomé con ambas manos, y me dediqué a lamerlo con regodeo.
Con suavidad tiré su prepucio para atrás, asomó su glande rojo, hinchado, y señorial. Tenía una herramienta bastante gruesa, y larga, llena de venas azules totalmente inflamadas, lo que hacía que su tranca pareciese más gruesa aún.
Apreté su glande con mis labios, le di lamidas por todo el contorno. Hasta que la entré hasta el fondo de mi boca, entraba y salía, humedeciéndola con mi saliva espesa. Mientras lo mamaba con mucho gusto, para qué negarlo, lo miraba a los ojos.
Me excitaba en forma categórica, ver la cara de los maduros cuando yo se las chupaba. Les cambiaba el semblante, ponían cara de degenerados, y Don Antonio, era de los perversos, de los que me gustaban a mi.
Me deleitaba ver como fruncía el seño, y el rictus vicioso de su boca. Con mis lamidas, y caricias en su pene y más allá, Don Antonio, estaba en el limbo, yo era en ese momento la hembra perfecta, lo soñado por cualquier hombre.
Una hembra dispuesta a dar y recibir placer. Y la mayor satisfacción que me daban los maduros, era que duraban mucho, antes de eyacular me hacían correr incontables veces, te lamían sin pudores, algo que mi novio no me daba.
Le chupé también sus testículos mientras lo masturbaba, sus piernas temblaban con tanta lujuria.
Me tomó con fuerza de las caderas y me tendió sobre la mesa.
-¿Quieres guarradas? pues las tendrás, zorra.
Con la punta de su pene comenzó a refregar mi clítoris, el contacto con esa carne dura me hizo estremecer de placer. Lo restregaba suave, me hizo correr nuevamente.
Luego metió su dedo anular, dentro de mi coño, lo metía y lo sacaba, era un dedo grueso, rugoso y áspero, tenía las uñas largas, y sucias. Sacó su dedo impregnado de mis jugos y lo guió hacia mi boca abierta.
-Chupa zorra, ¡bien que te gusta, puta!
Su dedo estaba bastante roñoso, áspero, con las uñas desparejas, una más largas que otras. Las huellas del trabajo habían quedado plasmadas en sus manos de proletario.
Chupé su dedo grasiento, con la uña larga y sucia, lo relamí, mis jugos sabían a salado.
Mi excitación era tal que sentía que mis pechos se inflamaban, mi rajita se inundaba de mis licores. Lo único que quería en esos momentos, era justamente eso que estaba haciendo.
Quería que me follara, que me diera fuerte y duro.
¿Qué rico se siente ser tan puta, Diosito mío!
Mi lengua primorosa lamía su dedo, Don Antonio, mientras tanto, gozaba tanto o más que yo.
-Mira que eres fiestera, niña bien, bien puta.
Me tumbó nuevamente sobre la mesa de la cocina, me fue penetrando lentamente, hasta que sus huevos hicieron tope, contra mi vagina.
Su rabo se deslizaba dentro mío con gran facilidad, estaba tan mojada, que mis líquidos se corrían por mis piernas. Con su lengua pringosa, me seguía saboreando.
De rodillas me acomodó sobre la silla, instintivamente saqué mi trasero hacia afuera, se agachó y abrió mis nalgas.
Comenzó a besarme el ano. Su lengua iba y venía dejando todas sus babas, metió de nuevo su dedo anular dentro de mi orificio, lo introducía hasta el fondo, haciendo círculos, luego puso otro dedo, lo enterró bien hasta el fondo. Jugó con sus dedos un buen rato, hasta que le pedí que me enterrara su vara estática.
Intentó penetrarme y la primera vez falló, no así la segunda. Su cabeza hinchada entró entera en mi ano, me apretó contra él, fue entrando lento, hasta que sus huevos hicieron tope contra mis carnes.
Empezó a moverse. Sentía como su verga ahondaba dentro mío, pasó sus manos hacia adelante, con una fue directa a mis pezones, que pellizcaba con la punta de sus mugrosos dedos, con la otra, metió su dedo anular en mi rajita, y con el dedo gordo frotaba mi clítoris.
Con vos ronca de placer le dije:
-¡Qué rico me coges, viejito! tú si que sabes dar placer!
-Sé por experiencia lo que le gustan a todas las putas como tú, nada les repugna, ¡más que putas todas!
Mientras me hablaba me taladraba el trasero, lo que logró fue hacerme correr dos veces más.
-Ahora zorra, me harás gozar a mi, tanto o más de lo que te hice gozar yo.
Me bajó de la silla y se sentó él, me acomodó entre sus rollizas piernas, me tomó fuerte de los cabellos transpirados...
-Toma mi rabo, putona, y trágatelo, vamos muñeca, hazme feliz!
Abrí mi boca y me metí su tranca, hasta el fondo de mi boca.
La entraba y la sacaba con desesperación, con mis manos acariciaba sus peludos testículos.
Con esa polla dura, levanté mi vista, buscando su mirada...
Don Antonio, por el placer que estaba sintiendo tenía los ojos en blanco, por la boca entreabierta, se le caían las babas, gemía e insultaba a mi madre por haber engendrado tremenda y joven puta.
Juntó saliva y me escupió en la cara, por puta.
Desparramó toda su saliva por mi rostro, todo esto hacía que yo me excitara al extremo tal de pedirle más y más.
Quitó su rabo de mi boca...
-Ahora te llenaré de leche esa cara de ramera viciosa.
Sin más comenzó a tocarse la polla y tiró sobre mi frente su leche tibia y pegajosa. Mientras me escupía.
Esparció todo su semen y saliva por mi cara y cabellos. Quedé toda húmeda de saliva, leche y sudor.
Luego que Don Antonio se fue, me di una ducha caliente y me fui a clases satisfecha y feliz por la formidable culeada que me había dado el viejo.
Después de clases, me encontré con papá y fuimos a comprar mi primer auto.