Nico y Rufo: Trece a la mesa

Se inaugura el restaurante y hay un proyecto fantástico ¡Eso hay que celebrarlo de alguna manera!

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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de una saga larga. Te aconsejo leer antes Cómplices y los capítulos de Nico y Rufo del primero hasta aquí para poder entenderlo todo ¡Disfruta! Gracias.

Nico y Rufo:

Trece a la mesa

0 – Prólogo

Despuntaba el día, pero se oía un gran ruido de la lluvia y entraba una luz mortecina inundando la habitación. Rufo se despertó en cuanto me moví un poco y se dejó oír un trueno espantoso.

  • ¡Hermano! – dijo casi dormido -; tócame un poco la puntita, ¡anda! A ver si me despierto con gusto.

  • ¡Sí, mi vida! – me volví -, voy a acariciarte un poco y nos levantamos. Hay cosas que hacer. Enjuágate luego bien la boca que hueles una cosa mala a añico.

  • ¡Tú toca! – dijo - ¡Cuando me despierte un poco, me lavo la boca!

  • ¿Sabes una cosa, Rufo? – me vinieron cosas a la cabeza -. Las casas están ya casi todas vendidas y sigue interesándose la gente, el cine va solo y muy bien, el restaurante está listo para inaugurarlo… Pero ayer me dijiste algo, mientras follábamos con nuestros amigos, que casi no me deja dormir.

  • ¿Qué te dije tan grave? – se incorporó despierto - ¡No me asustes!

  • ¡No, no es para asustarse! – le contesté -, pero es algo que habría que arreglar. Es verdad que los apartamentos están a un lado del pueblo y el cine, y todo lo demás, están al lado contrario. Comprendo que a muchos no les guste que los vean a diario cruzar la plaza pero, por otro lado, eso también llena la plaza de gente ¡Le quitará la tranquilidad al lugar! (F)

  • ¡Pues sí, guapo! – me dijo -, pero a ver quién es el listo que los pasa de un lado a otro sin ser vistos ¡No podemos decirles que le den la vuelta al pueblo por fuera! ¡Habrá que encontrar un sistema!

  • ¡Pues ya lo sabes, hermano! – le apreté la polla - ¡Piensa, piensa!

  • ¡Ay, qué gusto me das! – exclamó entre dientes - ¡Voy a lavarme la boca y vuelvo! Quiero besarte.

  • ¡Jo! – me levanté -, pues voy contigo, que también debo tener un aliento

  • ¡Hermano! – dijo mirándome - ¡Tienes la polla empalmada como para abrir túneles!

  • ¡Me gustas! – le dije sensualmente bromeando - ¿Quieres ser mi pareja?

  • ¡Espera, espera! – me miró asustado la polla - ¡Tengo una idea, pero no me digas que estoy loco!

  • ¡No empecemos, Rufo! – suspiré -; las ideas hay que decirlas todas. El dinero no es problema, sino que sean factibles.

  • ¡Pues no te rías! – me dijo ya con el cepillo en la boca - ¡Ya sé cuál es la forma de pasarlos de un lado a otro del pueblo, cómodamente y sin ser vistos!

  • ¿No te estarás quedando conmigo, verdad? ¿En helicóptero?

  • ¡No! – dijo seguro -. La idea sería construir un metro; un tranvía subterráneo un poco alejado del pueblo para evitar vibraciones. Podría ser un solo tranvía de ida y vuelta. Lo podría usar cualquiera a un buen precio, pero los empleados tienen su tarjeta y a los propietarios se les darían tarjetas de propietarios. A todos los que tuviesen esas tarjetas, se les permitiría usarlo gratis… ¿Hermano?

Yo me había caído al suelo al oír aquello, pero cuando razoné, me di cuenta de que era una obra muy costosa (más que todo lo que habíamos hecho), pero era una solución perfecta.

  • ¡Hablaré con ese tío gordote de la constructora! – le dije en serio levantándome del suelo - ¡Ese sabe de tranvías y de metro más de lo que piensas! Si es capaz de construirlo en un tiempo récord, le damos a él las obras ¡Ganará un pastón!

  • ¿Me lo dices en serio? – me miró incrédulo - ¿No te estarás cachondeando de mí, verdad?

  • ¡Oye, tú! – le dije pegándome a él - ¿Me he reído o he puesto en duda tu idea? ¡Me parece genial!

En ese momento, como teníamos la puerta del baño abierta, entró Borja en pelotas y se asustó:

  • ¡Oh, lo siento, jefes! – nos dijo - ¡Sólo quería ducharme para vestirme! ¡Tengo que irme ya al trabajo! Anoche tuve que hablar mucho de… negocios con Manolo y me invitó a dormir aquí ¡Llovía una barbaridad!

Los dos nos miramos sonriendo pero felices de que, al fin, tío Manolo hubiese despertado de su letargo. Borja y tío Manolo, según nuestra intuición, iban a ser una buena pareja de maduritos interesantes.

1 – La Cabaña

  • ¡Mira tío! – me dijo Rufo yendo para la oficina -; le daremos ahora el visto bueno al restaurante, lo inauguraremos… ¡lo que quieras! Pero habla con el de la constructora. ¡A lo mejor no es tan caro el metro ese!

  • ¡Sí, Rufo, sí lo es! – le dije -, pero eso no debe importarnos ¡Ya le sacaremos dinero por otro lado! Vamos a ver el restaurante y luego llamaré desde la oficina ¡Te lo juro! ¡Es una idea de puta madre!

  • Además – me dijo -, quedaste en hablar con don Raimundo, el cura, para que bendijese el comedor.

  • ¡Sí! – me eché a reír - ¡Lo que no creo que quiera bendecir es el cine!

  • ¡Pues apúntalo a la lista de invitados junto con el alcalde! – puntualizó -; no seremos muchos, pero podremos bendecir el lugar y catar la comida con un buen vino y unas copitas de añico. ¡El de la bodega se está forrando!

  • ¡Sí, eso haré! – le dije ya camino del cine -; invitaré al cura y le diré al palomo que ya no hace falta saber la fórmula del añico ¡Podemos beber gratis todo el que nos dé la gana!

Cuando nos acercábamos al restaurante por la carretera, nos quedamos parados mirando:

  • ¡Hermano! – dijo Rufo con temor - ¡Esto es un lujazo para este pueblo! Yo creo que si la comida es muy buena, también vendrán a comer desde otros sitios.

  • ¡Joder! – exclamé - ¡No pensaba que iba a quedar así! ¡Hace tan sólo dos días no parecía lo mismo! ¡Entremos, que nos mojamos! (V)

  • Se me ocurre – dijo Rufo al acercarnos – que es el momento de invitar al regordete de la constructora a la inauguración y, entonces, cuando esté bien puesto de vino y de añico, le dices lo del metro.

  • ¡Así se hará! – me reí - ¡O se lo dices tú o se lo digo yo! ¡Verás cómo se le ponen los ojos como platos! ¡Le daremos a él la construcción de las obras!

  • ¡Restaurante La Cabaña! ¡Leches! – nos paramos bajo la marquesina - ¡Esto tiene que funcionar por cojones! Daremos muchos puestos de trabajo con las instalaciones, pero harán falta más para el metro.

El restaurante estaba mejor terminado de lo que pensábamos: limpieza, orden, seriedad, atención, amabilidad… ¡Todo eso podía cobrarse!

  • ¡Por mí – le dije a Borja – todo está más que perfecto! ¡Pluscuamperfecto! ¿Cuándo está prevista la inauguración?

  • ¡Pues verás, Nico! – nos dijo Borja apurado -. He tenido que hablar con todos los invitados y… ¡El único día que pueden todos es pasado mañana! ¡El domingo!

  • ¡Pues invita al cura! – le dijo Rufo -; queremos que bendiga el restaurante, no las otras instalaciones… pecaminosas.

  • ¿Al cura? – se quedó pensativo - ¡Hmmm! ¡Vendrá después de la misa, seguro! Ya seremos trece los invitados.

  • ¡Coño, Borja! – le dijo Rufo con retintín - ¡Que va a parecer esto la última cena y es el primer almuerzo!

  • ¡Venid a medio día! – nos susurró - ¡Tenéis que probar el menú de la inauguración y darle el visto bueno! Pero sé que os va a encantar ¡Hasta hay un plato que es una receta exquisita de vuestro tío! ¡Lo he convencido yo!

  • ¡Vendremos, por supuesto!

2 – El entretenimiento diario

Cuando volvimos a la oficina, había en la puerta ¡tres parejas gay más! Una de ellas se iba a quedar sin apartamento.

  • ¡Rufo! – le hablé disimuladamente antes de llegar - ¡Esto se nos escapa! Si los tres quieren comprar, les diremos a dos parejas que, de momento, compartan una casa ¡Están muy bien insonorizadas! ¡No se oyen los gemidos de un dormitorio al otro mientras se folla!, pero cuando se vayan, llamaré al constructor; tengo que decirle que hay que hacer ya la segunda fase y, cuando se entere de lo del metro… ¡Joder!

Los saludamos cordialmente en la puerta. Lloviznaba y los hicimos pasar enseguida. Les ofrecimos asiento y escuchamos sus deseos ¡Casi no les importaba ver los apartamentos! Si querían ir, era por curiosidad. Les dijimos que ya sólo quedaban dos, pero les dimos la idea de compartirlo.

  • Puedo aseguraros – les dije – que las obras de la segunda fase serán muy rápidas. Quizá, dentro de poco más de un mes, habrá otros 10 apartamentos.

  • ¡Uy, menos mal! – nos dijo uno de ellos -, porque tenemos a dos parejas más que están interesadas. Iban a venir mañana.

  • ¡Podéis decirles que vengan! – le aconsejó Rufo -. Comprar sobre planos no es lo mismo que comprar viendo las que ya están hechas.

  • ¡Les diré lo que hay y que vengan! – contestó - ¡Es gente formal!

Los acompañamos a la urbanización y los dejamos con Fran, que nos dijo luego que casi le meten mano. ¡A algunos les pone mucho un uniforme!

Cuando vimos que se iban, cerramos la oficina con llave y la dejamos puesta; de esta forma, aunque llegase Borja, no podría entrar.

  • ¡Hermano! – comencé a acariciar a Rufo - ¡Esto hay que celebrarlo!

Nos bajamos los pantalones y ya estábamos empalmados (para variar). Aparté los objetos de mi mesa y me eché en ella levantando mis piernas y poniendo mis pies y mis pantalones detrás de su cabeza; sobre sus hombros. Rufo se me acercó mordiéndose el labio inferior.

  • ¡Te voy a dar gusto, Nico, mucho gusto! – dijo ya rozándome
  • ¡Te la voy a meter hasta el esófago!

  • ¡Aprieta, aprieta sin miedo! – le dije - ¡Necesito sentirte! ¡Sin vaselina ni pollas en vinagre! ¡Fóllame!

  • ¡Toma nabo! – dijo empujando con fuerzas - ¡Disfruta!

  • ¡Así, así, Rufo! – gemí - ¡Aprieta y muévete mucho, te necesito dentro más que nunca!

  • ¡No te preocupes!

  • ¡Todo lo fuerte que puedas! – le susurré - ¡La ocasión lo merece! ¡Así, así, más fuerte!

Cuando Rufo estaba corriéndose y yo estaba muerto de gusto, oímos que alguien llamaba a la puerta.

  • ¡Joder! – dijo Rufo sacándomela - ¡Vístete rápido y atiende a quien sea! ¡Voy al baño a asearme!

Me vestí muy deprisa, pero no dejaban de insistir llamando a la puerta. Cuando pude abrir disimulando mi placer (aún en mi culo y en mi mente), era Borja.

  • ¡Coño, Borja! – le dije - ¡Ya no viene al cuento hacerse el tonto! ¡Sabemos que te la montas con tío Manolo y nos gusta muchísimo! Eres un tío de puta madre y mi tío se merecía a alguien como tú. Pero cuando veas que no abrimos y no puedes meter la llave… ¡Es que hay otra cosa metida aquí dentro! ¿Me explico? ¡Podéis hacerlo vosotros si os apetece!

  • ¡Oh, perdón, Nico! – se ruborizó entrando empapado - ¡No era mi intención interrumpir ciertos asuntos vuestros! ¡Es que llueve!

  • ¡No importa! – le sonreí -; incluso, si tío y tú estáis aquí aburridos, ponéis la llave por dentro y ya sabremos que puede estar «ocurriendo algo».

  • ¡Me da corte hablar de esto con mi jefe! – dijo acercándose a la chimenea - ¡Sobre todo porque mi pareja, desde ahora, será Manolo! ¡Nos hemos enamorado!

  • ¡Rufooooo! – grité - ¡Otra cosa que celebrar! Lo dejaremos todo para el almuerzo del domingo.

  • ¡Sí! – respondió Borja más tranquilo -. Mañana, la comida que cataréis será la misma que la del domingo, pero se les dará un almuerzo a todos los empleados ¡El domingo iremos Manolo y yo como empleados de Cine Pintres y como pareja formal!

  • ¡Ostias! – exclamó Rufo cerrándose la bragueta - ¡Perdonad mi palabrota, pero esto me gusta! ¡Se merece una copita de añico!

  • ¡Es que llueve, Rufo! – se quejó Borja - ¡Nos pondremos chorreando!

  • ¡No! – dijo Rufo seguro -; aquí hay paraguas Pintres ¡Vamos al quiosco!

Y allí, tomándonos ya la tercera, vimos acercarse contento a tío Manolo y, al llegar al quiosco, tuvo el detalle de besar a Borja antes que a nosotros.

  • ¡Tío! – le dije al oído - ¡No sabes cuánto nos alegramos de esto! ¡Tienes novio!

  • ¡Ejem, ejem! – contestó - ¡Yo también bebo añico! ¿Lo sabéis?

3 – El almuerzo

Quedaba por confirmar la asistencia del cura, pero le dijo a Borja que, dejaría otras cosas por bendecir lo que le pidiésemos por darles trabajo a tantas gentes necesitadas. Le insistió, además, en que, desde que estaban trabajando, iban muchos más a misa, pero nos invitó a todos a que asistiéramos.

  • ¿Por qué no, Rufo? – le acaricié la mejilla -; ir a misa no es tan aburrido. A mí me importa un carajo estar todos los domingos en la iglesia media hora a las doce ¡Nos acostumbraremos! Si nos va bien sin la ayuda de Dios, ¿cómo nos irá si le damos las gracias y le pedimos que nos eche una mano?

  • ¡Tienes razón! – agachó la vista -; ni tío ni yo deberíamos haber dejado de ir todos los domingos ¡Tal vez el cura nos ayude más si vamos! No es sacarle partido a la misa, es colaborar. Nosotros damos trabajo y le damos trabajo también a él – se rió - ¡El domingo, cuando estemos ya muy guapos los dos, iremos a misa antes del almuerzo! ¡El ser gay no está reñido con ser religioso!

Y así fue. El domingo, a las doce, casi no se cabía en la iglesia. El cura salió radiante a oficiar la misa donde asistían sus fieles, entre los que estábamos todos los trabajadores de Cine Pintres. Lo malo fue que le faltaron hostias consagradas y tuvo que partirlas por la mitad. Nosotros, por respeto, no comulgamos; queríamos consultarlo con él antes.

Salimos de allí todos muy contentos y se vino don Raimundo con nosotros al quiosco a tomarse unos añicos ¡El ser cura no está tampoco reñido con los tragos! Cuando se acercaban las dos de la tarde, fuimos dando un paseo por la Calle del Bosque para ir al restaurante. Ya estaban allí el constructor, el cura, el alcalde, un concejal (no sé si de festejos o de gorrón), Rufo y yo y… nuestro tío con Borja, felices, acaramelados y elegantes (¡Nos miramos sonrientes!), y había algunos más

  • ¡Ojalá siga todo esto así! – me dijo Rufo - ¡A ver qué pasa con lo del tranvía!

  • ¿Qué va a pasar? – le contesté -; cuando le diga que le damos las obras de un metro desde Gayanet a La Cabaña, ¡nos come la boca! ¡Lo estamos forrando!

  • ¡Sí! – me respondió -, hay que reconocer que es muy bueno y muy rápido ¡Es muy formal! ¡Todo se lo debemos a él en parte!

  • ¡Ya verás qué contento se pone!

Se oían rumores de sorpresa cuando nos acercábamos al enorme restaurante-cabaña que estaba oculto tras los pinos (F) . Antes de entrar, ya nos estaban felicitando.

  • ¡Jo! – me dijo Rufo - ¡Pues tú verás cuando prueben los platos!

El cura entró primero bendiciendo la entrada con su hisopo y no se oían sus oraciones mientras bendecía el comedor principal por el murmullo tan alto que allí había. En el centro del salón (había dos reservados) se encontraba una mesa ancha y larga muy bien adornada con flores, velas encendidas y ramas de pinos «Douglas» (que eran los del bosque) pero… ¿Quién iba a presidir la mesa? Vimos todas las instalaciones y volvimos al comedor grande.

Preguntamos a tío y nos dijo que los artífices de todo aquello éramos Rufo y yo, así que deberíamos estar los dos en un extremo de la mesa preparado al efecto.

Se deshicieron en alabanzas al probar los platos. No se mostró la carta de comidas porno gay: «salchicha empalmada con dos huevos al añico» o «mamada de leche merengada, por ejemplo». Y se asombraron de ver cómo trabajaba el servicio. Pero llegados los postres, se sirvió añico en botellas de barro especiales de la casa y en copas de globo calientes al vapor. Al poco tiempo, como imaginé, todos estaban felices (como una cuba, ¡vamos!). Era el momento de abordar al constructor. Como mi hermano tenía ya media lengua, me levanté a saludar a todos y pedirles su opinión pero, al acercarme al constructor (lo dejé para el final), le expuse el proyecto del metro.

  • ¿Un metro aquí? – me miró asustado - ¡Nosotros se lo hacemos en poco tiempo! ¡Empezamos mañana si lo desea!, pero, ¿no le parece mucha inversión?

  • ¿Usted nos lo construiría?

  • ¡Por supuesto! – me dijo muy seguro - ¡Y bien rápido! Hoy hay técnicas muy avanzadas para eso.

  • ¡Pues aquí tiene usted las características y el contrato! ¡Falta el precio, que lo pone usted!

  • ¡Les trataré muy bien, se lo aseguro!

  • ¡Eso espero! ¡Gracias!

Y, acercándome luego a mi hermano, le dije que su metro empezaría a hacerse de inmediato. No me podía contestar entre la emoción y el punto que tenía de añico templado ¡La nueva fase de la urbanización comenzaría de inmediato también!

  • ¡Hermano! – me dijo Rufo casi en francés - ¡Si no estuviera el cura, te comía la boca ahora mismo!

  • ¡Eso está hecho, Rufo! – le musité - ¡Vamos a un reservado disimulando!, pero de follar ahora, ¡nada! ¡Después, en casa! ¿Tú qué te crees que van a hacer tío y Borja?

Cuando salimos del almuerzo ya era de noche; los días eran cada vez más cortos. Todos se volvieron a mirar La Cabaña deseando volver (pagando, claro) (V) .

4 – Celebración muy íntima

Llegamos a casa muy cansados, pero el añico, como siempre, nos mantenía en pie. Entraron primero tío Manolo y Borja, que ya iban cogidos de la mano, y luego nosotros, que ya íbamos cogiéndonos otras cosas.

  • ¡Tío!, ¡Borja! – les dije - ¡Aquí nada de cortarse!, que no hay cura delante. Nosotros nos la vamos a montar con nuestros amigos en su casa. Haced lo que queráis, no quiero poneros en un compromiso, pero si queréis venir

  • ¡No, no, Nico! – se asustó Borja - ¡Gracias por el ofrecimiento!, pero todavía me parece pronto para verme metido en una cosa así… ¡Además, vosotros sois jóvenes y nosotros

  • ¿Qué estás diciendo, Borja? – se le acercó Rufo -; una cosa es que primero queráis intimidar vosotros, que me parece lo más lógico, y otra es que os consideréis unos viejos. Me parecéis unos maduros muy interesantes y me sé de uno al que le gustaría probaros.

  • ¡Ay, por Dios, Rufo! – insistió Borja - ¡Dejemos eso para más adelante, por favor! Admito lo que dices sobre nuestra edad ¡Estamos de muy bien ver! ¿No?

  • ¡Pues claro! – les dije - ¡Estoy harto de decírselo a tío Manolo!, pero esperaremos a que intimidéis más y a que Borja tome más confianza. Lo único que hace falta aquí, es que se separe el trabajo del descanso ¡Nada más!

  • ¡En cierto modo, tiene razón Borja! – dijo mi hermano -. A mí daría corte, como me dio la primera vez que lo hicimos todos juntos, pero cuando me enteré de que tío nos estaba viendo por la tele… ¡Me encantó la idea!

  • ¿Por la tele? – miró asustado Borja a tío - ¿En qué canal ves eso?

  • ¡Es agua pasada, Borja! – dijo tío Manolo -; los veía por una cámara que me instalaron en su dormitorio para cuidar de Rufo cuando era pequeño. Se puede ver ahora en color y con sonido, gracias a Nico. Pero las cosas han cambiado.

Borja nos miró asombrado cuando tío Manolo encendió la tele y puso el programa 0. Vio nuestro dormitorio y comprendió que tío habría visto todo lo que hacíamos. Pero como bien dijo tío, las cosas habían cambiado. Ellos follarían más a gusto solos, de momento, y ya veríamos que pasaba en el futuro.

Salimos para la casa del palomo, llamamos y nos abrió un medio metro sonriente que nos besó y nos abrazó.

  • ¡Pasad, tíos! – gritó el quinto pino - ¡Todavía tenemos añico para tres días! ¡Vamos! ¡Unas copitas antes de empezar!

Rufo, que ya iba «calentito» de añico, siguió bebiendo, pero despacio. Y el ambiente ya estaba bien caliente entre los otros cuatro, así que no había que calentarlo; de calentar el salón se encargaba la chimenea, porque nos dejaron en pelota picada en pocos segundos.

  • ¡Vamos a repetir la ruleta de las pajas! – dijo el quinto pino -, pero nadie debe estar en el mismo sitio que el otro día.

¡Ah, que pillo! El quinto pino lo que quería era repetir a ver si me tocaba a mí hacérsela a él y le entraban un orgasmo y una corrida como aquella vez. Yo me hice un poco el tonto, pero nos fuimos acercando, como sin querer, a la chimenea, y fui buscando la forma de que el quinto pino quedase a mi derecha ¡Lo conseguí! ¡Bueno!, lo conseguimos. No podía disimular su cara de satisfacción. La polla se le movía sola, de espasmos arriba y abajo, de pensarlo. A mi izquierda me tocó a Pico.

Empezaron las caricias y los besos y no sabía cómo apañármelas; Pico era más bajito que yo y quinto pino era más alto, así que estuve todo el tiempo levantando y bajando la cabeza, tanto, que al día siguiente tuve tortícolis.

Comenzaron a moverse las manos. Casi nadie miraba a las pollas, así que plegué los dos dedos clave y empecé a pajear al guapísimo del quinto pino. Comenzó a abrir los ojos y a gemir, de tal forma, que noté que alguno se paraba y nos miraba asustado. El palomo no paró; sabía algo, desde luego. El quinto pino dejó de besar al de su derecha y dejó de besarme a mí. Se agachaba y gritaba: «¡Joder, joder, qué gustazooo!». No podía mantenerse en pie. Pensé que yo hacía aquellas pajas espaciales mejor que el mismísimo Martín, el octavo pajillero, pero hacía tales aspavientos, que tuve que pasar a la posición normal si no quería matar a todo el mundo… ¡de risa, claro! Le tiré del prepucio, se corrió a lo bestia y puso a medio metro, que estaba enfrente a él, como a las egipcias: en un baño de leche (aunque no de burra).

Cuando nos corrimos todos, fuimos a por pañuelos de papel para limpiarnos un poco, pero a medio metro lo metió el palomo en la ducha. Pico nos miraba extrañado; era el único que no sabía nada de aquello.

Cuando bajó medio metro del baño, le preguntó al quinto pino si le había pasado algo.

  • ¡No, no, tío! – le dijo -; es que a veces, algún día te pasará, te coge el cuerpo de una forma, que… ¡jo, qué gustazo!

Sólo echamos un polvo loco más, pero en la cama. Medio metro, que se había puesto lleno de leche por fuera, quería que lo llenásemos también por dentro. Así, que se puso en postura, nos untamos las cremas y ¡hala!; a follárselo uno detrás de otro como otras veces.

Derrotados, subimos el medio callejón que nos separaba de casa y… ¡ya no recuerdo más hasta que desperté!

  • ¡Una copita de añico para la resaca, hermano!