Nico y Rufo: Los catorce avisos

Un sueño de Rufo desencadena una serie de acontecimientos.

Regístrate GRATIS en el Club de Fans de Guitarrista:

http://www.lacatarsis.com/guitarrista/index.html

Ver el Plano de Pintres y algunas Imágenes del pueblo en 3D . Sólo los registrados podrán ver todas las ilustraciones y vídeos 3D . ¡Gracias a todos los que ya os habéis registrado!

Pero sigue leyéndome aquí, en Todorelatos.com

NOTA: Lo que vas a leer forma parte de una saga larga. Te aconsejo leer antes Cómplices y los capítulos de Nico y Rufo del primero hasta aquí para poder entenderlo todo ¡Disfruta! Gracias.

Nico y Rufo:

Los catorce avisos

1 – Mal despertar

Vi que Rufo se incorporaba y se sentaba en la cama apoyando su cabeza entre las manos; tenía los codos sobre sus rodillas y se mantenía en silencio. Aún no había luz, pero sí era hora de levantarse para trabajar.

  • ¡Hermano! – le dije - ¿Qué te pasa? ¿Tienes resaca?

No me contestó y, un tanto asustado, me incorporé y me acerqué a él.

  • ¡Deja que te ayude, hombre! – continué - ¡Sé que algo te pasa!

Me miró entonces en la penumbra y vi en su rostro una gran tristeza.

  • ¡He tenido un mal sueño! – me dijo - ¡Déjalo, ya se me pasará!

  • ¿Un mal sueño? – me extrañé -. Cuando se sueña algo muy malo y despiertas, descubres que has estado soñando, pero no puedes quitar de tu cabeza lo que has vivido. Tu estado de ánimo es el mismo. Pero no te preocupes; nos daremos una ducha, tomaremos café y charlaremos un poco ¡Ya verás cómo se te pasa!

  • ¡He oído ruidos! – dijo - ¡Clara ya estará abajo preparando las cosas!

  • ¡Venga! – me levanté - ¡Vamos a la ducha y bajamos luego a desayunar! ¡Se te pasará!

Se levantó despacio. No encendí la luz; sabía que iba a molestarle mucho. Lo tomé entre mis brazos y nos fuimos al baño. Seguía callado y cabizbajo. Tenía que encontrar la forma de despertarlo y descubrir qué clase de sueño lo tenía tan triste.

Lo enjaboné, lo sequé, lo ayudé a vestirse y bajamos en silencio. Mientras desayunábamos, fue despertando y comenzó a hablar:

  • ¡Joder, Nico! – me susurró -; se me está pasando el mal rollo, pero la pesadilla la tengo metida en la cabeza.

  • ¿Por qué no me cuentas algo de lo que has soñado? – le apreté la mano - ¡No soy intérprete de sueños, pero a veces describen situaciones muy claras! ¡Preocupaciones, quizá!

  • ¡No te rías, por favor! – me miró fijamente - ¡El sueño era real! ¡Me asusta lo que he soñado! Es muy largo, pero te contaré lo más importante.

  • ¡Tranquilo! – le sonreí -; cuenta lo que recuerdes. Sé que los sueños son historias muy raras, ¡increíbles!, pero siempre nos avisan de algo.

  • ¡Pues esta vez me ha avisado de muchas cosas!

  • ¡Empieza a contar! – insistí -, aunque no lo creas, puede ser que dentro de un rato ya no te acuerdes de nada,

  • ¡Sí! – me sonrió - ¡Verás…! ¿Recuerdas el sueño de las 7 espigas gordas y las 7 espigas flacas? ¡Son catorce espigas! ¡Catorce avisos!

  • ¡Claro! – le dije - ¡Sólo con eso empiezo a imaginar cosas!

  • ¡Pues eran catorce avisos! – dijo -; en uno de ellos, nuestros mejores amigos se retiraban de nosotros poco a poco; ocultándose; rechazándonos; odiándonos. Las 7 primeras espigas se veían siempre al fondo; gordas, caídas por su gran peso… Las 7 espigas flacas se me caían encima.

  • ¡Verás, Rufo! – le dije -; es normal que existan temores al futuro cuando estás en una situación tan fuerte, tan segura. Da la sensación de que el sueño te expresa el temor a perder a tus mejores amigos. Es… ¡como si se te cayeran encima los palos del sombrajo!

  • ¡Pero había una parte terrible! – se echó a llorar - ¡Tú morías y sin ti yo no podía hacer nada! ¡Todo lo que hemos hecho hasta ahora iba desapareciendo ante mis ojos; hasta verme otra vez solo aquí sentado con tío Manolo! Siete pinos frondosos ardían hasta quedar hechos cenizas. (V) .

  • ¡Por favor, hermano! – lo besé muy cariñosamente -. ¡Me rompes el alma, pero no es más que un sueño; un temor! ¡No va a pasar nada! ¡Todo está bien atado! ¡Todos nos ayudan!

  • ¿Quién es «el piña»? – me preguntó dudoso -.

  • ¿El piña? – me asusté -, creo que es un chico de la banda que nos destruyó la puerta. Le queda poco para terminar su arresto domiciliario.

  • ¡Pues ten cuidado con él cuando salga! – me miró aterrorizado - ¡No me he inventado ese nombre!, ¿no?

Me quedé pensando y me subió un escalofrío por la espalda; ¡Mi hermano no conocía al piña ni sabía que yo había estado visitándolo durante todo el mes! El piña dejaba colgando un pañuelo blanco, pillado con la ventana, cuando su padre no estaba en casa. Era nuestra señal; si el pañuelo no estaba, no debería entrar. Y estaba a punto de salir a la calle.

  • ¡Tranquilo, tranquilo! – le dije - ¡Esas son cosas de las pesadillas! ¡Espera un momento! Mientras Clara recoge, voy al baño; ¡tengo una necesidad!

Me miró más tranquilo, corrí escaleras arriba, me encerré en el baño y vomité todo el desayuno mientras lloraba. Tuve que esperar hasta que vi en el espejo que mi rostro ya no estaba descompuesto. Bajé despacio, respiré profundamente y me senté junto a Rufo.

  • ¡Hermano! – le dije -; lo que hay que hacer hoy puedo hacerlo yo. Quédate aquí tranquilo; descansa. A medio día vendré a estar contigo. Si estás mejor, te vienes a la oficina.

  • ¿Qué hay que hacer hoy? – preguntó pensativo -.

  • ¡Casi nada! – le sonreí -. Voy a visitar los movimientos de tierra que ya se han hecho para la segunda fase y me quedaré en la oficina ordenando cosas y por si viene alguien a comprar. Te mantendré al día.

2 – Los siete pinos

Se quedó Rufo en casa sin que tuviese que repetírselo. Sabía que necesitaba descansar y olvidar el mal sueño, pero cambié los planes para la mañana.

Aceleré el paso para ver cómo estaba la nueva carretera y la tierra ya preparada para construir otros diez apartamentos. ¡Todo estaba increíblemente avanzado! El constructor sabía cómo hacer las cosas rápidamente y con calidad (F). ¡Me quedé asombrado!

Bajé inmediatamente hacia la plaza y crucé hasta la Calle La Mina, donde vivía el piña. El pañuelo colgaba de su ventana. Llamé asustado a la puerta y me abrió él mismo. Su madre cosía a máquina al fondo del salón – casi siempre hacía lo mismo – y subimos a su dormitorio. Cerré la puerta y se acercó a mí para besarme, pero lo detuve con la mano.

  • ¡Espera, amigo! – le hablé con cariño -; necesito que me aclares una cosa antes de… antes de empezar la visita.

  • ¡Tienes mala cara, Nico! – se asustó - ¿Qué te ha pasado?

  • ¡He tenido una pesadilla! – le dije - ¡Un sueño muy real y terrible!

  • ¡Tranquilo! – se acercó un poco más - ¡Los sueños son sueños, no realidad! La verdad es que algunos te dejan un poco tocado casi todo el día.

No esperé a tener ninguna conversación más. Lo miré a los ojos asustado y dio un paso atrás. Nunca me había visto así de preocupado ni le había contado extrañas experiencias de sueños o cosas de la empresa.

  • ¿Qué son los siete pinos? – le pregunté sin expresión -.

Su cara cambió. Abrió la boca y aspiró aterrorizado.

  • ¿Qué siete pinos? – balbuceó - ¿Los de tu sueño?

  • ¡No, piña, no! – le dije muy serio - ¿Qué tienen que ver contigo siete pinos?

  • ¡Verás…! – comenzó a dar vueltas pensando - ¡Espera a que termine mi arresto! Cuando salga, te diré algunas cosas ¿Has hablado con alguno más de mi pandilla?

  • ¡No! – alcé la voz - ¡No me interesa tu pandilla! ¡Quiero saber más de ti y de siete pinos que arden!

  • ¡No me asustes, Nico! – me dijo separado de mí - ¡Alguien tiene que haberte dicho algo!

  • ¡Sí! – me reí - ¡Morfeo! Lo he soñado, pero hasta que no acabes el arresto y salgas, estaremos sin vernos.

  • ¡Me quedan sólo cuatro días! – dijo -. Me has asustado con esa historia de tus sueños. Sigue en tu trabajo; no lo abandones. Cuando salga, iré a buscarte por la plaza. Cuando te encuentre solo, te hablaré de algo que no vas a creer y que no puedo creer que lo hayas soñado.

  • ¡Está bien! – abrí la puerta para irme -; te quedan pocos días para salir. No te aburrirás tanto ¡Nos veremos cuando salgas!

Me miró asustado y boquiabierto sin decir nada y salí de la casa yéndome a la oficina. Ya había una pareja allí. Los estaba atendiendo Borja, que había salido antes que yo.

  • ¡Buenos días! – saludé a la visita -. Necesito hacer unos trámites importantes ¿Has enseñado ya los apartamentos a estos señores?

  • ¡No, Nico! – se levantó -; yo los llevaré. Atiende tú el teléfono; que hoy no para.

Me senté y me puse a pensar siempre que el teléfono me dejaba. Mi hermano me había dado detalles de su sueño: siete pinos que luego salían ardiendo. Todo lo que habíamos hecho iba desapareciendo. ¡El piña! ¿Cómo aparecía aquél nombre desconocido para él en su sueño? ¿Qué tenía de verdad la advertencia de que tuviese cuidado con él?

Estuve una hora en la oficina martirizado por las llamadas de teléfono y los pensamientos que llenaban mi cabeza. Por fin, llegó Borja con tío Manolo y dijeron que iban a estar en la oficina hasta medio día. Les pedí perdón por no encontrarme muy bien y corrí hacia casa, pero al pasar por la puerta del palomo y el quinto pino, me detuve de repente. Llamé insistentemente, pero nadie abría. Creí que estarían trabajando en alguna casa y me volví despacio para subir lo que quedaba de calleja. La puerta se abrió entonces.

  • ¡Nico, pasa! – era el palomo sin abrir la puerta del todo -; estábamos acostados. Te he visto por la ventana.

Me hizo sentarme y me preguntó que si quería tomar una copa, pero le dije que no había desayunado.

  • ¡Joder, Nico! – exclamó el quinto pino bajando al salón - ¿Qué te pasa? Te veo preocupado.

  • ¡Por favor! – les dije -; quiero contaros algo, pero tenéis que asegurarme que nada de lo que diga va a salir de aquí. He puesto toda mi confianza en vosotros.

  • ¡La tienes! – dijo el palomo - ¿A qué viene ahora esto? ¿Hay secretos entre nosotros?

  • ¡No es un secreto! – les dije casi sin voz -; sólo quiero pediros vuestra opinión.

  • ¡Ay, Nico! – exclamó el palomo - ¡Parece que aún no nos conoces!. Me disgusta que desconfíes de nosotros. Te pondré un café bien caliente y una copa de añico… ¡Quiero ver esa cara como siempre! ¡Sonriente!

Hablamos de las obras y de la rapidez con que el restaurante estaba teniendo éxito; tanto como el cine. Me bebí el café muy caliente y me tomé el trago de añico de una vez. Reaccioné.

  • Rufo ha tenido un sueño espantoso – les dije -; no he querido decirle que me lo parecía. Le he dicho que se quedase en casa, pero necesito contaros lo que me ha dicho; ¡Necesito una opinión!

Cuando les conté el sueño, se quedaron mudos mirándome. ¿Qué podían ser aquellos catorce avisos? ¿Cómo soñó con «piña» si no lo conocía? ¿Por qué me decía que tuviese cuidado con él? ¿Por qué al visitar al piña y hablarle de los siete pinos se descompuso su rostro?

  • Te podrá parecer una fantasía ilusa – me dijo el quito pino -, pero vamos a ser tus guardaespaldas por un buen tiempo ¡No vayas a ningún sitio solo! Nosotros actuaremos si vemos un detalle sospechoso.

3 - Cuatro días después

Dejé en casa a Rufo un par de días. Intentaba que se distrajera con su ordenador o viendo la tele y que olvidase lo que había soñado; pero insistía en que aquello no le parecía un sueño.

Pasaron unos días y, excepto un día que los pintores se fueron a su trabajo, dejé a mi hermano con ellos. No quería que estuviese solo.

Se repitió una escena de mi vida pasada. En el centro de la plaza, vi al piña mirarme indeciso y asustado. Me acerqué a él y le eché el brazo por los hombros.

  • ¡Ya estás fuera! – le dije sonriendo - ¡Todo ha pasado!

  • ¡Perdóname, Nico! – me dijo sin mirarme -; lo que te dije un día es verdad. He dejado la «banda de los cinco»; ahora serán cuatro. Estoy harto de ayudar a unos hetero homófonos hasta el extremo; ¡y yo soy gay!

  • ¡No debe preocuparte eso! – le dije -; te hablé el otro día de un sueño. Sabías algo de lo que te estaba contando. Puede que ese sueño sea un aviso o una premonición. ¡Tienes que ayudarme! ¡Como sea!

  • Te has portado muy bien conmigo – me dijo -; como un gay auténtico. Con sensibilidad, sinceridad y ternura. He perdido la inauguración del cine y del restaurante. Ahora quiero advertirte de algo. ¡Esos siete pinos existen! ¡Forman parte de un plan! Tenemos que denunciarlo a la guardia; mi padre no me haría caso.

  • ¿Un plan? – me sorprendió - ¿Cómo pueden formar siete pinos parte de un plan?

  • ¡Verás! – miró a su alrededor -; te lo cuento aquí porque estamos solos en medio de la plaza. Ese plan no ha sido idea mía; es un plan de ellos. Me negué a prepararlo, pero sé los detalles. Con vosotros, este pueblo tiene aún más gays; ¡los estáis reuniendo aquí! ¿Qué pasaría si estando aquí todos callese una lluvia de fuego y los matase a todos?

  • ¿Qué? – me aterroricé - ¡Cuéntame eso!

  • En cierto lugar – comenzó -, hay siete pinos casi en línea. Si se les prende fuego, el aire quemaría todo el bosque, cerraría la salida de Pintres y todos morirían aquí abrasados. Menos ellos y algunos más que han sido avisados: catorce. Huirían del pueblo la noche antes sin ser vistos.

  • ¡Oh, Dios mío! – me estremecí - ¿Dónde están esos pinos?

  • ¡Sólo puedo llevarte al más cercano! – dijo - ¡Está a la entrada del pueblo! Si arde ese el primero, nadie podrá escapar por ninguna carretera. ¡Ven conmigo!

Cruzamos la plaza y anduvimos por la carretera hasta el cruce de la carretera principal con la del cine y la urbanización (F) . Entramos entre los árboles y, sin querer mirar, me señaló un pino un tanto aislado. Me acerqué a él y me pareció ver algo al pié del tronco.

  • ¡No la toques, Nico! – me gritó el piña - ¡Es muy peligroso!

Me volví y lo cogí del brazo andando a paso ligero hacia el cuartel.

  • ¡Denunciemos esto a la Guardia Civil!

  • ¡Son bombas incendiarias! – dijo llorando y cayendo al suelo - ¡Si arden todas, moriremos todos! Pintres pasará a la historia.

El sargento de la Guardia Civil nos miraba incrédulo e incluso sonreía.

  • ¡Sí, sí! – dijo - ¡Un plan muy bien trazado! ¡Se les cogería a todos un día después!

  • ¿Ah, sí? – le pregunté acercándome a él - ¿Cuándo usted mismo esté carbonizado?

Le cambió el rostro y dio la orden a un guardia de acompañarnos. Aquel hombre fue oyendo la historia y nos creyó, pero cuando vio las primeras cajas, nos advirtió de que no nos acercásemos. (F)

  • ¡No acercaros! ¡Ahora quiero ver las otras seis! – dijo -; sin esa prueba no puedo denunciar esto al sargento.

Anduvimos mucho, pero vimos los siete pinos con sus bombas.

  • Esas cajas – dijo el piña – son bombas incendiarias muy potentes. En poco tiempo, todo el bosque estaría en llamas aunque lloviese.

  • ¡Vamos al cuartel! – nos dijo - ¡Esto es muy peligroso!

Conseguimos que salieran los hombres más preparados y piña los llevó a retirar las bombas. Pero tuvieron cuidado de no borrar huellas. Se podría saber quién había dejado aquellas cajas allí.

  • ¡Te invito a almorzar, piña! – le dije - ¡Voy a avisar por teléfono! Luego, nos reuniremos los seis amigos más íntimos; te invito a formar parte de nuestra pandilla.

  • ¡Te lo acepto! – me contestó sonriendo - ¡Sólo así podré salvarme de una buena paliza de esos cuatro. Quizá hasta me harían barbaridades al saber que he descubierto el plan ¡No se creerían lo del sueño!

Almorzamos y pasamos la tarde con nuestros amigos, pero no había ánimos para follar ni hartos de añico. Hablamos mucho y se aclararon muchas cosas. Entre ellas, conoció Rufo al piña y supo éste que el sueño era de mi hermano ¡Todavía más difícil!

4 – Todos unidos

Duró muy poco la investigación. Se comprobaron las huellas y el ADN, se arrestó y se llevó a la prisión de la ciudad a los cuatro criminales y quedó Pintres a salvo de una masacre. Ni aquello era Sodoma y Gomorra, ni el justiciero era Dios, sino que se trataba de un pueblecito que a nadie hacía daño y los justicieros eran cuatro indeseables capullos.

Palomo preparó una cena. Los invité a todos a almorzar al restaurante, vimos cómo iba la segunda fase de los apartamentos y cenamos en «la casa de los sueños» de nuestros amigos. (F)

  • ¡Piña! – le dijo el quinto pino - ¡Te debemos todo! ¡Bienvenido a nuestro círculo de amigos! Ya nos irás conociendo a todos, pero además, tendrás tu propia pareja. ¡Sales muy poco y así no se conoce a nadie!

  • Me veía obligado! – nos dijo -; estaba encubriendo mi homosexualidad uniéndome a esa banda de desalmados.

  • Pues ahora, bonito – le dijo medio metro -, como adivino un cuerpo tan lindo como tu cara debajo de esas ropas, vas a unirte a nuestros «juegos». ¡No te asustes! Puede que esto sea nuevo para ti, pero te va a gustar.

Nos fuimos desnudando y quitándole ropa. Pensé en que iba a asustarse, pero él mismo se quitaba prendas hasta que acabamos todos en pelotas. No pusimos en círculo y nos miró a todos.

  • ¡Esto sí que lo había soñado yo toda mi vida!

Nos fuimos acercando a la chimenea con disimulo. Fui buscando a piña para que estuviese a mi derecha; ya sabía las normas. Pronto empezaron las caricias y los besos. Piña no me abrazaba de cualquier forma; había en sus caricias algo más. Nuestras manos fueron bajando y la mía comenzó a acariciarle a nuestro nuevo amigo los huevos. A mi otro lado estaba medio metro, que no entendía por qué lo besaba tan poco.

Quise que piña disfrutase todo lo pudiese y cuando ya habían comenzado los movimientos de las pajas, doblé mis dos dedos hacia adentro y seguí moviendo la mano. Piña me miró asustado; debería estar sintiendo un placer enorme; un orgasmo más largo de la cuenta. ¡Pero lo disimulaba muy bien, el jodido! De todas formas, se mordió la lengua y se agachaba un poco porque las piernas le temblaban. Cuando todos empezaron a correrse, los chorros de piña atravesaron el círculo como las balas poniendo al palomo lleno de leche, ¡Claro, la tenía acumulada desde hacía varios días!

Hubo risas al terminar, y piña y Pico seguían sin saber qué pasaba. El palomo se fue a la ducha a regañadientes y bajó preparado para la siguiente sesión.

Cuando le dijimos que a medio metro le gustaba que los cinco nos lo follásemos uno detrás de otro, agachó la cabeza.

  • ¡Yo no estoy acostumbrado a eso! – dijo -, pero tomémoslo como un castigo. Ese «juego», esta vez, me lo haréis solo a mí; me follaréis los seis por ocultar lo que pensaban hacer los de mi banda.

Mucha crema y mucho cuidado, pero noté que piña aguantaba disimuladamente su dolor. Él mismo se había buscado su castigo.

  • ¡Eso! ¡Ya está! – dijo medio metro - ¿Y yo? ¿Me quedo sin mi sesión? ¡Fue invento mío!

  • Descansemos un poco – dijo el palomo – y te lo haremos a ti.

Piña me miró muy tristemente. Le dije que se vistiese, me vestí también y lo acompañé a su casa charlando. Por un lado estaba muy contento de haber contribuido a solucionar un grave problema; una catástrofe. Por otro, sus miradas lo delataban: me dio la sensación de que se había enamorado de mí. Eso era grave. Yo lo quería, pero jamás iba a dejar al amor de mis sueños; mi propio hermano. Cuando entramos en la Calle de La Mina, donde vivía él (F) , el pañuelo blanco se veía colgando de su ventana. Lo besé y me volví a recoger a Rufo. Aquella noche fue muy especial para nosotros.

  • ¡Gracias por creerme, Nico! Nadie me hubiese hecho caso. No me preguntes lo que ha pasado; no lo sé. Pero con mi sueño y todo lo que has hecho hoy, tal vez hayas salvado muchas vidas y a un pueblo que empieza a despertar.

Me quedé pensativo mirándolo y le sonreí, pero en mi interior todavía quedaba una duda: ¿Por qué tendría que tener cuidado con el piña cuando saliese?