Nico y Rufo: El tercer ojo 2/2

Segunda parte (final) de este día tan movidito...

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Nico y Rufo:

El tercer ojo 2/2

4 – El almuerzo

Nos quedamos tan pringados de crema, que tuvo que traer Rufo un paño húmedo para limpiarnos las pollas y quitarle tanta grasa a medio metro del culo. El pobre inocente no salía de su asombro ¿Cómo iba a ser igual un palo untado de aceite que una polla auténtica? Nos insinuó que quería más, pero tuvimos que convencerlo de que las cosas buenas es mejor dosificarlas.

  • Si esto es crema protectora… - pensó en alto - ¿no me protegerá el culo de otras cosas, no?

Después de lavarnos un poco muertos de la risa, nos vestimos y nos abrigamos. Manolo quería que quitásemos la nieve de la entrada para que fuese Rufo a por la comida. Medio metro, que había nacido allí, dijo que le dejásemos a él la pala porque estaba acostumbrado a hacerlo y Nico no se opuso a aquel ofrecimiento.

  • Ahora – dijo medio metro -, acercaos un poco al fuego, porque voy a tener que abrir la puerta durante unos momentos.

Nos retiramos de la entrada, abrió la puerta y quitó primero la nieve que estaba más cerca. Luego nos avisó de que se iba a quedar afuera, cerró la puerta y siguió quitando nieve. Dio unos golpes y le abrimos. Entró jadeando, pero delante de la puerta había quedado un pequeño pasillo con una rampa en la nieve.

  • Pues todavía os voy a ayudar a más cosas – dijo - ¿Dónde están esas tablas que servirán de esquís?

  • Pasad a la otra casa – dijo tío Manolo -; los dejé apoyados en la pared de la derecha.

  • ¡Yo voy contigo! – exclamó Rufo -; soy el que voy a usarlos.

  • ¡Vale! – contestó nuestro amigo -; inventaremos la forma de fijarlos a tus botas para que no te hundas. De todas formas, estaremos pendientes de que no tardes.

Me quedé con tío Manolo y, según me pareció, tardaron un poco más de la cuenta, pero salió de allí Rufo con sus botas preparadas.

  • ¡Ten cuidado, hijo! – le dijo tío -; ve despacio y lleva el portaviandas un poco en alto para que no arrastre por la nieve. Te llenaré la cazuela de abajo con las brasas.

  • ¿Cómo funciona eso? – preguntó medio metro -; parece una torre de cacerolas.

  • ¡Es fácil! – le dijo tío -; la cacerola de abajo lleva brasas y unas varillas. En las varillas se insertan las otras cacerolas y quedan apiladas. La que esté más abajo será la que se mantenga más calentita. Luego, se le pone arriba esta asa de madera para no quemarse.

Salió Rufo (asustado, todo hay que decirlo) con los palos bien fijos en sus botas y con el portaviandas vacío un poco en alto. Cerramos la puerta y esperamos. Pero estando nosotros dos un poco retirados de tío Manolo, me habló medio metro al oído:

  • ¡Oye, Nico! – dijo - ¿Esa cacerola llena de brasas no serviría para calentar la cama?

  • ¿Eres friolero?

  • ¡Sí! – dijo indiferente -; ya he visto que vuestro dormitorio está más calentito que el mío. A ver si sigue nevando y me quedo a dormir con vosotros toda la noche.

  • ¡Joder, medio metro! – le susurré -, si estás pensando en tenernos toda la noche dándote por culo, no pasaremos frío, pero acabaremos agotados. Mi hermano ha inventado otra cosa que te va a gustar. Él lo ha llamado «triángulo».

  • ¿Triángulo? – se interesó - ¿De qué se trata eso?

  • ¡Verás! – pensé un poco - ¿A ti te la han mamado alguna vez?

  • ¡No! – dijo -; yo he intentado mamármela yo solo, pero no puedo ¡Se parte uno la espalda!

  • ¡Pues claro, hombre! – me reí -; tiene que mamártela otro ¿Y tampoco has hecho una mamada?

  • ¡Tampoco! – me miró decepcionado - ¿El triángulo es eso?

  • ¡No, medio metro! – le expliqué - ¡Verás! Uno se la mama a otro ¿no? Pero si pones tu cabeza hacia los pies, los dos se la pueden mamar al mismo tiempo ¿Entiendes?

  • ¡Sí, claro! Eso es un 69.

  • ¡Pues eso! – le dije -; a Rufo se le ha ocurrido que si los tres nos echamos en la cama, hay tres pollas. Uno se la mama a otro y éste se la mama al tercero. El tercero se la mama al primero. Yo no lo he probado nunca, ¿sabes?

  • Pues habrá que probarlo esta noche – dijo seguro -; tal como veo la nevada, me parece que no voy a poder bajar a casa.

  • ¡Sí, sí! – le pellizqué el culo -; tú lo quieres es quedarte toda la noche aquí; ¡so guarro! Y yo pensaba que me gustaba el sexo

  • ¡Me gusta follar!

  • ¡Jo, y a mí!

Al poco tiempo llamaron a la puerta y corrió tío Manolo a ver por la mirilla. Abrió rápidamente y entró Rufo aterido y le castañeaban los dientes.

  • ¡Vamos, hijo, vamos! – le dijo tío - ¡Lo siento! No podíamos hacer venir a doña Rosario ni quedarnos sin comer ¡Hoy somos cuatro! Acércate a la chimenea y entra en calor. Yo prepararé las viandas. Nico y medio metro que me ayuden a poner la mesa.

  • ¡No, Manolo! – dijo medio metro -, nosotros la pondremos.

El almuerzo fue delicioso y medio metro nos miraba un poco asombrado al ver nuestra forma de comer. En su casa no tenían los mismos modales. Pero todo estaba muy rico.

  • ¡Bueno, chicos! – se levantó tío -; yo voy a echar mi cabezadita en mi butaca con la tele. Subid a vuestro dormitorio y ¡no haced mucho ruido en la siesta!

  • Esta casa – dije – siempre está calentita, tío; arriba se está muy bien.

5 – La siesta

Yo creo que ya íbamos los tres pensando en «la siesta»; a nuestro estilo, claro. Rufo y yo hacíamos el amor a diario (y hasta dos y tres veces), pero con medio metro la cosa había cambiado. Como se veía tan solo en el pueblo sin alguien con quien hacer estas cosas y, encima, nos había cogido mucho afecto, pues estaba más bien salido. Me fijé disimuladamente y, cuando entramos en el dormitorio, ya iba bien empalmado. La verdad es que la mía tampoco estaba muy flácida

Todo fue entrar y cerrar la puerta y, sin que nadie dijese nada, comenzamos a quitarnos las ropas.

  • ¡Oye, Rufo! – me asomé a la ventana -; tú que has estado más tiempo aquí, ¿dices que nunca has visto nevar así?

  • ¡No, nunca! – contestó seguro -; una vez… hará tres años, llovió muchísimo y luego nevó también mucho, pero cuando pasaron varios días, no había caído tanta nieve como ahora ¡Parece que el pueblo ha desaparecido!

  • No sólo te lo decía por eso – aclaré -, es que me da la sensación de que está comenzando a apretar otra vez.

  • ¿Y qué importa eso? – dijo -; algunas veces hay otoños más secos.

  • ¡No, verás! – le hablé al oído -; es que me ha dicho medio metro que si sigue nevando así, no podrá irse a su casa y se quedará a dormir con nosotros dos.

  • Pues… - suspiró - ¿sabes una cosa? Me parece que con la capa que ya ha caído no debería irse, pero si sigue la cosa así, pasará algo peor.

  • ¿Algo peor? – me asusté - ¿Tendrá que quedarse aquí un mes?

  • ¡No, hombre! – se rió -; pobre chaval. Estará aquí con nosotros un día o dos. Luego, si ya no nieva más, lo acompañaremos a su casa. A mí no importa que esté con nosotros un tiempo ¡No sé por qué te preocupa que se quede un mes!

  • ¿Qué no lo sabes? – le dije en voz muy baja - ¿Tú sabes lo que es un mes follando sin parar con este chico? ¡Nos va a dejar secos!

  • ¡Ven! – susurró -; vamos a la cama con él ¿No te da lástima? ¡Le estás dando de lado! Tómalo como lo que es; es nuestro amigo. Follemos lo que haga falta y lo que se nos apetezca. Si en un momento decides que quieres descansar… pues lo dices y ya está.

Nos echamos en la cama cada uno por un lado y quedó otra vez medio metro en el centro. La habitación estaba calentita y nosotros en pelotas, así que nos tapamos con la colcha mirando al techo y comenzaron nuestras extrañas conversaciones.

  • ¡Rufo! – dijo medio metro -; me ha dicho tu hermano que has inventado una cosa que se llama «triángulo» ¿Es verdad?

  • Pues… - se lo pensó -, la verdad es que yo no sé si me la he inventado yo. Supongo que con los siglos que ya ha vivido el hombre, más de tres lo habrán hecho. Pero ¿sabes una cosa? ¡Mejor dejar eso para la noche!

  • ¿Y si deja de nevar y me tengo que ir para casa? – lo miró triste -.

  • ¡Que noooo! – le aseguró Rufo -; nunca he visto nevar así y si yo fuera tu padre, llamaría a Manolo y le diría que te quedaras aquí. Seguro, seguro, seguro, que sigue nevando todavía más.

  • ¡Joder, chicos! – exclamé -, es que parece que queréis que siga nevando y nos quedemos aquí incomunicados.

  • Me parece, Nico – me aclaró Rufo -, que con lo que ya ha caído, no llegará el autobús hasta aquí mientras no vengan las máquinas a quitar tanta nieve. No podremos entrar ni salir del pueblo. Y eso es peligroso.

  • ¿Y si nos quedamos sin luz? – les pregunté - ¿Cómo os alumbráis aquí? A mí no me importa que no se vea la tele o quedarme sin ordenador y sin Internet, hay otras cosas que hacer, pero… ¿cómo nos alumbraremos? No me gustan los sitios oscuros.

  • No te preocupes – dijo Rufo tranquilo -; tío Manolo tiene varias palmatorias, muchas velas y dos lámparas de carburo. No nos quedaremos a oscuras.

  • La verdad – dijo medio metro bromeando -, es que para follar no hace falta electricidad ni luz. Se va palpando y ya está.

  • De momento hay luz natural – les dije -, pero deberíamos dormir un poco para tomar fuerzas y seguir esta noche… con otras cosas.

Entonces, Rufo tiró de la ropa de la cama hacia abajo y dejó a la vista nuestras tres pollas.

  • ¡Pero hombre! – exclamó - ¿Tú te crees que con estas tres pollas empalmadas vamos a poder dormir?

  • Pues no sé, Rufo – le dije -, pero me da la sensación de que la de medio metro o está más empalmada que las nuestras o es más larga.

  • ¿Más larga la mía? – se asustó medio metro -; ¡pero si además de blancuzca está torcida!

  • ¡Oye! – le dijo Rufo en voz baja - ¿No tendrás aquí por casualidad uno de tus metros? ¡Podríamos medírnoslas!

  • ¿Qué dices, Rufo? – me incorporé para mirarlo - ¿Qué nos importa un centímetro más o menos? Las tres son bien largas.

Hubo un momento de silencio. Los tres nos las estábamos mirando y, dicho sea de paso, a pesar de la curvatura que tenía la de nuestro amigo, me pareció un poco más larga. Me quedé pensativo y noté que nos mirábamos disimuladamente. Medio metro pasó por encima de mí clavándome la punta de su polla en el ombligo y se fue a sus pantalones. Metió la mano en un bolsillo y sacó un metro plegable.

  • ¡Aquí está! – dijo -; haremos una apuesta. El que la tenga más larga tendrá un premio y el que la tenga más corta… otro premio.

  • ¡Eso! – dijo Rufo - ¿Y el del medio? ¿Se queda sin nada?

  • ¡Bueno! – dijo medio metro -; le podemos dar un premio de consolación.

  • ¡Vale! – dije resignado -, pero no con uno de tus consoladores de madera ¿eh?

Cuando estuvo otra vez en su sitio, me había puesto aún más caliente. No sé la manía que tenía de clavármela en el ombligo. Se la cogí y se volvió hacia mí. Me miró sonriente y se agarró a la mía. Rufo, se le acercó por la espalda. Hicimos un emparedado muy placentero. El metro se cayó por las sábanas y comenzamos los besos y los rozamientos. Al final, me tuve que dar la vuelta. La polla dura de medio metro se clavó como una estaca en mi culo. Estaba deseando de follarme. Lo dejé hacer y buscó el lugar adecuado sin mucho esfuerzo. Comenzó a acariciarme y a morderme el cuello y fue apretando. Su polla me estaba entrando y me estaba dando un gustazo enorme.

No sé cómo se las apañaron, pero Rufo (siempre muy imaginativo) se la estaba metiendo a medio metro.

  • ¿Veis? – dije bromeando - ¡Ahora falta siempre uno! ¿A quién se la meto yo?

Entonces, acercando mucho su boca a mi oído, me habló medio metro.

  • Cuando acabe tu hermano de follarme – dijo -, me doy la vuelta y me follas tú y me lo follo yo a él.

  • ¡Ole guapo! – le susurré - ¡Al final eres tú el que echas dos polvos!

  • ¡Bueno! – comenzó a follarme en serio -; esta noche equilibraremos las cosas.

Nos follamos así y fue un éxito. Pensé que de tanto follar se nos iban a desgastar las pollas, pero, no sé por qué, se me vinieron a la cabeza unos pensamientos muy extraños. Me levanté de la cama y me fui caminando lentamente hasta la ventana. Los otros dos no sabían qué pasaba. Me apoyé en la mesa y miré al exterior. Aún nevaba más. Comencé a sentirme muy raro; encerrado. Eso me hizo recordar momentos que quería olvidar, pero no podía. Oí a los otros dos reírse y me senté a pensar. Me gustaba la situación, pero ahora que podía salir tranquilamente a la calle, la nieve me lo impedía. No había casas, no había calles, no había pueblo, no había árboles… ¿Dónde estaban las cosas? ¿Adónde me había metido?

Medio metro se dio cuenta de que algo me pasaba y, cuando se acercó a mí, me encontró con las mejillas llenas de lágrimas.

  • ¡Nico! – se sorprendió - ¿Qué te pasa? ¿No te ha gustado lo que hemos hecho? ¿Te has enfadado por algo?

  • ¡No, no! – le dije - ¡Son cosas mías! ¡No te preocupes, guapo!

Rufo también se había dado cuenta de que pasaba algo y, aunque medio metro no sabía nada de lo que habíamos pasado, se acercó a mí a hablarme:

  • ¡Nico, hermano! – dijo -; me parece que sé lo que te pasa y no quiero que pienses ahora en esas cosas. Estás conmigo aquí; y con medio metro ¡No te sientas mal, por favor!

Medio metro se levantó sin decir nada, se fue a por una toalla y le hizo señas a Rufo para que se pusiera junto a él. Los dos se arrodillaron en la tarima, se miraron y comenzaron a besarme los huevos, a lamerme la polla y a acariciarme, de tal manera, que dejé mis pensamientos ¿Por qué me preocupaba entonces de una cosa que pasó? Tenía allí, a mi lado y queriéndome, a mi hermano Rufo, que tan buenos sentimientos tenía por mí; tenía allí a medio metro, que nos quería como un hermano más y podía ver en sus ojos el cariño que emanaban. A él se le había abierto su «tercer ojo». El del culo, claro. A mí no. Comencé a darme cuenta de que veía en los ojos de los que me rodeaban sus sentimientos, su forma de ser, sus intenciones… ¿Qué me estaba pasando? El placer tan enorme que me estaban dando los dos, borró de pronto esos pensamientos. Mi corrida fue apoteósica.

6 – El triángulo

Se acabó la siesta. Pasamos a ducharnos con agua muy calentita uno a uno; no era plan de ponerse allí a ducharse los tres en un lugar no demasiado grande. Cada vez que volvía uno al dormitorio, venía liado en su toalla y tiritando, pero nos fuimos metiendo en la cama, bajo la colcha, y nos quedamos los tres dormidos abrazados. Cuando despertamos, estaba todo oscuro.

  • ¡Rufo, Rufo! – me asusté - ¡No hay luz en la calle!

  • ¡No pasa nada, hermano! – me dijo con paciencia - ¡Ya te dije que acabaría el pueblo quedándose sin luz! Bajaré con cuidado para que tío Manolo me de unas velas.

Se levantó, se vistió a oscuras y bajó. Medio metro estuvo hablándome y acariciándome las mejillas. No quería que sintiese miedo.

  • ¡Mira, Nico! – dijo - ; no ves nada porque no hay luz, pero las cosas y las personas estamos en el mismo sitio. Yo estoy aquí contigo. Con las velas veremos muy bien ¡Ya lo verás!

Entró Rufo aprisa trayendo unas velas, pero venía diciendo que tío Manolo estaba un poco mosca porque ya era hora de ir a por la comida, así que encendimos las velas y las dejamos en sitios seguros, nos vestimos y bajamos.

  • ¡Me parece bien echar una cabezada o dormir una siesta – dijo tío Manolo -, pero es que no vais a dormir esta noche y hay que ir a por la comida! ¡A oscuras!

  • ¡Vaya! – exclamó Rufo - ¡Supongo que me tocará a mí!

  • ¡Sí, tú sabes ir mejor que nadie! – le dijo tío -, pero no te preocupes. Llevarás una luz. Una vela no te serviría de nada; se te apagaría. Tendrás que ir con el portaviandas en una mano y una lámpara de carburo en la otra. Pero no temas ¡No pasa nada! Estaremos pendientes de ti.

Le puso medio metro los improvisados esquís y salió por la puerta con la cara descompuesta, pero volvió pronto y no le vi muy asustado.

Preparamos la mesa y nos sentamos a cenar. En realidad, al menos para mí, era temprano para cenar, pero como la única luz que teníamos era la del fuego de la chimenea y la de una lámpara, ¿para qué seguir despiertos?

Cuando cenamos y recogimos todo, nos sentamos alrededor de la mesa y tío Manolo nos contó dos historias terroríficas ¡Los tres parecíamos niños boquiabiertos oyéndole narrarnos cosas espeluznantes! Luego, sabiendo muy bien que estaríamos un poco asustados, nos contó algunas anécdotas muy graciosas y, cuando nos dimos cuenta, era ya casi la hora de irse a la cama. Tío Manolo dijo que se quedaría abajo un buen rato y nosotros subimos al dormitorio. No se podía ver hacia afuera, pero se notaba perfectamente que seguía nevando.

Las gruesas velas seguían ardiendo y ya nos habíamos acostumbrado a su luz suave y amarillenta. Volvimos a desnudarnos casi en silencio y nos metimos en la cama. Enseguida estábamos los tres abrazados.

  • Me parece – dijo Rufo – que aquí no hay nadie que no esté empalmado ¿En qué estáis pensando?

  • ¡En el triángulo ese! – dijo medio metro - ¿Cuándo lo vamos a probar?

  • Pues… - se me ocurrió -, mejor hacerlo ahora que estamos limpios.

  • ¿Y quién pone el orden? – preguntó Rufo sospechando -.

  • Lo has inventado tú – le dije -, pero creo que yo soy el mayor y sé mejor cómo deberíamos hacerlo. Para que medio metro aprenda bien, y nosotros, él debería mamársela a Rufo, Rufo a mí y yo a medio metro. Así, medio metro notará cómo se lo hago y se lo irá haciendo a Rufo. A ti, hermano, no tengo que enseñarte porque lo haces muy bien.

  • ¡Gracias, generoso! – dijo -, pero el que se la va a mamar primero a medio metro eres tú.

  • ¡No discutamos! – dije -; hay mucha noche por delante. Cuando nos corramos los tres y descansemos un poco para reponernos mientras hablamos, cada uno se echará hacia el lado contrario, o sea, Rufo se la mamará a medio metro, medio metro a mí y yo ti, hermano.

  • ¡No es mala idea! ¿No? – preguntó medio metro -; en esto del triángulo nadie se queda sin su ración.

  • ¡Vale! – dijo Rufo -; en realidad eso no tiene tanta importancia, pero si medio metro me la va a mamar por primera vez, debe saber que no me gusta que me dé con los dientes.

  • ¡Hombre! – exclamó medio metro - ¡Eso lo sé y tendré cuidado!

Casi no se habló más nada, nos colocamos en círculo y me vi la polla de medio metro muy cerca. Estaba deseando de comérsela. Rufo se levantó un poco y dijo que los tres comenzaríamos a la vez y que hasta que no se corriera el último, no se paraba.

  • ¡A la una, a las dos y a las trmmmmmm!

La polla caliente de medio metro entró en mi boca casi de golpe. Estaba suave y me encantaba su sabor un poco salado. Conforme yo iba mamándosela. Él se iba dando cuenta, más o menos, de lo que tenía que hacerle a mi hermano, pero por los chupetones que me daba Rufo, me pareció que medio metro se la estaba comiendo muy bien.

Comenzaron los estertores y mi boca se llenó de leche, de tal forma, que se me salía por todos lados. Este chico tenía reservas para mucho. Al final, fuimos escupiendo al suelo y comenzamos a jadear.

  • ¡Coño! – dije - ¡Qué paliza más rica! ¡Esto hay que repetirlo!

  • ¡Venga! – dijo medio metro - ¡Repitamos!

  • ¡Espera, espera, chico! – le dijo Rufo -; yo no sé tú, pero yo necesito descansar y reponerme bastante. La verdad es que me has hecho una mamada para premio. Creo que me has dejado seco.

Comenzaron los comentarios y las risas sin estruendos y así nos fuimos reponiendo. De pronto, oímos un ruido. La voz de tío Manolo se oyó fuerte en el pasillo:

  • ¡Que descanséis, chicos!

Pero entraban las primeras luces de la mañana cuando nos quedamos dormidos.