Nico y Rufo: El tercer ojo 1/2

Primera parte de este día tan movido de Nico y Rufo con su amigo Mediometro.

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Nico y Rufo:

El tercer ojo 1/2

1 – Un nuevo proyecto

  • ¡Nico! ¿Tú crees que tío Manolo nos dejará montar cualquier cosa en la casa de al lado?

  • ¿Por qué me preguntas eso, Rufo? – contesté extrañado - ¡Mientras no montemos un prostíbulo…!

  • ¡No, hermano! – se incorporó en la cama -, pero le dijiste a medio metro que le enseñarías cosas de Internet. Tío Manolo me ha enseñado a mí mucho, pero tú tienes muchos más conocimientos ¿Darías clases de lo que sabes?

  • ¿Por qué no, Rufo? Pero no podremos hacer lo de la tienda de regalos y ponernos a dar clases al mismo tiempo ¡Ya lo pensaremos! ... aunque ¿quién sabe?... ¡a lo mejor vienen muchos chicos guapos…!

  • ¡Qué borde! – me empujó riendo - ¿Piensas follártelos a todos?

  • ¿Borde yo? – lo empujé también - ¡La idea ha sido tuya! Pero… ahora mismo, podemos hacer dos cosas para no aburrirnos: o nos metemos en Internet o follamos ¿Qué te apetece?

  • ¡Soy un egoísta, Nico! – pensó -; yo primero follaría porque no sabemos el tiempo que nos quedaremos enganchados con Internet. Lo que pasa… es que me gustaría ir haciendo cosas nuevas en la cama; contigo ¿Se te ocurre algo nuevo?

  • ¡Bueno! – no sabía qué decir - ¿Hay algo que aún no hayamos hecho? ¡Hasta hemos follado con medio metro!

  • Sí, Nico – me dijo con misterio -, pero ¿recuerdas que te dije que no nos podíamos follar los dos al mismo tiempo?

  • ¡Eh, oye! – exclamé - ¿Qué estás pensando?

  • Tú dijiste – me recordó – que sólo se podían hacer las dos mamadas al mismo tiempo, el 69, ¿no? A medio metro no se la han mamado todavía y él tampoco se la ha mamado a nadie ¿Y no podríamos hacer un triángulo?

  • ¿Un triángulo? – no sabía a dónde quería llegar - ¿Estás pensando en que en vez de ser una pareja nos unamos los tres?

  • ¡No! – contestó serio -, pero si nos echamos los tres en la cama, podríamos hacer un juego nuevo. Medio metro no ha probado nunca una mamada, ¿no? Pues nos ponemos los tres aquí y cada uno que se la mame a otro diferente

  • ¡Ay, hermano Rufo! – levanté las manos - ¡Se te ocurren muchas cosas, es verdad, pero te estás volviendo de un borde…!

  • Él ha quedado en venir hoy por la mañana un rato – dijo -; si le apetece hacer algo

No. Mi hermano Rufo no se había convertido en un borde ni en un pervertido ni nada de eso. Estaba experimentado sensaciones nuevas, cosas que no conocía. Yo mismo le había enseñado muchas ¿De qué iba a quejarme? Por otro lado, la idea esa del «triángulo» no me parecía tan mala. Pensé que lo mejor sería echar un polvo, navegar un poco por Internet y esperar a que llegase nuestro amigo.

2 – La nevada del siglo

  • ¡Vaya, Nico! – gritó Rufo desde la ventana - ¡Está cayendo la nevada del siglo! ¿Se lo decimos a tío Manolo?

  • ¡Déjame ver! – me asomé a la ventana - ¡Joder! He visto nevar muchas veces, pero no de esta manera ¡Vamos a decírselo a tío!

  • ¡Sí! – se volvió a mirarme -, pero antes deja de meterme el rabo y vamos a vestirnos, ¿vale?. ¡Le gustará verlo!

Nos pusimos otra vez la ropa (ya habíamos bajado a desayunar) y fuimos corriendo a decirle a tío Manolo que se asomase por la portezuela de la mirilla para ver lo que estaba cayendo.

  • ¡Tío Manolo! – gritó Rufo - ¡Está nevando una barbaridad! ¡Asómate! En todo el tiempo que llevo aquí, nunca he visto caer tanta nieve.

  • Año de nieves – contestó -, año de bienes. Ya decía yo que empezaban las nevadas muy fuerte ¡Vamos a ver lo que cae!

Se levantó con parsimonia, abrió la portezuela que hacía de mirilla y se puso a mirar boquiabierto.

  • ¡Santo cielo! – exclamó -; si sigue nevando así mucho tiempo, nos vamos a quedar en casa una temporada. Me da la sensación de que tendréis que coger la pala y quitar algo de nieve para poder salir. Doña Rosario no va a poder traernos la comida así. Uno de vosotros irá a recogerla con el portaviandas bien calentito.

  • ¿Hay que salir ahí afuera con la que cae, tío? – pregunté - ¿No es mejor que vaya Rufo que está… más acostumbrado?

Se volvió a mirarme, cerró la ventanilla y se volvió hacia su asiento.

  • ¡Está bien, Nico! – dijo -; Rufo irá a por la comida y tú ve cogiendo la pala, que te encargarás de despejar un poco la puerta.

  • ¡Vaya! – dije a media voz - ¡Me tocó!

  • ¡No te quejes, Nico! – me dijo Rufo muy serio -; la casa de doña Rosario no está lejos, pero la nieve estará blanda y me hundiré ¡A ver cómo remediamos eso!

Y nuestro tío Manolo, que sabía lo que había en la casa de al lado, pensó una solución:

  • ¡Veremos, hijos! – dijo -; ahí al lado hay muchos tablones estrechos y un poco largos. Son todos iguales; los hice para poner un plinto de madera. Haced algo para amarrarlos a las botas como esquís. La nieve puede alcanzar mucha altura.

Nos miramos un poco conformes, pero aquello significaba que no íbamos a poder follar ni navegar por Internet. Entonces, habló Rufo:

  • ¿Tú sabes, tío, que medio metro venía para acá?

  • ¿Qué me dices? – se levantó asustado - ¡Voy a llamar a su casa para que no se venga!

Nos miramos decepcionados. Otro proyecto que se nos había estropeado. Manolo descolgó el teléfono apurado y marcó rápidamente:

  • ¡Metro, Metro! – dijo - ¿Está ahí tu hijo? ¡Que no se venga a casa! …. ¿Cómo? ¿Qué estás diciendo?

Colgó y nos miró muy asustado.

  • ¡Medio metro – dijo – hace un rato que salió de su casa!

  • ¡Oh, no! – exclamó Rufo nervioso - ¡Tendremos que salir como sea a buscarlo! ¡Vamos, hermano! ¡Pongámonos los abrigos, los guantes y el gorro! ¡Tenemos que salir como sea! ¡Seguro que está a media calle!

Me asusté mucho, no puedo negarlo, nunca me había visto en otra igual, pero pensé que si estaba cerca de su casa debería volverse y si estaba ya bastante arriba, tendríamos que ayudarle a subir. Nos abrigamos muy bien y abrimos la puerta. Tuvimos que subir un escalón de nieve que era ya bastante alto, pero nuestros pies se hundían. Cerramos inmediatamente y comenzamos a bajar hundiéndonos hasta más arriba de las rodillas.

  • ¿Lo ves, hermano Nico?

  • ¡No! – respondí asustado - ¡Aún no le veo! ¡Tenemos que bajar más aprisa!

Como la calle hacía mucha pendiente, no nos era tan difícil movernos, pero pensé que medio metro podría estar atrapado. Si lo bajábamos a su casa ¿cómo íbamos a subir luego? Seguí pensando mientras bajábamos agarrados y mirando a todos lados. Anduvimos bastantes metros y me pareció ver algo.

  • ¡Rufo, Rufo! – grité - ¡Me parece que lo veo! ¡Vamos!

Corrimos un poco más y le vimos intentando subir con mucha dificultad ¡Se iba a quedar atrapado! Bajamos hasta donde estaba y nos miró asustado. La bufanda le tapaba toda la cara, pero pude ver su expresión. Lo agarramos cada uno por un brazo y miré entonces hacia los dos lados de la calle. Estábamos más cerca de nuestra casa. Era mejor subirlo. Comenzamos a movernos con dificultad. A pesar de hacer tanto esfuerzo, nos estábamos helando. Vi que nos acercábamos a la casa poco a poco.

  • ¡No te preocupes, medio metro! – le dije - ¡Ya vamos a llegar! Te pondremos cerca del fuego. Nosotros también tendremos que entrar en calor.

  • ¿Cómo voy a bajar luego? – dijo preocupado - ¡Mi padre quiere que esté en casa a la hora de comer!

  • ¡Eso no puede ser, amigo! – lo miré angustiado a los ojos -; habrá que esperar a que deje de nevar. Nosotros te llevaremos a tu casa.

Ya empezaban a pasárseme imágenes por la cabeza ¿Cómo íbamos a bajar a nuestro amigo si no dejaba de nevar? Tendría que quedarse en casa. Pensé que a Rufo le haría mucha ilusión; sobre todo si se tenía que quedar a dormir con nosotros. Nos acercamos a la puerta y golpeé con la mano. No habíamos cogido las llaves. Nos abrió tío Manolo y caímos los tres dentro de la casa exhaustos.

  • ¡Vamos! – dijo tío Manolo - ¡Quitaos los abrigos y acercaos algo al fuego! ¡Cuidado con los sabañones! Cuando entréis en calor, tendréis que cambiaros de ropa. Estará empapada.

Nos quitamos la ropa de abrigo y nos sentamos los tres muy unidos junto al fuego. Tío Manolo se puso a prepararnos algo caliente para beber y, poco a poco, se nos fue pasando aquel malestar del frío. Nos cogimos los tres las manos y nos dimos masajes. Luego, nos dio tío tres buenos tazones de leche con chocolate. Medio metro me miró sonriendo.

3 – El observatorio

Hablamos un rato con tío Manolo y llamó a casa de medio metro para decirle a sus padres que estaba con nosotros, pero también hablaron algo de lo que yo ya había pensado: si seguía nevando así, nuestro amigo se quedaría en casa. La situación peor había pasado y nos miramos los tres con gesto de cómplices: «¡Se queda en casa!».

Ya hablado todo lo que había que hablar y terminado el tazón de chocolate, nos vimos allí sentados con la ropa empapada, así que tío nos dijo que nos fuésemos arriba y nos quitásemos todo.

  • Prestadle ropa a medio metro – nos dijo -; aunque vuestro dormitorio es muy cálido, tenéis que poneros algo ¡No me hagáis locuras, que no está el tiempo para resfriados ni para llamar al médico! ¡Vestíos!

Subimos despacio y entramos en el dormitorio y, sin sentarnos en la cama, comenzamos a desnudarnos. A pesar de que estábamos un poco asustados, comenzaron a cruzarse entre nosotros miradas pícaras y sonrisas. Yo creo que los tres estábamos pensando en lo mismo, pero Rufo rompió el silencio:

  • ¿Sabéis una cosa? – dijo con misterio y burlonamente -; lo mejor que hay para entrar en calor… es un buen polvo.

  • ¡Ya empezamos! – le dije estando de acuerdo con él -; deja que medio metro se tranquilice ¿no? Debe estar nervioso de haberse visto solo perdido en la nieve.

Medio metro nos miró también pícaramente y nos sonrió.

  • O sea – dije -, que ya que estamos desnudos

  • ¡Porfa, Nico! – dijo medio metro -; la idea de tu hermano me gusta ¿Vas a estropearla? Lo haremos como un juego para entrar en calor.

  • ¡Vale, tíos! – les dije -; tenéis que ir quitando la colcha mientras voy a ver cómo va esa nevada.

Me asomé a la ventana y me quedé de piedra. No se veía casi nada más allá de unos metros de nuestra casa.

  • ¡Eh, tíos, venid aquí a ver esto! – grité - ¿No hay peligro de que se hunda el tejado?

  • ¡Que no, Nico, que tío Manolo lo tiene muy bien preparado! – dijo Rufo con paciencia -. Cuando lleves aquí algún tiempo más, te acostumbrarás a estas cosas aunque… ¡la verdad es que no había visto nunca nevar tanto!

  • Pues con la excusa de asomaros al «observatorio meteorológico» - dije sin moverme -, alguien me está poniendo un rabo gordo y caliente en el culo.

  • ¡Soy yo, Nico! – dijo medio metro - ¡Lo siento!

  • ¿Ah, sí? – le dije riéndome - ¿Y lo sientes mucho como para notar gusto?

Nos echamos a reír como niños y a Rufo no se le ocurrió otra cosa que coger las almohadas y ponerse a darnos almohadazos por todos lados, pero con la intención de que nos fuésemos para la cama. Al final, caímos los tres sobre el colchón y, poco a poco, se fueron acabando las risas. Comenzamos a mirarnos primero, a besarnos luego y a tocarnos después. Sabía que aquello iba a acabar en una orgía, pero habría que pensar lo que íbamos a hacer. Por el momento, disfruté muchísimo besando y rozándome con mi hermano y con nuestro amigo. Así estuvimos un buen rato hasta que caímos boca arriba en la cama.

  • ¿Qué hacemos? – dijo Rufo -; podemos follar como el otro día.

  • ¿Y por qué no me dais un poco en el culo con los dedos a ver si se me acostumbra? – dijo medio metro - ¿No tenéis ese lubricante?

  • ¡Sí! – dijo Rufo pensando -, pero creo que lo guardé… ¡Jo, no me acuerdo! Ahora tendré que levantarme a buscarlo ¡Esperadme!

Comprendo que no estuvo bien, pero mientras Rufo buscaba la crema, medio metro y yo nos dimos el lote. Me pareció que, de verdad, nuestro amigo estaba deseando de que le entrase algo caliente por el cuerpo; ¡bueno, por el culo!

Cuando ya trajo la crema, le dijimos que se pusiera en la mejor postura, es decir, tendría que dejar la cabeza sobre la cama y apoyar las rodillas para levantar el culo. Cuando lo hizo, mi hermano y yo nos miramos asombrados. Sus nalgas se abrieron un poco ellas solas y se veía su agujero rosado y sin estrenar. Mi hermano abrió el bote y se mojó los dedos de crema para untársela, pero los dos colaboramos para que estuviese bien esparcida. De momento, lo interesante era ponérsela encima del agujero y, poco a poco, iríamos metiéndole un dedo hasta que se relajase.

  • ¡Ya lo sabes, medio metro! – le susurré - ¡Tienes que estar muy relajado y no apretar el culo! Si aprietas el culo, ni sale nada ni entra nada ¡No te preocupes si se te escapa un pedo!

Nos reímos, pero mi dedo iba entrando muy lentamente y sin dificultad. Me pareció que medio metro no iba a tener muchos problemas para ser penetrado, pero había que tener cuidado de no hacerle daño. Mientras tanto, mi hermano observaba sin pestañear. Mi dedo ya estaba dentro. Era el momento de empezar un buen masaje. Entonces, mi hermano, que es muy curioso, quiso hacer una prueba. Acercó su dedo largo y fino, lo puso junto al mío y fue apretando despacio.

  • ¡Medio metro! – le dije - ¡Si te duele nos avisas!

  • ¡No, no, qué va! – dijo - ¡Me gusta mucho y no me duele nada!

Mi hermano sonrió y fuimos metiendo nuestros dedos en aquel culo rosado y tirando suavemente hacia los lados. Nos quedamos asombrados. Nuestros dedos entraban fácilmente.

  • ¡Medio metro! – volví a hablarle - ¿De verdad no te duele?

  • ¡Que no, Nico! – me dijo seguro - ¡Yo te aviso!

Su tercer ojo se le estaba abriendo. Yo creo que no era cuestión de dilatarle mucho el esfínter. Era cuestión de que se relajase bien, porque me pareció que tenía un agujero donde cabía de todo.

Entonces, quise hacer una prueba. Le hice señas a mi hermano para que sacáramos los dedos. Se extrañó, pero los sacamos. Cogí el bote de crema y me unté bien toda la polla; hasta los huevos. Me moví despacio y puse mis manos en sus nalgas. Mi hermano me miró de tal forma que parecía que me estaba diciendo: «¡Eh, tú! ¡Qué fresco!».

Puse la punta en la entrada a la cueva y comencé a empujar con mucho cuidado.

  • ¡Avisa, medio metro! – dije - ¡Ahora es posible que notes algo más de dolor!

  • ¡Vale! – respondió - ¡Yo te aviso!

Comencé a empujar despacio, pero no notaba impedimento. Cuando ya empezó a entrarle mi capullo, vi que se movía un poco y se quejaba.

  • ¿Te duele? – le pregunté - ¿Paro?

  • ¡Que nooooo! – dijo - ¡Qué pesado! ¡Yo te avisaré cuando duela!

Miré a mi hermano embobado y seguí empujando. Mi hermano no se perdía un detalle en primer plano. Mi polla estaba entrando un poco y medio metro no decía nada. Seguí empujando y entonces me avisó de que estaba notando algo, pero que siguiera; que no parase. Cuando me vine a dar cuenta, hizo un movimiento raro, pero no dijo nada, así que seguí empujando un poco. Lo peor había pasado. Levantó una mano y tiró de mi pierna. ¡No exagero! Cuando me vine a dar cuenta estaba toda dentro.

  • ¿De verdad no te duele?

  • ¡No! – dijo - ¡He notado una cosa muy rara, pero… ¿Estás dentro? Noto como si lo estuvieras.

  • Pues verás… - le dije -; me parece que te la he metido entera.

Miró atrás incrédulo.

  • ¿Entera? – dijo asustado - ¿Ya me la has metido?

  • ¡Pues sí! – le dije -; sólo iba a probar, pero ya no puedo meterte más.

Y sin ningún tipo de miedo ni de duda, se volvió a mirarme sonriendo:

  • ¡Fóllame, fóllame! – dijo - ¡Aprovecha que ya está dentro! ¡Quiero notar eso!

Evidentemente, yo tuve que aguantar mucho hasta correrme, pero medio metro estaba disfrutando de lo lindo. Me eché sobre él. No podía aguantar más y me corrí.

  • ¿Qué pasa? – preguntó - ¿Por qué te paras?

  • ¡Medio metro, amigo! – le dije jadeando -; te he follado, me he corrido dentro de ti y ni te has enterado.

  • ¡Sí me he enterado! – me miró riéndose - ¡Qué gusto da, pero qué corto es!

Mi hermano, que seguía teniendo sus ideas originales, le dijo que si quería seguir un poco. Yo sabía lo que iba a pasar, porque medio metro dijo inmediatamente que sí; que siguiera más. Rufo cogió la crema y se puso bien embadurnada la polla. Me hizo señas para que me apartase, así que la saqué con cuidado. Medio metro miraba de vez en cuando a ver qué pasaba, pero allí seguía loco de contento. Entonces, me acerqué yo a mirar como en un observatorio.

Mi hermano ya no tuvo que tener tanto cuidado, pero se la fue metiendo despacio y medio metro gemía, pero no de dolor precisamente. La polla de mi hermano fue entrando sin problemas y, cuando me di cuenta, se la había metido entera. Entonces, comenzó a follárselo despacio y aguantó un poco más que yo, pero medio metro decía entre dientes que siguiera, que no parase. El tercer ojo estaba abierto. Mi hermano empezó a temblar sin dejar de moverse cada vez más rápido y acabó echado sobre la espalda de nuestro amigo:

  • ¡Hijo! – exclamó - ¡Que nos vas a matar tú a nosotros y no al revés!

  • ¡Pues aún aguanto más! – dijo mientas se la sacaba - ¡Casi me corro de gusto sin tocarme la polla!

  • ¿Sabes, medio metro? – le dije -; lo tuyo no es cuestión de prepararte el culo para follarte, sino más bien de relajarte y ponerte crema. En otro momento seguiremos, porque nos has dejado a los dos casi muertos de gusto.

  • Si quieres – le dijo mi hermano -, te hago una paja para que tú también te corras ¿Vale?

  • ¡Vale!

Se puso boca arriba y cuando mi hermano empezó a pajearlo, se corrió en pocos segundos: «¡Qué gustazo!».

  • Ahora – dijo medio metro como si nos dijera un secreto – os diré el truco. Como yo trabajo en la carpintería y mi padre me enseña a hacer de todo… mesas, puertas, sillas… pues preparé un palo bien barnizado y lo unté con aceite. Con eso he ido probando ¡No tenía otra cosa! Cada vez me hacía palos más gordos.

  • ¡Joder! – exclamó Rufo - ¡Con razón te entra tan fácil!

  • Pues yo pensaba que no era igual un palo que una polla – dijo -, pero la diferencia es que la polla está más blandita y calentita ¡Me gusta!

Mi hermano y yo nos miramos asombrados en silencio.

(Continúa)