Nico y Rufo: El séptimo, descansamos

Un día de descanso de nuestros amigos un tanto... movidito.

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Nico y Rufo:

El séptimo, descansamos

1 – Pintura mezclada

Llegaron pronto, por la mañana, nuestros amigos el palomo y el quinto pino para pintar toda nuestra casa de al lado. La puerta principal de entrada iba a seguir siendo la de siempre y se pasaría al salón de juegos por la puerta del fondo (pasando los fregaderos). Nos aconsejaron que sería mejor esperar a que «el metro» deshollinase la chimenea si no queríamos tener todas las paredes manchadas de tizne negro, así que dejamos las latas de pintura, las escaleras y algunas otras cosas en el salón vacío y nos sentamos con tío Manolo un rato.

  • Cuando tengáis eso pintado – les dijo tío – y antes de que lo decoréis, me gustaría verlo. Me han dicho Nico y Rufo que vais a poner las paredes de colores con tonos pastel. Me parece que va a quedar muy bonito.

  • ¡Sí, Manolo! – le dijo el palomo -; Nico nos dijo qué colores habían elegido. Nosotros los pedimos y nos los traen pronto. Esos colores le darán a la casa un aspecto muy alegre.

  • ¡No lo dudo! – les sonrió tío -; a mí me gustan todas esas cosas.

  • Ahora – le aclaró el quinto pino -, lo mejor sería deshollinar y ventilar bien la casa antes de pintar.

Sólo pasaron unos minutos cuando apareció el metro con su hijo (medio metro) cargado de varillas y de bolsas. Saludó a tío, que lo invitó a una copita de añico (ya empezaba la cosa) y pasó al salón.

  • ¡Vaya! – exclamó -; no sabía que manolo tuviese una casa tan grande aquí al lado ¿Puedo echarle un vistazo?

  • ¡Por supuesto, metro! – le dije -; pero no espere una casa grande. El salón es grande, la cocina es pequeña… y arriba hay un único dormitorio grande con un baño bastante grande. Pero prácticamente vamos a usar el salón.

Miró la chimenea por fuera y por dentro y nos confirmó que habría que limpiarla bien. Luego, cuando subimos a ver el dormitorio, le vi mirando a un lado y a otro. Se asomó a la escalera y echó un vistazo al baño.

  • ¡Vaya! – exclamó - ¡Qué sorpresa! Esta casa tiene la chimenea construida de tal forma que calentará el dormitorio y el baño tanto como el salón. Os será muy útil.

Me gustó aquello. Así no tendríamos que ponerle un calentador a la parejita que iba a usarlo. Bajamos al salón y se colocó un mono de trabajo muy tiznado. Nos aconsejó que abriésemos todas las puertas y ventanas y que pasásemos a la otra casa cerrando la puerta.

  • Es cosa de poco tiempo – aseguró -; pronto podréis estrenarla.

  • Antes de encenderla – dijo Rufo -, queremos pintar la casa entera.

  • Mejor así – le contestó -; primero pintáis y, cuando se seque la pintura, como notaréis humedad, cerráis las ventanas y la encendéis. Os aseguro que hará tiro perfectamente. Tenéis un salón muy grande.

Cuando terminó, se despidió amablemente de todos nosotros y pasaron «los pintores» a comenzar su tarea. Al verlos preparar las cosas supe que si hubiésemos pintado nosotros ni hubiera quedado bien ni hubiéramos tardado tan poco.

El quinto pino se fue arriba para pintar el dormitorio y el baño y yo me subí con él. Abajo, se quedó el palomo con mi hermano y medio metro porque iba a necesitar ayuda. Cuando el quinto pino preparó la escalera y abrió la lata de pintura blanca para el techo, me dijo que cerrase la puerta. Mojó por primera vez el rodillo y subió unos peldaños (el techo no era muy alto). De pronto, tuve su bulto a la altura de mi vista. Debajo del mono blanco de trabajo, se adivinaba que estaba bien empalmado; seguro que ya habían estado tomando añico en el quiosco.

Me acerqué a él despacio y con cuidado y me dijo que podría llenarme los cabellos de pintura blanca, pero no le hice caso. Observé que la cremallera se abría desde abajo o desde arriba. Levanté despacio mi mano y le puse la palma y los dedos sobre el paquete abultado. Se quedó un momento inmóvil, pero siguió pintando hasta que le abrí la cremallera y vi sus calzoncillos. Le hice una caricia y dejó de pintar agarrándose a la escalera. Tiré del elástico y salió su polla balanceándose. Tiré un poco de él hacia mí y comencé a hacerle una mamada. Supuse que eso le daría fuerzas para pintar. Se corrió en poco tiempo y me dejó la boca casi llena de leche. Cuando escupí al suelo, coincidió que estaba allí la lata de pintura y calló el buche dentro de ella.

  • ¡No pasa nada! – dijo bajándose y cerrándose la bragueta -; voy a agitarlo todo un poco. Es pintura al agua; se disolverá.

Pero cuando se agachó a remover todo aquello, se volvió hacia mí, me bajó la portañuela, me la sacó y comenzó una mamada. Temí que se abriese la puerta y nos vieran, pero no pasó nada. Comencé a ponerme nervioso y me temblaron las piernas. Saqué el culo y me corrí abrazando su cabeza. Me miró y me sonrió, pero cuando escupió, vino a caer su leche también en la pintura.

  • ¡Vaya, hombre! ¡Guárdate la polla, amigo! – dijo -, que creo que voy a tener que agitar esto otra vez.

  • Me parece – le dije riéndome – que este dormitorio tendrá para siempre en el techo una mezcla de pintura con dos leches.

  • Me gusta eso – dijo -; nunca he pintado un techo con leche de dos tíos.

Aguantamos la risa y seguí echándole una mano, es decir: le sujetaba la escalera por un lado, le agarraba el paquete por otro y le mojaba el rodillo de vez en cuando. Era increíble. Tenía una agilidad fantástica para pintar. En muy poco tiempo, había acabado el techo.

Cuando se bajó de la escalera, me besó y me dijo que iba a empezar con las paredes y que me bajase si quería. Todo iba a ser rápido.

  • ¡Vale, guapetón! – le dije -; estaré abajo. Dame una voz cuando vayas a pintar el techo del baño.

El dormitorio estaba quedando de ensueño. El color rosa palo pastel que se eligió iba a quedar muy coqueto.

Mientras tanto, medio metro y mi hermano, ayudaron al palomo a pintar el techo, que era un poco más alto, y ya estaban diciéndole de qué color iba cada pared. Cuando nos dimos cuenta, ya estaba todo pintado.

  • ¡Mira, Nico! – me dijo el palomo -; dejad que se que se oree y se seque hasta mañana. Entonces, cerráis las ventanas y encendéis, con cuidado, la chimenea. No hacedme tiznones, que si no habrá que volver a pintar.

Poco después, asomándose tío a ver aquello, no daba crédito a sus ojos. Una casa que había estado cerrada y abandonada durante años, parecía un lugar acogedor y simpático. Le gustó tanto, que invitó a los pintores a una copa de añico.

2 – El extraño descubrimiento

Nos sentamos otra vez un poco con tío, que estaba muy contento de ver cómo iba a quedar la otra casa, pero medio metro tenía que bajar al taller con su padre y mi hermano y yo decidimos dar un paseo.

  • ¡Abrigaos! – nos dijo tío como si fuésemos sus hijos -; hace frío hoy.

  • ¡No sé, tío! – le dijo Rufo -; supongo que bajaremos un rato a la plaza y le enseñaré a Nico las pocas calles que tiene la aldea.

  • ¡Eres poco original y no muy cortés! – le contestó -; tu hermano no hace más que pasear por el pueblo ¿Por qué no lo subes por la vereda hasta lo alto del cerro? ¡Hay una vista muy bonita!

Mi hermano me miró con una sonrisa pícara. Entendí que eso de subir al cerro me gustaría y que allí se podrían hacer ciertas cosas. Nos abrigamos y le dijimos a tío que no tardaríamos y que llegaríamos mucho antes del almuerzo.

Al salir de la casa, en vez de bajar la calle hasta la plaza, tiramos hacia la derecha, donde vivía doña Rosario. Aquella callejuela no era muy larga y acababa en el campo; en una vereda. Subimos por allí agarrados por la cintura. La vereda no era muy ancha y aún resbalaba un poco por los restos de nieve y de hielo. Fuimos entrando en la parte cubierta de pinos y el olor era muy agradable. Nos besamos allí mismo. Por aquella vereda, se suponía que casi nunca pasaba nadie. Tuvimos que subir bastante hasta llegar a una parte más llana y nos adentramos en el pequeño bosque que nos llevaría a un mirador.

Estaba cansado. En el lado derecho de la vereda vi una piedra grande y le dije a Rufo que nos sentásemos a descansar un poco. Se echó a reír.

  • ¿Sabes cómo le dice la gente a esa roca? – me besó - ¡A ver si lo adivinas!

  • ¡Pues no! – dije - ¿Tiene algo especial?

  • Sí – anduvimos hacia la piedra -. Como está al final de la parte más inclinada de la vereda, todo el mundo se sienta a descansar. Por eso la llaman «la roca de los flojos».

Nos sentamos riéndonos, pero acabamos mirándonos a los ojos. Comprendía en esos momentos en los que estaba con mi hermano, que él era lo único que me interesaba en esta vida. Pero el añico seguía pareciéndome una droga y se te iban los ojos a los paquetes de los tíos y te follabas cualquier cosa. Estuvimos bromeando sobre eso, y Rufo, viendo mis intenciones, me empujó, pero no imaginó que yo fuese a caer sobre un arbusto. No pasó nada y me puse a reírme pidiéndole que me ayudase a levantarme. De pronto, noté un olor que me era familiar.

  • ¡Oye, hermano! – bajé la voz con misterio -; acércate un poco.

  • ¿Ya me quieres follar, so guarro? – se rió -.

  • ¡No, no, acércate y verás! – dije con misterio -; mi hermano, pensando que yo quería atraerlo para echar allí un polvo, se echó sobre mí en vez de tirar de mi brazo, pero cuando estaba a punto de besarme, se quedó inmóvil y boquiabierto.

  • ¿A qué hueles, Rufo? – le dije - ¿No te recuerda este olor a nada?

  • ¡Joder! – exclamó incorporándose - ¡Huele a añico!

  • ¿No habrá vomitado alguien aquí? – le dije con asco -; tal vez, tras subir esa cuesta bien puesto, echó aquí todo lo que había bebido.

  • ¡Anda, anda, Nico! – dijo -; si oliese a vómito, olería agrio; pero es que huele dulce como el verdadero añico.

Vio unas bayas de color oscuro que sobresalían entre las ramas, se acercó a oler una y me miró asustado.

  • ¡Nico! – exclamó - ¡Estas bayas huelen a añico! ¡Puede que sea un componente de la bebida!

  • Pues vamos a probarlas – le dije -; lo mismo te ponen cachondo sin tener que beber.

  • ¿Y si son venenosas? – se asustó -; si nos envenenamos ¿quién nos va a socorrer? ¡Aquí no sube nadie!

  • ¡Venga ya! – arranqué una baya -; yo voy a darle solo un pequeño mordisco a ver a qué sabe. Con eso no me envenenaré.

Mordí despacio la baya y noté un calor muy grande que me quemaba la boca. Lo miré intentando no asustarlo ¡La baya sabía a añico y daba un calor instantáneo a la boca y, poco después, al cuerpo!

  • ¡Joder, Rufo! – le dije - ¡Me da la sensación de que el licor está hecho con esto! ¡Sólo falta saber cómo lo hacen! ¡Fóllame, fóllame! ¡Esto te pone a tono!

  • ¡No, hermano! – me dijo Rufo asustado - ¡Espera! Cogeremos esta bolsa de plástico y la llenaremos de bayas. Se lo diremos a tío Manolo y a ver si es posible averiguar cómo se hace el licor, porque he visto que con un simple mordico, te has puesto colorado de calor y me dices que quieres follar aquí ¡Aguanta un poco! Sé que es mucho pedirte, pero aguanta hasta que veamos el paisaje y bajemos.

Me levanté con su ayuda, sin decir nada y comiéndomelo a besos. Le hubiera echado un polvo allí mismo. Aguanté agarrado a su cintura mientras andaba loco de contento hasta el mirador ¡Aluciné con la vista que desde allí podía admirarse! Cuando mi hermano se giró hacia mí para señalarme dónde estaba la antigua mina de carbón, me puse de rodillas en el suelo, le abrí los pantalones frenéticamente y le comí la polla en el sitio más alto y, quizá, más visible de todo el pueblo. Mi hermano se cortó, ¡claro!, pero se corrió casi dando saltos de gusto.

  • ¡Vamos, bajemos! – me dijo - ¡Hay que investigar esto con tío y con el palomo; vive en una casa al lado de la bodega.

  • ¡Joder! – lo besé - ¡Es que podemos hacernos nuestro propio licor!

  • ¡Sí, Nico! – me contestó con paciencia -; estás caliente por todos lados, pero también estás alucinando. Estas bayas son peligrosas. Cuando se te pase el efecto, ya hablaremos de esto. No quiero convertirme en un adicto a esta droga.

  • ¡Es de puta madre! ¡Del carajo!

3 - La reunión con tío

  • ¡Veréis, hijos! – nos dijo tío -; comprendo vuestra ilusión por haber descubierto que estas bayas son las que se usan para hacer el añico, pero es que eso lo sabe todo el pueblo. El secreto, es que hay que saber hacer el licor, porque si no, en vez de calentar, quema y, en vez de entonar, hace de alucinógeno peligroso ¡No os quiero drogados en esta casa! Primero, intentad descubrir la fórmula; segundo, haríamos un añico más suave y, tercero, sólo se beberá una copita o dos al día para entonar ¡Nos podemos convertir en drogadictos!

  • ¡Jo! – exclamó Rufo - ¡Yo no quiero engancharme a esta droga! ¡Mira cómo está Nico todavía y hace media hora que le dio un pequeño mordisco a la baya!

  • Me vas entendiendo, Rufo – me dijo tío -, porque estás fresco, pero tu hermano está drogado con esa pizca que ha tomado y… ¿sabes una cosa? Podíais haberlo preguntado antes; ahora, Nico estará drogado todo el día. Mejor que se eche a descansar, ¡solo!, hasta que se le pase. De momento, que beba mucha agua y orine todo lo que pueda.

  • ¿Drogado todo el día? – dije como pude -; me caigo de sueño, amor mío – me dirigí a mi hermano románticamente - ¡Súbeme a la cama y te echas un ratito conmigo, anda!

Tío Manolo me miró aguantando la risa, porque la situación no era para reírse. Yo, evidentemente estaba bajo los efectos de aquel alucinógeno y Rufo me metió en la cama para descansar, pero no se acostó conmigo; no quería aguantar un polvo detrás de otro.

Rufo se sentó en una silla junto a la cama y estuvo mirándome disimuladamente más de media hora. Como no me había tapado con la sábana, tiré un poco del elástico de mis calzoncillos y me hice una paja medio dormido. Lo puse todo empapado de leche, así que mi hermano lo recogió sin hacer ruido y me dejó dormido. Esto me lo comentó siendo ya casi de noche; cuando empecé a reaccionar. Entonces le dije que quería hablar con el palomo para saber la fórmula, y mi hermano, que estaba sereno, me convenció para esperar al día siguiente.

Cuando cenamos y recogimos y fregamos, volvimos a subir al dormitorio, nos pusimos en pelotas y nos echamos en la cama a charlar un poco.

  • ¡Verás, Nico! – me dijo mi hermano -; quiero saber algunas cosas ¿Re cuerdas dónde estuvimos esta mañana?

  • ¿Esta mañana? – pregunté confuso - ¡Joder!, pues no me acuerdo ¿No estuvimos pintando la casa?

  • ¡Eso es! – me contestó – y… ¿ya no recuerdas nada más?

  • ¡Pues no! – le dije -; sólo recuerdo que acabé muy cansado y me acosté… pero no lo recuerdo muy bien.

  • ¡Ya! – me miró sonriente -; supongo que ahora te encuentras bien.

  • ¡Oye, pues sigo cansado! – le dije -, pero te echaba un polvo

  • ¡Mira, Nico! – me dijo -; hoy va a terminar el día de forma muy relajada. Es mejor para los dos que no nos pasemos. Vamos a descansar, que mañana será otro día.

Pero cuando apagó la luz, y lo vi empalmado con la penumbra que daban las farolas de la calle, le metí mano y lo puse a tono. Se volvió hacia mí y descansamos casi toda la noche; pero follando como locos.

Cuando bajamos por la mañana, no encontramos a tío Manolo sentado frente a su tele, sino que había una botella de añico sobre la mesa, una copa vacía y varios pañuelos llenos y pegajosos. Imaginando «el descanso» que habría tenía tío aquella noche y viendo las pistas que había dejado, intenté disimular:

  • Esto es que tío se ha resfriado – le dije a mi hermano - ¡Seguro! Se habrá quedado en la cama. Dejémoslo que descanse. Yo recogeré.