Nico y Rufo: El segundo hijo

Nico y Rufo es la saga continuación de Cómplices. Este es otro día, con sorpresas, en las vidas de estos personajes.

Nico y Rufo:

El segundo hijo

1 – Hermanos, no primos

Rufo había notado en mi cuerpo un olor que le era familiar, pero que no era de ninguno de los perfumes que compré. Aún así, nuestra unión y nuestro cariño eran tan fuertes, que seguimos amándonos cada vez que estábamos solos y, un día, cuando ya estábamos conectados a Internet los dos, comenzó a hablarme como pensando en voz alta:

  • ¿Sabes, hermano Nico? Creo que las cosas hay que tomarlas como vienen. Un día te confesé que estuve pajeándome con medio metro. Tú no me has confesado nada, pero yo lo sé. Has estado con él. Pero no por eso me siento mal ni te quiero menos. Podríamos decir que estamos en paz; estamos empatados.

  • ¡No sé, Rufo! – le dije -; a mí me parece mal haberlo hecho. No quiero a nadie tanto como a ti. No me gusta eso de tener que andarnos confesando. ¡No somos curas, leñe! Seamos sinceros y ya está. De todas formas, te prometo que no volverá a pasar.

  • ¡Bueno! – se encogió de hombros - ¡Lo importante es que nosotros sigamos!

Estuvimos un buen rato buscando cosas, navegando por aquí y por allí y Rufo fue aprendiendo muchas cosas que no sabía.

  • ¡Mira, Rufo! – le dije -, como ya llevamos bastante tiempo aquí mirando, ¿por qué no bajamos un rato a hacerle compañía a tío Manolo? No me siento bien cuando sé que está ahí abajo solo.

  • ¡Bueno! – acarició mis cabellos -; él necesita nuestra compañía. Nosotros podemos estar juntos mucho tiempo cuando queramos.

Bajamos las escaleras despacio y lo encontramos, como casi siempre, sentado allí y viendo la tele. Al vernos, la apagó. Nos sentamos junto a él, pero ya no nos dábamos cuenta de que nos cogíamos las manos o nos besábamos de vez en cuando sin importarnos que nos viera.

  • Tío – le dijo Rufo -, venimos a estar un ratito contigo. Además del ordenador, también nos gusta hablarte y oírte contarnos historias.

  • Pues ya que me decís eso y ha pasado algún tiempo – dijo -, me gustaría contaros una historia muy bonita.

  • ¡Sí, sí! – le dije - ¡Cuéntanos algo bonito!

  • ¡Os va a gustar! – comenzó -, porque trata de la vida de dos niños. El primero nació cuando se casaron sus padres, es decir, que la madre ya iba embarazada al altar, pero sólo diez meses después, nació otro. Eran unos padres tan egoístas, que apenas prestaban atención al más pequeño ¿Y sabéis qué hicieron? Lo enviaron con un matrimonio que no podía tener hijos. El marido era su tío; hermano de su padre. Y este pequeño vivió con ellos hasta los cuatro años. Y fue muy bien educado. Pero viendo este hombre que le podían quitar a ese hijo que no era suyo, lo llevó a un sitio escondido para que lo cuidase un amigo. Volvió algunas veces a ver a sus «padres», pero acabó decidiendo que no quería volver.

  • ¡Jo, tío Manolo! – dijo Rufo -; eso mismo me pasó a mí. Me quedé sin padres y ahora no quiero salir de aquí.

  • Así es – continuó -; y su hermano mayor siguió con los padres, aunque tampoco le querían demasiado. Un día, siendo ya mayor, decidió retirarse del mundo y ¿sabéis qué pasó? Se encontró con su hermano.

Rufo y yo nos miramos asustados. Aquello nos sonaba a nuestra propia historia.

  • ¡Pues sí, hijos, sí! – nos miró sonriente -; es una historia verdadera y esos dos hijos sois vosotros. Le debía mi vida a tío Pedro ¿Cómo no iba a cuidar de Rufo? Me costó la misma vida falsificar los papeles para cambiar sus apellidos. Cuando tío Pedro os miró a los ojos, supo la belleza que había en vuestras almas. Igual que salvó a Rufo de quién sabe qué, cuando vio que Nico corría peligro y tenía que perderse, lo envió aquí; con su hermano. Tú, Rufo, eres un Núñez Navarro. Sois hermanos de verdad ¡Quizá lo hayáis intuido!

Nos miramos sin creer que aquello pudiese ser cierto y nos abrazamos de tal forma, que Rufo me hacía daño en el brazo.

  • Tío Manolo – dije - ¿Te importa que volvamos a retirarnos? Tenemos que meditar sobre esto. ¡Nos has dado mucha alegría! ¡Gracias!

  • ¡Claro, hijos! – dijo riendo -; yo ya soy un hombre viejo que necesito soledad y vosotros tenéis toda una vida por delante. De todas formas, os aseguro que todo el pueblo me quiere y que son todos mis amigos. No me siento tan solo, aunque prefiero teneros a vosotros.

2 – El incesto involuntario

Subimos a nuestro dormitorio y, tras cerrar la puerta, nos abrazamos con más amor que lo habíamos hecho antes. Pero los dos teníamos un dilema que resolver. Nos sentamos en la cama y nos tomamos de las manos para mirarnos en silencio a los ojos durante mucho tiempo.

  • Así que… - dudó Rufo - ¿somos dos hermanos de verdad que se están acostando juntos como dos novios?

  • No sé, Rufo – me sentí también confuso -, pero ahora que sabemos que somos hermanos de verdad ¿ha cambiado algo en nuestros sentimientos de hace una hora?

  • ¡No, no, Nico! – me abrazó - ¡Te quiero incluso más que antes! No me importa si somos hermanos o no. Te quiero y ya está.

  • Es que yo te quiero también – le dije -; más que antes. Pero ¿sabes que eso de que dos hermanos casi iguales se amen y se acuesten juntos y follen juntos… no está bien visto? Lo llaman incesto.

  • ¡Bueno! - inclinó la cabeza - ¡Nadie tiene que saber lo que sentimos y lo que hacemos aquí! ¿Lo vamos a decir?

  • ¡No! – dije seguro -; antes lo hacíamos y nadie lo sabe. Si no te importa, podemos seguir igual. Yo quiero seguir contigo.

No dijo más una palabra. Levantó sus brazos y comenzó a desnudarme. Yo comencé a desnudarlo despacio y, apartando la colcha, caímos los dos desnudos sobre la cama para hacer el amor mejor que antes, incluso.

  • Nico – me dijo al terminar -; lo mismo que podemos mamárnoslas al mismo tiempo… ¿hay alguna forma de follarnos al mismo tiempo?

  • ¡Jo! – exclamé - ¡Pues no lo había pensado nunca!, pero me parece que es bastante difícil.

  • Si tú estás dentro de mí – se echó a reír -, ¿cómo voy a metértela?

Nos reímos mucho y nos fuimos casi empalmados otra vez a la ducha. Ahora ya podíamos ducharnos por separado con aquel termo tan enorme, pero seguíamos duchándonos juntos. Lo que pasó, es que acabamos follándonos bajo el agua hasta que comenzó a salir fría.

  • Vamos a salir de compras ¿sabes? – le dije muy seguro -. Cuando nos vistamos, nos abrigamos y nos vamos a la plaza. Le compraremos un regalo a tío Manolo por lo bueno que siempre ha sido con nosotros y traeremos más toallas de baño de colores. De las grandes.

  • ¡Sí, vale! – me abrazó -; y compramos otros dos cepillos de dientes, porque los que compraste son iguales y no sé cuál es el mío.

  • ¡Bueno! – le dije -; no me parece sano que usemos alguna vez el mismo por error, pero es que nuestras bocas están más tiempo juntas que separadas.

Nos sentimos contentísimos. Ya no había que engañar a nadie. Éramos hermanos de verdad ¡Por eso decía Asun que nos parecíamos tanto! Pero para mí, mi hermano era el más guapo del mundo.

  • Para no aburrirnos – le dije bajando la cuesta -, alquilaremos una casita en la plaza y pondremos una tienda de regalos. La llevaremos los dos. Sólo por las mañanas. Las tardes serán para nosotros.

  • ¿Y qué vamos a vender? – preguntó Rufo ignorante -; hay tiendas de comida y de ropas

  • ¡Sí, hermano! – le dije -, pero no hay una tienda de colores llena de regalos de todas clases. La gente compraría muchas cosas: peluches, llaveros, camisetas, balones, chucherías… ¡Hasta podríamos vender videojuegos! No nos hace falta el dinero, pero tenemos que entretenernos en algo.

  • ¡Vaya! – se paró asustado - ¡Esa sí que es una buena idea!

  • Pondremos la fachada también de colores – comencé a soñar – y música de fondo dentro y un luminoso muy bonito sobre la puerta.

  • ¡Ay! – exclamó -; dejemos de soñar, pero pensemos en más ideas. No podremos abrir la tienda hasta la primavera ¡Vamos a por las toallas y los cepillos!

3 – Otro regalo más

Normalmente, cuando llegábamos a la casa, llamábamos primero y abríamos con nuestras llaves luego. Así sabía tío Manolo que llegábamos; pero esta vez la puerta la abrió una persona: medio metro. Nos sonrió y no quisimos ni mirarnos. Lo besamos (en la mejilla) y nos dijo que lo había llamado Manolo.

Por una puerta que quedaba más allá de los fregaderos, se pasaba a otra casa abandonada que pertenecía también a tío Manolo.

  • ¡Pasad a ver esta casa! – nos dijo tío desde el fondo -; podemos arreglarla y usarla para otras cosas ¡Ahí la tenéis! Arregladla como queráis y es vuestra.

  • Sí, tío Manolo – le dije -, pero seguiremos viviendo contigo. Esa casa la podremos usar para otras cosas. Ya lo inventaremos.

Pasamos allí a verla. Estaba toda llena de polvo y tierra y medio metro había ido para ver qué puertas y ventanas poner nuevas. Él mismo cerró la puerta y nos pidió nuestra opinión sobre el estilo del portaje. Nos reunimos los tres en el centro del salón y nos quedamos mirándonos. No dijimos una palabra. Nos acercamos y nos abrazamos los tres.

Comenzamos a besarnos y acabé sintiendo que eran dos manos las que me estaban acariciando la polla. Los tres nos quitamos rápidamente los cinturones y dejamos caer los pantalones y los calzoncillos al suelo polvoriento. Las manos se cruzaron y comenzaron tres pajas simultáneas. Las bocas se movían de un lado a otro. Nos besamos de todas las formas posibles. La cara de medio metro emanaba una felicidad que no había sentido en su vida. Poco a poco, empezamos a gemir conteniéndonos; Manolo estaba muy cerca. Nos encorvamos y movimos nuestras manos con más fuerzas. Uno tras otro, nos corrimos los tres, pero nos pusimos las ropas perdidas.

Nos limpiamos en silencio con unos pañuelos y nos ayudamos a ponernos las ropas. Salimos de allí disimulando.

  • Tío Manolo – dijo Rufo -, mientras tú ves la tele, le vamos a enseñar a medio metro los ordenadores.

Subimos las escaleras con cuidado de que no se nos viesen las manchas de leche y polvo y nos encerramos en el dormitorio.

  • ¡Joder! – gimió medio metro - ¡Ahora vuestro tío se va a dar cuenta!

  • ¡No, medio metro! – le dijo Rufo -; vamos a limpiar bien los pantalones, pero te los tienes que quitar. Cuando llegues a casa, te cambias de calzoncillos.

Nos sentamos los tres en la cama y nos quitamos los pantalones, pero ya que nos veíamos otra vez las piernas desnudas, también nos vimos empalmados. Rufo tomó la iniciativa. Comenzó a desnudarnos con las dos manos y acabamos desnudándonos los tres por completo. Era la primera vez que veíamos a medio metro totalmente desnudo ¡Tenía un cuerpo precioso! ¡Un cuerpo blanco de carpintero! Lo empujamos sobre la cama despacio y comenzamos un trío que no imaginábamos media hora antes.

Como medio metro no había sido penetrado nunca, lo intentamos un poco entre Rufo y yo, pero como los dos andábamos (y andamos) bien aviados de rabo, decidimos dejarlo hasta tener un buen lubricante. Él deseaba saber lo que se sentía al ser penetrado y se desanimó un poco. Sólo pude darle unos masajes con los dedos; y le gustaron mucho. Le dijimos que eso era así y que tardaría algo en acostumbrarse, pero que llegaría un día en que sentiría ese placer de tenerla dentro. Al final, acabé follándome a mi hermano Rufo mientras medio metro me follaba a mí. Cuando nos corrimos los tres, nos caímos de lado sobre la cama agarrándonos para no caer al suelo. Nos echamos boca arriba con nuestro amigo en medio y nos hartamos de reír.

  • ¡A ver quién la tiene más bonita! – decía medio metro -; las vuestras son más morenas y casi iguales. La mía está blanca y torcida para arriba.

  • Pues ya tienes la respuesta – le dije -; la tuya es la más bonita de las tres; por ser diferente.

  • ¿Os gusta así, como la tengo? – preguntó dudoso -; no sé si las vuestras son iguales porque sois hermanos o es que la mía está contrahecha.

  • ¿Qué dices? – se la cogimos los dos -; las hay de muchas formas y la tuya nos encanta. Estamos hartos de vernos siempre estas.

  • No quiero meterme donde no me llaman – dudó medio metro – pero… ¿vosotros os acostáis juntos y folláis juntos siendo hermanos?

Rufo me miró muy serio. Parecía quererme decir que, si alguna vez pasaba algo, todo el pueblo podría enterarse de que los hermanos, además, eran novios. Pensé un poco mi respuesta:

  • ¡Verás, medio metro! – le expliqué -; somos dos hermanos que no nos vemos desde hace mucho tiempo ¿sabes? Ahora cuando me he venido aquí con Rufo, estamos recordando nuestros juegos de cuando éramos pequeños. Sí, nos acostamos juntos, como mucha gente, y nos abrazamos porque nos queremos. Pero lo mismo que tú nos tienes cierto cariño y te gusta hacer estas cosas con nosotros, pues… las hacemos. Es como una demostración de cariño, no es sólo para corrernos.

  • Te creo, Nico – me contestó -; yo no sé lo que siento por tu hermano Rufo desde que lo conozco ni lo que siento ahora por ti. Yo mismo me lo llevé a un sitio escondido una vez. No quería correrme con él nada más. Puedo correrme solo. Necesitaba tocarlo; tenerlo cerca. Y es verdad; eso acaba, por lo menos, en una paja. No temáis que yo pueda decir algo a alguien. Yo sería el primer perjudicado. Y os quiero demasiado para haceros eso.

Mi hermano y yo nos miramos sorprendidos por lo claras que tenía nuestro amigo las cosas.

Nos limpiamos todos un poco y limpiamos también la ropa con un cepillo y con un paño húmedo lo mejor que pudimos y esperamos ya vestidos a que se secasen las manchas.

  • ¡Bah! – dijo Rufo - ¡No se nota nada!

Pero cuando bajamos los tres, oímos una frase de tío Manolo que nos dejó pensativos. Por su edad, no era tonto, claro.

  • Los ratos que esté medio metro libre – dijo – os lo traéis aquí con vosotros. No me gusta que juegue en la calle con tanta nieve y tanto frío. Estará más a gusto aquí; con vosotros.

Se fue medio metro antes y salimos luego los dos de casa para dar un paseo y comenzamos a bajar la cuesta.

  • Habrá que dejar una toalla especial para medio metro – dijo Rufo -; a lo mejor a él no le gusta secarse con una de las nuestras

  • ¿De verdad piensas en volver a jugar a esto, Rufo? – le pregunté sonriendo - ¡A mí no me importa, pero me gustaría estar la mayoría del tiempo contigo!

  • ¡Y a mí! – exclamó - ¡Ya lo sabes! Nadie nos va a separar, pero este tío es demasiado mayor para estar jugando con los chavalitos en la calle. Podríamos venir unos días a enseñarle cosas de informática y… si surge

  • ¡Sí, hermano! – le dije - ¡Tienes razón! Este chaval es muy bella persona y nos quiere a los tres mucho. Nos quiere como si fuésemos de su familia. Nos lo ha demostrado. Siente un gran respeto por tío Manolo, pero nos ha tomado cariño. Aquella vez que te hizo una paja en su taller, no lo hacía por mero placer, seguro; lo hacía porque te quiere bastante. Como soy tu hermano, tu hermano de verdad, él debe notar algo. El caso es que a mí también me tiene mucho cariño. Cuando salisteis a recoger el paquete de tu portátil, vino a medir la puerta de entrada. Yo estaba solo, ¿recuerdas? Se acercó a mí con una mirada que… ¡No vamos a darle de lado!

  • Me gusta lo que piensas – dijo Rufo -; tenemos que ayudarle.

Me eché a reír.

  • ¡Sí! ¡Ahora lo que faltaba es que medio metro fuese también nuestro hermano!