Nico y Rufo: El primer paseo

Nico y Rufo es una saga continuación de Cómplices. Narraré algunos días en las vidas de estos personajes.

Nico y Rufo:

El primer paseo

1 – Amanece

  • ¡Nico, hermano! – oí - ¿Duermes?

  • ¡Sí, Rufo! – musité -, pero ya veo algo de luz por la ventana.

  • No es hora de levantarse, hermano Nico, pero estaba despierto y he visto que ha comenzado a nevar ¿Te gustaría verlo?

  • ¡Sí, sí, claro! – me levanté enseguida -; el día está oscuro, pero se ven los primeros copos caer.

  • ¡Vamos a sentarnos aquí un poco, Nico! – separó las sillas -, veremos juntos cómo todo el paisaje se va tiñendo de blanco y gris; como si fuera una foto de color que se va convirtiendo en una en blanco y negro.

  • La calle empieza a cubrirse de blanco – lo abracé - ¿No tienes frío, hermano?

  • Sí, un poco – dijo -; vamos a pegar nuestros cuerpos para ver esto un rato. Ya llevas unos cuantos días sin salir y no debes tener miedo ya a nada. Podríamos ir a la tienda a comprar tus ropas. Tengo otras botas y unos guantes más viejos, pero luego, tendrás los tuyos.

  • Los pinos ahora, Rufo, parecen manchas negruzcas que rodean el pueblo. No hay tejados; casi todo se va volviendo blanco. Saldremos a disfrutar de estas primeras nieves, a comprar mis ropas y a jugar un poco.

  • ¿Quieres que calentemos un rato nuestros cuerpos? – me dijo al oído - ¡Vamos un poco a la cama y nos asomamos cuando haya nevado más.

2 – El despertar cálido

Nos metimos bajo la colcha y nos abrazamos. En realidad, la habitación nunca estaba fría, pero nuestros cuerpos estaban cálidos de la cama. Nos abrazamos. Ya no podíamos evitar el besarnos. Rufo se puso sobre mí y comenzó a rozar su cuerpo con el mío. Nos empalmamos en segundos, pero seguimos rozándonos. Iba notando, con aquel pequeño esfuerzo, cómo entraba en calor mi cuerpo. El roce hizo el resto hasta que noté unos chorros calientes de leche de Rufo. No dijo nada, se echó en la cama y tiró de mí hasta que estuve encima de él. Fui yo entonces el que comencé a moverme. Sólo con mirar a los ojos de mi hermano Rufo me corría de placer. Otros cuantos chorros de mi leche llenaron nuestros pechos. Estábamos empapados en una mezcla de nuestra leche ¡Tan blanca como aquella nieve!

  • ¡Fíjate! – se incorporó Rufo a mirar -; la mezcla de nuestras leches se ha batido, se ha mezclado.

  • ¡Sí! – me miré el pecho -, pero esta nieve no está fría.

  • ¡Voy a por una toalla! – dijo levantándose -; nos pondremos pegajosos. Luego nos ducharemos para que estrenes limpito tus ropas.

Limpió bien aquella mezcla batida de mi pecho y del suyo y nos quedamos dormidos abrazados un poco más.

Cuando abrimos los ojos, ya había más luz. Corrimos a asomarnos por la ventana y parecía haber desaparecido el pueblo. Era una nevada muy intensa. El poyete de nuestra ventana se había cubierto de blanco. Miramos un rato y nos fuimos a la ducha.

  • Tengo que decirle a tío Manolo – dije -, que vamos a cambiar este termo antiguo por uno más moderno y de más litros. Si nos duchamos juntos, hay agua caliente suficiente, pero él tiene que esperar luego bastante para poder ducharse. Pondré uno de muchos litros; para los tres.

  • ¿Vas a cambiar muchas cosas de la casa? – me preguntó secándose -; sé que puedes hacerlo.

  • ¡Sí, puedo! – le contesté -, pero no quiero cambiar la casa de tío Manolo. Es su casa y vive a gusto en ella. Quizá, pondría una puerta nueva en la entrada. Está muy vieja y por ahí se cuela el frío.

  • Pregúntale – dijo -, es muy friolero y al amanecer, mientras aviva la chimenea, le he visto cubrirse con una manta.

Poco después, sacó ropa suya para los dos y me dejó unas botas de piel que abrigaban mucho y unos guantes y un chaquetón (un poco viejos) que me protegerían del frío.

  • Cuando ya ha nevado, hermano Nico, hace menos frío.

Bajamos así vestidos y agarrados por la cintura. Tío Manolo ya se había acostumbrado a vernos siempre juntos, pero cunado me vio preparado para salir a la calle, saltó de alegría.

  • ¡Oh, por Dios! – exclamó - ¿Vais a salir a la calle por primera vez?

  • Sí, tío Manolo – dijo Rufo -, vamos a casa de Asun a comprar ropas para Nico. Tardaremos un poco, pero volveremos enseguida. Luego, a lo mejor nos vamos a jugar un rato a la plaza.

  • ¡Hace años que no veía una nevada como esta! – nos dijo misteriosamente -. He visto todo blanco. Tened cuidado al bajar la calle. Si es necesario, seguid cogidos el uno del otro. Ya se encargará Asun, que es el diario de este pueblo, de decirle a todos que sois hermanos. ¡Y hasta diría yo que os parecéis!

Abrimos la puerta, salimos y cerramos rápidamente. El frío nos helaba la cara y las orejas. Nuestro vaho parecía convertirse en una nube blanca entre mi boca y su boca. Dimos unos primeros pasos con cuidado, pero no parecía peligroso aunque nuestros pies se hundían en una espesa capa de nieve blanda. Aligeramos el paso para no helarnos.

3 – De compras

Cuando llegamos a la plaza, volvimos hacia la derecha hasta una puerta de madera y cristales. Rufo la empujó, entramos y la cerró. Subimos cuatro escalones hasta llegar a una mezcla de casa y tienda.

  • ¡Ay, Rufo! – gritó Asun - ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Y vienes acompañado!

  • ¡Sí, Asun! – se besaron -, es mi hermano Nico. Ha venido para quedarse una buena temporada, pero necesita comprar ropa para este clima.

  • ¡Ah, no importa! – se acercó a besarme - ¡Ayer me trajeron mucha ropa nueva ya para el invierno! ¡Cómo te pareces a Rufo, Nico! ¡No podéis negar que sois hermanos! ¡Pasa, pasa a ver lo que tengo de ropa!

  • Necesitaría ropa interior – le dije -; camisetas, calzoncillos y calcetines. También quiero camisas como estas que traemos ¿Tienes?

  • ¡Claro que sí! – se fue casi corriendo a un estante - ¡Mira cuántas han venido nuevas! Son todas de lana; calentitas. Y las hay de muchos colores.

  • Está bien, Asun – le dije -, vamos a ir eligiendo ropa. Tengo la misma talla que mi hermano.

  • ¡Ah, perfecto! – entrelazó los dedos -; así será todo muy fácil.

  • Pues… - me quedé pensativo -. Dame seis camisetas, seis calzoncillos, seis pares de calcetines calentitos, cuatro pantalones como estos

  • ¡Espera, espera! – dijo Rufo asustado - ¿A dónde vas con tanta ropa?

  • ¡Calla y mira! – le dije al oído -.

  • Necesitaré cuatro bufandas – continué -, que sean de colores distintos, dos pares de guantes de los mejores, dos pares de botas que abriguen mucho

  • ¡Es mucha ropa! – me miró Asun extrañada -; estoy apuntando, pero llevas ropa para dos años. También tendrás que comprar un cinturón, ¿no?

  • ¡No! – dije -; enséñame los que tienes. Quiero dos de piel de los mejores.

  • ¡Bueno, Nico! – dijo Asun -; tú eres el que decides. Yo te voy apartando aquí las cosas.

  • ¡Ponme también estas otras dos camisas! – le dije - ¡Me gustan!

  • Tendré que mirar a ver si tengo bolsas de plástico suficientes para tanta ropa – dijo Asun - ¡Me dejas la tienda casi vacía!

  • No quiero dejarte sin nada, mujer – dije -, voy a pagarte al contado, así que ve haciendo ya más pedidos. Si vienen prendas nuevas, compraré alguna otra cosa y… ¡No te asustes!, que la ropa que me llevo es para mi hermano y para mí.

La cara de Rufo cambió y me dijo que no con la cabeza sin abrir la boca.

  • Voy a ir metiendo esto en las bolsas – dijo Asun -; si queréis ayudarme, acabaremos antes.

  • Dime cuánto es – le dije - ¡Estoy deseando de llegar a casa y probármelo todo!

  • Te llevas lo mejor de lo mejor, Nico – Rufo seguía mudo mirando - ¡Vais a estar muy guapos! Os sentaría bien un gorro de esos de piel. Tienen orejeras para el frío.

  • ¡Está bien! Son bonitos – dije - ¡Pos dos!

Salimos de la tienda cargados de bolsas y nos costaba andar por la nieve. Rufo me decía que para qué había tenido que comprar tantas cosas, cuando llegamos a la esquina. Ya había unos chavales jugando al principio de la calle.

  • ¡Medio metro! – grité - ¿Nos ayudas a subir todo esto?

  • ¿De qué conoces tú a ese chaval? – me preguntó Rufo al oído -.

  • Me ayudó a subir la maleta cuando llegué – le dije en voz baja -; tío Manolo lo llamó «Medio metro».

  • ¡Os ayudo! – vino corriendo - ¡Usted es el señor de la maleta llena de plomo!

  • ¡Que no, medio metro! – le gritó Rufo -, que es mi hermano Nico que viene a quedarse con nosotros mucho tiempo.

El chico me miró embobado, miró luego a Rufo y dio un repaso a lo que llevábamos puesto.

  • ¡Vaya! – dijo pensativo - ¡Son hermanos!

  • ¿Qué? – insistí - ¿Nos ayudas a subir algunas cosas?

  • ¡Claro! - cogió bastantes bolsas - .Usted me dio… ¡Me diste una buena propina por subir una maleta!

  • ¿Ah, sí? – le pregunté bromeando - ¡Pues quién sabe si te daré otra si nos ayudas ahora!

  • ¡Ten cuidado con lo que haces, Nico! – me volvió a hablar Rufo al oído -; este es un chico muy cariñoso.

  • ¿Y eso es malo? – me paré a mirarlo -.

  • ¡No, sube! – contestó -; en casa te daré «detalles».

Cuando llegamos arriba, abrió Manolo la puerta. Nos había oído hablar y reír mientras subíamos. Nos ayudó a ir metiendo tanta bolsa en la casa y, disimuladamente, sin que nadie me viese, cogí la mano de «medio metro» (con su guante) y le puse diez euros. Me miró asustado, pero cerró el guante y puso la mano tras su chaquetón sin decir nada. Cuando bajaba la calle despacio, miraba hacia atrás sonriéndome, se llevó la mano a la boca y me lanzó un beso envuelto en vaho.

4 – Ropa para dos

Subimos las bolsas al dormitorio, pero le dijimos a tío manolo que siguiese viendo la tele cerca de la chimenea; que hacía mucho frío. Echamos todas las bolsas sobre la cama y, junto a ellas, no echamos los dos vestidos.

  • ¡Hermano Nico! – me besó Rufo brevemente - ¡No tenías por qué gastar tanto!

  • Verás, Rufo – le dije -, vamos a abrir el armario y colocaremos todas las camisas juntas, los pantalones juntos, la ropa interior junta… ¡Todo junto! No habrá ropa mía ni ropa tuya, sino ropas de los dos.

  • Te quiero demasiado, Nico – dijo serio -; me encanta todo lo que haces. Acabaremos siendo uno solo.

  • Eso espero, Rufo – le dije -, y alegra esa cara que tenemos mucho que hacer.

  • Sí, pero… - lo pensó - ¡Tienes que tener cuidado!

  • ¿Cuidado? – me reí - ¿De qué?

  • No te acerques mucho a medio metro – dijo acariciándome -; es un chico muy cariñoso.

  • ¿Por qué le dicen «medio metro»?

  • Su padre – me explicó – tiene una carpintería en la misma esquina de la plaza; donde estaba jugando. Le está enseñando el oficio. A su padre siempre lo han llamado «el metro» porque se ponía en la puerta con un metro en la mano. A su hijo le dicen «medio metro».

  • ¿Por eso es peligroso?

  • ¡No, hermano! – me pareció asustado -; yo juego mucho con él. En este pueblo, toda la gente de nuestra edad se va a la ciudad a estudiar. Un día de verano, me enseñó la carpintería. Cuando estábamos detrás de un banco de trabajo, se acercó a mí y me besó. Acabamos haciéndonos una paja allí; a escondidas. Pero le dije que era demasiado joven para mí. Somos buenos amigos, pero no quiero que caigas en la trampa de su belleza.

Me quedé mirando a Rufo boquiabierto; le había dado a ese chico unas propinas demasiado buenas por ayudarme. Mientras miraba a los ojos de mi hermano, veía ralentizado cómo medio metro se volvía hacia mí y me lanzaba un beso.

  • ¡No, no, mi querido Rufo! – me preocupé - ¡No dudes de mí, por favor! ¡Vamos a ordenar nuestro ropero! ¡Somos uno! No puedo caer en esa trampa.

Abrimos el ropero, sacamos la poca ropa de Rufo, eliminamos algunas cosas viejas y fuimos sacando de sus bolsas todo lo comprado y poniéndolo allí muy ordenado, pero toada la ropa se puso como para ser usada por una sola persona; lo íbamos a compartir todo.

Estrenamos con ilusión algo de lo comprado y bajamos a ver a tío Manolo.

  • ¡Tenéis muy buen gusto! – dijo -, es verdad que de vez en cuando hay que renovar las cosas.

  • Así es, tío Manolo – le dije -. Tengo pensado cambiar dos cosas de esta casa con tu permiso y si te parece conveniente.

  • ¿De veras? – se ilusionó - ¡Dime qué piensas cambiar!

  • No quiero cambiar tu casa, tío – le dije -, pero he pensado en poner un termo de muchos litros para el baño. Ya somos tres y se nos acaba el agua caliente.

  • ¡Muy buena idea! – dijo -; hazlo como mejor lo creas conveniente.

  • También he pensado en que esa puerta de entrada está demasiado vieja – seguí -; podrías bajar a hablar con el metro, el carpintero, y elegir la mejor puerta. Una que no deje entrar el frío ¿Qué te parece?

  • Pues… - pensó -. Tus cambios me agradan. Yo mismo buscaré a la gente adecuada para hacerlos; a ser posible, hoy mismo. Tengo que bajar a recoger un paquete que envía tu tío Pedro, Nico. Rufo me acompañará a todo, que él sabe tanto como tú de estos planes. Mientras tanto, prepara arriba las cosas, que vienen ya aponeros el Internet.

Dimos saltos de alegría y nos abrazamos girando mientras tío Manolo reía.

  • ¡Todo irá mejorando, hijos!

5 – Solos en la casa

Cuando salieron Manolo y Rufo a los recados, pensé que no tenía que preparar nada en nuestro dormitorio. Me senté cerca de la chimenea y me quité el chaquetón y los guantes. Mi mirada se quedó perdida en las llamas dejando mi mente vacía como a todos nos pasa cuando miramos al fuego. Era la primera vez que me quedaba solo desde que llegué y me sentí muy extraño. No estaba a gusto, pero no quería hacer nada.

Poco después, tocaron a la puerta. No podían ser ellos; sabía que tardarían. Me levanté desganado y abrí un poco. Frente a mí, abrigado y tiritando de frío, encontré a medio metro.

  • ¡Medio metro! ¿Qué haces tú aquí?

  • Tu tío quiere cambiar la puerta – dijo -; es verdad que está demasiado vieja. Piensa poner la mejor que haya.

  • ¡Sí! – le dije -; lo hemos estado hablando.

  • Pues vengo a tomar las medidas – me enseñó el metro -; en pocos días estará puesta.

  • ¡Pasa, por favor, pasa! – abrí más la puerta -; debería haberte invitado a pasar antes. Hace mucho frío.

  • ¡Sí! – comenzó a tomar medidas. Ni con dos camisetas entro en calor, pero cuando me muevo un poco, me ahogo.

  • ¡Quítate el chaquetón, hombre! – le dije -, la chimenea está encendida.

  • ¡Bueno! – me miró riendo -, en realidad ya he terminado.

Entonces, estando yo mirándolo cerca de la puerta, se acercó a mí despacio y sonriente. Hubo unos momentos de silencio y nos miramos fijamente a los ojos. Se acercó a mí y, casi sin tener que inclinarse por su estatura, me besó tímidamente en los labios.

  • ¡Gracias por todo, Nico! – susurró -; sois una familia muy unida.

No dijo nada más y no contesté nada. Se echó en mis brazos y me acarició el cuello con una mano mientras la otra recorría mi espalda. No podía quedarme con los brazos caídos, así que mis manos recorrieron su espalada con cariño y nuestros labios comenzaron a besar nuestras mejillas acercándose poco a poco una boca a la otra. Besar a aquel tío era para mí algo muy especial.

Al rato, su mano bajó hasta colocarse sobre mi bulto y comenzó a acariciarlo. Se separó de mí y comenzó, ante mi mirada perpleja, a quitarse el cinturón. No sabía qué hacer. Tiré de él un poco hasta que mis espaldas toparon con la pared y comencé a quitarme también el cinturón. Me miró y me sonrió.

Nuestros pantalones y calzoncillos cayeron al suelo casi al mismo tiempo y pude ver su polla blanca, larga y algo torcida hacia arriba mientras me quedé con la boca abierta. Comenzó a acariciar mi polla y yo acaricié la suya hasta que se echó en la pared a mi lado y empezamos a pajearnos. Lo hacía muy bien. No podía dejar de besarlo, pero paré; necesitaba preguntarle algo:

  • ¡Oye, medio metro! – le susurré -, ¿no has penetrado nunca a nadie? Una paja puede hacérsela cualquiera.

  • ¡No, Nico! – no despegó su boca de la mía -; nunca lo he hecho.

  • ¡Espera! – le hice señas volviéndome - ¡Tienes que probarlo! Es mucho mejor. Yo te diré lo que tienes que hacer.

  • ¿Lo dices en serio?

  • ¡Pues claro! – tiré de él - ¡Vamos! ¡Busca el agujero de mi culo! Supongo que ya sabes lo que debes hacer después.

  • No muy bien – dijo con timidez -, pero tú me indicas.

  • ¡Sí! – le fui guiando - ¡Así! Primero mete la punta. Puede que notes algo de dolor, pero te gustará. Así; ya va entrando. Ahora empuja con cuidado pero uniformemente. No tengas miedo; no me haces daño.

  • ¡Esto es diferente, Nico!

  • ¡Sí, lo es! – continué -; sigue empujando sin miedo. Notarás cuando entra ¡Avísame!

Esperé unos segundos mientras notaba que estaba entrando en mí.

  • ¡Ya, ya, ya, Nico! – se ilusionó -; la he notado entrar. ¡Da gusto!

  • ¡Vale! – seguimos -. Ahora aprieta hasta el fondo ¡Míratela y verás si ha entrado toda! Ya puedes empezar a sacarla, no entera, y empuja otra vez ¡Así, así! Lo vas haciendo muy bien ¿Te gusta?

  • ¡Jolines! – exclamó -; esto no es igual que una paja. Duele un poco, pero me siento… me siento dentro de ti.

  • ¡Sigue sin miedo! – me volví para ver su cara sonriente - ¡Así, así, empuja sin miedo!

  • ¡Es que me voy a correr ya! – se detuvo -.

  • ¡No, no te pares! – tiré de él -, sigue. No importa lo que dure; importa lo que sientas.

Me cogió con fuerzas por las caderas y folló más fuerte. Estaba a punto de correrse y me cogió la polla para hacerme una paja. Se corrió aguantando hacer ningún ruido y siguió haciéndome una paja. Me corrí en la pared al poco tiempo.

  • Ahora – le dije -, ve sacándola despacio. No te dolerá, pero sentirás algo raro cuando salga.

  • ¡Gracias, Nico! – se echó sobre mí - ¡No vamos a poder repetir esto!, ¿verdad?

  • ¡Tú qué sabes cuándo vamos a estar solos otra vez! – me volví a besarlo -. Ahora voy a limpiarte un poco. Lávate bien cuando llegues a casa y ni se te ocurra decir lo que has hecho ni a tu mejor amigo ¡Promételo!

  • ¡Te lo juro, Nico! – me miraba embobado -; si digo algo a lo mejor no puedo hacerlo otra vez.

  • ¡Eso! – le dije - ¡Tú calladito! Ya llegará el momento.

  • ¿Y qué va a decir tu hermano si se entera?

  • Esto no tiene nada que ver con mi hermano – dije - ¡No te preocupes! No vas a separarnos.

6 – El regalo

Sí. Para mí había sido aquello un regalo fantástico. Medio metro salió loco de contento cuesta abajo y cerré la puerta. Un buen rato después, volvieron tío Manolo y Rufo. Besé a tío Manolo en la cara, pero no pude evitar besar a mi hermano en los labios. Manolo lo veía todo con naturalidad.

  • Me ha llegado facturada – dijo Manolo – esta caja pesada que no sé lo que trae. Me parece que aquí dice que es de tu tío Pedro, Nico.

Abrimos la caja llenos de sorpresa y apareció un maletín con un portátil para Rufo. Saltamos de contentos y le pedimos permiso a tío para subir a nuestro dormitorio. Rufo y yo estábamos muy felices. Le quité el chaquetón y lo empujé en la cama. «¿Qué perfume te has echado, Nico?». (Continúa)