Nico y Rufo: El once de octubre 2/3
¡El cine gay se les queda chico!
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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de una saga larga. Te aconsejo leer antes Cómplices y los capítulos de Nico y Rufo del primero al décimo para poder entenderlo todo ¡Disfruta! Gracias.
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Nico y Rufo:
El once de octubre 2/3
6 El por qué de muchas cosas
Mirábamos los catálogos de todas clases: máquinas, sillas, condones, proyectores Tío Manolo se acercó a nosotros prudentemente.
¿Os van bien los proyectos, hijos? preguntó -; yo tengo buenos amigos aquí, pero hay algunos especiales y otros que no están ahora. La verdad, es que parece que no nos ha pasado nada, pero el sargento tenía razón. Cuando ocurre algo como lo de la puerta, uno se siente muy mal, pero hay que hacer un esfuerzo y poner la denuncia pertinente. La misma que había que habérsele puesto a doña Rosario.
¡Eso, eso! le dije intrigado -; con la amistad que os unía y aún pagándole más de lo que te pedía, ¿por qué se presentó así, con descaro, a doblar el precio de sus servicios? Yo supe que abusaba, pero hice lo que se me ocurrió en ese momento.
Y lo que hiciste, me parece bien dijo -, pero, a continuación, habría que haber denunciado ese abuso. No se denunció nada, pero olvidas que tío Pedro, además de tener un ojo especial para captar las cosas aunque esté muy lejos, me salvó a mí de una trampa muy peligrosa; casi mortal. Y da la casualidad de que, tanto él como yo fuimos en su tiempo miembros de la Benemérita: la Guardia Civil. Así que, al saber que nos pasaba algo, se enteró de todo llamando al cuartel de aquí. Pero vuestro buen amigo el palomo, se le adelantó e hizo lo que todos deberíamos hacer ante una injusticia: denunciarla.
¡Bueno! dijo Rufo -; eso aclara lo de la puerta. Las pistas que dejaron esos tontos cobardes eran las suyas pero ¿qué pasó con doña Rosario?
¡En su casa estará encerrada! dijo tío -; dándole vueltas a la cabeza para averiguar cómo salir del lío que ella mismo se ha buscado, porque al intentar abusar de nosotros, perdió a su mejor amigo, yo, y la guardia la investigó inmediatamente. Estaba cocinando y lavando clandestinamente para 6 casas, pero todo lo que sacaba se lo guardaba y, que yo sepa, los impuestos hay que pagarlos. Sacaba al mes más de 1.800 euros para ella sola. Cocina muy bien, ¡no lo pongo en duda!, pero sí es verdad que con una lavadora vieja, lavar tanta ropa no le salía tan bien. Ahora, deberá, además, pagar por su fraude y por su intento de abuso. La reacción de todo el pueblo, ya la habéis visto: ¡nos quieren!
¡Jo, tío! le dije -, te aseguro que me acojoné cuando nos pararon con los fusiles en la carretera pero pude ver tu tranquilidad
¡Así es, hijos! nos dijo -; yo no quería irme del pueblo. Ya visteis cómo muchos nos ayudaron a llevar cosas al camión. Era un gesto de no oponerse a que nos mudásemos, pero también visteis como salieron casi todos a la plaza llenos de alegría porque volvíamos. El mayor mérito, quizá me equivoque al pensar esto, es el de Nico. Yo llevo aquí muchos años y la parroquia ha tenido que darme de comer. Luego acepté hacerme cargo de mi Rufo lo acarició -; mi querido Rufo. Tío Pedro aún me pone dinero en el banco todos los meses a pesar de que casi no tiene para sostener su matrimonio. Pero Nico mi Nico querido, se ha ganado a todo el pueblo en pocos días ¿Qué nos importa que nos llamen ahora «los millones»? ¡Me parece un mote cariñoso!
¡Joder, tío! le dije emocionado - ¡Que no me gusta llorar!
¿Y es verdad que hay gente en Pintres que no tiene dinero? preguntó Rufo extrañado - ¡No hay mendigos en las calles ni nadie ha venido a pedirnos algo de lo que nos ha dado la suerte!
Os daré una pista y os dejo trabajar dijo -, que yo también voy a preparar cosas de papeles ¡Hablad con el cura, don Raimundo!
Mi hermano y yo nos miramos extrañados ¿Qué pintaba el cura en todo aquello?
7 Los hermanos en la iglesia (F)
Buscamos un rato, mientras tío se fue a preguntar los trámites para la construcción de nuestras nuevas casas, y bajamos a la plaza con temor y con vergüenza a visitar a don Raimundo. Atravesamos la plaza pegados a la pared. Casi nadie nos veía (pensé que parecería que íbamos a buscar los servicios del octavo pajillero). Nos acercamos a la iglesia y empujamos una pesada cortina que tapaba la puerta. Al entrar, miramos asombrados a nuestro alrededor. La iglesia era muy grande, pero no había nadie. De pronto, al fondo, oímos una voz que reverberaba:
- ¡Pasad, pasad, hijos! oímos -, que en esta casa todos tienen la puerta abierta.
Vimos aparecer la figura del cura en la penumbra y se acercó por el pasillo central con parsimonia hacia nosotros.
- El hecho de que yo no participe de vuestras opiniones siguió hablando en el silencio -, no os impide entrar en la Casa de Dios. Porque aunque no vengáis a verlo, Él os ve; y cuida de vosotros. ¡Pasad, pasad, que sé que algo buscáis y no es dinero precisamente!
Vimos a un viejete bonachón y sonriente que, abriendo sus brazos, nos recibió con agrado.
- ¡Vamos, hablad! nos dijo - ¡Pedid, que ya veis que muchas cosas se pueden conseguir!
Me adelanté, porque Rufo estaba asustado, y comencé a hablar, pero sin extenderme mucho.
Nuestro tío, padre le dije -, nos ha dicho que viniésemos a verle.
¡Eso es porque algo os preocupa! dijo - ¡Vuestro tío sabe que yo os puedo aconsejar!
De pronto, comenzó a hablarle Rufo.
Cuando yo era pequeño, padre le dijo -, él me traía a misa todos los domingos, pero ahora, sabiéndonos pecadores para la Iglesia, venimos mi hermano y yo a otra cosa. Mi tío nos ha dicho que en este pueblo hay gente sin dinero; gente que ni siquiera tiene para comer, pero ¡no vemos mendigos ni nadie nos ha pedido nada!
¡Así es nos dijo -, vuestro tío tiene razón! Esta es una parroquia pobre, pero recoge lo poco que dan los que tienen y lo reparte, cuando puede, entre los que no tienen y ni siquiera se atreven a decirlo. ¡Pero yo sé quiénes son!
Saqué mi cartera y, sin mirar su contenido, que sería bastante, se lo entregué a aquel hombre.
- ¡Nosotros no sabemos quiénes son los que pasan hambre! le dije -; usted sí. ¡Repártalo! Le traeré más; no sólo para que coman. Dígales que voy a darles un trabajo digno. No quiero a gente triste en Pintres.
No habló. Nos hizo un gesto de agradecimiento y nos sonrió.
¡Es verdad, hermano! me dijo Rufo al salir -; el cura sí sabe quiénes son los que no tienen trabajo ni dinero, pero la solución no es darles de comer, sino darles un trabajo.
Lo malo, Rufo - le dije abrazándolo -, es que el trabajo que podríamos darles ahora
¡Te entiendo! me contestó - ¡No creo que alguien que vaya a la iglesia todos los domingos, se vaya a querer poner de portero en nuestro cine!
¡No, Rufo! le dije - ¡Claro que no! Pero nosotros tenemos más proyectos; no sólo el del cine.
¡Me gustaría ayudar a esa gente! dijo - ¡Si todos trabajamos, todos comemos! Ahora, después de este paréntesis místico, vamos a ver dónde coño se pondrían las máquinas de condones ¡Es nuestro trabajo!
8 El viernes
Los trabajos de preparación del nuevo cine iban de puta madre. Teníamos a dos amigos que eran dos profesionales como la copa de un pino (¡joder, es que en este pueblo todo tiene que ver con los pinos!). El cine se iba adivinando y poco quedaba para recibir la pantalla, el proyector, el reproductor DVD y todos los accesorios (incluyendo el sonido «surround»), que estaban a punto de llegar. Nos dijo el palomo que, como había pensado en poner sillas más cómodas (¡hasta 150!), iba a unir todas las de la misma fila para que no se desordenasen. Y lo mismo estaba haciendo con las del cine pequeño.
Llegó el viernes. Rufo y yo estábamos nerviosos. Ni siquiera pudimos hacer el show del jueves para tío, porque ni él estaba en casa; estaba arreglando papeles. A las 5 de la tarde del viernes, ya estábamos preparándonos después de un satisfactorio polvo a lo bestia. Ya relajados, duchados, vestidos, peinados y perfumados, nos fuimos corriendo al cine, pero al volver la esquina de la plaza, vimos mucha gente.
¿Qué pasa, Nico? se quedó de piedra Rufo - ¿Habrá problemas?
¡Tranquilo, hermano! le dije -; vamos a acercarnos con disimulo a ver qué hace tanta gente en la puerta del cine a las 6 de la tarde.
Llegamos como pudimos a la entrada y medio metro nos miró asustado. No dijo nada. Se nos acercó el palomo y nos hizo pasar.
¡Nico, Rufo! nos dijo - ¡Estoy asustado, tíos! La gente vio que se quedaban seis en la plaza la semana pasada, aunque pasaron cinco ilegalmente, y ¡ya están aquí formando cola! Si esto sigue así, ¿a dónde metemos a tanta gente?
¡Puede que no sea tanta gente! le dije -; yo he dado dos invitaciones que hay que respetarlas, pero ellos habrán pensado que, si alguien tiene que quedarse en la calle, lo mejor es venirse con tiempo.
¡Pero es que ahí afuera hace un frío que pela! exclamó - ¿Cómo los vamos a tener esperando una hora bajo la nevada?
¡No nieva tanto! le dije -, pero podríamos encender las luces, sin atenuar, y dejarlos pasar poco a poco; para que vayan cogiendo su sitio.
¡Mira! señaló detrás de la mampara -, la barra que voy a poner en el nuevo cine, la he puesto ahí pero para que no parezca la misma. Pico y quinto pino, los pobres, han dado varios viajes a por botellas. ¡Ahí hay cien botellas de añico! ¿Tú sabes cuántas copas son esas? Se servirán en vasitos de plástico; no quiero rollos con los cristales.
¡Joder, palomo! exclamé asustado - ¡Me dejas más frío que ahí afuera! ¡Haz lo que dices, pero cuidado que hay dos invitaciones y son muy importantes!
Avisaré para que pasen los primeros si ya están ahí nos dijo - ¡No preocuparos!
La gente comenzó a entrar poco a poco. Medio metro tenía órdenes de vender despacio los tickets, pero cuando se acercaban las 7 de la tarde, aún venía más gente ¡y el cine estaba lleno!
¡Están protestando! nos dijo Pico -; no por nosotros, sino por darse cuenta de que la gente se ha venido antes.
Pues dile a medio metro le comuniqué que vaya cerrando la puerta. Los conflictos de ahí afuera no deben afectarnos.
La gente se había puesto bien de añico y llegó la hora de ir atenuando las luces y darle al «Play». Todo quedó a oscuras y comenzó la película. Hubo ovaciones y pitos de alegría. Todo marchaba bien porque oíamos los besuqueos y la caída de algún pantalón al suelo. Comenzaron los gemidos hasta que oímos gritos en la primera fila.
¡Me cago en tu puta madre! ¡No toques a este, que me lo estoy follando yo, cojones!
¡A mi madre la dejas tranquila, cabrón, que yo toco a quien me sale del nabo!
Oímos golpes y nos asustamos. Nico pulsó la pausa y oímos un estruendo grandísimo y montones de carcajadas ¿Qué estaba pasando? ¡Tenía que encender la luz! ¡Aquello podría ser peligroso! Subí la luz sin llegar al máximo y Rufo y yo nos miramos primero asustados, pero nos pusimos a reírnos hasta tener que apoyarnos en la pared.
La pelea de la primera fila, empujó todas las sillas y sus ocupantes hacia atrás. La segunda fila, cayó empujando a la tercera y así hasta la décima; como las fichas de un juego de dominó ¡Todos los espectadores estaban en el suelo patas arriba! (¡Y otras cosas arriba también!). Algunos se morían de la risa mientras que otros seguían con sus asuntos «íntimos».
- ¡Hay que poner las sillas en pie! me gritó el palomo - ¡Espero que no haya heridos! Ahora me doy cuenta de que me falta algo obligatorio: el botiquín de primeros auxilios.
Como pudimos, encogidos de risa, levantamos la primera fila, incluso con gente follando encima; luego la segunda, la tercera Cuando todas estaban en pie, corrí a apagar las luces y continuó la película. Hubo grandes aplausos ¡El folleteo continuó!
Terminada la sesión, fue la gente saliendo tranquilamente mientras se abrigaba, pero todos nosotros nos pusimos junto a medio metro y no hubo un espectador que no nos felicitase por dos horas tan divertidas. A todos les decíamos que, desde el sábado 11 de octubre, habría una sala nueva y mucho mejor y más grande, al final de la Calle del Bosque (F). Había comentarios de todo tipo, porque aquel sitio era mucho más discreto y no se quedaría nadie sin espectáculo. Se acercaron encantados, Menchu y Lito, los invitados, que se deshicieron en alabanzas.
¡Essto! dijo Menchu - ¡No sse ve en la ssiudad ni borrassho! Y nos hemos puesto de aníssss de essse hasta los ojosss!
¡Sí, sí! continuó Lito -; estábamos buscando un sitio tranquilo para comprar una casa. Y Pintres es el sitio ideal. Es el más tranquilo que hemos visto y el ambiente gay nos encanta ¡Os dejo mi tarjeta con el teléfono! En cuanto tengáis noticias de las nuevas casitas, nos avisáis, por favor ¡Pero seguiremos viniendo al cine y, si es otro más grande y mejor, pues nada, aquí nos tendréis!
¡Jo, Nico! me susurró Rufo asustado -; aunque están todos los papeles dentro de la ley, me da miedo el cariz que toma esto.
¡No te preocupes, corazón! lo besé y abracé - ¡Ya verás cómo todo funciona! Ahora, los más jóvenes, os vais al quiosco a beberos vuestra copita; sé que hace frío, pero así tomaréis el fresco. Nosotros vamos a limpiar.
Y así fue. El desmadre de aquella tarde del viernes había dejado la sala que no sabíamos por dónde empezar. Había corridas, condones, pañuelos de papel y ¡hasta un consolador! (Lo guardamos por si su dueño lo reclamaba). Recogido todo - tardamos más de una hora -, busqué a mi amor y me tomé unas copas con él, que empezaba a tambalearse y a hablar en «añiqueño».
¡Vamos a casa, amor! le dije - ¡No bebas más! Ahora lo que necesitas es tomar algo calentito de comer.
¿Tu polla, por ejemplo, vale?
¡Bueno! le dije con paciencia - ¡Eso de postre!
9 El sábado
Tío nos dio un caldo riquísimo aquella noche y cenamos otro de sus platos especiales (no espaciales). Rufo se puso mejor, pero los dos llegamos a la conclusión de que, después de una tarde tan agitada, lo mejor era dormir y tener nuestra sesión de sexo matutino; ya descansados.
Al despertar, casi ni hablamos, sino que empezó el jugueteo con nuestros «juguetes» preferidos y acabamos poniendo la colcha perdida de leche.
¡Joder, hermano! me dijo Rufo incorporándose - ¡Que la lavadora aún no ha llegado! Habrá que lavar esto a mano.
Para que no se seque y se quede todo pegajoso le dije con algo de asco -, lo mejor será meterlo ahora en agua caliente con un poco de detergente. Vamos a ducharnos y lo ponemos todo en un barreño ¡Tengo ganas de desayunar!
Tío nos dio una sorpresa más, porque a primera hora ya tenía permisos de todos los colores (Lo que hace un buen enchufe con la Guardia Civil).
¡Todo está en regla! nos dijo -; vosotros ya constáis como empresarios autónomos y se contratará a quien haga falta. Se puede contratar a gente fija o sólo hacerles contratos por jornada. Eso lo decidís vosotros. Y una cosa importantísima, es que montéis una oficina seria; esta casa debe quedar para nuestra intimidad, ¿no os parece?
¡Claro, tío! le dije contento - ¡Ya he pensado en eso y nuestros amigos van a poner un despacho en el nuevo cine!, pero habrá que hacer, como tú dices, una oficina ¡Si vamos a hacer lo de las casas...!
¡Se hará, se hará! nos dijo - ¡Todo parece ir adelante y sin impedimento alguno hasta ahora! Y para no entreteneros más, os diré que os agradezco mucho el que hayáis hablado con don Raimundo; no estaba seguro, sinceramente, de que lo hicierais.
Volveremos a ir, tío le dijo Rufo -; eso te lo aseguramos. Vamos a dar de comer al que no tenga, pero también vamos a darles un trabajo digno ¡Seguro que don Raimundo se encarga de eso!
¡Seguro!
Y pasamos la mañana haciendo más proyectos. No se nos podía escapar nada, pero ¡llamaron a la puerta!
¡Hola, Nico! me dijo el palomo jadeando entre una nube de vaho -; es por la máquina bajó la voz - ¡la máquina de condones!
¿Se ha roto?
¡No, que va! siguió hablándome en voz baja - ¡No lo vas a creer, pero no queda ni un condón! ¿Vendrán hoy a reponer?
¡Joder! miré a Rufo - ¡Tienen que venir como sea!, pero ¡vamos a tener que poner dos máquinas!
¡La verdad es que cuando recogimos anoche dijo no era plan de contar los que se habían usado; los que recogimos!
¡Yo me encargo de eso! dijo Rufo - ¡Vamos a repartirnos el trabajo!
Y bien que lo hizo aún siendo sábado, porque consiguió que fuese un hombre al cine y montase otra máquina de condones y las dejase las dos llenas ¡Un buen trabajo, sí señor! Eso no era tan fácil, pero el señor que montó la otra máquina y llenó las dos de condones, se quedó asombrado del número de ventas. ¿Aquí la gente colecciona condones?, dijo mi hermano que les preguntó. Nos esperaba otra noche de cojones, me lo imaginaba ¡Ya veríamos qué coño pasaba!
Pues lo vimos. Cuando llegamos al cine sobre las 6 -; había en la puerta una cola de más personas de las que cabían. Hubo que poner orden, pero apareció un guardia y se calmaron los ánimos. Afortunadamente, el guardia se limitó a hacer unas señas para que la gente se pusiera en cola y sin invadir la calzada, sino en la acera; ¡Una cola que pasaba de la casa de Asun! El mismo guardia, contó a los que esperaban, hasta ochenta, y advirtió al resto que no podrían entrar, pero ¡es que sabía que el 11 de octubre se abría el nuevo cine, que tendría 150 plazas y dónde estaba, y fue diciéndoselo a los que no cabrían!
¡Ay, hermano! me dijo Rufo - ¡Que me parece que antes de abrir aquel cine, se nos queda este chico! ¡Me han dicho que está viniendo hasta gente de El Pueblo!
¡Joder! aluciné - ¡No podemos ampliar el cine cada semana!
Pico estaba contentísimo. Se divertía mucho en la sesión y, encima, ganaba dinero para toda la semana. Los más serios, el palomo y el quinto pino, nos dijeron que pensarían nuevas estrategias. Se abrió la puerta y medio metro, cada día más guapo (estaba para violarlo allí mismo), fue vendiendo sin prisas las entradas. ¡Las cajas de añico no nos cabían! La bodega nos llevó en una carretilla la mercancía: «¡Como sigan ustedes así las ventas, vamos a tener que hacer más licor!», nos dijo el que nos lo llevó.
¡Habrá que hacer una barra más grande! se asustó el palomo - ¡Le pondré 10 taburetes y serán 10 plazas más; 160 en total!
¡Claro! le dije -; hablaré con mi tío para que aumente el número de espectadores admitidos y subiremos 50 céntimos el precio. No afectará en nada ¡ya lo verás! Diez tendrán que ver la película, si no están follando, desde los taburetes del bar. Aumentaremos, si es necesario, el número de plazas. Los metros cuadrados del salón lo permiten.
La sesión de aquella tarde fue más tranquila, pero notamos que hubo mucho más movimiento de una silla a otra. Me pareció que más de uno había echado dos o tres polvos.
Y ya terminada, salieron los espectadores contentísimos (el añico hacía mucho y se bebieron más de 60 litros; casi a litro por espectador). El palomo, blanco (de tez, claro), me dijo que ¡se habían vaciado las dos máquinas de condones!
¡Falta entonces una cosa! le dije acompañando a Rufo al fresco - ¡Maní, pipas, palomitas de maíz !
¡Yo me encargo de eso, hermano! me dijo Rufo muy ilusionado -, pero lo hablamos luego, que hablar ahora de comer
¿Sabes una cosa, palomo? le pregunté maquinando -; voy a hacer con la impresora 160 formularios; ¡una encuesta! Regalaremos un bolígrafo con cada entrada. Los espectadores entregarán sus sugerencias a la salida. ¡Verás! Voy a preguntarles si les interesarían otras horas y otros días de sesiones y que sugieran cosas que les gusten ¿Qué te parece?
Pues que viendo el éxito - me echó el brazo por encima -, seguro que la gente los rellena ¡Ellos mismos nos darán las ideas!, pero si hay más sesiones, vamos a tener que contratar personal gay para esto ¡Nosotros acabamos muertos!
¡Tienes razón! le dije - ¡Dejaremos el cine funcionando y a buscar otro negocio! ¡Quiero darles trabajo digno y decente a los que no tienen! Alguien ¡es un secreto!, me lo va a decir.
¡De puta madre, tío! me dijo -; ¡tenemos que hacer un hexágono para celebrar esto!
¡Buena idea! Rufo me miró disimulando su sonrisa - ¡En cuanto descasemos lo hacemos! ¿Mañana mismo?
¡Mañana mismo!, si nos dejan
Recogimos montones de mierda de todos los colores (nunca mejor dicho) y se dejó todo listo para ciertos arreglos que se harían el lunes por la tarde.
Cuando llegamos a casa, casi derrotados (añiqueado mi hermano), cenamos y, antes de irnos a descansar, le dijimos a tío que el domingo por la tarde tendría su show. Se volvió contentísimo, nos besó, nos dio las gracias por todo y subimos a dormir. El sexo por la mañana fue más suave; ¿nos esperaba una tarde hexagonal?
10 El descanso dominical
Era domingo, ¡joder!, y seguíamos haciendo cálculos con tío, pero en un momento de agobio, decidí dar un paseo solo para despejarme; Rufo estaba cansado y no quería salir.
Me abrigué y bajé despacio hasta la plaza. Nuestros amigos decoradores tenían todo cerrado en su casa, así que imaginé que estarían durmiendo todavía. Me asomé al taller de medio metro y me pareció que también dormían, así que me dirigí al quiosco. Pero cuando atravesaba la plaza, se me acercó un chico, se puso delante de mí y me sonrió. Era un tío de mi edad, más o menos, con el pelo más bien rubio, un poco largo pero muy cuidado; muy bien afeitado y no demasiado bien vestido. Me pareció un poco gordito y más bajito que yo, pero simpático.
¡Hola, Nico! me dijo acercándose a besarme -; tú no me conoces, porque salgo poco, pero yo a ti sí te conozco.
¡Bueno, chico! le dije agradecido -, eso no me importa; aquí tienes a un amigo.
Me llamo Ruy se encogió de hombros -, pero todos me dicen «el piña».
¡Encantado, piña! le sonreí - ¡A mí me dicen ya «el millones»!
Sí agachó la vista -, ese mote te lo puse yo.
¿No me digas? me ilusioné - ¿Y cómo se te ocurrió?
¡Ah! se extrañó -, pero ¿te parece original? ¿No te molestas?
No hay ningún mote más original que otro le dije - ¡Fíjate! A mi tío le dicen «el perritos» porque cuidaba perros de caza. A Juanjo, le llaman el «medio metro» por ser hijo de «el metro», que así le dicen a su padre, el carpintero, por ponerse en la puerta del taller con el metro en la mano ¡Es un nombre, diría yo, incluso descriptivo! Por eso no debe ser demasiado original, ¿no?
Pues a mí me dicen «el piña» - dijo cabizbajo porque siempre he estado gordo y rechoncho y pinchando a los demás. ¡Pero ahora no estoy gordo!
¡Pues no, piña! le dije sonriente -, pero estos motes se nos quedan ya de por vida ¡Hasta pasan de generación en generación! miré a casa de Martín - ¿Quieres una copita de añico? ¡Voy al quiosco!
¡No, verás! me dijo en voz baja - ¿Podemos hablar en un sitio menos visible?
¿Menos visible? me di cuenta de que estábamos en medio de la plaza - Pues ¡Tengo las llaves del cine! (F) Ahí no podemos estar más «invisibles». Además, no hace tanto frío.
¡Vale, gracias! me sonrió - ¡Sólo quería hablar contigo una cosa!
¡Claro, tío! le eché el brazo por los hombros - ¡Vamos al cine y me lo cuentas!
Fuimos andando despacio y me miraba de reojos y me sonreía. No tenía ni idea de dónde había salido aquel chico tan mono ni de qué quería hablarme, pero le hice caso. Abrí el cine y lo invité a pasar. Dejé la puerta un poco entornada para que entrase algo de luz sin encender los focos y nos quedamos detrás de la puerta.
¡Me da corte! se rió nerviosamente - ¡A lo mejor te sienta mal lo que voy a decirte!
¡Pues tío! le dije - ¡Mientras no me lo digas, no sé si me sentará mal!
¡Escúchame, por favor! me rogó - ¡Cuando termine, si quieres, me pegas!
¿Qué te pegue? me asusté - ¿Por algún motivo?
Es que verás - agachó la vista y se ruborizó -; la culpa de lo que os pasó en la puerta de la casa ¡es mía! ¡Yo di la maldita idea! Pertenezco a la «banda de los cinco». Mañana lunes, empiezo el arresto domiciliario, ¡joder! ¡Un mes sin poder salir de casa! ¡Me lo merezco!, pero quería darte las gracias por pagar nuestras multas.
¡Eh, eh, un momento! lo cogí por los brazos -; no me importa que la idea fuera tuya; era mala, eso sí. Pero ¿quién te ha dicho que yo he pagado las multas?
¡Mi padre! se mordió el labio -; es Guardia Civil
¡Vaya, hombre pensé en voz alta -, hasta los guardias se chivan!
¡Pégame si quieres, de verdad! dijo - ¡Me lo merezco! Y encima ayudo a la banda hetero y soy gay me miró cortado -.
¡No te preocupes, chico! me acerqué a él un poco más -, ser gay no es nada malo, pero ¡es que das unas ideas a esos heteros !
Me pareció que iba a echarse a llorar, así que lo abracé contra mí ¡Joder! ¡Estaba empalmado! Tragué saliva y empujé un poco la puerta con el culo. Se atenuó la luz. Levantó más la vista y me sonrió como arrepentido, así que ni lo pensé: lo apreté a mí y le comí la boca ¡pero me abrazó y apretó aún más sus labios con los míos y empezó a jugar con su lengua! Yo no dije nada; el tío estaría regordito, pero era muy guapo; a mí me gustó en cuanto lo vi ¡Claro, como yo me empalmo cogiendo el ratón de mi portátil, me puse a tono y dejé caer lentamente un brazo por su espalda hasta palparle el culo! ¡Qué culo más maravilloso para agarrarse!
Cuando me vine a dar cuenta y sin dejar de besarnos, bajó él también la mano, pero no me cogió el culo, precisamente, sino que me agarró la polla y se puso a moverla.
¡Piña, tío! le dije al oído - ¡La puerta está abierta!
¡Pues ciérrala si quieres! me susurró - ¡No me importa estar a oscuras!
Me volví casi sin moverme y cerré la puerta, pero abrí un poco la portezuela de la mirilla. Entraba muy poca luz, pero le daba en la cara. Con aquel contraste de luces, esa cara de angelito y la polla en su mano, ya no pensé en nada más, sino en perdonarlo. Así que comenzamos a restregarnos y quiso quitarme el chaquetón. Nos separamos y nos quitamos la ropa de abrigo dejándola en la mesilla de la venta de tickets, pero nos volvimos a mirar y empezamos a quitarnos los pantalones.
- ¡Piña! le dije - ¡Tendrás unas ideas muy feas, pero tienes una cara y una polla !
¿Te gustan? se alegró y sonrió - ¡Tócame, por favor! Me gustas mucho.
Comenzamos ya en serio y, cuando nos dimos cuenta, estábamos pajeándonos. Se dio la vuelta y se pegó a mí abriéndose el culo y agachándose. Se la metí despacio, pero ¡qué gustazo daba aquel culo, joder! Así que lo perdoné ¡Bueno! Lo perdoné dos veces y él me perdonó a mí una.
¡Toma, piña! le dije en aquella semioscuridad - ¡Traigo pañuelos de papel! ¡Límpiate bien! Y ¿te importaría que fuera a verte a tu casa de vez en cuando durante este mes de arresto? ¡No quiero que te aburras! ¡No podrás asistir al estreno del cine nuevo! ¡Estarías invitado!
¿Encima de la putada que te hice con lo de la puerta harías eso?
Volví a besarlo antes de que se vistiera.
¡Eso está perdonado, piña! le dije -. Esto que hemos hecho y las visitas que te digo, son otra cosa ¡Me gustas!
¡Jo, pues anda que tú a mí! ¡Pero tú tienes a tu hermano de pareja! Yo soy un puto reprimido que escondo lo que pienso pegándome a los heteros esos gamberros y, para que no sospechen que soy gay . ¡les doy ideas de esas!
¡No conoces a mi hermano, piña! lo besé - ¡Nunca voy a separarme de él!, pero hay una cosa muy importante. Tenemos un grupo de amigos; ¡somos seis! Follamos todos juntos o uno con otro ¡el que se le apetezca! Pero Rufo es mi vida. No es sólo un amigo o un hermano con el que follo ¡Lo quiero más que a nadie! Eso no impide que haya hecho esto contigo, guapo. Se lo puedo decir a mi hermano y se pondrá muy contento ¡Hasta es capaz de decirme que te lo presente!
¡Pues díselo, Nico! respondió muy ilusionado - ¡Tu hermano me gusta también mucho! ¡Jo! ¡Si pudiera unirme a vuestra pandilla gay !
¡Eso no es problema, piña! le acaricié la mejilla -, pero ahora debes cumplir ese arresto.
¡Me lo merezco! me besó -, pero prométeme que cuando acabe me presentarás a tus amigos ¡Quiero ser de vuestra pandilla, no de «la banda de los cinco». Cuando acabe el arresto, serán «la banda de los cuatro».
¡Gracias, piña! le dije - ¡Tienes buen corazón! ¡Te presentaré a todos y vendrás a nuestras orgías! ¡Son divertidísimas! Pero, además, ya veremos si encontramos a un tío que te guste y ¡ojalá os enamoréis!
Estuvimos un rato más abrazados, acariciándonos, besándonos y le dije que tenía cosas que hacer. Salió de allí muy contento. Y yo, antes de que fueran las doce, me fui a hablar con don Raimundo. Le pedí que me buscara a una chica necesitada, educada y muy limpia. Si la encontraba, tenía trabajo de sirvienta en nuestras casas.
- ¡Ah, padre! me volví al despedirme - ¡Que cocine bien! ¡Tendrá un buen sueldo!
¡Tengo a esa mujer, hijo! me sonrió -. ¡Es joven y educada! Irá a tu casa de parte mía. Se llama Clara ¡Trátala bien que es muy buena persona!