Nico y Rufo: El once de octubre 1/3

Sigue otra parte de la saga ¿Qué aventuras correrán ahora nuestros amigos con tanto dinero?

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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de una saga larga. Te aconsejo leer antes Cómplices y los capítulos de Nico y Rufo del primero al décimo para poder entenderlo todo ¡Disfruta! Gracias.

Nico y Rufo:

El once de octubre 1/3

1 - La huída

El gran camión de mudanzas salió de Pintres dejando atrás toda una historia de muy pocos días y a un pueblo que no quería que nos fuésemos, pero vivir allí nos iba a ser imposible por culpa de un grupo de indeseables y por tener «en el bolsillo» lo que a unos cuantos envidiosos les gustaría gastar.

Tío Pedro no quiso hacerme preguntas hasta llegar a Villarrecuas y se sentó delante con el transportista; tío Manolo, mi hermano Rufo y yo, íbamos detrás. Mi hermano me miraba inexpresivo y, acercando su boca a la mía, me besó con pasión.

  • ¡Bueno, hermano Nico! – me dijo -; que la vida cambie no es malo, ¿verdad?

  • ¡Pues no! – le sonreí - ¡Tenemos que seguir inventando cosas! Follar, para nosotros, no es más que otra expresión de lo que sentimos el uno por el otro, pero… ¿recuerdas lo bien que lo pasamos en casa del palomo?

  • ¡Sí, sí! – sonrió levemente -; fue divertido.

  • ¡Joder, con el quinto pino! – le dije -; hacía aspavientos por nada ¡Sólo le hice una paja espacial!

  • ¡Sí! – se rió - ¡Casi me mata a puñetazos y a patadas! ¡Joder, hermano! ¿Qué coño le hiciste? ¡A mí me hiciste una de esas y… era un gustazo, pero no para tanto!

  • ¿A que sí? – lo apreté contra mí -; yo creo que ahí jugó su papel el factor sorpresa, es decir, que él no se esperaba lo que le iba a pasar. Pero como además ese tío tiene una polla que abre túneles, pues a lo mejor le dio más gusto.

  • ¿Y qué me dices de lo del cine? – se incorporó riendo -; me hubiera gustado quedarme, aunque me dieran náuseas, por ver al noveno con la cabeza asomada por detrás de la espalda del que estaba follándose allí mismo ¡Joder! El palomo y los demás lo van a pasar muy bien con el cine.

  • Por eso, hermano – le pellizqué la nariz -, no me importa irme de este pueblo, porque lo que hemos vivido; eso nadie nos lo puede quitar.

El camión no iba a mucha velocidad, pero, al tomar una curva estrecha, nos pareció que frenaba hasta que se paró. Nos incorporamos y vimos un coche de la Guardia Civil que nos cortaba el paso y, delante, había hasta 3 guardias con fusiles; uno de ellos, se acercó al transportista:

  • ¡Buenos días! – lo saludó militarmente - ¿Me muestra su documentación y la del vehículo?

El conductor sacó los papeles, nos miró disimuladamente pensando en qué habríamos hecho y se los entregó al guardia.

  • ¡Esto está todo en regla! – le devolvió los papeles -, pero mucho me temo que va a tener usted que seguirnos un tramo. La carretera es demasiado estrecha para dar la vuelta. Seguiremos hasta el llano de El Pinillo; tienen ustedes que volver a Pintres.

Me incorporé como pude y me asomé a la ventanilla dando los buenos días al guardia.

  • ¡Verá usted! – le dije -; si es un problema conmigo, yo volveré al pueblo, pero dejen seguir al transportista.

  • ¿Es usted don Nicolás Núñez Navarro? – me preguntó -.

  • ¡Sí, señor! – le contesté cortésmente - ¿Puedo bajarme?

  • ¡No, señor! – contestó seriamente -; tiene usted que volver con todos en el camión. Obedezca las órdenes que le he dado al conductor.

No dije nada. Me senté con mi hermano y lo miré preguntándome qué estaba pasando. Los guardias, se subieron en su coche y comenzaron a moverse a poca velocidad. El transportista, ajeno a lo que podría pasar, no hizo comentario ninguno y, en los ojos de tío Manolo, vi una seguridad que lo delataba.

Dimos la vuelta en el que llamaron el llano de El Pinillo y volvimos hacia el pueblo. Rufo había perdido su seriedad y me miraba encogiendo los hombros y sonriendo. Tío Pedro ni miró hacia atrás.

Cuando llegamos a la entrada, nos incorporamos todos para ver qué pasaba: ¡Toda la plaza estaba llena de gentes del pueblo gritándonos y dándonos la bienvenida!

  • Pero… ¿qué es esto? – me preguntó Rufo - ¿Es una broma de las tuyas, hermano?

  • ¡Te juro por la punta de mi capullo que no tengo ni puta idea de lo que pasa! – le dije asustado - ¡La gente de Pintres sabe algo y no quiere que nos vayamos!

Rufo miró a tío Manolo y lo descubrió mirando al frente, con su cabeza muy alta, y sonriendo. Cuando el camión volvió a situarse con su parte trasera en la bocacalle nuestra, estaba totalmente rodeado de personas. Se acercó el guardia y me hizo señas para que bajáramos. Nos pusimos a un lado y dijeron a las personas que allí había que retrocedieran un poco.

  • ¡Don Nicolás! – se descubrió el sargento -; no le doy la bienvenida a Pintres porque no tomo esa vuelta que se ha dado como una huída, sino como un paseo para volver a casa; a sus casas. Su amigo, don Antonio Rodríguez Rosa, hizo anoche lo que usted debería haber hecho: denunciar el ataque cobarde. Nos dio pistas y ya tenemos resuelto el problema.

  • ¡Perdóneme, sargento! – le dije estupefacto -, pero es que no tengo ni idea de quién es ese don Antonio.

El sargento se echó a reír y las puntas de su bigote se movían arriba y abajo. Me lo imaginé haciéndole una mamada a su querido.

  • ¡No me haga usted reír! – me dijo -, que tengo dolores en las costillas (me hubiera gustado saber de qué). Don Antonio, es aquí conocido como el palomo. ¡No iba a decirle que un pajarito me había dicho ciertas cosas! ¡Verá usted! Aquí está el pueblo entero, no para retenerles, sino para impedir que unas personas que han dado a conocer en toda Europa el nombre de un lugar perdido, sean atacadas injustamente. Subamos ahora a su casa, que don Antonio, el palomo quiero decir, tiene las llaves. Allí hablaremos mientras que todas estas personas dejan las cosas en su lugar.

Tío Manolo y tío Pedro nos miraron conteniendo la risa y nos guiñaron un ojo ¿Qué estaba pasando?

  • ¡Jo, hermano! – me dijo Rufo aparte subiendo -; si podemos seguir aquí, transmitiremos nuestro show para el tío.

  • Me parece que vamos a tener que seguir aquí, corazón – le dije besándolo -; nos sobra ese dinero, pero ya veremos lo que hacemos. Repetiremos el show, ¡claro!, pero no querría que este apartado pueblo se convirtiera en lugar de turismo.

  • ¿De turismo? – me miró riendo - ¡Anda ya, si aquí no hay nada que ver…!

  • ¿Ah, no? – le dije -, pues es un pueblo gay, por lo que veo. Es decir, que aquí todo es al revés que en la ciudad. Lo que está mal visto es no ser gay, ¡coño! ¿Y la mina? ¡Podríamos rescatarla y restaurarla y hacer un parador de turismo de invierno! ¡Nos daría mucho dinero y crearía puestos de trabajo!

  • ¡Otra idea tuya, hermano!

2 – Conversación con el sargento

Mientras nos sentábamos en casa, el palomo avivó la chimenea. La había mantenido encendida porque sabía que volveríamos. Quería saber lo que estaba pasando.

  • Supimos – me dijo serio el sargento -, gracias a don… a el palomo, quiénes eran los cinco atacantes y alguna otra cosa más. Fuimos a buscarlos fácilmente, porque ya sabe usted que en este pueblo se cruza la plaza y cae uno al campo de pinos; y dimos con ellos; ¡con los delincuentes, no con los pinos! Los llevamos presos y no querían confesar; hasta que llegó el juez de guardia del pueblo. Viendo el ataque y los desperfectos, volvió a interrogarlos pero advirtiéndoles de que, si no decían la verdad, iban a estar encerrados hasta que apareciesen los verdaderos atacantes. Viéndose en la cárcel, confesaron, porque es su marca esa de los hachazos en las puertas, los huevos, los tomates y las piedras.

  • Pero verá usted, sargento – le dije con educación -, hasta la vecina que nos hacía de comer y nos lavaba la ropa, quería sacarnos provecho. Yo no me niego a pagar su digno trabajo, sino a que abuse de nosotros. Si quiere tener dinero, que trabaje o que compre un boleto de los Euromillones; hasta que le toque.

  • Ese asuntillo ya lo hablaremos – me dijo -, pero sepa usted ahora, que cada uno de los 5 atacantes ha sido condenado a pagar 2.000 euros de multa y a un mes de arresto domiciliario.

  • ¿Dos mil cada uno de los cinco? – me reí - ¡Esos tíos no van a tener tanto dinero para pagar la multa!

El sargento siguió dándome explicaciones mientras que vi a tío Pedro entrar con mi maleta negra y le hice señas para que me la diera. Escuchaba al sargento como el que oye llover y comencé a sacar billetes de 500 poniéndolos en la mesa, hasta completar la cantidad que dijo.

  • ¡Perdone, sargento! – le interrumpí -; aquí está el dinero de las multas, pero quiero que se cumpla la justicia y estén encerrados en sus casas un mes.

  • ¡No puede usted pagar las multas! – me dijo asustado -.

  • ¿Cómo que no, sargento? – le tendí la mano con el dinero -; es para ahorrarnos dar vueltas, ¿sabe?, es decir, para no tener que verles las caras y darles el dinero, posiblemente haciéndonos chantaje, a cada uno de ellos y que ellos luego lo entreguen diciendo que se lo han ganado con el sudor de su frente.

Volvió a reírse el sargento y me apretó mi hermano por la cintura. El bigote se le movía de una forma extraña.

Y aceptó. Y seguimos hablando un rato de otras cosas y tuvimos que recibir a algunos conocidos de tío Manolo. Pero lo mejor fue volver a encontrarnos con nuestros amigos en la calle y abrazarnos y reírnos: «The Nico&Rufo’s Show it’s goin’ on an’ on an’ on!».

El cable de la cámara fue lo primero que conectó tío a su tele. Recibimos, al fin, a tío Pedro como se merecía y, a una señal, abrió el palomo la puerta y gritó:

  • ¡Señores! ¡El Restaurante El Palomo les invita al almuerzo! ¡Vengan tras de mí!

Bajamos a su casa, que, la verdad sea dicha, estaba más presentable, y allí seguimos hablando y riendo.

3 – De vuelta a casa

  • ¡Hermano! – me dijo Nico ya en la cama - ¿No estás cansado de tanto hablar?

  • ¡Sí, Rufo, sí! – le dije - ¡Tanto, que me voy a quedar dormido hablando!

  • ¡Jo, ts! – protestó -.

  • ¿Qué te pasa, Rufo? – le pregunté - ¿Por qué estás molesto? ¡Tenía que atender a toda la gente! Casi me ha sido imposible

  • ¡No pasa nada, hermano! – me besó -; iba a pedirte que folláramos, pero es que veo que se te cierran los ojos. ¡Seguro que se está cerrando hasta el ojo del culo!

No le pude contestar; me quedé dormido. Pero, por la mañana, seguimos hablando.

  • ¡Buenos días, Nico! – me sonrió Rufo al despertar -; ya llevo bastante tiempo despierto, ¿sabes?

  • ¡Buenos días! – lo miré contento -; y ¿qué? ¿Has hecho proyectos?

  • ¡Pues sí – me dijo orgulloso -, pero para ninguno de ellos hace falta tanto dinero!

  • ¡Bueno! – no le di importancia -; tú olvídate de los millones. Si las ideas son buenas

  • ¿Sabes una cosa? – dijo con misterio -; el otro día había condones en el suelo del cine. Como aquí a la gente le da vergüenza de ir a la farmacia a comprarlos… pues tienen que ir al pueblo, que está a más de 15 kilómetros. Así que he pensado… he pensado que podríamos poner una maquinita de esas que vende condones a la entrada del cine.

  • ¡Coño! – me reí - ¡Es una idea de puta madre!

  • ¡Gracias! – me besó -; a nosotros no nos hacen falta, porque no nos vamos follando por ahí a todo el que pasa, pero se venderían solos.

  • ¡Hay que buscar un distribuidor de «vending» lo antes posible! – le dije - ¡Uno de esos que te colocan la máquina expendedora de condones y la reponen! El viernes podría estrenarse en el cine. Buscaré en Internet al distribuidor más cercano.

  • ¡Pensé que me ibas a decir que era una chorrada! – se rió -; ni siquiera me atrevía a decírtelo.

  • ¡Pues ahí es donde te equivocas, hermano! – me pegué a él -; aunque una idea te parezca una locura, la dices. Se lo diremos también a los otros, verás cómo se nos van ocurriendo cosas. El dinero es lo de menos. Si es una idea buena y encima es barata o gratis, mejor.

  • ¡Puede ser! – me dijo -; a veces tus ideas me han parecido disparatadas y ¡ya ves qué exitazo!

  • Por eso, Rufo – contesté -; vamos a inventar cosas raras ¡A la gente les gustan!

4 – Una visita de forasteros

Follamos, como estábamos deseando, nos duchamos, nos vestimos muy guapos – mi hermano era guapo para mí vestido y desnudo, ¡claro! –, nos perfumamos y bajamos a desayunar. Tío nos había preparado un desayuno sorpresa. Había comprado cosas en la ciudad y nos comimos todo. Vino la copita de añico y… ¡Llamaron a la puerta!

  • ¡Vaya, tío! – lo miré intrigado -; espero que no haya más líos. Yo abriré.

  • ¡Sí, hijo, por favor! – contestó a media voz -; yo voy a recoger las cosas del desayuno.

Cuando abrí la puerta, me encontré a dos chicos sonriendo.

  • ¿Vive aquí Nico «el millones»? – dijo uno amablemente - ¡Nos han dicho que esta es su casa!

  • ¡Pues verás…! – le dije con paciencia - ¡Yo soy Nico! ¡Encantado de conoceros!

  • Nossotros – dijo el otro un tanto afeminado –, somos Menchu y Lito ¡Encantadísssimosss!

  • ¡Veréis! – les dije -, no me gusta recibir a nadie en la puerta ¡Pasad que hace mucho frío y tenemos chimenea! ¡Os serviré una copa de añico, que da calor!, pero llamadme sólo Nico; a secas. Ya sabéis que la gente de pueblo siempre pone un mote y… eso de «el millones»… ¡Bueno, dejémoslo así! ¿Por qué me buscáis?

  • ¡Ainsss! – dijo el afeminado (Menchu) - ¿Es una historia un poco larrrrga, pero te la ressumo!

  • ¡Sí, claro! – nos sentamos junto a la chimenea -; no me importa oírla aunque sea larga; si es interesante

  • ¡Yo creo que sí! – dijo Lito -; un día, vinimos al pueblo de visita

  • ¡Perdón! – le interrumpí - ¿A qué pueblo?

  • ¡Pues a El Pueblo! – me dijo con naturalidad - ¿Se llama así, no?

Miré a mi hermano confuso y asintió, así que, como al oír hablar, no sabe uno si las letras son mayúsculas o los nombres son comunes o propios, les dije que sí.

  • ¡Pues essso! – dijo Menchu -; que nos equivocamos de carretera al ssalir cuando atardessía y llegamos aquí. Vimos que había un cine en la plassa y la película que ponían nos gustaba… ¡ya sabesss!

  • ¡Sí, sí, claro!

  • Pues resulta – siguió Lito – que lo pasamos tan bien allí dentro, que hemos pensado en comprar una casita mona aquí. Hemos preguntado y nos han dicho que tú sabes de eso.

  • Hmmmm, ¡veréis! – les dije - ¿Queréis comprar una casita en Pintres? Es que no hay casas antiguas vacías y, si hubiera alguna, tendríais que echarle mucho dinero – miré entonces con complicidad a Rufo -. Por eso, seguramente, os han dicho que habléis conmigo. Voy a construir unas 15 viviendas tipo apartamento duplex… ¡ya sabéis!, pero la empresa constructora tardará un poco en entregarlas. Si os dais una vuelta dentro de… un mes, hasta os puedo enseñar los planos. En poco tiempo se entregarán.

  • ¡Ay, ay, qué ilusssiónnnnn! – juntó Menchu las manos canturreando - ¡No te preocupes porque tengamos que volver; ya teníamos pensssado venir el fin de ssemana a ver la película ssiguiente! Me paresse que es "Un toque rosssa" o algo assí.

  • ¡Creo que sí! – le dije -; la programación la lleva mi coordinador de programas. Os regalaré dos pases para el viernes, que el cine se llena y os podéis quedar sin verla ¡Tenéis dos sitios reservados! ¡Aquí tenéis los tickets!

Se volvieron para mirarse, encantados de conocerse ellos mismos, y quedaron en volver el fin de semana; el viernes. Les abrí la puerta amablemente y, de la misma manera, me despedí de ellos.

  • ¡Otra idea de mi hermano! – dijo Rufo riéndose - ¿Estás seguro de que se podrán construir esas quince casitas?

  • ¡Y tan seguro, Rufo! – me miró tío alucinado al decir esto -; el dinero compra lo que no se puede comprar. Ya vendrán chicos que no conoces de nada a saludarte con efusión y a decirte que son muy admiradores tuyos. ¡Seguro, que por 30 euros, serían capaces de dejarse encular!

  • ¡Hijos! – dijo tío con paciencia -; no me molestan todas esas cosas que habláis, pero comprended que no estoy demasiado acostumbrado a oír ciertas palabras.

  • ¡Lo siento, tío! – me corté -; procuraremos evitarlas.

  • ¡Gracias! – se acercó a besarme la cabeza -; y ahora, dime dónde quieres construir esas casitas. Yo mismo pediré los permisos que hagan faltan y te haré los trámites con una constructora buena.

  • ¿De verdad tío? – se asustó Rufo - ¿Nos vas a ayudar? ¡Qué pedazo de tío tenemos, hermano; no nos lo merecemos!

  • ¡Bueno, hijo! – aclaró algunas cosas -, es que si puedo colaborar, también tendría un entretenimiento ¡Me aburro desde que no puedo ver ¡mi «show»!

  • ¡No te preocupes, tío! – le dijo Rufo - ¡Tenemos ya uno preparado para este jueves para ti! ¡No te lo pierdas!

  • ¡Vaya! – pensó en voz alta -; aquí va uno de sorpresa en sorpresa

  • Pues ahí va otra sorpresa – les dije -; ¿Conocéis una calle que da al campo por el norte y que la llaman Corrales Altos? ¡Pues en esa parte de campo, algo retirada de la plaza, querría yo construir esas casas! ¡Se venderán solas!

5 – Como si no nos hubiésemos ido

Bajé a buscar al palomo y al quinto pino. Efectivamente, sólo había una casa que nadie quería comprar. Era una casa que se encontraba al final, a la derecha, en la calle del bar del cojo. Decían que el salón era unas cuatro veces nuestro cine. Eso hacía que la casa fuese poco acogedora y que no se vendiera, pero algunos decían que los lobos se acercaban por la noche ¡Habladurías! A nosotros nos interesaba un cine más grande medio vacío y lejos de la plaza, que uno en la plaza que dejase a mucha gente fuera.

El palomo se encargó de buscar – me dijo que le costó mucho trabajo – al dueño de la casa y, éste, se la vendía por lo que le diera… ¡con ciertos límites, claro! La casa se compró por 50.000 euros, pero cuando la vi, tan enorme, aunque estaba abandonada, me hizo ilusión.

  • ¡Coño, Nico! – me dijo el palomo -, que quinto pino y yo te dejamos esto de lujo.

  • ¡Vale, vale! – se lo agradecí con un besazo -, pero pásame presupuesto, ¿eh? Los negocios son los negocios. Cuando el cine este grande funcione, ya cobrará cada uno su sueldo, pero ahora es trabajo vuestro. Calcula materiales de la mejor calidad y móntame un despacho en una habitación no muy grande. Yo voy a pedir una pantalla gigante con proyector. La que tenemos ahora puesta se nos quedaría pequeña e irá a nuestra casa de arriba y… ¡mañana, supongo!, tendréis una medianita para la casa de vuestros sueños.

  • ¡Comenzaremos ya, Nico! – me dijo entusiasmado - ¡Tenemos otros trabajos, pero son poca cosa. Buscaré mozos ayudantes y tú nos vas diciendo cómo lo quieres.

  • ¡En tus manos lo dejo! – le dije invitándolo a tomar añico en el quiosco -; aquí tienes dinero adelantado para gastos. Confío en vuestra profesionalidad; he visto los resultados. Pon las paredes oscuras, pero a ver si es posible insonorizarlo ¡No es por el ruido de las películas! ¡Es por los «otros» ruidos, que no quiero que se oigan fuera! Correremos la voz de que el cine se traslada aquí. Voy a poner una máquina expendedora de condones y… invéntate una barra lujosa con unos… ¡cinco taburetes altos!; al final de la sala, donde esté la mampara. Venderemos la copa de añico a 50 céntimos.

  • ¡Jo! – exclamó - ¡Más del doble que en el quiosco! Pero seguro que se vende fácilmente. Son ideas muy buenas.

  • Pues aporta tú las tuyas – le dije -; este proyecto está abierto.

Subí a casa contento y ya estaban allí Rufo y tío, que habían estado haciendo otros trámites. Les gustó la idea de poner un cine más grande y un poco retirado de los curiosos. Tío había preparado un exquisito almuerzo y, cuando recogimos, como siempre, y fregamos, subimos a echarnos un poco.

  • Estoy cansado, Rufo – dije mientras nos desnudábamos -; no me ha dado tiempo a recuperarme del susto que nos dieron y ya estamos otra vez buscando proyectos.

  • Eso de… «estoy cansado» - dijo cómicamente – ¿es como lo de «cariño, es que me duele la cabeza»?

Me volví hacia él sonriéndole y nos echamos en la cama medio vestidos. Comenzamos a besarnos mientras nos quitábamos todo lo que sobraba. Al fin, nuestras pieles se unieron en una y sentí sus mordisqueos en el lóbulo de la oreja y en el cuello. Me ponían enfermo de placer. Tenía en mis brazos al ser más maravilloso que deseaba tener. Es verdad que la polla de medio metro era muy atractiva o que el quinto pino era guapísimo, pero ¡no sé qué tenían que no tenían!

Levanté despacio mis piernas y las puse en sus hombros. Se agachó a besarme y comenzó a penetrarme. Nada había cambiado el dinero; aquello era algo que no se podía comprar, porque era un sentimiento, no algo material.

Pero cuando ya estaba follándome y mirándome sonriente y feliz, puso su mano en mi polla con los dedos para el truco espacial. No sabía qué hacer. Comprendí los aspavientos del quinto pino. Era una mezcla indescriptible de gozo, placer y amor que sólo mi hermano y yo podíamos disfrutar.

Cayó exhausto y sudando sobre mí al corrernos y, empapados en mi leche, seguimos besándonos con tanta pasión, que la leche se pegó en nuestros cuerpos como una costra.

  • ¿Sabes una cosa, hermano? – me dijo luego pensativo - ¡Tenías razón! Con dinero o sin dinero esto sigue siendo igual ¡Seguimos gozando así porque nos amamos! ¡No es igual que follar! Debería tener otro nombre que no fuese eso de «hacer el amor» - dijo cómicamente -. Vamos a seguir adelante y, el que quiera venir con nosotros… ¡que venga!

  • Hay mucha gente aquí que se ama, Rufo – le dije -; me gusta esa simplicidad que hay entre Pico y medio metro; es envidiable la actitud de el palomo y el quinto pino. Trabajan juntos, se divierten juntos. Nadie puede separarnos. Luego, hablando de otra cosa, bajaremos a ver cómo está el cine. Se acerca el fin de semana y tenemos que hacerlo todo sin un solo fallo ¡Ah, y pagando los impuestos como manda la ley!

  • ¡Sí! – me besó - ¡Gracias a nuestros amigos podemos hacer todo esto!

  • ¿Follar también?

  • ¡No, hombre, no! – se rió -; eso es cosa nuestra a no ser que hagamos un «juego». Así lo deseaste y así lo deseé. Parece que se va haciendo realidad ¡Y no por el dinero!

Cuando bajamos, acababa de llamar a la puerta el representante de las máquinas expendedoras de condones. Tío, al oírnos hablar de esas cosas, se retiró un poco disimuladamente.

  • ¡Verá usted, don Nicolás! – me dijo -; esta es la mejor. Usted no tiene nada más que poner el sitio de pared donde va a colgarse. Nosotros la instalamos y la dejamos llena de condones variados ¡Habrá condones de todos los colores y formas; aquí le dejo el catálogo! Le entregaremos una llave para que usted mismo compruebe si quedan bastantes. Llamando a este teléfono – me entregó una tarjeta -, tendrá usted aquí al reponedor lo antes posible. Vendrá desde El Pueblo.

  • Supongo que se refiere usted a El Pueblo, no a un pueblo.

  • ¡No, no! – dijo con seguridad -; desde El Pueblo, que está sólo a 15 kilómetros. En poco tiempo, le llenará la máquina. Por cada unidad vendida, se harán dos partes iguales: una para usted y otra para nosotros.

Me pareció buena idea. Lo invité a añico, que parecía gustarle bastante, y se bebió hasta cinco copas de una vez.

  • ¡Aquí, aquí! – señaló Rufo una pared de la entrada del cine pequeño - ¡Este es el sitio perfecto para que todos vean la máquina y, el que quiera, que se gaste el dinero en sus condones!

  • El día 11 de octubre, sábado – le dije -, se estrenará el nuevo cine. Le pediré a este señor que nos ponga allí un par de máquinas en lugares separados. Será por comodidad de los «espectadores»

  • ¡Sí! – me besó - ¡Yo los coleccionaré! ¡Hay algunos muy bonitos! ¡Mira este con el dibujito del pato Donald! ¡Jo! ¡Qué lindo!

Continúa