Nico y Rufo: El octavo pajillero
¡Las cosas que hay que hacer a veces para hacer felices a los demás!
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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de un relato muy largo (una saga). Te aconsejo que leas ANTES Cómplices y luego los capítulos de Nico y Rufo para poder entenderlo todo. Gracias.
Nico y Rufo:
El octavo pajillero
1 Para variar un poco
Dejamos a tío durmiendo y no nos preparamos desayuno, sino que propuse desayunar en un bar. Rufo me dijo que sólo había uno pero que ponían unas tostadas para chuparse los dedos.
- ¡Pues eso hay que probarlo! le dije -; aún te quedan cosas de Pintres por enseñarme. Y me gustaría encontrarme con el palomo y decirle que si, al ser vecino de la bodega, habría alguna forma de averiguar el secreto para destilar el añico.
Nos abrigamos bien y bajamos despacio hasta la plaza. En la calle que quedaba a la derecha, pasando la tienda de Asun y el banco (que supe que era el banco del pueblo porque tenía una pequeña placa dorada en la puerta), había un portón más grande. Allí estaba el bar de Pedrín el cojo. Era un señor mayor y, evidentemente, cojeaba. Nos puso un café express riquísimo con unas tostadas de pan de un pueblo cercano y una manteca que te resucitaba.
Después de ponernos hasta las cejas de desayunar, nos fuimos dando un lento paseo al quiosco para rematar, según acordamos con seriedad, con una sola copa de añico.
La verdad, Rufo le dije -, es que ya llevo aquí bastantes días y todavía hay cosas de Pintres que no me has enseñado.
Poco más hay que ver respondió indiferente -; algún día, si está el tiempo menos frío, te llevaré a ver la antigua mina. Está hacia el sur en el centro del bosque de pinos. No muy lejos.
¿Y ya no hay que conocer otras curiosidades? le pregunté -; todos los pueblos tienen lugares curiosos o gente que hace cosas ¡No sé!
Pues - pensó un poco -, ya sabes que aquí hay más tíos gays que en Los Ángeles; en proporción, claro. Hemos subido al mirador aunque me parece que viste poco paisaje con el pedo que llevabas encima
¿Y no hay nadie que destaque por hacer algo curioso, por ejemplo?
¡Sí! dijo indiferente -, pero no es nada nuevo para ti. Se trata de otro gay.
¡Ah, bueno! le dije - ¡Eso no es nada curioso aquí!
¡Este sí! se rió -; es Martín el pajillero. Dicen que pertenece a una familia que siempre han tenido por costumbre hacer pajas cobrándolas; pero es carero. Como viene de ocho generaciones atrás, le dicen «el octavo pajillero». Ya puedes imaginarte la experiencia que tiene en hacer pajas. Si eres de los que te corres pronto, sabe cómo hacer que dure más y con mucho gusto. Si tardas demasiado en correrte, te hace algo que no puedes aguantar de gusto y te corres; te deja seco.
¡Joder con el octavo pajillero! - le dije - ¿Tú has ido alguna vez a que te haga una?
¿Yoooooo? me miró asqueado -; la verdad es que no le pago a un tío guarro 10 euros por una paja. Prefiero hacérmela yo solo. Además me da vergüenza de que un tío que no conozco de nada me coja la polla.
¿Diez euros? exclamé - ¡No es tan caro! ¡Tendrías que saber lo que te cobran por ahí por hacerlas!
¡Ya! dijo -, pero como aquí no para de «trabajar» ¡yo creo que se gana la vida más que bien!
¿Y hace otras cosas? pregunté intrigado - ¿Mamadas, dejarse follar..? ¡No sé! ¿Es prostituto?
¡No, que va! me miró riéndose -; el mote que tiene se lo ha ganado toda su familia por lo bien que siempre han hecho las pajas, pero no hace otra cosa.
¡Espera, Rufo! lo cogí del brazo -; estamos llegando al quiosco y no quiero hablar de esto allí ¿Por qué no vamos los dos un día y probamos?
¿Qué dices? casi se enfada - ¡A mí me da asco de que ese tío me la toque! ¡Para eso te tengo a ti!
¡Sí, es verdad! lo besé -; y yo te tengo a ti. Era sólo por curiosidad ¡Total, por veinte euros !
¡Venga, Nico! me dijo -; no seas tan curioso ¿No nos tenemos los dos, el uno al otro, y nos hacemos lo que más nos gusta? ¡Deja este comentario como una simple curiosidad! ¡Vamos a tomar esa copa!
2 Todo se sabe en un pueblo
Nos acercamos al mostrador y pedimos dos añicos. La cosa era que, como se bebía sin darse uno cuenta, nos bebimos otras dos cada uno. Aprovechando que a mi hermano le hacía más efecto que a los demás, me hice el tonto.
¡Joder, con la «curiosidad» que me has contado antes! le dije -; seguro que es fácil dar con ese tío. Aquí no te pierdes ¡No hay nada más que cinco calles y la plaza!
¡Ya, hombre sonrió tambaleándose -, pero no vas a ir por ahí preguntando dónde vive el octavo pajillero!
¡No, claro! le dije -; estaría diciéndole a cualquiera que voy a que me hagan una paja.
Nos echamos a reír, pero disimulamos para que no oyeran lo que hablábamos.
¡Mira allí! me dijo Rufo - ¿Ves aquella puerta que tiene al lado una ventana pequeña y alta con unas macetas mustias? ¡Pues ahí es! La gente va, llama a la puerta, se espera en otro sitio para disimular y cuando ven que la puerta se abre, corren para entrar sin que los vea nadie.
¡Joder! me reí - ¡Pues sí que tiene bien organizado y discreto el negocio!
¡Mira, mira! señaló con discreción - ¿Ves a ese tío maduro que pasa por la puerta? ¡Pues fíjate como llama disimuladamente y se da una vuelta por la plaza!
Efectivamente, un hombre maduro, pero de muy buen tipo, pasó cerca de la puerta y, sin levantar la mano, dio unos golpes en la puerta y siguió hasta la plaza. Por allí estuvo dando unos paseos hasta que vimos con claridad que se abría la puerta con disimulo. El hombre, mirando antes a su alrededor, corrió hacia la puerta y entró. Mi hermano se moría de risa.
¿Ves? me dijo - ¡Como si no supiera todo el pueblo qué es lo que se cuece en esa casa! Para saber si alguien va a hacerse una paja, sólo es necesario estar aquí mirando un rato ¡El tío tiene negocio!
¡Pues podríamos montarle la competencia! bromeé -.
¡Calla, calla, hermano! bajó la voz -, que eso de andar tocando pollas que han estado quién sabe dónde, me levanta el estómago. Yo sé que el tío te hace bajarte los pantalones y, antes de tocarte, te hace lavarte bien la polla con jabón desinfectante ¡y mirándolo él!; para él saber que está bien limpia.
¡Vaya! exclamé pidiendo otras dos copas - ¡Eso es vista comercial y no la mía, que sólo pienso en vender muñequitos!
¡Pues fíjate! señaló al otro lado de la plaza - ¿Ves la casita que está tres puertas más allá de la tienda de Asun? ¡La que está ya cerca del taller de medio metro!
¡Sí! me interesé - ¡Es coquetona!
Pues esa casa es de Ambrosio, el carnicero me explicó -, que prefiere vivir encima de la carnicería para no salir a la calle. Sobre todo cuando hace frío. Yo creo que está en venta.
¿Ah, sí? me ilusioné - ¿Cómo podríamos saber si la vende y cuánto quiere?
Mi hermano me miró con resignación. Sabía que ya estaba yo pensando en comprar la casa para irla pintando de colores y abrir nuestra tienda de regalos. Pero a él también le hacía ilusión. Se trataba de abrir sólo por las mañanas para vender regalos curiosos que nadie vendiese en el pueblo. Después de quedarse callado un rato, como pensando, me miró sonriente.
¿Sabes una cosa? me dijo -; Ambrosio es un tío al que se le caen los cojones; un huevón. No se altera por nada. Si hablamos con él, nos dirá si nos vende la casa y cuánto quiere, pero tendrás que tener mucha paciencia; para hacer cualquier cosa, tarda una hora.
¡No tenemos prisa! le dije -; vamos a rematar con otras dos copitas y vamos a casa de Ambrosio a preguntarle.
¡Vale! ¡No me parece mala idea!
3 Entrevista con el carnicero
Entramos en la carnicería para hablar con Ambrosio sobre la casa y, aunque no solía tener la carnicería llena, con dos clientes que había, tuvimos que esperar un buen rato.
- Es verdad lo que me dijiste susurré e Rufo - ¡Este tío lleva los cojones arrastrando!
Cuando conseguimos que nos atendiera, le preguntamos por la casa y, para sorpresa nuestra dijo que cuál de ellas, que vendía dos. Le dijimos que nos interesaba la de la plaza y, al ver entrar a una clienta a comprar, nos hizo esperar otro buen rato. Finalmente, después de esperar más de dos horas, supimos que tenía un precio aceptable y que podríamos visitarla por la tarde, así que quedamos en vernos a las 6. Pero cuando ya nos íbamos, me volví. Esperamos un cuarto de hora más para saber dónde estaba la otra casa y si se podía ver, pero no nos interesaba para el negocio; estaba en la Calle del Cerro. Yo me quedé igual; no sabía cuál era esa calle.
¡Hombre, hermano! me dijo Rufo al salir -; en un pueblo con cinco calles, ¿cuál puede ser la Calle del Cerro?
Ahhhh! me reí - ¡La nuestra! ¡La que sube hacia el cerro!
Exacto dijo -, pero no es buen sitio porque no es de paso; es mejor en la plaza.
¡Sí, sí, sin duda! afirmé -; es el mejor lugar del pueblo para un negocio.
¡Bueno! fuimos para la plaza - ¡Ya veremos cuántos siglos tarda en enseñárnosla!
Por la tarde, volvimos a verlo a las 6. Nos atendió con parsimonia, desde luego, pero, afortunadamente, llegamos el mismo día hasta la casa y vimos que no era muy grande pero era perfecta para nuestra idea.
¡Está en la plaza, muchachos! hizo su introducción -; las casas de la plaza son más caras. La vendo por 60.000 euros ¡Al contado! Tendríais que pedir un préstamo.
De eso no se preocupe, señor le dije - ¿Cuándo podríamos vernos para comprarla y poder empezar a prepararla?
Pues - se quedó pensando - ¡Cuando tengáis el dinero!
¿Podría ser esta misma tarde? le dije -; nos ha gustado.
¿Esta tarde? volvió a pensar un rato - ¡Pero si hasta mañana no abren el banco!
¡Verá, señor! le dije -; como habíamos pensado que, chispa más o menos, ese sería su precio, ya tenemos hechos los trámites y el dinero, pero con una condición.
¿Una condición? volvió a pensar - ¿Qué condición puede haber en una venta?
¡Fácil! le dije - ¡Que el contrato sea particular entre nosotros, no el legal del registro! ¡Le cobrarían por eso! Además, me gustaría ver mañana la otra casa; es por curiosidad.
¡Me cobrarían, claro ! lo pensó - ¡Está bien! Si esta tarde tengo el dinero, os entrego las llaves y me firmáis un contrato particular. Y la otra casa la vemos mañana a las 6, pero sabed que es más grande y un poco más cara.
¡Por fin habíamos conseguido, dos horas más tarde, ver la casa y comprarla!
4 El madrugador
No dijimos nada a tío por el momento; queríamos darle una sorpresa. Cenamos, charlamos y nos fuimos a la cama; no a dormir, precisamente. Por la mañana, con la primera tenue luz del día, me levanté con cuidado, me duché y me vestí. Bajé al salón y dejé a tío Manolo mudo de asombro.
¿Ya te has levantado, hijo? exclamó - ¡Cada día madrugas más!
¡No! le dije -; me gusta madrugar, pero hoy he madrugado más.
¡Siéntate ahí! señaló la silla -; voy a ponerte el desayuno.
Cuando entré en calor con el café y la copa de añico, me abrigué bien y salí hacia la plaza. Al llegar a la esquina del taller de medio metro, me fui hacia la derecha. En la calle de enfrente, a la izquierda, se veía la casa de Martín el octavo pajillero. No había casi nadie. Me acerqué despacio como curioseando y entré por la calleja siguiendo hacia adelante. Me detuve luego, cuando no veía a nadie, y bajé pegado a la pared de la izquierda. Al pasar por la puerta, di unos golpes en ella disimuladamente y seguí hasta la plaza.
Estuve dando unas vueltas no más de dos minutos hasta que vi que se abría casi imperceptiblemente. Miré a los lados y crucé otra vez hasta allí. Cuando entré en la casa, cerré la puerta. El salón estaba un poco oscuro, pero pude ver una figura sentada en una mesa de camilla.
¡Buenos días, Nico! me dijo - ¡Qué madrugador!
No te conozco le dije - ¿Cómo sabes que soy Nico?
Nunca te he visto en persona, pero hace ya bastantes días, estaba tu foto en el cuartel de la Guardia Civil. Me dijeron que la retiraron porque era un error.
¡Y lo era, afortunadamente!
¡Eres muy guapo! dijo - ¡Muchísimo más guapo que en la foto y más que tu hermano!
Entonces, se levantó un hombre joven de unos treinta años, que era muy guapo. Tenía el pelo moreno y rizado y barba de dos días que le hacía aún más atractivo. Yo no tuve que decir nada, pero la «sesión» me pareció una cosa muy fría. Me dijo que me quitase la ropa de abrigo y me señaló unas perchas para colgarlas. Luego, ya delante de mí a poca distancia, me dijo que me abriera los pantalones pero que no los dejara caer al suelo. Me abrí la correa, los pantalones y tiré de ellos con los calzoncillos sin llegar al medio muslo. Mi polla erecta quedó a la vista.
- ¡Qué polla más perfecta! dijo - ¡No recuerdo una así!, pero ahora sígueme porque tienes que asearte antes de empezar.
Me hizo pasar a un curioso cuarto de baño con un lavabo a poca altura y, con unos gestos de su dedo, me señaló el grifo y un tarro de jabón líquido.
¡Perdona, Martín le dije -, pero el agua caliente no sale!
¡Por supuesto! dijo cerca de mí -; tienes que asearte con agua fría. Eso hará que los resultados sean óptimos.
¡Ah, comprendo!
El agua estaba casi helada y mi polla se quedó más pequeña que cuando era un niño. Me lavé muy bien; él me observaba. Me dio una toalla limpia para secarme y me dijo que me echase en la pared.
- ¡Tienes pareja! me dijo peligrosamente cerca - ¡Tu hermano, por cierto!, así que supongo que quieres una de tipo especial. Hago una, a la que llamo «un cohete», que será la ideal para ti. Suelta ya los pantalones y déjalos caer al suelo.
Me asusté. No sabía que hubiese pajas de diferentes tipos y, mucho menos, que una de ellas fuese «un cohete». ¡Debería subir muy alto antes de explotar!
- ¡Bien, tío! se acercó a mí derecha - ¡Tú relájate y déjame hacer! Con el «cohete» vas a sentir un orgasmo tan largo como yo quiera, antes de correrte ¿Te parece bien un minuto de orgasmo?
Asentí asustado.
- ¡Muy bien, chaval! dijo lavándose las manos -.
Me la cogió de una forma muy extraña. No me la abarcaba con toda la mano, sino que dos dedos los tenía doblados hacia la parte interior; como si fueran a dar un masaje extra. Comenzó a mover la mano con tal naturalidad como el que está batiendo un huevo y, en pocos segundos, comencé a sentir que me corría. Un orgasmo de placer insoportable que duró y duró sin que me corriese. Me fijé bien en cómo lo hacía, aunque me costó trabajo. Me moría de gusto. Cuando pasó un minuto (que se me hizo placenteramente largísimo), me dijo: «¡Ya voy!». Y sacó los dedos y tiró del prepucio de tal forma que me corrí varias veces seguidas en una sola paja. Mis chorros de leche llegaron hasta una pared de azulejos que supuse que él mismo limpiaría.
Me quedé agotado y respirando agitadamente. Me parecía que se me iba a salir el corazón por la boca. Me puso la toalla húmeda y fría en la frente y me hizo señas.
¡Vamos! dijo - ; súbete primero sólo los calzoncillos y luego que yo te vea cómo te remetes bien la camisa en los pantalones ¡No se debe salir a la calle dando pistas!
¡Bueno, Martín! le dije todavía jadeando - ¿Cuánto te debo?
Hmmmmm - pensó - ¡Dame 5 euros!
¿Cinco euros? me extrañé - ¡Es barato! ¿No?
Es - se acercó a mí insinuante -, digamos ¡una oferta! ¡Nunca he manejado una polla tan bonita como la tuya! Además, es una especie de promoción; para que vuelvas. Yo suelo cobrar 10 por un cohete.
¡Ah, ya! le dije cortado -, pero lo has hecho tan bien que te voy a dejar propina ¡Toma! le di un billete -; 10 euros. Cinco son de propina para ti.
¡Gracias! me besó en la cara - ¡Me gustas!, así que acepto tu propina.
Me puse toda la ropa de abrigo, abrió con cuidado la puerta un poco, miró y me hizo señas para salir: «¡Ahora! ¡Ve rápido hacia arriba!».
Cuando salí de la casa no vi a nadie y apreté el paso subiendo la callejuela hasta el final del pueblo, torcí a la izquierda por detrás de unas casas y bajé por la callejuela donde vivía el palomo y donde estaba la bodega. Respiré profundamente, me metí las manos en los bolsillos como si fuese dando un paseo lento curioseando y comencé a acercarme a la plaza. Me miré y no se me notaba nada, pero cuando pasaba justo por la casa del palomo, salió éste corriendo y casi tropieza conmigo.
¡Joder, tío! se sorprendió - ¿Qué haces tú tan temprano por aquí?
Pues ¡Verás! le dije -, no podía dormir más y estoy recorriendo las calles que mi hermano no me ha enseñado. Me gustan todas estas casas.
¡Qué bien! exclamó - ¡Cuánto me gustaría tener una casita para mi quinto pino y para mí! Queremos vivir juntos, ¿sabes? Pero la economía no nos da para eso.
Me lo imagino le dije -; comprar una casa es meterse en una trampa de letras, hipoteca
¡Claro! me aclaró -, y como los dos somos autónomos y no ganamos mucho, el banco no nos da un céntimo.
¡Pues, atento a lo que te voy a decir! bajé la voz -; el carnicero vende dos casas muy coquetas y le hemos comprado una en la plaza para poner una tienda.
¡El carnicero! exclamó -; nos enseñó la casa de nuestros sueños en vuestra misma calle. Nos enamoramos del sitio, pero nos pide 80.000 euros y al contado ¡No podemos!
¡A quien madruga, dice el refrán, Dios le ayuda! le dije cómicamente -; veníos esta tarde con nosotros a las 6. El carnicero nos va a enseñar esa casa, pero hemos apalabrado ya la de la plaza. Si seguís enamorados y también os habéis enamorado de la casa, ¡os vamos a ayudar!
¿Qué me dices?
Te digo bajé más la voz -, que es posible que desde esta misma tarde tengáis la casa de vuestros sueños.
¡No vamos a poder pagárosla! se desilusionó - ¡No tenemos tanto dinero!
¡Ni falta que os hace! le dije -; si queréis la casa, venid esta tarde a las 6 a ver al carnicero ¡Es vuestra! Pero te pediría dos favores si puedes hacérmelos. Uno, es que como la bodega está aquí, a tu lado, intentes averiguar de alguna forma el secreto para hacer el añico. Si no puedes conseguirlo, no pasa nada. El otro favor es hacer un contrato que no conste en el registro; un contrato particular de compra al carnicero; como si el dinero fuera vuestro. No quiero que nadie sepa de dónde ha salido el dinero ni que se relacione la compra de vuestra casa con nosotros.
¡No puedo creerlo! se emocionó - ¡Esos favores que me pides, darlos por hechos! ¡La casa de nuestros sueños .!
5 Los ejercicios prácticos
Llegué a casa jadeando y de mi boca salían chorros de vaho. Entré y encontré a mi hermano desayunando. Luego, subimos al dormitorio.
¡Nico, hermano! me dijo - ¡Qué madrugador te has vuelto!
He estado viendo algunas partes del pueblo con el palomo le dije - ¿Sabes qué voy a hacer?
¡Ufff! exclamó - ¡Cualquiera sabe lo que se te ha ocurrido ahora!
¡Pues es muy fácil! me senté y lo besé - ¡Le vamos a comprar la casita de esta calle al palomo y su pareja. La que vende el carnicero. Ellos están enamorados de esa casa para vivir juntos. Es la misma que nos dijo el carnicero ¡Resulta que es la casa de los sueños de ellos dos!
Y ¿cuánto les ha pedido?
Dice que quiere 80.000 al contado pensé un poco -, pero como le vamos a comprar las dos, se la voy a sacar más barata al cojonato ese.
¡Me gusta la idea! dijo -, pero no quiero que gastes tanto dinero, hermano.
¡Verás, Rufo! le susurré -; en la maleta hay prácticamente 1.000.000 de euros ¡Un millón! ¿Te enteras? ¿Qué nos supone comprar las dos casas por 120.000?
¿Un millón? se asustó - ¡Sabía que era bastante, pero ! Pero ¿un millón hay ahí?
Seguro que ellos le dije -, al ser pintores, van a dejar la casa de dulce. Les pediremos que nos pinten de colores la tienda; cobrando ¡Son unos buenos profesionales! Nos quedarán muy agradecidos y no quiero abusar de ellos. Me dan lástima. Están muy enamorados de esa casa tanto como el uno del otro y no pueden convivir ¡Piénsalo!
¡No tienes que darme explicaciones, hermano! me besó -; dices que todo ese dinero de la maleta negra es de los tres. Yo estoy de acuerdo contigo en comprar las dos casas; una para regalársela a ellos. No creo que a tío le moleste ¡Un millón! ¡La ostia en pasta!
Cuando bajemos, querido hermano le dije -, podemos comentárselo a tío.
¡Lo vas a matar de un susto cuando sepa que tienes tanto dinero aquí! se rió -; pero me parece bien la idea. Debe saber cuánto hay y que puede disponer de lo que le haga falta.
Ahora, guapísimo me pegué a él -, vete quitando la ropa. Necesito tocarte y darte placer.
¡Y yo! suspiró -, ¡te acariciaría todo el día! ¡Oye! puso una cara rara - ¡Hueles como a desinfectante!
¡Ah, eso será porque he estado leyendo un bote que llevaba el palomo! le dije ; me ha dicho que iban a pintar una casa que está llena de pulgas. Voy a ducharme mientras tú te desnudas tranquilo.
Me desnudé rápidamente y con miedo a que pudiera mi hermano darse cuenta de dónde había estado yo. En realidad, aquella curiosidad de la «sesión de la paja cohete» me fue muy útil. A pesar del gustazo tan enorme que sentí, pude fijarme muy bien en lo que hacía con los dedos, así que le reservaba a mi hermano, si me salía bien, una muy agradable sorpresa que me había costado tan sólo 10 euros.
Cuando volví al dormitorio, ya estaba en pelotas sobre la cama esperándome empalmado. Yo iba reliado en la toalla. Acabé de secarme bien y la dejé caer al suelo. Mi polla asomó empalmada y me eché a su lado abrazándolo.
¡Te quiero, Rufo! lo abracé - ¡Sabes que haría cualquier cosa por ti; porque seas muy feliz!
¡Lo sé, hermano! me besó - ¡Yo haría lo mismo cualquier cosa!
Pues - pensé cómo decirlo -, vamos a acariciarnos y a ponernos a tono. Para no entretenernos mucho, nos haremos una paja. Luego habrá tiempo de más.
Comenzamos a besarnos sin separar nuestras bocas durante casi media hora. Quería (y quiero) a Rufo más de lo que él podría imaginar y eso que él me decía que sabía que yo lo amaba sin límites. Y lo amaba sin límites; tanto como para ir a que un guarro asqueroso me hiciera una paja y a aprender la técnica para mi hermano Rufo.
Cuando comenzamos a tocarnos las pollas y a excitarnos, puse los dedos en la suya como lo había hecho Martín. Tenía que sacarle provecho a aquellos 10 euros para hacer a mi hermano el más feliz de la Tierra. Doblé los dos dedos hacia adentro como había visto y comencé poco a poco a mover la mano arriba y abajo. Rufo me miró asustado.
¿Qué haces? se incorporó - ¿Cómo consigues darme tanto gusto?
¡Calla, Rufo! le dije al oído -, que estoy probando una cosa. ¡Dime si te gusta!
¡Joder! exclamó - ¡Si no has empezado a tocarme y ya me muero de gusto!
Pues calla y disfruta ¡Disfruta, amor mío!
Seguimos pajeándonos y dejó de movérmela. Estaba respirando agitado con la boca abierta del placer que sentía y me miraba a los ojos espantado mientras apretaba con sus manos unos pellizcos en las sábanas. Estaba en pleno orgasmo (aunque no me lo decía). No quise que se excitara demasiado ni que tuviese un orgasmo muy largo para no asustarlo, porque vi que empezó a retorcerse de placer y casi comenzó a gritar: «¡Hermano, hermano, que me matas de gustooooo!». Entonces, saqué los dedos doblados y le tiré del prepucio como lo había visto. Mi hermano dio un grito espantoso de placer (oí el eco que venía de la tele del salón) y sus chorros de leche llegaron al techo.
¡Ay, ay, Nico! me abrazó apretándome mucho -; casi me matas de gusto. He sentido un orgasmo largísimo y me ha dado la sensación de que me corría varias veces al final ¿Qué me has hecho?
Una paja especial o espacial, mi vida seguimos abrazados
¡No te asustes! Lo leí una vez en un libro y pensé que era un rollo. Pero funciona, ¿no?
¿Qué si funciona? me miró asustado - ¡Tienes que enseñarme ese truco para yo hacértelo a ti!
¡Por supuesto! lo besé eróticamente -, pero con una condición.
¡Vale, la que tu quieras, amor! dijo - ¡Yo quiero que sientas orgasmos así y te corras de esta forma! ¡No diré el truco! ¡Te lo juro!
¡No hace falta que me jures nada, Rufo! le sonreí - ¡Te creo tanto como te quiero! Si quieres darme ese placer, yo mismo te diré lo que tienes que hacer pero esta tarde noche cuando compremos el piso para el palomo, ¿eh?
Nos haremos unas pajas muy largas se rió - ¡Hasta que sintamos que nos morimos de gusto!
Lo que tú desees, amor mío le dije -; sólo para ti y para mí, ¿vale?
¡Ya lo creo!
6 La casa de los sueños
Cuando nos vimos a las 6 con el palomo y el quinto pino para ir a ver al carnicero, ya les advirtió Rufo que era muy lento para todo, pero como ellos eran del pueblo, ya lo sabían y estaban preparados para tener paciencia.
Una hora después, llegamos a la casa. La puerta estaba tres casa por encima del taller del metro (la casa de medio metro). Era un poco más grande que la de la plaza, claro; por eso pedía 80.000 estando en una calle.
¡Verá usted, don Ambrosio! le dije llegando -; si nos gusta y le entrego ahora mismo el dinero ¿me la dejaría más barata?
¿Más barata? se puso a pensar - ¡Es más grande que la de la plaza y está todo nuevo!
¡Sí, me lo imagino! le dije -, pero 80.000 en una calle tan empinada de un pueblo perdido en el bosque como no nos la venda usted a nosotros ¿Quién se la va a comprar?
Pues - volvió a pensar mientras abría la puerta -, ¡es verdad! ¿Pero cuánto queréis que os rebaje?
Como le pagamos al contado le dije , sin impuestos ni nada, todo lo que le dé es dinero limpio para usted ¡Ahorrará mucho! Nosotros le damos, en efectivo, 120.000 euros por las dos si nos gusta esta, porque la de la plaza es pequeña y hay que gastar mucho en arreglarla. Eso correría de nuestra cuenta.
¿Me pides que te rebaje 20.000 de una vez? me miró asustado -.
¡Pues 130.000 por las dos y no se hable más! le dije seguro -; esos 10.000 que nos rebaje tendremos que gastarlos en arreglar la casita de la plaza ¿Verdad, palomo?
Se lo pensó mientras entrábamos, se volvió de repente y me miró con ojos de avaro.
¡Trato hecho! me dijo - ¿Dónde está el dinero?
Aquí, señor le mostré una bolsa abriéndola -; puede contarlo si quiere. No falta un céntimo.
Cuando abrí la bolsa y vio los billetes, los miró sonriente y me miró luego a mí ¡Menos mal que no se puso a contarlo! ¡Nos hubiera tenido allí toda la noche!
- ¡Negocio cerrado! dijo seguro -; las dos casa son vuestras.
Nos mostró aquella casa y, de verdad, era una casa de ensueño. Con razón nuestros amigos estaban enamorados de ella. Estaba muy bien conservada. Nuestros amigos encendieron la luz y pasaron adentro mirándonos felices: «¡Nuestra casa!».
No se asuste, don Ambrosio le dije sonriente -; todo ese dinero nos ha costado mucho tiempo y trabajo reunirlo entre los cuatro ¡Ahora es suyo!
¡Aquí pondremos el tresillo, aquí la tele y allí !...
Los dejamos soñar entregándoles las llaves y firmando el contrato particular y el recibo del dinero y volvimos muy contentos a casa pensando en nuestros siguientes planes.