Nico y Rufo: El noveno no ve nada

Nuestros amigos tenían que inventar algo para distraerse... ¡y lo encontraron!

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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de un relato muy largo (una saga). Te aconsejo que leas ANTES Cómplices y luego los capítulos de Nico y Rufo para poder entenderlo todo. Gracias.

Nico y Rufo:

El noveno no ve nada

1 – El aburrimiento cotidiano

Acabábamos de despertarnos y ya estábamos los dos abrazados y empalmados. Es lo que pasa en los pueblos; que la gente se aburre y, si no hay tele, pues ¡hala!, a follar. Por eso, en los pueblos donde hay muchos matrimonios hetero, tienen muchos hijos.

  • ¡Mira, Rufo! – pensé en voz alta -; o preparamos la sala de juegos ya, o siempre vamos a estar follando. Lo de la tienda, nos obligaría también a levantarnos temprano, beberíamos menos añico y dejaríamos el folleteo para su hora: la tarde o la noche.

  • ¡Tienes razón, Nico! – suspiró -; ahora me aburro menos contigo, pero antes

  • A ver si llegan ya la pantalla gigante y el reproductor DVD con las pelis que hemos pedido – comenté -; hay que buscar algo para distraerse

  • ¡Eso! – me sonrió -, pues a ver si no tardan mucho las cosas ¡Vienen muchas! Lo de la tele LCD sería importante. A veces, podríamos poner películas como si fuese un cine: para la gente del pueblo y cobrando algo.

  • ¡No sé, no sé, Rufo! – me lo pensé -; ten en cuenta que abajo va a haber mesas, un billar, ordenadores… ¡Ufff! ¡Cosas de mucho valor y cosas que no podremos mover para poner sillas! ¿Quién mueve la mesa de billar?

  • ¡Jo!, - exclamó Rufo -; ¡pues montamos el cine en nuestra nueva casita de la plaza hasta que abramos la tienda! Nos distraeremos bastante, ¿no?

  • ¡Coño! – me salió del alma - ¡Eso es una buena idea y lo demás son pamplinas! ¡Montaremos un cine provisional! Medio metro y Pico seguro que nos ayudan.

  • Pues sí – se rió -; ya me imagino a medio metro de portero vendiendo las entradas.

  • Podíamos estrenarlo con Brokeback Mountain – dije -; En terreno vedado , ¿no? Este sitio tiene cosas similares a esa película: está aislado y hay movida gay. Y si van como ovejitas

  • Cuando nos levantemos y salgamos – dijo seguro -, vamos a preguntarles a nuestros amigos ¡Puede que nos digan que a eso no iría nadie!

  • ¡Pues, venga! – me incorporé -; arriba que vamos a empezar a distraernos.

2 – La consulta

Nos pusimos muy guapetones y perfumados, desayunamos y le dijimos a tío que teníamos ideas nuevas para entretenernos y que íbamos a tantear el terreno, porque podría ser una distracción que nos diese algo de dinero.

Se estaba nublando otra vez y no cesaba el aire frío, así que bajamos a la plaza encogidos. Afortunadamente, estaban Pico y medio metro jugando en la calle como otras veces, así que nos acercamos a ellos contentos. Cuando nos vieron acercarnos, dejaron sus juegos y vinieron corriendo a saludarnos.

  • ¿Qué pasa, tíos? – dijo Pico - ¡Que no nos vemos ahora casi nada!

  • ¡Estamos haciendo proyectos para distraernos! – les dijo Rufo -; no podemos estar todo el día encerrados ni… ¡bueno, ya sabéis!

  • ¡Claro, claro! – dijo medio metro -; la vida no se basa sólo en eso, pero ¿en qué proyectos pensáis?

  • ¡Verás! – les dije misteriosamente -; mi hermano ha tenido una idea y hemos pensado que lo mejor era consultarlo con vosotros que conocéis mejor el pueblo. También se lo consultaremos al palomo y al quinto pino.

  • ¡Joder! – dijo Pico -; esto suena muy misterioso ¿Qué habéis pensado?

  • Pues verás – habló mi hermano -; está a punto de llegarnos un sistema de imagen y sonido del carajo. Una pantalla LCD gigante, un DVD, un «home cinema»… ¿Sabéis que con eso se podría montar un cine de puta madre?

  • ¡Sí, claro! – dijo medio metro - ¿Pero dónde?

  • Hemos comprado la casa que vendía el carnicero en la plaza – les dije - ¿Sabéis cuál es?

  • ¡Pues claro! – dijeron los dos - ¡Está ahí al lado!

  • ¡Eso! – dijo entonces Rufo -; pues ahí pensamos montar una tienda de regalos para la primavera pero, de momento, si se limpia bien y se llena de sillas… montamos un cine con nuestros equipos ¡Se podría cobrar una entrada barata!

  • ¡Jo! – se asombró Pico -; yo me apunto a ir al cine, pero si puedo ayudaros a montarlo

  • Hemos pensado en vosotros – les dije -; no sólo para limpiar o montar las cosas, sino como ayudantes ¿Tendrá que haber un portero, no? ¡Y cobrar!

  • ¡Ah, pues sí! – dijo medio metro pensativo -; las tardes las tengo libres.

  • ¡Perfecto! – dijo Rufo -; ahora vamos a ver dónde están pintando el palomo y compañía y también les vamos a pedir su opinión ¡Son gente seria!

Hablamos de algunos detalles más y nos dijeron dónde estaban los otros dos: en la segunda casa pasando el bar del cojo. Nos despedimos y fuimos hasta allí dando un paseo. Miramos al quiosco y nos miramos mojando nuestros labios con la lengua, pero no queríamos beber. Cuando llegamos a la casa que nos dijeron, nos dimos cuenta enseguida de que estaban allí. En la puerta habían puesto algunos muebles y las ventanas y el portón estaban abiertos.

  • ¡Palomo! ¡Quinto pino! – les dijo Rufo en voz baja desde la calle - ¿Podemos hablar un momento?

  • ¡Hombre! – se alegraron los dos - ¿Qué hacéis por aquí?

  • Medio metro y Pico nos han dicho que estabais en esta casa pintando – les dije -; sólo queríamos consultaros una cosa.

  • ¡Pues claro! – dijo el palomo -; los dueños de la casa estarán todo el día fuera. Voy a cerrar la puerta y hablamos en el quiosco tomando unas copas.

Mi hermano y yo nos miramos y suspiramos resignados. No teníamos forma de librarnos del añico, pero aquello había que hablarlo. Cerró el palomo las ventanas, metieron los muebles y cerró bien la casa.

  • ¡Ea, vamos! – dijo -; nosotros ya necesitábamos un descanso ¿Y qué es lo que nos queríais consultar?

  • ¡Bueno! – habló Rufo inseguro -; se trata de un proyecto que se nos ha ocurrido para distraernos un poco ¡También puede dar algo de dinero! Pero eso es lo de menos.

  • ¡No, no! – dijo el quinto pino -; si sacáis dinero, mejor.

  • ¡Veréis! – les dije llegando al quiosco -; la cosa está en que vamos a recibir un equipo de imagen y sonido tan grande y tan bueno, que podríamos montar un pequeño cine. De momento, como está vacía nuestra casa, se podría poner ahí, ¿no?

  • ¡Joder! – exclamó el palomo -; ¡esa idea es de puta madre!; se merece un par de copas… ¡Contadnos detalles!

Nos pusimos a hacer los planes sin hablar muy fuerte. Queríamos que todo fuese una sorpresa. Cuando se fueron enterando del proyecto, el quinto pino se apuntó enseguida a ayudarnos y el palomo lo miró muy contento.

  • ¡Ah! – dijo el palomo -, pues yo me apunto a ayudaros. Yo creo que se llenará. La película que decís que podría ser el estreno me parece la más adecuada.

  • Entonces… - preguntó tímidamente Rufo - ¿Os parece buena la idea?

  • ¡Joder! – exclamaron los dos - ¡Pues claro! No sólo es que aquí no haya cine, sino que me sé de buena tinta que la gente iría.

  • Pues entonces – les dije – hoy mismo empezaremos a limpiar. Tendremos que calcular las sillas que caben y alquilarlas, pero eso no es mucho problema. Ya haremos números. Es que no nos importa que no ganemos nada ¡Con que cubra los gastos…! ¡Cada uno de vosotros cobrará su trabajo; igual que todos!

  • ¡Pues venga! – nos dio ánimos el palomo -, a trabajar que es buena idea. Nosotros os ayudaremos. Avísame tú a casa esta tarde, Nico. Yo buscaré a quinto pino ¡Por probar tampoco va a pasar nada!, pero ya veréis como gusta y se llena.

3 – Los preparativos

Hablamos la idea con tío Manolo, que se puso muy contento sólo de saber que íbamos a dedicarnos a algo productivo. Por la tarde, mientras barríamos y fregábamos el suelo de nuestra casita, se hicieron el resto de los planes. El palomo y el quinto pino, se encargarían de hacer una mampara de tablero para que no entrase la luz de la calle y tampoco se viese la pantalla desde afuera. Allí iría una mesilla donde se sentaría medio metro a vender las entradas. Tanto la mampara como todas las paredes y el techo, se pintarían de un color verde oscuro, porque según los expertos (los dos pintores), un color oscuro no reflejaría la luz de la pantalla y se quedaría el cine muy oscuro. Pico haría de coordinador, es decir, que nos tendría a todos informados de cómo iban las cosas. La parejita de pintores, llevarían una linterna para hacer de acomodadores o iluminar un poco si pasaba algo.

Nuestro tío Manolo se ofreció a pedir los permisos necesarios en el cuartel y el consistorio (Pintres pertenecía a otro ayuntamiento cercano; era una pedanía). Con estos permisos, podríamos colgar un cartel grande, muy bonito, que pintaría el quinto pino. En el cartel se vería un pino de aquellos y el nombre del cine; «CINE PINTRES». También se pondría, unos días antes, un cartel con la película que se iba a poner cada viernes y sábado. Sólo faltaban los equipos, pero aquella misma tarde llamaron por teléfono a tío y, el buenazo (porque lo era), bajó a avisarnos.

Como la estación de autobuses estaba casi enfrente (la plaza era muy grande), no habría que cargar demasiado con el peso; sólo cruzar la plaza.

Nos fuimos los seis a la estación, pagué (al contado) todo que se debía y nos llevamos las cosas. Estábamos muy ilusionados, tanto, que mientras fuimos sacando los equipos de las cajas y colocándolos en sus sitios, nos pusimos bien a tono con unas botellas de añico y nos magreábamos las pollas cada vez que nos cruzábamos: «¡Esto va a ser un éxito!».

El cine estaba montado y le pegamos un vistazo, cerrando antes la puerta, a las partes más «interesantes» de Brokeback Mountain. Ni que decir tiene que cada oveja acabó con su pareja; pajeándonos, ¡claro!

Hubo que esperar hasta el fin de semana siguiente (las cosas de los trámites burocráticos) y pensamos en repetir la misma película el viernes y el sábado. Cada fin de semana haríamos lo mismo con otras películas.

  • ¡Jo! ¡Cómo va a quedar esto con sus sillas llenas de gente!

4 – La inauguración

Llegó el día D y todos estábamos muy bien vestidos y peinados en nuestros puestos. Mi hermano y yo nos preocuparíamos del funcionamiento de los equipos; nada podía fallar. Los acomodadores, con sus linternas, paseaban por la sala, tenuemente iluminada, hasta que llegase la gente. Pico iba de un sitio para otro, muy nervioso, para llevarnos recados de unos a otros y… el medio metro, más guapo que nunca y muy bien sentado en la entrada, estaba preparado para vender pases.

Empezamos a ponernos nerviosos. Las sesiones serían siempre a las 7 de la tarde y, a las 6 y media, no había nadie en la plaza. Nos lo dijo Pico, que se asomaba a ver si venía gente y luego nos lo decía.

Eran las 7 menos cuarto y apareció una pareja de amiguitos por una calleja. Medio metro le dio el aviso a Pico y él nos lo comunicó: posiblemente ya teníamos dos espectadores. Poco después, llegaron a la entrada y se acercaron a comprar su ticket; ¡sólo 3 euros! Les gustó el precio y nos dijo Pico que les oyó decir que volverían también al día siguiente (el sábado). Nuestros acomodadores los llevaron gentilmente al sitio que eligieron y Pico vino a avisarnos de que venían más chicos, casi todos en pareja y se estaba formando una cola en la plaza.

  • ¡Joder, hermano! – me dijo Rufo -; ojalá salga esto bien, porque sería una distracción y un orgullo para todos nosotros. Nos lo hemos currado; ¡tiene que funcionar!

¡Y funcionó! Tuvimos que dejar pasar a 5 personas más (aunque estaba fuera de la ley, según el permiso de apertura) para que no se quedasen sin el estreno. Eran 10 filas de 8 sillas cada una ¡85 espectadores! ¡Éxito clamoroso!

Apagamos las luces a las 7 en punto y le di al «Play». ¡Comenzó la película!

Nosotros la vimos como pudimos; en un lado. Y medio metro encajó la puerta y se puso a verla desde la mampara de la entrada. Todo iba del carajo hasta que empezamos a oír unas voces en la oscuridad de la sala.

  • ¡Que no, imbécil! ¿Quieres dejar ya de darme por culo echándote encima de mis espaldas?

  • ¡Es que no veo, cabrón! ¡Recórtate cuerpo, que lo tapas todo!

  • ¡Hijo de puta! ¿Me estás llamando larguilucho?

Los acomodadores buscaron con sus linternas y vieron a dos tíos que casi se metían mano. Le tuve que dar a la pausa y encender la sala.

  • ¿Qué pasa? – dijo Pico casi llorando - ¡Con lo bien que iba todo!

  • ¡Un momento, un momento de silencio! – dijo el palomo muy serio desde la pantalla - ¡Hay dos personas que tienen un conflicto! ¡Vamos a subsanarlo y continuará la película con normalidad!

Vi que habló con dos tíos. Uno era altísimo y el otro, más bien bajito. Hubo movimiento de gente y de sillas y, a una señal del palomo, apagué las luces y continuó la proyección.

Se acercó el palomo a decirme lo que había pasado. Un chico, no sólo por ser masculino gay, sino por su poca estatura, se estaba peleando con otro (el de delante) porque era muy alto y no podía ver la película. El palomo me explicó que al alto le llamaban «el empalmado» (que había que cruzárselo en la calle un par de veces para verlo entero) y al bajito, «el noveno», porque era el noveno hijo de un matrimonio que ¡tenía 19 hermanos!

  • Todas las caras me suenan – me susurró luego el palomo -; aquí está toda la crema gay del pueblo. No hay ni una tía. Encenderé la linterna sólo si hay pelea o algo… ¡Ya verás lo que nos vamos a entretener!

Cuando empezaron a llegar las escenas «más interesantes», pusimos atención y oíamos besos de todas clases, gemidos, movimientos

  • ¡Oye, Nico! – me dijo mi hermano -; la gente ha venido a ver la película, pero me parece que la están viendo y viviendo.

  • ¡Joder! – exclamé - ¡Verás cómo nos van a dejar el cine!

  • Pues a mí me da bastante asco de recoger eso – me contestó

  • ¡Ya veremos lo que nos encontramos!

  • No te preocupes, corazón – le acaricié la cara en la oscuridad -, que si hay que recoger… esas cosas… lo haremos nosotros. Tú, si quieres, te sales a la plaza.

  • ¡Ay, hermano! – me besó - ¡Cuánto te quiero! ¡Es la primera vez que me dices «corazón»!

Noté que empezaba a meterme mano y, aunque no quería decirle que no, porque lo deseaba, pensé que deberíamos evitar hacer ciertas cosas en el trabajo.

  • ¡Espera, Rufo! – le dije suavemente -; ahora estamos trabajando. Vamos a ver la película y ya nos desahogaremos en casa luego, bonito.

  • ¡Tienes razón! – me susurró al oído -, porque si se enciende la luz y me ven liado contigo, ¡me muero de vergüenza!

Cada vez había más ruidos en la sala y volvieron a oírse voces a gritos, así que volví a darle a la pausa y encendí las luces ¡Joder! ¡Nos quedamos de piedra! Todos, todos los espectadores estaban besándose (como mínimo), pajeándose y hasta follándose sentados uno encima del otro con los pantalones bajados. Apagué la luz enseguida acojonado y encendieron las linternas los acomodadores para buscar a los que gritaban.

  • ¿Qué pasa aquí, eh?

  • ¡Este capullo, que quiere follarme y yo tengo novio, cojones!

  • ¡Tu puta madre! ¡Tú no tienes pareja y te has dejado hacer una paja, pero ahora no quieres que te folle!

  • ¡Un momento, un momento! – dijo el palomo con paciencia -; es mejor que os sentéis a ver la película. Hay mucha más gente aquí interesada en verla (aguantó la risa). Si no os estáis quietos y os calláis, tendré que acompañaros a la salida.

Afortunadamente, todo quedó en un segundo susto, pero ya sabíamos que los tíos iban a usar el cine para follar viendo una película; gay, a ser posible. La mayoría de ellos eran jóvenes que vivían con sus padres y no tenían sitio para sus relaciones afectivas (a no ser que se fueran a follar al bosque con el frío que hacía y echados en una cama de nieve).

Recuerdo haber visto más de 30 pollas empalmadas y a más de 8 ó 10 tíos sentados sobre otros con los pantalones bajados ¡Todo un espectáculo! Pero lo que más gracia me hizo es que el noveno no veía nada; tenía a otro chico encima y lo estaba enculando, pero éste le tapaba la pantalla, claro. Su cara asomaba por un lado.

5 – Un nuevo proyecto

Mi hermano estaba blanco y a punto de vomitar. Lo llevé a la plaza para que le diera el aire frío porque, cuando encendimos las luces al final y salieron todos, aquello era un cuarto oscuro lleno de corridas, condones, pañolitos de papel pringosos de leche

  • ¡La ostia! – exclamó el palomo -; hemos motado un cine y se ha convertido en una sala de sexo gay. Habrá que limpiar todo esto y las sillas con algo desinfectante y perfumado.

  • Mi hermano está mal – le dije -; le da un asco horrible de ver esto. Yo aguanto bien, pero los que no aguantéis no tenéis por qué limpiar nada.

  • ¡A mí no me da asco! – dijo desenfadado - ¿Tu sabes las cosas que yo he tenido que limpiar para poder pintar algunas paredes? No hace falta mucha gente. Limpiamos tú y yo.

Medio metro, asomado con espanto a la mampara, se tapaba la boca y la nariz blanco como el alabastro.

  • ¡Está bien! – le dije al palomo -; voy a avisar a los más delicados y que se tomen un añico ahí enfrente a cuenta de la casa. Ya verás cómo se les pasa todo. Luego, que se vayan a casa. Su labor la han cumplido con creces. Tu novio, tú y yo, limpiaremos.

  • ¡Pues sí, estoy de acuerdo! – dijo el quito pino - ¿Y si mañana se llena otra vez esto? ¿Os importaría que vengan los más jóvenes a ver una película picante y se follaran mientras? ¡Menudo negocio si se llena así siempre!

  • ¡Oye, Nico! – me susurró el palomo - ¿Tú sabes cuánto se habrá sacado de caja en la entrada? ¡Es que yo tardo en hacer cuentas!

  • Pues… - pensé - ¡Ochenta espectadores mal contados, a 3 euros cada uno son…! ¡Joder, no está mal! ¡Hemos sacado 255 euros! Otro pelotazo así cada viernes y cada sábado y es una pasta que compensa.

  • ¡Pues sí! – dijo asombrado el palomo -; serían 500 euros cada fin de semana, ¿no?

  • Pero… ¿sabéis una cosa? – les dije -; hemos creado sin darnos cuenta un nuevo proyecto que es un servicio al pueblo de Pintres. ¡Un lugar para ver películas gay y donde te dejan follar!

Nos echamos a reír y nos pusimos hasta las cejas de añico recogiendo toda aquella porquería y limpiando bien todas las sillas y el suelo con un detergente que tenían nuestros amigos, los pintores.

  • Si sigue esto así – les dije -, os regalo un equipo, un poco más pequeño, para vuestro nuevo nido.

  • ¡Jo, Nico! – me abrazaron - ¡Eres la ostia!