Nico y Rufo: El décimo de lotería 2/2
Termina este primer bloque de la saga. Tras un descanso... ¿volverán las avebturas de nuestros amigos?
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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de una saga. Hoy termina, aunque ¿quién sabe? Te aconsejo leer Cómplices más los capítulos de Nico y Rufo para poder entenderlo todo. Gracias.
Nico y Rufo:
El décimo de lotería 2/2
5 Lo que no se puede gastar
Subió corriendo (oí el ruido de los pasos) tío Manolo para ver qué ocurría. Sin duda, nos estaba viendo por la tele y se asustó. Llamó, como siempre hacía, aún sabiendo lo que pasaba. Los dos nos encontrábamos completamente desnudos y mi hermano Rufo yacía en el suelo desmayado. No lo pensé y corrí a la puerta para abrirle.
- ¡Tío! le dije un poco asustado - ¡No pasa nada! ¡No te asustes! Entra si quieres, que estás en tu casa, pero los dos estamos desnudos.
Le abrí la puerta del todo para que entrase porque lo vi demasiado preocupado. Se acercó a ver a Rufo en el suelo y me pareció que iba a ponerse a llorar.
¡No te preocupes, de verdad! le puse el brazo en los hombros - ¡No es más que un desmayo de la sorpresa que se ha llevado! Esperemos a que despierte. ¡Le dolerá la cabeza, porque ha dado un cabezazo contra el suelo!, pero no hay nada más de importancia.
¿No? me preguntó atónito - ¿Entonces por qué se ha desmayado? bajó la voz - ¡He visto desde abajo que estabais viendo unas cosas en los ordenadores, pero no sé qué ha podido ser tan fuerte como para que se desmaye ¡Sólo os veía las cabezas! ¿Comprendes?
¡Sí, sí! le susurré - ¡Ahora te lo cuento abajo! Vamos a ponerlo en la cama hasta que vuelva en sí. Yo me visto con algo y bajamos a hablar ¡Ayúdame a moverlo!
Tomé yo a mi hermano por las axilas y mi tío por las piernas y lo levantamos con esfuerzo (¡pesaba como un saco de patatas!) hasta ponerlo con cuidado en el colchón. Le dejé la ventana abierta y el ordenador encendido para que no se quedase totalmente a oscuras, me vestí rápidamente y apagué la luz.
¡Vamos, tío! dije - ¡Tengo que contarte una novedad que no te la vas a creer!
¿Pasa algo malo, hijo? me miró muy preocupado - ¡No me deis estos sustos, por el amor de Dios!
Bajamos y dejó la tele encendida. Por allí se vería (aunque con poca luz) si mi hermano se despertaba. Nos sentamos junto a la chimenea y le expliqué lo que había pasado.
¡Verás, tío Manolo! le conté -; esta mañana, fuimos a la estación de autobuses para ver si habían venido más paquetes; los cuatro que dejamos aquí ya casi a medio día. Pero yo no sabía que allí había un estanco donde vendían lotería y esas cosas. Me acerqué a la ventanilla y vi que había un bote de 66 millones de euros para el sorteo de esta misma noche en los Euromillones esos
¿Sesenta y seis millones de euros? me miró espantado - ¡Perdóname, Dios mío! ¡Coño, qué barbaridad!
¡Sí, tío, sesenta y seis! continué -; como me gusta jugar a esas cosas y hacía tiempo que no compraba un décimo de la lotería ni nada, pues pensé en comprar un boleto; ¡el premio era muy atractivo! pero me parece que me pasé. Pedí un boleto con el máximo de apuestas posibles. Era muy caro, sí, pero llevaba dinero. Esta noche, como habrás visto por la tele, no queríamos mucho «movimiento» hasta no saber el resultado y el escrutinio del sorteo. Y como yo no pensaba que nos podrían tocar muchos números, aunque sí algunos, Rufo me los fue leyendo despacio en la pantalla. Lo malo es que yo iba comprobando el boleto sentado en la otra silla y un poco por detrás de él, pero cuando vi que estábamos acertando todo, fui empujando la silla hacia atrás aterrorizado. ¡Al final, él mismo leyó que el único boleto premiado estaba aquí, en Pintres!
¿Ah, sí? preguntó con curiosidad - ¿Y a quién le ha tocado?
¡Te lo estoy diciendo, tío! repetí - ¡Rufo y yo hemos acertado todos los números y no hay más acertantes en toda Europa!
¡Santo Cielo! se puso blanco - ¡Más de 70 millones, seguro! ¿Qué vais a hacer con eso?
Aún no me lo he planteado le dije y el pobre Rufo, ahí lo ves; perdió el conocimiento. Ahora soy yo el que quiero pedirte consejo ¡Verás!... La maleta negra que hay arriba no tiene 100 ó 200 mil euros, no; ahí arriba hay guardado para los tres un millón de euros más o menos.
¿Qué? miró a todos lados nervioso - ¿Tanto dinero tienes en esa maleta? Entonces ¡Ay, Dios mío, que me va a dar algo! Lo que tienes ahí arriba no es nada con lo que tendréis desde ahora ¡Eso no se puede guardar en una casa!
¡Eso digo yo! respondí tranquilo -; no es igual tener una maleta llena de dinero negro que 66 millones. Ese dinero, como ya sabes, está libre de impuestos. El boleto tendría que cobrarlo en el banco ¡Imagínate! Yo no quiero que todo el pueblo sepa que nos ha tocado a nosotros ¡y te incluyo!
¡Yo no quiero dinero, hijo! me advirtió -, pero no hay por qué cobrar el boleto en el banco de Pintres. Podríamos ir, incluso, a la ciudad. Allí sí pasaríamos desapercibidos. De la cuenta del banco de la ciudad, se podrían ir haciendo traspasos a una cuenta del banco de aquí Traspasos de poco dinero; ¡para vivir!
¡Esa idea sí me gusta! le dije -, pero ¿en qué vamos a gastar en este pueblecito esa barbaridad? ¡Con ese dinero podemos comprar dos o tres pueblos como este!
Me pareces un chico bien cuerdo me dijo -; ese dinero aquí no se puede gastar; no porque esté prohibido o algo así, sino porque ¡habría que comprar todo el pueblo!
¡No sé! pensé -; ya que no tenemos problemas con la policía ni nada de eso, podríamos irnos a la ciudad a vivir a todo lujo. La ciudad sí es un sitio donde nadie se mete en la vida de nadie y se puede comprar una casa a todo lujo. Esa casa estaría rodeada de otras casas de lujo. Los ricos, en la ciudad, no se meten en las vidas de sus vecinos.
¡Tenemos que pensar esto con calma! me aconsejó -; no hay prisas ni para cobrar el dinero ni para gastarlo. Ahora subamos, que tu hermano se despierta ¡Míralo! ¡Pobre hijo mío!
6 Tras el patatús de Rufo
¡Hermano, bonito mío! le dije junto a tío acariciándolo - ¿Estás bien?
¡Me duele la cabeza, Nico! me dijo - ¿Te importaría darme un paracetamol?
¡No, mi vida! le dije - ¡Mira!, está aquí tío Manolo contigo. Yo bajaré a traerte el calmante ¡No pasa nada!
¡Ya lo sé! me contestó -; ¡lo que no entiendo es por qué me duele tanto la cabeza si no he bebido ni nada!
¡Joder! Mi tío y yo nos miramos con disimulo; Rufo parecía no acordarse de nada. Habría que esperar a que se fuese despertando y recordase algunas cosas. Como no lo vi preocupado, le eché la sábana por encima para que no estuviese desnudo y le hice señas con la cabeza a tío para bajar los dos.
- ¡Espérame un poco, hermano! le acaricié la mejilla -; voy a bajar a por el calmante y me vendré a tu lado. Verás como se te pasa el dolor enseguida.
Tío y yo bajamos aprisa y le puse un paracetamol efervescente en medio vaso de agua fresca. Cuando se disolvió, se lo subí, me senté a su lado y me puse a hablarle un poco para ver si iba recordando. Tío Manolo nos estaría viendo y escuchando desde abajo.
¡Vamos, mi churrita! le dije -, que ese dolor se te va a pasar con esto ¡Ya verás! ¿Te duele mucho?
¡No sé! dijo ignorante de todo -; me duele como si me hubiese dado un golpe, pero me he despertado así y no recuerdo algunas cosas. Estaría muy borracho cuando me dormí.
¡No, corazón, no! me eché un poco a su lado -; lo que pasa es que te caíste de la silla y te golpeaste la cabeza ¿No lo recuerdas?
¡Jo, pues no! dijo al beberse el calmante - ¿Por qué me caí?
¿No recuerdas lo que hicimos ayer? lo besé - ¡Haz un pequeño esfuerzo!
¡A ver! pensó -; fuimos a recoger unos paquetes a la estación de autobuses, ¿verdad?... Luego ¡estuvimos almorzando con el palomo y el quinto pino! ¡Recuerdo la corrida espacial!
¡Bueno, bueno! le dije disimulando - ¡Eso ahora no importa! A ver si sigues recordando
Hmmmm - volvió a pensar -. Nos vinimos a casa, cenamos ¡Recuerdo que yo no bebí nada! ¡Se lo dije a tío! Luego subimos aquí, al dormitorio, y empezamos a follar
¡Espera, espera, corazón! mi tío nos oía - ¡Eso no es tan importante! ¿No recuerdas algo sobre unas campanadas?
Hmmmm - pensó y recordó algo - ¡Sí, hermano! ¡Pusiste unas campanadas en uno de los ordenadores!; el que está encendido. Eran para las doce de la noche; para recordarnos algo.
¡Exacto! le dije - ¡Venga, Rufo, que vas muy bien!
Hmmm - me miró extrañado -; me puse a leer en la pantalla ¡fui leyendo unos números del boleto que jugabas! ¡Ay, que me parece que voy recordando cosas! ¡El boleto estaba premiado! ¿No es así?
¡Sí, hermano! le dije con paciencia -; el boleto que compré en la estación, estaba premiado.
De pronto, se incorporó en la cama, pero creí que iba a asustarse y me miró con la boca abierta y loco de contento. Me abrazó.
¡Hermano, hermano! dijo - ¡Que nos tocaron un montón de millones de euros! ¡Acertamos nosotros solos! ¿No es eso? ¡Gracias a tu ocurrencia!
¡Bien, Rufo, muy bien! nos besamos contentísimos - ¡Menos mal que has recordado todo! Sólo te falta recordar que somos los únicos acertantes en toda Europa; lo leíste tú mismo. El premio, estaba únicamente en Pintres, España.
¡Vaya! me sonrió - ¡Se me va pasando el dolor de cabeza! ¡Seguro que me desmayé de la emoción!
¡Sí, hermano, sí! le dije -; ahora, recuéstate un poco ¡unos diez minutos! Es necesario que se quite todo el dolor. Descansa un poco y ahora subo.
¡Vale! ¿No me vas a dar un besazo?
¡Luego, luego, Rufo! ¡Ahora subo!
Bajé al salón y le pedí a tío, como un favor muy grande, que pusiese otro programa y no siguiese viendo la cámara.
¡Te entiendo, hijo! asintió - ¡No quiero meterme en vuestra intimidad ahora! Sé que vais a vivir unos momentos muy felices por lo del dinero y por por ¡bueno, ya sabes a qué me refiero!
¡Gracias, tío! lo abracé - ¡Te lo debemos todo!
¡Ay, mi joven Nico! sonrió en mis brazos - ¡En realidad sois mis hijos! ¡Al menos, os considero como tal! ¡Anda! ¡Sube con tu hermano, que te espera!
¡Nos bajaremos a tomar unas copas contigo, tío! le grité subiendo - ¡Esto sí que hay que celebrarlo!
7 La noche - La ciudad La noche
Mi hermano estaba prácticamente bien, aunque tenía un chichón morado en la frente. Pensé en ponerle una bolsa con hielo, pero quedamos en bajarnos con nuestro tío a celebrar el premio. Yo me vestí un poco mejor y Rufo se levantó normalmente (muy contento, desde luego) y se vistió conmigo sin dejar de hablar. Hacía proyectos de todo tipo; en realidad, con ese dinero, se podía hacer cualquier cosa. Nos reímos mucho antes de bajar y nos besamos contentísimos. Bajamos corriendo y nos fuimos directamente a abrazar a nuestro tío Manolo.
- ¡Jo! gritó Rufo - ¡Vaya suerte, tío! ¡Somos super-multimillonarios!
Nos pusimos a hablar haciendo planes con tío Manolo y bebiendo añico. Tanto hablamos y tanto bebimos, que ya a Rufo casi no se le entendía lo que decía. La luz del nuevo día comenzaba a entrar por las rendijas del salón cuando decidimos tomar café y buscar al «cochero», que así le llamaban a un hombre que tenía su coche como taxi. Pasaríamos el día los tres en la ciudad para buscar el banco donde ingresar el boleto. Estábamos muy felices. Encontramos a aquel hombre y nos fuimos a la ciudad. Tío Manolo iba sentado delante con él hablando y nosotros íbamos detrás abrazándonos y besándonos y acariciándonos. El «cochero» nos miraba, de vez en cuando, por el espejo retrovisor y, cuando yo veía que nos miraba, le guiñaba un ojo. Al final, dejó de mirar y nos pusimos a tocarnos, pero no queríamos pajearnos allí para no mancharle el coche.
Cuando nos acercamos a la ciudad y tío y mi hermano comenzaron a ver las carreteras, los edificios, el tráfico ¡se asustaron!
¡Pero bueno! dijo tío - ¡No sabía que la ciudad era esto!
¡Joder! exclamó mi hermano - ¡Esto es otro mundo!
Yo nos les dije nada; seguí acariciando la polla dura de mi hermano bajo sus pantalones. El cochero se quedó en la ciudad y le di bastante dinero como para no poder gastárselo en todo el día, pero tenía que esperarnos a las 8 en el mismo sitio que nos dejó. Se puso muy contento y, antes de pensar nada, cogió los billetes. Les enseñé el metro, los autobuses, los taxis. Nos dimos un paseo en taxi por toda la ciudad. Lo pasaron muy bien. Fuimos a un banco, abrimos una cuenta y casi le da un chungo al director. ¡Nos dijo que el banco nos regalaría yo no sé cuántas cosas! Luego, nos metimos en unos grandes almacenes y, como llevaban la cartera bien repleta cada uno, les dije que comprasen lo que quisieran. Volvimos cargados al taxi y otras cosas nos las llevarían al pueblo unos días después. El «cochero» ya nos esperaba cuando llegamos; partimos para el pueblo ya de noche y nos quedamos dormidos abrazados. Cuando despertamos, entrábamos en la plaza muy lentamente; caía una nevada de campeonato.
Subimos a casa, a pie, por la Calle del Cerro como pudimos. Íbamos dormidos, cargados y enterrándonos en la nieve. Avivamos la chimenea para entrar en calor, tomamos algo caliente y nos fuimos todos a la cama. Pero
Mi hermano, que había echado una cabezada en el coche, como yo, ¡se había despabilado! Pensando en el premio de millones y en todo lo increíble que había visto, le entraron ganas de follar.
¡Rufo, hermano! le dije - ¡Mañana follamos, de verdad! ¡Es que estoy que me caigo!
¡Anda, corazón! me dijo meloso - ¡Déjame hacerte una pajita espacial de esas!
¡Joder! Pensé que me iba a dar algo ¡Estaba cansadísimo y mi hermano quería hacerme una cosa que podía producirme un paro cardíaco! No supe decirle que no y, ya desnudos y bien empalmados, puso los dedos como yo le enseñé y me cogió con cariño la polla, pero (no sé si por suerte o por cansancio) no llegó a mover la mano. Se quedó dormido así
Y así nos despertamos.
¡Buenos días, Nico! me despertó mi hermano - ¿No has dormido ya lo suficiente?
¡Claro que sí, bonito! lo besé - ¡Buenos días!
¿Nos duchamos y bajamos a desayunar? me preguntó acariciando mis cabellos -.
¡Pues sí! le dije -; lo mejor es bajar y tomar un café. Luego ya veremos qué hacemos, ¿no?
¡Sí! se mordió el labio - ¡Qué cosas hay en la ciudad! Yo juré no moverme jamás de aquí; ¡hasta la muerte!... pero la verdad es que con esto de los millones nos va a ser difícil vivir aquí.
¡No me irás a decir ahora que te irías a la ciudad! lo miré asustado - ¡Me siento culpable de haberos llevado! ¡Si tú te vienes conmigo a la ciudad a disfrutar de todo ese dinero a mi lado, tenemos que llevarnos a tío Manolo! Me da mucha lástima sólo de pensar que lo abandonaríamos aquí ¡Lo ha hecho todo por nosotros!
¡No, no, tío se viene! me pellizcó la cara -; es gay, como nosotros ¡Bien claro que nos lo ha dicho! Yo creo que le encantaría vivir en una casa con nosotros dos. De todas formas, le gusta que seamos pareja además de hermanos ¿Qué le vamos a ocultar?
¡Pues verás, Rufo! me levanté de la cama despacio -; tío es un pedazo de pan; es muy bueno. Haría lo que fuese por nosotros; hasta venirse a la ciudad. Pero voy a confesarte algo porque no quiero secretos contigo.
¿Secretos? ¿Qué vas a confesarme?
¡Fíjate bien! le señalé la cámara -; tío es tan bueno, que te puso una cámara oculta encima de la ventana para cuidarte día y noche cuando sólo tenías cuatro añitos. La cámara sigue ahí y todo lo ve en la tele, ¿la ves? Pues al cambiar de televisor, yo le cambié la cámara antigua en blanco y negro por esta más pequeña y en color; ¡y con sonido!
¡Me estás diciendo que ! se levantó corriendo a ver la cámara - ¡Joder! ¿Tío lo ha visto todo? se rió -.
¡Sí, hermano! le dije - ¡Ha visto, todo, todo, todo! Si te he engañado ha sido por él.
¡Eso no es un engaño! me abrazó riéndose - ¡Seguro que tío lo habrá pasado de puta madre viéndonos hacer de todo! ¡Lo habrá pasado muy bien viéndonos en cama redonda a seis tíos!
¿No te molesta? lo miré riendo - ¡Pues ya que lo sabes, podemos hablar de esto con él!
Quiero que sea feliz me dijo -; si hace falta, follamos para él ¡Ya invitaremos a nuestros amigos a una orgía de esas sin decirles nada! ¡Me alucina este invento!
¡Vamos a vestirnos y bajamos! lo besé -; él ya estará abajo.
8 Todo un show
Hablamos con tío y supo que Rufo ya sabía lo de la cámara, pero que íbamos a hacerle un programa especial (o espacial) exclusivamente para él. Ni medio metro ni Pico ni el palomo ni el quinto pino, sabrían que la cámara estaba allí. Una orgía de regalo para el hombre que había dado su vida por mi hermano y también por mí.
Lo siguiente (olvidándonos del premio de los millones) fue quedar con los cuatro para hacer un hexágono, pero bien puestos de añico para ponernos muy a tono y aguantar mucho. Todos dijeron que se apuntaban con gran ilusión (sobre todo, medio metro, que daba saltos de alegría), así que fijamos el día y la hora. El regalo para tío, sería el jueves por la tarde; teníamos que trabajar el viernes y el sábado en nuestro cine. Tío se emocionó y, un tanto avergonzado, nos dio las gracias.
¡Trabajo nos costó convencer al palomo y compañía de hacerlo en nuestra cama! La suya, sin ningún lugar a dudas, era mucho más grande y mucho más cómoda ¡Pero los convencimos!
Cuando llegó el jueves, tío estuvo todo el día sonriente y esperando la hora del show; ¡su show porno exclusivo para él! Rufo lo llamó «The Nico&Rufos Show».
Llegaron nuestros amigos con unos minutos de diferencia. Primero aparecieron, guapísimos, Pico y medio metro; luego llegaron los pintores guapísimos para comérselos. Tío, estaba allí viendo un concurso televisivo sin interés; preparado para ver su show. Acaparamos botellas de añico y nos subimos al dormitorio. Poco tiempo tardamos todos en estar en pelota picada y pasándonos la primera botella. Vi a Rufo mirar a la cámara y guiñar un ojo: «The Nico&Rufos Show» estaba a punto de comenzar ¡y sin interrupciones comerciales!
Cuando nos sentamos en la cama en círculo riéndonos ya de lo poco que se le entendía a Rufo lo que decía, comenzaron los besos, caricias y toqueteos. Estando ya a tono, dio Rufo la señal de salida.
- ¡Atención! gritó - ¡A la una a las dos y a las tremmmmsms!
Mi boca empezó a mamar, no la más grande de las pollas, sino la que me parecía la más bonita; la de medio metro; aquella rosada «media luna» Y todos comenzamos a movernos conforme íbamos empezando a sentir el placer. Por los movimientos que notaba entre mis piernas, me pareció que Pico ya se estaba corriendo y seguí mamando aguantando la risa; sabía que había otros que iban a aguantar más.
De pronto, todos nos quedamos quietos y en silencio. En el salón se oyeron unos golpes muy fuertes y muy seguidos. Me asusté.
- ¡Lo siento! - dije levantándome aprisa - ¡Voy a ponerme algo encima y a bajar! ¡Tío Manolo no llama y algo pasa!
Me puse la camiseta y los pantalones y salí, cerrando la puerta y bajando los escalones, a toda prisa. Tío estaba sentado mirando sin expresión a la tele, pero la tele estaba apagada y la puerta entreabierta.
- ¡Tío, tío! le grité - ¿Qué ha pasado?
No me contestó ni apartó la vista de la pantalla, así que corrí a asomarme con cuidado a la calle. Toda la madera de la puerta nueva estaba destrozada a hachazos y llena de huevos y tomates y, sobre la nieve del suelo de la entrada, había una capa de piedras ¡Alguien nos había atacado! No pude reaccionar cuando vi a tío Manolo levantarse, subir muy despacio las escaleras y meterse en su dormitorio.
Al poco tiempo, vi cómo todos bajaban cubiertos a ver qué pasaba. Yo me quedé pegado a la chimenea aterido de frío. Mi hermano corrió a abrazarme y nuestros amigos cerraron la puerta para mantener el calor.
- ¡Hijos de puta! gritó el palomo - ¡Que sé quiénes sois, cobardes!
Se acercó a nosotros y nos hizo sentarnos. Los dos estábamos abrazados, pero mi hermano no me preguntaba nada; lo imaginaba.
- ¡Vamos a limpiar bien la puerta! nos dijo - ¿Dónde está la pala?
Le hice una señal con la cabeza y fue a por ella y se pusieron a recoger todo aquello nuestros amigos.
- Tío se ha ido a su dormitorio le dije -; está muy afectado. Lo dejaremos allí; es mejor.
Se sentaron con nosotros y hablaron de motes muy raros; de gente que no conocíamos. Luego, nos hablaron un poco de todo y nos prometió palomo buscar a esos cobardes y darles su merecido.
¡No, amigo, no! le dije - ¡La venganza no arregla nada!
¿Ah, no? me gritó - ¿Y pensáis quedaros aquí sentados esperando otro ataque?
No, palomo contesté en voz baja -; no nos vamos a quedar sentados. De momento, subamos en silencio a vestirnos en condiciones. Luego, aunque os agradecemos vuestras intenciones, nos gustaría estar a solas. Mañana sin falta nos veremos y hablaremos de esto sin el efecto del añico.
No contestó, sino que hizo señas a los amigos y subieron todos despacio al dormitorio. Abracé a mi hermano y subimos también. Nos vestimos sin prisas y sin hablar; sólo el palomo decía entre dientes algunas cosas.
Apagamos la luz ya vestidos y bajamos otra vez. Nos despedimos asustados y casi sin palabras y cerré bien la puerta. Ya era prácticamente de noche. Rufo y yo, seguimos sentados y abrazados cerca de la chimenea hasta que llamaron a la puerta. Me levanté despacio y abrí un poco la portezuela de la mirilla para ver quién era; doña Rosario venía a traernos la cena.
Me entregó el portaviandas menos sonriente que de costumbre y mirando disimuladamente a su alrededor.
¡Verás, Nico! me dijo -, quería yo hablar con tío Manolo.
¡Lo siento, doña Rosario! le dije -; está en su dormitorio porque no se encuentra bien ¡Si puedo atenderle yo !
¡Sí, sí! dijo un tanto seria -; sólo quería decirle que la vida está cada vez más cara y necesito subir un poco el precio de mis servicios.
¡Tiene usted razón, señora! le contesté sin gesto alguno -; ¡todo se está poniendo muy caro! ¿Cuánto le pide usted a mi tío por sus servicios ahora?
Quedamos me dijo en que me diese 300 euros al final de cada mes.
¡Ah, sí! le dije -; recuerdo haberle oído decir que siempre le daba más ¡unos 350, creo!
¡Algo me daba, sí! dijo gravemente -, pero no me llega el dinero.
¡Bien, señora! le dije con normalidad - ¿Cuánto nos va a cobrar usted desde ahora?
Pues verás, Nico me dijo -; como todo ha subido tanto os cobraría 600 a partir del primero de mes.
Seiscientos y por adelantado ¡Bien, el doble! dije sin expresión sacando la cartera - ¡Vamos a ver ! - busqué en la cartera -. Aquí tiene usted ya 600 por este mes, que está a la mitad ¡Le subo los servicios de este mes al doble por adelantado! le cambió la cara -, pero Manolo, mi tío, es bueno, señora, pero no tonto; haga el favor, si no le es molestia, de volver a su casa y traernos toda nuestra ropa; esté sucia o limpia ¡Da igual! Y a partir de mañana, ya no se moleste en cocinar ni en lavar para nosotros. Ya tenemos cocina y lavadora y yo, soy un buen amo de casa.
¿Cómo? se enfadó - ¡Esto es intolerable! ¡Estaba apalabrado el servicio!
¡Sin duda, doña Rosario! dije con amabilidad hipócrita -, estaba apalabrado en 300 euros; el precio lo puso usted misma no hace mucho, pero mi tío le daba 350 y yo me adelanto y le doy 600, pero es usted la que rompe la palabra; usted misma puso el precio, como lo cambia ahora. Usted rompe su palabra y yo rompo la nuestra se quedó atónita -. Espero que no tarde en traer la ropa, quiero poner una lavadora, porque la que usted nos entrega no viene tan limpia como a mí me gusta.
Le cerré la puerta en las narices y fue entonces cuando Rufo se levantó, hecho una fiera, fuera de sí, sintiéndose impotente y empezó a tirar cosas hasta que lo agarré.
- ¡Tranquilo, hermano, tranquilo! lo besé -; que todo se soluciona ¿No me vas a preguntar qué se me ocurre ahora? ¡Es muy buena idea!
Volvieron a llamar a la puerta al poco tiempo y, como no veía a nadie por la mirilla, abrí con cuidado. En el suelo de la calle, delante de la puerta, había tirado doña Rosario toda la ropa. Se quedó con el cesto de mimbre de tío, pero Subí al dormitorio a ver si dormía y vi que tenía la luz apagada. Bajé y le puse un papel escrito, sobre la mesa, diciendo que íbamos a comer fuera y volveríamos en poco tiempo. Cogí la ropa de abrigo y le dije a mi hermano que íbamos a salir. Seguía sin hablar, pero se vino conmigo.
Bajamos a la casa del palomo y nos abrió asustado.
¿Qué pasa? preguntó - ¿Pasa algo?
¡No tan grave, palomo! le dije -; pero necesito que me hagas un favor.
¡Pídenos lo que quieras! dijeron los dos -.
¿Podemos esperarte aquí y te doy dinero para que vayas al bar a por dos bocadillos? pregunté -; este pueblo, según intuyo, no quiere que la gente tenga suerte ¡Ni trabajando! Hasta doña Rosario, que cobraba más de lo que le había pedido a mi tío hace poco, quiere ahora el doble y por adelantado.
¡Nada de ir a por bocadillos! se enfadó - ¡Tengo ahí comida muy buena caliente para vosotros! Cenaremos juntos, pero no nos incluyas entre los habitantes que os están haciendo esas cosas. No me esperaba eso de doña Rosario. ¡Si sus servicios valen X, valen X para todo el mundo! Pero te aseguro que son casos contados.
Cenamos allí y le conté la segunda experiencia que habíamos vivido con más detalle. Rufo parecía haberse quedado mudo abrazado a mí; escuchándome. Palomo seguía diciendo improperios entre dientes. Cenamos, tomamos sólo una copa y nos volvimos a casa. Subimos al dormitorio y mi hermano se desnudó y se metió en la cama. Recogí un poco las cosas y me acosté con él ¡No tenía por qué salir bien «The Nico&Rufos Show»!
9 Epílogo a los 10 primeros capítulos
Dejé todo muy bien atado. El palomo y el quinto pino iban a quedarse con las llaves de nuestras casas pudiendo usarlas y le pedí un número para llamarlo. Él me prometió seguir adelante con el cine, cuidar el equipo y guardar el dinero
Me levanté muy temprano dejando a Rufo que durmiese y bajé al salón. Tío no estaba allí. Levanté el auricular del teléfono y llamé.
¿Tío Pedro?
¡Nico! exclamó - ¡Intuyo que os pasa algo! ¡Cuéntamelo todo!
¡No, tío! le dije -; ahora no puede ser. Sé que es muy temprano y que tendrás cosas que hacer. No quiero que sigamos los tres dándote trabajo ni pidiéndote favores
¡Cuéntame lo que os pasa! gritó - ¡No me ocultes nada que hasta por tu voz, aunque la disimules, sé que os pasa algo!
¡Sí, nos pasa, tío! le dije -; pero no puedo hablar de esto por teléfono. Busca urgente un camión de mudanzas y vente con el conductor lo antes posible. Te prometo que voy a contártelo todo. No pagues un céntimo; ya te diré el por qué.
Bajó Rufo y le puse un buen desayuno. Lo tomó porque el añico se lo pedía; pero seguía sin hablar. Le dije que nos íbamos y me puse a recoger sólo lo más importante. Yo no pensaba llevarme nada más que lo que llevé, aunque con ropa de abrigo para un día. Recogí los muñequitos que tío Manolo le fue comprando a Rufo, la televisión de tío ¡No tenía demasiada prisa! Rufo, al verme, reaccionó y, aunque hablaba muy poco, me besó y me ayudó a recoger cosas. Entonces, apareció tío bajando las escaleras con una bolsa. Sin hablar, los tres habíamos sabido que no había otra solución.
Llamó el palomo a la puerta para avisarnos de que en la plaza estaba el camión (No podría jamás subir hasta la casa). Me asomé por ver a tío Pedro, pero a su lado, allí abajo junto al camión, estaban medio metro y su padre, Pico y su padre, el quinto pino, el hombre del quiosco, el sacerdote, el señor de los paquetes, el conductor del autobús (que no salió para la ciudad), el señor del estanco y mucha gente más ¡Hasta Martín el octavo pajillero!
Todos nos ayudaron a bajar cuanto pudieron; incluso cosas que no pensábamos llevarnos y, cuando se llenó el camión, subimos los tres con tío Pedro y todos corrieron detrás despidiéndonos.
NOTA: La saga continuará después de un descanso.