Nico y Rufo: El décimo de lotería 1/2
Los ricos también follan... si los dejan.
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NOTA: Lo que vas a leer forma parte de un relato muy largo (una saga). Te aconsejo que leas ANTES Cómplices y luego los capítulos de Nico y Rufo para poder entenderlo todo. Gracias.
Nico y Rufo:
El décimo de lotería 1/2
1 Fuimos todos sinceros
Aquella mañana, nos levantamos más tarde y arriñonados, porque el trabajo de preparar el cine y el fin de semana de éxito de nuestra sala medio cine y medio cuarto oscuro nos había dejado quemados. Como no queríamos beber añico, pues aguantamos la paliza que todavía teníamos encima. La ducha nos sentó muy bien. Nos duchamos juntos y le di las primeras lecciones a mi hermano de cómo hacerme una paja de esas especiales (o espaciales).
Bajamos con ojeras a desayunar y, tío estaba muy descansado; seguramente, como por la noche no hubo «programa especial» en la tele, se habría acostado pronto y estaba más que descansado.
¡Sentaos ahí, que os voy a poner el desayuno y vamos a hablar! nos dijo un tanto serio -; yo me tomaré un café con vosotros.
¿Hablar? preguntó Rufo asustado - ¿Hemos hecho algo mal?
¡No, hijo, no! se acercó a acariciarle la cabeza - ¡Habéis sido un ejemplo de empresarios! Habéis trabajado muy bien y habéis sabido sacarle provecho a la casa que os servirá de tienda, ¡ganando dinero encima! Lo malo cambió su tono -, es que habéis creado un negocio que, aunque a Pintres le hacía falta, todo hay que decirlo, a vosotros os puede perjudicar a la larga. No me gustaría que otra gente, que no piensa como vosotros, empiece a poneros de lo que no sois. Hablando claro, a mí me encanta que seáis una pareja feliz y que haya muchas como la vuestra en un pueblecillo como este, pero aquí también hay gente hetero. No es que me preocupe eso, pero entre los hetero que hay aquí, los hay con muy mala leche; ¡os lo aseguro! Así que tomad esto como una advertencia. Me sé de varios que podrían haceros mucho daño ¡y os quiero demasiado!
¡Jo! exclamé cabizbajo - ¡No te preocupes, tío! Seguiremos el negocio porque nos acompañan los dos chavales esos que son pintores. Son tíos grandotes y fuertes. Nos defenderían a capa y espada, pero no quisiera yo que si nos cae esa mancha, te manchase a ti también. Se me ocurre que corras la voz por ahí, haciéndote el tonto, de que no sabes nada de un cine ni de quién lo ha puesto. Así parecería que lo hemos montado a tus espaldas; a escondidas.
¡No es mala idea esa! me dijo -; pero no voy a abandonaros si pasáis por malos momentos. No me importa nada si la gente piensa que yo soy gay ¡Soy gay, hijos!, pero soy maduro ya y ¡no quiero líos! Yo ya tuve unos líos estando en la Guardia Civil y fue vuestro tío Pedro, con su ojo de lince, el que me salvó de un problema muy grave. Entonces fue cuando me vine a Pintres. Pasé un par de años muy mal, la verdad. Completamente solo. Pero tío Pedro siempre ha estado a mi lado aunque viva tan lejos. Luego, me trajo con tía Cloti a Rufo, ¡mi Rufo! Era un niño muy bueno de tan sólo cuatro años. El resto de la historia ya la sabéis ¡Me alegro de que seáis felices juntos! ¡Aunque seáis hermanos, qué coño! ¿Qué mejor amor entre dos hombres que el de ser hermanos y pareja al mismo tiempo?
¡Jo, tío! le dijo Rufo cortado -; por un lado te agradezco todo lo que has hecho por mí; me has educado y me has salvado también la vida, pero me preocupa que te sientas solo o que la gente del pueblo te dé de lado.
¡Eso no va a pasar, hijo! apuró su café -; aunque seamos gays, yo soy religioso. Parece algo contradictorio para cierta gente inculta, pero os aseguro que no lo es. Tengo fe; por eso sigo vivo. Otro, habiendo pasado las calamidades que yo he soportado, se hubiese suicidado como ese tal Julio de 17 años ¡Pobre chico! ¡Tan joven!
¡Tú eres joven, tío! le dije -; eres maduro, pero eres joven todavía de mente y de cuerpo. Olvidemos el pasado y vamos a vivir el presente, que no sabemos qué futuro nos espera.
¡Hijos! dijo emocionado - ¡Ojalá fueseis mis hijos!
2 Un paseo más de unos hermanos
Ya abrigados, comenzamos a bajar la calle lentamente y empezaba a nevar otra vez. Lo supe unos días antes, cuando noté que el aire helado me cortaba el cuello y se acercaban las nubes grises. Mi amado y hermano, me puso bien la bufanda que un día compramos en casa de Asun ¡Qué guapo estás y cuánto te quiero!, me dijo. No hubo apenas más palabras, porque aún resonaban en nuestros oídos las que nos había dicho nuestro tío Manolo. Me volví hacia él parándome y lo besé en los labios con todo mi cariño y sin importarme un carajo si alguien nos veía ¿Para qué ocultarse? ¿Qué nos importaba a nosotros la vida de nadie? ¿Por qué a nadie tenían que importarle nuestras vidas? Nos miramos un rato. No nos hacía falta sexo para amarnos; nuestras miradas eran un gozo. Y en eso estábamos, cuando oímos unos gritos.
- ¡Pareja feliz! era el palomo - ¡Venid aquí, que estamos hoy terminando de preparar nuestra casa!
Nos volvimos locos de contentos y nos apresuramos hasta llegar a la casa de sus sueños. Habían puesto muchos muebles nuevos mezclados con muebles antiguos de una forma magistral ¡Qué bonita era su casa en realidad! ¡Qué bonito que esos dos que se amaban con pasión desde hacía años, tuviesen por fin la casa de sus sueños! Nosotros éramos más felices aún, viendo que ellos eran felices. Al quinto pino no se le podía borrar con nada la sonrisa de su cara y su mirada de agradecimiento. ¡Era tan guapo! ¡Qué suerte tenían los dos de haberse conocido! Entramos en la casa y cerraron la puerta. La tenían abierta porque aún olía bastante a pintura. La casa les había quedado como dijimos: de dulce.
Nos enseñaron con ilusión su pequeña cocina tan bien adornada, tan colorida, de tan buen gusto Subimos luego y vimos su dormitorio; con una cama de matrimonio mucho más grande que la nuestra (¡que ya era decir grande!). ¡Hasta el baño invitaba a sentarse allí y a contemplar cómo estaba decorado!
¡Os ha quedado preciosa! les dijo Rufo boquiabierto - ¡Ya quisiéramos nosotros tener una así! Con tío Manolo estamos muy bien y nos acompañamos mutuamente. La casa de la plaza, seguirá siendo el «Cine Pintres» hasta que lo convirtamos en tienda de regalos. Quizá algún día, tengamos una casa, pero eso supondría abandonar a tío.
Gracias por vuestra opinión sobre nuestra casa dijo el quinto pino -; nos lo hemos currado mucho, pero os lo tenemos que agradecer a vosotros ¡Tomadla como vuestra casa!
¡Claro, claro! les dije -; tomad vosotros las nuestras como vuestras. También habéis sido muy buenos con nosotros.
¿Por qué no venís luego y os preparo un almuerzo especial? dijo el palomo - ¡A mí se me da muy bien la cocina!
¡Vale, gracias! le dije -; subiremos a avisar para que nuestro tío lo sepa y para que doña Rosario no guise para tres.
¡Joder! exclamó el palomo - ¡Será la inauguración formal de nuestra casa o nuestro nido, como tú lo llamas, Nico.
Pues nosotros vamos a la estación dijo Rufo -; creo que habrán llegado más cosas y nos subiremos algunas.
Pues avisadnos si necesitáis que os echemos una mano dijo el palomo riéndose - ¡No siempre nos vamos a echar la mano para cogernos las pollas!
¡Gracias, tíos! nos despedimos -; os dejamos terminar vuestras cosas. Vendremos un buen rato antes de almorzar.
Bajamos un poco más hasta la plaza y los dos miramos hacia dentro del taller de medio metro. Seguro que todavía estaba durmiendo. Pasamos luego junto al quiosco sin detenernos a beber añico. Preferíamos vivir la vida frescos, sin ayuda de drogas ni porquerías. Pero cuando llegamos a la estación no vi a ese señor de siempre. Estaba en su despacho y tenía la puerta cerrada. Sin embargo, era la primera vez que entraba allí sin haber nadie y me fijé en una ventanilla que había al fondo con un letrero encima con los colores de la bandera española.
¡Es un estanco! me dijo Rufo -; no sé por qué está dentro de la estación, pero es pequeño y no venden nada más que el tabaco de las marcas que fuman en este pueblo. También venden décimos de lotería, creo.
¿Lotería? lo miré pensando - ¡Vamos a verlo!
¡Eh, Nico! me dijo mi hermano - ¿Con el dinero que tenemos se te ocurre comprar lotería?
¿Por qué no? le dije curioseando por la ventanilla - ¡La lotería es un juego! ¡Juguemos! Además, Rufo, querido, ya no hay lotería hasta el lunes. Hoy venden eso de los Euromillones, creo ¡Coño!
¿Qué te pasa? se rió - ¿Qué estarás pensando hacer ahora?
¡Verás, hermano! le dije en voz baja -; esos de los Euromillones, o como coño se llame, si no le toca a nadie en toda Europa, meten todo el dinero en lo que llaman «el bote», es decir, que hoy hay bote porque no le tocó a nadie la semana pasada ¡Bien! ¿Pues sabes cuánto hay de bote para hoy?
¡Ah, tío, ni idea! encogió los hombros - ¡De esas cosas no tengo ni puta idea!
Pues - le hablé con misterio -, además de lo que dan de premio, que son muchos millones de euros, ¡hay un bote de 66 millones de euros!, es decir, que si jugamos y nos toca sólo a nosotros en toda Europa, nos tocarían ¡Joder! ¡No lo sé! ¡Es que no sé en qué se podría gastar esa barbaridad de dinero!
¿Podrían llegar a los 100 millones? preguntó Rufo ignorante de aquello -; ¡porque eso es una burrada!
Voy a comprar un boleto de
Se acercó un señor, desde dentro de la ventanilla, muy respetable, y me preguntó si quería algo, así que me quedé en blanco y le dije que me diese un boleto de eso de los millones.
¿De cuántas apuestas lo quiere usted, caballero? me preguntó - ¿De una sola?
¡No, no, señor! le dije amablemente - ¡Déme uno del máximo de apuestas que se puedan hacer!
El hombre se quedó inmóvil y me miró asustado. Se acercó a mí y me habló muy bajito
¡Verá usted, señor! me dijo - ¡Un boleto con el máximo de apuestas vale un riñón!
¡Bueno! le dije naturalmente - ¡No le he preguntado cuánto cuesta, sino que cuál es el mayor número de apuestas!
El hombre casi sacó la cabeza por la ventanilla para mirarme de la cabeza a los pies mientras yo sonreía un tanto cómicamente.
- ¡Verá, señor! dijo - ¡Yo se lo daría!.... ¡pero es que ese boleto vale !
Se acercó mucho a mí para decirme el precio y lo dijo en voz muy baja. Rufo, ajeno a todo aquello, no se enteró de nada y ¡me miraba con una cara de no saber nada de lo que estaba pasando! Saqué la cartera y puse el dinero que me pidió en la ventanilla. Creí que aquel señor se había puesto enfermo. Le temblaban las manos cuando cogió los billetes y los pasó por un detector de billetes falsos, pero viendo que eran auténticos, se acercó a una máquina e imprimió un boleto como pudo; porque le temblaban las manos. Me tendió una mano temblando para darme el boleto y nos hizo una reverencia.
- ¡Que tengan ustedes suerte, señores! nos dijo - ¡Nunca se sabe a quién le pueden caer encima esos sacos llenos de millones!
¡Tiene usted razón!, le dije ya retirándonos de allí y yéndonos hacia el despacho. Hablamos con el señor de los paquetes y nos señaló unas cuantas cajas. Como ya las había pagado por adelantado, le di una buena propina y cogimos dos cajas cada uno. No eran muy pesadas ni grandes, afortunadamente. Cuando salimos del despacho, todavía estaba el señor del estanco con la cabeza fuera de la ventanilla y mirándonos boquiabierto.
¡Nos va a tocar, hermano! le di un codazo - ¡Ya verás! ¡Yo tengo suerte!, ¿sabes? ¡Verás! Si sólo nos tocase a nosotros en toda Europa, cogeríamos unos ¡No sé! ¡Cerca de cien millones, supongo! Pero si le toca también a otro en Francia, digamos, pues es la mitad para cada uno. Así, que cuanto menos gente acierte, mejor.
¿Y qué haríamos con toda esa pasta en un pueblucho como este?
¡Ya lo pensaremos, hermano! lo empujé con un paquete - ¡Ya lo pensaremos! Pero esta noche podremos ver los resultados de los premios por Internet. Sobre las 12 de la noche, ya se sabe cuántos ganadores hay y cuánto se llevan de premio cada uno.
¡Me asustas, Nico! me dijo - ¡Lo dices con una seguridad ! ¡Pero bueno!, mientras dan las doce, nos da tiempo a echar unos cuantos polvos.
¡Venga, vamos! lo empujé -; ¡que tenemos que subir a casa a dejar esto y ponernos guapos para estrenar la casa de nuestros amigos, los felices. Además, está apretando; me parece que va a caer una buena nevada.
3 Una celebración espacial
Subimos a casa ya bajo una nevada un poco fuerte. Me asustaba pensar que tendríamos que bajar a casa de nuestros amigos, pero le dijimos a tío que nos habían invitado y se puso muy contento. Nos dijo que no le importaba para nada almorzar solo. Nos retocamos bien ante el espejo y nos cogimos un poco el paquete. Estábamos muy calientes. Saqué el boleto de los millones y lo dejé metido dentro de mi portátil. Y, poco tiempo después, salimos con nuestros gorros y nuestras bufandas a paso ligero hasta la casa de nuestros amigos.
- ¡Pasad, tíos! nos abrió el quinto pino - ¡Hace un frío de cojones y está cayendo una nevada del carajo! Pero ya hemos encendido la chimenea y pronto estará toda la casa caliente; ¡como nosotros! se echó a reír -.
Hablamos mucho cerca de la chimenea y nos sobraba ropa, así que nos quitamos algunas cosas; ya habíamos entrado en calor. Con el rollo de las inauguraciones y de las cosas que estábamos pensando poner en casa, llegó el almuerzo. La verdad es que todo estaba riquísimo. Rufo me miraba comiendo y abría los ojos muerto de gusto; como si se estuviera corriendo con un cohete. Luego, nos sentamos en el sofá, que era comodísimo, y empezaron algunas manos a escaparse por aquí y otras por allí, así, que cuando nos dimos cuenta, los cuatro teníamos el nabo al aire y empalmado, como aquel tío tan largo que entró en el cine.
¡Oye, Nico! me dijo el palomo en voz baja - ¿Tú crees que a tu hermano le cortaría que nos fuésemos los cuatro a la cama?
¿Queeeee? me eché a reír - ¡Pero si está deseando!
Mi hermano, que no sabía de lo que yo hablaba, me miró sonriendo.
¿Ya se te ha ocurrido otra cosa?
¡No! le dije - ¡Se le ha ocurrido al palomo! ¡Venga, levanta el culo, que nos vamos arriba a follar los cuatro!
¿De verdad? no se lo creía - ¡Por lo menos pídeles permiso, que estás en su casa!
¡Venga, corazón! lo besé tiernamente -, que ha sido el mismo dueño de esta casa el que me lo ha dicho; el palomo.
¡Jo! exclamó - ¡Con mucho gusto! ¡Follemos para estrenar el dormitorio!
Ni que decir tiene, que no tardamos nada en estar en pelotas y revolcándonos en la cama, pero como después de las volteretas vienen otras cosas más tranquilas, acabé liado a besos con el quinto pino y mi hermano con el palomo. Intercambio de pareja, que se diría. Entonces, cuando ya nuestras pollas se habían rozado bastante, nuestras lenguas se conocían como hermanos gemelos y nuestros cuerpos empezaban a sudar como bereberes tuareg, no se me ocurrió otra cosa que cogerle al quinto pino su pedazo de polla larga y poner los dedos con el truco que había aprendido. Yo no dije nada; me callé y empecé a mover la mano. El quinto pino, que además de ser guapísimo y tener un cuerpazo de modelo y una polla de premio, era muy tímido, no dijo nada de lo que estaba sintiendo, pero sus ojos espantados y su boca abierta a punto de que se le saliera la mandíbula, me decían que estaba muriéndose de gusto. No quise que tuviese un orgasmo muy largo, aunque tenía cuerpo para aguantarlo, así que calculé que durase algo más de un minuto.
Sus brazos fuertes y largos comenzaron a moverse como las aspas de un molino del Quixote hasta que sus manos se agarraron como zarpas de un cóndor por todos lados. Sus piernas se encogían como las de un feto y se abrían levantadas como las de una mujer parturienta en un potro; y el palomo y mi hermano dejaron de tocarse y lo miraron asustados.
¿Qué le pasa? dijo el palomo asustadísimo - ¿Le duele algo?
¡No, no! le dije - ¡Será que le está viniendo mucho gusto!
¡Sí, sí, sí, sí! gritó el quinto pino - ¡Que me muero de gusto y no me corrooooooo, cojones!
Mi hermano, como yo pensé, se dio cuenta de que le estaba haciendo una paja espacial, pero como habíamos quedado en que aquello sería un secreto sólo de los dos, tuvo que contener la risa. Así que, mi hermano y yo aguantando la risa y el palomo asustado mirándolo, vimos cómo daba un salto en la cama como si le hubiesen dado un shock eléctrico con un desfibrilador y puso el techo de leche, que parecía que lo habían pintado así artísticamente; como dibujan ahora los platos con salsas en los restaurantes.
¿Qué me ha pasado? dijo agotado y muerto de gusto al terminar - ¡Sentía que me corría, pero nada! ¡Ha sido una cosa extrañísima! ¡Cuando me he corrido, ha sido como si me hubiera corrido tres veces seguidas!
¿Ah, sí? le dije como extrañado - ¡Yo sé que algunas veces pasa eso, pero nunca me ha pasado, joder!
¡Qué gustazo, coño! seguía jadeando -; ¡esto no creo que me pase otra vez!
¡No, no, no creo! le dije -; dicen que eso pasa muy rara vez, pero pasa, y a ti te ha pasado.
Las pollas de nosotros tres se habían venido abajo.
- ¿Y vosotros? les dije a la otra parejita - ¿No seguís?
El palomo miraba asustado a su novio y me miraba a mí, que estaba indiferente.
¡No, déjalo! dijo como cortado -; ¡me he asustado y cualquiera me la levanta ahora! ¿Estás bien cariño? ¿De verdad no te pasa nada?
¡No, amor, ya no! le contestó el quinto pino -, ¡pero te aseguro que como un día te de ese gustazo, no te lo vas a creer!
4 Nos tocamos mutuamente
Como cualquier otro día, subimos al anochecer a casa y nos esperaba tío viendo su tele y bebiendo su añico junto a la chimenea.
¿Qué tal lo habéis pasado, hijos? nos saludó - ¡Os veo muy contentos! Imagino que habréis bebido.
¡No, no, tío, sinceramente! le dijo Rufo con calma -; ya sabes que cuando bebo dos copas nada más, casi no me salen las palabras. Venimos frescos; no hemos tomado alcohol y hace un frío en la calle, que pela.
Pues acercaos un poco a la chimenea dijo -; quitaos los abrigos y cuidado con los sabañones.
¡Ya, tío, ya lo sabemos! le dije -. Venimos de almorzar y hablar mucho en la nueva casa de nuestros amigos. No hemos hecho nada espacial ¡especial!, quiero decir. Han puesto la casa de caramelo ¡Qué bonita! ¡Estás invitado a verla cuando tú quieras, pero antes hay que asegurarse de que no están trabajando! ¡Creo que tienen que pintar el techo del dormitorio! ¡Que buen gusto tienen!
¡Claro! me dijo Rufo muy serio -, ¡para eso son pintores y decoradores!
Hablamos algo más con tío hasta después de la cena y nos subimos al dormitorio. Nos quitamos las ropas y nos echamos en la cama.
¿Le has hecho al quinto pino una paja de esas espaciales?
¡Sí, Rufo! le dije con paciencia -, pero ya sabes que hemos quedado en no decir nada de eso; es un secreto. Por eso no he dicho nada.
¡Ya, pero pobre quinto pino! se rió -, parecía que le estaba dando un ataque epiléptico ¿No has visto cómo se ha asustado el palomo?
¡Pues claro que lo he visto! lo besé -; y también le he oído preguntarle al quinto pino, cuando nos veníamos, que si había bebido demasiado añico antes de la paja. No ha sido nada más que un regalo por invitarnos. Se habrán asustado un poco, sí, pero el quinto pino no olvida esa corrida en todo lo que le queda de vida.
¿Y a mí? se me abrazó coqueteando - ¿No me vas a hacer algún regalito?
Si quieres - le dije -; ¡tú decides!, pero espera que encienda los ordenadores. Voy a abrir la página de las apuestas y voy a poner unas campanadas que nos avisen a las doce.
¡Oye! me dijo extrañado -; a ver si me van a coger las campanadas a media paja y me quedo lelo ¡Eso me asusta!
¡No, no pasa nada! le dije -, aunque, en realidad, falta poco para las doce como una hora. Eso es lo que tardamos en besarnos y en ponernos bien a tono. Lo mejor es esperar a las campanadas y mirar los premios. Si nos ha tocado algo, nos tocamos nosotros.
¡Me gustan las cosas que dices, hermano! seguíamos abrazados y sonriéndonos -; pon esas campanadas en el ordenador y esperamos a ver los premios para empezar ¿Vale? Pero mientras, quiero besarte mucho.
¡Pues bésame! ¡Bésame mucho! le dije románticamente -; ¡como si fuera esta noche la última vez!
¡Coño! se incorporó - ¡Eso me suena!
¡Ufff! moví la mano - ¡Eso es la letra de una canción muy antigua de la Sara Montiel!
¡Anda! se pegó más a mí - ¿Ves cómo me sonaba de algo?
Nos acariciamos bastante, después de poner el aviso de campanas en el portátil, y estábamos a punto de empezar a pajearnos (normalmente, no espacialmente), cuando sonaron las doce ¡Menos mal que quedaba mucho para la Nochevieja, porque sólo faltaban dos paquetitos con doce uvas!
Nos levantamos a mirar, refresqué la página de las apuestas y salieron los números.
¿Y ahora qué se hace, hermano?
Ahora se miran los números del boleto le expliqué -; si coinciden con los que hay en la pantalla, pues ¡seremos ricos!
¡Joder! exclamó -; ¡lo dices así, con una naturalidad! ¡Coño, es que si nos toca todo ese dinero, nos quedamos sin paja esta noche! ¿Tú ibas a seguir follando como si nada sabiendo que tienes 66 millones en el bolsillo?
¡Hombre, Rufo! lo miré sonriendo - ¡Los ricos tienen muchos millones y follan! ¡Los ricos también follan! ¡A ver! ¡Dime los números!
Hmmmm - miró a la pantalla pensativo y leyó despacio -; el 6, el 14, el 17, el 32 y el 38, en una tira roja ¿Qué te pasa, hermano?
Mmmmm no sabía qué decirle -; ¡sigue, sigue! Faltan los tres números Estrella.
¡Ah, sí! dijo -, esos están en una tira amarilla. Son el 5, el 8 y el 12. ¡Pues no sé qué le ves a esto!
Sin embargo yo sí se lo veía, porque ¡habíamos acertado todos los números! Fui empujando la silla hacia atrás aterrorizado ¿Qué coño había hecho? ¿Por qué compraría yo un boleto de esos? Mi hermano, como es natural, se asustó.
¿Qué pasa, Nico? me miró volviendo la cabeza - ¿Nos ha tocado alguno?
¿Te importa mirar abajo el número de máximos acertantes?
¡No! volvió a mirar la pantalla -; lo que pasa es que la letra es muy pequeña y , pero me parece leer Pintres en negrita ¡Pintres!
¿Y hay algún otro nombre de ciudad más?
¡Yo no veo nada más que Pintres! dijo acercándose - ¡Bueno! También pone que hay un solo boleto de Primera Categoría en el Despacho Receptor
¡Rufo, calla, por favor! le dije mirando al suelo asustado - ¡Que sólo hemos acertado, en toda Europa, todos los números, nosotros!
No vi nada más, sino que mi hermano, siendo como era tan sensible, pegó un cabezazo en la tarima del suelo, que tuve que levantarme a cogerlo.
¡Hijos! gritó tío desgañitado - ¿Os pasa algo?
(Evidentemente, sigue)