Nico y Rufo: El cuarto oscuro 2/2

Uno de los días más divertidos de Nico y Rufo con sus amigos Mediometro y Pico... El sexo es, definitivamente, su juego preferido.

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Nico y Rufo:

El cuarto oscuro 2/2

5 – Las reglas del juego

Estábamos ya todos sentados en pelotas en la cama. Hicimos un círculo, de manera, que mi hermano quedase frente a mí. A nuestros lados teníamos a los amigos.

  • Ahora esto – dijo medio metro – en vez de triángulo va a tener que llamarse cuadrángulo.

  • ¡Será cuadrado! – le contestó Pico - ¡Gilipollas! ¿Pero cómo se juega a eso?

  • Pues verás… - le dijo Rufo -; nosotros lo hemos hecho los tres, por eso es lo del triángulo. Es como un 69 pero con los cuatro, o sea, el primero se la mama al segundo, éste al tercero, éste al cuarto y el cuarto al primero.

  • Bueno; eso me gusta – dijo Pico -, pero yo no sé muy bien mamarla y a mí no me la han mamado nunca.

  • Eso es lo bueno – le dijo medio metro -, cuando Rufo te la mame, tú irás aprendiendo con lo que sientes y eso, se lo harás a Nico. Yo he aprendido así y da un gustazo del carajo. Lo que tienes que tener en cuenta es no darle en la polla con los dientes, ¡que eso dueleeeeee!

  • Pero hay algo más – dijo Rufo -; los cuatro empezaremos a la de tres, o sea, al mismo tiempo. Yo contaré hasta tres. Luego, hay que seguir mamando hasta que se corra el último. ¡Y no te tragues la leche! Puedes escupirla al suelo y luego se recoge.

  • Ammmm – dijo Pico -; no es difícil. Lo hacemos una primera vez y ya me iré enterando en las siguientes.

Mi hermano y yo nos miramos asustados. Pico se había apuntado al cuarteto y pensaba hacer aquello más veces, así que le aclaré alguna cosa:

  • ¡Verás, Pico! – le dije -; cuando se acaba la primera mamada, no hay más remedio que descansar para reponerse. Entonces, cada uno se echa para el lado contrario y se mama la otra polla que te queda al otro lado. Pero antes hay que descansar. Después de correrse no se puede empezar otra. Está uno vacío de leche.

  • ¡Bueno, venga! – gritó Rufo - ¿Empezamos o qué? ¡Es que se nos va el tiempo!

  • ¡Vamos! – dije -; medio metro se echará para Rufo a mamársela, Rufo se la mamará a Pico (aprende ¿eh?), Pico me la mamará a mí y yo se la mamo a medio metro ¿Comprendido?

Todo el mundo asintió y ya se veían sonrisas nerviosas y miradas pícaras entre todos. Nos echamos hacia el lado correspondiente. El carajo de medio metro estaba muy cerca de mi boca y estaba deseando de empezar. Su suave olor me estaba poniendo nervioso; su color rosado y claro, su capullo medio visible y húmedo; esos huevos colgantes; ¡su curvatura tan sensual! Noté la cabeza de Pico pegada a mi polla y, la verdad es que sentí un poco de miedo a que no supiera hacerlo. Entonces, volvió a contar Rufo:

  • A la una… a las dos… y a las tremmmmmmmm

Comenzaron los movimientos y yo intenté meterme la polla de medio metro entera, pero era más larga de lo que parecía. Pico empezó dudoso, como si le diera algo de asco, pero cuando me di cuenta, noté que me estaba haciendo algo especial que me daba un gustazo fuera de lo normal. Le metí el dedo en el culo a medio metro para irle haciendo mientras un masaje. Me di cuenta de que le gustó mucho, porque al poco tiempo, Pico me lo estaba metiendo a mí. Aquel círculo había servido para trasmitirnos algo. Seguro que medio metro le metió el dedo a mi hermano y éste se lo metió a Pico. Así llegó hasta mí. Seguimos hasta que me di cuenta de que alguien se corrió el primero. Pico paró un instante porque le entró la risa. Luego se corrió otro y otro… Cuando nos corrimos los cuatro entre temblores y levantamientos de culos de la cama, echamos la leche al suelo y nos incorporamos riéndonos pero muertos de gusto.

  • ¡Joder! – dijo Pico - ¡Esto me gusta taco! Ahora hay que hacerlo para el otro lado ¿no?

  • ¡No! – se asustó Rufo -; ahora hay que esperar, chaval. Hay que recuperar la leche. Medio metro me ha dejado vacío.

  • Me parece a mí – dije -, que los cuatro debemos estar vacíos.

  • ¿Te lo he hecho bien, Nico? – me preguntó Pico con timidez -; soy un novato.

  • Pues cuando aprendas… ¡Joder! Me la has comido de puta madre, tío.

Fue entonces cuando oímos que tío Manolo nos llamaba.

  • ¡Rufo, Nico! – gritó - ¡La cena!

  • ¡Anda! – dijo medio metro -; entonces, ¿la segunda parte se queda para mañana?

  • ¡No! – dije pensativo y vistiéndome -; a ver si podéis decir en casa que hemos dejado una cosa a medio arreglar y que estamos cenando. Decid que luego no bajaréis solos; os acompañaremos los dos a casa. Yo creo que os dejarán.

  • ¡Sí, sí! – dijo Pico -; a mi madre lo que no le gusta es que esté solo en la calle muy tarde.

  • ¡Pues vestíos y bajemos! – insistí -; si no podemos escoger las cosas del trastero para arreglar el otro salón, lo dejaremos para otro día ¡Vamos, hay que bajar que tío se impacienta!

Nos vestimos en muy poco tiempo. Ellos dos se abrigaron bien y salieron y nosotros estuvimos viendo la tele un rato con tío hasta que llegase la comida. La verdad es que la tele se veía y se oía de puta madre. Llegó doña Rosario, cenamos, recogimos, fregamos y llamaron a la puerta.

  • ¡Joder! – exclamó Rufo - ¡Parece que nos han estado espiando!

Abrimos y dieron las buenas noches a tío, que seguía enganchado (con su copa de añico) a la pantalla de su tele. Fui yo el que le dije que nuestros amigos venían al trastero a coger cosas para decorar la casa nueva cuando estuviera arreglada, pero tío, sin mirarme, dijo que cogiésemos lo que fuera pero que no tocásemos nada de la estantería del fondo.

Encendimos una lámpara de carburo y entramos en el trastero con algo de miedo. Vimos cosas muy interesantes y las fuimos separando, pero cuando ya había muchas, alguien apagó la lámpara.

  • ¿Qué ha pasado?

  • ¡La luz, que no me gusta la oscuridad!

  • ¡No tenemos encendedor!

Pero poco a poco fui notando que una mano se iba posando en mi polla y otra en mi culo. Al poco tiempo, sin saber quién era quien, alguien empezó a abrazarme por la espalda y a desabrocharme el cinturón. Sentía su bulto en mi culo. Eché mi cabeza hacia atrás y me llegó el olor inconfundible de mi hermano. Lo dejé que hiciera lo que quisiera y le cogí la polla. Me bajó los pantalones con cuidado y empezó a follarme y a hacerme una paja lenta. No muy lejos, se oían risas y gemidos de placer; medio metro y Pico se la estaban montando a su manera.

Hubo un momento de jadeos y quejidos de gusto y acabamos corriéndonos todos.

  • ¡Oye, por favor! – dije - ¡Me asusta la oscuridad! El que haya apagado la lámpara que la encienda.

  • ¡Es que no hay encendedor!

  • Pues abriré un poco la puerta – dije –; iros poniendo la ropa

Abrí la puerta y fui al dormitorio a por el encendedor. Cuando salimos del trastero, todos llevábamos cosas viejas para el dormitorio. Entramos allí y las pusimos cerca de los ordenadores.

  • Todavía nos da tiempo a hacer el cuadrángulo, ¿no? – dijo Pico -.

  • ¡Chico! – exclamó Rufo -, ¡es que nos vais a matar a polvos!

  • Yo me he dado cuenta de algo – dije -; os lo explicaré. Me ha gustado mucho lo de hacerlo ahí en el cuarto oscuro, pero me he fijado en detalles. En realidad, aunque me encanta que follemos los cuatro juntos, Rufo y yo somos pareja.

  • ¡Anda! – dijo Pico a medio metro - ¿Ves? Nosotros podemos ser pareja… ¡Sólo hay un impedimento!

  • ¿Un impedimento? – pregunté - ¡Pero si se os ve que os gustáis y os queréis!

  • ¡Sí! – dijo medio metro -; yo creo que nos hemos enamorado. Hasta ahora sólo nos hemos hecho… dos o tres pajas ¡Es que no tenemos sitio donde follar!

  • ¿Cómo que no? – se les acercó Rufo - ¡Aquí tenéis vuestro sitio para hacer lo que os salga del nabo! ¡Sois pareja y lo celebraremos! Cuando preparemos la otra casa, el dormitorio de arriba tendrá una cama para vosotros dos.

  • ¿De verdad? – dijo Pico incrédulo - ¿Un dormitorio para nosotros dos?

  • ¡Claro! – les dije -; podréis dormir o follar o hacer las dos cosas. Lo pintaremos del color que más os guste.

  • ¡Rosa! – dijeron los dos -.

  • ¡Un color muy apropiado! – farfulló Rufo -.

Ya habíamos echado un polvo en la oscuridad y habíamos aclarado que éramos dos parejas dispuestas a follar de vez en cuando en grupo. Los cacharros de adorno estaban allí para limpiarlos y arreglarlos, pero no era momento de «cuadrángulos». Era tarde, así que los acompañamos a sus respectivas casas y subimos hechos unas piltrafas a la nuestra. Tan pocas ganas teníamos de follar ni de cama, que nos sentamos un buen rato con tío a ver la tele ¡Jo, cómo se veía aquello!

6 – Juegos en la calle

Nos acostamos a dormir, pero nos despertamos temprano y, como buenos días, nos pusimos a besarnos y acabamos haciéndonos una paja.

  • ¡Debemos tener un poco de cuidado – dije – porque tío puede darse cuenta de las manchas en la ropa, en las toallas o en el suelo!

  • ¡No, Nico! – dijo mi hermano acariciándome -; yo lo repaso todo, pero si me echas una mano, mejor. Cuando la ropa está muy sucia y da mosqueo, le pego yo antes un lavado a esa parte. Es que si no, doña Rosario, al lavar la ropa, se daría cuenta.

  • ¡No importa, Rufo! – le dije - ¡Yo te ayudaré! De momento… no vamos a exigir a nuestros amigos que laven sus manchas, ¿no?

  • ¡No, no! – me dio la razón -, pero sí hay que decirles que tengan cuidado de no echar ropas con manchas de leche o de mierda en la ropa sucia. Mejor que nos las den a nosotros y las repasemos.

  • ¡Puta madre, hermano!

  • Pues ahora – me dijo -, si quieres, desayunamos, vemos la tele un rato y bajamos a la plaza a tomar un añico (¡sólo valía 30 céntimos la copa!) y, si nos encontramos a la parejita feliz, jugamos un poco.

  • ¡Vale! – le dije entusiasmado - ¡Vamos a vestirnos!

Bajamos ya bien vestidos y perfumados a desayunar y tío Manolo ya tenía la tele encendida.

  • ¡Buenos días, hijos! – nos saludó - ¡Da gusto sentarse aquí a todas horas y ver esto! Os pondré el desayuno y, como extra, os invitaré a una copita de añico… pero que no sirva de precedente; no me gusta ser el responsable de que mis jovencillos beban.

  • ¡Buenos días tío! – lo saludamos y le contesté -. No te preocupes por eso. Un día es un día. Además, hoy nos vamos a sentar un ratito aquí contigo a verla. A nosotros también nos ha gustado.

  • ¿Vais a salir, chicos? – preguntó - ¡Me han dicho que hace mucho frío! Yo creo que va a nevar otra vez. Espero que no nieve tanto como estos días pasados.

  • ¡Bueno! – dijo Rufo -, si nieva mucho tenemos distracción aquí.

  • ¿Y vendrán vuestros amigos a jugar con vosotros? – se interesó -; son unos buenos chicos. Si os van a ayudar a arreglar esos cacharros que habéis elegido y a preparar la otra casa, deberíais hacerles un buen regalo.

  • ¡No te preocupes, tío! – le dije -; están muy a gusto con nosotros y su mejor regalo será poder jugar en una sala que vamos a dejar preciosa y a nuestro gusto. También tú estás invitado.

  • ¡Yo ya soy mayor para vuestros juegos! – se rió -, pero la verdad es que me gusta que os llevéis tan bien. Rufo y tú, como os dije, os habéis convertido casi en uno solo. Ya veréis como estos amigos os harán pasar muy buenos ratos.

Por la forma en que lo dijo, Rufo y yo nos miramos disimuladamente ¿Se habría dado cuenta tío de qué clase de «juegos» estábamos haciendo? Bueno; el desayuno estaba muy rico y muy calentito. Luego, estuvimos viendo la tele y comentando algunas cosas con tío Manolo hasta que creímos que era hora de dar un paseo.

  • Vamos a abrigarnos bien – dije – y nos vamos a dar una vuelta por la plaza. Ahora que hace algo de sol hay que aprovecharlo.

  • ¡No os olvidéis de la hora del almuerzo! – nos recordó tío con paciencia -; si llegáis tarde os lo tendréis que comer frío.

Salimos y comenzamos a bajar. Ya entonces me di cuenta de que Rufo, a veces, se separaba de mí y otras, se acercaba tanto, que chocaba conmigo. El añico le hacía más efecto que a los demás. Yo no me sentía mareado ni nada de eso, pero todo fue llegar a la plaza y me hizo Rufo señas.

  • ¿Otra vez quieres ir al quiosco, Rufo? Se te nota un poco mareado. Yo no bebería más. De todas formas, dime dónde está la bodega y nos subiremos cuatro botellas para tenerlas en nuestro dormitorio. ¡Esta bebida da calorcillo!

Nos bebimos dos copas cada uno. Yo no sentía mareo, pero a Rufo se le trababa la lengua y se balanceaba de un lado para otro. Pensamos en ir a la bodega antes de volver a casa para no cargar con las botellas y, de pronto, salió Rufo corriendo. Había visto a medio metro y a Pico jugando en la otra esquina de la plaza. Lo malo fue que resbaló en la nieve (que se había helado) y resbaló unos cuantos metros patas arriba.

Nuestros amigos, al ver aquello, se acercaron muertos de risa y me ayudaron a ponerlo en pie, pero me pareció que alguien me agarraba a mí también por el asa que todos tenemos entre las piernas. Pensamos en jugar a «el que te pillo», que no era otra cosa que lo que yo conocía como «el coger». Uno, a suertes, tenía que intentar coger a uno de los otros tres, que sería el siguiente perseguidor. Lo que pasaba, era que había que correr por la plaza como en una pista de patinaje y, una mala caída… ¡Yo no quería partirme un brazo!

Pero empezamos a jugar y, claro, cuando se cogía a uno, íbamos los cuatro al suelo. Pero aprovechado la ocasión y que la gente no nos miraba para nada, nos pegamos unos rozamientos y unas cogidas de polla que casi me corro en una de esas. Después de una caída, tuve que decirle a medio metro que se subiera la cremallera de la portañuela. Rufo ya nos cogía la polla en cualquier momento en que pasara por nuestro lado y, la mayoría del tiempo, estuvo cayéndose y levantándose.

Cuando ya no podíamos más, nos despedimos de nuestros amigos y entramos por otra calleja donde estaba la bodega. Como ya éramos mayores de edad, nos vendieron las cuatro botellas sin poner pegas; además eran muy baratas, así que le dije a Rufo que, cuando se acabaran, iríamos a por otras cuatro, porque me di cuenta de que no mareaban (excepto a Rufo), pero te ponían de caliente… Me follaría lo que fuese en aquellos momentos. Así que pensé que sería un buen método para recargar fuerzas y follar más todavía.

7 – El otro cuadrángulo

Subimos a casa justo cuando llegaba doña Rosario, que nos dio un beso y se alegró mucho de vernos. Llamamos y abrimos como siempre y a la pobre mujer se le iban los ojos para la tele.

  • Un día, doña Rosario – le dijo nuestro tío -, cuando pongan una película bonita, se viene usted con su marido aquí para verla. ¡Parece que están ahí!

Nosotros preparamos la mesa y almorzamos como siempre, sin prisas y charlando con tío. Luego, cuando recogimos y terminamos de fregar, nos fuimos al dormitorio para arreglar ya algunos adornos, pero Rufo tenía aún el efecto del añico y echamos dos polvos antes de empezar.

La luz natural se nos iba muy pronto así que, después de una corta siesta, limpiamos bastantes cacharros y, poco después, vimos por la ventana que subían nuestros amigos. Corrimos a la puerta del dormitorio y la abrimos un poco. Llamaron a la casa y les abrió tío, pero los muy frescos dijeron que venían a ayudarnos a limpiar las cosas de adorno y nosotros sabíamos muy bien a lo que venían.

Cerramos con cuidado y nos sentamos a disimular en los ordenadores. Tocaron a nuestra puerta y les gritamos que pasaran.

  • Os hemos visto subir por la ventana – les dije - ¿Venís a ayudar un poco para preparar eso o…?

  • Venimos por si… - me interrumpió - … por si

  • Por si se nos apetece hacer un cuadrángulo, ¿verdad? – les dije pícaramente -; pues hay una novedad. Hemos comprado cuatro botellas de añico. No marea, menos a Rufo que lo tambalea, pero ¡te pone de caliente…! Este licor no emborracha, pero da muchas ganas de follar. Nos beberemos un par de copas y haremos un cuadrángulo de esos.

  • ¡Vale, Tío! – dijo Pico -; en mi casa no me dejan beberlo y está del carajo. Y si nos pone calientes, mejor.

Saqué una botella, la abrí y bebimos unos buches a morro porque no teníamos copas.

  • Rufo – dije -, recuérdame que compre cuatro copas. No me gusta beber en la botella porque no se sabe lo que se bebe.

  • No te preocupes, hermano – me dijo -; yo beberé menos que vosotros, pero no me dejes sin un traguito, ¡que a mí también me pone!

  • ¡Bueno, cojones! – dijo medio metro - ¿Empezamos o qué?

  • Sacaré la botella – dije - para ir bebiendo un poco mientras nos desnudamos ¡Todos en pelotas!

Se armó un tumulto. Las ropas volaban por todos lados y, cuando abrí la botella, ya estaban los tres mirándome en pelota picada y esperando ese trago. Nos pasamos la botella y, aunque Rufo ya era demasiado grandecito para saber lo que hacía, tuve cuidado de que no se pasara.

Quité la colcha y nos fuimos subiendo en la cama uno a uno y sentándonos en el mismo orden que la primera vez. Como yo me incliné a la derecha para mamársela a medio metro, ahora me tocaba inclinarme a la izquierda para mamársela a Pico. Cuando tuve la cabeza apoyada en su muslo y su polla delante de mis ojos, me quedé pasmado. No la tenía muy grande (quizá era la más pequeña de las cuatro), pero era suave, morena, gorda y con un capullo grande que estaba diciéndome… «¡Cómeme!». Noté cómo medio metro empezaba a tocarme los huevos y a rozarme un poco. Todo estaba preparado y el licor, sin duda, hacía efecto afrodisíaco.

Rufo contó hasta tres con media lengua y noté que medio metro se metía mi polla entera en la boca; me encogí de gusto. Fui lamiendo el capullo de Pico. Su líquido preseminal estaba buenísimo. No se parecía a los otros. Con los labios, le fui empujando poco a poco el prepucio y lamiéndole el néctar que echaba. La punta de mi lengua se fue directamente a su agujero, que era bastante grande, y chupé con fuerzas para sacar todo el líquido que pudiera. No sé lo que estaba haciéndome medio metro, pero me mataba de gusto. Y sin aviso ninguno, se fueron los dedos a acariciar los huevos y se deslizaron hasta meterse poco a poco en el culo de cada uno. Era una sensación buenísima. Mientras yo iba metiendo el dedo en el culo de Pico, notaba el fino dedo de medio metro entrar en mi culo.

Aguantar tanto gusto era muy difícil, como siempre, pero otra vez el añico puso de su parte, porque se podía aguantar más y el placer era superior. Habíamos descubierto un secreto que no estaba en venta.

La polla de Pico me cabía entera en la boca, pero preferí darle un buen masaje con la lengua en el capullo y apretar mis labios de vez en cuando apretando hacia adentro. Pico se movía como un saco de pulgas. Tenía que estar sintiendo mucho gusto y podía aguantar más sin correrse. Llegó el momento, está claro, en que no podíamos aguantar y, según me pareció, nos corrimos los cuatro casi al mismo tiempo. La cama temblaba cuando yo soltaba varios chorros de leche como una metralleta y Pico me llenaba la boca de una leche caliente, un poco dulzona y digna de ser tragada. Y eso hice: me la tragué.

Los demás escupieron al suelo y nos levantamos los cuatro sonrientes y jadeantes.

  • ¡Ostias, tíos! – dijo medio metro - ¡Qué pasada! ¡Esto es del carajo, de puta madre!

  • ¡Malhablado! – le dijo Pico - ¡No sé por qué tienes que decir tantas palabrotas juntas!

  • No soy malhablado – dijo medio metro cortado -, de verdad; pero, tíos, es que esto es

  • Pues es verdad – dije -; no me parece que haya que decir tantas palabrotas, pero es que esto da un gustazo que tenemos que guardarlo en secreto.

  • ¡Eso! – dijo Pico - ¡No debemos decirle a nadie el truco este! El cuadrángulo este, o como se llame, está muy bien, pero con un poco de añico

  • ¡Ya lo creo! – dijo Rufo - ¡Da tanto gusto y tanta fuerza, que ahora mismo lo repetía para el otro lado!

  • ¿Qué? - me extrañé -; es verdad que noto que sigo con ganas, pero ¿otra mamada?

  • ¿Y si me folláis uno a uno? – dijo medio metro - ¡Me dejo!

  • ¿Hablas en serio? – pregunté -.

  • ¡Pues claro! – dijo - ¡Me encanta que me la metan, pero tiene que ser largo! ¡Follarme los tres! ¡Echadlo a suertes!

  • ¡No, no, a suertes no! – dije -; primero Pico, luego Rufo y luego yo.

  • ¿Y eso por qué? – preguntó mi hermano -.

  • Hazme caso, Rufo – le dije -, que a medio metro le va a gustar más así.

Entonces, increíblemente, medio metro se puso en postura, es decir, con la cabeza en el colchón y el culo en alto; mi hermano trajo la vaselina y se la untamos. Pico nos miró sin saber mucho de aquello, pero le dijimos que él era el primero. Se acercó a medio metro (que ya tenía la crema untada en el agujero) y mi hermano le embadurnó la polla. Estuvo follándoselo un buen rato. Cuando se corrió, la sacó y se echó atrás. Se puso allí mi hermano y se la embadurné yo. Se la metió con facilidad y era tan emocionante verlo follar que tuve que meneármela suavemente para aguantar a que terminara.

Por fin me tocó a mí. Mi hermano me puso la polla de vaselina hasta los huevos y, como el culo de medio metro estaba ya bastante dilatado y relajado, entró mi polla allí como el que entra en su casa. Me lo follé con fuerzas y le miraba la cara; estaba sonriendo de lado a lado y cerraba los ojos. Por fin, tuve que echarme sobre él porque me temblaban las piernas al correrme.

Aquel juego lo íbamos a repetir más veces; seguro.

Después de quitarnos tanto lubricante y lavarnos un poco, nos vestimos y bajamos para acompañarlos.

Tío Manolo nos saludó dejando de mirar a la tele y vio pasar por delante suya a cuatro jóvenes con una sonrisa de lado a lado y le olió un poco a añico; me apuesto lo que sea.

  • ¡Lo habéis pasado muy bien!, ¿eh?

¡Jo!, me pareció que se había dado cuenta de algo y no dijo nada.

El día había terminado. Nos echamos a dormir cansadísimos.