Nico y Rufo: El cuarto oscuro 1/2

Los días de Nico y Rufo se van haciendo más... juguetones.

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Nico y Rufo:

El cuarto oscuro 1/2

1 – Se nos acabó lo bueno

Cuando amaneció, tres días después de tener a medio metro con nosotros, estábamos destrozados.

  • ¡Buenos días! – me dijo Rufo - ¡Perdona, Nico! Anoche era incapaz de follar contigo. Medio metro me ha dejado marchito para una semana.

  • ¡Buenos días! ¡No te preocupes, hermano! – dije medio dormido -; tampoco estaba yo anoche muy en condiciones de ponerme a hacer guarrerías contigo.

Me volví hacia él, lo abracé y lo besé tiernamente.

  • ¿Sabes una cosa? – preguntó misteriosamente - ¡Es la primera noche que no follamos! ¡Pobre medio metro! ¿Viste la cara de tristeza que tenía cuando lo llevamos ayer a su casa? Estará deseando de que vuelva a nevar tan fuerte para escaparse y quedarse aquí «atrapado» con nosotros.

  • Pues ¿qué quieres que te diga? – contesté -; yo estoy hecho polvo, pero descansando un par de días… Es que este chico es muy guapo, tiene una polla que es un encanto y encima nos quiere mucho. ¡Ya ves! ¡Me ha dejado que no puedo moverme y ya estoy pensando en que estemos los tres otra vez juntos!

  • Dúchate tú antes, anda – me dijo -; no me voy a quedar en la cama porque hay que bajar a desayunar. Ahora iré yo a despejarme ¡Ah, no cojas la toalla rosa que está llena de leche por todos lados!

  • ¡Ainsss! – dije al levantarme -; me duelen hasta las pestañas. A ver si con el agua se me pasa esta flojura. Como ya hay sol, podemos bajar a la tienda a ver si Asun ha traído cosas nuevas. Compraremos algo. Como en Pintres no se puede ir de compras ni hay grandes almacenes

  • ¿Qué más vas a comprar? – preguntó extrañado - ¡Tenemos de todo!

  • ¡Pues no! – le dije -; hemos tenido que usar la crema protectora como lubricante para follar y siento mi culo y mi polla muy protegida. Supongo que en la farmacia habrá vaselina, ¿no?

  • ¿Piensas ir a la farmacia de Tere y pedirle vaselina? – se asustó - ¡Pensará… pensará que nos vamos a follar!

  • ¿Y no nos estamos follando? – le dije - ¿A ella qué le importa si yo quiero la vaselina para follar? Le diré que la necesito para engrasar bien unas piezas.

  • ¡Ah! – se incorporó -, pues yo no entro contigo en la farmacia a comprarla. Entra tú y yo te espero en la plaza. Luego la guardas bien y vamos a casa de Asun.

  • ¡Vaaaaaale!

Me duché y volví muy relajado. Me fui vistiendo mientras se duchaba Rufo y ya oía yo trasteo abajo, así que tío Manolo estaría preparando el desayuno. El sol, por fin, volvía a entrar por la ventana. Cuando llegaba el medio día calentaba un poco y se podía jugar muy bien en la plaza. La nieve se había asentado y algunas partes se habían derretido. Se volvían a ver algunos tejados, árboles, calles… Ya teníamos luz, ordenador e Internet y el autobús ya llegaba al pueblo con normalidad. Fue entonces cuando se me ocurrió preguntarle a tío Manolo qué tendría que hacer para encargar que me trajesen algunas cosas de la ciudad.

Pensé por un momento en tomar el autobús temprano con Rufo, irnos a la ciudad y comprar de todo. Luego volveríamos a Pintres al atardecer, pero si llevaba tanto tiempo sin salir de allí, donde no había nada, y conocía la ciudad y le gustaba, me veía abandonando la tranquilidad del pueblo. Así y todo, pensé en preguntarle para saber si sería capaz de volver al mundo civilizado un solo día.

Cuando volvió Rufo de la ducha comentamos algo antes de bajar.

  • ¿Has pensado alguna vez en volver un día a la ciudad? – le pregunté -.

  • ¿Yo? – me miró inmóvil -; dije que me quedaba aquí para siempre y eso voy a hacer.

  • ¡No, no me refiero a irte de aquí! – me acerqué a él -; hablaba de irnos un día en el autobús, ver la ciudad, comprar cosas y volver al atardecer

  • ¡Difícil me lo pones, hermano! – dijo -, porque no sé ni cómo es la ciudad.

  • ¡Pues te ibas a quedar de piedra como esta casa! – le dije -. Esto es pequeño y no hay casi de nada; aquello es enooooorrrrrrrrrme y hay más de lo que puedes imaginar.

  • ¡No me tientes! – dijo -; ya me lo pensaré, pero antes tenemos que firmar un papel donde diga que nos quedamos en Pintres. Si no, no voy. Y no lo digo por que me abandones y te quedes allí, sino para no quedarme yo, vea lo que vea.

  • ¡Pues venga! – lo apremié -, ¡vístete rápido que tío ya está preparando el desayuno!

  • ¡Dame un besazo, anda! – sacó los labios - ¡No me digas que estás tan cansado como para no poderme dar un besito!

2 – Shopping en Pintres

  • ¡Mira, hermano! – me dio Rufo con el codo -; medio metro está apoyado en la puerta de su casa ¡Me parece que nos ha visto que bajamos!

  • ¡No pasa nada, hombre! – disimulé -; si no tiene nada que hacer ahora, pues se asoma un poco. Nos acercaremos a saludarle y ya está ¿Por qué te preocupas?

  • ¿Y si nos dice que quiere subir otra vez para… ejem, ya sabes? – dijo preocupado -.

  • ¡No seas así, hermano! – le aconsejé - ¡Nos quiere! Lo normal es que ahora no pueda pasar un día sin vernos, pero eso no significa que no podamos decirle que se espere un poco para follar otra vez. Nosotros dos estamos de acuerdo en que queremos estar juntos a solas, pero no es para darle de lado al chico ¿No irás a decirme ahora que no quieres verlo más?

  • ¡No! – nos acercábamos - ¡Vamos a saludarlo! Yo también le tengo mucho cariño.

Cuando llegamos a su casa, le vimos como a su padre, en la puerta y con un metro en la mano.

  • ¡Hola, medio metro! – dijimos los dos al unísono - ¿Cómo estás?

  • Un poco cansado – dijo besándonos -, pero no tanto para dejar de trabajar. Ya estoy preparando las puertas y ventanas para la otra casa de Manolo ¡Van a quedar de puta madre! ¡Ya veréis!

  • Pues ya se nos ocurrirá qué montar allí – dije -; lo mejor sería hacer una especie de sala para jugar… con ordenadores, mesa de juegos… ¡Habrá que arreglar la chimenea para el frío!

  • Eso nos lo hace mi padre – dijo medio metro – sin cobrarnos un céntimo. Cuando sepa que yo también jugaré allí y no en la calle, se alegrará.

  • ¡Juanjoooo! – se oyó gritar desde dentro de la casa - ¡Necesito que me eches una mano!

  • ¡Voy, papá! – gritó medio metro - ¡No tardo nada!

Se despidió de nosotros con otro beso y se fue para el taller. Entonces me quedé pensativo y tuve que preguntarle a Rufo.

  • ¡Oye, hermano! – dije - ¿Has oído que el padre lo llama Juanjo?

  • ¡Pues claro! – me contestó seguro - ¡Es que se llama así!

  • ¿Y por qué tenemos que decirle al pobre medio metro? – pensé en voz alta -; ni es enano ni tiene la polla tan larga. Le llamaremos Juanjo; es su nombre.

  • Sí – me aclaró -, es su nombre, pero si preguntas por Juanjo en el pueblo, nadie sabe quién es. Pregunta por medio metro y te traerán aquí enseguida.

  • Pero es como si le llamáramos a tío Manolo «el perritos» - dije -; no me parece serio.

  • ¡Mira, allí está la farmacia! – me señaló una casa -; te espero en el quiosco. Me beberé un añico para el frío.

  • ¿Un qué?

  • Un añico es un licor de aquí que no marea y quita el frío – me explicó -; me tomaré uno.

  • ¡Ya lo he probado! – le dije -, pero no sabía que se llamara añico.

  • Pues tío Manolo – bajó la voz – tiene botellas en su casa, pero no quiere darme.

  • ¡Vete al quiosco ahora! – le dije -; ya me encargaré yo de convencerlo para que nos dé una copita.

Fui a la farmacia, que si no fuese por una cruz verde que tenía en la puerta parecía una casa más, y no me pareció que me miraran con cara rara por pedir vaselina. Salí de allí y guardé bien la bolsa con el bote dirigiéndome al quiosco.

  • ¡Eh, Rufo! – le dije al llegar -; apura la copa que vamos a casa de Asun. He pensado que a lo mejor tiene cosas para decorar la nueva casa.

  • No creo que tenga nada especial – dijo con una voz extraña -; sólo ropa y algunas cosas de comida.

  • ¿Cuántas copas de añico te has bebido, Rufo? – lo miré inquisitivo -.

  • Una sola – contestó - ¿Por qué?

  • ¡Parece que te has bebido una botella! – le dije -; tienes voz de borracho.

  • No, no es eso – contestó suspirando -, es que a mí una sola copa sí me da un punto.

  • ¡Pues no lo bebas! – me volví hacia la tienda - ¡No me gusta la gente borracha!

Estuvimos un buen rato en casa de Asun viendo cosas, pero no había carteles ni cuadros curiosos ni cosas que se pudieran poner en las estanterías. En uno de los momentos que me agaché a mirar unos peluches, se me cayó la bolsa con la vaselina y no me di cuenta, pero cuando miré atrás, vi que Asun miraba dentro de la bolsa y ponía una cara rara. Me acerqué a ella sonriente.

  • Mi hermano y yo – le dije – vamos a arreglar la casa vacía de tío Manolo. Por eso estamos buscando adornos. Y esto es para engrasar unas herramientas antiguas del trastero que se van a colgar en las paredes. Cuando esté arreglado todo, te invitaremos.

  • ¿De verdad? – se puso muy contenta -; seguro que tú sabes adornar una sala con buen gusto. Si me gusta como arreglas la vuestra, te pagaré para que me arregles una mía.

  • ¡No hace falta que me pagues, mujer! – le dije -; mientras no haya gastos

Me dio la bolsa y la guardé bien y, después de mirar por todos los rincones, lo único que me gustó fue un osito de peluche rojo y lo compré. Era muy barato. Cuando volvíamos para casa, ya estaba Juanjo, el medio metro, jugando en la calle con otros chicos. Entonces Rufo me habló de cerca y en voz baja.

  • ¡Mira a ese del chaquetón azul! – me dijo - ¿A que está buenísimo? Lo invitaremos para que juegue en casa con nosotros.

  • ¿Al triángulo?

Rufo se echó a reír y nos acercamos a ellos.

  • ¿Qué traéis en esa bolsa? – preguntó medio metro -; abulta mucho.

  • ¡Mira! – se lo mostré -; es un osito de peluche ¿Te gusta?

  • ¡Jo! – lo cogió mirándolo embobado - ¡Es precioso!

  • ¡Bueno! – le dije - ¡Quédatelo! Es para ti. Ya compraremos cosas para adornar la sala de juegos. Pon este osito en tu cuarto – bajé la voz – y así te acuerdas de nosotros.

  • ¿Sabes? – me habló al oído -; me hago pajas pensando en vosotros.

  • ¿Todavía tienes fuerzas? – me asombré - ¡Nosotros nos hemos tomado unos días de descanso! Cuando nos recuperemos… ¿quién sabe?

Me sonrió y casi derrito toda la nieve de mi alrededor.

  • ¡Vamos a casa, Rufo! – grité subiendo -; ¡deja de jugar ahora! ¡Tenemos cosas que hacer!

Vino corriendo hasta mí y me miró sonriente. Lo noté contento y supuse que se había bebido más de una copa de añico.

  • ¡Joder! – se mordió el labio - ¿Por qué no inventas algo para que suba Pico a casa a jugar con nosotros? ¡Está buenísimo!

  • ¡Rufo, hombre! – exclamé - ¡No podemos con uno y quieres que suba otro más! ¡Venga, sube aprisa que vamos a hacer cosas! Le preguntaré a tío si tiene trastero con cosas viejas. Las arreglaremos y las pondremos de adorno.

  • ¡Vaya! – se asombró - ¡Esa es una idea muy buena! Yo sé que tío tiene un trastero con muchas cosas que no usa. No entro nunca porque está muy oscuro. Cogeremos una lámpara de esas y entraremos si nos deja.

  • ¡Vale!

3 – El soborno

Como siempre, llamamos a la puerta y abrimos con las llaves. Tío Manolo estaba arreglado el mando a distancia de la tele y me acerqué a él a curiosear.

  • ¿Sabes tío? – le dije - ¡No merece la pena arreglar ese mando! Los hay que sirven para todas las televisiones y son muy baratos.

  • ¡Sí, hijo! – me contestó -, pero en Pintres no hay tiendas para comprar uno.

  • Pues sobre eso quería yo hacerte una pregunta – le dije - ¿Qué habría que hacer para que te trajeran de la ciudad algo que necesitas?

  • ¡Ah! – me miró - ¡Pues es muy fácil! Hay dos formas. Si sabes que alguien va a ir, le pides el favor de que te compre lo que sea. Tienes que decirle lo que es y darle el dinero. Otra forma, es hablar con el conductor. Él lo dice allí y te traen lo que te haga falta, pero te cobran algo.

Me quedé pensando y le dije a Rufo que íbamos a salir otra vez.

  • ¿Otra vez? – dijo - ¡Con lo que cansa subir esta calle!

Cuando cerramos la puerta y comenzamos a bajar, le dije que le iba a encargar al conductor una tele LCD de, por lo menos, 32" para que viese bien la tele. Sería como un pequeño soborno, porque después, sería más fácil que nos dejase coger cosas del trastero.

  • ¡Eres un mal bicho! – me dijo Rufo - ¡Sólo se te ocurren cosas así! Pero… ¿sabes? Me gustaría que tío tuviese una tele de esas y a mí también me gustaría verla.

Fuimos deprisa y contentos a la estación y le dijimos a un señor (no estaba el autobús) que queríamos traer una cosa de la ciudad. Le entregué un papel con la marca y el modelo de la tele y le di el dinero en un sobre. Lo miró y puso una cara de asombro que no podía disimular.

  • ¡Está bien, chicos! – dijo -; cuando llegue el autobús, entregaré este pedido. Hay dos o tres más. Posiblemente, mañana por la mañana podréis venir a recogerlo. La cosa está en que lo haya en la tienda. Os avisaré a casa de vuestro tío.

Le quedamos muy agradecidos y volvimos a cruzar la plaza y a subir la calle. Cuando entramos no le dijimos nada; queríamos que fuese una sorpresa. En realidad, se la merecía por lo que había hecho por nosotros y la tele que tenía era pequeña y antigua.

  • ¡Tío Manolo! – le dijo Rufo -; vamos a repasar el salón de la casa de al lado. Pensamos ponerlo muy bonito. Vamos a ver qué se nos ocurre.

  • ¡Está bien, hijos! – contestó resignado -; pero no me gusta que gastéis demasiado dinero. No es por mí, sino porque no quiero que se hable mucho de esto en el pueblo.

Hicimos planes de todos los colores y, cuando digo colores, también me refiero a los colores con los que íbamos a pintar por dentro la casa. Nos fuimos al dormitorio a descansar y estuvimos un rato navegando por Internet. Le enseñé a Rufo la tele que íbamos a recibir para tío y así, llegó la hora del almuerzo. Doña Rosario nos trajo la comida y preparamos la mesa.

Estábamos comiendo cuando sonó el teléfono.

  • ¡Es Juanjo, seguro! – me susurró Rufo; tendrá ganas… de jugar.

Tío me pasó a mí el auricular sin decirme nada. No sabía quién podría llamarme, pero cuando oí las noticias nuevas que había, le dije a Rufo que tenía que comentarle unas cosas. Al terminar el almuerzo y el fregado, subimos al dormitorio y, tras entrar corriendo, cerramos la puerta.

  • ¡Rufo, hermano! – casi me moría de alegría - ¡El que ha llamado es el señor de esta mañana! Me ha dicho que ha hablado con el conductor estando en la ciudad y, como vio que le di el dinero contante y sonante, ¡ha llamado para decir que a las 6 podemos ir a recogerlo!

  • ¡Joder, de puta madre! – saltó de alegría - ¡Esto acelera las cosas! Nos da tiempo a echar un polvo y una siesta. Luego habrá que ir a por él, pero… ¿pesa?

  • ¡Jo! – me quedé pensativo -; me parece que le vamos a tener que pedir a medio metro y a Pico que nos echen una mano ¡Cualquiera sube eso hasta aquí entre dos!

  • Pues ya que suben

  • ¡Rufo, Rufo, que te conozco! – lo empujé a la cama -; folla conmigo ahora y yo haré lo que pueda cuando anochezca un poco, ¿vale?

  • ¡Vale!

Sacamos fuerzas de no sé dónde y echamos dos polvazos. Luego, claro, nos quedamos dormidos cansadísimos. Cuando desperté y miré el reloj, eran casi las seis. Llamé a Rufo, nos levantamos de un salto y nos preparamos para bajar a recoger la mercancía. Empezaba a anochecer (el sol ya se ocultaba muy pronto) y hacía un frío de cojones.

Llegamos a la estación y no tuvimos ni que preguntar; aquel señor que cogió el sobre con el dinero, nos llamó para mostrarnos la caja ¡Era enorme! El conductor me miró con no muy buenos ojos. Sabía que yo era el de la mancha en la camisa y que había estado buscado por la policía, pero ya no. Llevamos el bulto entre los dos hasta la carpintería y preguntamos por Juanjo. Cuando salió y vio la caja, se imaginó que habría que subirla.

  • ¿No podrías avisar a Pico para que nos eche una mano? – le dijo Rufo -; yo no sé dónde vive.

  • ¡Vale! – dijo medio metro - ¡Esperadme un minuto!

Al poco tiempo íbamos subiendo aquello con dificultad entre los cuatro.

  • ¿Qué coño hay aquí dentro? – preguntó Pico - ¡Parece de plomo!

  • ¡No decid nada! – les dije - ¡Es una sorpresa para tío Manolo! ¡Una tele nueva!

  • ¿Una tele? – se extrañó pico - ¡Tiene que ser de esas planas, porque la caja es muy estrecha!

  • Shhhhhh ¡Calla! – le dije -; no diremos nada hasta que la vea.

Ni que decir tiene, que en cuanto vio tío la caja imaginó lo que venía. Me miró casi enfadado, pero se vino luego para mí, me echó el brazo por lo alto y me dio las gracias.

  • ¡Ya sabía yo – dijo – que tú no me preguntabas cómo traer algo de la ciudad porque sí! ¡Gracias, hijo!, pero no gastes mucho; y menos en mí, que no lo necesito.

Sacamos las cosas lo instalamos y lo pusimos en marcha. Tío estaba sentado muy atento mirando todo aquello. Nunca había visto una tele que ocupase tan poco ni que fuese tan grande.

  • ¡Vaya! – exclamó -; tendré que echarme más atrás para verla. ¡Pues mira, así quedo más cerca de la chimenea! ¡Cómo os agradezco esto! Os voy a dar – dijo misteriosamente – una copita de añico. No decid nada en casa. Os pondré también unos dulces, pero no comed muchos que se acerca la hora de cenar.

Tomamos aquello los cinco y tío miraba embobado la tele y nos contaba cosas de sus tiempos pasados.

  • ¡Verás, tío! – le dije aprovechando su interés -; vamos a subir un rato a enseñarle a Pico los ordenadores. Cuando veas que se acerca la hora de cenar, nos das un grito ¡Y no se te olvide que hay que comer, que esa tele te tiene pegado a la pantalla!

La ilusión que le hizo ver aquellas imágenes en colores tan puros, a ese tamaño y con ese sonido, hizo milagros. Nos metimos con Pico en el dormitorio y le mostramos los ordenadores y cómo se conectaban a Internet y todas las cosas que se podían hacer, pero, cuando me di cuenta, medio metro le estaba cogiendo el culo a Pico y éste lo miraba con cara de gusto. Todo estaba claro: a Pico le iba también el rollo. Le dije a medio metro que se sentase en mi ordenador y comenzó a investigar. Mientras tanto, me fui para Pico (ya bien empalmado) y, aprovechando que tenía las manos atrás, le coloqué mi bulto en una de ellas. Me miró disimuladamente y sonrió. Luego, empezó a magrearme ¡Todo estaba conseguido!

4 – El cuarteto

Empecé a acariciarle la espalda y el cuello y me bajé disimuladamente la portañuela. Metió su mano allí y empezó a meneármela. Entonces, le hice señas y nos retiramos un poco.

  • ¡Oye, Pico! – le dije - ¿A ti te gusta «jugar» a estas cosas?

  • ¡Sí – contestó en voz baja -, pero es que hay mucha gente! ¿Nos vamos a otro sitio?

  • ¡No! – le cogí el culo - ¡No hace falta! ¿Te daría vergüenza si te dijera que a mi hermano y a medio metro también les gusta hacer estas cosas?

  • ¿Vergüenza? – se extrañó - ¿Por qué? Yo lo hago con medio metro algunas veces y lo pasamos muy bien, pero no lo he hecho con tu hermano ni contigo.

  • ¡Vale! – le dije - ¡No te asustes! ¡Lo vamos a pasar del carajo!

Me acerqué a los otros, ya con la luz encendida, mientras me subía la portañuela y les dije:

  • ¡Eh, tíos! ¡Atentos!, que tenemos a un nuevo componente para jugar a… ya sabéis qué.

Me miraron los dos asombrados y miraron luego a Pico. Se levantaron y se acercaron a nosotros y, para que vieran que no les estaba mintiendo, le cogí la polla a Pico (que me miró sonriendo) y Pico me bajó la portañuela y a metió allí su mano. Los otros dos corrieron hacia nosotros y comenzamos a bajar braguetas y quitar cinturones en un lío enorme. Sin dejar de cogernos las pollas y darnos besos, acabamos los cuatro en pelotas ¡Joder! ¡Lo que decía mi hermano era verdad! ¡Pico estaba buenísimo! Los fui empujando hasta la cama y ellos solos se fueron echando allí. Comenzó la orgía. Os la contaré.

(Continua)