Nico y Rufo: El 15 - Éxodo

La saga continúa. Este es el verdadero capítulo 15!!!

Regístrate GRATIS en el Club de Fans de Guitarrista:

http://www.lacatarsis.com/guitarrista/index.html

ESTE el verdadero capítulo 15 de la saga de Nico y Rufo. Las circunstancias me hicieron convertirlo en el final. Sólo los registrados en el Club de mis Fans podrán ver todas las ilustraciones y vídeos en 3D.

A todos los lectores de la saga os regalo las ilustraciones de este capítulo en:

http://www.lacatarsis.com/guitarrista/exodo.html

Pero sigue leyéndome aquí, en Todorelatos.com

NOTA: Te aconsejo leer desde Cómplices, todos los capítulos de la saga de Nico y Rufo para poder entenderlo. ¡Disfruta! Gracias.

Sigue leyéndome en Todorelatos.com

Nico y Rufo:

El 15 – Éxodo

1 – La pesadilla de Nico

  • ¡Nico, Nico, hermano! ¡Despierta! ¿Qué te pasa?

Desperté sudando y me abracé a Rufo llorando y abrazándolo.

  • ¡Tenías razón, hermano! – le dije -. A veces las pesadillas son demasiado reales y puede que nos avisen de algo. Tú me diste 7 avisos y me insinuaste que un tal «piña» podría ser peligroso. Se han descubierto los 7 pinos ¡Faltan otros siete avisos!

  • ¿Y por eso estás mal? – me dijo asustado - ¡Ya se ha remediado el peligro que corría el pueblo!

  • ¡No! – lo besé - ¡He tenido una pesadilla que me parece un solo aviso importante, pero que aclararía cuáles son los otros 7 que no han aparecido.

Mi hermano se incorporó en la cama asustado y me secó la frente. Me miró durante unos momentos aterrado y nos sentamos en la cama.

  • ¡Vamos, Nico! – me dijo -; muchas veces me has dicho que los proyectos hay que contarlos, aunque a uno le parezcan una tontería. Ahora, tranquilo, cuéntame lo que has soñado.

Respiré profundamente, me calmé un poco y, abrazado a él, comencé a contar esos detalles de los sueños que son imposibles pero que parecen reales.

  • Yo caminaba por la plaza – comencé -; acababa de salir de nuestra calleja y miré hacia la urbanización. Allí vi a un caballero ataviado con ropas antiguas y tocado con un sombrero de ala ancha y pluma. Llevaba en su mano una rosa. Se echó a reír y me llamó maricón. Detrás de él, aparecieron los otros 7 avisos: los siete caballeros del Apocalipsis.

  • ¿Siete caballeros? – se extrañó -.

  • ¡Sí! – continué -. El caballero de la rosa había planeado reunir aquí a todos los homosexuales del mundo, rodeados de pinos, ¡un buen combustible!, y prenderle fuego haciendo un círculo alrededor; como se mata a un escorpión. Morirían todos los homosexuales, sí, pero con ellos morirían carbonizadas cientos de familias cristianas, bebés, impedidos, guardias, trabajadores decentes y… hasta el cura. Los que escapasen, no podrían mirar atrás porque se convertirían en estatuas de sal.

  • ¡Eso es el Apocalipsis! ¿No? – me miró extrañado - ¡No veo posible que se haga realidad ese sueño! Ese caballero tendría por corazón una piedra envuelta de gusanos de odio. ¡Es como una Inquisición! ¡La Iglesia no hace esas cosas!

  • ¿Ah, no crees que pueda hacerse realidad? – le dije -; ¡son los otros avisos! ¡La Iglesia no haría esas cosas!, sino ese caballero de la rosa ataviado a lo antiguo. Faltaban siete avisos, ¿no? ¡Pues ya los tienes! Levantémonos y llamemos a Borja y tío. Avisemos urgentemente a todos nuestros amigos. ¡Convoco una reunión a las nueve de la mañana en la oficina!

  • ¡Hermano! – se quejó -; por una pesadilla, ¿vamos a hacer esto?

  • ¡Por una pesadilla tuya se salvó hace unas semanas el pueblo! – le grité -; nuestra misión aquí está cumplida. No hay paro, sino que tienen que venir trabajadores de El Pueblo, hemos llenado este lugar de vida y la iglesia de fieles. ¡Nos necesitan ahora en otro lugar!

Llamamos a la puerta de tío Manolo, que se asustó y le dijimos que a las nueve estuviesen sin falta en la oficina. Nos vestimos a toda prisa y avisamos a nuestros amigos. No entendían nada, pero nos aseguraron su asistencia.

2 – El cónclave

Nadie sabía por qué estábamos allí reunidos. Les avisé que lo que iba a hablarse no tenía nada que ver con nuestros proyectos; todo estaba funcionando. Los únicos parados eran pobres impedidos que llevaban años sentados en una silla o acostados en una cama sin poder trabajar, sino entreteniéndose en escribir relatos, porque sus días estaban demasiado vacíos como para narrarlos en un diario, frente a la triste (aunque colorida) pantalla de un ordenador antiguo.

  • Todo ha de quedarse en Pintres – les dije -. Nos vamos provisionalmente a la ciudad. El banco nos pone una casa con diez dormitorios, cada uno con su baño. Habrá servicio: cocinera, sirvientas, jardinero… Tendremos dos Mercedes del último modelo en el garaje. Estudiaremos y obtendremos el permiso para conducir. Una vez construidas las casas de cada pareja, haremos las mudanzas. Es lo que propongo y no me preguntéis el motivo.

Pico y medio metro no podrían venirse. Decían que sus padres los necesitaban. Llamé a El Pueblo y alquilé un microbús. Al día siguiente, al amanecer, nos iríamos todos sin llevar nada a cuestas. Yo transferiría a una cuenta parroquial del banco 3.000 euros mensuales para los necesitados; no quería a gente pasando hambre y que no podía valerse por sí misma. Don Raimundo lo administraría.

  • ¡Hijo, Nico! – se quejó tío Manolo -; me llevo conmigo a lo que más quiero – miró a Borja emocionado -, pero, ¿no podría llevarme mi tele?

  • Te compraré 3, si hace falta – le dije -, pero de 42". Saldremos con lo puesto, aunque, evidentemente, la maleta negra irá con nosotros. Pintres ya es adulta y no hay que darle consejos; ya han despertado y saben lo que tienen que hacer y cómo. Ahora, Borja, habla con Salvador, «el niño». Él lleva mucho tiempo asistiéndote y sabe lo que tendrá que hacer en tu lugar. La empresa Cine Pintres seguirá siendo nuestra; pero todos tendréis acciones. Todos seremos socios, pero estaremos en un lugar donde nadie nos rechace ni por ser gays ni por ser multimillonarios.

Pico y medio metro agacharon la cabeza con tristeza. No iban a venir con nosotros.

  • ¡Seguramente no va a pasar nada! – les dije - ¡Sólo nos vamos todos a darle vida a otro lugar! ¡Este ya está vivo y sabrá mantenerse por sí mismo!

Se vieron caras de todas clases, pero nadie dijo que no, aún sabiendo que sus familias se quedaban allí; sólo aquellos dos jóvenes que, según creo, preferían quedarse con sus padres. Se cubrieron los puestos de tío Manolo, del palomo y del quinto pino. Todos estaban de acuerdo aunque no sonrieran.

  • Nada de lo hablado aquí debe salir de esta oficina – les dije -; preocuparos todos, inmediatamente, de cubrir vuestros puestos. Estad localizables, pero esta tarde, a las 5, tendremos otra reunión importante. Quiero aquí a todos los presentes; ¡Sí, sí, a todos! – miré a Pico y medio metro. ¿Ahora vais a desconfiar de mí?

3 - El decimoquinto aviso

Nos dimos un paseo Rufo y yo por todas las instalaciones. El metro aún estaba en pruebas, pero se abriría tan sólo dentro de una semana. Los trabajadores de El pueblo, vendrían en autobús pagado por la empresa y, apeándose en la estación, harían trasbordo gratuito al metro, que los llevaría a su puesto en Gayanet o en La Cabaña.

Rufo estaba triste. No quería abandonar «su lugar» – como él decía – cuando recogimos la maleta negra, pero no se negaba a venirse. Al llegar a la plaza, se volvió y subió por el callejón hacia arriba, hacia casa. Dejé la maleta en la oficina y seguí hasta el quiosco para beberme unas copas de añico. Allí estuve un rato pensando. Me acerqué luego a ver al piña; el pañuelo blanco no colgaba de su ventana. Llamé a la puerta y me abrió, por primera vez, su madre:

  • ¿Piña? – me dijo extrañada -; mi hijo se fue con sus amigos a la ciudad muy temprano. ¡Ni siquiera me ha dicho cuándo va a volver!

¡Oh, no! ¡Cuántas cosas pasaron en un instante por mi cabeza! Ni siquiera me despedí de aquella señora. Corrí a la oficina y les dije a Borja y a tío Manolo que buscasen a todos inmediatamente; ¡era un asunto demasiado importante! ¿Por qué se había ido el piña a la ciudad con «sus amigos» tan temprano? ¿Sabría algo más que no me dijo?

Me senté en mi mesa y me puse a hacer muchas llamadas. La más importante era decirle al conductor del microbús, que estuviese en la oficina a las cinco de la tarde para llevarnos a la ciudad. Tenía miedo. En cualquier momento, podía pasar cualquier cosa. Luego, corrí a casa a por Rufo y preparé la cámara de vídeo. Nadie debería mirar atrás, pero pensaba grabar toda la huída.

Bajamos a la oficina con cuatro cosas y mi maleta negra y, avisando a La Cabaña, pedí que se nos sirviera un almuerzo para diez a las dos. Comeríamos allí hasta llegar el microbús. El resto de nuestros amigos aparecieron poco a poco pero sin tardar demasiado. Lo que no esperaba era que también aparecieran medio metro y Pico con dos pequeñas bolsas. Estarían seguros de que no iba a pasar nada y de que volveríamos ¡Dejaban a sus padres allí!

  • Los cinco arrestados – les dije -, incluyendo al piña, han salido esta mañana para la ciudad y ninguno de ellos ha dicho cuándo volverá. En prevención, saldremos de aquí todos a las cinco. Sólo nosotros; no podemos llevar a nadie.

  • ¡Es una locura, Nico! – dijo el palomo -, pero observa cómo nadie se ríe de tu idea. Eres demasiado sensato como para proponernos una locura.

  • Nosotros nos vamos – dijo medio metro -, pero si no pasa nada, volveremos. Nos vamos porque sabemos que siempre dices las cosas con los pies en el suelo.

Hubo murmullos primero y muchas preguntas después, pero prometí aclararlo todo una vez que estuviésemos en la ciudad.

Almorzamos sin prisas, pero el tiempo se nos hacía largo y casi todos, disimuladamente, abrían la mirilla de vez en cuando para ver si ocurría alguna cosa.

4 – La escapada

Llegó el microbús poco antes de las cinco, y le dije al conductor que parase justo delante de la casa, de tal forma, que abriendo las puertas, pasásemos al vehículo sin ser vistos. Nadie lo pensó y no hubo palabras. La puerta lateral del microbús se abrió muy cerca de la de la oficina. Subimos todos, pero puse antes la cámara atrás, en una plataforma para equipajes como un remolquer, y la puse a grabar. Avisé a todos de que, pasase lo que pasase, nadie mirase atrás, y le di la orden al conductor de salir.

Nos alejamos todos del pueblo con nostalgia y sin avisar a nadie. Correr la voz de que podría ocurrir algo sería hacer que cundiese el pánico entre los habitantes. Nada era seguro. El sueño no me había dicho que nos fuésemos, sino que me hizo pensar en que se habían eliminado siete puntos para incendiar el bosque y aún podían quedar otros siete. La huída de piña con su «banda de los cinco» fue lo que más me intrigó. Posiblemente, él sabría algo; y al saberlo, huyó con ellos. Esa no era la promesa que me hizo de abandonar la banda y unirse a nuestro grupo.

Cuando llegamos a la ciudad, fuimos directamente a la casa donde nos alojaríamos todos. Pasado un tiempo, tío Manolo y Borja vivirían en su propia casa y el palomo y el quinto pino vivirían en la suya; las dos junto a la nuestra, separada por frondosos jardines. Los más jóvenes, medio metro y Pico, dudosos además de quedarse, compartirían la nuestra durante un tiempo más largo.

La casa que nos encontramos estaba en un paraje tan tranquilo como Pintres; rodeado de mucha vegetación. Las nuevas casas estarían todas cercanas y en un lugar cercano. Había que esperar.

5 - Desenlace

Llegamos con lo puesto e hicimos planes para comprar todo lo que necesitaríamos.

Aquella noche, Rufo y yo casi no pudimos dormir. Nos abrazamos en silencio y follamos una vez antes de caer rendidos y otra al amanecer.

  • ¡Nico! – dijo Rufo muy asustado -; no sé si esto es una locura. No lo digo por tu idea, sino porque, si pasa algo, nos vamos a sentir muy solos. Yo necesito vivir en Pintres

  • ¡Lo sé, corazón! – lo besé y abracé -; esto es sólo un tiempo de prevención. No creo que pase nada, pero pase o no pase, volverás a donde quieres estar y yo volveré contigo.

  • ¡Te quiero, hermano! – sollozó -, por eso te hago caso.

Fuésemos donde fuésemos, Borja y tío iban pendientes de las noticias de la radio. En casa se puso la tele a todas horas. Esperábamos una pista que nos dijese el desenlace de todo aquello.

Al tercer día, cuando ya salíamos preparados para bajar a desayunar al salón, se nos acercó tío sonriéndonos y nos apretó el hombro en señal de confianza.

Borja tenía la radio puesta, mientras, todo el día. Era muy estresante estar constantemente oyendo noticias. Cuando estábamos a mitad del desayuno, todos soltamos los cubiertos en la mesa y oímos una noticia en la radio:

«Siete jóvenes portando antorchas, han sido apresados en la localidad de Pintres sobre la media noche. La policía, en alerta por otras pistas, los descubrió con la intención de rodear a toda la aldea con un círculo de fuego mientras la gente dormía. Afortunadamente, no ha habido desgracias personales. Otros cinco jóvenes, habitantes de dicha población, han sido detenidos y puestos a disposición judicial, como presuntos autores intelectuales del ataque. Todos ellos, se han trasladado a la prisión de Carabanchel hasta aclarar los hechos. ¡Seguiremos informando!».

No hubo palabras, sino que nos miramos sonrientes y satisfechos. No había pasado nada, pero mi pesadilla fue premonitoria. Afortunadamente, los Cuerpos de Seguridad, habían tenido en cuenta el hallazgo de las siete cajas llenas de bombas incendiarias.

  • ¡No ha sucedido! – fue lo único que dijo Borja -.

Terminamos el desayuno y pedimos al servicio que se nos sirviese una copa para celebrarlo.

  • ¡Quiero volver! – me dijo Rufo - ¡Quiero volver a mi sitio!

Vamos a esperar sólo dos días más – les dije -; el peligro parece pasado. Avisaré al conductor del microbús para que venga a recogernos.

Todos nos abrazamos y nos besamos felices. No había que preparar nada para volver a Pintres porque nada nos habíamos llevado. Medio metro y Pico lloraban de alegría, quizá, pensando en sus padres. ¡Íbamos a seguir ayudando al pueblo! ¡Lo íbamos a seguir haciendo! ¡Todos! Así seguiríamos… Así lo narraré en estos días.