Nico y Rufo: 16 - El secreto de Nico

Los proyectos y el desmadre siguen ¿Qué secreto guardaba Nico?

Regístrate GRATIS en el Club de Fans de Guitarrista:

http://www.lacatarsis.com/guitarrista/index.html

Sólo los registrados en el Club de Fans podrán ver todas las ilustraciones y Vídeos en 3D.

NOTA: Te aconsejo leer desde Cómplices, todos los capítulos de la saga de Nico y Rufo para poder entenderlo. ¡Disfruta! Gracias.

Sigue leyéndome en Todorelatos.com

Nico y Rufo:

16 – El secreto de Nico

1 – La vuelta desapercibida

Cuando apareció el microbús para volver a Pintres, no podíamos creerlo. Pero al subirnos y emprender el camino, comenzaron las alegrías y ciertos comentarios.

  • ¡Habéis tenido suerte, amigos! – nos dijo el conductor -. Si la policía secreta no hubiera estado ya alertada de un posible atentado, Pintres sería hoy un montón de cenizas.

  • ¡Sí, es verdad! – le dije para que todos me oyesen -; hemos oído que pensaban quemar el pueblecito ¡Qué burrada! ¡Hubiesen muerto muchos inocentes! Afortunadamente, hemos estado en la ciudad estos días pero, la policía ha hecho un buen trabajo. ¡Hubiésemos muerto todos calcinados!

  • ¡Ah! – contestó -, como me llamó usted con tanto misterio para que los recogiese, pensé que sabrían algo.

  • Hmmmm… - pensé -; sospechábamos alguna cosa, pero no lo que había planeado

  • Pues permítame decirle, señor – me miró un instante -, que gracias a ustedes mis dos hijas mayores tienen un buen trabajo en el restaurante. Nos hemos asustado mucho al enterarnos de los planes malvados de esos asesinos y nos alegramos de que Pintres y su empresa sigan adelante y nuestras hijas vivas.

  • ¡No habrá más problemas de esos! – le dije seguro -; sus hijas seguirán en su puesto de trabajo y el pueblecito seguirá su curso.

  • Pues… ¿sabe usted una cosa? – lo noté preocupado -. El pobre viejo que llevaba la bodega podía fabricar ese licor riquísimo, el añico, para el consumo normal del pueblo, pero me han dicho mis hijas que el pobre hombre no puede fabricar ahora tanto. ¡Con sus negocios se está forrando de euros, pero se está matando trabajando!

  • ¿Es cierto? – me preocupé - ¡Déme luego los nombres de sus hijas! Voy a solucionar ese problema, pero les agradezco que me lo diga; don Telesforo, el bodeguero, no dice nada para no preocuparnos.

Llegamos muy felices y el conductor nos dejó en la misma plaza, pero a la entrada de nuestro callejón. Los padres de medio metro salieron asustados y abrazaron a su hijo.

  • ¡No ha pasado nada, mamá! – los besó sonriente -; nosotros nos hemos ido para preparar unos planes sorpresa ¡No sabíamos que podrían pensar hacer algo así!

Pico corrió a ver a sus padres y, según creo, les dio la misma excusa, que era más bien poco creíble. Pero, ¡allí estaban todas nuestras cosas! ¡Nadie podría decir que nos habíamos ido para siempre! Hablé personalmente con los padres de los más jóvenes y les pedí perdón por ser yo el responsable de ir a la ciudad sin avisar. Les dije que habría grandes novedades, pero ¡tendría que inventarlas!

La segunda fase de la urbanización estaba ya casi lista para empezar a vender y el metro sería inaugurado por el alcalde con un viaje desde Gayanet hasta La Cabaña y un almuerzo con todo el personal de la empresa y los concejales del ayuntamiento. La vida iba a continuar, no como antes, sino mejor; ¡los indeseables estaban en la cárcel! (V)

2 – Soluciones y más planes

Subimos a casa contentos pero muy cansados. Borja y tío se abrazaron cuando cerramos la puerta de casa y nosotros nos retiramos al dormitorio.

  • ¡Estoy quemado! – dijo Rufo - ¡Y eso que ni me he quedado aquí ni han echado a arder el pueblo!

  • ¡Descansemos ahora un rato! – le dije - ¡Nada de follar! Luego te voy a dar gusto de todos los colores, hermano, pero debemos estar descansados. Hay que visitar a don Teles para solucionar lo del añico ¡Pobre hombre! Lo debe estar pasando mal aunque gane mucho ¡Vamos a ayudarle! Y… ¡ve pensando en algo nuevo y de puta madre porque nadie cree que hemos ido a la ciudad a preparar novedades!

¡Déjame descansar, hermano! – me dijo Rufo ya casi dormido - ¡A ver si sueño con un proyecto!

Yo estaba tan cansado y mi cabeza tan llena de preocupaciones, que no pude dormirme profundamente, sino a ratos. Pensaba y pensaba. ¡Tenía que solucionar cosas! y, además, inventar cosas nuevas. Rufo seguía durmiendo y yo no podía estar más tiempo en la cama. Bajé al salón y encontré a Clara preparando la cena.

  • ¡Ay, don Nicolás! – me dijo - ¡Qué susto hemos pasado al enterarnos de lo que iban a hacer esos canallas!

  • ¡No pasa nada, mujer! – le dije sonriendo -. La policía sabe muy bien lo que hace. Ya tenían sospechas. El pueblo va a seguir bien vigilado, pero los asesinos están en la cárcel y muy lejos.

  • ¿Quiere que le ponga alguna cosa de aperitivo? – me dijo -; no ha tomado nada desde esta mañana.

  • Tomaré algo rápido – le dije -; necesito seguir trabajando.

  • Su tío y don Borja están en la oficina – me dijo –. Descanse, que ya ha hecho mucho por todos nosotros.

  • Falta mucho, Clara – pensé en voz alta -; falta mucho.

Rufo pareció darse cuenta de mi ausencia y bajó rápidamente a buscarme. Tomamos algo caliente, nos abrigamos y salimos a la puerta. Ninguno de los dos dijimos nada. Nos quedamos callados observando el pueblo desde casa (F). ¿Qué hubiera sido de todo aquello si los asesinos le hubiesen prendido fuego? Todo se quedó en un mal sueño y había que seguir trabajando por todos. Bajamos despacio a la oficina.

  • ¡Hola, hijos! – nos saludó tío - ¿Habéis descansado?

  • ¡Sí, tío, pero eso ahora no importa! – le dije besándolo - ¿Cómo va el negocio de Gayanet?

  • ¡Pues… verás, Nico! – me dijo preocupado - ¡Aún no se han terminado de construir los nuevos apartamentos y ya sólo quedan tres! La gente llama sin cesar y muchos nos dicen que han estado insistiendo al teléfono y nadie lo cogía; hemos dado una excusa, claro. Incluso, uno de ellos, nos ha felicitado por tener tanta seguridad aquí.

  • ¡Pensaré en lo que hacer, tío! – le dije -; quiero hablar con el alcalde para la inauguración del metro. Le consultaré.

Cuando salimos de allí, Rufo me transmitió su preocupación. ¡Habría que hacer más apartamentos!

  • ¡Ya veremos, hermano! – le eché el brazo por el hombro -; ahora vamos a ver a don Teles. Eso es importante. Este pueblo sin añico no es Pintres.

  • ¡Sí, vamos!

Nos dirigimos a la bodega (F) y, al entrar, su señora, sentada a un lado tras la pequeña barra, lo llamó. Salió don Telesforo de su almacén visiblemente cansado, pero al vernos, nos sonrió.

  • ¡Rufo, Nico! – nos saludó - ¡Qué poco nos vemos! ¿Cómo os van las cosas?

  • ¡Bien lo sabe usted, don Teles! – le dijo Rufo -, que se mata a diario por poder fabricar añico para tanta gente.

  • ¡Es mi trabajo, hijo! – nos dijo sonriente - ¡No puedo quejarme de los ingresos que tengo ahora!

  • ¡Supongo que no, don Teles! – le dije -, pero me temo que hacer tantos litros diarios no le será tan fácil.

Bajó la cabeza y miró disimuladamente a su mujer; pero no contestó.

  • El dinero que está ganando ahora – le dijo Rufo - ¿para qué lo quiere si está todo el día encerrado ahí trabajando?

  • ¡Tenéis razón! – nos confesó -. No quiero dejar de surtiros y trabajo más horas de las que puedo ¡Hay días que duermo sólo cuatro horas!

  • ¡Pues vamos a remediar eso! – le dije - ¡Le proponemos un plan y usted le da el visto bueno!

  • ¿Un plan? – se extrañó - ¿A qué os referís?

  • ¡Es fácil, don Teles! – le dije sonriente -; nosotros podemos ayudarle sin límites. Para cuatro copas que vende aquí al día, se venden cientos de ellas en el quiosco y en nuestros establecimientos. Nosotros también ganamos dinero gracias a su añico. Le propongo que cierre esta pequeña bodega; su exquisito licor se vende solo, por litros y en muchos sitios de Pintres. Deje esta casa como vivienda. Construiremos una fábrica de añico para usted capaz de producir, en menos tiempo, el doble de licor. Escríbanos en un papel una lista con los metros cuadrados que necesitaría. Le pondremos una oficina para que usted supervise los trabajos y, la destilación y el reparto lo podrían hacer cuatro chicos a sus órdenes

  • ¡Espera, espera! – me dijo - ¡Lo que me dices no puedo costearlo!

  • ¡Nadie le está diciendo que lo costee usted! – aclaré -; el secreto del añico es suyo, pero nosotros le proponemos montarle la fábrica y ponerle a los trabajadores. Usted sólo se dedicaría a dar el visto bueno y a dirigir su fábrica.

Nos miró asustado, pero en ningún momento se negó.

  • ¿Eso podría ser? – preguntó dudoso - ¡Si se pusieran varios alambiques, mozos y una máquina embotelladora, podría hacer mucha más cantidad de la que se necesita ahora a diario!

  • ¡Pues cuente con ello! – le aseguré -; escríbame en un papel la lista de máquinas que necesita. Mañana temprano vendré a por ella. Espero que en poco tiempo esté todo funcionando. Mientras se construye la fábrica, instalaremos las máquinas aquí mismo; en el lugar que ocupa la bodega. Los pedidos se los haremos por teléfono a la fábrica y, uno de los mozos, con su permiso de conducir y una furgoneta, hará el reparto.

  • ¡Dios mío! – exclamó - ¡Fabricaré cuanto me pidáis! La fórmula secreta está sólo escrita en mi testamento. Os incluiré como herederos de ella. ¡Todos, todos vamos a salir ganando!

  • ¡No queremos a gente preocupada en Pintres! – le dije agarrado a Rufo - ¡El añico nos hace a todos aún más felices!

  • ¡Mañana os tengo la lista! – dijo contento - ¡Os ayudaré en lo que haga falta!

  • ¡Perfecto, gracias! – le dije -; luego, en su tiempo libre, descanse y disfrute con su señora de lo que usted mismo ha conseguido con esa fórmula secreta.

Nos invitó a unas copas y tuvo que salir corriendo a su trastienda. Nosotros comenzamos a mover los resortes necesarios. Dimos un paseo al anochecer viendo todo lo nuevo construido; nosotros mismos nos quedamos asombrados (V) . Anduvimos mucho y acabamos agotados; nos fuimos a cenar tranquilos y bajamos a visitar a nuestros amigos. ¡Ay, pillines! ¡Que ya estaban allí celebrándolo medio metro y Pico! Se alegraron mucho de vernos aparecer y sacaron más licor y otras dos copas calientes. Ahora bebían el añico como en La Cabaña.

  • ¡Es que así está de puta madre!

3 - Un proyecto nuevo

Nos pusimos desnudos, como ya estaban todos ellos, y nos sentamos a beber y a comentar todo lo ocurrido. Les dijimos que necesitábamos inventar cosas nuevas y todos se ofrecieron a pensar.

Comenzaron las manos, disimuladamente, a acariciar piernas (y otras cosas) por debajo de la mesa. Pico estaba a mi lado y me miraba con sonrisa pícara. Miró a la chimenea y vio saltar algunas pavesas.

  • ¡No hay peligro! – dijo el palomo - ¡Todo está controlado!

  • ¿Controlado? – pensó Pico en voz alta - ¡Me encanta el fuego! ¡Me encantan los fuegos artificiales! ¡Ojalá se pudieran poner unos fuegos artificiales de lujo para inaugurar el metro!

Rufo y yo nos miramos sorprendidos. ¡Pico había tenido la siguiente buena idea!

  • ¡Pico! – lo abracé - ¡Tendrás esos fuegos artificiales para ti y para inaugurar el metro! ¡Celebrémoslo por todo lo alto!

  • ¿Eso va en serio? – me miró cortado Pico - ¿Vais a traer fuegos de colores a Pintres?

  • ¡Para ti… y para todos! – le dije - ¡Pintres se lo merece y tu eres pintreño!

Hubo gritos y saltos y bebimos hasta caer rendidos y muertos de risa por los suelos. Fue entonces cuando comenzó a llegar el silencio y comenzaron las caricias. Una mirada mía de complicidad con Rufo, le indicaba que quería estar con Pico y hacerlo feliz. El joven, muchas veces, me había mirado como pidiéndomelo. Palomo me dijo al oído que ellos seguirían allí, pero que me llevase a Pico al dormitorio; solos. Pico me besó y me acarició el pecho.

  • ¿Te vienes arriba un poco? – le dije al oído - ¡El palomo me ha dado permiso!

  • ¡Me encantaría, Nico! – me respondió también al oído - ¡Nunca hemos estado solos tú y yo y no te lo he pedido porque tienes tu pareja y yo la mía!

  • ¡Eso es una cosa – le dije – y estar una vez juntos es otra! ¡No dejes a medio metro; te quiere!

  • ¡No, no voy a dejarlo! – me pellizcó -, pero me encantaría hacerlo contigo.

Me incorporé y tiré de su mano. Ya todos sabían (por el palomo) qué iba a pasar. Nadie nos miró. Todos siguieron disfrutando entre ellos. Pico y yo, visiblemente empalmados y excitados, subimos despacio las escaleras y entramos en el dormitorio.

  • Cerraré la puerta – le dije -, pero no nos quedaremos a oscuras. Muy cerca de la ventana hay una farola. ¿Me ves bien?

  • ¡Sí, Nico! – se abrazó a mí -; prefiero estar a media luz.

Me senté en la cama y tiré de él. Estaba claro que le asustaba un poco el estar a solas conmigo por primera vez.

  • ¡Venga, guapo! – le dije - ¡Haz lo que te apetezca! No vale cortarse ahora, ¿eh?

Se echó a mi lado, me tomó la cara con sus manos y me miró fijamente a los ojos sonriendo. Se puso sobre mí. Su polla estaba pegada a la mía y se movía lentamente. Nos besamos de una forma distinta a cuando estábamos con todos y me fue mordisqueando el cuello y las orejas mientras yo le acariciaba el culo. Lo apreté contra mí y me dijo que le hacía feliz tenerme en sus brazos.

Cuando me vine a dar cuenta, me estaba mamando los pezones y acariciándome el pecho. Le acaricié entonces la cabeza, con su cabello negro, suave y lacio. Me pasó lo mismo que a él; que no sentía lo mismo que cuando estábamos con los demás. Se incorporó un poco y me estuvo besando un rato metiendo su lengua en mi boca como si buscase un lugar donde dejarla siempre, pero se volvió a incorporar poco después y fue recorriendo todo mi cuerpo con su lengua; desde mi boca hasta mi polla. Cuando llegó allí, suspiró: «¡Toda para mí solo!».

Comenzó a lamerme la punta poco a poco. Iba chupando con delicadeza mi líquido preseminal y saboreándolo. Le oía exclamar de gusto, pero a mí me estaba volviendo loco. Para lo bajito que era, la mamaba muy bien. ¡Medio metro debería ser muy feliz con él! La mamada era perfecta. Yo sabía que no iba a aguantar mucho y se lo advertí: «¡Así, así, Pico! ¡Qué bien lo haces, joder! ¡Voy acorrerme ya!». Siguió mamando y eché leche para amamantar a un ternero. Se incorporó, se echó otra vez sobre mí y puso sus labios sobre los míos. Abrí mi boca y compartimos mi leche; saboreándola; mezclándola con nuestras salivas; tragándola despacio.

Cayó exhausto a mi lado casi riendo de gusto y felicidad y entonces me tocaba a mí darle el placer que se merecía. Parecía que me la había mamado con todo su cariño, así que quise que disfrutase de una de esas pajas espaciales. Como estábamos en penumbras, se la cogí y doblé los dedos. En cuanto empecé a mover mi mano, se volvió hacia mí y me agarró desesperado: «¡Lo sabía, lo sabía! ¡Tú haces algo que nadie hace! ¡Me muero de gustooooo!».

No dije nada; le sonreí y seguí moviendo la mano. Su orgasmo debería ser muy placentero; no podía dejar de quejarse de placer y agarrarse a todos lados. Encogía las piernas y daba patadas.

  • ¿Qué me haces? – gritó - ¡Me matas de gusto!

  • ¡Avísame cuando quieras correrte o si estás molesto!

  • ¡Sigue, sigue! ¡Aaaajjjjj! ¡Qué gustazo!

Sudaba como un esquimal al sol caribeño y cuando lo noté demasiado excitado (casi notaba su corazón moverse en su pecho), tiré del prepucio «espacialmente» y gritó como un condenado a muerte. Sus chorros de leche dieron tales golpes en el techo, que los oímos con claridad.

  • ¡Dios mío! – exclamó - ¡Enciende la luz! ¿Qué va a decir el palomo? ¡Le he puesto el techo perdido de leche!

  • ¿Y esa es toda tu preocupación ahora? – le dije riendo - ¡Disfruta, cojones, que el palomo ya sabe cómo se va a encontrar el techo! Yo creo que acabará poniéndolo desechable para no andar limpiándolo muy a menudo ni pintándolo.

  • ¡Qué gustazo, Nico! – me besó asfixiándose - ¡Prométeme que me lo harás otra vez! ¡Aunque sea dentro de un año!

  • ¡No! – le dije muy serio - ¡Un año es mucho! Pronto repetiremos. ¿Has oído los golpes ahí arriba? Tus chorros de leche han subido como los cohetes que voy a ponerte en la plaza. Eso de que serán para inaugurar el metro, es una excusa: ¡Son para ti! ¡Te los dedico!

No podía hablar. Se quedó extasiado mirándome. Me levanté y fui a por papel para limpiarnos un poco.

  • ¡Vamos, Pico! – le dije en voz baja - ¡No le digas a nadie que has sentido eso! ¿Vale?

  • ¡Claroooooo!

  • Le diré al palomo que suba. Si se seca tu leche en el techo, no podrá quitar las manchas.

Bajamos al salón y estaban ya todos sentados y bebiéndose un trago. Pico se sentó entre mi hermano y yo y mi hermano le sonrió y le guiñó un ojo. Me levanté para entrar al aseo, porque me orinaba, pero dejé la puerta entreabierta; ¡total, ya me lo estaban viendo todo! Sin embargo, escuché una conversación que me dejó pensativo. Mi hermano hablaba con Pico:

  • ¿Qué tal, Pico? – le preguntó en voz baja - ¿Todo bien?

  • ¡Jo, sí! – le contestó el más jovencillo - ¡Qué suerte tienes de tener un hermano así! Debe hacerte muy feliz. Yo os lo debo todo; hasta el tener como novio a medio metro; lo quiero mucho. Los dos sois iguales, aunque tú eres rubio. Pero él tiene algo

  • ¡Sí, es cierto! – le explicó mi hermano -. Ha aguantado a unos padres insoportables durante más de veinte años… pero seguía feliz. Cuando creyó que había encontrado al chico de sus sueños, éste lo violó y se suicidó, de tal forma, que todos creyeron que él era el asesino. Mi tío Pedro le salvó la vida trayéndolo aquí; conmigo.

  • ¡Vaya! – exclamó Pico - ¡Lo ha pasado muy mal!

  • Quizá por eso quiera que los demás seamos felices – le contestó Rufo -; fíjate que siempre repite la misma palabra: «¡Disfruta, disfruta!».

  • ¡Es verdad!

  • ¿Sabes qué me dijo un día? – le dijo Rufo bajando la voz otra vez -.

  • ¡No! – le susurró Pico intrigado - ¿Qué te dijo?

  • Me dijo: «Hermano, si un día sólo te quedan los ojos, aprende a disfrutar de lo que veas; aunque sólo sean las vigas del techo».