Nico y Martín

El deseo consume a dos jóvenes

-Martín. No… ¡espera!

Pero el no lo haría. Había esperado años. Años sufriendo en silencio, sin poder expresarse. Sin poder admitirlo. Sin poder hacer nada. Simplemente… odiándolo en silencio. Allí estaba él, sonriente, pavoneándose de lo que era. La gente lo rodeaba. Lo aceptaba. ¡A él! Con su pelo rubio y esos ojos azules se había ganado a la escuela completa. Y nunca se había escondido.

-Tú. Vas. A. Desaparecer.

Se acercó otro pasó a él. Lo estaba arrinconando y no dejaría que escapara de sus garras. No cuando había soñado tanto tiempo con tenerlo así. Impotente. Incapaz de oponer resistencia. Encerrado en el baño después de clase. Cuando ya no había nadie. Quería borrar su sonrisa de satisfacción y su cara burlona. Que tuviese miedo. Miedo. Como él había tenido cada día.

-Por favor… no te he hecho nada.

-¿Nada? No me hagas reír. No sabes lo que haces, y lo que es peor, no te importa .

La cara de desconcierto de Nicolás lo enfurecía. Sabía que su odio no tenía justificación y que no tenía derecho a hacer lo que iba a hacer pero… quería verlo sufrir. Desde lo más profundo de su ser crecía una necesidad por oír sus ruegos. Su llanto. Ver las lágrimas correr por su rostro. Se las iba a pagar. Él y todos los demás.

-¿Qué demonios te sucede Martín?

-¡Cállate!

Lo tomó del cuello de la camisa, azotándolo contra la pared. Su rostro se acercó hasta que unos simples centímetros los separaban. Notó su respiración agitada. La arteria de su cuello palpitando mientras su corazón bombeaba la sangre deprisa, producto del pavor. Pudo ver como de su cuello la nuez de Adán subía y bajaba cada vez que tragaba. Junto a esta, pequeñas gotas de sudor se resbalaban por la fina piel y se perdían dentro del pecho de Nico. Sentía sus ojos clavados en los suyos. Azul contra marrón. Cuerpo contra cuerpo. Uno desprendía miedo y el otro odio.

El agarre sobre la tela perdía y ganaba fuerza paulatinamente. Las aletas de la nariz de Martín se agitaban cada vez que expulsaba el aire. Su cabello lacio y corto distinguía con claridad del rebelde y picudo de su acompañante.

-Te crees tan inteligente. Gran marica.

Prácticamente escupió la última palabra. Al fin logró su cometido, provocar algún tipo de reacción en él. Se intentó liberar del agarré, empujando a Martín hacia atrás. El miedo era reemplazado rápidamente por odio. Así está mejor. Se dijo. Lo disfrutaré más. Retrocedió, dándole la oportunidad de atacar, cosa que hizo. Un puño cerrado se dirigió a su rostro, el cual no le costó esquivar. Con una mano lo tomó y lo dobló detrás de la espalda, soltando un par de carcajadas.

-¿Qué sucede Nico? No eres tan fuerte como pareces. No vales nada.

Le pateó la espalda logrando que trastabillara y cayera al suelo de espalda. Desde allí se intentó levantar pero Martín se lo impidió.

Con un dedo apoyado sobre los labios del primero, hizo un gesto negativo al tiempo que chasqueaba su lengua.

-No, no, no…

-Adelante. Hazlo. Aquí el marica eres tú. Golpeándome porque me ves como una amenaza. Cuando no te hago nada.

¿Nada? ¿Acaso sabe de lo que habla? Él no tiene idea de nada. Nunca lo tuvo ni nunca lo tendrá. Ese maldito desgraciado.

Los pensamientos de Martín se perdían en una marea roja. Sus deseos se intercalaban. Se mezclaban hasta volverse insoportablemente incoherentes. Ya ni sabía que era lo que buscaba. Lo odiaba tanto. Lo confundía. Lograba que se olvidara de lo que pensaba y ni siquiera estaba conciente de ello.

-¡Te odio! ¡Te odio, te odio!

Su mano se cerró en la camisa de Nico, levantando la parte superior de su cuerpo del suelo. No lo soltó hasta que su rostro se encontró con su puño, golpeando el costado de su cara. Nico volvió a caer con un quejido de dolor y antes de que pudiera hacer nada Martín lo volvía a alzar. La camisa se había roto. Los botones saltado a ambos lados. Ahora se podía apreciar el delgado, aunque solidó. El contorno de su cuerpo hasta el ombligo. La furia creció dentro de él. Alzó su puño al tiempo que Nico cerraba los ojos, esperando otro golpe, deseando ser dejado inconciente para no tener que sufrir lo que sea que tenía planeado, pero no se encontró con dolor. Tampoco con la textura de los dedos o de una mano siquiera. No podía creer lo que estaba pasando.

Al abrir los ojos, sus suposiciones eran confirmadas. Lo estaba besando. Había unido sus bocas y lo sostenía con una fuerza que le hacía incapaz el alejarse. Y, sorprendiéndose así mismo, no tenía deseos de hacerlo.

El dolor de su rostro desapareció a medida que cerraba sus ojos y se apegaba naturalmente al cuerpo de Martín. Este, sin esperar esa reacción profundizó el beso. Sus bocas se devoraban mutuamente. Las lenguas bailaban una coreografía sensual y atrayente. Los latidos aumentaban por razones ajenas al odio o al miedo. La respiración les faltaba y no les importaba. Solo estaban concentrados el uno en el otro. Sus cuerpos. Sus pechos bajando y subiendo al mismo tiempo, desesperados por aire. Las manos que ya no estaban conectadas al cerebro, sino que actuaban por voluntad propia.

Las de Nico se encontraban en el cuello de Martín, presionándolo contra él. El segundo posaba sus manos en la cintura del otro, sus dedos ágilmente deslizándose por la tela ya rota. En medio del beso Nicolas alejó el rostro, buscando aire que rápidamente era expulsado, obra de las manos de Martín quien rozando sus yemas contra la piel desnuda del abdomen lograba que emitiera pequeños jadeos. Ya sin poder tolerarlo, echó la cabeza hacia atrás, cerrando sus ojos. Martín vio su oportunidad. Atacó su cuello, lamiendo y mordiendo la zona. Las arterias palpitaban contra la lengua de Martín, mientras este se deleitaba con los nuevos sonidos producidos por Nico.

Desde la clavícula hasta la mandíbula su lengua pasaba. Sus dientes mordían. Sus labios succionaban. Todo el odio que sentía. Todas las frustraciones se estaban convirtiendo en una excitación insoportable.

¿Cómo habían llegado a eso? En un momento estaba recibiendo insultos por parte de Martín y ahora se encontraba recostado, sintiendo el frío del piso bajo su espalda, sudoroso e incapaz de pronunciar una palabra. Desprendido completamente de su camisa y vulnerable al tacto de su compañero, no podía hacer más que dejar crecer su excitación.

Una mano se cerró alrededor de su cuello, ahorcándolo levemente. Si debía sentir miedo, no lo estaba haciendo. Si era posible, ayudaba a que crecieran sus ansias. No ayudaba que Martín lamiera sus pequeños, aunque sensibles pezones con demasiado entusiasmo, ni que su mano libre acariciara la parte baja de su cintura. Cada vez que esos dedos largos y finos se acercaban al ombligo, un involuntario espasmo invadía a Nico, alzando sus caderas en el proceso. El deseo de que deslizara esa mano por debajo de su pantalón lo enloquecía. Y aun así, ninguna palabra salía de su boca. Su garganta, seca. Su mente, en blanco.

No había pretendido que pasara eso. Pero ahora no había vuelta atrás. Una vez que había tenido a Nico acorralado, sus verdaderas intenciones quedaron claras. No lo odiaba. O, mejor dicho, lo celaba. Y lo encontraba terriblemente atractivo. Y ahora que lo tenía bajo su control, a su disposición, quería continuar. Quería tomar su cuerpo allí mismo. Apropiarse de él.

Estando sobre él podía apreciar cada línea delicada y cada expresión que cruzaba su rostro cuando experimentaba. Iba encontrando los puntos más sensibles de su cuerpo y se aprovechaba de ello. Succionaba su cuello, mordía los pezones, lamía su pecho. Todo mientras apenas rozaba el abultamiento creciente en los pantalones de Nico.

Se separó, clavando la mirada en él. Una pequeña sonrisa malvada se posó en sus labios. Nico levantó la cabeza, con la respiración agitada y el cabello pegado a su cuerpo. Tragó saliva sonoramente antes de apoyarse en sus codos.

-¿Ocurre algo Nico?

-M-M-Maldito…

Con ayuda logro arrastrar las palabras. La necesidad de apagar su fuego era intolerable. Y su frustración por la actitud de Martín era peor. Cuando este aumentó la sonrisa y amagó con separarse, no perdió el tiempo. Dos podían jugar ese juego. Se abalanzó sobre él, arrojándolo contra las baldosas del baño, besándolo. Era un beso diferente al primero. Más lento. Menos apresurado. Le lamió el labio inferior con su lengua, rozando la textura de este con sus dientes. Se entretuvo dentro de su boca unos segundos antes de separarse él. Fue suficiente.

Como una bestia Martín embistió contra Nico y lo levantó, azotándolo nuevamente contra la pared donde todo había comenzado. Salvo que ahora era un desenlace distinto al esperado. Mantenían las miradas fijas uno sobre el otro. Solo con los ojos se perdían en esa ola de placer. Cansado ya de tanto juego, Martín colocó sus manos sobre el pantalón de Nico. Con otro beso fue bajando estos lentamente, asegurándose de acariciar los suaves muslos a su paso. Como era de esperarse, Nico reaccionó con un gemido profundo que resonó contra las paredes. Cuando los pantalones estuvieron completamente bajados se encargó de su ropa interior. Con mucha lentitud introdujo sus dedos índices estirando el elástico. Divirtiéndose con su rostro tomando una mueca de desesperación. Junto con los pulgares la separó lo suficiente para comenzar a bajarla, y que la tela todavía rozase su cuerpo. Habiendo pasado las rodillas, dejó que también esta cayera. Ahora tenía frente a sus ojos al cuerpo completamente desnudo de Nico. Y esta visión solo le dificultaba el trabajo de mantener la mente fría. ¿Cómo debía evitar aplastarlo contra la pared y hacerlo suyo?

Quería más. Quería más de su roce, de su lengua, de su cuerpo. Completamente desnudo como estaba, lo que más quería era que lo tomara. Pero el no lo hacía. No todavía. Abrió los ojos levemente cuando un simple dedo recorrió desde el comienzo del cuello hasta sus piernas. Evitaba esa zona tan sensible. La zona que más quería que tocara.

Pero no rogaría. Ya suficiente que tuviera total y absoluto control sobre él en ese estado. No se rebajaría a rogar por algo que ambos querían hacer. Se limitó a observarlo, con deseo, con impaciencia. Ante la mirada, Martín reaccionó. Se quitó su remera, usándola como venda. Antes de que su visión quedase interrumpida por la tela, Nico fue capaz de observar el perfectamente esculpido pecho de Martín. Tenía los abdominales bien marcados y, por la apariencia, parecían sólidos y tenían una invitación para que los tocasen. Una invitación que Nico quería aceptar.

Con el sentido de la vista bloqueado, sus otros sentidos iban mejorando. Y con esto, su sensibilidad. Ahora, los dedos que enviaban electricidad por todo su cuerpo, habían aumentado el voltaje. Al tener tan cerca de Martín era capaz de percibir su respiración que, al estar transpirado, le daba placenteros escalofríos. Oyó un leve ruido seguido de una risita. Al segundo siguiente sentía una cálida humedad sobre su miembro erecto. El aire abandonó apresuradamente sus pulmones. Sus piernas amenazaron con flanquear y tuvo que apoyarse sobre el lavamanos para no caer.

La lengua de Martín era experta. Y tenía vida propia. Sabía exactamente como moverse, o como lamer cada centímetro sin perderse un espacio. No conforme con eso, siguiente a la boca, sintió una mano con fuerte agarre que comenzaba a moverse hacia delante y hacia atrás. Mientras la lengua se concentraba en la parte más sensible de su miembro, la mano se encargaba de que nada quedase desatendido.

Se entretuvo unos minutos, oyéndolo jadear y gemir sin control, sin pausa, sin contemplaciones. Cuando creyó que estaba en el momento indicado para dejarlo, se separó, quedando unidos tan solo por un hilo de saliva. Al irse incorporando, arañó suavemente la piel del pecho de Nico. Estaba dispuesto a enloquecerlo tanto como él lo enloquecía a él. Y no le importaba ignorar la enorme abultación que se presentaba en sus jeans, o la falta de sangre dirigida al cerebro. Nada importaba, más que Nico.

La pared helada era casi tan atrayente como Martín. Su cuerpo quemaba. Sus nervios estallaban bajo cada roce proveniente de él. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo supiera que partes de su cuerpo eran las más sensibles?

Al pasar sus dedos por sus muslos un placer agudo que le recorría el cuerpo lo invadía. A medida que seguía subiendo se concentraba en su cintura, arañando con una brutal delicadeza cada centímetro de piel. Y mientras lo torturaba con sus manos, su boca atacaba su oreja. Lamía el lóbulo, mordía el hélix con fiereza, pasando su saliva para amainar el dolor, no que le molestara. Solo lo hacía jadear con más fuerzas.

Se preguntaba cuando terminaría su tortura. Cuando le daría lo que más esperaba. Le daba la espalda, apoyando el pecho contra los fríos azulejos. Sus manos, aunque desearía que no, se clavaban en las ranuras pequeñas de estos, entregándose completamente a Martín.

Era una visión deliciosa. Nico, completamente indefenso, rendido, bajo su completo control. Había deseado tanto esto. ¿Podría irse ahora? ¿Dejarlo jadeando y rogando por más? ¿Incapaz de hacer nada? No. No podría. Porque su propio autocontrol estaba flaqueando. Necesitaba de muchas inspiraciones para no embestirlo con todas sus fuerzas. Las manos que reposaban sobre su cintura, lentamente fueron descendiendo, acariciando su miembro, enredándose en el poco vello de la zona, hasta llegar a donde quería. El cuerpo de Nico fue recorrido por escalofríos que podía sentir en las yemas de sus dedos. Lo deseaba. Lo quería. Lo necesitaba. Y él sentía lo mismo.

Acarició la zona con delicadeza. Por más odio que sintiera en un principio, ahora solo quería hacerlo gozar. Lo hizo despacio, sin apuro. Ignoró los pequeños grititos de Nico pidiendo que se apurara. En parte, la tortura psicológica que le administraba la espera y la impaciencia era excitante.

Primero uno, y luego otro. Ambos dedos entraron con facilidad, recibidos por un jadeo triunfal por parte de Nico. Marín sonrió.

Había esperado. Y no se estaba decepcionando. Ya sabía que tan bueno era Martín en esto y ahora lo estaba demostrando una vez más. Los dedos acariciaban sus paredes con una precisión impresionante. Presionaban los puntos exactos para hacerlo tensar sus músculos del placer que le estaban dando. El ritmo pausado y lento de Marín fue acelerando coda vez más. Los quitaba completamente y los volvía a introducir con certera puntería, enloqueciéndolo. Y a pesar de todo, no era suficiente. Un gruñido gutural, fuera de lo común se escapó de su garganta. Empujó a Martín hacia atrás, logrando que retirase los dedos, para su disgusto. Se dio vuelta. Había algo que no estaba bien, no era posible que él estuviese completamente desnudo cuando no podía no apreciar el cuerpo de su acompañante. Se mordió el labio, clavando la mirada en Martín. Este se la devolvió, algo confundido entre la excitación. Nico no había pasado por alto el bulto enorme de sus pantalones. Quería ver que tenía allí debajo. Qué era lo que escondía. Tomándolo de la camisa, lo acercó hacia él, pegando sus cuerpos una vez más. Con manos no tan ágiles como las de Martín, fue desprendiendo los botones uno por uno. Su respiración era pesada. Le costaba unir sus pensamientos pero al final, logró desprenderle completamente la tela.

Soltó una risita. La expresión de Nico al ver su pecho desnudo no tenía precio. Las horas en el gimnasio habían dado frutos. Sus abdominales se marcaban, y no perdió tiempo a recorrerlos con sus dedos. El efecto que tuvo fue devastador. Usando todas sus fuerzas para no caer ante el contacto, la expulsión de aire de sus pulmones dejaba en claro que había dado con un lugar sensible. Y el muchacho rubio lo notó.

Ver que Martín también tenía una pequeña parte vulnerable hizo que toda resistencia –la cual ya era casi nula- desapareciera. Tomó el cinturón del pantalón y en menos de dos segundos de deshizo de él, lo mismo pasó con el resto de las prendas que lo cubrían. La visión era hermosa. Tenía un cuerpo sublime, esculpido y hermoso. No había visto nada igual. No había nada en él que no fuese perfecto. Toda su anatomía parecía producto de su imaginación. Lo observó a los ojos, sin poder tranquilizar su respiración. Su mano tomó el miembro de Martín, quien emitió un profundo gemido al sentir el contacto.

-No puedo seguir esperando.

Y no lo haría. Su mano. Sus dedos. Su contacto. Cualquier respuesta que pudiera tener quedó atravesada, pues su garganta se cerró y fue incapaz de pronunciar otro sonido. El aire repentinamente le faltó. Y al oírlo, solo pudo hacer una cosa. Se apegó a su cuerpo, alzándolo por las rodillas, usando la pared para apoyarlo. Un breve vistazo a su expresión le dejó en claro que ambos querían esto y que ninguno podía esperar un segundo más. Lo besó con fiereza mientras comenzaba a penetrarlo lentamente.

El interior de Nico era maravilloso. Exquisito. No quería, pero a mitad de camino tuvo que detenerse, permitirle acostumbrarse, que no le doliera. Pero no tenía de que preocuparse. Él solo jadeaba y clavaba las uñas en los hombros de Martín, y al sentir que se detuvo, proclamó un quejido. ¿Con qué así lo quiere, verdad? Soltó un bufido. Reunió fuerza, y con ellas, en un solo movimiento se encontraba completamente dentro de él.

El placer que lo inundó no tenía comparación de ningún tipo. Nunca había sentido nada igual. Nada se le acercaba siquiera. Las embestidas de Martín comenzaron a un ritmo lento, que le quitaba el aire, pero le permitía pensar. Pensar en como lo disfrutaba, en como gozaba. Algo que no tardo en perder. Pasados unos momentos, parecía que una bestia había tomado posesión del cuerpo de Martín. Profundas. Llegaban hasta lo más hondo de su ser. Y la velocidad que tomaban era impresionante. Pronto se dio cuenta que ya dejaba de pensar. Su mente se emblanquecía. Su rostro se contorsionaba en muecas de puro placer. Las únicas palabras que emitía eran: ¡Más, más, más! No quería que se detuviera. No quería que nada los separara. Se sentía en el mismo paraíso.

Ya ni sabía como lo lograba. Solo sabía que no podía parar. Nico era suyo. Le pertenecía. Era su dueño. Era él único que podía tocarlo así. El pensamiento le hizo enloquecer todavía más y volver sus estocadas más profundas. Ahora que sabía que sitios debía presionar, se aseguraba de dar en el clavo. Su premio eran los gemidos y los ruegos por parte de Nico. Los cuales con gusto complacía. Se mantuvo jadeando, sintiendo el sudor descender por ambos cuerpos hasta que comenzó a sentir las paredes contrayéndose. Su propio miembro palpitaba. Se acercó a la boca de Nico, besándolo, mordiendo su lengua, su labio. Aumentó la velocidad por última vez. Los únicos sonidos eran sus jadeos mezclados, indistinguible uno del otro.

El placer estalló dentro de ellos. Llegaron al máximo punto, el climax tan esperado y tan bien merecido. Con él, Martín fue lentamente bajando la velocidad hasta detenerse por completo, sin salir todavía del interior de Nico. Se miraron a los ojos y se besaron otra vez, más tiernamente. El deseo se apagaba danto lugar a algo más profundo que una simple atracción.  Martín se separó completa y finalmente, cayendo sentado al suelo. Nico intentó mantenerse de pie pero pronto fue evidente que las piernas no le funcionaban correctamente. Se recostó al lado de Martín, quien lo abrazó y lo acercó a su oído.

-De ahora en adelante, eres mio.