Ni voluntad ni conciencia, solo Deseo: (2)
Ya con todas las cartas sobre la mesa, Susi y yo damos rienda suelta a nuestros deseos, que nos llevan al inevitable desenlace...
Y yo me encontré con Susi entre mis brazos, apretada contra mi, con los labios entrecerrados a centímetros de los mios, y no había otra cosa que pudiera hacer: ya no había voluntad, no había conciencia, solo deseo. Avancé mis labios con suavidad pero con decisión, todas las reservas vencidas, mi conciencia licuada, el mundo olvidado, y puse mis labios sobre los suyos, y la besé, la besé con ternura y pasión, y mi lengua separó sus labios para penetrar en su boca, y la suya salió al encuentro de la mia y se fundieron en un abrazo desesperado, y nos fundimos en uno solo. Su lengua con la mia, mis labios con los suyos, nuestros cuerpos enlazados. Sus labios eran tan tiernos que no se parecían a ningunos otros. Sentí como si nunca antes hubiera hecho lo que hacía ahora, como si nunca antes hubiera besado una mujer, y éste no fuera un beso, sinó el beso, el único para mi. Ya sin pensar, me abandoné por completo a Susi al creciente compás del baile que nuestras lenguas danzaban.
Cada vez con más pasión, más rápido, más profundos, esos besos me hacían descubrir un mundo inimaginado. ¡Qué suaves! Jamás imaginé que un beso puediera ser tan perfecto. Yo, sin poder decidir nada, la besaba cada vez con mayor lujuria, con besos cada vez más cortos y desesperados. El suave frotar de mis labios contra los suyos dio paso a choques enfurecidos que desprendían chispas de atracción, porque a ella le sucedía lo mismo que a mi. Con mis manos en sus caderas la había apretado contra mi cuerpo tanto como ella apretaba el mío contra el suyo, hasta que se desbordaron todas ellas, las suyas y las mías, y abandonaron nuestras cinturas para buscar la manera de augmentar el cOntacto, subiendo por la espalda, sintiendo su nuca y sus hombros, cogiendola de la cabeza como si quisiera impedir que se separar. Oh, esos 3 o 4 minutos son la sensación más intensa que he sentido nunca.
Entonces, ella se separó, y sin darme tiempo a entender nada me dijo que subiera al coche. Subí y arrancamos, sin que yo supiera donde íbamos ni que pasaría. Separado de sus labios, hubo suficientemente tiempo para que las dudas, las reflexiones o los recuerdos volvieran a mi consciencia y me diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Tiempo, lo hubo, sin duda. Pero no vinieron. No sé donde fueron, no sé que pasó con mi mente esa noche, aún hoy no entiendo por qué nada de lo esperado sucedía como erNoa de esperar, porqué mi cerebro no funcionaba según su método habitual y porque los habituales tópicos de tenían lugar. Yo permanecía allí sentado, aun ebrio de sus labios, aun borracho de sus besos, mientras ella conducía no sabía hacia donde. ¿Quizás hacia su casa?, finalmente pensé. ¿Qué significaba aquel prolongado silencio?, se me ocurrió tambien.
Había tomado una carretera por el exterior de la ciudad, y parecía algo confundida. En cierto momento paró en un saliente de la carretera y me dijo que se había perdido, que no encontraba el camino del concierto. ¡Dios, el concierto! ¿De verdad aún pensaba en el concierto? Sacó un mapa y me señaló dos o tres puntos. Yo no distinguí ni una palabra. Finalmente, arrojó el mapa al asiento trasero, puso una mano en mi muslo y me miró fijamente durante lo que me pareció una eternidad. Otra vez esos ojos embrujándome, esos labios prometiendome la miel más dulce... Si antes todo fue confuso, ahora ya no, mi deseo era demasiado poderoso: la atraje hacia mi y volví a besarla, otra vez más, y sentí como si se me hubiera permitido entrar por segunda vez en el paraíso, como si hubiera estado allí, me hubieran hechado por detrás y al volver a llamar a la puerta se me permitiera volver a entrar.
¡Qué labios! Tan carnosos, tan húmedos, tan suaves... Volvíamos a besarnos con delicadez, con fruición, disfrutando la menor de las sensacions, cada uno de los destellos sensoriales que provocaba la unión de nuestros labios, las traviesas caricias de nuestras lenguas, las maliciosas sonrisas que nos dedicábamos, y las suaves caricias que nuestras manos se prodigaban. Así, mis manos recorrieron por fuera de la ropa toda su espalda, sus finos muslos, su cuello, sus orejas... Mi deseo de tenerla desnuda y hacer diabluras con su cuerpo y el mío ya estaba desbocado y no me lo negaba ni a mi mismo -¡dios, cuanto lo deseaba!- pero mis gestos y caricias aun no lo denotaban, pues eran aun gentiles y dulces. O por lo menos, tan gentiles y dulces como puedan ser las caricias que se le dan a una chica que NO era mi novia....
Sin embargo, ella parecía disfrutarlo tanto como yo, y sus caricias denotaban los mismos deseos que las mías: querer más, mucho más, querer tanto hasta el punto de no querer avanzar, porque con cada avance nos acercaríamos al final, de modos que seguimos besándonos y abrazándonos largo rato.
De nuevo fue ella quien rompió el encanto (¿como habría yo podido?), y de nuevo para hacer un esfuerzo y llegar a tiempo al concierto. Y por increible que parezca, acabamos llegando al dichoso recital, si bien cuando ya había transcurrido más de la mitad del mismo. Cualquier persona razonable habría imaginado que con tal tardanza no nos iban a permitir la entrada al recinto, pero esa noche ninguno de los dos parecía ser muy razonable. Y lo curioso es que el mundo entero tampoco debía serlo, porque sí que nos dejaron pasar. Apenas presenciamos media hora de concierto, cogidos de la mano y mirándonos de reojo, pero lo cierto es que lo disfrutamos. La magia y lo sublime de nuestras sensaciones agradecían el acompañamiento de los deliciosos compases de aquel romántico recital clásico, incluso al precio de no poder besarnos.
Al terminar el espectáculo, aun tomados de la mano, arrancamos a correr hacia nuestro coche, arrancamos y nos dirigimos al centro a tomar una copa. Cuando volvimos a bajar, empezó a lloviznar ligeramente. Música, comida, naturaleza y dioses, todo parecía empujar nuestros cuerpos hacia el del otro, pues no tuvimos más remedio que refugiarnos bajo un único paraguas, bien pegados, mientras empezamos a buscar un local donde cobijarnos. Caminaos más de media hora, sin rumbo fijo, parando cada tres o 4 minutos para volver a devorarnos los labios y volver a sentir nuestros cuerpos pegados. Yo no podía despegar mis manos de su cadera, sin aventurarme aún a bajar más al sur, y lo mismo le sucedía a ella. Bajo la intermitente llovizna, pronto renunciamos la paraguas, pues entorpecía nuestra degustación de la boca del otro, y durante más de media hora andamos por andar, sin dirigirnos a ningún sitio, alternando nuestros besos con breves charlas en las que nos explicábamos cuánto nos habíamos deseado en las últimas semanas (en mi caso) o en los últimos meses (en el suyo). Esto me desconcertó, pues meses atrás yo no tenía la menor idea que ella tuviera interés en mi, pero todo me parecía perfecto. A cada nueva rebelación, le seguían nuevos besos. Cuando cualquiera de los dos descubría alguno de los pequeños gestos que había hecho buscando ver al otro en el trabajo, aunque fuera fugazmente, el otro le mostraba su gratitud con más y más deliciosos besos. Y así, los minutos fueron pasando y pasando. Todo era tan delicioso que no me hubiera dado cuenta de ello, se habría llegado a hacer de día mientras andábamos por la ciudad, si no fuera porque a cada beso ansiaba un poco más desnudarla lentamente, descubrir su cuerpo, comerme sus pechos y hacerle el amor. O follarla, no lo sé. Pero ahora ya no podía negarme a nada, y quería poseerla toda entera. Sin embargo, yo seguñia teniendo novia, y era bien sonciscente de ello. Quería hacerle de todo a Susi, pero mi noviazgo con Maite me impedía dar el primer paso continuamente. No quería forzar a Susi a meterse en un hoyo donde no quisiera meterse ella. O más bien, no quería meterme yo en su hoyo si ella no quería que yo me metiera.
Ay, ahora me doy cuenta de que todo esta cháchara sobre mi novia, sobre el respeto, eran puras fantasías, puras tonterías que me servían para no ver la verdad más obvia de todas: que en esos momentos Maite no contaba para nada, y que habría dado lo que fuera para disfrutar del cuerpo de Susi sin límite de tiempo ni de espacio, y que al igual que había sido demasiado cobarde para darme cuenta de todo ello antes de que ocurriera, igual que me había engañado para proporcionarme la oportunidad de tirarme a esa belleza sin cortar con mi novia, del mismo modo era demasiado cobarde para aceptarlo. Seguía dejando toda la iniciativa a Susi, creyendo que ello disminuía mi responsabilidad. Ahora entiendo que era al contrario, que cuanto más me engañaba a mi, más engañaba, no solo a Maite, que eso ya no tenía arreglo, sino también a Susi, al animarla a ir a más conmigo pero bajo su propia decisión. No fui a por ella, no le di la oportunidad de que más tarde se consolara pensando que yo era un cabrón. No, en evez de eso la animé a venir a mi, sin decirlo en voz alta le di esperanzas, le hice pensar que yo lo deseaba tanto como ella -lo cual era del todo cierto, habría dado lo que fuera por follármela- y que eso significaba algo más. No lo significaba, pero yo me engañçe a mi mismo para creerlo, porque entonces parecía más justificada mi traición a todo lo que yo creía buenamente que es una relación de pareja, y al engañarme a mi mismo para creerlo, di pie a que ella también lo creyera. Pobre Susana. Desde entonces han pasado meses. En estos meses yo he vivido en el purgatorio, pero imagino que ella, pobre, en el infierno. Un infierno tan duro como en ese momento era para los dos no poder sentir más nuestros cuerpos...
Ya eran las 3 y media de la madrugada cuando volvimos al coche. Ella me acompañaría a casa, ella se iría a la suya, y (supongo), y sin intentar analizar ni entender nada daríamos fin a tan loca noche. Si sí, claro...
Llegamos cerca de mi casa sin que en todo el trayecto mi mano se despegara de mi muslo ni la suya del mío. En cada semáforo, volvíamos a devorarnos los labios. Era obvio que ambos queríamos, pero ¿como invitarla a subir a mi piso sin que sonara a invitación al sexo? Jamás se me han dado bien estas cosas,nunca he sido un ligón, pero el caso es que yo me estaba meando (no había meado desde la cena), suponía que ella también, y a ella aun le quedaba un buen rato de trayecto hasta su casa. La invité a subir si quería ir al lavabo o comer alguna cosa antes de la media hora extra que le quedaba. Sin decir nada más, aceptó.
Subimos a mi piso, situado en el ático. En el ascensor no nos tocamos, pero nuestros ojos no se separaron ni un segundo. Cuantos poemas se podrían escribir sobre lo que se decían esas miradas... Mientras yo abría la puerta del piso, ella me abrazó por detrás. Entramos, me giré para cerrar la puerta y volvimos a pegarnos. No nos besamos, pues al cabo de dos segundos me separé y le indiqué donde estaba el servicio principal. Yo me dirigí al supletorio. Allí dentro, hice mis necesidades y me miré en el espejo, preguntándole a mi reflejo: ¿va a ocurrir? Ni por un momento me pasó por la cabeza la tan habitual reflexión de "si lo hago seré infiel de verdad y ya no habrá marcha atrás". No. Maite, ni existía. Me miré en el espejo y apenas me vi a mi mismo, pues seguía viendo con mi imaginación a Susi delante de mi, pegada a a mi, dispuesta a volver a besarme, y me pregunté si ella querría... ¿Quiere? Porque yo me moría por sentirla...
Cuando salí del servicio, me dirigí al comedor para esperarla, pero nada más llegar salió ella del otro servicio y se dirigió hacia mi. Un paseo de 5 segundos nos separaba. ¿Qué pasaría luego? Yo tenía novia, ¿hasta donde quería ella llegar? ¿Hasta donde me dejaría seguirla? 5 segundos, 5 pasos, y su respuesta a todas mis dudas fue suavemente pegarse a mi, toda ella. Un ligero beso, otro ligero beso, manos que se dirigen a la cintura del otro. Lenguas que se encuentran y se cuentan cuanto se han hechado de menos. Solo unos instantes de contenido deseo, para empezar a comprender si sus ganas eran las mismas que las mias. Unos instantes, y ya estabamos cadera con cadera, labio con labio, pecho contra pecho.... Por primera vez sin chaqueta, sentí mejor que antes la redondez de sus pequeños pechos contra mi, acaricié la suavidad de sus hombros, la besé con fruición mientras mis manos se perdían en el espacio entre su ceñida camiseta y sus pantalones, sintiendo su piel como antes no había podido. Ella respondió tirando de mi camisa para sacarla por fuera de mis pantalones y acariciar también mi piel. Yo no pude resistirlo más, y mis manos bajaron hasta acariciar su escultural culo, el primer culo en mi vida que me hacía enloquecer de deseo.
Nos apretábamos tanto el uno contra el otro como fuera posible. Sentí por fin sus pequeñas tetas contra mi, finalmente, y la deseé tanto que pensé imposible que ella me deseara tanto a mi. Abrazados y enlazados caímos juntos sobre el sofá, ella debajo y yo encima. En esa posición, todo se hizo aun más evidente. Nuestras lenguas ya desenfrenados, mi sexo directamente sobre su sexo... Ella también posó sus manos sobre mi culo, atrayéndome hacia si misma, mientras las mías pasaron de su culo a su cintura, de su cintura a su muslo, de su muslo a su liso abdomen... y de su abdomen a acariciar por encima de la camiseta sus divinas tetas. Ella se dejó, y más que dejarse, pareció haberlo estado deseando. Nos recolocamos, quedando uno al lado del otro, para acariciarnos mejor. Ya ninguna de nuestras manos podía ser detenida, acariciando todos nuestros cuerpos por todas partes, aun por encima de la ropa... con la excepcion de nuestros sexos. No porque no quisiéramos, sino porque queríamos retardar el momento.
Y Maite, donde estaba Maite? A la mierda Maite, ni por un segundo pensé en ella. Solo pensaba en acariciar, besar, desnudar y disfrutar de Susi, la mejor y más sensual mujer que jamás hubiera cruzado mi rango visual. ¡Qué diosa, que besos, que manos! Sus caricias me estaban poniendo tan caliente que incluso me asusté. No, es broma, no me asusté,pero puedo jurar que jamás había estado tan deseoso de una mujer. Que bien sentir sus tetas por fin, aunque fuera por encima de la ropa, cuanto las había imaginado... En algun momento, las discretas caricias por encima de su camiseta y de mi camisa pasaron a estar por debajo. Sentí su ccintura, y luego su espalda. Aún no me aventuré a acercarme a sus preciados pechos y su sujetador, la mayor proemsa de sensualidad que jamás había escuchado, pero ella al parecer estaba tan caliente como yo, porque empezó a acariciarme suavemente mi polla por encima del pantalón, y al cabo de unos momentos empezó a desabrocharme el cinturón...