Ni una palabra

Mientras hablaba con mi mujer, supe que mi cuñada podía ser más perversa de lo que hubiera imaginado. Incorporó su cabeza y sin ni siquiera mirarme, agarró mi polla con delicadeza y empezó a recorrer su lengua por toda su extensión.

A buen entendedor pocas palabras bastan.

Está claro, no puedo estar más de acuerdo. La gente cree en general que siempre hay que hablar y explicarlo todo para poder vivir y claro, poder mantener una relación, pero no es verdad. Las palabras están sobrevaloradas.

Me llamo Antonio y soy informático. Empecé desde pequeño a explorar los ordenadores y abrirlos de arriba abajo para poder explotarlos lo mejor posible y llegar a poder usar juegos que siempre necesitaban más y más. Como además mi familia no tenía demasiados recursos tenía que ingeniármelas continuamente para piratear juegos y programas y fabricarme a base de deshechos todo el equipo que necesitaba.

Pronto metí la cabeza en el mundo de la programación y piratería y para cuando tenía 18 años ya ni me planteaba estudiar una carrera porque sabía mucho más de informática de lo que podía aprender de unos profesores limitados. Desde entonces me empezaron a contratar como autónomo y ahora ya sólo me contratan para temas muy específicos y difíciles. He conseguido tener libertad en mi trabajo y además me gano muy bien la vida para mi familia.

La semana pasada me llamó el director de una multinacional con sede en Ámsterdam para que les solucionara un problema que tienen con su sistema de seguridad que les podía salir muy caro. Como sé que en Europa somos muy pocos lo que podemos solucionar estos problemas, apenas tres personas, y también el nivel de gravedad le pedí una cantidad enorme de dinero por lo que pensaba inicialmente serían seis meses. Al principio, me dijeron que era desproporcionado y como sé negociar con estas empresas después de varios años además le dije que, ya que tendría que estar en Holanda una buena temporada metido con sus servidores, me pagarían casa en Ámsterdam, coche, chófer y avión para volver a España cuando quisiera. Al cabo de unos días en los que la situación se les fue de las manos como había previsto, sólo pudieron aceptar.

Cuando le dije a mi mujer, Silvia, que tendría que trabajar durante la semana en Holanda me contestó como siempre que le fastidiaba, pero que entendía que era mi trabajo y que era muy bueno en él. Conocí a mi mujer estudiaba mientras estudiaba derecho y trabajó varios años en banca. Al casamos y tener nuestro primer hijo, con el dinero ingente que entraba en casa por mis contratos, decidimos que dejara de trabajar y por lo menos ella pudiera preocuparse por los niños. Ella estaba feliz, tenía y hacía todo lo que quería, y nuestro matrimonio siempre ha marchado bien.

Cuando llevaba dos semanas en Ámsterdam recibí la llamada de mi mujer. Me contó que a su hermana le habían ofrecido trabajar en un hotel de Ámsterdam y que, como no conocía a nadie en Holanda y no tenía dónde quedarse, le había dicho que podía quedarse en la casa que me habían proporcionada. Ella sabía que la casa era enorme y siempre había tenido debilidad por su hermana.

Así te hará compañía

razonó mi mujer intentando convencerme.

Mi mujer sabía que la idea no me gustaría. Silvia era un encanto pero mi cuñada siempre había sido una tremenda idiota. Desde que la conocí nunca había conseguido conectar con ella y prácticamente no habíamos hablado más allá de conversaciones triviales en reuniones de familia. Un par de años más joven que mi mujer, tenía un aire de superioridad constante con todos los que la rodeaban y demostraba ser una engreída en todos sus comentarios y actitudes.

Desde el principio supuse que era en parte lógico, y es que hay reconocerlo, es una mujer espectacular. Morena, dos o tres centímetros más baja que mi mujer, pero con una figura perfecta y cintura que destaca el contorno de sus tetas y un culo estrecho y respingón que es sencillamente enloquecedor. Su pelo liso o rizado según le diera en gana en cada momento, los ojos castaños y unos labios carnosos, le otorgaban una imagen de belleza en conjunto que llamaba la atención. Desde que la conozco, todos mis conocidos han hecho siempre el mismo comentario al verla:

—Vaya cuñada, amigo. Es increíble.

Su capricho no se ha limitado a cosas materiales sino que en el plano sentimental ha tenido novios de todos los tipos y ha hecho con ellos lo que ha querido. Su único interés había sido ligarse a pijos ricachones para divertirse por todo lo alto y luego dejarlos cuando se aburría normalmente a los pocos meses. Estudió turismo y había hecho carrera en una cadena hotelera importante, yo creo que en parte debido a su físico y en parte porque toda la familia sabíamos que cuando se hacía la simpática de cara a los demás no tenía rival.

Alicia, mi cuñada, me llamó ese mismo día:

—¡Hola cuñado! —

saludó efusiva

— ¿Has hablado con mi hermana?.

—Sí, ya me ha dicho que necesitas un sitio para quedarte. Quédate en la casa sin problemas el tiempo que necesites —

le dije lo más sinceramente intentando ocultar mi desprecio por ella

.

Llegó ese mismo domingo por la noche y fui a buscarla con el chófer al aeropuerto. Nos sentamos en la parte de atrás del coche una vez colocamos sus muchas maletas:

—Gracias cuñado, eres un cielo. En cuanto pueda busco un piso.

—No te preocupes que la casa es grande y yo casi no estoy entre el trabajo y los vuelos a España a ver a tu hermana y los niños.

—Ya, pero aun así no quiero molestarte demasiado.

La casa, a pesar de estar en el centro de Ámsterdam y allí las casas, aunque lujosas son bastantes estrechas, era bastante grande y acogedora. En la planta baja estaba el salón y una cocina tipo americana separada por una barra alta para comer. Arriba, tras subir por una estrecha y empinada escalera, de moqueta como el resto de la casa, un par de habitaciones inmensas con un baño en el medio. Nada más entrar, cuando llegamos a la casa, tras un breve recorrido le enseñé su habitación al lado de la mía y  no pudo resistirse:

—¡Guau! Cuñado, pedazo de casa que tienes, ¡y además en el centro de Amsterdam! Muchas gracias, pero te va a costar sacarme de aquí —

dijo bromeando mientras me abrazaba

.

Los primeros días apenas nos veíamos porque me pasaba el día trabajando y al llegar de noche ella estaba ya dormida o de marcha con alguien del hotel. Los fines de semana, bien yo volaba a España para estar con mi mujer y los niños, o ella hacía turnos extra en el hotel. A pesar de esto, el tiempo que pasábamos juntos en el desayuno o ratos esporadicos en los que coincidimos me hicieron reconocer poco a poco que me había equivocado respecto a ella.

Tras varios años trabajando en Madrid mi cuñada había cambiado. Salía desde hacía un par de años con chico del mismo hotel en el que trabajaba y había logrado mantener una relación más larga hasta entonces. Alicia era mucho más cercana y sus aires de grandeza se habían esfumado. Hablaba de cualquier tema con humildad y cada vez compartíamos más conversaciones. En una de ellas, mientras cenábamos juntos en un tailandés que había justo debajo de nuestra casa, me reconoció que sabía que cuando era más joven había sido insoportable y que se avergonzaba a veces cuando recordaba su actitud.

Con el paso de los días, llegamos a congeniar y ahora sí intentábamos vernos a la hora de la cena para hacernos compañía. No sé qué pensaba ella, pero por ese entonces yo no lo hacía con ningún interés sexual, para mí era simplemente familia y como me gustaba su compañía, la disfrutaba. Nunca le oculté nada a mi mujer, que además cuando nos veíamos estaba encantada de que los dos nos lleváramos tan bien allí y pudiéramos ayudarnos el uno al otro.

Después de un par de meses, al llegar el calor sofocante que hace en Holanda en verano, el ambiente empezó a cambiar. No disponíamos de aire acondicionado, pocas casas disponen de él allí, y dentro empezó a hacer cada vez más calor hasta resultar incómoda cuando estábamos en casa. Poco a poco, sin darnos cuenta, tanto ella como yo empezamos a usar menos ropa cada vez y más corta. Yo empecé usando camisetas y pantalones cortos cuando estaba en casa, y ella pasó a usar camisetas de tirantes y unos pequeños pantalones que apenas le cubrían el muslo.

Ninguno de los dos dijo ni una palabra, y nos pareció lo más normal del mundo dado el calor que hacía. Con la confianza que íbamos ganando y el calor que apretaba cuando llegábamos a casa los dos después del trabajo, fuimos ajustando nuestro vestuario. Yo ya ni me molestaba en ponerme los pantalones cortos cuando llegaba y directamente me quedaba en calzoncillos. Mantuve mi camiseta hasta que dejó de apetecerme y a los pocos días me paseaba por la casa sólo con mis calzoncillos puestos.

Alicia tampoco se quedó atrás. Pronto se deshizo del sujetador bajo la ropa y llegó un día en que ni se molestó en ponerse sus pantaloncitos, quedando cubierta con una camiseta larga únicamente con sus bragas debajo. Ver a mi cuñada así por casa empezó a calentarme cada vez más y casi sin poder disimularlo mostraba una erección tremenda bajo mis calzoncillos imposible de ocultar. Nos sentábamos a cenar en la barra de la cocina uno al lado del otro, sin darle ninguna importancia al hecho de estar prácticamente desnudos. Hablábamos sobre el día, el trabajo, sobre nuestras familias en Madrid, su novio, sobre cualquier tema, ahora ya como confidentes que se conocen desde hace mucho tiempo, pero casi desnudos.

Un jueves por la noche, antes de llegar el viernes en el que viajaría a Madrid para estar con mi familia, mientras cenábamos, Alicia sin decir ni una palabra más que un suspiro de calor debió pensar que ella no iba a ser la única con camiseta y se la quitó. Una vez con sus pechos descubiertos siguió la conversación sobre su jefe del trabajo y cenando como si tal cosa. Yo sí aluciné con las tetas que me enseñó mi cuñada, me deleité mirando aquellos pechos enormes en comparación con su estrecho cuerpo, muy firmes y coronados por unos pezones perfectamente redondos y rosados. Eran sin duda las mejores tetas que había visto en mi vida, si no fuera porque sabía que no, habría pensado que estaban operadas, pero claramente mi cuñada había estado agraciada por los dioses.

Ella se dio cuenta que no seguí la conversación por asombro y de cómo mi polla se endureció de tal manera que se marcaba dentro del calzoncillo y asomaba incluso la punta por encima de la cinta del bóxer. Ambos optamos por dejar la conversación por innecesaria y seguimos cenando sentados sobre sendos taburetes en la barra de la cocina. Cenábamos sin dejar de mirarnos continuamente, disfrutando de la visión de ambos cuerpos casi desnudos. Además, según pasaban los minutos incontroladamente nuestros cuerpos se iban juntando un poco más hasta quedar literalmente pegados, pierna contra pierna.

Volvimos a hablar cuando me levanté para el postre, y al sentarme, ella ya más distendida pasaba su mano ligeramente sobre mi pierna de vez en cuando. Yo tampoco podía reprimir acariciar su espalda o apoyar mi mano en su muslo de forma suave.

Al terminar, cuando nos fuimos a ver la televisión en el sofá, hasta entonces nos sentamos cada uno en sofás separados, pero ya no pudimos separarnos y nos sentamos lo más juntos que pudimos. Yo estaba totalmente empalmado al lado de mi cuñada, de vez en cuando compartiendo alguna caricia en el cuerpo del otro mientras veíamos una película. Comprobé que ella también estaba muy excitada porque sus finas bragas mostraban una humedad evidente y sus pezones lucían enhiestos y duros. Al terminar la película, sin hablar y cogidos de la mano subimos las escaleras hasta nuestras habitaciones. Una vez arriba, nos separamos a pesar de lo que pretendían nuestras manos y sólo escuché de sus labios:

—Que tengas buen viaje cuñado. Dale un beso a mi hermana y a los niños de mi parte

.

Al entrar en mi habitación, excitado y feliz por la convivencia en casa, me tumbé sobre la cama y casi al rozarme la polla, exploté en un orgasmo increíble debido a la tensión acumulada. Mientras me dormía, me pareció escuchar unos gemidos provenientes de la habitación de Alicia, que sin duda tampoco había podido resistirse y buscaba saciar su excitación. Gritó sin pudor mientras intuí que se corría y por fin reinó el silencio en la casa.

Al día siguiente, tras levantarme pronto para seguir trabajando en el proyecto que tenía entre manos viajé a España y pasé el fin de semana con mi mujer. A pesar de que sacié mis ganas de follar con ella, pasé el fin de semana pensando en mi cuñada. Recordaba su piel desnuda, su delgado cuello, sus grandes tetas y cada centímetro de la mayoría de sus bragas que ya conocía. Seguía queriendo y deseando a mi mujer pero con Alicia la conexión que se había creado era en cierto modo distinta a la que tenía con mi mujer.

Mi mujer Silvia, al contrario que su hermana, siempre fue una mujer encantadora desde el principio. Sin tener la belleza natural de mi cuñada, Silvia era una morena también muy guapa y sexy. Cuando nos presentaron unos amigos mutuos, enseguida nos caímos bien y después de unos meses saliendo, y follando como locos, tras dejarla embarazada decidimos casarnos. No lo hice en absoluto obligado, la adoraba entonces y lo sigo haciendo ahora, y aquello nos hizo felices a los dos.

Desde entonces, hace unos cinco años, nuestro matrimonio ha sido muy bueno. Y es que, a pesar de la imagen de niña buena y mujer decente que proyecta en el exterior, en casa mi mujer es una auténtica zorra. Nada más empezar a salir y desde la primera vez que follamos, Silvia se liberaba cuando follaba y era una auténtica salida. Era raro la noche que no follábamos, le gustaba de todas las maneras o posiciones. Le encantaba comerme la polla y le volvía loca que me comiera su coño cada vez que que pudiera. Era cariñosa con los niños y sencilla en todos los aspectos de nuestra vida. En resumen, era una gran mujer para cualquier hombre y para mí.

Sin embargo, aquel fin de semana en que no me quité a mi cuñada de la cabeza, comprendí que la conexión que había nacido entre ambos era muy fuerte y que eran nuestros cuerpos y mentes los que se buscaban compenetrarse de manera natural. Por alguna razón durante aquel fin de semana pensé que quizás al volver el lunes a Amsterdam las aguas se calmarían un poco y que no se volvería a repetir lo de nuestra última noche con los dos casi desnudos.

Estaba equivocado. Al llegar el lunes a Amsterdam me fui directamente al trabajo y cuando llegué ya tarde a casa por la noche, subí a mi habitación a cambiarme y dejar las maletas y ropa. Alicia, al oirme, entró en la habitación y al verla supe que aquello sólo acababa de empezar. Apareció desnuda salvo por un fino tanga que apenas lograba taparle su coño.

—Hola cuñado. ¿Qué tal el fin de semana? —

me preguntó tras darme un frugal beso en la mejilla y sentarse encima de la cama con las piernas cruzadas en posición india.

—Muy bien, cuñada. Tenía ganas de ver a Silvia y los niños, aunque también he echado de menos el calor de Amsterdam —le dije entre risas—. ¿Tú que tal? ¿Has trabajado?.

—Sí, el sábado por la mañana; por la noche, salí con unos compañeros del hotel. Éramos varios del hotel, y tras muchas cervezas y algún que otro porro la gente empezó a desfasar. De hecho, uno de los encargados intentó meterme mano —me contaba mientras imitaba la mano del supuesto encargado acercándose a su tanga—. Al principio le dejé por lo colocada que estaba pero enseguida le retiré porque no quería que me tocara él.

Mientras me contaba su juerguecita, yo había empezado a desvestirme y para no ser menos que ella, me quité toda la ropa excepto los boxers. Entre la visión del cuerpo desnudo de mi cuñada y su historia, ya tenía la polla a explotar pero sin ningún pudor, me senté al lado de ella a prestarle atención.

—Entiendo, pero ¿te gusta ese encargado? —le pregunté intrigado.

—Noooo, ¡qué va!. Pero es que llevo una temporada muy caliente, estoy como en celo, y entre las copas y los porros casi pierdo el control  —confesó rápidamente—. Y además, tengo novio, ¿no te acuerdas?.

¡Joder! —pensé—, además de volverme loco con ese cuerpo, era tan zorra que mencionaba su novio en bragas delante de mí.

Bajamos a cenar y se repitió la misma ceremonia aquella noche y durante los días siguientes. Cuando llegaba a casa por la noche, ella me acompañaba a mi habitación mientras me desvestía y

hablábamos sobre lo que nos había pasado durante el día en el trabajo. Ella me decía que aunque no entendía nada de informática le gustaba oírme hablar sobre ello porque le parecía la persona más inteligente del mundo. A mí me gustaba oír sus historias sobre el hotel porque casi todas eran graciosas y algunas muy morbosas.

Mientras preparamos la cena, nuestras manos no paraban quietas en el cuerpo de otro. Tan pronto ella me acariciaba la espalda, como yo le rozaba el brazo o acariciaba su culo mientras me hablaba. En más de una ocasión, mi polla dura aprisionada en el boxer coincidía con sus caderas o culo, poniéndonos más caliente si cabe. Mientras, ni una palabra al respecto, hablábamos y reíamos como un par de compañeros de piso. Y el mismo ritual, cuando subíamos a dormir: buenas noches y ambos a masturbarnos hasta el orgasmo nada más cruzar la puerta.

Esa semana, al llegar el jueves, sabía que al día siguiente tendría que volver a España para el fin de semana y que otra vez a sufriría esos sentimientos de ansiedad por estar lejos de mi cuñada que me acompañaron el viaje anterior. Nada más entrar en mi habitación, escuché el saludo de mi cuñada y al girarme para verla, descubrí que algo había cambiado: ni siquiera se había puesto el tanga y lucía completamente desnuda.

—¡Qué calor hace hoy!, ¿verdad? —dijo mientras repetía su ritual de sentarse en posición india en mi cama y yo me desvestía.

—Muchísimo —acerté a responder brevemente.

Por ese entonces, ya me había acostumbrado a su cuerpo de diosa, pero la imagen de su precioso coño me fascinó. Al contrario que mi mujer, no lo tenía completamente depilado, sino que mantenía una fina muestra de pelos muy arreglados haciendo un perfecto trapecio sobre su coño. Sus labios vaginales eran gruesos, muy marcados los exteriores y de un color rosa brillantes lo más internos. Al sentarse delante de mí con las piernas abiertas y cruzadas me ofrecía una imagen perfecta de él.

Yo me desvestí e intuyendo su deseo, me despojé completamente de la ropa interior y me quedé luciendo mi polla ya algo dura por la excitación. Me senté en la cama delante de ella y por unos minutos no dijimos ni una palabra. Nos limitamos a observarnos apenas a medio metro de distancia, disfrutando con la visión de cada centímetro del cuerpo que teníamos en frente.

—¿Bajamos a cenar? —le pregunté casi en susurros.

Ella asintió y dándonos la mano, bajamos juntos a preparar la cena. Aquella noche, en la que ya no nos separamos más, preparamos un poco de queso y vino y hablamos de nuevo como si nada estuviera pasando. Ella sentada a mi lado cenaba con las piernas abiertas sin vergüenza, dejándome ver su coño y casi pudiéndo olerlo. Yo totalmente empalmado desde que llegué a casa y la ví desnuda. Cuando acabamos, todavía con la botella de vino a medias, decidimos sentarnos en el sofá a ver una película. Estábamos pegados en el sofá, tanto que poco a po

co ella se fue inclinando hasta que quiso tumbarse, apoyó su cabeza en mis piernas. Como tenía su cabeza sobre mi polla y le veía perfectamente su coño marcado entre su culo se me empezó a poner durísima.

Alcé mi mano hasta dejarla en su culo, y mientras veíamos la televisión, la acaricié a placer. Magreaba aquel duro culo a discreción y en el mismo instante en que rocé su coño con uno de mis dedos y ella soltó un gemido apenas perceptible, sonó mi móvil con la llamada de mi mujer. Sin saber qué hacer, fue mi cuñada la que alargando su mano hasta la mesa cogió el móvil, me lo pasó y volvió a apoyar su cabeza sobre mis piernas. Como había parado los magreos sobre su culo, ella buscó mi mano con la suya para a continuación guiarla de nuevo hasta su desnudo culo.

—Hola cariño, ¿qué tal el día? —preguntó mi mujer inocentemente cuando respondí.

Salí en ese mismo instante de mi trance y le respondí:

—Bien, el trabajo va bien. Creo que conseguiré solucionar el problema tarde o temprano —contesté como pude y entonces, tras girar mi cuñada su cara para que pudiera intuir su súplica, le dije a mi mujer—: Pero este fin de semana no podré ir a España porque tengo que acabar una parte del firewall antes del lunes y estaré a tope.

Mi polla descansaba a escasos centímetros de los labios de Alicia y podía sentir su respiración envolviéndome los huevos. En ese momento supe que mi cuñada podía ser más perversa de lo que hubiera imaginado. Incorporó su cabeza y sin ni siquiera mirarme, agarró mi polla con delicadeza y empezó a recorrer su lengua por toda su extensión. Subía su lengua desde la mis huevos hasta la punta, dejando caer su saliva. Al poco, cambió sus lengüetazos por besos y tras repasar mi polla como si se le fuera la vida en ello, se la metió en la boca abriendola todo lo que podía hasta topar con su garganta. Se quedó allí quieta unos de segundos mientras movía nerviosa sus muslos intentando calmar su calentura y cuando se quedó sin aire levantó de nuevo la cabeza lentamente.

—Ohh, vaya, con las ganas que tenía de verte —respondió mi mujer apenada—. ¿Qué tal mi hermana? ¿Qué hacéis?.

Yo estaba fuera de la conversión y tardé en responder:

—Nada, aquí —contesté mientras mi cuñada me miraba con cara desencajada por la excitación y la saliva resbalando por sus labios hasta mi polla—. Estamos viendo una película antes de irnos a dormir. ¿Tú qué tal? —seguía diciéndole a mi mujer cuando mi cuñada volvió a comerme la polla y Silvia empezó a contarme su día y las historias de nuestros hijos.

No me lo podía creer, mi cuñada estaba devorándome la polla mientras hablaba con mi mujer por el móvil como nunca antes me la habían comido, ni siquiera la salida de mi mujer. Alicia primero usaba su lengua y labios para excitar mi pene y luego, cuando la sangre inundaba mis venas hinchandome la polla, usar su garganta para follarme con la boca. La sensación de placer era extrema. Lejos de importarme la conversación empecé a concentrarme en el placer que me inundaba pues ambos sabíamos que tarde o temprano habíamos de explotar.

—¿De verdad? —le decía a mi mujer sin saber bien de qué hablaba.

Notaba cómo mi cuñada estaba disfrutando con la mamada porque cada vez movía más inquieta su culo. Estaba claro que ese momento iba a llegar en un momento dado y aquella llamada fue el detonante. Decidí pasar a la acción y mientras seguía hablando con mi mujer, empecé a guiar la cabeza de mi cuñada con la mano que tenía libre y noté cómo ella se excitaba aún más y aumentó el ritmo de la mamada. Le solté la cabeza y empecé a sobarle el culo para después meterle mano por encima del coño. Lo tenía encharcado.

Entre la perversa de mi cuñada, mi mujer al teléfono y el magreo que le estaba haciendo a al coño que tenía a mi disposición no aguanté más y sabía que me correría. Pensaba avisar a mi cuñada que parara cuando en eso me dice mi mujer:

—¿Está cerca mi hermana? Quiero hablar con ella un rato que nuestro padre está algo enfermo—pidió mi mujer.

—Ahora te la paso cariño —fue todo lo que acerté a contestar.

Mi cuñada paró de chupar, levantó la cabeza y dijo:

—Espera Silvia, que termino una cosa y enseguida hablo contigo —dijo sonriéndome con una cara encendida por el deseo.

Tal cual. Intuyó que me correría y quería regalarme ese momento después de tanta excitación acumulada. Siguió comiéndome la polla hasta que empecé a correrme explotando dentro de su boca, sintiendo como su lengua recogía mi semen con el glande apoyado en ella. Ella tragó con gusto, retorciendo su culo en señal de excitación y no levantó cabeza hasta que me dejó la polla inmaculada. Sin apenas tiempo para tragarse toda la leche que le caía por los labios y barbilla, se levantó, me cogió el móvil y sentándose a mi lado con las piernas abiertas se puso a hablar con mi mujer.

Estaba tan sexy, manchada por mi semen con su mojado coño brillante, todavía tan excitada que no pudo reprimir que su mano se fuera directamente hacia su coño para acariciarse. Me

arrodillé en el suelo entre sus piernas abiertas y le retiré con firmeza su mano. Me quedé allí mirando cómo su coño relucía por sus flujos. Ella me miraba con ojos desatados por el deseo, rogándole con la mirada que acercara mi cabeza. La provoqué besando con pasión las comisuras de sus muslos, sus diabólicos pelos sobre el coño, pero sin resistir el maravilloso olor que desprendían aquellos flujos, saqué mi lengua y apuré directamente el clítoris mientras le fui metiendo uno, dos y tres dedos. Estaba tan empapada que mi boca no llegaba a recoger sus líquidos y ya bajaban por sus piernas manchando la moqueta bajo el sofá. Miré para arriba y oí cómo se despedía de mi mujer y colgaba el móvil. Puso sus manos en mi cabeza para que le metiera más adentro mi lengua y se corrió entre espasmos y jadeos todavía con mis besos sobre su hinchado coño.

Cuando se terminó de relajar, me levanté, me fui directo a sus labios que disfrutamos ambos en un largo morreo en la que nos saboreamos uno al otro sin mencionar palabra alguna. Cuando terminamos, nos derrumbamos ambos sobre el sofá, exhaustos pero desbordantes de felicidad en nuestras sonrisas. Al cabo de un rato en la que nos mantuvimos pegados, sintiendo el sudor, mi semen sobre su pecho, sus líquidos en sus piernas y mi barbilla, subimos también de la mano a la planta superior, pero esta vez no pudimos separarnos y entró conmigo en la habitación para dormir juntos, esta noche ya calmados después de nuestros orgasmos y aunque ambos todavía excitados, sin cruzar palabra quisimos posponer lo inevitable un poco más y, sin querer follarnos como animales como nuestros cuerpos nos estaban pidiendo, abrazados con nuestros sexos muy cerca el uno del otro, nos dormimos.

Me desperté todavía abrazado a ella pero decidí dejarla dormir un poco más y me fui al trabajo. No me quité a mi cuñada en todo el día de la cabeza porque lejos de saciarme, la noche anterior había provocado en mí una necesidad de más Alicia, mucho más. Me pareció que a ella también le estaba pasando algo parecido porque me llamó varias veces al móvil para ver qué tal iba el día y le noté algo nerviosa:

—¿Qué hacemos esta noche? ¿Te apetece salir a cenar o nos quedamos en casa? —me preguntó en una de las llamadas.

—Si quieres salimos fuera, pero la verdad es que llevo un día duro y quizás lo mejor es quedarse en casa más cómodos —fue mi sugerencia.

—A mí me pasa lo mismo —me contestó tras unos segundos pensando—y además con este calor que hace lo mejor es quedarse en casa y calmarse tranquilamente. Adiós, un beso, hasta la noche.

Ese viernes por la noche, llegué antes que ella y decidí hacerle la cena, desnudo por supuesto. Cuando ya estaba todo preparado, me senté en el sofá a esperarla mientras saboreaba tranquilamente una cerveza. Al cabo de un rato, se abrió la puerta de casa y apareció mi cuñada. Llevaba un vestido de lino muy liviano por el calor que resaltaba su cintura y apenas cubría sus pechos.

—Hola, ¡qué ganas tenía de llegar por fin a casa! —fue todo lo que dijo al verme allí sentado.

Su mirada fue directa hacia mi polla y sin quitarle mirada y sin decir ni una sola palabra, allí mismo tras cerrar la puerta, dejó el bolso en el suelo, se sacó el vestido sin dificultad por la cabeza y caminó hasta situarse delante de mí. Mi polla empezaba a reaccionar, pero cuando se quitó el sujetador mostrándome sus preciosas tetas y dándose la vuelta se bajó lentamente el tanga, la polla se me puso como un mástil apuntando todo lo que podía hacia su cuerpo. Sin decir nada, pasó su tanga por delante de mi nariz para que pudiera oler lo mojada que había pasado el día.

Cuando comprobó que mi polla estaba al máximo, se sentó a horcajadas sobre mis piernas y con una mano la dirigió hacia la entrada de su sexo. Sin apartar su mirada de la mía y ya con mis manos manoseando su culo, apenas tuvo que mover su cintura unos centímetros hacia mí para meterse mi polla dentro. Entreabrió su boca buscando un poco de aire para seguir y mientras me abrazaba por el cuello, acabó tan dentro como pudo de ella toda mi polla. Se detuvo ahí, totalmente empalada, notando ambos cómo nuestros sexos palpitaban uno dentro del otro, llenando cada centímetro de su ansiado trofeo.

Nuestros cuerpos estaban pegados, ella me agarraba el cuello con fuerza, acariciando mi pelo, y yo apretando fuerte su culo contra mí. Casi ni nos movíamos, sólo un leve movimiento de nuestras cinturas, sin apenas sacar mi polla dentro ella. Mi pene palpitaba dentro ella, creciendo más aún si cabe. Ella respiraba cada vez más fuerte y levantando unos centímetros su cintura, apretando su clítoris contra mi piel, empezó a correrse en segundos. Su orgasmo fue largo, muy largo, con su cabeza apoyada en mi hombro y su gemidos susurrando en mi oído. Las contracciones de su vagina y su respiración en mi oído provocaron que mi polla no aguantara más y empecé a correrme dentro de ella sin apenas movimiento. Empezó a notar mi leche dentro de ella y apretó aún más su coño contra mí y a chuparme la oreja que tenía tan cerca.

—Ahhhhhh —fue lo único que dijo en un volumen tan bajo que si no tuviera sus labios en mi oído no lo habría escuchado.

Cuando acabé de explotar, nos quedamos ambos todavía tan quietos como cuando empezamos hacía unos minutos. Ella se relajó encima mío, los dos impregnados en sudor por el calor y por la excitación. Pasado un buen rato, no queríamos separarnos y mi polla todavía estaba dentro ella, mi leche resbalaba por sus piernas mezclada con sus flujos y poco a poco empezaban a bajar por nuestros sexos. Al ir recuperándose me dijo en voz baja:

—¿Qué tal el día cuñado? —preguntó como si todavía no tuviera mi polla dentro de ella.

—Bien pero algo cansado, estaba deseando también llegar a casa para liberar tensión..., ¿tú qué tal? —le respondí también como si nada.

—Mal. No sé qué me ha pasado pero he estado todo el día algo incómoda, no conseguía controlar la ansiedad. Algo me pasaba porque sentí molestias en mis partes… ya sabes, en mi sexo —relataba Alicia con total normalidad.

—¿Qué te pasaba? ¿Algo grave? —pregunté intrigado siguiéndola el juego.

—Al principio pensé que era grave porque no se me pasaba, pero tras ir al baño y comprobar que por alguna razón mi ropa interior estaba empapada, supe que se me pasaría —me decía ahora en voz baja cerca de mi oído—. Así es que cogí las llaves de una de las habitaciones del hotel vacías, se tumbé en la cama y me masturbé.

—¿Y se te pasó? —ahora sí intrigado.

—Un poco, pero ya sabes que una necesita correrse para calmarse y no lo conseguí hasta que llamé por el móvil y oí su voz.

—¿Llamaste a tu novio? —pregunté mientras le pasaba la mano por el culo, apretando su duro cachete.

—No, necesitaba otra voz —dijo a secas y enseguida nos fundimos en un beso en la que nos devoramos los labios y nuestras lenguas.

Cuando conseguimos separarnos lentamente, nos sentamos a cenar sin molestarnos en limpiarnos. Mi semen resbalaba por sus muslos pero parecía encontrarse perfectamente cómoda. Y la verdad es que yo también lo estaba. Cenamos y bebimos como todas las noches, sólo que a partir de ese día mis caricias se repartían por todo su cuerpo incluyendo su mojado coño. Ella parte, al hablar muchas veces me manoseaba la polla por encima o masturbaba lentamente por segundos. Aquella noche, en más de una ocasión recogió pequeñas gotas de semen de entre sus muslos para mezclarlas con su copa de vino y mirarme con cara maliciosa.

Tras cenar nos sentamos como siempre en el sofá a ver una película, pero nuestros continuos magreos acabaron con la tregua que habíamos tenido durante la cena y ella se colocó delante de mí dándome la espalda. Se agachó poco a poco reclinándose en una mesa baja que teníamos delante de la televisión y apoyando sus antebrazos en la mesa echó su culo para atrás, ofreciéndomelo en toda su plenitud. Con mi polla ya dura de nuevo, me coloqué detrás de ella y tras restregarle mi pene por todo su coño se la metí de golpe. La follaba a placer, esta vez sí llegando tan dentro como podía y sacando de nuevo mi polla casi por completo para volver a embestir. Sus gemidos cada vez que se la volvía a meter eran más fuertes y ella echaba para atrás su culo en busca de mi polla cuando la sacaba desesperada por volver a sentirla.

En unos minutos, como casi todas las noches, su novio llamó para ver qué tal iba todo y para mi asombro mi cuñada, al igual que la noche anterior cuando llamó mi mujer, alargando la mano para coger su móvil sobre la mesa, habló con él mientras recibía mis embestidas por detrás:

—Hola Miguel... ahhh —contestó sin poder reprimir un gemido al recibir mi polla dentro de ella.

—Sí, bien, es que ahora estaba metida hasta el fondo con otro tema. ¿El día? Bien, algo distraída en el hotel… pero en casa no me da tiempo porque tengo muchas cosas  por hacer —seguía hablando con él mientras movía su cintura para atrás follandome ahora ella prácticamente sola.

Después de más de diez minutos de conversación en los que habló con él distraída mientras follábamos, cuando notó que se correría, silenció el altavoz de su móvil y gritó mucho más fuerte que la vez anterior, desfogando toda su excitación. Cuando se recuperó, volvió a la conversación con su novio mientras yo seguía follándola ya desatado por las contracciones de su coño. Estaba chorreando. Noté cómo el orgasmo me recorría a lo largo de la espalda hasta la polla y tan excitado como estaba me salí de dentro de ella y rodeando la mesa me sitúe delante con mi polla a la altura de su cara. Como no necesitábamos palabras, ella entendió en un segundo y sonriente sacó su lengua para rozar la punta de mi polla. Sin ningún remordimiento abandonó sin más el móvil encima de la mesa para meterse la polla tan dentro como su garganta se lo permitía.

La agarré del pelo y enloquecido, me follé literalmente su boca tan fuerte como pude. Ella aguantaba mis embestidas, recibiendo sumisa mi polla en su garganta mientras su saliva le caía por su barbilla y ya resbalaba por el cuello. Su novio debía oír las arcadas que Alicia no podía reprimir mientras sentía mi polla golpearla pero ajeno a la situación seguíamos escuchando su voz por el móvil. En breve, me corrí en un orgasmo intenso mezcla de las sensaciones en mi polla y los sentimientos de satisfacción plena por la compenetración con mi cuñada. Éramos dos cuerpos en celo que habíamos encontrado lo que nuestro deseo llevaba buscando probablemente toda la vida y no pensábamos dejarlo escapar.

Recibió en su boca y en su cara mi corrida y comprobé su semblante de felicidad. Me miraba entre excitada y agradecida por mi comportamiento, entendí que salvaje de deseo puro. Mientras oíamos a su novio preguntando si todavía seguía allí o el móvil había perdido conexión, cuando acabó con mi polla, se levantó y ambos de la mano nos subimos a dormir. Ni se molestó en despedirse de su novio o apagar el móvil, simplemente hipnotizada se olvidó del teléfono y subimos. Al llegar a la cama, abrazados tan juntos como podíamos, caímos en un sueño profundo.

A la mañana siguiente, sábado, al despertarnos todavía abrazados y sabiendo que tendríamos todo el fin de semana por delante, decidimos ir a comprar algo de comida que necesitábamos y para después poder “descansar” el fin de semana en casa. Ella se levantó al baño y al quedarme sólo empecé a recordar lo sucedido la noche anterior y claro, enseguida mi polla reaccionó y sin pensarlo ni un segundo me dirigí hacia el baño.

Ella estaba todavía sentada en el váter, con las piernas abiertas, desnuda y acabando su meada. Al verme llegar con la polla enhiesta y acercarme a ella, sonrió. En cuanto le puse la polla a la altura de sus labios la engullió con la misma devoción que la noche anterior y cuando notó que ya estaba bien embadurnada de saliva, se levantó para sentarse de nuevo sobre la encimera del cuarto de baño y abierta de piernas se abrió los labios del coño con sus dedos, invitándome a penetrarla. Allí mismo la follé en el baño hasta que ambos nos saciamos en un orgasmo.

Pasamos el fin de semana en casa, juntos la mayor parte del tiempo así como los siguientes días. Nos acostumbramos el uno al otro de tal forma que sólo estábamos satisfechos cuando nos teníamos cerca. Durante el trabajo mi mente conseguía concentrarse en el software y ordenador, pero mi cuerpo anhelaba el tacto de su piel. Nuestra ansiedad al pasar el día separados alcanzaba límites insospechados. Ese mismo lunes, tras pasar el fin de semana juntos, cuando llegaba a casa sólo pensaba en volver a acariciar su precioso culo. Al entrar la ví en la cocina haciendo la cena, desnuda.

—¿Qué tal el día cuñado? —me preguntó.

—Bien, pero tengo bastante hambre —respondí mientras me desvestía.

Ella sonrió y dándose la vuelta para seguir con la cena me ofreció una vista perfecta de su culo. Cuando acabé de quitarme la ropa, me acerqué por detrás a ella, me arrodillé con ansiedad incontrolable que recorría todo mi cuerpo y se hacía insoportable. Sólo cuando tuve mi nariz enterrada en su culo y mi lengua hurgaba en su coño logré calmar mis pulsaciones. Poco a poco, mientras recorría mi lengua alrededor del agujero de culo, fui encontrando la paz que había perdido por unas horas separado de ella. Ella apoyó sus manos en el borde de encimera y echó su culo para atrás. Mi saliva encharcaba ya su culo, resbalando por sus piernas, y noté como su piel se empezó a erizar desde sus pies y su cuerpo agitarse poco a poco hasta alcanzar un orgasmo entre gritos que la hizo tambalearse hasta caer al suelo. Se mantuvo allí, tirada en el suelo descompuesta y agotada por el orgasmo, susurrando:

—Sí que tenías hambre cuñado, ¿estás ya mejor? —me preguntó.

A mi lado desparramada en el suelo de la cocina, con su culo a mi disposición totalmente encharcado con mi saliva y sus flujos, y mi polla a explotar desde que entré por la puerta, me incorporé levemente y apoyando mi polla en la entrada de su precioso culo la fui metiendo poco a poco hasta que su esfínter se acomodó a la perfección al grosor de ella y entró por completo. Apoyé mi cuerpo encima de su espalda y surrándola al oído:

—No —le contesté ahora firmemente mientras ella sólo acertaba a gemir.

Levantaba mi cintura lo justo para que mi polla saliera apenas unos centímetros de su culo para volver a dejar caer todo mi peso sobre ella y metiéndosela tan dentro que notaba cómo le llenaba todo su culo. En apenas unas embestidas, vacié toda la leche que llevaba acumulando durante el día, descargando sin parar dentro de ella, sintiendo cómo ambos nos quemábamos con el calor mi semen. Ahora sí, satisfecho y feliz me tiré agotado en el suelo a coger aire. Nos quedamos así hasta que recuperamos las fuerzas y después como siempre, sin ni siquiera limpiarnos, nos dispusimos a cenar y hablar divertidamente. El morbo de ver cómo recogía el semen que salía de su culo para saborearlo después mientras hablaba primero con su novio y luego con su madre, mi suegra, provocó que al igual que casi todas las noches, acabara dejando la conversación a medias y juntos nos subiéramos a mi cama a dormir, follar o abrazarnos hasta el amanecer.

Pasamos la semana de la misma forma que la anterior. Trabajando durante el día y cuando llegábamos a casa, dando rienda suelta a nuestros deseos. Sin embargo, ese fin de semana, a pesar de los deseos inexpresados de los dos, ambos teníamos que viajar a Madrid para ver a nuestras respectivas familias. El jueves antes de viajar al día siguiente, ambos notamos una ansiedad especial por reconocer nuestros cuerpos que pasarían un par de días distanciados. Esa noche, a pesar de continuos magreos y manoseos de los dos en nuestros cuerpos, de probar ambos el sabor de nuestros sexos, queríamos de alguna forma probar las sensaciones que nos depararían durante el fin de semana sin poder follar juntos. No duró demasiado porque mientras subíamos por la escalera de la mano a dormir, ella tropezó ligeramente y al abrazarla para que no cayera, coincidiendo mi polla junto a su sexo, con un irrefrenable ligero movimiento se la metí. No pudimos ni quisimos controlarlo y allí mismo en la escalera, abierta de piernas sobre uno de los escalones, la follé hasta que ambos explotamos en un orgasmo que por fin hizo de calmante.

En el avión, sentado uno junto al otro, no separamos nuestras piernas y manos en todo el viaje, y alternamos nuestra conversación con interminables morreos. Aún en el taxi, de camino a nuestras respectivas casas, mientras nos deseábamos buen fin de semana y hablábamos como si tal cosa, tenía mi mano completamente manoseando su encharcado coño y ella acariciaba mi polla con su mano dentro del pantalón. Cuando llegamos a su portal, ya en Madrid, nos despedimos retirando con malestar nuestras manos y dándonos un simple beso en la mejilla nos emplazamos hasta el domingo de vuelta.

Me dió el tiempo justo de serenarme durante el trayecto de taxi hasta el chalet en el que vivimos en las afueras, aunque al llegar a casa, cuando mi mujer me abrió la puerta en pijama, con un dedo en sus labios para indicarme que nuestros hijos ya estaban dormidos, no me resistí tras saludarla y en volandas la llevé hasta el salón, me saqué la polla del pantalón y, sabiendo en que la puta de ella no usaba bragas en casa de común acuerdo conmigo, la follé allí tirada en la alfombra hasta que conseguí arrancarle un orgasmo entre gritos y yo explotar dentro de ella toda la tensión acumulada durante el viaje.

—Ya veo que tenías ganas cariño —comentó mi mujer con una sonrisa, sin saber el origen de mi calentura.

Al igual que el anterior fin de semana en Madrid, y a pesar de que mi mujer se desfogó con con ganas de nuestra falta de sexo, no conseguí calmar la ansiedad por la separación física con mi cuñada y cuando llegó el momento de volver al aeropuerto al que su novio le llevaría directamente mi cuerpo entero hervía de intensidad por volver a sentirla. La esperé en la puerta, y acompañada de su novio se acercó y me dió un leve beso en la mejilla. Sus ojos sin embargo delataban que su tensión interna la descolocaba. A penas cruzamos la puerta de embarque y su novió desapareció, agarró su mano a la mía tan fuerte como pudo y se abrazó a mí estrujándome entero. Yo no me quedé atrás, y como siempre sin cruzar ninguna palabra al respecto, rodeé su cintura con mis brazos y palpé sin importarme el resto de viajeros su culo a discrección.

Ya no nos separamos más durante el resto del viaje, nos metíamos mano cuando nadie nos observaba mientras nos contábamos qué tal el fin de semana. Al aterrizar nuestra calentura iba en aumento, en el coche nos costó contenernos y claro, nada más cruzar la puerta de la casa y cerrar la puerta, nos desatamos. Sin ni siquiera encender la luz, la abracé por detrás y ella giró la cabeza y desesperadamente, más que besarnos, nos comimos la boca el uno al otro. Su lengua jugaba con la mía a discreción mientras mis manos ya habían subido su camiseta por encima de la cintura y la metía mano a placer en su coño completamente empapado. Ella se contorneaba sin parar, restregando su culo contra mi polla y hábilmente y con mi ayuda logró quitarme el cinturón, bajarme la bragueta y liberar mi polla. Seguíamos todavía de pié, ella moviéndo las piernas para liberarse de sus vaqueros y bragas mientras nos besábamos con mi polla enterrada entre los cachetes de su culo.

Se giró para quedar frente a mí pero no dejamos de besarnos. La cogí por el culo y la levanté mientras ella rodeaba con sus brazos mi cuello, la separé las piernas cada una a un lado de mi cintura y la apoyé contra la pared. En cuanto nos apoyamos mi polla quedó apoyada en la entrada de su coño, y tras un rápido movimiento de ella hacia arriba se la metió de golpe gimiendo.

La follé con todas mis fuerzas allí apoyada contra la pared, cuanto más fuerte la follaba más le gustaba, y supongo que por toda la excitación que teníamos acumulada, ambos estábamos a punto de corrernos al poco tiempo. No habíamos follado ni siquiera un par de minutos. Sus jadeos fueron en aumento y le susurré al oído:

—No más.

En ese momento me corrí, para los dos breve pero muy intenso, acabé en un par de embestidas con toda mi leche en su coño y algo fuera de él resbalando por sus piernas. Fue tal liberación que allí mismo en la entrada de la casa nos derrumbamos juntos en suelo con sus piernas abiertas rodeando mi cintura, nuestras manos acariciando ambos cuerpos mientras nos besábamos aún con pasión.

—Sí, no más —respondió inteligente Alicia.

No más. No nos separaríamos más. El anhelo de nuestros cuerpos juntos era mucho mayor de lo que estábamos dispuestos a soportar y no volveríamos a separarnos para viajar a Madrid. Allí tirados en el suelo, todavía a medio vestir comprendimos que tanto ella como yo esacrificaríamos lo que hiciera falta expecto nuestra intensa convivencia. No sabíamos si aquella situación duraría un mes más o toda la vida, pero mientras durara queríamos más y más sin tener nunca suficiente.

Los días de la semana parason igual que la semana anterior, iguales entre sí, aunque para nosotros cada día al llegar a casa era una satisfacción constante. Al llegar el fin de semana, los dos apenas dando explicaciones en casa de por qué no íbamos, nos animamos a salir el sábado por la noche con los compañeros de Alicia del hotel. Todo el mundo, incluidos ella y yo, supusimos que era su novio de España y pasamos la noche como una pareja más. Sin embargo, no estábamos a gusto allí con tanta gente alrededor y muy pronto marchamos a casa. En cuanto llegamos, nos desvestimos y tras fundirnos en un abrazo, cuando apuré la punta mi polla dentro de ella, ambos suspiramos satisfechos y ya calmados.

Volvimos a salir al día siguiente, y muchos más días, pero solos ella y yo. Salíamos a cenar o a tomar unas cervezas, mientras una conversación entre ambos y estar al menos cerca el uno del otro era suficiente. Seguíamos sin hablar ni una sola palabra de lo que nos había pasado, ni siquiera incluso cuando, al llegar el jueves de esa semana, mientras estábamos ambos viendo una película, desnudos por supuesto llamó su novio. Ella, ya como costumbre cada vez que llamaba él, se colocaba de tal forma que pudiera recibir mi polla. Ese día, con mi polla dura por los manoseos y besos que me había estado propinando durante la película, se levantó y abriendo sus piernas para dejar las mías entre ellas, con la mano que tenía libre se acercó la polla a la entrada de su coño y poco a poco bajó hasta quedarse completamente empalada. Apoyó su espalda sobre mi pecho y mientras jugaba con mis dedos en su clítoris, pude oír perfectamente la conversación con su novio:

—No entiendo que te pasa Alicia —le reprochaba él al otro lado de la línea—. Desde hace unos meses estás muy distante, cuando vienes a Madrid no dejas ni que te toque y ahora me dices que por ahora no vas a volver porque tienes mucho trabajo.

—Ya… ahhh —respondió mi cuñada sin poder reprimir un gemido cuando notó mis dedos acelerando sobre su coño al oír que no dejaba que su novio la tocara.

—Mira, mañana viernes me cojo un avión y paso este fin de semana en Amsterdam para hablar todo esto. ¿Vale? —le preguntó.

—Como quieras —le respondió mi cuñada tan rápido como pudo, lanzando el móvil al otro lado del sofá, sin molestarse en apagarlo, sintiendo que un orgasmo de los que yo sabía más le gustaban: intenso, mi polla a punto de explotar dentro de ella, apenas sin moverse y con mis dedos resbalando por su encharcado coño, directamente en su clítoris. Se corrió sin pudor gritando y gimiendo durante un par de minutos eternos. Cuando consiguió relajarse, se sacó mi polla de dentro de ella y en esa misma posición, comenzó a hacerme una maravillosa paja, moviendo de arriba a abajo su mano, enloqueciéndome cada vez que rozaba mi capullo contra su coño. Cuando notó las embestidas de mi leche apuntó la polla hacia su vientre y coño y me corrí sobre ella hasta que apuró la última gota. Se quedó así, sobre mí, restregándose mi semen por encima de su coño hasta llegar a sus tetas y relamer el sabor en sus labios. Agotados, nos subimos a la cama tal cual, como siempre.

Durante ese viernes, ni al despertar ni durante el día, ninguno de los dos habló sobre los planes de su novio de venir el fin de semana. Yo no sabría qué haría ella o cómo actuar en casa cuando estuviera él, pero la verdad es que no importaba. Dentro de mí sabía que cómo hasta ahora ambos actuaríamos conforme a nuestro deseo y por ello, y a pesar de la extraña situación, en ningún momento durante el día sufrí de la temible ansiedad que me había entrado al viajar a Madrid y saber que estaría sin ella.

Salí tarde de trabajar, muy tarde porque las reuniones se habían retrasado, y por eso cuando llegué a casa pasadas las diez de la noche no esperaba encontrarlos allí. Estaban en el sofá, algo distanciados, con cara de estar hablando algo importante.

—Hola cuñado, ¿qué tal el día? —preguntó Alicia ahora con cara de felicidad al verme.

—Bien, hoy un poco tarde porque los problemas en el servidor se están multiplicando —contesté con toda la normalidad del mundo.

Dada nuestra costumbre, me sorprendió ver a mi cuñada con ropa en casa y enseguida me encontré incómodo y acalorado yo también por mantener el traje en casa.

—¿Qué tal el viaje Miguel? —pregunté a mi cuñado mientras me servía una cerveza en la cocina.

—Bien, un poco repentino. Gracias por dejar que me quede en tu casa un par de días. Quería venir a hablar con Alicia y ya ves, reconoce que le está pasando algo pero que no sabe muy bien el qué —comentó su novio con toda la confianza del mundo—. ¿Tú has notado algo desde que vives con ella?

No sabía que contestar a esa pregunta.

—No, la verdad es que yo veo a Alicia perfectamente, de hecho mucho mejor que cuando llegó a Holanda —contesté como pude—. ¿Habéis cenado ya algo?

—No, te estaba esperando como siempre —se le escapó a mi cuñada con naturalidad usando el singular sin incluir a su novio.

—Pues venga, preparo un poco de cena —les animé—. ¿No os importa si me quito el traje que hace muchísimo calor?.

—No, estás en tu casa —dijo el ignorante de mi cuñado—. Yo tenía más calor antes, pero ahora en bermudas estoy mejor.

Me quité el traje cómo quién no quiere la cosa, seguí por mi camisa y, hablando con ellos sobre Amsterdam, Holanda, fútbol y otras trivialidades, acabé únicamente con los calzoncillos encima. Mi cuñado, me miró extraño y buscaba la mirada de su novia Alicia para encontrar explicación.

—No os importa, ¿no? Es que llevo un día durísimo—les dije en respuesta a la sorpresa de Miguel.

—No tranquilo, es tu casa cuñado —contestó Alicia quitándole importancia—. ¡Yo también estoy muerta de calor! —exclamó entre risas para que su novio no alucinara cuando se sacó el vestido que llevaba y se quedó en sujetador y bragas.

—¡Joder! —saltó Miguel cuando la vió así—. ¿No te has pasado un poco? Coño, ¡qué está tu cuñado aquí!.

—Anda hombre, que no pasa nada cariño, que es como estar en biquini y estoy mejor así. La casa está muy bien, pero sin aire acondicionado coge demasiado calor —contestó mi cuñada mientras me dedicaba una sonrisa morbosa sin que él pudiera verla—. Si quieres quitarte tú algo…

—No, así estoy bien —respondió su novio en voz baja alzando sus hombros dándose por convenido.

Mientras preparaba la cena mi cuñada se vino a la cocina a ayudarme y Miguel seguía sentado en el salón. Allí, en la cocina, cómplices los dos rozábamos nuestros cuerpos como tantas otras vez lo habíamos hecho. Mientras, Miguel nos hablaba de vez en cuando o miraba la televisión. Nuestra cocina comunicaba por medio de una barra americana alta y cuando mi cuñada apoyó sus manos en la barra para dirigirse a su novio no pude resistirme y alcancé mi mano sobre su culo. Estábamos allí los dos, frente a su novio, hablando con mi mano ya entre los cachetes de su culo y uno de mis dedos repasando su coño. Estaba muy mojada.

Cuando nos sentamos a cenar, lo hicimos los dos juntos con Miguel en frente. La situación empezaba a ser demasiado caliente para nosotros y demasiada incómoda para el novio de Alicia. Casi desnudos, con nuestras piernas pegadas y hablando con toda la naturalidad, excluyendo poco a poco a Miguel en la conversación. Y es que, a medida que fue pasando la cena, empezó a quedar claro que allí sobraba él. Alicia acariciaba mi mano y al rato las mantuvimos unidas. Mi mano al principio acarició su espalda y al rato, mientras le desabrochaba el sujetador:

—Quítate el sujetador cuñada, que te está dejando marca —le dije serenamente.

Mi cuñada ayudó a quitárselo y a pesar de su cara de asombro, Miguel no dijo nada. Y aquello fue su fin. Hasta el final de la cena, mi cuñada y yo nos desinhibimos y no reparamos en caricias el uno al otro. Ya en el postre, cuando se me cayó un poco de helado en el bóxer, fue directamente mi cuñada la que me me indicó que me lo quitara. Mi cuñado nos miraba alucinado, sin saber qué decir o hacer. Éramos nosotros los que manteníamos la conversación como si nada. Ella tardó poco con sus bragas encima porque al levantarse a por café a la cocina se las sacó por los tobillos.

Con la cafetera en la mano se acercó a su novio y le preguntó:

—¿Quieres café cariño? —le dijo ahora con un tono cálido como era costumbre en casa.

—No —fue todo lo que Miguel contestó, seco.

Entonces, se acercó a mí y me dijo:

—¿Como siempre cuñado?.

—Sí, por favor, como siempre —le contesté mientras le acariciaba el culo.

Me sirvió el café y al acabar se sentó en mis piernas. Continuamos hablando, ahora ya ella y yo solos, decidiendo qué película ver aquella madrugada ya. Mientras, ante la mirada asesina de su novio, me acariciaba la polla con su mano. Como todas las noches, tras la cena, nos sentamos en el sofá aunque mi cuñado no consiguió levantarse de la silla presa de su asombro. Nada más encenderse la televisión, a la que Miguel ni siquiera miraba de espaldas, mi cuñada decidió dar el paso definitivo y como muchas otras veces se arrodilló frente a mí, dándome la espalda y apoyando sus brazos en la mesa baja del salón. Con su culo a mi disposición y ante la impasividad de su novio, dirigí mi polla hacia su coño y apoyándola en la entrada y me quedé quieto. Ella, como muchas otras veces fue echando para atrás su culo, metiendose la polla poco a poco. Estaba tan mojada que entró hasta el fondo sin dificultad.

Gemía descontrolada, más aún si cabe que otras veces ante la presencia de su novio. Se contorsionaba en busca de mi polla, se arqueaba para sentir mi pecho en su espalda y giraba su cara para encontrarse con mis labios y comerme la boca. Se corrió muy rápido para lo que se había convertido en normalidad entre nosotros. Mientras su novio nos miraba con la cara enfurecida pero paralizado por las emociones que le corrían por las venas. Una vez disfrutó de su orgamo gritando tan alto que hasta los vecinos hubieran podido oirla, mi cuñada se derrumbó sobre la mesa, con sus tetas aplastadas sobresaliendo en los costados de su pecho y giró su cabeza para encontrarse con la mirada de su novio.

Poseído por la lujuria, aceleré mis embestidas y la follé desatado. Abusaba de su culo como muchas otras veces había hecho y sabía a ella le gustaba, azotando sus nalgas de vez en cuando para mantener la tensión de su cuerpo. Cuando me vino una embriagador orgasmo pude ver en los ojos de Alicia satisfacción plena y un atisbo de ruego a su novio de comprensión ante lo que veía. Mi cuñada, cuando acabé, agarrándome un mano no me dejó salirme de dentro de ella y como muchas otras veces, nos derrumbamos juntos sobre la alfombra, dedicándonos caricias y manoseos.

Distraídos ambos por la pasión asaltada, solo alcanzamos a oír el portazo de su novio cuando se largó de casa. Seguimos allí tirados, descansando, como siempre sin cruzar una palabra sobre lo sucedido. Subimos a dormir como todas las noches juntos, desnudos ambos y tras dormir hasta el mediodía, pasamos el resto del fin de semana todavía más unidos mentalmente que antes, como si la huída de su novio nos hubiera liberado de una carga invisible. Ambos sabíamos que aún restaba una variable en la ecuación de nuestra vida pero lo dejamos como siempre al devenir de las situaciones.

Y ésta variable surgió antes de lo que esperaba. El lunes, mientras cenaba con mi cuñada ambos desnudos sentados en los taburetes de la barra americana de casa, llamó mi mujer al móvil como todas las noches. Al contestar, mi cuñada terminó su bocado, se agachó entre mis piernas y empezó a besarme la polla, en breves segundos y con la hábil lengua de Alicia jugando con mi glande, mi pene se tensó y ya firme se lo metió entero en la boca. Estaba tan sexy mientras me miraba con sus preciosos ojos excitada.

—¿Qué tal los niños? —le pregunté tras los saludos y ella me puso al día.

Mi cuñada pasó a besarme los huevos, besarlos y pasar su lengua y saliva por todos ellos. Cuando volvió a meterse la polla hasta alcanzar su garganta oí por el teléfono:

—Ha venido a verme Miguel esta mañana —me confesó en un tono algo serio.

Alicia, que hoy la conversación del móvil por el alto volumen, me miró sorprendida, aunque en vez de parar, sonrío ligeramente con mi polla dentro de su boca y siguió mamando.

—¿Y qué quería Miguel? —le pregunté intrigado.

—Voy a dejar a los niños con la canguro este fin de semana y voy a ir a Amsterdam. Llegaré el viernes —fue toda su respuesta—. Nos vemos el viernes cariño.

Y colgó. Imaginé que Miguel le habría contado lo que presenció el fin de semana, era lógico dado el carácter de aquel impresentable, pero que decidiera venir me confundía. Y además ese último “cariño” tenía demasiadas variables. Tardé en dejar de pensar en la conversación lo que tardó mi cuñada en ponerse de pie y girando para darme la espalda, colocó su culo sobre mi cintura y con una mano se la metió. Como siempre, su coño me recibió cálido y húmedo, tras unos segundos con mi polla clavada hasta el fondo, y apoyando sus manos en mis rodillas ligeramente subía y bajaba lentamente. Podía sentir sus labios vaginales recorriendo cada centímetro de mi polla, tan despacio que notaba como la sangre de polla acompañaba sus movimientos.

Estaba disfrutando de tal forma que me alcanzó un orgasmo incontrolado y ella al notarlo, echando su cabeza hacia atrás gimió para mí mientras inundaba su coño. Al terminar, con mi polla ya sin fuerza pero todavía dentro de ella, paró y se relajó apoyando su cuerpo sobre mi ligeramente. Acerqué mi mano a su coño y con mi dedo índice empecé acariciar su clítoris. Como muchas otras veces, conociendo ya el ritmo que necesitaba ese glorioso cuerpo, aceleré mis caricias sobre su coño y en apenas un par de minutos, se corría a gritos en mi mano.

Tras las noticias del viaje de mi mujer, aquella semana subimos la intensidad de nuestra convivencia como si se fuera acabar pronto. Casi todas las tardes de la semana ambos buscamos alguna excusa en nuestros trabajos para poder pasarla juntos en casa. Nada más entrar en casa, nos fundíamos en un intenso abrazo que acababa antes de hacer absolutamente nada, con mi polla dentro de ella y ya formando uno, nos calmábamos y conseguíamos articular palabra. Nuestros cuerpos eran una droga el uno para el otro y no teníamos suficiente.

No volví a recibir llamada de mi mujer durante la semana y por fin llegó el viernes. Como el anterior, al reunirme con el equipo de la empresa para la que trabajaba los viernes, pasé todo el día ocupado y conseguí terminar tarde, demasiado tarde. En el taxi hasta casa, volví a pensar en mi mujer y cómo afrontar su visita. También como el viernes anterior, decidí dejar que la situación se desarrollara por ella misma.

Cuando llegué y abrí la puerta, ambas hablaban en el sofá con una botella de vino casi vacía sobre la mesa. Vestidas. Hablaban como si nada y cuando me vieron en la puerta, me saludaron con efusividad.

—¡Hola cariño! —me dijo mi mujer en tono jovial.

—¡Hola cuñado! ¿Qué tal el día? —preguntó Alicia.

Ante tanta naturalidad, me acerqué primero a mi mujer y la besé en los labios brevemente a modo de saludo. Al terminar, me acerqué a mi cuñada con la naturalidad que había surgido entre ambos y también la besé en los labios, ahora unos segundos demasiado largos. No me giré para ver la cara de mi mujer y preferí esperar acontecimientos.

Me senté en el sillón enfrente de ellas y desatando el nudo de mi corbata, los tres entablamos una conversación trivial sobre Amsterdam, los niños y la familia de mi mujer y su hermana. Hasta que poco a poco el tema fue derivando hasta que mi mujer preguntó:

—Hablando de Miguel, vino a verme el lunes para decirme que lo habíais dejado, pero me tienes que explicar por qué porque es todo un poco misterioso —preguntó mi mujer intrigada.

—¿No te lo contó Miguel? —interrogó mi cuñada sorprendida.

—No, me dijo que no lo entendería, que tenía que verlo con mis propios ojos —nos contó mi mujer—. Que tenía que venir a Amsterdam y preguntarte aquí por qué. Con una cara pálida me dijo que aquí lo entendería todo. Y aquí estoy Alicia. ¿Qué pasó con Miguel?

Mi cuñada me miró y le devolví una mirada de consentimiento. Luego miré a mi mujer y ésta me miró con ojos curiosos. Luego mi cuñada miró a mi mujer con la misma mirada que le dedicó a su novio buscando comprensión. Era yo el que debía dar el primer paso y ante la atenta mirada de mi mujer me desabroché el cinturón, y bajándome la bragueta saqué mi polla del pantalón. Al instante, mi cuñada se levantó y dirigiéndose hasta donde me encontraba se agachó y comenzó una de sus maravillosas mamadas. Como siempre, me concentré en los labios de Alicia y apenas miraba a mi mujer.

Cuando Alicia sintió mi polla en plena erección, me quitó los pantalones y boxer y lentamente me desabrochó la camisa para dejarme desnudo. Luego, delante de mí y de forma sexy como pocas veces la había visto hasta ahora, se quitó primero su falda, luego su blusa, el sujetador y por último su fino tanga. Cuando al separarse de mí se sentó en el mismo sofá que mi mujer, casi al lado de ella, abrió las piernas y con ayuda de su mano se abrió el coño mostrándome el camino. Entendí que quería llevar la situación al límite, y para mi propia sorpresa me pareció una buena idea. Me acerqué sin mirar los ojos de mi mujer, y con brusquedad comencé a follarme a mi cuñada. Ambos disfrutábamos como animales, desatados, gimiendo y besándonos con pasión desaforada, justo al lado de mi mujer. Alicia y yo perdimos la noción del espacio y tiempo y como tantas otras veces, sólo buscábamos conseguir saciar nuestro deseo. Por la vehemencia de nuestros movimientos, mi cuñada y yo, acabamos casi en suelo. La moví contra la moqueta y asiéndola fuerte por la manos, encima de ella la follé tan fuerte que arrancaba sus gritos mezclados de pasión y dolor. A los ojos de alguien de fuera hubiera parecido que la estaba violando, cuando en realidad ambos sabíamos que mis embestidas era lo que necesitaba Alicia para correrse. Lo hizo enseguida mientras me arañaba la espalda y ahogaba entre gemidos su orgasmo. Al notarla satisfecha, me salí de ella y de rodillas acerqué la polla hasta sus labios. Como muchas otras veces, masturbé mi polla sobre sus labios, metiendo a veces tan dentro como me venía en gana hasta su garganta hasta que sentí el placer relajador y mi leche comenzó a caer sobre su lengua, sus labios y sus mejillas.

Al acabar, ya conscientes de la situación de nuevo, miramos hacia mi mujer. Estaba todavía vestida, pero al contrario que Miguel, nos miraba con cara comprensiva. También, con sus piernas abiertas y su mano metida entre sus bragas acelerando cada vez más. Sin apartar su mirada de nosotros, se corrió a continuación de nosotros en un orgamos largo, muy largo. Cuando acabó, se levantó y tras quitarse por completo la ropa nos preguntó:

—¿Es que en esta casa no dais de cenar a los invitados? —dijo con toda naturalidad.

Alicia y yo nos incorporamos y también con naturalidad, y como siempre sin molestar en limpiarnos, nos dirigimos a la cocina y empezamos a hacer la cena entre caricias y manoseos. Mi mujer se acercó a la barra y se sentó apoyando su encharcado coño dónde muchas otras veces había estado el de Alicia. Nos miraba con curiosidad mientras hablábamos los tres. Pasamos una cena muy divertida los tres liberados mentalmente. Mi mujer se sentó delante de los nosotros en el mismo sitio en el que se había sentado Miguel pero a diferencia de él, parecía encontrarse perfectamente cómoda.

Cuando ya estábamos de sobremesa disfrutando del final de la segunda botella que abrimos sonó el móvil de mi mujer y ésta contestó:

—¿Sí? ¿Quién es? —preguntó.

Mi cuñada, a la espera de la conversación de su hermana, alargó su mano hacia mi entrepierna y comenzó a acariciar mi polla todavía recuperándose de la sesión anterior.

—Ah! Hola Miguel, dime —oímos a mi mujer mientras nos miraba divertida.

Noté un pequeño temblor en el brazo de mi cuñada y apretó fuerte sus mano alrededor de mi polla. Ésta también reaccionó y comenzó a endurecerse. Podíamos oír de fondo la voz de Miguel pero no conseguíamos entender lo que decía exactamente.

—¿Qué si he estado en casa de mi marido? Sí, aquí estoy con ellos —contestaba mi mujer y volvíamos a oír la voz de Miguel hablando—. Sí, estoy con los dos. Y si llego a saber lo bonita que es la casa habría venido mucho antes.

Alicia seguía masturbando mi polla ahora de nuevo en total erección, ambos excitados por la conversación y sobre todo por la mirada de mi mujer ahora directa hacia mi polla y la mano de su hermana.

—¿Que si he notado algo raro?. No, ¿por qué lo dices? —fingía mi mujer al telefóno y volvía a escuchar a Miguel—. ¿Qué por qué me ha dicho mi hermana que lo habéis dejado? Bueno, resumiendo me ha dicho que eras un poco ingenuo.

Mi cuñada, con su mano libre acariciaba por encima su coño, masturbándose sin poder ocultar su excitación. Mi mujer la imitó y abriendo sus piernas mientras hablaba con Miguel dirigió su mano directamente hacia su brillante coño.

—¿Desnudos? ¿Follando? Tú eres idiota —le atajó mi mujer—. Tiene razón mi hermana cuando dice que eres un ingenuo.

Escuchamos a Miguel ahora más claro porque subió el tono de su voz hasta casi gritar. Y eso excitó a mi mujer demasiado porque aceleró sus dedos sobre su clítoris y empezó a gemir ligeramente. Conociéndola sabía que se volvería a correr. Al igual que su hermana, abandonó el móvil encima de la mesa para librarse de la conversación que ya le distraía y ayudándose de la otra mano para abrir su coño cuanto pudo se corrió entre gritos con sus dedos fusilando su clítoris.

Alicia tampoco aguantó más y levantándose, colocó sus piernas abiertas frente a mí y se sentó rápido sobre mi polla. Ahora era ella la que me folló. Se levantaba despacio pero cuando apenas tenía mi polla fuera de ella, se sentaba de golpe metiéndosela de golpe. Al rato se corría también ante la atenta mirada de su hermana. Siguió moviendo su cintura para mi placer y fue cuando mi mujer se levantó y se acercó a nosotros. De pie a mi lado me acarició el pelo con cariño:

—Córrete dentro de ella, cariño —nos dijo a los dos suavemente.

En ese instante, siguiendo el consejo de mi mujer, exploté dentro de mi cuñada como venía haciendo desde hace semanas. Cuando nos relajamos, nos subimos los tres a la planta superior de las habitaciones. Al llegar arriba, mi cuñada y yo nos fuimos a la cama juntos como todas las noches. Mi mujer, comprensiva, se fue a dormir a la habitación que había sido de Alicia.

Pasamos el fin de semana de la misma forma habíamos pasado los anteriores cuando estábamos solos, aunque ahora nos acompañara mi mujer. Durante el día aprovechamos para hacer alguna compra los tres juntos y comer en algún restaurante de moda de Amsterdam. Nos divertíamos y en ningún momento tuvimos necesidad de hablar sobre lo ocurrido. Mi cuñada se mostraba feliz como nunca, ahora sí completamente liberada. Mi mujer, para sorpresa de cualquiera que no la conociera, se veía radiante y alegre de forma sincera por su hermana y su marido. Yo además, sabía que con la menta salida que tenía, disfrutaba tanto a más que nosotros sólo con mirarnos y masturbarse.

Al llegar a casa, los tres nos desnudamos y pasamos el fin de semana como el resto del tiempo con mi cuñada entre caricias, besos, manoseos y follar. Mi mujer nos dejaba hacer, nos observaba con curiosidad y deseo constante. Sólo a veces nos dirigía la palabra para darnos el empujón que necesitábamos en un momento puntual, tanto a Alicia como a mí. Nos animaba a corrernos para el otro, a aumentar el ritmo de mis embestidas para que disfrutarámos más. Entendí que disfrutaba tanto como nosotros cuando el domingo antes de que volviera a Madrid, estando los tres en el baño para duchar y prepararnos y el culo en pompa de mi cuñada mientras se apoyaba en la encimera del baño para maquillarse, acercó una mano a mi cabeza y me indicó con el dedo lo que debía hacer.

Obedeciéndola, me agaché y sacando mi lengua jugué con el precioso culo de mi cuñada. Ella al notar la humedad de mi lengua empujó su culo hacia mi cara, y tras lubricarle con tanta saliva que le resbalaba por las piernas, follé esa maravilla de culo mientras sus gritos ensordecían el baño. A nuestro lado, mi mujer sentada en el váter con las piernas abiertas masturbándose enloquecida mientras nos miraba y acababa corriéndose entre gemidos.

Mi mujer volvió a Madrid, pero desde entonces, nos visita cada dos fines de semana en Amsterdam. Alicia y yo pasamos la semana como de costumbre, cada vez más compenetrados si cabe y a pesar del tiempo que ha pasado, mantenemos la misma atracción y deseo que el primer día. Ambos tenemos claro que cuando dos cuerpos están hechos el uno para el otro, una vez que se descubren son insaciables para siempre.

Las semanas suelen seguir la misma rutina. Alicia y yo nos levantamos y tras ducharnos para limpiar nuestros cuerpos de los restos del día anterior nos vamos al trabajo. No es raro que durante el día reciba alguna llamada suya sin ninguna importancia que sé lo hace porque está masturbándose en alguna habitación vacía. Me habla de temas triviales o sobre qué haremos por la noche pero en realidad sé que lo que necesita es oír mi voz. Al llegar a casa por la noche, suele llegar ella antes que yo, ya desnuda para recibir mis caricias y claro, mi polla en su interior. Una vez calmados, decidimos si salir a cenar o quedarnos en casa.

Mi mujer suele llamar todas las noches para mantenernos al día de la familia, pero sabe que mientras hablamos su hermana o bien está penetrada por mí, me está chupando o la polla o tiene mis dedos jugando en su coño. Casi siempre, acabamos dejando el móvil a un lado para que mi mujer pueda oírnos y estoy seguro masturbarse.

Mi mujer, cuando nos vista sigue la misma rutina. Llega el viernes y nada más llegar se desnuda al igual que nosotros. Desde la primera vez que vino no he vuelto a follar con ella pero a ella parece no importarle y consigue saciar su erotismo mientras nos mira y se masturba. En alguna ocasión, cuando hablamos con ella nos ha dado a entender que en Madrid folla de vez en cuando con algún vecino o ligue de una noche al salir con sus amigas, pero me imagino lo hace para conseguir llenar su coño durante alguna noche desesperada y en ausencia del de su marido. Sin embargo, mis sentimientos no son de celos sino de alegría por ella y además estoy seguro ambos nos seguimos queriendo como desde el día en que nos casamos, sólo que ahora nuestra sexualidad a cambiado y además nos gusta.

Recientemente, con mi trabajo en Amsterdam marchando a toda vela, Alicia y yo, mientras hablábamos con mi polla en su interior, hemos comentado con toda naturalidad que nos cambiaremos a una casa más grande en la que puedan vivir al lado mi mujer y mis hijos. Alicia y yo no queremos hijos y a pesar de que no lo hemos hablado, ella, cuando le dije que iría a hacerme la vasectomía me comentó:

—¿Estás seguro cuñado? Quién sabe, a lo mejor a quien te folles necesita sentir tu leche dentro de ella, llenando cada centímetro de su vagina, quemándole por dentro y luego gozando cuando le resbala por sus muslos —mientras se acercaba caliente en busca de mi polla—. Mira yo misma tomo anticonceptivos para no tener riesgo de embarazo y así poder disfrutar el placer de sentirme la mujer de mi amante  —dijo hablando en tercera persona.

Me quedó claro y como siempre: ni una palabra.