Ni una palabra (2)

Ambos nos esforzamos cuanto pudimos, pero resulta imposible evitar lo inevitabe.

Ni una palabra II

El recuerdo de todo aquello permanecía perenne en mi memoria, como si los hechos hubiesen tenido lugar ayer mismo, reteniendo con precisión hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido. Pero lo cierto es que el tiempo seguía su curso y ya había transcurrido algo más de medio año desde aquella inolvidable tarde de verano.

Durante todo ese período, los recuerdos más prohibidos y los deseos más inconfesables se agolpaban en mi pensamiento cada vez que mi madre me dirigía la palabra, o simplemente cuando cruzaba su mirada con la mía. Desconocía si a ella mi le sucedía lo mismo, desde aquella tarde estival nuestras miradas coincidían con mayor frecuencia y expresaban un sentimiento imposible de descifrar para cualquier otra persona. Como si se tratase de un código privado entre madre e hijo.

Lo cierto es que sobrellevamos todo aquello con la discreción necesaria, por lo que ni mi padre ni mi hermano jamás podrían si quiera tener la más mínima sospecha acerca de lo ocurrido.

Al llegar el otoño, como cada año, mi hermano Alberto y yo dedicábamos los días, las tardes y parte de las noches a estudiar y a llevar a cabo algún trabajo esporádico que nos permitiera concedernos algún capricho que otro o costearnos las fiestas de los fines de semana. Apenas poníamos un pie en casa hasta la hora de la cena, lo cual me permitía mantener mi mente ocupada la mayor parte del tiempo.

Así pues, involucrados en una inevitable espiral de monotonía, los días fueron pasando a una velocidad aceptable, hasta que el mes de Abril trajo consigo, además de la primavera, algunos acontecimientos interesantes. Éstos fueron anunciados por mi madre durante una de tantas cenas, único momento en el que podíamos entablar conversación con mis padres:

  • ¿Sabéis? Tengo que daros una noticia – Dijo mi madre con tono optimista.
  • Y a veremos qué pasa ahora – Profirió mi hermano Alberto con su habitual desconfianza hacia lo desconocido.

Mi padre ingería la cena con parsimonia, ajeno a la buena nueva. Seguramente por qué él ya sabía lo que mi madre iba a decir.

  • Bueno dinos mamá, no nos tengas más en ascuas. – Incidí.
  • Pues resulta que Toni y Eva hacen las bodas de plata este año y por supuesto tenemos que ir. – Explicó mi madre.
  • ¿Todos? ¿Para qué tengo que ir yo? – Preguntó Alberto con cierta insolencia.
  • No seáis así, ya sabéis que son nuestros mejores amigos y además les gustaría mucho que fuéramos todos, os aprecian mucho.
  • Bueno… ¿cuándo sería la boda? – Pregunté al tiempo que masticaba con ahínco un bocado de tortilla.
  • La boda es a principios de Junio, creo que el día 4 si no me equivoco. Alberto tiene el traje que se compró el año pasado pero tú tendrás que comprarte uno Edu. – Apuntó mamá.
  • Vaya pues no sé cuándo voy a ir a comprármelo, además yo no tengo ni idea de esas cosas. – Dije algo agobiado.
  • Mira Edu cariño, aprovecharemos las vacaciones de semana santa que están al caer para ir a mirar lo del traje. – Sentenció.

La conversación derivó en otros diálogos irrelevantes que se consumieron rápidamente, casi tanto como aquella tortilla de espinacas.

Las vacaciones de semana santa no se hicieron esperar demasiado y su llegada nos sentó a mi hermano y a mí como pan bendito. Por fin gozábamos de un más que merecido descanso.

Alberto aprovechó, al igual que hacía en verano, para ganarse un dinero extra como monitor de campamento, mi padre trabajaba excepto los días festivos propios de la semana santa y yo decidí emplear mi tiempo en concluir algunos trabajos de la universidad que me traían de cabeza.

Así pues pasé los días no festivos en casa con mi madre; ella realizaba sus tareas habituales y yo permanecía en mi habitación de cara al ordenador durante buena parte de la jornada. Por las tardes solía salir un rato con los amigos, ya que muchos estaban en la misma situación que yo.

Una noche, durante la cena, mi madre sacó a relucir el tema de la boda y del traje:

  • Oye Edu, ¿tienes mucho trabajo para mañana?
  • Pues no sé mamá, como siempre. ¿Por qué lo dices? –
  • Bueno recuerda que tenemos que mirar lo de tu traje y ya sabes que hay que hacerlo estas vacaciones. – Argumentó.
  • Vale pero que no sea por la mañana por favor, que es cuando mejor me siento para hacer los trabajos de la universidad. – Expuse yo.
  • Pues hijo mío, vamos por la tarde y ya está – Replicó mi madre.
  • Vale, por mi bien – Contesté.
  • ¿Tú te vienes verdad Vicente? – Preguntó mi madre a mi padre.
  • ¿Yo? ¿Para qué? Mejor vais vosotros dos que a mí me revienta ir a esos sitios, ya lo sabes.
  • Bueno, pensándolo bien tú también tienes el tarje preparado. Iremos Edu y yo entonces. – Acertó a decir mamá.
  • Bien – Concluyó mi padre para proseguir con su cena.

La verdad es que no me hacía mucha ilusión eso de tener que ir a comprarme un traje, aunque ayudaría a despejar mi mente, un tanto colapsada por mis estudios. Además, me gustaba la idea de pasar la tarde con mi madre, me sentía a gusto con e incluso me divertía conversar con ella. Siempre nos habíamos llevado muy bien.

Sin tiempo a más preámbulos se nos echó encima el día siguiente, dediqué la mañana a estudiar, comí con mis padres y me eché una pequeña siesta para ir de compras más descansado.

  • Edu hijo, vístete y vámonos que ya son las cinco y media. – Exclamó mi madre desde el pasillo para despertarme de mi letargo.
  • Sí mamá enseguida estoy – Contesté somnoliento.

Me vestí perezosamente y salí a sacar el coche del garaje, hacía una tarde bastante calurosa y soleada, cosa que me animó. A los dos minutos salió mi madre bolso en mano y luciendo un vestido de entretiempo, algo más veraniego que primaveral. Muy atractiva, para ser claros.

El centro de Valencia distaba unos diez kilómetros de nuestra casa, por lo que mi madre dio rienda suelta a su labia durante el viaje.

  • Ay Edu cariño, ya verás que guapetón te va a poner tu madre. Vas a ser el triunfador de la boda. – Decía mi madre con ese tono que andaba siempre entre lo real y lo fantasioso, por lo que nunca sabías si de verdad creía en lo que decía.
  • Anda ya mamá, deja de decir sandeces – Objeté.

Entre bromas, no bromas y de más, llegamos al centro, busqué aparcamiento con más pena que gloria y accedimos al centro comercial media hora después.

  • Venga Edu, tenemos que ir a la tercera planta, la de moda de hombre. – Apuntó mi madre visiblemente en su salsa.

Una vez allí, mi madre se desenvolvió con suma habilidad hasta que consiguió explicarle a un empleado lo que estaba buscando.

  • Estamos buscando un traje para mi hijo, una camisa que le vaya bien al traje, la corbata y también los zapatos. – Escuché decir a mi madre.
  • Muy bien señora, ¿es aquel su hijo? – Preguntó el empleado.

Me localizó en un instante y siguió hablando con mi madre sobre cuestiones estéticas, mientras tanto yo esperaba paciente mirando otro tipo de ropa. A los pocos minutos apareció mi madre otra vez.

  • Mira éste Edu, es precioso, vamos a probártelo – Dijo ilusionada.

Obedecí sin mediar palabra y nos dirigimos a los probadores, mi madre portaba en su brazo un traje de color gris y una camisa negra.

  • Eduardo cariño, ve poniéndote el traje mientras yo voy a coger la corbata y el cinturón que me los está buscando el hombre.
  • Vale mamá.

Me puse el traje y tal y como me había dicho mi madre, regresó al cabo de unos minutos con una corbata roja y un cinturón negro no muy ancho. Me los pasó por la cortina y fue a buscar los zapatos que ella misma había elegido.

  • ¿Edu? – Preguntó mi madre intentando localizarme de nuevo.
  • Si mamá aquí estoy – Le indiqué.
  • Toma, ponte los zapatos, son preciosos eh. – Dijo con entusiasmo.

Lo cierto es que me gustaba bastante todo lo que mi madre había elegido. Se notaba que disfrutaba con todo lo relacionado con la moda y que era una mujer más o menos moderna para su edad.

  • Ya está mamá, ya lo tengo todo. – Dije tras enfundarme los zapatos.
  • ¡A ver, a ver, a ver! – Exclamó mamá mientras descorría la cortina.
  • ¿Te gusta?
  • Ay mi chico que guapo que está. Deja que te ponga bien la corbata.

Mi madre se acercó para corregir el nudo de mi corbata y para comprobar que todo estaba bien colocado.

  • Edu hijo mío, pero metete bien la camisa por dentro, no ves que te hace bulto por detrás – Profirió.

Sin darme oportunidad alguna de redimirme, ella misma introdujo sus manos entre mis pantalones y resituó con éxito la camisa.

  • La verdad es que el pantalón te queda un pelín grande de cintura, voy a pedirle una talla más pequeña a ver si te queda mejor. – Dijo mi madre, insatisfecha con el resultado.
  • Vale mamá pero no tardes eh – Repliqué.

Lo cierto es que todo aquel contacto entre mi madre y yo estaba despertando en mí decenas de pensamientos guardados hasta ese momento. Aunque pensé que sería algo normal y le resté importancia.

Al poco tiempo regresó ella con otros pantalones más pequeños. Me los pasó por la cortina y me animó a probármelos.

  • Ya está mamá, mira a ver si te gustan más estos.
  • Mm, sí, pero Edu mira que sois torpes los hombres eh, anda que ya te has puesto otra vez la camisa mal.

Así que volvió a meter sus manos dentro de mis pantalones, pero esta vez tuvo que desabrochar el botón ya que eran más estrechos. Levemente rozó involuntariamente mis partes con su mano y terminó su tarea.

  • Así sí que estás perfecto – Dijo visiblemente satisfecha.
  • Bueno, si tu lo dices mamá… - Contesté sin mucha convicción.
  • Estás perfecto, no ves que te lo está diciendo tu madre – Insistió.
  • Vale, vale. Por cierto mamá, estos zapatos me vienen algo grandes, pídele al hombre un 42, por favor. – Le pedí.
  • Vale cielo, ahora mismo te los traigo.

Mi madre volvió a la carrera con los nuevos zapatos talla 42, tal y como le había pedido. Estaba ya casi sudando víctima del calor producido por el trajín de las compras. Me probé los zapatos y nos cercioramos de que todo estaba correcto.

  • Uf estoy agotada Edu, cámbiate rápido y nos vamos a tomar algo por ahí. – Propuso.
  • Sí mamá, buena idea, en seguida me cambio y nos vamos.

No tardé en solicitar de nuevo la inestimable ayuda de mi madre para desatarme adecuadamente el nudo de la corbata. Una vez desatada, proseguí yo sólo sin más demora.

Pero cuando ya me había despojado la camisa y me disponía a desabrocharme el pantalón, comprobé que la cremallera no bajaba. Lo intenté con toda mi fuerza y toda mi maña pero fue imposible, parecía completamente atascada.

No me quedó otra opción más que pedir ayuda otra vez a mi madre, quien se abanicaba acalorada con la mano en el pasillo de los probadores.

  • Mamá ¿estás ahí?
  • Sí hijo, dime.
  • Ven por favor que tengo un pequeño problema … - Le dije con timidez.
  • Ay Edu, como vas a costar de criar – Murmuró mientras aparecía tras la cortina.

Justo al entrar, una de sus manos se enganchó accidentalmente con alguna de las prendas de ropa que estaban colgadas del perchero, haciendo caer todas al suelo.

  • Vaya por Dios – Exclamó a la vez que se agachaba a recogerla.

Cuando se incorporó de nuevo, se pasó la mano por los ojos dando muestras de agotamiento fruto de tanto ajetreo.

  • Uf que calor tengo, ya no aguanto más. – Acertó a decir mientras secaba el sudor de su frente.

En ese mismo instante se quitó el jersey de entretiempo y dejó al descubierto una camiseta de manga corta bastante ceñida y provista de un generoso escote que aceleró mi respiración de golpe y porrazo. Esa situación hizo que mi mente recordara a la velocidad de la luz aquello que había ocurrido ocho meses antes, en el cuarto de baño de nuestra casa.

  • A ver Edu cuál es ese problema que tenías. – Dijo, ya más recuperada.
  • Pues … que no se me baja la cremallera. – Expliqué enrojecido.
  • Déjame ver.

En cuanto mi madre puso sus manos sobre la cremallera mi pene empezó a crecer pausadamente, pero escapando ya a mi control. Por el momento aún podía disimularlo, pero no tardaría en aumentar aún más.

  • Puf, vaya por Dios, parece que se ha enganchado bien eh.
  • Sí, lo he intentado de todas las maneras pero nada. – Dije, todavía con cierta cordura.

Entonces mi madre decidió agacharse para ver más de cerca el mecanismo de la cremallera, por lo que su cara quedó enfrentada a mi semi-abultado paquete. Al agacharse cometió el "error" de ofrecerme una vista privilegiada de sus pechos enfundados en aquella ajustada camiseta.

Prácticamente perdí la poca cordura que conservaba, aquella visión me retrotrajo en el tiempo, hasta ese bikini blanco que abrió la veda de la lujuria ocho meses atrás. Mi polla ya estaba casi completamente erecta, pero mi madre no parecía darse cuenta, afanada en encontrar la manera de solucionar el problema.

  • Creo que ya está … - Dijo con voz de esfuerzo.

Y de pronto el pantalón bajó por su propio peso hasta mis tobillos.

  • Ya está Edu, ha costado eh – Comentó observando con satisfacción los pantalones ya en el suelo.
  • Sí mamá, muchas gracias – Acerté a decir no sé todavía cómo.

No me había dado cuenta, pero con el impulso, no sólo se habían bajado los pantalones sino que mis calzoncillos también habían sido arrastrados unos centímetros, dejando parte de mi glande a la vista.

Al alzar la mirada del suelo, mi madre se dio cuenta del panorama.

  • ¡Pero Edu hijo!
  • Perdón mamá, de verdad, lo siento. – Me apresuré a contestar.
  • No, no … no pasa nada hijo, pero no sé a qué se debe eso.
  • Lo siento mucho mamá, yo … no sé qué decir.
  • Bueno hijo no hace falta que digas nada pero te vas a hacer daño con el calzoncillo así – Dijo mientras lo bajaba para liberar mi pene.

Mi madre se levantó, miró mi polla completamente yerta durante unos segundos y después me miró a mí. En su mirada advertí cómo el deseo se apoderaba de su mente.

Tras unos instantes de duda rodeó mi cuello con sus brazos y me besó apasionadamente, presa irreversible de la lujuria.

Yo respondí con tanta o más pasión que ella, pues mi subconsciente llevaba meses esperando ese momento.

  • Edu amor mío – dijo susurrándome al oído – me juré a mi misma que no volvería a suceder, pero me vuelves loca hijo mío, me vuelves loca Edu, no puedo más.
  • Tú a mí también mamá – Repliqué, al tiempo que descendía para morder su cuello y llevar mi lengua hasta sus tetas.

A partir de ahí, ambos nos dejamos llevar por el desenfreno más instintivo, sin reparar absolutamente en nada. Absortos el uno en el otro, fundiéndonos en el pecado más placentero.

  • Uf Edu, hazme lo que quieras, lo que quieras Edu, pero hazme tuya.
  • Vale mamá. – Contesté yo, en el séptimo cielo.

Lamí sus pechos una y otra vez frotando sus bragas con mis dedos, mientras ella me masturbaba con una de sus manos y empujaba mi cabeza con la otra. Entonces mi madre dijo algo que no esperaba escuchar.

  • ¡Edu! – Susurró excitada.
  • ¡Qué mamá! – Conteste igualmente excitado.
  • Quiero sentirte dentro.

No podía creer lo que acaba de escuchar, mi propia madre me invitaba a cruzar la línea para adentrarme de lleno en un mundo prohibido. En esas condiciones no lo pensé ni un solo instante y procedí.

Bajé las bragas de mi madre, la desnudé por completo e hice que apoyara sus manos en el asiento del probador. Era mucho más de lo que había soñado, estaba a punto de penetrar en el cuerpo de mi madre que esperaba ansiosa a cuatro patas, cual yegua en celo.

  • Vamos Edu por favor, métemela ya – Solicitó impaciente.

Separé un poco sus piernas para abrirme paso con más facilidad y hundí mi polla en su lubricada vagina, a lo que ella respondió arqueando la espalda y abriendo su boca emitiendo un leve gemido.

  • Ah Edu cariño, dame fuerte por favor, dame fuerte, no pares.
  • Sí mamá

Estaba en la gloria más bendita que pueda existir. Estaba follándome a mi madre en un probador, penetrándola como a una yegua y tirándole del pelo.

Así estuvimos no mucho más de tres minutos, ella no emitía demasiados gemidos pero su rostro reflejaba un vicio absoluto, yo me recreé en la excitación del momento; mis manos abarcaban sus dos melones mientras mis testículos chocaban contra su cuerpo una y otra vez.

Nuestra figura se reflejaba en el espejo, la cara de mi madre era la excitación personificada y sus piernas temblaban de placer golpeadas una y otra vez por mis cada vez más salvajes embestidas. Cuando de pronto advertí que no podría aguantar mucho más.

  • Mamá me voy a correr, no puedo más.
  • Sí hijo, córrete vamos, córrete.
  • Mamá ya me corro

Tras decir esto, mi madre se dio la vuelta rápidamente y se introdujo mi polla en la boca.

Mi madre no dejaba de mirarme a los ojos, cosa que me excitó aún más si cabe. Además con una de sus manos apretaba suavemente mis testículos, como si quisiera extraer de ellos hasta la última gota.

  • Ah, mamá, mamá, me voy – Anuncié con un hilo de voz.

A los pocos segundos estallé, llenando su boca con potentes y caudalosos chorros de semen que ella se esforzaba por tragar.

A pesar de la inmensa cantidad, consiguió tragarse la mayor parte, aunque por su barbilla resbalaban pequeños afluentes blanquecinos que acabaron desembocando en sus pechos color café.

Tras la corrida, aún siguió pelándomela durante algunos segundos sin dejar de mirarme a los ojos. Después, se levantó y nos fundimos en un largo y carnoso beso.

  • Edu, quizá esto no debió suceder nunca, pero ha sucedido y no siento remordimiento alguno porque lo deseaba.
  • Yo también mamá y tampoco siento remordimientos, es imposible evitar lo inevitable.
  • Ahora mismo Edu, ni yo misma me atrevo a decir que esto nunca volverá a suceder, pero tienes que prometerme una cosa.
  • Claro mamá, lo que tú quieras.
  • Edu cariño, ni una palabra por favor, ni una palabra.