Ni rastro de humanidad

Apenas recordaba su vida anterior...

Apenas recordaba su vida anterior. De vez en cuando, para humillarla, su amo le ponía alguno de los videos que tenía de cuando aún era humana, de cuando aún podía elegir, opinar, decidir. En realidad, ya ni siquiera le eran humillantes, pues no reconocía a la chica que aparecía en la pantalla.

Ella solo veía una chica joven, de veinteypocos, morena, con el pelo largo, ojos verdes, algo gordita, con una tetas grandes, bien vestida (ropa de marca) y poniéndose colorada mientras respondía, mirando a la cámara, a unas preguntas muy personales que leía de un papel en sus manos.

No recordaba que esa había sido la prueba que su amo le exigió para conocerla. No recordaba que probablemente ese había sido el comienzo de su final como persona. No recodaba apenas el proceso que la llevo a convertirse en lo que veía e imaginaba en sus fantasías, en sus sueños más húmedos y que llegó a obsesionarla tanto que pensaba en ello durante el día. No recordaba como fue capaz de contactar con un amo y contarle sus secretos ni como se decidió a probar.

Sin embargo, su amo si recordaba todo. Recordaba cómo se sorprendió a recibir un correo de una chica de su propia ciudad contándole sus fantasías. Recordaba como, tras varios correos y convencido de que era una coña, le exigió enviar un video con las respuestas a unas preguntas muy duras y si hubiese tenido un espejo delante, se le habría quedado grabada la cara de tonto al verlo.

Desde ese momento, su vida cambió. Dedicó en cuerpo y alma a transformar a una niña pija fantasiosa en una perra total, superando límites, fantasías y sueños cada día.

Sobre todo recordaba el día en el que habían acordado que se convertiría en perra 24/7, sin derechos, sin condición de humana, sin límites y sin marcha atrás.

De eso si se acordaba ella. Sabía que había aceptado, deseándolo con toda su alma, convertirse en lo que era ahora. En realidad, ni siquiera sabía en que se convertiría, solo sabía que sería lo que su amo quisiera, sin más, sin que ella pudiese resistirse ni dar marcha atrás.

Ahora, 10 años después, el amo recapituló. De la chica joven y gordita que entró en su casa no quedaba nada, la transformación había sido brutal. No solo había modelado su mente (no se había resistido ni una sola vez en 10 años) si no su cuerpo. Ahora, la perra era delgada, quizás demasiado, pero así era más manejable. De su pelo no quedaba rastro: rapada y depilada al laser, no tenía ni cejas. Andaba a 4 patas y ya no podría ponerse en pié nunca, pues tenía los tendones de la rodilla atrofiados. Se lo hicieron en la misma clínica clandestina (los chinos tienen de todo clandestino) en el que le había atrofiado las manos. Ya solo comía directamente del bol que dejaba en el suelo 2 veces al día.

Su tetas eran desmesuradas (los chinos también) y tendían a arrastrarse por el suelo. Estaban decoradas con 2 argollas de 5mm de grosor y 5 cm de tamaño que había estirado los pezones hasta hacerlos antinaturales, pero a él le encantaban.

En el coño había hecho varios cambios. Ahora estaba encantado con 12 remaches que llevaba en los labios (6 en cada) que le permitían todo tipo de juegos y torturas. En el clítoris, un aro parecido a los de los pezones lo había estirado casi 5 cm, haciéndolo colgón y feo.

En la cara, le había sustituido el tabique nasal por uno de acero del que salía otro aro gordísimo, que la desfiguraba.

Estaba orgullosísimo de su obra, que además tenía varios tatuajes y marcas al fuego. Entre ellos, una marca al fuego de la palabra "perra" en la zona del pubis que le ponía a mil.

Sin embargo, todavía había un detalle que tenía que arreglar. La perra aún disfrutaba de orgasmos de vez en cuando. No tenía ni idea de cómo ni porqué (total, le daba igual su placer) pero no le gustaba la idea.

Para ello, había decidido sacrificar uno de los juguetes decorativos de la perra y extirparle el clítoris. Ese resto de feminidad, de pertenencia a la raza humana tenía que desaparecer.

(continuará)