Nevada de Agosto III
Tercera y última entrega... ni todo es lo que parece, ni espero que tan obvio... al que adivine el final le deseo una buena paja y al que no también.
Cuando me desperté de la siesta en el sofá, estaba solo y la tarde estaba bien avanzada, por la ventana empezaban a entrar tonos naranjas del atardecer. Me fui al aseo, me lavé la cara y oí ruiditos y jadeos en la habitación de invitados. La puerta estaba entornada, así que entré sin llamar. La escena molaba, allí estaba mi Alfonsito dándole a Juan a base de bien, mientras este estaba a cuatro patas. Se estaba empleando a fondo, era una máquina, puro nervio, tenía todos los músculos del culo y las piernas en tensión y aquello me volvió a encender y quitándome los pantalones cortos me aproximé a la cama.
Alfonsito dejó lo que estaba haciendo y se sentó en la cama, supongo que adivinó mis intenciones.
—Pero ¿por qué te apartas? —le pregunté con fingida inocencia, a pesar de haber echado ya un salivazo sobre mi poya.
—Porque cada vez que vienes acabo empotrado.
—No has protestado mucho, que digamos.
—Él no, pero yo sí, que aquí el culo que está desatendido es el mío —dijo Juan saliendo al quite poniendo cara de pena que se había sentado en la cama.
Me Tumbé al lado de Alfonsito y me arrimé bastante poniéndome de lado mientras él estaba boca arriba y nuestras poyas se juntaron. Alargue la mano libre y cogiendo por los pelos con fuerza a Juan le metí un tirón y lo lleve hasta nuestras poyas, diciéndole: —Chupa y calla, llorón.
No hubo que insistirle más y empezó a chupar las dos pollas, una a una, las dos al tiempo, los huevos, un perineo y luego el otro. Lo que no lamía lo masajeaba con las manos. La verdad es que se desenvolvía muy bien y tenía una boca grande que cabía de todo. Mientras Alfonsito y yo nos morreábamos con pasión. Le besé el cuello y las orejas y le pellizqué los pezones. Él a mí me comió la oreja a base de bien y me mordisqueó la barbilla, pasando la lengua por mi rasposa barba.
—¿Mejor así? Campeón —le susurré al oído en uno de mis arrumacos.
—De momento sí, a ver si sigues así y no te equivocas de agujero.
—No te preocupes, creo que podríamos darle a Juan justo lo que quiere.
Me miró con cara interrogante y yo le devolví la mirada con malicia, diciéndole: —Su boca puede con dos poyas, ¿qué dices, probamos a ver su culo? —Puso los ojos como platos inundados de pasión y sadismo, la idea era del todo tentadora.
—¡Eh! Cabrones que estoy aquí dejad de hablar de mi culo como si no estuviese —replicó Juan con una poya en cada mano y su boca brillante de los fluidos de dos poyas.
—Que te calles y chupes, no es tan difícil de entender —le repliqué con dureza, a lo que solo respondió un quedo “sí” y siguió chupando mientras Alfonsito y yo discutíamos los pormenores del asunto entre besos, caricias y arrumacos. Tardamos bastante y es que es difícil pensar cuando te la están chupando a base de bien y la boca de Alfonsito besa tan bien.
Por fin nos decidimos, nos sentamos Alfonsito y yo de cara y abriendo a tope las piernas y juntando nuestros culos, mis piernas por debajo y las suyas por encima. De forma que nuestras dos poyas apuntaban hacia arriba y juntas. Juan se puso de pie y cogiéndose del cabecero de la cama empezó a hacer una sentadilla sobre ellas. Después de poner varias veces lubricante y varios intentos por fin entraron las dos. Y tuvimos que parar durante un rato a que su culo dilatase lo suficiente.
Luego, poco a poco, empezamos a bombear los dos al mismo tiempo, costó un poco coordinarse, y siempre había que estar atento a que ninguna se saliera. Pero al final los dos al unísono bombeábamos bien y fuerte y Juan ayudaba sentándose a placer sobre nuestras poyas. Juan estaba desatado, chillaba como una perra en celo, tanto de dolor como de placer. Su poya parecía tener vida propia y se bamboleaba como loca.
No aguantó mucho y empezó a correrse a base de bien, tiró como 10 o 12 lefazos de leche por toda la cama y la habitación. Era como la manguera de los bomberos cuando nadie la aguanta, y casi del mismo tamaño. A Alfonsito le cayó uno en la cara y en la boca y fue más de lo que podía soportar y empezó a correrse dentro del culo de Juan. Todo se puso muy caliente y resbaladizo. Así que, a pesar de los esfuerzos, nuestras poyas se salieron, la de Alfonsito perdiendo tamaño rápidamente. Juan tampoco aguantó la postura y se tumbó de lado, dándonos la espalda y un poco encogido cogiéndose el culo. Ahora le venía el dolor todo de golpe.
Alfonsito se dejó caer de espaldas sobre la cama y yo me puse a su lado. Pensé en hacerme una paja mientras le besaba. Él empezó a besarme con pasión, alargó una mano y cogió mi poya y estirando suavemente de ella la llevó hasta su culo al tiempo que se giraba ligeramente sin dejar de besarme. Aquello era una invitación en toda regla y no iba a desaprovecharla. Así que untada con el lubricante y su corrida le metí un buen pollazo que hizo que me besara con más pasión.
Entre besos y caricias le susurré al oído: —¿El nene quiere su palo?
—Deja de llamarme así, es solo por no dejarte con el empalme, cabrón.
—Gracias Alfonsito —dije dándole mayor ritmo a mi follada para acabar antes mientras me devolvía una mirada de odio por el nombrecito. Pero su poya volvía a estar dura y alargando una mano se la cogí y empecé a pajearlo.
—Alfonsito —le dije, nuevamente —se te ha puesto dura y te vas a correr, esto no es un favor campeón, es que te morías por tener mi poya corriéndose dentro de ti.
—¿Y a qué esperas? ¡Va! Préñame, te estás poniendo las botas este finde.
—A tus órdenes Alfonsito —logré decir entre convulsiones cuando mi poya no aguantó más y empezó a soltar trallazos de leche dentro de su culo. Mi mano imprimió un ritmo frenético y él también se corrió en mi mano. Mientras mi poya flácida salí de su culo llevé mi mano cargada de rica leche a mi boca y empecé a disfrutarla. Él se recostó sobré mi y la compartimos entre lametones y besos, hasta que nos quedamos dormidos.
Nos despertamos muy tarde, cenamos y esa noche no hubo nada más de sexo, aunque dormimos juntos en mi cama.
A la mañana siguiente nada más despertarme Juan me dijo que se iban tempano que eran muchas horas de carretera y eso. Me fui a la cocina y empecé a preparar el desayuno. Primero apareció Juan ya vestido con unos pantalones cortos rosas y un polo. Y luego Alfonsito, llevaba unos Levis que le hacía un culo increíble con unas botas de montaña de piel color crema y una camiseta blanca muy pequeña que le marcaba sus pequeños brazos y si se movía se le veía el elástico de los calzoncillos. Parecía la foto del modelo de un anuncio de Levis; de hecho, eran casi del mismo tamaño, la foto y él. Me reí con la ocurrencia, pero lo cierto es que, le hubiese arrancado la ropa a mordiscos allí mismo y lo hubiese empotrado en la misma isla de la cocina.
Aún no habíamos acabado de desayunar cuando sonó el teléfono, otra vez, con un tono propio que indicaba que era la madre de Juan. En el fin de semana había sonado unas 12 veces y por las mañanas lo mínimo que hablaban era 1 hora.
—¡Buff! Ya estamos —Soltó Alfonsito con cara de disgusto y tristeza, cruzando los brazos y metiendo la barbilla en su pecho.
Me arrimé a él y lo abracé con fuerza, pero no dije nada.
—¿Sabes? —Siguió —siempre es lo mismo, su madre aparece en todos los momentos, siempre está ahí, casi nos fuimos a vivir juntos una vez, pero su madre no le dejó. Esta última vez, como todas, lo dejamos por lo de siempre. ¡Joder! Si le estás haciendo una mamada a tu novio no es normal contestar al teléfono.
Yo seguí simplemente abrazándolo y acariciando su espalda. Y él continuó: —ya no sé, si le quiero, no quería venir, pero es tan convincente cuando vuelve.
—Y encima nada más volver nos ves juntos.
—Encima. No, pero estuvo bien, me di cuenta de muchas cosas. Y fue como quitarme una venda. Creo que estoy esperando algo que no pasará.
Nos quedamos así abrazados durante bastante rato, mi corazón palpitaba con fuerza y él seguía con su cabeza allí apoyada en mi pecho escuchándolo.
—Te odié en cuanto te vi y más en cuanto te vi follándotelo, y mucho más cuando me ignoraste y seguiste dándole como si no fuera importante. Pero dejé de odiarte en cuanto me la metiste, porque eran las manos y piernas de Juan las que me mantenían preso. Era él y solo él, se suponía que debería haberme defendido, y después cuando alguien tenía que cuidarme fuiste tú y no él. Bien que te lo cobraste, por cierto.
Me aparté un poco para darle un beso en la boca y sonreírme un poco por su último comentario.
—¿Sabes? —empecé a decir en todo dubitativo y suave —estaba pensando en arrancarte la ropa a bocados desde que has entrado y, después cuando ha sonado el teléfono, he pensado en follarte delante de Juan mientras habla con su madre, solo para que vea lo que se está perdiendo y para que dijese eso de “me lo estás estropeando”; pero creo que el que de verdad lo estropea es él.
Él no dijo nada, tenía los ojos vidriosos, estaba a punto de llorar. Así que seguí: —pero lo que de verdad me apetece es llevarte a mi habitación, cerrar la puerta y hacerte el amor.
Él seguía allí callado y no decía nada y sus ojos ya tenían lágrimas en la comisura, yo no sé qué iba a decir, no entendía como el pequeñín aquel podía despertar sentimientos tan grandes. Fueron unos segundos eternos, en silencio. Pensé cincuenta mil cosas: que me iba a rechazar, que lo había interpretado todo mal, que no quería volverme a ver, peor, que seguiría queriendo a Juan de por vida, que, que… que… y muchos más ques…
Carraspeó, se pasó los dedos por los ojos y en tono suave y acaramelado dijo: —si haces lo segundo a lo mejor no quiero volver a salir —mientras hacía circulitos con su dedo índice sobre mi abdomen y me miraba con mirada inocente de niño bueno.
No me lo pensé dos veces, lo cogí en un puñado y entre besos nos metimos en mi habitación y eché el pestillo, esperando que Juan captase la indirecta. Lo desvestí entre besos disfrutando de quitarle cada centímetro de ropa y dejando al descubierto su suave piel. Él hizo lo mismo conmigo. Acabamos haciendo un buen 69. Yo debajo y él encima. Mientras me follaba la boca con su poya empecé a masajear con mis dedos su agujerito y su perfecto culo, arrancándole gemidos de placer que hacía que me la chupara con más ganas. Le metí un dedo corazón todo lo que pude y presione su próstata a lo que empezó a follarme la boca con fuerza, me empezó a costar respirar, pero seguí y se acabó corriendo en mi garganta, era como magma hirviendo, delicioso magma hirviendo que provocó que me corriera en toda su cara de la excitación.
Se dejó caer de lado y me puse en cucharilla detrás de él. Me preguntó si me quedaban ganas, y moví mi pelvis como respuesta y mi poya que no se había bajado llamó a su agujerito. Se giró forzadamente y me besó con pasión. Y entre besos me dijo: —¿A que esperas para partirme?
—A que me lo pidas, corazón.
—Tu Alfonsito quiere que lo partas a poyazos.
—Al final, sí te gusta lo de Alfonsito, ¿eh? —le dije para provocarlo un poco.
—Lo que me jodió es que me gustara tanto, pero que sí que tu Alfonsito necesita tenerte dentro y ya no me jode que me guste.
Y mi poya obedeció entrando a saco en su culo hasta los huevos. Y mientras en la parte de arriba había besos amorosos y suaves llenos de amor, la parte de abajo era una vorágine de sexo salvaje en la que mi poya entraba sin compasión hasta los huevos todas las veces, salía casi del todo y volvía a entrar.
Como empezaba a dolerle el cuello se tumbó boca arriba y abrió bien las piernas e hicimos el misionero. Sus besos fueron más completos, húmedos y sabrosos. Mis embestidas fueron más rápidas, brutales y profundas. Y en todas ellas su culo se abría y tragaba poya hasta los huevos. En un momento dado todo su cuerpo se empezó a poner en tensión, marcando todos los músculos de su diminuto cuerpo, sabía lo que venía y yo también estaba a punto.
—¿Te preño? Campeón—dije entrecortadamente entre jadeos.
—¡Síiiii! —Respondió él al tiempo que se corría salvajemente y nos llenaba a los dos de leche. Yo le metí dos profundas embestidas y en la última, notando que venía, la mantuve allí al final y empecé a descargar mi nevada sobre su culito llenándolo por completo.
Caí rendido a un lado de la cama y él se tumbó al lado mío.
—¿Ya está contento mi Alfonsito?
—Como nunca —y entre besos nos quedamos dormidos. Era por la tarde cuando salimos de la habitación y Juan no estaba por ningún lado. Solo vinos un mensaje en su móvil que decía “no puedo esperarte que mi madre quiere que vaya, ya me contarás, adiós”. Y no volvimos a saber de él. Tampoco hizo falta.
Gracias por vuestros coemtarios y dulces y copiosas nevadas.